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De coerción y cuidados: entre la opresión y el abandono (o qué hacer con los internamientos involuntarios)

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Últimamente hemos salido a ver un poco de mundo y hemos estado en las jornadas de nuestra admirada Asociación Madrileña de Salud Mental y en las jornadas de la Revolución Delirante (en estas últimas impartiendo un taller del que ya hablaremos por aquí). En ambas ocasiones hemos tomado contacto con mucho de lo que podemos considerar en este país psiquiatría crítica, o postpsiquiatría, o como lo queramos llamar... Eventos con mucha gente joven (es decir, con bastantes menos años que nosotros, que ya tenemos más que cumplidos los 40), con formas innovadoras buscando fomentar el debate con la mayor cercanía posible, con determinados temas más o menos explícitamente  en primer plano: la participación de activistas en primera persona (pacientes, usuarios, ex-usuarios, supervivientes, etc.), la campaña por llegar a cero contenciones, la cuestión de la involuntariedad, los derechos humanos... No queremos decir que este fuera el programa de esos actos, pero son las cuestiones que, para nosotros, sobrevolaron en esas reuniones, en las charlas con compañeros y amigos con los que coincidimos y que, a su vez, resonaron en nosotros por formar parte de debates que tenemos últimamente, cuestiones sobre las que hemos reflexionado mucho (y seguiremos) y sobre las que nos gustaría hoy detenernos y explicar nuestro punto de vista, lejos de certezas y con muchas dudas. Son temas polémicos y sobre los que nos queda mucho que pensar (y que actuar, sin duda).

Cuando empezamos nuestro blog y con él nuestro trabajo más o menos crítico sobre la psiquiatría, sentimos formar parte de una cierta vanguardia que luchaba contra las posiciones de la psiquiatría más oficialista (centrada en los fármacos, captada por la industria farmacéutica, coercitiva y paternalista en grado sumo...). Nos sentíamos, por así decirlo, rebeldes con causa, pero en ningún momento nos creímos originales. Todo nuestra trabajo y reflexión se apoyaba en personas que ya estaban a su vez reflexionando, escribiendo y trabajando sobre cómo cambiar a mejor la psiquiatría (y con ella la sociedad, por supuesto). Personas que, a su vez, en gran parte venían influidas de la cultura psiquiátrica que hizo posible la reforma psiquiátrica con todas sus luces y sus sombras. Personas como Alberto Ortiz, Iván de la Mata, Manuel Desviat, Alberto Fernández Liria, Beatriz Rodríguez Vega, Guillermo Rendueles, Fernando Colina, José María Álvarez.. o autores extranjeros como Joanna Moncrieff, Richard Bentall, John Read, Robert Whitaker, etc. Creemos que todo el movimiento (poliédrico y contradictorio, es necesario recalcarlo) postpsiquiátrico o de psiquiatría crítica no hubiera sido posible sin toda esa gente y el trabajo que llevaron y llevan a cabo. Nos detenemos en esto porque ahora sentimos que hay todo un grupo de activistas del cambio, profesionales o no, más jóvenes que nosotros y que intentan empujar hacia la mejora de la psiquiatría y sobre todo la mejora de las condiciones para las personas que atiende y la sociedad en que funciona, pero creemos importante no olvidar a quienes han trabajado por ello antes que nosotros y en gran medida continúan haciéndolo. Si hemos avanzado algo desde donde empezamos (y lo hemos hecho) ha sido por habernos podido apoyar en mucha gente que arriesgó más que nosotros y en entornos más difíciles para que las cosas mejoraran.

Dicho esto, entremos en materia.

Una de las cuestiones más candentes en la actual psiquiatría crítica (que, no lo olvidemos, sigue siendo más que minoritaria frente a la psiquiatría oficialista, que continúa reinando casi hegemónica encantada de haberse conocido) es el dificilísimo equilibrio entre coerción y cuidado. Nuestras profesiones vienen de un pasado en el que la psiquiatría ha sido coercitiva y paternalista en grado extremo: internamientos involuntarios e indefinidos, a veces de por vida, tratamientos administrados sin el menor control o consentimiento, iatrogenias terribles... Todos sabemos de dónde venimos. En tiempos más recientes, esta coerción psiquiátrica se ha reducido mucho al menos en nuestro entorno: no hay tratamientos ambulatorios involuntarios en este país (excepto en muy escasas sentencias judiciales), los ingresos involuntarios se hacen bajo tutela judicial y por tiempos normalmente breves o, en todo caso, limitados, etc. Sin embargo, la coerción aún existe y es algo que hemos denunciado profusamente desde este blog y otros espacios. Por una parte, existe coerción legal en lo referente a dichos internamientos involuntarios en situación de crisis (que por definición suponen una coerción sobre el paciente que no quiere estar ingresado) y, por otra, rozando claramente la ilegalidad en tanto se amenaza a pacientes con nuevos ingresos si se niegan a aceptar medicación, se intenta controlar sus vidas en cuanto a si pueden o no acceder a determinadas actividades rehabilitadoras o de empleo, etc. Sin duda la coerción es algo negativo en sí mismo y lo ideal sería una aplicación estricta de la ley de autonomía del paciente vigente que especifica que toda intervención sanitaria está sometida al consentimiento del interesado. Evidentemente, dicho consentimiento no se aplica siempre en psiquiatría.

El problema es que, aunque lo ideal sería la ausencia absoluta de coerción, hay que detenerse a pensar si dicho ideal no acarrea, en el contexto actual y con los medios disponibles, otros problemas. El segundo polo de nuestra dicotomía son los cuidados. Creemos que este es un concepto básico hoy en día, tanto a nivel psiquiátrico como sanitario y, por supuesto, social. Nuestro papel como profesionales y como ciudadanos de una determinada sociedad debe contemplar sin duda el aspecto del cuidado. Debemos cuidarnos entre nosotros y, sobre todo, cuidar a aquellos que lo necesitan. El problema se plantea cuando aquellos que necesitan cuidados (teniendo en cuenta que la sociedad nos coloca a los profesionales de la salud en el lugar de proporcionar cuidados) no lo quieren recibir, caso habitual en nuestras profesiones. En la actualidad y con la legislación vigente en este país, cuando una persona está en situación de crisis por causa de un trastorno mental que se considera nubla su capacidad de juicio, puede ser ingresado en una planta de psiquiatría de agudos en contra de su voluntad, teniendo que avisar al juzgado de guardia en el plazo de 24 horas, siendo el juez o la jueza quien decida si ha lugar a tal internamiento o el paciente debe ser dado de alta. Esta medida posibilita, en teoría, tratar a personas que necesitan ser cuidadas por padecer un episodio agudo de características psicóticas o afectivas graves, o bien intentar controlar a personas con ideación suicida activa. En la práctica, sin duda puede haber abusos (que los hay), en cuanto a que puede que algunos ingresos no correspondan realmente a cuadros tan agudos sino a situación de negativa a toma de medicación o de problemáticas personales o familiares diferentes, pero en todo caso sería el juez quien debería denegar el internamiento si no fuera pertinente. 

Desde nuestro punto de vista, la psiquiatría debe ser lo menos coercitiva posible. Estamos totalmente en desacuerdo con cualquier tipo de tratamiento ambulatorio involuntario: si el paciente, a pesar de la opinión y explicaciones de los profesionales, prefiere no tomar la medicación prescrita, la ley de autonomía del paciente es clara y no se le puede obligar. Estamos totalmente en contra de recursos residenciales donde los pacientes sean internados de forma obligada y de por vida (recursos llamados en otro tiempo manicomios que, afortunadamente, no existen en este país, aunque haya quien los reclame...). Y, en general, estamos totalmente en contra de que no se respete la autonomía de los pacientes a la hora de decidir dónde viven, con quién, en qué trabajan o, en definitiva, qué hacen con sus vidas...

Sin embargo, a falta de medios que aún no tenemos, en forma de hospitalizaciones a domicilio, casas de crisis tipo Soteria o, por soñar, sociedades más amables, no creemos poder prescindir aún de los internamientos involuntarios. Nos tememos que, en determinados momentos de crisis, hay personas que no pueden cuidarse por sí mismas. Personas que sufren síntomas psicóticos que les desconectan de la realidad común y les hacen sentirse en inmenso peligro, o poseedores de capacidades extraordinarias, o les provocan ideas suicidas difíciles de controlar... Creemos que en esas situaciones, frecuentes en cualquier servicio de urgencias hospitalario, no proceder a un ingreso supone renunciar a cuidar de una persona que no está en condiciones de cuidarse. Por ello, nos parece que la actual ley es una herramienta eficaz de cuidado, aunque sin duda alguna lo es ejerciendo una coerción.

Y aquí está un poco la clave del asunto: la coerción y el cuidado no son variables independientes una de la otra. Por el contrario, están estrechamente relacionadas. Venimos de escenarios donde la coerción era máxima con la excusa paternalista de buscar el máximo cuidado, es cierto y lo criticaremos siempre. Pero buscar un escenario de nula coerción supone acabar en una falta de cuidados, teniendo en cuenta el tipo de sufrimiento que padecen muchas de las personas que atendemos: aquellas que clásicamente de denominaban "locos", o tal vez más adecuadamente "psicóticos" o de forma más políticamente correcta "trastornos mentales graves". Las personas que, como decíamos antes, confunden lo que es real y lo que no, interpretan equivocadamente lo que perciben, o escuchan voces solo suyas que les ocasionan malestar o incluso condicionan su conducta... Evidentemente, poco tiene este sufrimiento que ver con el que padecen personas "no locas" o "no psicóticas", que pueden estar destrozadas ante avatares de su vida, ante condicionantes sociales de los que no pueden escapar o por estilos de personalidad más o menos problemáticos para ellos o la gente de su alrededor... Siempre hemos pensado que la psiquiatría debería centrarse mucho más en sus locos y dejar a los cuerdos buscar su bienestar sin distracciones ni falsos remedios.

El dilema está ahí: no podemos llegar a un máximo cuidado sin caer en la máxima coerción. Ya estuvimos ahí hace décadas y no es buena idea volver. Pero la nula coerción aboca a la falta de cuidados en determinadas circunstancias. Precisamente en aquellas circunstancias -nos referimos a los ingresos involuntarios- en que el cuidado más falta hace.

En relación con todo esto, recientemente ha visto la luz un borrador de ley propuesta por el grupo Unidos Podemos en el parlamente español, con el nombre de "Ley de Derechos en el Ámbito de la Salud Mental", que pueden consultar aquí y sobre el que también queremos aportar algunas reflexiones. Formamos parte de un grupo en el que se aportaron ideas y comentarios para la redacción de la ley, junto con distintos profesionales y también colectivos de activistas en primera persona. Un detalle a resaltar es que la Asociación Española de Neuropsiquiatría optó por no participar en el proyecto (como dejó dicho en este documento) en base sobre todo a la consideración de que no es conveniente una ley de salud mental específica fuera de las leyes generales de sanidad, por lo que en sí tiene de estigmatizante ese hecho y, por otro lado, por no ser en sí necesaria ya que lo adecuado sería insistir en lograr el pleno cumplimiento de la legislación actualmente existente. Son reflexiones a tener en cuenta. Sin duda, el grupo promotor de la ley busca mejorar las condiciones de la atención psiquiátrica en el estado, aspecto más que necesario en nuestra opinión, pero también es cierto que el adecuado cumplimiento de la legislación con la que ya contamos conseguiría mejorar mucho esta atención psiquiátrica. La ley de autonomía del paciente especifica la necesidad de contar con el consentimiento del interesado antes de cualquier intervención terapéutica, lo que impediría esas situaciones en que, por ejemplo, se "obliga" a un paciente que no está en situación de crisis a continuar con determinado tratamiento en contra de su opinión. La ley del medicamento especifica claramente la prohibición de aceptar obsequios de cualquier tipo por parte de empresas farmacéuticas hacia los profesionales sanitarios (aunque tampoco se cumple). La legislación española en estos y otros ámbitos (libertad del individuo para decidir sobre qué hacer con su vida, control sobre los profesionales para no coartar dicha libertad bajo un obsoleto paternalismo...) nos parece más que acertada aunque dista de ser cumplida en todos los casos. Desde ese punto de vista, ¿una nueva ley que insista en esos puntos va a suponer una diferencia? La AEN opina que no mucho.

Sin duda, el borrador de esta nueva ley parte de las mejores intenciones y nosotros hemos aportado nuestras opiniones al mismo, de la misma manera que ahora opinamos aquí. No tenemos claro si una ley específica de salud metal supone en sí un problema o no, aunque el hecho es que nuestra disciplina no es homologable a cualquier otra especialidad médica sin más. No vamos a detenernos en todas las diferencias pues son conocidas (desconocimiento de etiología o fisiopatología de los trastornos que tratamos, controversias sobre las clasificaciones nosológicas, abordajes multidisciplinares, difícil límite entre normalidad y patología, internamientos involuntarios...). Pero la otra crítica nos ha hecho pensar más y cada vez la vemos más pertinente: tal vez sería más importante insistir en el cumplimiento de lo que ya tenemos que añadir una ley nueva que a lo mejor tampoco se va a cumplir... Porque el hecho es que gran parte de lo que dice esta ley son cuestiones que ya vienen recogidas en la actual legislación, aunque hay un par de excepciones sobre  las que nos detendremos para dar nuestro punto de vista.

Transcribimos el artículo 17 de la ley:



Artículo 17. Prevención cuaternaria y derecho a la protección contra la iatrogenia y las intervenciones de riesgo.



1. Todas las personas tienen derecho a una intervención en salud mental que las proteja de la iatrogenia. 



2. Cualquier tratamiento farmacológico potencialmente inadecuado tomando en cuenta la situación clínica así como la utilización preventiva de neurolépticos sin sintomatología franca debe ser comunicado previamente al Defensor de la persona con problemas de Salud Mental.



3. Las personas medicadas con fármacos psiquiátricos que deseen reducir su consumo o dejar de consumirlos, tendrán derecho a un acompañamiento especializado por parte de profesionales de la psiquiatría para la reducción progresiva de la medicación, destinado a evitar las situaciones de crisis derivadas de los síndromes de abstinencia por interrupción brusca de la medicación psiquiátrica. 



4. Ninguna persona será sometida a terapia electroconvulsiva. 


Nos parece un artículo sobre el que detenerse.

El primer punto tiene sentido ya que con frecuencia las personas que atendemos sufren iatrogenia, es decir, perjuicios debido a los tratamiento que empleamos, ya sea en forma de efectos secundarios o dependencias. Sin embargo, es un artículo tal vez un poco redundante: cualquier profesional que realiza una indicación terapéutica cree que tendrá más beneficios que perjuicios. Si se quiere evitar toda iatrogenia, entonces hay que prohibir la psiquiatría (y la medicina entera, por cierto). Si se quiere impedir la iatrogenia evitable, entonces el artículo es superfluo. Eso se consigue con formación médica y, entre otras cosas, sacando a la industria farmacéutica de los servicios sanitarios públicos y del control de la investigación médica actual.  

El segundo punto también nos parece problemático. Cualquier profesional que pauta un tratamiento considera que es adecuado. Evidentemente puede no serlo (y de hecho, muchas veces vemos -tal vez pautamos- tratamientos sumamente inadecuados), pero una de dos: o se informa a esa figura del Defensor de cada tratamiento o a ver quién decide cuál es el inadecuado, más en un campo como el nuestro con tan pocas certezas y con casi toda la investigación sobre psicofármacos contaminada por intereses industriales (tal vez una ley sobre la creación de una industria farmacéutica pública y un servicio también público de evaluación de fármacos y tecnologías sanitarias sería más útil, o fomentar los servicios de evaluación ya existentes en las comunidades autónomas). Nos parece que este artículo, al igual que el cuarto que prohíbe el uso de la terapia electroconvulsiva tiene una clara buena intención de mejorar la atención a las personas en tratamiento psiquiátrico, pero confunde lo que deben ser debates científicos sobre investigaciones independientes para saber si un tratamiento es eficaz o perjudicial, si compensa su uso o no, con lo que son decisiones políticas. Creemos que la terapia electroconvulsiva debería ser abolida (o, al menos, entrar en moratoria) debido a las dudas de su eficacia frente a placebo (como podemos leer aquí) y a la falta de datos sobre potenciales efectos dañinos a largo plazo. Creemos que los psicofármacos (y no solo los neurolépticos) se usan en exceso, en cuanto a indicaciones, dosis y tiempo de administración. Creemos, en definitiva, que sin duda los profesionales causamos mucha iatrogenia, pero  esta debe ser detenida tras reflexiones científicas serenas, poniendo los datos de investigación pertinentes encima de la mesa, no por una decisión política impuesta desde fuera. Lo que debe hacer aquí la política -y no es poco- es posibilitar que ese debate científico se lleve a cabo y que cuente con los instrumentos de evaluación necesarios. Como decíamos antes: investigación científica independiente de las empresas que se enriquecen obscenamente mientras ocultan estudios, manipulan conclusiones o compran autores de supuesto prestigio, a la vez que desarrollan enormes campañas de marketing ante las que la mayoría de profesionales colabora, contentos de llevarse su viajecito a centroeuropa con todo pagado. Y que esa investigación independiente pueda ser llevada a cabo sí es una decisión política que, posteriormente, podría conseguir disminuir iatrogenias, adecuar tratamientos o prohibir el electroshock. Pero, en esto, legislar para atajar camino no nos llevará a donde queremos llegar.

Por el contrario, el tercer punto nos parece del mayor interés. Es cierto que, con la legislaciónactual en vigor, no se puede obligar a una persona a seguir tomando un tratamiento de forma ambulatoria si no lo desea, pero hay un cierto vacío legal sobre si el médico debe acompañar ese proceso de disminución de la medicación o si, respetando el deseo del paciente de no tomar medicación, el médico puede desentenderse de lo que ocurra a continuación. Pensamos que este artículo es clave: parte de la buena praxis médica es intentar ayudar al paciente desde nuestro conocimiento profesional sea cual sea la decisión que tome. Es decir, aun en el caso de que estuviéramos convencidos de que lo mejor para él o ella es seguir tomando los psicofármacos que le hemos pautado, si desea suspenderlos, siempre será mucho más seguro si lo hace con una disminución paulatina y supervisada profesionalmente. Y eso es lo que deberíamos hacer, ya que permitiría reducir el riesgo de recaída, detectar tempranamente dicha recaída si ocurre, ofrecer la opción de volver a usar medicación su fuera necesario, etc. Aquí sí estamos de acuerdo y nos parece que esta práctica de acompañar a la reducción de medicación cuando esta es la opción escogida debería implementarse lo antes posible, con ley o sin ella.

Comentaremos también otro punto polémico de la ley:


Artículo 26. Del internamiento.

1. En ningún caso se procederá al internamiento u hospitalización en contra de la voluntad del o la paciente. 


Este articulo sí recoge una novedad absoluta respecto a la legislación actual y lo hace de forma clara y taxativa: no habrá internamientos involuntarios. Este punto, unido a lo ya existente en la citada ley de autonomía del paciente, excluye por principio cualquier tipo de coerción en psiquiatría. La cuestión es, en línea con lo que comentábamos antes, qué repercusiones tendría una decisión así sobre el cuidado de las personas que atendemos.

Señalaremos que esta decisión sí es esencialmente política. Una determinada sociedad, a través de los mecanismos ejecutivos y legislativos con los que funciona -democráticos en nuestro caso- decide cómo abordar problemáticas como la cuestión de si ingresar o no en contra de su voluntad a personas afectas de un trastorno mental grave en situación de crisis. Como tal decisión política, no sería en sí correcta o incorrecta (a diferencia de prohibir o no la terapia electroconvulsiva, decisión cuya corrección dependerá de los estudios científicos bien realizados disponibles sobre su eficacia y seguridad). En este caso, la decisión de prohibir los internamientos involuntarios no se define en términos de acierto o error, sino en términos de consecuencias. Es decir, qué ocurre en el mundo tras dicha decisión. Intentemos adivinar dichas consecuencias:

  • En las plantas de psiquiatría de agudos o subagudos de este país ingresarían ya solo pacientes en crisis voluntarios y tendrían plena capacidad de pedir el alta voluntaria en cualquier momento. Eso traería aparejado un mucho mejor ambiente terapéutico y posiblemente una mayor disponibilidad de recursos para los pacientes que sí aceptasen el ingreso. Sin duda, los profesionales que trabajan en dichos dispositivos verían claramente facilitado su trabajo.
  • Las contenciones físicas en la práctica desaparecerían, ya que no sería preciso sujetar a ninguna persona para evitar que abandonase un servicio de urgencias por estar pendiente de un internamiento involuntario, pudiendo esa persona salir sin problemas del hospital. En las plantas de hospitalización sería raro que alguien tuviera que ser sujetado por alteraciones de conducta graves con auto o heteroagresividad cuando podría pedir simplemente que se le abriese la puerta y salir.
  • Habría personas bajo sintomatología psicótica grave que no confiarían en un internamiento y que, por lo tanto, no serían ingresadas. La mayoría de ellas acabarían recuperándose con tiempo y ayuda ambulatoria, pero también tendríamos un pequeño porcentaje que podría protagonizar alteraciones de conducta en sus domicilios o en el espacio público que llevarían a la intervención de las fuerzas de orden. En esos casos, si esas personas no pueden ser ingresadas en contra de su voluntad, la ley está diciendo que tienen capacidad para decidir autónomamente sobre su tratamiento, lo que podría terminar implicando que cuentan con la misma autonomía para ser responsables del resto de sus actos, lo que a su vez llevaría a una respuesta judicial de lo que hasta ahora se han considerado cuestiones de salud mental.
  • Habría personas que presentando ideación suicida grave, o incluso habiendo sido encontrados por sus familias tras haber realizado un intento de suicidio, no podrían ser internados en contra de su voluntad, aunque mantuvieran dicha ideación suicida plenamente activa. Estas personas serían también dadas de alta de forma inmediata si así lo solicitasen.
  • Estas situaciones y casos que describimos, no por extremos poco frecuentes, creemos que provocarían a su vez otro efecto indeseable. Habría familiares que, ante la imposibilidad de poder conseguir el ingreso de su familiar en los momentos de crisis, buscarían posiblemente una incapacitación legal completa, tras la cual dichos ingresos podrían realizarse de acuerdo con el tutor legal de la persona. En esos casos, poco favor habríamos hecho con la ley cambiando internamientos cortos en momentos puntuales por situaciones de incapacidad legal con todo lo que ello implica a nivel laboral, económico, etc.
  • También nos planteamos que, en el caso de que se aprobase esta ley y no pudiesen realizarse internamientos involuntarios, sería muy posible que la sociedad implementase nuevas medidas, nuevas soluciones que ahora no nos podemos imaginar, desde las que cuidar a estas personas en esas circunstancias, y tal vez nosotros ahora solo seamos capaces de ver las consecuencias negativas. Sin duda alguna, mecanismos como hospitalizaciones a domicilio o casas de crisis tipo Soteria (ambientes cálidos, con personal profesional y no profesional, abiertas, disponibles...) podrían llegar a hacer innecesarios la mayoría de los ingresos involuntarios y posiblemente con mejores resultados terapéuticos y aceptación entre las personas cuidadas. El problema es que estos dispositivos no existen apenas y, desde luego, no de la forma generalizada en que deberían ser implementados por las administraciones públicas para llevar a cabo su tarea.

En fin, que tras darle muchas vueltas, hemos concluido que tenemos muchas más dudas que certezas sobre la prohibición de los internamientos involuntarios, teniendo en cuenta como problema fundamental la falta de otros medios para cuidar a personas en esas situaciones, al menos en este momento en este país. Medios que podrían estudiarse, implementarse y desarrollarse para hacer posible una gran reducción de los internamientos involuntarios o tal vez su eventual desaparición con el tiempo. Medios ellos mismos que implicarían un auténtico cambio social, una sociedad diferente a la que conocemos ahora. Pero a falta de estos medios, nos preocupa la prohibición de estos ingresos involuntarios sin tener otras opciones en marcha. Es totalmente cierto que hay casos esporádicos de uso excesivo de estos internamientos por parte de profesionales en exceso paternalistas y de familias en exceso sobreprotectoras (aunque es importante señalar que la mayoría de las familias sufren enormemente la preocupación por el malestar y la crisis de su ser querido, y ven el internamiento como algo que puede ayudarle a recuperarse). Creemos evidente que hay casos, y no son pocos, en los que el internamiento puede suponer la diferencia entre semanas de desorganización conductual, de consecuencias muy negativas en la vida del paciente a nivel familiar, afectivo, laboral, etc., o un ingreso, desagradable sin duda, pero que puede permitir una cierta estabilización a partir de la cual luego recuperarse. Y no digamos ya casos de pacientes en riesgo suicida secundario a síntomas psicóticos que les sitúan fuera de la realidad y, desde ese error, buscan acabar con su vida.

Distinto sería el tema, en nuestra opinión, de personas sin síntomas psicóticos, sin esta desconexión con la realidad, que por estar atrapadas en situaciones personales para las que no ven salida, o por sufrir desde estilos de personalidad que les causan malestar para el que no han encontrado alivio, buscan acabar con sus vidas. Creemos, desde una posición filosófica de respeto a la libertad individual, que cada uno es libre de decidir sobre la continuidad o no de su propia vida (con la excepción de que esté sufriendo una crisis psicótica que no le permita valorar adecuadamente su realidad, como hemos dicho). Si una persona que no esté inmersa en un brote psicótico tiene decidido matarse, no creemos que la psiquiatría tenga demasiado que decir ahí. Sí tendría cosas que decir la sociedad, por supuesto, porque si esa persona tuviera un empleo digno, un buen sueldo, recursos para mantenerse y mantener a su familia con dignidad, en buenos entornos, con apoyo social y comunitario y, ya para redondear, en un planeta que no caminase hacia la catástrofe ecológica fruto de un sistema económico injusto e insostenible, a lo mejor no vería motivos para irse antes de tiempo.

La prohibición inmediata y sin soluciones alternativas de los internamientos involuntarios podría condenar a muchas personas a pasar solas crisis horribles, a acabar en calabozos, en la calle en situaciones de marginalidad, a incapacidades legales a la larga... Sin duda son las mejores intenciones las que han llevado a la redacción de este artículo, pero como siempre repetimos, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Cuando planteamos estas dudas en el grupo de asesoramiento sobre la ley, se nos hizo una consideración sobre la que también hemos reflexionado: se comparó el hecho de que las personas con conductas adictivas (ya sea a drogas ilegales, al juego, etc.) no son nunca tratadas en contra de su voluntad ni sometidas a internamientos involuntarios y que, además, tal cosa no les serviría de nada si no aceptan voluntariamente ponerse en tratamiento (citamos de memoria). Pero nos parece que la comparación no es correcta. Desde nuestro punto de vista, si una persona toma habitualmente cocaína o heroína, o tabaco, o juega apuestas en las que gasta el dinero que no tiene, creemos que tiene un problema enorme y que necesita la mayor de las ayudas. Ayuda que tendrá que aceptar voluntariamente igual que, en última instancia, es voluntaria su conducta de comprar el tóxico y tomarlo, o de entrar en el antro de apuestas y tirar su dinero. Conducta voluntaria, sin duda muy complicada de controlar, pero conducta voluntaria al fin y al cabo. La persona que escucha voces en su cabeza que le aterran, o que huye convencido de que su familia le quiere matar, sufre por unas percepciones o ideas que en absoluto son voluntarias (sí lo serán las conductas secundarias a dichas percepciones o ideas, pero esa es otra cuestión). No hay posibilidad de que, voluntariamente, uno deje atrás esas sensaciones y pensamientos. No estamos hablando de cuestiones comparables.

En fin, está claro que la polémica está servida. La idea de acabar de forma inmediata y por ley con todos los internamientos involuntarios es tentadora y nos encantaría defenderla, pero las consecuencias que prevemos nos hacen dudar mucho de que fuera una buena decisión, teniendo en cuenta todo el contexto. La abolición completa e inmediata de las contenciones físicas (que, curiosamente, no se plantea de forma taxativa en el borrador de la ley que hemos comentado) es algo que defenderíamos encarecidamente, pero también nos lleva a preguntarnos cómo manejar momentos muy concretos de agresividad del paciente hacia sí mismo o hacia otros. Sin duda, la contención no es una técnica terapéutica sino un fracaso terapéutico, porque ocurre cuanto todo lo terapéutico a nivel verbal o farmacológico ha fallado. Pero, en esos casos en que todo lo demás no ha servido, ¿qué hacemos? Una opción sería tratar esa agitación incontrolable como un problema de orden público y llamar a la policía, pero ¿eso es lo que queremos para nuestros pacientes? Si una persona, en el transcurso de su delirio, sintiéndose amenazada, reacciona con cierta agresividad, ¿sería mejor avisar a las fuerzas de orden público para que se lo llevaran al calabozo, o proceder a una sujeción física? Muy difícil elección. Sin duda, sin internamientos involuntarios no habría contenciones, eso es un aspecto positivo, pero ya hemos comentado las consecuencias negativas que anticipamos a dicha prohibición inmediata y tajante de los internamientos involuntarios...

Dicho esto, es evidente que se ha abusado y posiblemente en algunos centros todavía se abusa de la contención física, lo cual es un ataque gravísimo a los derechos humanos. Lo primero, en línea con lo que comenta el borrador de la ley, sería un registro nacional fiable para comprobar las diferencias entre centros, y a continuación reducir al máximo el número de contenciones realizadas, que deberían limitarse a casos donde realmente no hubiera otra opción para evitar males mayores... También deberíamos estudiar detenidamente cómo se ha conseguido disminuir o hacer desaparecer las contenciones físicas en otros países, con detalle, para aprender de dichas experiencias.

Es horrible defender que en ocasiones debamos ser coercitivos (y nos referimos a los internamientos involuntarios, no a cualquier coerción adicional cuando la persona no está en crisis, con excusas paternalistas de "buscar lo mejor para el paciente"), pero creemos que dentro de nuestro deber profesional de cuidar a las personas que atendemos, en ocasiones tenemos que ser coercitivos si queremos cuidar (y ese es nuestro trabajo). La ausencia absoluta de coerción lleva en ocasiones a la negligencia de los cuidados. Eso es pura aplicación del modelo neoliberal de sociedad: la libertad individual es lo absoluto, la sociedad ni siquiera existe como tal, el individuo decide que no quiere ingresar, se hace su voluntad y, si ello implica que acabe con su vida o que pierda sus medios de subsistencia, o su familia, o lo que sea, pues no pasa nada, ha ejercido su libertad y como no hay sociedad como tal, nadie tiene por qué buscar cuidarle... Nosotros, por el contrario, creemos que un modelo de sociedad como la que nos gustaría, feminista, postcapitalista, ecologista e igualitarista debe ser una sociedad que cuide sobre todo a la gente que más lo necesite en los momentos en que más lo necesite, en momentos en que tal vez ni siquiera quieran ser cuidados. Y creemos que personas que sufren crisis psicóticas agudas son precisamente ejemplo de gente que necesita y merece ese cuidado.







"Tengo que hablarte de eso" (Virginia Di Vivo)

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Hoy traemos un texto muy difícil de leer hasta el final. Su autora es Virginia Di Vivo, estudiante de medicina italiana, y relata una charla del Dr. Pietro Bartolo sobre la catástrofe humanitaria de las personas ahogadas en el Mediterráneo intentando llegar a Europa en busca de refugio para ellos y sus hijos. El texto en italiano ha sido traducido por Joan-Ramon Laporte, catedrático de Farmacología y miembro destacado de la plataforma No Gracias, en cuya web se publicó ya este texto. Nos ha impresionado hondamente y creemos imprescindible su lectura. 

Miles y miles de personas están muriendo ahogadas frente a nuestras costas sin que nuestros gobiernos hagan lo más mínimo para impedirlo y, además, ponen todos los obstáculos posibles a las ONGs que intentan ayudar (como es el caso de Open Arms y pueden leer aquí). Luego cuando los ahogados suman más de cien en un naufragio concreto, vienen a rasgarse las vestiduras con su despreciable hipocresía.

Los países desarrollados europeos a los que pertenecemos han expoliado durante siglos (y siguen haciéndolo) a países de África o Asia desde donde huyen estas personas, construyendo la riqueza de nuestro primer mundo sobre la esclavitud (antes en plantaciones de algodón y ahora en talleres de nuestras marcas habituales) y el robo de materias primas de estas gentes. Y ahora, cuando vienen buscando sobrevivir, les dejamos morir ante nuestras fronteras. Como dijo alguien, cuando una persona se está ahogando, hay que sacarla del agua, inmediatamente, sin ninguna otra consideración. Y luego será luego. Pero los dejamos ahogarse o, mejor dicho, nuestros gobiernos los dejan ahogarse , o pagan a estados como Libia o Marruecos para que nos hagan el trabajo sucio, olvidando cualquier tipo de preocupación por los derechos humanos.

Nuestros gobiernos son cómplices de cada muerte.




Aquí el texto completo. En la publicación de No Gracias pueden ver también algunas fotos sobre el tema (aquí):



“Estoy muy dormida cuando acudo al congreso con más asistentes de mi carrera universitaria, y sé que es probable que me duerma en una de las filas altas del aula magna. Me siento, leo el programa, el segundo tema es “Sanidad pública e inmigración: el derecho fundamental a la tutela de la salud”.
Inevitablemente pienso “qué rollo”. Conecto Pokémon Go, me encuentro en un gimnasio del equipo azul. Me dispongo a conquistarla para los rojos. Comienza a hablar el tal Doctor Pietro Bartolo, que no sé quién es. Mientras intento capturar un bulbasaur oigo su voz de trasfondo: no habla de epidemiología, de etiología, no se concentra en datos estadísticos de quién sabe qué síndrome o blablabla. Habla de personas. Y va diciendo “personas como nosotros”. Decido escucharlo con un oído y a bulbasaur con el otro. 
Bartolo cuenta que está allí, en Lampedusa. Que ha atendido a 350.000 personas, y que hay algo que odia, el reconocimiento de cadáveres. Que muchos ya no tienen las huellas digitales. Y él debe extraer dedos, costillas, orejas. Cuenta esto:
“¿Las mujeres? Todas han sido violadas. TODAS. A menudo llegan embarazadas. Las que no lo están, no es porque no hayan sido violadas, no lo están porque los traficantes les han suministrado un cóctel antiprogestágeno a dosis discutibles, para violarlas en público, para humillarlas. Sin riesgos, que las mujeres embarazadas en la prostitución no son rentables.”
Flipo.
¿No era un congreso de clínica? ¿Dónde están los tratamientos? ¿Por qué la voz de un internista no me está aburriendo con un metanálisis sobre el uso de la tetrasulfaesticatina? Decido soltar el bulbasaur, un segundo, Bulba, vuelvo enseguida, debo entender lo que este está diciendo: 
“En estas barcazas los hombres se colocan en los bordes, como una cadena humana, para proteger del frío y del agua a las mujeres, niños y ancianos que van dentro. Son familias. Familias como las nuestras.”
Muestra una foto, mil veces vista, pero él no es retórico, no es formal. Está fuera de cualquier esquema políticamente correcto, fuera de cualquier zona de confort:
“Una noche me llamaron: habían desembarcado dos botes inflables, tenía que ir a atender. Los visité a todos, no tenían las enfermedades que alguien dice que nos traen aquí. Tenían las enfermedades que podría tener cualquiera de nosotros. Que se curan con tratamientos banales. Inocuos. Algunos. Otros han sido quemados vivos para convertirlos en blancos. Este niño, por ejemplo”
Muestra otra foto, esta jamás vista en los medios. Un joven, que debía tener 15 o 16 años, afectado de la rodilla al tobillo. Me olvido de los Pokémon:
“Este sobrevivió a los experimentos inmundos que hicieron con él. Su hermano, en cambio, no pudo. Murió por haber sido quemado vivo”.
Me meto el celular en el bolsillo:
“Alguien me dice que vaya a mirar en la bodega, y que no será un bello espectáculo. A medida que bajo me parece caminar sobre cojines. Enciendo la luz de mi celular y me encuentro esto…”.
Muestra otra foto. Parecía una fosa común. Cuerpos de hombres sin vida amontonados como sacos:
“Esta foto no está trucada. La hice yo. No os la muestran en los telenoticias. Cuando los hubimos lavado encontré que algunos tenían pedazos de madera clavados en las manos, y los dedos rotos. Intentaban salir. Les habían dicho que, como eran más jóvenes, fuertes y ágiles que los demás, tenían que hacer el viaje en la bodega y que después, podrían salir pronto y fácilmente a tomar el aire. Pero no. Cuando Comenzó a faltar el aire, probaron de salir a cubierta, pero fueron repelidos a patadas y golpes en la cabeza. No sabéis cuántos tenían fracturas de cráneo y de los dientes. Salí a vomitar y a llorar. No sabéis lo que he llorado en 28 años de servicio, no lo podéis imaginar”. 
Ya no hay nadie en el aula magna que no contenga la respiración, en silencio: 
“Pero también hay cosas bellas, cosas que te ayudan a seguir adelante. Una chica. Tenía hipotermia profunda y estaba en paro cardiocirculatorio. Estaba muerta. No teníamos nada. Comencé a aplicarle masaje. Durante mucho rato. Y de golpe la recuperé. Tenía edema generalizado. Estuvo 40 días en el hospital. Se llama Kebrat. Es su nombre. Vive en Suecia. Años después vino a visitarme. Estaba embarazada”.
Nos muestra la foto de su encuentro. 
“…porque la gente no entiende. Alguien ha hablado de raza pura. Pero la raza pura sufre más enfermedades. Al contaminarnos nos hacemos más fuertes, más resistentes. ¿Y la economía? Estas personas, con su trabajo, han aportado miles de millones a las cajas europeas. Y añado que nos han enriquecido con tantas culturas. En Lampedusa tenemos todos los apellidos del mundo y vivimos muy bien. Dicen que hay razas mejores que otras. Sí, respondo. Las suyas son
mejores. Mejores que los que decís esto”.
Pone un vídeo y dice:
“Esto es un parto en una barca. La mujer estaba en condiciones lamentables, estirada en el suelo. Pedí a los chicos un hilo de pesca para cortar el cordón. Pero ellos me respondieron justamente “no somos pescadores”. Me dieron un cuchillo de cocina. Aquella mujer no dijo nada. Me quité el cordón de un zapato para cerrar el cordón umbilical, ¿lo veis? Ella me daba las gracias, era negra como el carbón. Su hijo en cambio era blanquísimo. Sí, porque ellos son blancos cuando nacen y oscurecen en unos diez días. Y yo digo ¿qué problema hay si nacen blancos y luego se convierten en negros? A su hijo le llamó Pietro. ¡Cuántos Pietros hay en el mundo!” 
Todos sonreímos.
“Esta otra mujer, en cambio, llegó en condiciones vergonzosas, había sido violada. Estaba embarazada. Había roto aguas 48 horas antes. Pero en la barca no había ni espacio para abrir las piernas. Salía líquido amniótico, verde, gran sufrimiento fetal. Con ella iba una niña, que también había sido violada, tenía 4 años. Tenía un rollo de billetes escondido en la vagina. Y cuidaba a su madre. Tanto, que me agredió cuando yo intentaba abrir una vía. Quien sabe lo que había visto. Le di galletas. No comió ni una. Las partía y las ponía en la boca de su madre. Al final le di un juguete. Porque nos llegan montañas de juguetes, porque hay gente buena. Pero aquella niña no lo quiso. Ya no era una niña”. 
Sigue otra foto. 
“Esta foto, por el contrario, ha dado la vuelta al mundo. Ella es Favour. Han llamado de todo el mundo para adoptarla. Llegó sola. Ha perdido a todos los suyos: su hermanito, su padre. Su madre, antes de morir por lo que llamo la enfermedad de los botes inflables, que te mata por las quemaduras de la gasolina y otros tóxicos, se la dejó a otra mujer, que ni conocía, y le pidió que la pusiera a salvo. Y esta mujer me la trajo, antes de morir de la misma suerte. Pero no podéis imaginar cuántos niños, en cambio, no han podido. Una vez me encontré ante centenares de sacos de colores diferentes, algunos de la guardia de fronteras, otros de la policía. Tenía que reconocerlos a todos. Esperaba que el primero no contuviera un niño. Pero lo contenía. Estaba vestido de fiesta. Con pantaloncito rojo y zapatitos. Porque sus madres los visten así. Quieren hacernos ver que sus niños son como los nuestros, iguales”. 
Nos muestra otro vídeo. Unos buzos extraen cuerpos exánimes de una barca en el fondo del mar. “No son maniquís”, nos dice. El vídeo prosigue. Un hombre saca un cuerpecito del agua. Pequeño. Sin vida. Llevaba un pantaloncito rojo. “Aquel niño es mi pesadilla. No lo olvidaré nunca”. 
Ya no puedo aguantarme las lágrimas. Oigo el ruido de todos los que, de manera alterna, como yo, han tenido que sonarse. “Y este es el resultado”, nos muestra la enésima foto:
“368 muertos. Pero 367 ataúdes. Sí. Porque en uno hay una madre, llegada muerta, con su hijo todavía unido al cordón umbilical. Llegaron juntos. No quisimos separarlos, queríamos que se quedaran juntos para la eternidad”. 
Creo que con esto basta. Y esto es un extracto. Sí, porque el Doctor Bartolo habló durante una hora. Los otros conferenciantes le cedieron su tiempo. Nadie osó interrumpirlo. Y cuando terminó todos nosotros, estudiantes, médicos y profesores, nos pusimos en pie y aplaudimos durante largos minutos.
Y así fue.
Él no necesita ayuda:
“no vengáis a Lampedusa a ayudarnos, siempre nos hemos arreglado solos los lampedusanos. Si no sois médicos, si no sabéis hacer nada y queréis ayudar, id a explicar lo que habéis oído aquí, haced saber lo que sucede a los que dicen que hay una invasión. ¿Qué invasión?”.
Este texto es un post de Virginia di Vivo, estudiante de medicina, que añade: 


“Yo no me explico bien, porque las cosas no las conozco como se debe. Pero una cosa la sé: que esto es vergonzoso, inhumano, vomitivo. Y no me importa absolutamente nada por qué viniste aquí, si eres o no un ilegal, si escapas de la guerra o si vienes a buscar fortuna: llegar así no es humano. Y mereces que te cuidemos. Mereces un abrazo. Mereces respeto. Tanto como, o quizá más, que cualquier otro ser  humano”.

De-prescripción de psicofármacos. Una experiencia en la zona básica de salud de Toro, Zamora. (Fran Sans)

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Hoy traemos un trabajo de gran interés realizado por Fran Sans, psiquiatra de Zamora a quien tuvimos la suerte de conocer virtualmente en la realización del Máster de Terapia Narrativa de la Universidad de Extremadura (que sin duda recomendamos). Se trata de una reflexión en profundidad sobre el tema de la de-prescripción de psicofármacos, junto con el relato de su propia experiencia en ese sentido en su trabajo diario en la zona de salud de Toro (Zamora). Es un texto brillante, no solo por lo que cuenta sino por lo bien que lo cuenta. Para que vean que no es solo nuestra opinión, ha sido publicado íntegramente en inglés en la página de Mad in America de Robert Whitaker. Es un honor para nosotras poder difundirlo hoy en castellano.





DE-PRESCRIPCIÓN DE PSICOFÁRMACOS 

UNA EXPERIENCIA EN LA ZONA BÁSICA DE SALUD DE TORO. ZAMORA. 




1. INTRODUCCIÓN:EL CONTEXTO 


“¡ESTO ES PELIGROSO!” “A VER SI VAMOS A VOLVER AL HALOPERIDOL...” 

Este fue el único comentario en voz alta que me hicieron al finalizar una presentación sobre de-prescripción de psicofármacos, en la que exponía mi experiencia profesional sobre el tema. 

Creo que el autor del comentario, un jefe de servicio de psiquiatría, se refería a uno de los argumentos de la presentación: “No hay evidencia suficiente para afirmar que los nuevos antipsicóticos, los llamados atípicos o de 2º/ 3ª generación, sean más eficaces que los clásicos o de primera generación.” 

Tengo que admitir que en ese momento no me atreví o no tuve los reflejos para preguntar a qué peligro se refería: ¿Peligro para el paciente si se le trataba con fármacos clásicos negándole las ventajas de los nuevos? ¿Peligro para el estatus profesional, si se ponía en entredicho la práctica de prescripción habitual durante los últimos 20 años? ¿Peligro para la industria farmacéutica, si resultaba que los resultados actuales finalmente no eran mejores que los previos a la era de la nueva psicofarmacología, pero eso sí, mucho más caros? ¿Peligro para la sociedad, si la fabulosa inversión realizada por los países desarrollados en nuevos antipsicóticos para el control de síntomas y personas se llegara a demostrar ineficiente, no digamos ya perjudicial para la población? 



SOBRE LA FORMACIÓN OFICIAL DEL MIR DE PSIQUIATRÍA (MI VISIÓN PARTICULAR) 

Mi formación como residente de psiquiatría, no hace demasiados años, ha sido excesivamente biologicista y reduccionista, al menos para mis expectativas. El peso fundamental de la formación se centra en el entrenamiento para la búsqueda de una etiqueta diagnóstica y el consiguiente remedio farmacológico. Para ello se nos inculca que la herramienta fundamental, el núcleo duro del conocimiento, es la psicopatología (hoy en progresivo desuso frente a las técnicas de la neurociencia). 

Bajo la pretensión de ser el cuerpo de conocimiento que da a la psiquiatría el ansiado estatus de ciencia médica, la psicopatología hace desaparecer la narrativa de la persona y crea un lenguaje culto, profesional, inaccesible incluso para otros profesionales. No es difícil adivinar que este posicionamiento del conocimiento profesional frente al conocimiento local de la persona favorece el autoritarismo, el paternalismo, la coerción en todas sus versiones y la desigualdad de poder en las relaciones terapéuticas. “Yo sé lo que te pasa, conozco la solución, y esto es lo que tienes que hacer; es por tu bien”. 

Debajo de esta visión biologicista o mecanicista subyace una tradición positivista que afirma que existe una realidad, la enfermedad mental, identificable, diagnosticable y por tanto susceptible de un tratamiento específico; la causa del trastorno estaría en una disfunción biológica o psicológica del sujeto. El problema y la responsabilidad estrían en individuo y a este correspondería tener conciencia de enfermedad y adherencia al tratamiento. En caso contrario, la presión familiar y social, la autoridad sanitaria y el poder judicial podrán presionar y decidir en su nombre, “por su propio bien”. 

La biografía personal y familiar, el contexto socio-cultural, económico y político y las discriminaciones en razón de sexo, raza, orientación sexual, estatus social o creencias religiosas son como mucho meros factores precipitantes secundarios, ni explicativos ni necesarios, frente al pretendido aunque aún no demostrado, origen biológico determinante de la enfermedad mental. 

En cuanto a las etiquetas diagnósticas del DSM/CIE, me sigue perturbando comprobar como la palabra va desplazando a la persona, el constructo mental consigue suplantar a la realidad corporal: primero el diagnóstico pasa a materializarse como una parte de la identidad de la persona, como su tuviera una sustancia propia (la persona que tiene esquizofrenia, depresión o ansiedad); después el diagnóstico consigue invadir ya la totalidad de la identidad de la persona y esta pasa a “ser esquizofrénica, bipolar, histérica, obsesiva… (“soy depresivo en vez de en este momento sufro depresión”). Finalmente la persona desaparece devorada por el diagnóstico, que parece tener vida propia e independiente, sin necesidad de ningún sujeto en el que habitar; así, bajo el amparo de que solo es una forma de hablar, es habitual en las reuniones sustituir personas por diagnósticos: “he ingresado una esquizofrenia, he visto en urgencias una distimia y una anorexia, es un trastorno de personalidad (psicopatón, histericona…), te he derivado una psicosis tóxica para deshabituación... “ 

Ante esta confusión epistémica, me es de mucha ayuda e inspiración recordar las ideas narrativas externalizadoras de Michael White y David Epston: ”La persona es la persona, el problema es el problema, y la solución está en la relación”. 

Por último, no puedo dejar de nombrar el papel influyente y determinante que tiene la industria farmacéutica en la construcción, mantenimiento y promoción del paradigma bio-médico tanto a nivel académico, como en la investigación y la formación y docencia de los profesionales. 

Aún recuerdo con asombro e incredulidad la primera reunión de residente con mi tutora: me aconsejó, muy convencida, que debía acudir a todos los eventos de los laboratorios (“saraos” a nivel coloquial), porque eran una fuente de formación imprescindible, dados los escasos fondos del programa oficial de la residencia. Ella misma había conseguido realizar nada menos que dos masters financiados por la industria farmacéutica (curiosamente en terapia familiar), y pensaba que este hecho no afectaba su ética e independencia profesional. Sin pudor ni rubor. 

Por suerte, durante el último año de residencia, y gracias a algunas compañeras psicólogas, empecé a descubrir otras experiencias y aproximaciones más críticas y alternativas que han acabado influyendo decisivamente en mi visión y quehacer profesional. Quiero destacar la Teoría Narrativa de Michael White, David Epston y David Denborough, el movimiento de la Psiquiatría crítica y la Post-psiquiatría, la Revolución Delirante y La Otra Psiquiatría, los movimientos de usuarios y expertos en primera persona, los escuchadores de voces, El Proyecto Soteria y Open Dialogue, Mad Pride y los Mad studies, los blogs y foros de opinión como Mad in América, Post-psiquiatría y No Gracias entre otros, así como numeroso autores del entorno de la AEN. 


Pero creo que el sistema está en crisis: las promesas de las neurociencias y la farmacología no se han cumplido siguen sin descubrirse las supuestas causas biológicas de la enfermedad mental y la supuesta especificidad del arsenal terapéutico no ha conseguido erradicar ni aliviar la carga de sufrimiento mental. 

Paradójicamente, a pesar del empleo intensivo y extensivo de psicofármacos y psicoterapias modernistas durante las últimas décadas, cada vez son más las personas diagnosticadas, mayor la cronicidad de los procesos y la disfuncionalidad, a pesar o como resultado de la exposición crónica a psicofármacos. Los excesos del paradigma bio-comercial, que han minimizado el significado e importancia del contexto (personal, familiar, social, económico, cultural, político…) han convertido el sufrimiento mental de las poblaciones en un problema de salud pública. 

En cuanto a los sistemas diagnósticos, cada vez son más las voces detractoras, incluso entre los profesionales, que cuestionan la validez y utilidad de los mismos, y están apareciendo propuestas alternativas muy interesantes como el Marco de Poder-Amenaza-Significado, en el que no sería necesaria una etiqueta diagnóstica para ofrecer apoyo y ayuda. 



CAMBIO DE PARADIGMA EN SALUD MENTAL 

Creo que en las últimas décadas se está produciendo un pequeño, lento pero constante y progresivo cambio en la forma de ver, comprender y vivir el sufrimiento mental. Es un proceso polifónico y poliédrico, no un simple contra- movimiento pendular hacia otra anti-psiquiatría, que aporta nuevas aproximaciones desde la sociología, la antropología, la cultura y la filosofía de la ciencia, con importantes repercusiones sociales, políticas, económicas y profesionales y que tiene como elemento protagonista central la voz de las personas con sufrimiento mental. 

Así, el paradigma dominante de la psiquiatría biológica o bio-comercial, estaría basado en el modelo de las ciencias naturales y el criterio central sería la noción de verdad, esto es, descubrir la realidad física del fenómeno del sufrimiento mental. Esta comprensión del mundo psíquico es heredera de los postulados del modernismo, cuyo origen se remonta a la era del positivismo y la ilustración. 

Por otro lado, no en oposición sino como un desarrollo incluyente y globalizador, estaría el nuevo paradigma de la psiquiatría crítica o post-psiquiatría Esta, sin negar la base biológica sobre la que se sustenta todo fenómeno psíquico, considera la medicina y las ciencias PSI no como ciencias naturales sino como tecnologías al servicio de la sociedad, y por tanto el criterio central no sería el de buscar la verdad sino la utilidad para la sociedad. Sus fuentes vendrían del post-modernismo y el construccionismo social así como de la teoría narrativa y feminista. 

Esta nueva cosmovisión tiene implicaciones teóricas esenciales, tanto a nivel epistemológico como en la definición del rol de las sociedades, comunidades, familias y usuarios de los servicios de salud. En concreto los servicios de salud mental adoptarían un posicionamiento más democrático e igualitario, colaborativo y participativo, orientado a garantizar los derechos humanos de las personas con sufrimiento psíquico. Todo esto tiene a su vez implicaciones prácticas en varios niveles, desde el diseño y organización de los servicios de salud mental, hasta el papel de los profesionales, usuarios y la comunidad en la toma de decisiones sobre qué planes de cuidados y qué posibilidades terapéuticas son elegibles y aceptables. 

Para terminar, el papel de los psicofármacos desde esta nueva perspectiva se basaría en un modelo centrado en el funcionamiento intrínseco del fármaco en vez de en un modelo centrado en la enfermedad. Así, cualquier sustancia psicoactiva, legal o ilegal, tendría la capacidad de producir un estado mental alterado, que en determinadas circunstancia podría ser beneficioso para la persona en situación de sufrimiento psicológico, sin que ello implique necesariamente que exista una alteración biológica en el sujeto que es preciso remediar. En contraposición al modelo biomédico (diabetes-insulina, infección-antibiótico), los psicofármacos producirían alivio sintomático por su propio mecanismo de acción, no por restablecer una función cerebral previamente alterada. 




2. ¿POR QUÉ PLANTEARSE LA DISMINUCIÓN O DE-PRESCRIPCIÓN DE PSICOFÁRMACOS? 


Para el paciente, la disminución de la exposición crónica a psicofármacos tendría el objetivo primordial de garantizar su seguridad y evitar en lo posible la iatrogenia. En este sentido, el concepto de Prevención Cuaternaria intentaría reducir el daño causado por las intervenciones de los propios profesionales y sistemas de salud en la población. 

Por otro lado, en la medida en que sea posible y deseable, des-medicalizar, des-psiquiatrizar y des-psicologizar el sufrimiento humano, inevitable e intrínseco a su existencia, se favorecería potenciar el sentido agencia personal y autonomía, el papel protector y sanador de la comunidad y la cultura local así como los procesos de re-empoderamiento y recuperación de las experiencias de sufrimiento mental. 

En definitiva, la calidad del cuidado a las personas con sufrimiento psíquico debe incluir la garantía de su seguridad, la información adecuada para una toma de decisiones consentida, aceptable culturalmente, el respeto y la promoción de la autonomía. 

Para los sistemas de salud, la exposición prolongada e innecesaria de la población a tratamientos  con psicofármacos genera un gasto cada vez más difícil de asumir además de mayor cronicidad y discapacidad. Aquí entran en juego en todo su significado los conceptos económicos efectividad, eficiencia, de coste de oportunidad y resignación de recursos. 

Correspondería a la sociedad decidir en qué se podrían reutilizar los recursos utilizados actualmente en intervenciones sanitarias que no han demostrado ser útiles o incluso están demostrando ser ineficaces y perjudiciales. 




3. ¿EN QUE EVIDENCIAS SE BASA LA PRESCRIPCIÓN HABITUAL DE PSICOFARMACOS? 


A pesar de que los psicofármacos se han convertido en la principal y en muchos casos única herramienta terapéutica para aliviar el malestar psicológico de la población, en general su uso masivo por los médicos prescriptores no está justificado ni basado en una evidencia científica robusta. Aún más, cada vez hay más evidencia de que el uso de psicofármacos a largo plazo empeora el pronóstico de los llamados trastornos mentales así como la funcionalidad y la calidad de vida de los individuos. 

Así, por ejemplo: 

El grupo de las benzodiacepinas ha demostrado ser mejor que el placebo para el alivio del insomnio y la ansiedad, pero solo a corto plazo. A pesar de que todos los profesionales están de acuerdo en que su uso más allá de 6-8 semanas presenta mayores riesgos que beneficios, por los fenómenos de tolerancia, dependencia y efectos secundarios múltiples, especialmente en la población anciana, su uso desde su introducción en el mercado no ha dejado de crecer constantemente. Y su prescripción ha seguido aumentando incluso después de la introducción de los ISRS y más tarde de los nuevos antipsicóticos y antiepilépticos, cuyos efectos sedativos pretendían evitar el uso de las “antiguas y peligrosas benzodiacepinas”. 

Los neurolépticos ha demostrado ser más efectivos que el placebo en el alivio de la ansiedad acompañante a los fenómenos psicóticos, pero en general los estudios de eficacia son a corto plazo (12-18 meses). A largo plazo no hay una evidencia que justifique su uso crónico generalizado. 

En cuanto a los ISRS, solo han podido demostrar ser superiores a placebo en estudios a corto plazo (< a 6 meses) y en casos de depresión severa. Esta superioridad significa una reducción de 2-4 puntos en la escala Hamilton-D, normalmente usada en los ensayos clínicos para medir síntomas depresivos, lo cual se considera estadísticamente significativo, pero sobre un total de 60 puntos parece no tener mucha relevancia clínica para el paciente en la práctica diaria. 

En definitiva, no hay actualmente evidencia suficiente que justifique muchas de las prácticas de prescripción de uso habitual y extendido por todo el mundo: 


  • uso prolongado de benzodiacepinas, antidepresivos y neurolépticos.
  • uso de polifarmacia (varios fármacos de una misma categoría).
  • uso de dosis supra-terapéuticas (por encima de la dosis máxima aprobada para el fármaco).
  • uso crónico o indefinido de psicofármacos para prevención de recaídas (de por vida).
  • efecto estabilizador o eutimizante de los antiepilépticos y del litio.
  • mayor eficacia de los antipsicóticos atípicos que los clásicos.
  • efecto neuro-protector de los antipsicóticos (para evitar el efecto neurotóxico de los síntomas psicóticos).
  • eficacia de los antipsicóticos en los síntomas negativos y el deterioro cognitivo.


Por el contrario, cada vez es mayor la evidencia de que el uso crónico de psicofármacos no solo no mejora el pronóstico sino que aumenta la morbilidad y mortalidad global y empeora el funcionamiento general de las personas expuestas. 




4. EXPERIENCIA DE UN PROGRAMA DE DE-PRESCRIPCIÓN DE PSICOFÁRMACOS EN LA ZONA BASICA DE SALUD DE TORO. ZAMORA. ESPAÑA. 


He estado trabajando como psiquiatra durante los últimos cinco años en Toro, un núcleo semi-rural de la provincia de Zamora, cuya Zona Básica de Salud atiende a unas 10.000 personas. 

Además, Toro tiene una oferta específica de recursos socio-sanitarios gestionados por la fundación INTRAS que consta de una residencia y una red de pisos supervisados, de referencia para varias provincias de la comunidad, y que atiende en total a unas 60 personas con diagnóstico de enfermedad mental grave y prolongada. El perfil socio-sanitario de estas personas es de bajo nivel socioeconómico y educativo, con escaso apoyo social y familiar, muchos están incapacitados legalmente y tienen una prestación por discapacidad o para ayuda a la dependencia, con la que se financia la plaza residencial. 

La oferta socio-sanitaria incluye un variado programa psicoterapéutico, ocupacional, formativo y laboral, orientado a la recuperación de los usuarios. 

La edad media de los usuarios es de unos 50 años, muchos han requerido múltiples ingresos en diversos dispositivos desde su juventud y en general han estado en tratamiento psiquiátrico continuado durante más de 15 años. Es habitual en la pauta terapéutica de estas personas el uso de múltiples fármacos (combinaciones de varios antipsicóticos, orales y depot, eutimizantes, más de una benzodiacepina y antidepresivos) así como dosis de fármacos en el rango máximo cuando no muy superior a la Dosis Diaria Definida. 

En el año 2015, en coordinación con el personal de INTRAS y con los médicos y enfermeras de atención primaria que atienden a la población de referencia, inicié un programa de de-prescripción de psicofármacos que tendría una duración inicial de 5 años y cuyos objetivos serían: 1) reducción del gasto en psicofármacos en un 50 % y 2) reducción de la exposición a psicofármacos en un 30 %, medido en DDD. 

Inicialmente el esfuerzo se centraría en los antipsicóticos y antidepresivos y en la población anciana. Los datos sobre la evolución del gasto los aportaría anualmente el departamento de farmacia de la gerencia de área. 

Durante el periodo 2015-2018 se ha ofrecido participar en el programa a 500 personas, de las que unas 350 aceptaron (70%). El principal motivo para rechazar participar en el programa fue encontrarse bien con la pauta actual y el temor a las recaídas, así como las experiencias previas negativas con el cambio de medicación. En muchos casos las personas fueron reticentes porque se les había indicado que tenían que continuar su tratamiento de por vida. 

Unas 50 personas no toleraron el proceso de discontinuación o finalmente prefirieron no intentarlo y abandonaron el programa. Los síntomas principales que motivaron interrumpir el descenso de medicación fueron el aumento de ansiedad e insomnio, que revirtió al volver a la pauta previa. Hasta la fecha, ninguna de las personas que han aceptado participar en el proceso de de-prescripción ha llegado a tener un cuadro de discontinuación o recaída clínicamente grave o que hiciera precisar un ingreso hospitalario. 


En cuanto a los procedimientos para alcanzar los objetivos de de-prescripción, y tras revisar la escasa bibliografía sobre el tema, me he guiado por los siguientes principios y actuaciones: 


  • Considerar siempre la posibilidad de no iniciar tratamientos innecesarios, lo que Alberto Ortiz Lobo llama la Indicación de No Intervención.
  • Intentar tener siempre en mente el concepto de Prevención Cuaternaria para evitar iatrogenia, anteponiendo en lo posible el principio de no maleficencia (primum non nocere).
  • Ofrecer una disminución gradual de la medicación una vez el paciente se siente recuperado (entre 6-12 meses según el caso).
  • Ofrecer también una disminución progresiva de la medicación a aquellas personas con síntomas crónicos persistentes, a pesar (o quizás como consecuencia) del propio tratamiento. En este sentido, he creído importante discutir con el paciente la posibilidad de que los síntomas crónicos persistentes (depresión crónica, distimia…) pudieran deberse en realidad a una consecuencia del tratamiento crónico con antidepresivos (disforia tardía) para valorar si una reducción de la dosis podría aliviar la sintomatología.
  • Intentar evitar la polifarmacia y las dosis supra-terapéuticas, preguntando al paciente su opinión sobre qué fármaco considera más efectivo y a qué dosis cree que le ha beneficiado más.
  • Comprobar siempre las interacciones farmacológicas, especialmente en personas ancianas y poli-medicadas, para guiarme en el proceso de de-prescripción y/o sustitución de fármacos. En casos complejos de múltiples fármacos, falta de respuesta, efectos paradójicos o secundarios muy llamativos, he utilizado pruebas fármaco-genéticas (Amplichip) para apoyar los cambios de tratamiento.
  • Intentar siempre en la medida de lo posible una buena coordinación tanto con el equipo de Atención Primaria como con el personal de INTRAS así como con los familiares y cuidadores del paciente.
  • Informar en la medida de mis conocimientos del balance de riesgos y beneficios para apoyar a la persona en la toma de decisiones. En este sentido considero fundamental facilitar la participación, colaboración y cooperación de la persona y de su familia y cuidadores en la toma de decisiones.
  • Garantizar la accesibilidad y establecer una red de seguridad en caso de necesidad de atención inmediata, mediante teléfono, e-mail, móvil…
  • Establecer con el usuario objetivos asumibles, flexibles y revisables en cada consulta de revisión.
  • Estar alerta e informar al paciente de los potenciales primeros síntomas de discontinuación o recaída.
  • Reducción de dosis gradual y progresiva, de solo un fármaco a la vez. De forma orientativa no disminuir más de un 10-20% cada 6-8 semanas. Esto implica que para retirar completamente un fármaco puede ser necesario un tiempo de más de 12 meses.
  • Intentar seleccionar con el paciente, en caso de múltiples fármacos, el orden por el que empezar el proceso de reducción de dosis; de forma orientativa he intentado empezar por el que menos tiempo lleve tomando, por el que menos riesgo de abstinencia presente o por el que el paciente considere menos efectivo.
  • Preguntar al paciente por los motivos por los que toma los fármacos, su opinión sobre los beneficios que le aporta y sus preferencias en cuanto a formas de administración (comprimidos, solución, inyectables de larga duración….). Es de destacar que la mayoría de las personas con tratamientos antipsicóticos crónicos no recordaban haber sido informadas sobre los riesgos y beneficios de los fármacos ni sobre la duración del tratamiento. Tampoco habían participado en ninguna decisión relativa al mismo ni habían elegido la forma de administración. En contra del argumento de que los inyectables ofrecen más comodidad para el paciente, la mayoría de las personas a las que les propuse la opción de elegir entre la continuar con su tratamiento inyectable o pasar a la vía oral optaron por esta última y manifestaron abiertamente que no les gustaba pincharse. 


RESULTADOS PARCIALES (2015-2018) 

Después de 3 años de implantación del programa, como puede observarse en las figuras 1-4, se ha conseguido una reducción del gasto del 40% en antipsicóticos y del 13,5% en antidepresivos; en cuanto a la evolución de las DDD, se han reducido en un 23% para los antisicóticos y en un 12,5% para los antidepresivos. 

La menor reducción en antidepresivos así como la tendencia al alza en 2015 podría explicarse por la introducción de nuevos antidepresivos (desvenlafaxina y vortioxetina) así como por el hecho de que estos fármacos son prescritos habitualmente también por otros facultativos no psiquiatras (médicos de atención primaria, geriatras, neurólogos, internistas, anestesistas en las unidades del dolor…). 

En términos globales, se ha conseguido en 3 años un ahorro acumulado de más de 150.000 Euros. 

Esto contrasta con los indicadores globales de gasto y DDD en el conjunto del Área de Zamora, que se han mantenido estables en el mismo periodo.



Figura 1:





Figura 2:





Figura 3:




Figura 4:







5. BARRERAS AL PROCESO DE-PRESCRIPCIÓN 


Me he encontrado con diversas barreras, resistencias y dificultades durante este proceso de de-prescripción: 


  • A nivel personal me supone una dificultad importante manejar la incertidumbre y asumir los riesgos de las decisiones, más aún cuando la literatura sobre el tema es escasa y esta línea de trabajo se aleja o incluso entra en confrontación con los procedimientos digamos estandarizados o al uso. Intentar hacer las cosas de una forma diferente te puede poner en el punto de mira del resto de profesionales y crear desconfianza, recelo o incluso generar un franco rechazo. Bajo una mirada sesgada, solo serán evidentes los casos que “han ido mal”, esto es, que han sufrido una recaída y han tenido que ingresar. Es más, puedo ser visto como responsable de cualquier ingreso que tenga una persona de mi zona, independientemente de que haya o no participado en el programa de discontinuación, o incluso ser acusado de mala praxis por no adecuarme a las guías y protocolos generalmente aceptados.
  • Por otro lado, el paciente y la familia se pueden enfrentar también al miedo y a la incertidumbre, lo que puede ser en sí mismo un factor estresante o desestabilizador. La mayoría de las personas en tratamiento crónico han interiorizado la noción reduccionista más extendida de que sus problemas se deben a una enfermedad mental, de origen biológico, y que el tratamiento farmacológico es imprescindible y en general para siempre. Romper este molde conceptual puede ser liberador y esperanzador, pero también puede generar mucha angustia. 

La conclusión preliminar más evidente y objetiva de este trabajo es que sí se puede disminuir el gasto en psicofármacos y la exposición crónica a los mismos, y que esto, en mi experiencia, no ha supuesto un grave perjuicio para los participantes. De hecho ninguna persona ha tenido que ingresar en relación a la disminución de dosis o cambio de tratamiento. 

Como valoración más subjetiva, puedo afirmar que en general el proceso ha sido bien tolerado y ha tenido buena aceptación; además, pienso que los pacientes han valorado positivamente el ser informados y el poder participar en la toma de decisiones sobre su medicación. 




6. Y ALGUNAS CUESTIONES MÁS… 


Quisiera dejar en el aire algunas cuestiones a modo de discusión final: 

¿Para qué sirve todo esto? ¿Puede ser realmente beneficioso para el paciente? ¿Puede tener una repercusión económica en la eficiencia global del sistema? 

Parece que sí hay evidencias de que el uso de mínimas dosis y el mínimo tiempo necesario puede ser más beneficioso para el paciente en términos de recuperación y funcionalidad, pero esto se ha estudiado sobre todo en personas con primeros episodios. No está claro si una estrategia de minimización de dosis sería también útil para pacientes en tratamiento durante muchos años, como puede ser el caso de los pacientes de este estudio. Me consta que ya hay iniciativas importantes en curso en otros países (programa RADAR del NHS en el Reino Unido) así que habrá que esperar a los resultados. 

¿Son reversibles los potenciales daños producidos por un tratamiento crónico? ¿Habría un límite a partir del cual el daño sería ya irreversible? ¿Hasta cuándo valdría la pena intentar una estrategia de minimización de daños? 

Por otro lado, si aceptamos que en teoría nunca es tarde para intentarlo, ¿cómo medir los beneficios para el paciente? ¿En términos de reducción de síntomas, de mejora de la funcionalidad, de calidad de vida, de satisfacción, de recuperación de la vida familiar y social, de acceso al trabajo, de menor discapacidad? 

En cuanto al impacto económico, que en teoría puede ser muy importante, aunque una reducción del gasto en farmacia sea en principio deseable, en un sistema sanitario público como el español, al menos en el nivel de gestión de un servicio de psiquiatría o de un hospital, no es posible la reasignación de recursos, por ejemplo hacia más personal, formación, investigación o nuevos programas asistenciales. Lo más probable es que el dinero ahorrado en farmacia acabe amortiguando el exceso de gasto en farmacia en otras áreas o servicios. 


Por último, me parece incongruente que el sistema apruebe y financie unos tratamientos muy costosos, de dudosa eficacia a largo plazo, y con evidencias crecientes de su impacto negativo en la salud general de la población, mientras escasean los recursos comunitarios y sociales y además, por otro lado, presione a los profesionales para contención del gasto y el “uso racional del medicamento”. 

La mayoría de las personas con discapacidad por enfermedad mental disponen de muy pocos recursos económicos para llevar a cabo una vida digna (en Toro muchos disponen apenas de unos pocos euros al día para café y tabaco), pero al menos en España “tienen la suerte” de que se les pauta, con frecuencia sin información ni consentimiento, la medicación de última generación, generalmente la más cara. Es decir, sí hay el dinero que haga falta para fármacos pero no para otras prestaciones básicas psicosociales, comunitarias y económicas. 

Quizás habría que preguntarles a los pacientes que necesidades tienen y qué querrían hacer si pudieran disponer de los 500 euros mensuales como mínimo que cuesta su medicación. 




BIBLIOGRAFÍA 



  • Uso de antipsicóticos en la psicosis. Alcance, limitaciones y alternativas. Una revisión bibliográfica. José A. Inchauspe Aróstegui y Miguel A. Valverde Eizaguirre. Cuadernos técnicos 18 AEN.
  • Guía para utilizar los neurolépticos a dosis mínimas: por qué y cómo. Volkmar Aderhol, MD; Peter Statsny, MD. En Blog de Post-psiquiatría.
  • Neurolépticos: banalidad en su prescripción. Javier Romero Cuesta. En web de AMSM. 
  • Modelos explicativos de la acción de los psicofármacos: Implicaciones en la práctica de Salud Mental. Muñiz Jimenez, Alvaro; de la Mata Ruiz, Iván. En Blog de Post-psiquiatría.
  • Recovery in remitted first-episode psychosisi at 7 years of follow-up of an early dose reduction/discontinuation or maintenance treatment strategy. Long term follow-up of 2 year randomized clinical trial. Lex Wunderick MD. JAMA psyquiuatry 2013; 70(9):913-920.
  • Further evidence of the adverse effects of antidepressants, and why these have taken so long to be confirmed. En Blog de Joanna Moncrieff. 2016.
  • Long-term antipsychotics: making sense of evidence. En Blog de Joanna Moncrieff. 2013.
  • Antipsychotic maintenance treatment: time to rethink? Joanna Moncrieff. PLoS Med 12(8).
  • New research into antipsychotic discontinuation and reduction: the RADAR programme. En Blog de Joanna Moncrieff marzo 2016.
  • Antipsychotics: is it time to introduce patient choice? Anthony P. Morrison et al. BJP 2012, 201;83-84.
  • Does long-term treatment of schizophrenia with antipsychotic medication facilitate recovery? Martin Harrow and Thomas H.Jobe Schizophrenia Bulletin vol 39 nº 5pp. 962-965, 2013.
  • Harrow+Wunderink+Diálogo Abierto=una exigencia basada en evidencias de un Nuevo modelo de atención. Robert Whitaker. En Mad in América hispanohablante Julio 2017.
  • Antipsicóticos: mala ciencia, pseudo-innovación, prescripción desbordada y iatrogenia. Juan Ramón Laporte. Butlletí Grog Vol 29 nº 3y 4 julio-diciembre 2016.
  • Procure evitar los neurolépticos fuera de la psiquiatría. Sobre todo los nuevos. Juan Ramon Laporte. Buttletí Grog vol 30 nº1 enero-marzo 2017.
  • El ensayo STAR*D: una ficción sobre otra. Ed Pigott. En Mad In América Hispanohablante. Junio 2017.
  • Un modelo de de-prescripción prudente. Joaquín Hortal Carmona; Iván Guilar Cruz; Francisco Parrilla Ruiz. En Medicina Clínica 2015; 144(8):362-369.
  • Iatrogenia y prevención cuaternaria en Salud Mental. Alberto Ortiz Lobo y Vicente Ibáñez Rojo. En Rev Esp Salud Pública 2011; 85:511-523. La indicación de no tratamiento. Aspectos psicoterapéuticos. Alberto Ruiz Lobo. Laura Murcia García. En Trastornos mentales comunes: manual de orientación. AEN estudios 41. 


LIBROS: 



  • Lehman P. Coming off psychiatric drugs. Berlin:Peter Lehmann publishing;2013.
  • Harm reduction guide to coming off psychiatric drugs. The Icarus proyect and Freedom center.
  • Whitaker R. Anatomy of an epidemic. Magic bullets, psychiatric drugs and the astonishing rise of mental illness in America. New York:Broadway books ;2009.
  • Bregging P. Psychiatric drug withdrawal. New York:Springer Publishing Company; 2013.
  • Moncrieff J. The bitterest Pill. The troubling story of antipsychotics. London: Palgrave Macmillan; 2013.
  • Moncrieff J. The myth of the chemical cure. A critique of psychiatric drug treatment. London:Palgrave macmillan; 2009.
  • Healy D. Pharmageddon.Berkeley:University California Press; 2012.
  • Davies J. Cracked. Why psychiatry is doing more harm than good. London:Icon books;2013.
  • Gotzsche P. Deadly psychiatry and organised denial. Kobenhavn: People’s press;2015.
  • Ortiz A. Hacia una psiquiatría crítica. Madrid: Editorial Grupo 5; 2013.
  • Maestro A, González E, Rendueles G, Fernández A, De la Mata I. Salud Mental y capitalismo. Madrid: Cisma Editorial; 2017.
  • Ortiz A, Huertas R. Críticas y alternativas en psiquiatría. Madrid:Catarata;2018.
  • Fernandez Liria A. Locura de la psiquiatría. Apuntes para una crítica de la psiquiatría y la salud mental. Bilbao: Ed.Desclee de Brouwer;2018.
  • Vispe A, Valdecasas J. Postpsiquiatría. Textos para prácticas y teorías postpsiquiátricas. Madrid: Editorial Grupo 5;2018.
  • Bracken P, Thomas P. Postpsychiatry. Mental health in a postmodern world. Oxford: Oxford University Press; 2009.
  • White, M. Maps of narrative practice. New York: W.W. Norton & Company; 2007. 







Apuntes para un acercamiento a la psiquiatría como instrumento político (Miguel Hernández et al, Revista Norte de Salud Mental 61)

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Hoy estamos contentos, ya que traemos un trabajo que creemos especialmente reseñable. Un artículo escrito por Miguel Hernández, excelente profesional y amigo (con mínima colaboración por nuestra parte). Este texto fue escrito, por invitación nuestra al autor, para ser publicado en el dossier sobre Postpsiquiatría publicado en la Revista de la AEN nº 132. Finalmente la anterior Dirección de la revista, en contra de nuestro criterio, decidió que no se ajustaba a la línea editorial. Ha sido la Revista Norte de Salud Mental en su número 61 la que ha decidido publicar el trabajo, que consideramos del mayor interés.

Recomendamos vivamente su lectura:



Título: Apuntes para un acercamiento a la psiquiatría como instrumento político.

Autores:Miguel Hernández González, Amaia Vispe Astola, Jose G.-Valdecasas Campelo.

Resumen: En este texto hacemos una revisión no exhaustiva de algunos de los dilemas que presenta la psiquiatría desde el punto de vista político. Se aporta una opinión del autor basada en diferentes fuentes, bibliográficas y de otros ámbitos. Se analizan algunos de los efectos que la psiquiatrización de la vida cotidiana ha producido y la reacción que ha provocado por parte de profesionales críticos y colectivos de afectados. Finalmente se aportan unas breves y modestas propuestas para el futuro.

Palabras clave: psiquiatría crítica, antipsiquiatría, psiquiatría social, postpsiquiatría.




El papel de los médicos como actores políticos queda patente continuamente en los medios de comunicación. Prácticamente todos los días aparecen profesionales de la salud dando consejos y advirtiendo sobre los riesgos de vivir y lo peligroso que es la vida fuera de la seguridad que ofrecen con sus consejos. Desde luego el papel de las tecnologías psi y en especial de la psiquiatría en este escenario está fuera de toda duda. En todos, insistimos en lo de todos, los programas de radio del dial español hay profesionales de la psicología y/o de la psiquiatría para dar una explicación de lo que sucede en el mundo. En este sentido podemos encontrarlos dando explicaciones de por qué ha ocurrido un determinado crimen, qué explica el triunfo de Trump, el valor del futbol como bálsamo social o dando opiniones sobre la salud mental de un juez que deja en libertad a un etarra. Es obvio que una profesión no le otorga a uno la omnisciencia de saber sobre lo divino y lo humano pero así es como se nos presenta. Cada día ponga un psiquiatra en su vida…
Este texto solo pretende aportar unas meras notas mentales volcadas en el papel en blanco (lo de papel es metafórico obviamente) para compartirlas y debatirlas. Nos hubiera encantado contar con sesudos conocimientos, hacer unas citas de clásicos griegos o quizás de Foucault, eso lo encontrarán en otros artículos de esta y otras revistas[1]. Estos apuntes tratan sobre la implicación de las disciplinas psi en la sociedad occidental, sobre las reacciones que, en especial desde finales del siglo XX, ha provocado por parte de sectores de usuarios y afectados por estas disciplinas y también por diversos profesionales críticos. Por supuesto no caeremos en la presuntuosa omnisciencia que criticamos en el párrafo previo. Lo que se aportará en este artículo son opiniones de sus autores, solo tienen ese valor, las opiniones que suscribimos proceden de mil y una discusiones, algunas lecturas, reflexiones personales, y seguramente también de la literatura y el cine.

1. La psiquiatría como regulador de la vida cotidiana
El extenso carácter regulador de la vida por parte de la psiquiatría supera con creces las posibilidades de este artículo, por lo que nos centraremos en la incorporación de algunos aspectos que consideramos cruciales en este comienzo de siglo: la participación en la sumisión social, en la domesticación de los cuerpos y en la psiquiatrización de la vida cotidiana. El modelo biomédico, predominante en la psiquiatría, separa a la gente en normales y enfermos favoreciendo la estigmatización de las personas que se salen de la norma. En el caso de la psiquiatría da base teórica, y rienda suelta, a la utilización de técnicas de coerción. Esto se hace principalmente mediante la consideración de las personas afectadas por problemas de salud mental como incapaces (o discapaces,  o minuscapaces). Hablando en su lugar, decidiendo lo que les conviene más para su vida, etc. Por supuesto, esta supremacía del modelo tecnológico ha sido ampliamente apoyado y fomentado por la industria farmacéutica que es la principal beneficiaria, lo que ha llevado a definir este modelo como modelo biocomercial (1). La industria hace esto a través de  diversos mecanismos (2): En primer lugar la restricción intencionadamente simplificada, del análisis de los procesos humanos que consensuadamente consideramos mentales reduciéndolos a una afectación de un cierto neurotransmisor en una vía determinada. En segundo lugar mediante la presión que se ejerce a la hora de generar nuevas categorías nosológicas, ampliación de los criterios de inclusión en las mismas de otras (disease mongering), la mayoría de las  veces en relación al desarrollo de nuevas moléculas que aportan poco. En tercer lugar al disfrazar de ciencia lo que no es mas que propaganda comercial y no nos referimos sólo a las vistosas literaturas que nos dejan en sus visitas sino también a la profusión de artículos y simposium que se citan en las mismas, amen de charlas-cenas-viajes, etc. En cuarto lugar al describir, performativamente (3), cualquier comportamiento humano como una alteración del cerebro, aboliendo el papel de la volición como reguladora de nuestras conductas. En quinto lugar al premiar las publicaciones que se hacen en revistas cuyas líneas editoriales sostienen el modelo biotecnológico, revistas sostenidas principalmente a través de la financiación de la industria. Finalmente la implicación de la industria en la formación de los futuros profesionales, bien sea mediante visita medica, al estilo clásico o incluso mediante la implicación en la financiación de universidades, con la lógica capacidad para proponer o vetar profesorado en función de sus intereses[2]. Los conceptos: modelo biomédico, biotecnológico, biocomercial, neurobiológico o simplemente médico son, con diferentes matices en su definición, muy similares y para nosotros equivalentes. Porque da igual las sutilezas que intentemos representar con ellos, pertenecen a una misma matriz teórica y conducen unos a otros de forma inexorable. A pesar de esta postura que sostenemos, nos gustaría, quizás saliéndonos del guión, hacer notar lo que consideramos dos falsos debates que existen en torno al modelo médico: en primer lugar, el modelo médico no es el modelo de los médicos, es un modelo basado en la secuencia anamnesis-evaluación-diagnóstico-tratamiento, lo que acompaña a la mayoría de los principios de las diferentes escuelas psicoterapéuticas[3]. En efecto, no podemos reducir este debate al uso de fármacos o técnicas como la llamada terapia electroconvulsiva. Ese no es el problema, de hecho cuando vamos a cualquier médico es lo que nos encontramos y no nos parece extraño. Pero ese malestar físico está producido por unos desórdenes fisiológicos que pueden, muchas veces, determinarse con una exploración y una serie de preguntas bien ordenadas. Las conclusiones a las que se llegan con este método tienen un porcentaje de error que es conocido también y los resultados de los tratamientos son también bastante previsibles. El problema es aplicar este método presuponiendo que un sufrimiento psíquico, o un comportamiento inapropiado,  también tienen una causa fisiológica, sea por la presencia de unos circuitos neurobiológicos alterados, por la presencia de patrones cognitivos aberrantes, por una estructura psíquica perversa, neurótica o psicótica, por apegos inseguros o dobles vínculos. Por tanto, para intervenir tenemos que diagnosticar previamente lo que está pasando para proponer el tratamiento adecuado. En general tenemos muy poca fiabilidad en todas estas teorías, creemos honestamente que en nuestro ámbito (incluyendo la archiprestigiosa neurociencia), haciendo un símil con la historia general de la ciencia, seguimos estando en la era ptolemaica y no en la de Einstein o Hawking, como nos podría parecer. Todo esto condiciona que, ante una determinada demanda, diferentes profesionales den una explicación diferente y ofrezcan opciones terapéuticas diferentes, incluso opuestas, y las personas que consultan se encuentren confundidas y sin saber qué hacer. Actualmente los modelos narrativos y colaborativos abandonan esta tendencia   trabajando más en la línea de “qué es lo que quiere conseguir viniendo a esta consulta”.  Abandonando el papel de decidir qué es lo que va mal y, en todo caso, qué es lo que hay que cambiar en favor de preguntar a quien nos consulta. El segundo debate falso es la supuesta dicotomía entre intervenciones biológicas (características de la psiquiatría) e intervenciones psicológicas o psicoterapéuticas. Si mientras escribimos este artículo ocurre una incidencia eléctrica que nos hace perder lo escrito, nos enfadaremos, entristeceremos y sin duda nos agobiaremos por los plazos de entrega y todo en unos pocos segundos.  Esto conlleva un correlato biológico, es decir, habrá sin ninguna duda, cambios en la configuración biológica de nuestro cerebro, a nivel bioquímico, eléctrico, etc. Una conversación tranquila frente a una puesta de sol con tu gente y un buen jamón nos produce una sensación de relajación y placer que dudamos mucho que tenga que ver con la presencia de neurotransmisores en el jamón, tampoco creemos que haya que saber qué es lo que exactamente cambia en nuestro cerebro o hacer ensayos clínicos para predecir que si un día estamos tensos o estresados nos va a venir muy bien irnos a tomar un jamón con nuestros amigos.  Por supuesto que asistir a un recital, una obra de teatro o una buena película, provocará reacciones por nuestra parte que también son biológicas. Lo que no significa que la causa de las mismas sea ese hecho biológico, como si la cultura no fuera mas que una consecuencia cuando, desde nuestro punto de vista es, sobre todo, una causa (probablemente La Causa). Análogamente una conversación terapéutica genera cambios a nivel biológico en nuestro cerebro. Por tanto cualquier intervención psicológica es necesariamente una intervención biológica, aunque probablemente muy compleja si pretendiéramos describir qué sucedió en lo concreto, muy alejado de las simplificaciones que reducen la complejidad de la condición humana a los efectos de unos pocos neurotransmisores por aquí o por allá.

1.1. La psiquiatrización de la vida cotidiana
Siguiendo a Alberto Ortiz (4) y otras, nos damos cuenta de la especialización del fenómeno de la medicalización de la vida cotidiana en el ámbito de las tecnologías psi donde es si cabe peor, dado que a diferencia de lo que ocurre con el dolor físico, el malestar emocional o psíquico normal es prácticamente indistinguible per se del patológico, únicamente el contexto nos ayuda a determinar cuán patológico es dicho malestar. Los factores de esta psiquiatrización son varios: la industria farmacéutica y las empresas sanitarias, mediante estrategias de flexibilización y ampliación de los criterios de inclusión en una categoría diagnóstica o la creación y difusión de nuevas categorías diagnósticas, todo ello en aras de un mayor beneficio económico; los procesos de individuación que el desarrollo tecnológico y la ideología liberal han permitido y que nos conducen a tener que encontrar nuevas estrategias de afrontamiento de los malestares de siempre y de otros más novedosos, donde la necesidad de terapias, coachings, etc., se hace imprescindible al haberse desmoronado nuestras redes de afectos; la elevada presencia de profesionales psi en los medios de comunicación opinando continuamente de casi cualquier cosa y dando opiniones personales como si fueran ciencia mediante la utilización de un lenguaje técnico. Además la población se familiariza y aprende estas jergas permitiendo también usarlas para describir sus experiencias personales y darles una orientación psi; las administraciones sanitarias mirando para otro lado cuando hay que regular, por ejemplo, una correcta y limitada cartera de servicios en salud mental, mirando para otro lado también a la hora de la formación continuada de los profesionales, en manos de la industria; finalmente los propios profesionales son los que mantienen en movimiento esta rueda al separar lo que es normal de lo que no, al participar en los medios, al formarse a través de la industria de forma acrítica, al abrazar ardorosamente cualquier nuevo diagnóstico, al lanzarse entusiásticamente a prescribir cualquier medicamento que aparezca en el mercado, etc. Por tanto, son el factor más determinante de todos.

1.2. La sumisión social
Estamos en un momento histórico donde la pérdida de bienestar para sectores mayoritarios de la población conlleva un importante sufrimiento. Este sufrimiento viene de la crueldad directa que supone verte en la calle al no poder pagar los inverosímiles precios de una vivienda, sea comprada o sea de alquiler, o de ver como un familiar no puede tener su medicina para tratar su diabetes o no puede ir a rehabilitación tras una cirugía por no existir servicio de transporte o estar sometido a un copago. Pero existe una crueldad mas sutil, la de no encajar dentro de un mundo donde la gente sólo tiene dos alternativas: ser “winner” o ser “loser”. Cada día en los medios de comunicación se presentan como héroes nacionales a cualquier persona que genere un proyecto empresarial, aunque no le dé ni para pipas. En los institutos de enseñanzas medias se empieza a dar clases de “cultura del emprendimiento” con los valores del “hacerse a sí mismo” o el “valor del esfuerzo personal”, como intento de que la gente acepte trabajar durante muchas horas para conseguir un mínimo de dignidad salarial. Esto incluye, por supuesto, una crítica velada sobre los modelos de sociedad que aspiran a garantizar el bienestar básico de sus ciudadanos. Algunos de estos cursos en algunos institutos de enseñanza media de la Comunidad de Madrid están auspiciados y promovidos por la propia embajada de los EEUU[4]. Frente a esto, la figura del trabajador público es denostada, vilipendiada y cuestionada, la imagen de un funcionario gris, un burócrata que nunca resuelve un problema, es la que tenemos en la cabeza como arquetipo, y pretender estabilizarse en un empleo público o privado cada vez se ve mas como una aspiración obsoleta, que conlleva cobardía o falta de inteligencia. Flexibilidad laboral lo llaman. Toda esta violencia se concreta en despidos, desahucios, subempleo, subcontratación y en general en formas de precariedad social. El sufrimiento asociado no es psíquico, aunque sus manifestaciones sí lo sean, es social y político. Ante esta situación la visita a un servicio de salud mental no solo es improcedente sino peligrosa y en realidad una vuelta de tuerca más de la violencia social que describimos porque desplaza el foco de interés desde lo colectivo y social hacia lo personal, lo intimo. ¡La culpa es tuya, tontaina! 

1.3. La economía de domesticación de los cuerpos
Uno de los factores mas curiosos de la participación de la psiquiatría en la política es la intervención en lo que podríamos llamar la domesticación de los cuerpos. Algunos tratamientos y cirugías sólo se ofrecen, en la cartera de servicios del sistema nacional de salud, bajo algunas condiciones. Entre ellas están las cirugías reparadoras, en especial las que tiene que ver con las mamas, pero también las relacionadas con otras partes del cuerpo. También están las llamadas cirugías de reasignación de sexo. Nos referimos a estas cirugías como cirugías de domesticación de los cuerpos porque su necesidad no viene de un tema de salud física, ante una situación que pone en peligro nuestra vida, sino de la necesidad de adaptar un cuerpo que no encaja con la norma. Cuando una persona necesita ser operada de una de estas cirugías está protocolizado que un psiquiatra decida si la persona es candidata a ello o por el contrario queda excluida. Esto genera bastantes consultas para realizar informes sobre la repercusión psicológica que está teniendo el hecho de que las mamas de tal o cual paciente sean demasiado pequeñas (o grandes, o lo que sea). En el caso concreto de la transexualidad nos obliga a realizar un diagnóstico que determine que la identidad de las personas que tenemos delante es verdaderamente trans, situación que ciertamente nunca ocurriría ante una persona cis. Esto no procede de un deseo de proteger a las personas de una posible equivocación o período transitorio de confusión que pudiera dar al traste con unos genitales o unas mamas y posteriormente arrepentirse, esa no es una preocupación del capitalismo, aunque lo disfrace de esta manera. El objetivo es intervenir en la decisión de si lo paga el seguro correspondiente, en nuestro caso la consejería de sanidad correspondiente, o la cirugía corre por cuenta de la persona implicada. Esto genera una perversión notable al tener las personas que interpretar el papel de afectadas-gravemente-por-el-aspecto-de-mi-cuerpo-hasta-el-punto-de-precisar-un-psiquiatra a pesar de que quizás no lo están. Con la situación de la cirugía bariátrica, el tema es diferente,  la situación ha ido cambiando en los últimos años. Actualmente el riesgo quirúrgico de dicha cirugía es mucho mas bajo que hace unos años atrás, los efectos secundarios de las diferentes técnicas aplicadas son conocidos y sabemos como paliarlos por lo que ha pasado de ser una cirugía de último recurso (para personas con obesidades muy importantes con esperanza de vida muy corta si no se corrigiera) o bien una cirugía estética (para personas con una obesidad mucho menor, que no quieren o no pueden afrontar una dieta y que generalmente requería la autorización por nuestra parte informando de que están afectadas-gravemente-por-el-aspecto-de-mi-cuerpo-hasta-el-punto-de-precisar-un-psiquiatra). Ahora puede y debe ser considerada una cirugía terapéutica posible y razonable para tratar síndromes metabólicos moderados a severos con mejora de la salud en general. Por tanto, ¿no debería aplicarse un criterio de cirugía terapéutica al uso, como el que aplicaríamos a un transplante o a una cirugía coronaria, por ejemplo, en el que no se pide ningún informe a ningún psiquiatra?
En las ultimas semanas, terminando ya de componer este texto nos aparece por primera vez una solicitud de informe para valorar la conveniencia o no de implantar un aparato de electroneuromodulación, una suerte de artilugio que se usa para combatir el dolor crónico. Al parecer también es preciso tener una salud mental certificada para poder beneficiarse de esta tecnología.
Un caso especial de esta regulación económica de la disciplina corporal, desde nuestro punto de vista más grave si cabe, es nuestra participación en la toma de decisión sobre determinadas situaciones relacionadas con el embarazo y la gestación como los tratamientos para la infertilidad y las interrupciones voluntarias del embarazo. En el primer caso se nos pide informar sobre que la persona está mentalmente capacitada para procrear y criar su descendencia. Por supuesto que esto solo se nos pregunta cuando se trata de una mujer, nunca varones, que se encuentra diagnosticada de un trastorno mental o simplemente ha informado de que ha visitado una unidad de salud mental. En el caso de la interrupción del embarazo tenemos que determinar que la paciente se encuentra mentalmente enferma o en peligro de estarlo por el embarazo y todo lo que conlleva (y conllevará), como parte de los supuestos en los que se autoriza la IVE según la ley española. Aparte del peligro profesional, e incluso personal, al situarnos en el punto de mira de los grupos mal llamados provida, ambas intervenciones suponen una intromisión paternalista en la vida de las personas y nos convierte, una vez mas, en el brazo ejecutor del hetero-patriarcado.

2. La reacción
A partir de finales de los años 50 comienzan a aparecer una serie de autores que empiezan a criticar las prácticas psiquiátricas imperantes en la época, caracterizadas por la aplicación de forma indiscriminada de pautas de intervención sobre las personas: internamientos forzosos e indiscriminados, experimentación sin piedad de ocurrencias pseudoterapéuticas (choques insulínicos, lobotomías o electrochoques, por ejemplo). Se suele citar como grupo de origen del movimiento a Thomas Szasz, Michel Foucault, Erving Goffman, David Cooper (al que se debe la popularización del término antipsiquiatría), Ronald Laing y Franco Basaglia. Estas personas nunca formaron un grupo, de hecho algunos no se conocieron personalmente y salvo Laing y Cooper todos los demás negaron pertenecer a ningún movimiento antipsiquiátrico. Foucault (5) ni siquiera era psiquiatra y nunca se movilizó en favor de los derechos de los pacientes psiquiátricos, cosa que sí hizo por ejemplo con los presos comunes. Laing (6) y Cooper (7) sí se autodenominaron antipsiquiatras, y emprendieron experiencias de intervención alternativa, bajo la premisa de que lo que llamamos trastorno mental es una reacción sana a una sociedad enferma y, por tanto, lo que había que generar eran entornos donde las personas pudieran vivir la locura en total libertad. Goffman (8) era un sociólogo que se interesó por el efecto que el asilo provocaba en las personas. También fue uno de los principales estudiosos del estigma y del etiquetado, pero tampoco era psiquiatra y no se pronunció mucho sobre aspectos epistemológicos. Su único activismo fue contribuir a fundar la Asociación Americana para la Abolición de los Internamientos Hospitalarios Psiquiátricos Involuntarios. Basaglia (9) fue el único que tuvo una practica psiquiátrica habitual en un contexto de trabajo público. Participó en política y llego a ser diputado favoreciendo la famosa ley que lleva su nombre y que inspiró la mayoría de las reformas posteriores, entre otras la española.
De todos estos autores el más productivo y constante crítico de la psiquiatría es Szasz (10). No solo se desmarcó de la antipsiquiatría sino que cargó con total beligerancia contra Laing y Cooper a los que dedicó todo tipo de acusaciones y lindezas. Szasz consideraba que el estatus de enfermedad mental era epistemológicamente un error al considerar que estos problemas se hallan en el ámbito de lo discursivo y de lo ético. Era principalmente un liberal, en el sentido mas thatcheriano del término, y para él solo era planteable la psiquiatría en términos de asistencia privada, voluntaria y financiada por el propio usuario.
De forma contemporánea a estos sucesos aparecen los primeros movimientos y asociaciones de personas afectadas por la psiquiatría, estos movimientos tienen múltiples orígenes y múltiples motivaciones. Muchos de ellos mantuvieron unas pocas reuniones, quizás elaboraron un manifiesto y luego dejaron progresivamente de existir[5], otros muchos han perdurado, algunos son auspiciados por profesionales comprometidos pero la mayoría funcionan al margen del sistema de salud, algunos tienen detrás asociaciones e incluso organizaciones religiosas que muchas veces sostienen planteamientos muy alejados de los vertidos en estos apuntes, aunque aparentemente parezca que coinciden en algunas conclusiones puntuales. La mayoría tienen un afán muy reivindicativo, de la autonomía de las personas para decidir, contra la involuntariedad, contra el etiquetaje…, otras se constituyen como plataformas de autoayuda y autodefensa. Desde la psiquiatría oficial se mira con recelo y  se les ignora como si no existieran o se considera como parte de la enajenación que les atribuimos o a la falta de conciencia de enfermedad.
Sin embargo, en las últimas dos décadas han aparecido numerosos autores que han planteado incorporar la voz de las personas afectadas en los debates abiertos sobre la salud mental. Este movimiento está nítidamente situado en la postmodernidad por lo que no es extraño que se haya nombrado como postpsiquiatría. No nos extenderemos en este tema dado que ha sido ampliamente tratado en otros lugares como se dijo al principio de este texto. Únicamente considerar que a falta de un manifiesto fundacional que nos pueda servir de referencia, nos atreveremos a formular unas propuestas más concretas en el siguiente apartado.

3. A modo de propuesta:
Más diálogo (abierto o como sea) y menos Prozac (y risperidona, gabapentina…).

1.- Compartimos con Szasz la consideración de la enfermedad mental como una enfermedad metafórica, en el sentido de que no puede ser entendida de la misma manera que entendemos, por ejemplo, una enfermedad orgánica como la diabetes. Pero no podemos compartir su idea de que desde una sanidad publica no se respeta la libertad y la autonomía de las personas. Nos oponemos, sin ambages, a su critica de las intervenciones comunitarias, a las que considera propias de posturas comunistas y dictatoriales. 

2.- Consideramos que los agentes que intervienen en salud mental deben trabajar de forma colegiada, tomando decisiones de forma conjunta con las personas usuarias de nuestros servicios. Consideramos que los diferentes campos profesionales deben sentarse y comunicarse de forma totalmente horizontal, compartiendo sus puntos de vista, sus saberes, de una forma no jerárquica. Consideramos que la presencia de las personas que acuden a los servicios en estos equipos es necesaria y urgente.

3.- Consideramos que las personas afectadas por un problema de salud mental deben poder disponer de servicios que, de forma precoz, les ofrezcan las diferentes opciones de tratamiento y no solo la opción farmacológica. Esto incluye la consideración de medidas como: equipos comunitarios asertivos, viviendas acompañadas, minirresidencias abiertas, centros de rehabilitación psicosocial en la comunidad, talleres de capacitación y empleabilidad, etc., como tratamiento y no como prestación sociosanitaria. Esta diferenciación no es baladí. Cuando una persona tiene un accidente de trafico, por ejemplo, quizás precise un internamiento agudo, unas cirugías, unas curas que conllevarán un tratamiento mas o menos largo, y al final de la etapa aguda y quirúrgica, la persona puede precisar de un periodo de rehabilitación física que puede ser también muy largo. Al final de este proceso, y no antes, cuando el equipo de rehabilitación considera que ya no podrá mejorar más, se emiten los informes correspondientes, se determinan las secuelas y las limitaciones que suponen estas, otorgándole a esta persona las prestaciones sociosanitarias que precise: pensión, ayudas ortopédicas, descuentos en transportes, etc. Cada vez más se tiene claro que una intervención de rehabilitación precoz, incluso durante la fase aguda, reduce mucho el riesgo de secuelas por lo que cada vez se recomiendan intervenciones más tempranas.
Cuando una persona tiene un “accidente” de salud mental también puede precisar una serie de intervenciones agudas, quizás un ingreso, algo de medicación... Sin embargo cuando pasa esta etapa, la persona se encuentra que para acceder a los programas de recuperación, por ejemplo un centro de rehabilitación psicosocial o un taller de terapia ocupacional, tiene que tener una determinación de secuelas y certificado de minusvalía previo. Esto implica que le transmitimos la idea de que sus limitaciones son secuelas y no hay esperanza de recuperación. Además, cuando consideramos un accidente traumatológico, durante la rehabilitación puede accederse a cuantos medios sean necesarios, así una persona puede tener masajes, neuroestimulación, punción seca, ortesis... simultáneamente. En el caso de una atención sociosanitaria, al considerarse prestación y no tratamiento, las personas afectadas tienen que elegir entre, por ejemplo, una estancia en un piso supervisado y asistir a talleres o centro de rehabilitación social[6].

4.- Es preciso continuar explorando alternativas al ingreso hospitalario, sea este de breve, media o larga estancia. Es más, hay que intenta estudiar opciones urgentes y viables, en nuestro marco actual, para que la atención sea domiciliaria, lo que es posible y deseable la mayoría de las veces.

5.- En las escasas situaciones en que se produce un momento de alarma social, riesgo vital o social para la persona o para terceros, debería existir un comité formado por profesionales, usuarios, expertos en bioética y juristas que pudieran decidir un ingreso o cualquier otra medida terapéutica o simplemente de protección, incluso involuntario, decidiendo en el caso concreto, con la inmediatez y la alarma habituales en estos casos y no en la abstracción de la teoría. Pensamos que este comité deberá escuchar a la persona implicada pero también a las personas que demandan la toma de esa decisión. Por supuesto ese comité debería estar accesible en todo momento, incluidas las guardias.

6.- Aunque consideramos criticables las prácticas comerciales de las compañías farmacéuticas y pensamos que la medicación no es la única opción, ni probablemente la principal, no nos consideramos antifármacos. Algunos fármacos en determinadas situaciones pueden ayudar. La edición española de Mad in América ha publicado recientemente un artículo de  Robert Whitaker (11) donde plantea de forma clara a lo que nos referimos.  Bajas dosis, poco tiempo y centrarse en las necesidades de la persona es básicamente lo que plantea el trabajo.

7.- Aunque compartimos la idea antipsiquiátrica de que vivimos una sociedad desquiciante y que puede ser responsable del sufrimiento psicológico de la mayoría de nosotros, no creemos que eso signifique que este sufrimiento sea una forma de rebeldía y que las personas que lo sufren tengan, por ello, la razón, o que no necesiten ayuda. Una cosa es que las personas tengamos derecho a nuestras legítimas rarezas, excentricidades o locuras y otra bien distinta es dejar a su suerte a las personas que sufren las experiencias aterradoras que, con mucha frecuencia, vemos en eso que llamamos psicosis.

4. A modo de conclusión
En este texto hemos realizado criticas a la psiquiatría. Y cuando nos referimos a esta  psiquiatría, nos referimos a la especialidad que consiste en descubrir unos síntomas en las personas, síntomas que configuran una enfermedad a la que reconocer y que conlleva un tratamiento principalmente farmacológico con un apoyo, a veces, por parte de psicología y otros profesionales “complementarios”. En esa visión, la persona enferma carece de papel mas allá de tomarse las pastillas y seguir todos los consejos y, sobre todo, asumir que se tiene una enfermedad. La familia solo sirve para ser fuente de información ocasional sobre lo que sucede (más síntomas) y para ser depositaria de las criticas y las culpas. En esa visión el hospital está en el centro, el psiquiatra está en la cúspide y toma todas las decisiones: ¿puedo apuntarme a un curso?, ¿puedo conducir?, ¿puedo irme a un hotel un fin de semana con mi novix?…. Desde ese punto de vista, el contexto solo sirve para culparlo cuando las cosas no van como hemos prometido. Para ellos, el problema está en el cerebro, como la diabetes está en el páncreas, por cierto una comparación frecuente.  Es una especialidad médica más, dicen.
Por tanto, no nos referimos a otra psiquiatría (o más adecuadamente: intervención en salud mental) que considera las cosas de formas que validan a las personas, que no considera síntomas ni enfermedades sino experiencias amplias y complejas, que intenta comprender el contexto donde se producen los malestares y participa en su cambio, porque lo que consideramos trastorno o malestar mental lo es en un contexto concreto y no en todos (a diferencia de lo que ocurre con la diabetes). No nos referimos a los que consideran que a pesar del sufrimiento y las posibles limitaciones que este les ocasiona, también hay capacidades y éxitos que las avalan. Tampoco nos referimos a los y las que salen de la cúspide de la pirámide para compartir la mesa de trabajo de igual a igual con el resto de profesionales, cada cual asumiendo sus responsabilidades y tomando las decisiones de forma colectiva, saliendo también del hospital y acudiendo a la comunidad, incluso al domicilio. Tampoco estamos refiriéndonos a las personas que intentan justificar su práctica en la ciencia, en la independiente, en la que esperamos alguna vez que sea de acceso libre, gratuito e inclusivo (es decir, que publique toda la ciencia que se produce y no solo la que se refiere al paradigma dominante). Por supuesto que no nos referimos a todas esas personas que intentan formarse al margen de la industria, que no tienen ninguna relación con la misma y que planifican su trabajo, y su ocio, al margen de ella, aquellas que defienden (defendemos) la atención pública y gratuita.



Bibliografía

1)    G.-Valdecasas J, Vispe A. Mercaderes en el Templo: hegemonía del paradigma bio-comercial en Psiquiatría. Rev Asoc Esp Neuropsiq2011; 110: 321-341.
2)  Mata Ruiz I, Ortiz Lobo A. Industria farmacéutica y psiquiatría. Rev Asoc Esp Neuropsiq 2003; 86: 49-71.
3)    Hernández González M. Primeros episodios psicóticos. Las trampas del lenguaje o de cómo confundir hipótesis con hechos. Ponencia perteneciente al Simposio XXV Congreso Nacional de la AEN: Psicosis agudas vs. Primeros episodios psicóticos o del riesgo de cronificar desde el diagnóstico. Disponible (2016) en: http://madinamerica-hispanohablante.org/primeros-episodios-psicoticos-las-trampas-del-lenguaje-o-de-como-confundir-hipotesis-con-hechos-miguel-hernandez-gonzalez/
4)    Ortiz Lobo A. Hacia una psiquiatría crítica. Madrid: Editorial Grupo 5, 2013.
5)  Foucault M. Historia de la locura en la época clásica. México: Fondo de Cultura Económica, 1976.
6)    Laing RD. El yo dividido. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1993.
7)    Cooper D. Psiquiatría y Antipsiquiatría. Buenos Aires: Paidós, 1978.
8)    Goffman E. Internados. Buenos Aires: Amorrortu, 1994.
9)    Basaglia F. La institución negada: Informe de un hospital psiquiátrico. Barcelona: Seix Barral, 1972.
10) Szasz T. The Myth of Mental Illness. American Psychologist 1960; 15: 113- 118.
11) Whitaker R. Harrow + Wunderink + Diálogo Abierto = Una exigencia basada en evidencias de un nuevo modelo de atención. Disponible (2017) en: http://madinamerica-hispanohablante.org/harrow-wunderink-dialogo-abierto-una-exigencia-basada-en-evidencias-de-un-nuevo-modelo-de-atencion-robert-whitaker





[1]Para una excelente revisión de diferentes dimensiones de salud mental, desde una perspectiva crítica recomendamos especialmente los blogs: postPsiquiatria y Mad in América en español. En el numero 132 (2017) de la Revista de la AEN se ha publicado una interesante compilación de artículos englobados bajo el epígrafe Postpsiquiatría editado por Amaia Vispe y Jose Valdecasas donde se pueden encontrar argumentos y reflexiones muy adecuadas para este fin.
[2]Esto ha pasado ya al Dr. David Healy, un prestigioso psicofarmacólogo, que ha sido vetado en Canadá por una compañía que financia la universidad. Ver: https://www.pharmapolitics.com.The David Healy Affair: drug, money and academic freedom. 
[3]Se ha hablado de lo peculiar que es el que las dos terapias psicológicas de moda (EMDR y Mindfulness) apenas precisan de hablar y se fundamentan en teorías fuertemente fisiológicas y neurobiológicas,
[4]  https://es.usembassy.gov/es/la-embajada-de-estados-unidos-y-la-consejeria-de-educacion-de-castilla-y-leon-refuerzan-sus-lazos-para-fomentar-el-emprendimiento/
[5]Cualquier persona que haya participado en un movimiento social, político, etc. reconocerá que este ciclo es en realidad muy común.
[6]Para ser justos diremos que en Canarias al menos hasta ahora la administración no es muy rigurosa con la aplicación de estos copagos y delimitaciones pero nos requiere a los profesionales la realización de informes que justifiquen la duplicidad de prestaciones.

"La Psiquiatría como dispositivo en Salud Pública: peligros y oportunidades" (Salubrismo o Barbarie)

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Hace ya un tiempo publicamos un capítulo, junto a nuestra admirada Marta Carmona, en el libro Salubrismo o Barbarie, del cual está a punto de salir la segunda edición. Trataba sobre la situación de la psiquiatría actual desde el punto de vista salubrista y hasta ahora no lo habíamos traído a nuestro blog, asignatura pendiente que hoy aprobamos. Dejamos un enlace al capítulo tal como sale en el libro en pdf y, a continuación, el texto completo. Esperamos que les guste.


Marta Carmona Osorio
Jose García-Valdecasas Campelo

Ya desde Foucault (1, 2) quedó clara la relación entre la historia de la locura y la del conjunto de discursos y dispositivos desarrollados para controlarla, es decir, la psiquiatría. Sin embargo, el pensador francés murió en 1984 y nos dejó sin saber qué hubiera pensado acerca de la evolución posterior de los acontecimientos. Desde los años 80 y 90 del siglo XX hasta la actualidad, asistimos a un auge sin precedentes de un constructo llamado salud mental, que ha desplazado al antiguo y menos elegante de psiquiatría. Sin entrar en las diversas definiciones de “salud mental”, sí queda claro que a nivel pragmático es un concepto en íntima relación con otros tales como eficacia, alegría, autorrealización e incluso felicidad. Es decir, en nuestros días, la atención sanitaria en el campo de la salud mental ha visto configurada su función mucho menos en el aspecto clásico de cuidado y control del loco y mucho más en el consuelo del triste y del ansioso, especialmente si está de baja laboral.

La situación de crisis económica y política que atravesamos y que nos atraviesa está poniendo de manifiesto una situación en la psiquiatría actual (como en tantas otras cosas y casos en los que confiábamos más o menos acríticamente) que de hecho ya se venía produciendo desde hacía tiempo: la atención psiquiátrica / psicológica funciona (para lo cual es indiferente que los profesionales sean o no conscientes de ello) como dispositivo de control del malestar, que es desviado así de su origen social hacia aspectos individuales, donde no podrá ser solucionado y provocará daños en forma de iatrogenias y dependencias diversas. Así mismo, este dispositivo se sostiene y fomenta también gracias a la óptica capitalista de obtención de beneficios por encima de toda ética, que aplican las industrias farmacéuticas (como tantas otras) promocionando enfermedades que no son tales, sobrediagnosticando otras y logrando una medicalización global de la población desconocida hasta finales del siglo XX y principios del XXI. Todo ello con la colaboración imprescindible y siempre atenta de las administraciones sanitarias que olvidan su función de control y de los profesionales sanitarios que olvidan su función de cuidado (3, 4).

Existen datos (5) de que las cifras de depresión aumentaron 1.000 veces en 30 años, lo que, incomprensiblemente, se produjo junto con el hecho de considerar a la depresión una enfermedad de naturaleza neuroquímica. Y no sólo la tristeza se convirtió en depresión. La timidez pasó a ser fobia social (6), la distracción y las travesuras pasaron a ser TDAH (7), la psicosis maniaco-depresiva pasó a ser trastorno bipolar, lo cual a su vez ha ido logrando que cualquier alteración emocional (muchas veces provocadas por los mismos antidepresivos de eficacia dudosa (8, 9, 10) que usamos) sea a su vez también trastorno bipolar. Las personas, que suelen ser diferentes unas de otras y casi nunca perfectas, se convirtieron en definitiva en trastornos de personalidad. El DSM-5 ha culminado, hasta ahora, esta carrera absurda determinando que un duelo por un ser querido superior a dos semanas es una enfermedad mental necesitada de tratamiento.

Todo ello conlleva consecuencias a distintos niveles. La más inmediata es que nuestra red pública de salud mental, creada para atender personas con problemas serios de salud mental (lo que llamábamos, intentando emular a los clásicos, esquizofrenias, paranoias, melancolías, locuras circulares y poco más) está completamente saturada atendiendo a personas que sufren por malestares vitales, consustanciales a la vida y que, y esto es lo más triste, no sólo no se benefician realmente de dicha atención sino que caen en iatrogenias farmacológicas a veces terribles (11) y en dependencias psicológicas no menos preocupantes. Por no hablar de que cuando tu sufrimiento aparece porque te quedas en paro, pierdes la casa y no tienes dinero para alimentar a tus hijos, el hecho de que te sientes a esperar que se regule tu serotonina, o elabores tu complejo de Edipo, o corrijas tus cogniciones, o cualquier otra terapia que se nos ocurra a los profesionales, no va a hacer que te sientas mejor. Pero sí evitará que busques las soluciones donde están los problemas.

Sin mucho temor a equivocarnos, podríamos plantear que el dispositivo que conocemos como salud mental es una construcción de naturaleza ideológica que desempeña una función social básica (aparte de las más inmediatas de obtención de beneficios para la industria y prestigio para los profesionales), que no es otra que el adormecimiento. Un nuevo opio del pueblo, pero esta vez bajo receta médica o indicación psicoterapéutica. Imagínense si todos los parados de este pobre país, engañados y estafados muchos de ellos en una burbuja inmobiliaria que no crearon pero pagan (mientras que los que sí la crearon siguen cobrando lo mismo o más que antes), decidieran dejar sus pastillas y sus terapias y marcharan juntos sobre el Congreso o la Moncloa. Pero claro, el doctor dice lo que el gran experto a sueldo de la farmacéutica repite, es decir, que esto va a ser la serotonina desregulada, así que tranquilito en casasin tomar decisiones hasta que uno esté bien. Y a lo mejor, como nos hizo ver Rendueles (12), para llegar a estar bien, habría que empezar a tomar decisiones (o la Bastilla, ya puestos).

La psicoterapia no está exenta de sus propias iatrogenias (13, 14) y forma parte del mismo dispositivo de control social que estamos describiendo. Nuestra cultura occidental, hace ya algunas décadas, cuenta con un meme fundamental que podríamos definir como: “hablar de tus problemas con un profesional psi es bueno / necesario / imprescindible para superarlos”. Como tal meme, se repite a múltiples niveles y se acepta de forma casi acrítica por gran parte de la población. El problema es que nadie ha demostrado que tal aseveración sea cierta. Y aunque no dudamos de que muchas veces la psicoterapia puede ser útil a nivel individual, nos tememos que a nivel social termina por crear una sociedad donde uno olvida su propia capacidad de superar los problemas por sí mismo, o con el apoyo de su familia y amigos, siendo capaz de desarrollar una red social que lo fortalezca en los momentos difíciles y le haga sentirse parte de algo. No como un pobre traumatizado que tiene que ir a consulta cada dos semanas porque no es capaz de superar que su pareja le dejó. Los buenos terapeutas insisten en “devolver la responsabilidad al paciente”. Pero tal vez no deberían empezar por quitársela definiéndole como “paciente” en el acto mismo de iniciar la terapia.

En nuestra opinión y como profesionales de la psiquiatría, deberíamos abandonar esta función en que la sociedad, algunos de nuestros supuestos expertos y muchas veces nosotros mismos también, nos colocamos, porque nos conduce a, y nos perpetúa en, una cultura en la que no sólo todo malestar es interpretado como patológico, sino que toda ausencia de felicidad absoluta es vista como enfermedad. Una psiquiatría así termina por impedir a los seres humanos buscar su felicidad aceptando que nunca la encontrarán por completo, y lleva a creer y caer en falsos remedios y a buscar muletas diversas, condenando a muchas personas a iatrogenias terribles y a cronificaciones sin salida. Esta crítica supone tener que trabajar en una frontera difusa y fácil de cruzar sin darse cuenta, pero de intentar fijarla de forma adecuada depende que nuestra disciplina pueda efectivamente ser un instrumento social de ayuda o, en lugar de ello, una herramienta más del poder que usa a la gente siempre como un medio (para ganar dinero o prestigio, o bien para limitar y controlar sus deseos de libertad y solidaridad) y nunca como un fin en sí misma.

Y, como sabemos desde el imperativo categórico kantiano (15), considerar a toda persona como un fin en sí misma y no únicamente como un medio para algo, es la esencia de la ética que, al fin y al cabo, es de lo que debería ir todo esto.  


Por otra parte llama la atención lo escasamente tematizado que está el concepto "prevención primaria" para la salud mental. Con "escasamente tematizado" no queremos decir que no haya diez mil textos tratando de perfilarlo, que los hay (16), sino que brilla por su ausencia en la cabeza de los profesionales. En ninguno de los paradigmas que tratan de explicar quiénes y cómo son los locos, desde los biologicistas más acérrimos a los psicoanalistas más ortodoxos, se plantea la posibilidad de eliminar las causas de la locura. Para palpar algo análogo a esa prevención primaria hay que remontarse a los intentos de "eliminar el gen rojo" y demás sandeces eugenésicas realizadas en contexto de regímenes totalitarios y que vienen a mostrar, en su forma más exacerbada, la cara más represiva de ese constructo llamado psiquiatría. O bien uno puede buscar en los estantes de las librerías generalistas libros de autoayuda, máximo exponente de la conversión de la felicidad en un producto de consumo, entendiendo "felicidad" como "docilidad del obrero contemporáneo y afección a su rol de consumidor". A su vez perfecto ejemplo de que sigue existiendo una vertiente represora en la salud mental, si bien esta vez se cimenta en poder blando, harto más eficaz que el totalitarismo (citaríamos, pero tienen toda la historia del s. XX para valorar los resultados de dicho ensayo-error).

La dudosa efectividad a nivel poblacional de las distintas psicoterapias aplicadas a nivel individual no justifica el nulo intento de aplicar el conocimiento adquirido tras dos siglos de estudio del subjetivismo a prevenir el sufrimiento humano generado por otros humanos. La enfermedad mental (y en esto hay consenso entre las ramas) siempre surge en la relación con el Otro. ¿Por qué no aplicar aquello que muestran los locos y/o vapuleados en cada consulta para entender y después erradicar la crueldad inherente al sistema?

Cualquier epidemiólogo que se tome su trabajo en serio sabe que el concepto "enfermedades no transmisibles" tal y como se concibe a día de hoy es una burla a toda perspectiva social de la salud (17). Que no solo los microorganismos deben "contagiar", cuando las probabilidades de tener diabetes, cardiopatías, EPOC y-el-resto-de-la-ristra presentan una asociación difícilmente casual al estrato social al que se pertenece. Que eso de non-communicable disease cuando uno vive al lado de una fábrica con vertidos tóxicos y se le pudren los pulmones a continuación es un intento torpe de poner el énfasis en el diagnóstico-tratamiento individual de problemas determinados socialmente que sólo así pueden ser resueltos.  ¿Por qué cuesta tanto extender este concepto a la salud mental y en particular al trastorno mental grave? Si uno, desde su perspectiva social, plantea el binomio "enfermedad mental vs sociedad" pensará rápidamente en el estigma entorno al trastorno mental grave, en la psiquiatriza-psicologización de la vida cotidiana y en la imposición de lo que el DSM 5  entiende como normalidad. Sin embargo sabemos (y no sólo desde la teoría psicoanalítica) la relación entre experiencias traumáticas en la infancia y trastorno mental grave (18). Sabemos que al hablar con una enferma mental es nauseabundamente probable que haya sufrido abusos sexuales en algún momento de su vida. Sabemos, gracias a los sistémicos, que el sufrimiento se propaga a lo largo de las generaciones (19). Que en el proceso de individuación de cada sujeto, para el cual es preciso el medio familiar (o lo que quiera que lo supla) se acusa ese sufrimiento heredado. Que la parentalidad se desarrolla ante cada nuevo hijo soportando la carga de todas las generaciones anteriores; que la infancia de cada hijo se condiciona por la infancia que tuvieron sus padres y cómo fueron criados por sus propios padres... y así eslabón por eslabón, en columnas entrecruzadas que se retraen a la noche de los tiempos, cimentando las culturas y las sociedades (20). Muchas de estas columnas, sanas y vivas van creciendo sólidas. Otras sin embargo, dañadas y vapuleadas se sostienen clavándose contra cada generación nueva, arrastrando sufrimiento. Esas columnas, cuya carga vertical se hace insoportable, acusan como ninguna los golpes laterales que les proporciona lo social. Crezcan allá donde "derecho" sólo significa "estribor" o crezcan donde "felicidad" es el nombre de la rueda de hámster neoliberal trabaja-para-consumir, hay columnas que aguantas sólidas y otras que se quiebran. Entender cuáles y cómo pasa por entender cómo esa violencia se convierte en agente de transmisión. Pero eso, y por desgracia sólo contamos con conjeturas para sustentarlo, implicaría saber cómo detenerla. Parece difícil que un sistema que se sostiene sobre la imposición y el expolio de unos pocos sobre los demás, vaya a tener interés en que se conozcan los engranajes de una de sus patas.

Pero, se dirá el lector, teorías acerca de la violencia hay chopocientasmil. De hecho los medios de comunicación mayoritarios suelen dar pábulo a las más endebles/hilarantes (la culpa es de los videojuegos, desde que no  apedreamos a (todos) los homosexuales la gente ha perdido sus valores, etc), y además uno puede encontrar teorización seria a mansalva acerca del mal y su naturaleza. Esa, querido lector, es la principal característica del poder blando. No prohíbe, sólo inunda e inutiliza. Que haya miles de teorías pero ninguna se busque/ensaye/aplique en la atención clínica a una de las consecuencias más accesibles y extremas de la violencia como es el cuidado a los vapuleados extremos por esa violencia (los locos), es el ejemplo perfecto de cómo funciona el poder blando.

Para entender las aplicaciones de este planteamiento, salga un segundo del ejemplo del móvil-hecho-de-coltán-sangriento (no porque no sea válido sino porque muchos otro factores complejizan el abordaje) y piense, por ejemplo, en el patriarcado. Concretamente en esa parte del patriarcado que precisa de la imposición violenta. Aunque sea un término originario de los 70, ha hecho falta llegar prácticamente a la segunda década del s.XXI para que se popularice el concepto "Rape culture" o cultura de la violación (21). Para que se empiece a plantear fuera de los ámbitos académico-militantes (levemente fuera) que el concepto social/manejo de las violaciones, incluso desde la perspectiva del cuidado a la víctima, sea el principal propagador de ese método de imposición de poder. Nos consta que muchas mujeres con trastorno mental grave (y muchos hombres a los que ha tocado el rol sometido, lo que a efectos prácticos viene a ser igual) han sufrido abusos sexuales o violencia sexual en algún momento de su vida (22, 23). Se postula que las experiencias traumáticas, muchas de ellas de esta índole, condicionen muchos de estos trastornos mentales graves. Sin embargo la sola idea de que el abordaje clínico del trastorno mental grave de efectúe entendiéndolo como una herramienta para luchar contra la Rape culture y el luchar a nivel poblacional contra la Rape culture como una forma de abordaje clínico la enfermedad mental, despertará carcajadas en la inmensa mayoría de los profesionales de la salud mental, y no sólo del sector biologicista.

Quizá no sea tan ridículo. En una psiquiatría hecha para algo distinto a atar al agitado, sedar al incómodo y recauchutar al temporalmente incapaz de producir; en la que no se buscaran criterios diagnósticos para justificar la introducción de tratamiento farmacológico (escúchese la máquina registradora facturando) sino el comprender al ser dañado que pide ayuda para seguir en el mundo que le expulsa, se harían otras cosas. Martín Garzo coge una escena de La novia de Frankenstein para ilustrar la buena atención a la salud mental (24). En esa escena el monstruo llega a la casa de un anacoreta ciego que, al no ver su aspecto, le acoge con respeto y le da de comer, de beber y de fumar. El monstruo, atónito, encuentra en ese lugar la paz y la dignidad que nunca se le ha permitido. Entender la atención clínica de la locura como la garantía de un espacio de paz y dignidad para la gente extraña, para la gente vapuleada, para la gente con el pensamiento roto sobre un vacío lovecraftiano, en vez de entenderla como la vorágine de diagnóstico-ingreso-pastillas actual proporcionaría otra manera de abordar/entender/combatir el sufrimiento.

Y en ese espacio de paz y dignidad donde se escuche sin ver al monstruo, donde se entienda qué violencia le ha llevado a empellones hasta allí, en esa visión en crudo de las fallas del sistema en que vivimos, ahí quizá no sea tan absurdo combatir la violencia y el sometimiento social en vez de las particularidades de la gente extraña. Quizá esa sea la prevención primaria en la salud mental, y por eso quizá todavía resulte inconcebible.


Bibliografía:

1. Foucault, Michel. Historia de la locura en la época clásica, tomos I y II. Editorial Fondo de Cultura Económica de España, 2006.
2. Foucault, Michel. El poder psiquiátrico. Ediciones Akal, 2005.
3. Goldacre, Ben. Mala Farma. Paidós Ibérica, 2013.
4. Gøtzsche, Peter. Medicamentos que matan y crimen organizado.Los libros del lince, 2014.
5. González Pardo, Héctor y Pérez Álvarez, Marino. La invención de trastornos mentales. Alianza Editorial, 2007.
6. Lane, Christopher. La timidez. Zimerman Ediciones, 2011.
7. García de Vinuesa, Fernando; González Pardo, Héctor: Pérez Álvarez, Marino. Volviendo a la normalidad. La invención del TDAH y del trastorno bipolar infantil. Alianza Editorial, 2014.
8. Kirsch I, Deacon BJ, Huedo-Medina TB, Scoboria A, Moore TJ, et al. (2008) Initial Severity and Antidepressant Benefits: A Meta-Analysis of Data Submitted to the Food and Drug Administration. PLoS Med 5(2):e45. doi:10.1371/journal.pmed.0050045.
9. Barbui C, Cipriani A, Patel V, Ayuso-Mateos J, Van Ommeren M. Efficacy of antidepressants and benzodiazepines in minor depression: systematic review and meta-analysis. British Journal of Psychiatry (2011) 198:11-16 doi:10.1192/bjp.bp.109.076448.
10. Fournier JC, DeRubeis RJ, Hollon SD, Dimidjian S, Amsterdam JD, et al. Antidepressant Drug Effects and Depression Severity: A Patient-Level Meta-analysis. JAMA 2010; 303(1):47-53. doi:10.1001/jama.2009.1943.
11. Moncrieff, Joana. Hablando claro: una introducción a los fármacos psiquiátricos. Herder Editorial, 2013.
12. Rendueles, Guillermo. La psiquiatría como mano invisible del desorden neoliberal, en AA. VV., Neoliberalismo vs. Democracia. La Piqueta. Madrid, 1998.
13. Rose S, Bisson J, Wessely S. Psychological debriefing for preventing post traumatic stress disorder (PTSD). The Cochrane Database of Systematic Reviews 2002, Issue 2. Art. No.: CD000560. doi: 10.1002/14651858.CD000560.
14. Lilienfeld, SO. Psychological Treatments That Cause Harm. Perspectives on Psychological Science, March 2007, 2(1), 53-70. doi: 10.1111/j.1745-6916.2007.00029.
15. Kant, Immanuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Editorial Tecnos, 2006.
16. Organización Mundial de la Salud. Prevención de los Trastornos Mentales. Intervenciones efectivas y opciones políticas. 2004. Disponible en tal_health/evidence/Prevention_of_mental_disorders_spanish_version.pdf  [consultado noviembre 2014].
17. Glass, Thomas A., and Matthew J. McAtee. “Behavioral science at the crossroads in public health: Extending horizons, envisioning the future.”Social Science and Medicine 62.7 (2006) : 1650-1671. Print.
18. Spataro, Josie et al. “Impact of child sexual abuse on mental health: Prospective study in males and females.” The British Journal of Psychiatry 184 (2004) : 416-421.
19. Minuchin, Salvador. Familias y terapia familiar. Gedisa, 1979.
20. Espasa, Francisco Palacio. “Parent – infant psychotherapy, the transition to parenthood and parental narcissism: Implications for treatment.” Journal of Child Psychotherapy2004 : 155-171. Print.
21. E. Suarez, T. M. Gadalla. Journal of interpersonal violence 25.2010-2035 (2010).
22. González Cases, J. et al. Prevalence and Characteristics of Intimate Partner Violence Against Women with Severe Mental Illness: A Prevalence Study in Spain. Community Mental Health Journal 1-7 (2014).
23. Gonzalez Aguado, F et al. Violencia familiar y de pareja hacia las mujeres con trastorno mental grave. Norte de salud mental, 2013, vol. XI, nº 45: 23-32. Disponible en http://www.revistanorte.es/index.php/revista/article/view/19/18 [consultado noviembre 2014]
24. Martín Garzo, Gustavo. El anacoreta y el psicótico. El País. 2011. Disponible en          http://elpais.com/diario/2011/02/20/opinion/1298156411_850215.html [consultado noviembre 2014].




Diez artículos sobre fármacos antidepresivos: eficacia muy cuestionable y riesgo de dependencia

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Hoy traemos una entrada en la que incluimos varios artículos científicos recientemente publicados sobre antidepresivos, que vienen a incidir nuevamente en la ya bastante conocida cuestión de su falta de eficacia frente a placebo. Millones de personas en el mundo toman psicofármacos de este tipo sin que los estudios serios e independientes terminen de encontrar una clara ventaja que compense los riesgos de efectos adversos y la cada vez más comentada cuestión de la dependencia, con las graves dificultades que en ocasiones aparecen a la hora de dejar de tomar estos fármacos.

Hace tiempo que estamos convencidos de que la historia de la Medicina que habrán de estudiar las generaciones futuras (siempre que el calentamiento global que no dejamos de provocar permita la existencia de un futuro de algún tipo para nuestra especie) incluirá los antidepresivos junto a, por ejemplo, las sangrías, en el apartado de tratamientos ineficaces que se usaron con profusión por muchos médicos durante muchos años. Suponemos que la excusa de los médicos que hacían sangrías, ante el tribunal de la Historia, podría ser que carecían de bibliografía científica que comparara esa terapia con placebo y revelara que no servía para nada. Nos preguntamos cuál será nuestra excusa.

Aunque ya no debería ser necesario, no dejaremos de mencionar que "ausencia de eficacia frente a placebo" no significa que el paciente no mejore (ya sabemos que la mayoría de los médicos que prescriben estos fármacos aprecian evolución positiva en sus pacientes), sino que dicha mejoría no es diferenciable de la que se experimenta con la administración de una sustancia inerte o placebo.

Y sin más, ni tampoco menos, vamos al lío. 

La negrita es nuestra.




En primer lugar, un artículo que recoge un metanálisis sobre eficacia de nuevos antidepresivos:


Hengartner, Michael P., Janus C. Jakobsen, Anders Sorensen, and Martin Plöderl. 2019. “Efficacy of New-generation Antidepressants Assessed with the Montgomery-asberg Depression Rating Scale, the Gold Standard Clinician Rating Scale: A Meta-analysis of Randomised Placebo-controlled Trials.” OSF Preprints. November 12. doi:10.31219/osf.io/3tuzy.


Traducimos su abstract:

Antecedentes: Se ha afirmado que las estimaciones de eficacia basadas en la Escala de Depresión de Hamilton (HDRS) subestiman los verdaderos efectos del tratamiento de los antidepresivos debido a las pobres propiedades psicométricas del instrumento. El objetivo de este estudio es comparar las estimaciones de eficacia basadas en el HDRS con el procedimiento estándar de oro, la Escala de Clasificación de Depresión de Montgomery-Asberg (MADRS). 

Métodos y hallazgos: Realizamos un metanálisis basado en el conjunto de datos exhaustivo de ensayos con antidepresivos en pacientes agudos proporcionados por Cipriani et al. Se incluyeron todos los ensayos controlados con placebo que informaron resultados continuos basados ​​en la versión de 17 ítems de HDRS o el MADRS. Se calcularon las estimaciones estandarizadas del tamaño del efecto de la diferencia de medias y las diferencias de puntaje bruto del fármaco-placebo para evaluar los umbrales para las mejoras mínimas clasificadas por el médico (importancia clínica). Seleccionamos 109 ensayos (n = 32.399) que evaluaron el HDRS-17 y 28 ensayos (n = 11.705) que evaluaron el MADRS. La estimación resumida (tamaño del efecto) para el HDRS-17 fue de 0.27 (0.23 a 0.30) en comparación con 0.30 (0.22 a 0.38) para el MADRS. La diferencia entre HDRS-17 y MADRS no fue estadísticamente significativa según el análisis de subgrupos (p = 0,47) y la meta-regresión (p = 0,44). La diferencia de puntaje bruto del fármaco-placebo fue de 2.07 (1.76 a 2.37) puntos en el HDRS-17 (umbral para una mejora mínima: 7 puntos) y 2.99 (2.24-3.74) puntos en el MADRS (umbral para una mejora mínima: 8 puntos). 

Conclusiones: en general no hubo diferencia entre el HDRS-17 y el MADRS. Estos hallazgos sugieren que los metanálisis anteriores que se basaron principalmente en el HDRS no subestimaron el verdadero efecto del tratamiento de los medicamentos según lo evaluado con MADRS, la escala de calificación de resultado preferida. Además, las diferencias entre el fármaco y el placebo en los puntajes brutos sugieren que los efectos del tratamiento son de hecho marginalmente pequeños y de importancia cuestionable para el paciente promedio.


Y las conclusiones completas del artículo:

Las estimaciones del tamaño del efecto informadas en los metanálisis recientes de antidepresivos que se basaron principalmente en el altamente criticado HDRS-17 no parecen subestimar los efectos del tratamiento farmacológico. Cuando las estimaciones de eficacia se basan en el MADRS, la escala de calificación preferida para la depresión que es particularmente sensible al cambio en los síntomas centrales de la depresión, las estimaciones del tamaño del efecto no difieren significativamente. Además, descubrimos que la diferencia promedio de placebo en los puntajes brutos tanto para el HDRS-17 como para el MADRS no alcanza los límites para una mejora mínimamente importante. Las afirmaciones destacadas de que el HDRS ha subestimado significativamente la verdadera eficacia de los antidepresivos no se basan en pruebas convincentes. Una explicación más plausible sería que la eficacia de los antidepresivos es de hecho pobre y de importancia cuestionable para el paciente promedio.


Pueden encontrar el artículo aquí:




El segundo trabajo es un metanálisis sobre antidepresivos de segunda generación en pacientes de edad avanzada:


Mallery, L., MacLeod, T., Allen, M. et al. Systematic review and meta-analysis of second-generation antidepressants for the treatment of older adults with depression: questionable benefit and considerations for frailty. BMC Geriatr 19, 306 (2019) doi:10.1186/s12877-019-1327-4


Su abstract traducido:

A los adultos mayores frágiles les son comúnmente recetados antidepresivos. Sin embargo, hay poca evidencia para determinar la eficacia y seguridad de los antidepresivos para tratar la depresión con la fragilidad concomitante debida a la edad. Para comprender mejor este problema, examinamos la eficacia y seguridad de los antidepresivos de segunda generación para el tratamiento de adultos mayores con depresión y luego consideramos las implicaciones para la fragilidad.

Métodos
Debido a la ausencia de estudios terapéuticos de adultos mayores frágiles con depresión, realizamos una revisión sistemática y un metanálisis de ensayos controlados aleatorios doble ciego que compararon antidepresivos versus placebo para adultos con depresión, de 65 años de edad o mayores. Se realizaron búsquedas en PubMed / MEDLINE, Cochrane Library, listas de referencias de metanálisis / estudios, búsquedas manuales de listas de publicaciones y artículos relacionados en PubMed. Los resultados incluyeron tasas de respuesta, remisión y eventos adversos. Después de evaluar los datos, aplicamos un marco basado en la fragilidad para considerar cómo la evidencia podría aplicarse a la fragilidad.

Resultados
Se incluyeron nueve ensayos en el metanálisis (n = 2704). Los sujetos tenían depresión moderada a severa. Para los adultos mayores con depresión, no hubo diferencias estadísticamente significativas en la respuesta o remisión a los antidepresivos de segunda generación en comparación con el placebo. La respuesta ocurrió en el 45,3% de los sujetos que recibieron un antidepresivo en comparación con el 40,5% que recibió placebo (RR 1,15, IC 95%: 0,96 - 1,37, p = 0,12, I2 = 71%). La remisión ocurrió en 33,1% con antidepresivos versus 31,3% con placebo (RR 1,10, IC 95%: 0,92 - 1,31, p = 0,30, I2 = 56%) (Figura 2 y 3). Hubo más retiradas debido a eventos adversos con antidepresivos, 13% versus 5,8% (RR 2,30, IC 95%: 1,45–3,63; p <0.001; I2 = 61%; NNH 14, IC 95%: 10–28).

Implicaciones para la fragilidad
Los sujetos en el metanálisis no tenían características obvias de fragilidad. Usando preguntas marco para considerar las implicaciones de la fragilidad, planteamos la hipótesis de que, como los adultos mayores, las personas frágiles con depresión pueden no responder a los antidepresivos. Además, los estudios observacionales sugieren que aquellos que son frágiles pueden ser menos receptivos a los antidepresivos en comparación con los no frágiles. Dada la vulnerabilidad de la fragilidad, los eventos adversos pueden ser más onerosos.

Conclusiones
Los antidepresivos de segunda generación tienen un beneficio incierto para los adultos mayores con depresión y causan más eventos adversos en comparación con el placebo. Hasta que más investigaciones aclaren el beneficio, se justifica la consideración cuidadosa de la prescripción de antidepresivos con fragilidad.


Las conclusiones del artículo completas:

Recomendaciones

Teniendo en cuenta la posibilidad de que un paciente frágil pueda tener una respuesta limitada a los antidepresivos y esté en mayor riesgo de eventos adversos, recomendamos lo siguiente:

Use los antidepresivos con prudencia, con conocimiento de la evidencia limitada de eficacia en adultos ≥ 65 años y, por asociación, adultos mayores con fragilidad.

Considere atentamente el potencial de efectos adversos con fragilidad.

Reflexione sobre las circunstancias del paciente y evalúe cuidadosamente si los cambios en el estado de ánimo podrían ser situacionales y / o estar relacionados con la fragilidad; haga un esfuerzo concertado para proporcionar el tipo de apoyo que pueda beneficiar a los adultos mayores frágiles, como el hogar y los apoyos situacionales.

Tenga en cuenta que, debido a las poblaciones variadas y la respuesta heterogénea, los antidepresivos pueden ser beneficiosos para algunos adultos mayores que son frágiles.

Si se prueban los antidepresivos, se debe garantizar una dosis y un tiempo de tratamiento adecuados antes de juzgar la eficacia. Por otro lado, continuar con los antidepresivos cuando no son efectivos contribuye a la polifarmacia. Por lo tanto, cuando se inicia el tratamiento, evalúe atentamente la respuesta al tratamiento con el objetivo de suspender los medicamentos cuando no se observa ningún beneficio. Al tomar decisiones de tratamiento, considere la alta respuesta al placebo.

Reevaluar rutinariamente si los antidepresivos deben continuarse cuando se usan por períodos prolongados de tiempo.

Reconsidere las pautas que recomiendan la detección de depresión en poblaciones frágiles (como en hogares de ancianos), ya que este enfoque probablemente contribuye al sobrediagnóstico de depresión y polifarmacia.

Para concluir, muchos autores conjeturan que "la depresión en la vejez sigue siendo infradiagnosticada y tratada de manera inadecuada". En contraste, con base en la evidencia revisada y su aplicabilidad hipotética a la fragilidad, nos preocupa que los adultos mayores frágiles puedan ser tratados en exceso con antidepresivos de segunda generación con poco o ningún beneficio.

Nuestros hallazgos contribuyen al discurso creciente del beneficio clínico incierto de los antidepresivos y el alto riesgo de sesgo en los ensayos con antidepresivos. Algunos expertos pueden no estar de acuerdo con nuestra interpretación de la evidencia. Pueden centrarse más en el potencial de beneficio y resaltar la relativa seguridad de los antidepresivos. En contraste, ante la incertidumbre, sostenemos que "menos es más" en el manejo de los ancianos frágiles.


A continuación, el enlace al artículo:





El tercer trabajo se titula: ¿Deberían los antidepresivos ser usados para el trastorno depresivo mayor?


Jakobsen JC, Gluud C, Kirsch I. Should antidepressants be used for major depressive disorder? BMJ Evidence-Based Medicine. Published Online First: 25 September 2019. doi: 10.1136/bmjebm-2019-111238


La traducción del abstract:

Antecedentes 
La OMS estima que el trastorno depresivo mayor afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo, lo que convierte a la depresión en la principal causa de discapacidad en todo el mundo. Los antidepresivos se usan comúnmente para tratar la depresión. 

Objetivo 
El estudio tuvo como objetivo proporcionar una actualización sobre la evidencia sobre los efectos de los antidepresivos en comparación con el placebo. ¿Deberían usarse los antidepresivos para adultos con trastorno depresivo mayor? 

Selección de estudios 
Se realizaron búsquedas en la Biblioteca Cochrane, BMJ Best Practice y PubMed hasta junio de 2019 con los términos de búsqueda 'depresión' y 'antidepresivos' dirigidos a revisiones publicadas en inglés desde 1990. 

Hallazgos 
Varias revisiones han evaluado los efectos de los antidepresivos en comparación con placebo para la depresión . En general, todas las revisiones anteriores muestran que los antidepresivos parecen tener efectos estadísticamente significativos sobre los síntomas depresivos, pero el tamaño del efecto tiene una importancia cuestionable para la mayoría de los pacientes. Los antidepresivos parecen tener efectos beneficiosos mínimos sobre los síntomas depresivos y aumentan el riesgo de eventos adversos graves y no graves

Conclusiones 
Los beneficios de los antidepresivos parecen ser mínimos y posiblemente sin importancia para el paciente promedio con trastorno depresivo mayor. Los antidepresivos no deben usarse para adultos con trastorno depresivo mayor antes de que haya evidencia válida que demuestre que los posibles efectos beneficiosos superen a los efectos nocivos.


Aquí, el enlace al artículo:




El cuarto artículo es un reanálisis de la base de datos de la FDA sobre antidepresivos de nueva generación y riesgo de suicidio.


Psychother Psychosom 2019;88:247–248. Newer-Generation Antidepressants and Suicide Risk in Randomized Controlled Trials: A Re-Analysis of the FDA Database. Michael P. Hengartnera; Martin Plöderlb.


Se trata de una carta el editor, sin abstract. Traducimos el párrafo final a modo de conclusión:

En este nuevo análisis de los resúmenes de seguridad de la FDA, encontramos evidencia de que la tasa de (intento) de suicidio fue aproximadamente 2.5 veces mayor en los brazos antidepresivos en comparación con el placebo. Nuestros hallazgos entran en conflicto con el trabajo de Khan et al, que basaron sus estimaciones de efecto en PEY (patient exposure years: años de exposición del paciente) en lugar del número de pacientes. Cuando los riesgos no son constantes a lo largo del tiempo, PEY es inapropiado y puede ocultar un verdadero efecto adverso del fármaco, ya que el (intento) de suicidio ocurre principalmente poco después del inicio del tratamiento y no durante las fases de continuación o mantenimiento. Por lo tanto, el riesgo de eventos adversos debe calcularse en función del número de pacientes expuestos a tratamientos en lugar de PEY, y este es también el enfoque aplicado por la FDA. Por lo tanto, cuando se basa en el número de pacientes asignados al azar en lugar de PEY, los datos presentados en este documento sugieren que los antidepresivos aumentan significativamente el riesgo de suicidio en adultos con depresión mayor. Se requiere más investigación para establecer si el aumento del riesgo de suicidio observado en ECA se generaliza a la práctica en el mundo real, y reconocemos que los intentos de suicidio constituyen solo un aspecto de una evaluación exhaustiva de riesgo-beneficio.


El artículo lo pueden encontrar aquí:




El quinto artículo de nuestra recopilación trata sobre la retirada de antidepresivos y sus efectos.


Hengartner MP, Davies J, Read J (2019). Antidepressant withdrawal – the tide is finally turning. Epidemiology and Psychiatric Sciences 1–3. https://doi.org/ 10.1017/S2045796019000465


Aquí, el abstract traducido:

Las reacciones de abstinencia al dejar los antidepresivos se han descuidado o minimizado durante mucho tiempo. Pasaron casi dos décadas después de que los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) ingresaron al mercado para que se publicara la primera revisión sistemática. Más revisiones han seguido, demostrando que la opinión dominante y de larga data de que la abstinencia es principalmente leve, afecta solo a una pequeña minoría y se resuelve espontáneamente en 1 a 2 semanas, era extraña con la escasa pero creciente base de evidencia. Lo que revela la literatura científica está de acuerdo con los miles de testimonios de usuarios de servicios disponibles en línea en grandes foros. Sugiere que las reacciones de abstinencia son bastante comunes, que pueden durar desde unas pocas semanas hasta varios meses o incluso más, y que a menudo son graves. Estos hallazgos ahora son cada vez más reconocidos por los organismos y sociedades profesionales oficiales.


El artículo está en el siguiente enlace:




El sexto trabajo estudia si el tratamiento antidepresivo previo puede predecir un mayor riesgo de recaída durante el tratamiento de mantenimiento.


Amsterdam JDKim TT. Antidepressant Treatment Trials May Predict a Greater Risk of Depressive Relapse During Antidepressant Maintenance TherapyJ Clin Psychopharmacol. 2019 Jul/Aug;39(4):344-350. doi: 10.1097/JCP.0000000000001049.


La traducción del abstract:

Antecedentes
Examinamos la influencia de los ensayos previos de tratamiento antidepresivo sobre la probabilidad de recaída depresiva y el tiempo hasta la recaída depresiva, durante la terapia de mantenimiento del trastorno bipolar II en sujetos sensibles al tratamiento que se habían recuperado de un episodio depresivo mayor.

Métodos
Los datos se derivaron de un ensayo prospectivo, aleatorizado, doble ciego de 148 sujetos adultos con episodio depresivo mayor bipolar II a los que inicialmente se les administró monoterapia abierta con fluoxetina durante 12 semanas. Los remitentes con un puntaje final de la Escala de Calificación de Hamilton para la depresión de 8 o menos se asignaron al azar a la terapia de continuación con fluoxetina (n = 28), litio (n = 26) o placebo (n = 27) durante 50 semanas adicionales.

Resultados
Un aumento en el número de ensayos previos de tratamiento antidepresivo se asoció significativamente con una mayor probabilidad de recaída depresiva para todas las condiciones de tratamiento en conjunto [odds ratio (OR) = 1,42, z = 2,49, P = 0,01] y para las 2 condiciones de tratamiento activo juntos (OR = 1,51, z = 2,28, P = 0,02). Un aumento en el número de ensayos antidepresivos previos también se asoció con un acortamiento del nivel de tendencia en el tiempo de recaída para todas las condiciones de tratamiento en conjunto (cociente de riesgos = 1,15; intervalo de confianza, 0,99-1,35; P = 0,07) y un tiempo significativamente más corto tiempo de recaída para los sujetos en las 2 condiciones de tratamiento activo (razón de riesgo = 1,30; intervalo de confianza, 1,05-1,62; P = 0,02).

Conclusiones
Estos hallazgos respaldan la evidencia previa de una influencia negativa del número de ensayos previos de tratamiento antidepresivo sobre la probabilidad de respuesta y sugieren que el número de ensayos antidepresivos anteriores también puede estar asociado con una mayor probabilidad de recaída depresiva y un tiempo más corto para la recaída. durante la terapia de mantenimiento antidepresivo en sujetos deprimidos recuperados con trastorno bipolar II.


El trabajo está disponible aquí:




El séptimo artículo afirma ya desde el título que las diferencias estadísticamente significativas entre antidepresivos y placebo en escalas subjetivas de síntomas no prueban que los antidepresivos funcionen.


Hengartner MP and Plöderl M (2018). Statistically Significant Antidepressant-Placebo Differences on Subjective Symptom-Rating Scales Do Not Prove That the Drugs Work: Effect Size and Method Bias Matter! Front. Psychiatry 9:517. doi: 10.3389/fpsyt.2018.005177


Se trata de un artículo de opinión del que traducimos el párrafo inicial y el final, que lo resumen bien:

Tras la publicación de un metaanálisis reciente por Cipriani et al, varios líderes de opinión e informes de noticias afirmaron que la efectividad de los antidepresivos ha sido definitivamente probada. Por ejemplo, el Dr. Pariante, portavoz del Royal College of Psychiatrists, declaró que este estudio "finalmente pone fin a la controversia sobre los antidepresivos, mostrando claramente que estos medicamentos funcionan para levantar el ánimo y ayudar a la mayoría de las personas con depresión" (https://www.theguardian.com/science/2018/feb/21/the-drugs-do-work-antidepressants-are-efective-study-shows). Seguramente adoptaríamos tratamientos farmacológicos que ayuden efectivamente a la mayoría de las personas con depresión, pero según el trabajo que ha impugnado la validez de los ensayos antidepresivos en su mayoría patrocinados por la industria, nos mantenemos escépticos sobre los beneficios clínicos de los antidepresivos. El metaanálisis más reciente concluye que los antidepresivos son más efectivos que el placebo, pero también reconoce que el riesgo de sesgo fue sustancial y que el tamaño del efecto medio de d = 0,3 fue modesto. Desafortunadamente, no se aclara qué significa este tamaño del efecto y si se puede esperar que sea clínicamente significativo en la práctica habitual del mundo real. Por lo tanto, en este artículo de opinión reflexionamos sobre cómo el tamaño del efecto informado de d = 0,3 se relaciona con la importancia clínica y cómo el sesgo del método socava su validez, para que el público, los médicos y los pacientes puedan juzgar por sí mismos si los antidepresivos funcionan claramente en la mayoría de las personas con depresión


Conclusiones
Al contrario de la interpretación predominante, sostenemos que los antidepresivos no funcionan en la mayoría de los pacientes, dado que solo 1 de cada 9 personas se benefician, mientras que las 8 restantes corren un riesgo innecesario de efectos adversos de los medicamentos. Para ser claros, los antidepresivos pueden tener fuertes efectos mentales y físicos en algunos pacientes que pueden considerarse útiles durante algún tiempo, pero no hay evidencia de que los medicamentos puedan curar la depresión. El insomnio, la fatiga, la pérdida de apetito, la agitación psicomotora y los actos suicidas son síntomas de depresión reconocidos, pero los antidepresivos de nueva generación pueden causar precisamente estos síntomas. Esto no es lo que esperaríamos de los medicamentos que tratan eficazmente la depresión. Además, la evidencia emergente de estudios farmacoepidemiológicos a largo plazo bien controlados sugiere que los antidepresivos pueden aumentar este riesgo de afecciones médicas graves, que incluyen demencia, accidente cerebrovascular, obesidad y mortalidad por todas las causas. Los antidepresivos pueden tener beneficios clínicamente significativos a corto plazo en una pequeña minoría de pacientes, pero la evidencia metaanalítica más reciente no indica que funcionen en la mayoría de los pacientes. Por lo tanto, se necesita una reevaluación cuidadosa de los riesgos y los beneficios antes de que la controversia sobre la utilidad de los antidepresivos pueda desaparecer.


Aquí el artículo completo:




El octavo artículo de esta entrada tiene por título: "Los antidepresivos no son antidepresivos: un enfoque alternativo a la acción farmacológica y las implicaciones para el uso de antidepresivos"


Moncrieff, Joanna. (2018). Against the stream: Antidepressants are not antidepressants – an alternative approach to drug action and implications for the use of antidepressants. BJPsych Bulletin. 42. 42-44. 10.1192/bjb.2017.11. 


La traducción del abstract a continuación:

Aunque los antidepresivos se consideran tratamientos efectivos y específicos, apenas son superiores al placebo en ensayos aleatorios, y es poco probable que las diferencias sean clínicamente relevantes. La comprensión convencional de la acción farmacológica centrada en la enfermedad considera que los antidepresivos tienen como objetivo un proceso cerebral subyacente, pero una visión alternativa "centrada en los fármacos" sugiere que son sustancias psicoactivas que modifican los estados mentales y el comportamiento normales. Estas alteraciones, como el adormecimiento de las emociones, pueden reducir los sentimientos de depresión y también crear efectos placebo amplificados en ensayos aleatorios. Se debe informar a los pacientes que no hay evidencia de que los antidepresivos funcionen al corregir un desequilibrio químico, que los antidepresivos tienen efectos que alteran la mente, y que la evidencia sugiere que no producen un beneficio notable en comparación con el placebo.


Y las conclusiones del trabajo:

Se ha hecho creer al público que la depresión es causada por un desequilibrio químico que los antidepresivos ayudan a rectificar; sin embargo, no hay evidencia actual de que algún tipo de medicamento se dirija específicamente a una anormalidad biológica subyacente, y no se ha demostrado si existe un estado cerebral subyacente o estados específicos de la experiencia de depresión. Los efectos amplificados del placebo y las sutiles alteraciones emocionales producidas por los antidepresivos pueden explicar las pequeñas diferencias entre los antidepresivos y el placebo que se encuentran en algunos ensayos controlados aleatorios, pero es poco probable que estas pequeñas diferencias se traduzcan en un efecto clínicamente significativo. Los médicos deben compartir esta evidencia con los pacientes que están considerando tomar un antidepresivo. Los médicos también deben ayudar a las personas a considerar los pros y los contras del uso de un medicamento que altera la mente, como un antidepresivo, en relación con la situación particular de cada individuo. Esto debería incluir la discusión de formas alternativas de lograr los resultados deseados, utilizando estrategias que no conlleven los riesgos inherentes del tratamiento farmacológico. Aunque no se puede descartar el descubrimiento de un agente antidepresivo específico en el futuro, es posible que no comprendamos la naturaleza de la depresión, y que considerarla como un trastorno discreto y universal pueda haber generado falsas esperanzas sobre la posibilidad de una generalmente aplicable ' cura 'o tratamiento. La visión alternativa de la depresión como parte del espectro de respuestas humanas significativas al mundo sugiere que las drogas solo opacarán la experiencia. Al final, la situación que provocó la emoción negativa debe abordarse. La depresión es una señal de que se necesita un cambio en algún aspecto de la vida.


Y a continuación, el artículo completo:




El noveno trabajo que recogemos es una revisión sistemática de la incidencia,  gravedad y duración de los efectos de la abstinencia de antidepresivos.


Davies J, Read, J. A systematic review into the incidence, severity and duration of antidepressant withdrawal effects: Are guidelines evidence-based? Addictive Behaviors, Volume 97, October 2019, Pages 111-121.


El abstract traducido a continuación:


Introducción
Las actuales directrices de depresión de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, del Instituto Nacional para la Salud y la Atención del Reino Unido y la Asociación Estadounidense de Psiquiatría establecen que las reacciones de abstinencia de los antidepresivos son "autolimitadas" (es decir, generalmente se resuelven entre 1 y 2 semanas). Esta revisión sistemática evalúa esa afirmación.

Métodos
Se realizó una revisión sistemática de la literatura para determinar la incidencia, la gravedad y la duración de las reacciones de abstinencia de antidepresivos. Identificamos 24 estudios relevantes, con diversas metodologías y tamaños de muestra.

Resultados
Las tasas de incidencia de retiradas de 14 estudios variaron del 27% al 86% con un promedio ponderado del 56%. Cuatro grandes estudios de gravedad produjeron un promedio ponderado del 46% de aquellos que experimentaron efectos de abstinencia de antidepresivos que respaldan la calificación de gravedad más extrema que se ofrece. Siete de los diez estudios muy diversos que proporcionan datos sobre la duración contradicen las pautas de abstinencia del Reino Unido y los EEUU en el sentido de que encontraron que una proporción significativa de personas que experimentan abstinencia lo hacen durante más de dos semanas, y que no es raro que las personas experimenten abstinencia por varios meses. Los resultados de los únicos cuatro estudios que calcularon la duración media fueron, para poblaciones bastante heterogéneas, 5 días, 10 días, 43 días y 79 semanas.

Conclusiones
Recomendamos que las pautas del Reino Unido y los EEUU sobre la abstinencia de antidepresivos se actualicen urgentemente, ya que están claramente en desacuerdo con la evidencia sobre la incidencia, la gravedad y la duración de la abstinencia de antidepresivos, y probablemente conduzcan a un diagnóstico erróneo generalizado de la abstinencia, el consiguiente alargamiento del uso de antidepresivos, prescripción de antidepresivos innecesaria y tasas más altas de prescripción de antidepresivos en general. También recomendamos que los prescriptores informen completamente a los pacientes sobre la posibilidad de efectos de abstinencia.


Y la traducción completa de las conclusiones aquí:

La investigación disponible indica que las reacciones de abstinencia de antidepresivos están muy extendidas, con tasas de incidencia que oscilan entre el 27% y el 86% (promedio ponderado del 56%), y casi la mitad (46%) de los que experimentan abstinencia describen estas reacciones como graves. La investigación disponible también indica que las guías clínicas actuales en el Reino Unido y los EEUU necesitan urgentemente una corrección, con el fin de estar basadas en la evidencia, ya que los efectos de la abstinencia no son en su mayoría 'leves' ni 'autolimitados' (es decir, generalmente se resuelven sobre 1– 2 semanas), sino que se experimentan regularmente mucho más allá de lo que reconocen las directrices actuales.

Por lo tanto, recomendamos que ambos conjuntos de pautas se actualicen urgentemente para reflejar la base de evidencia sobre la abstinencia de antidepresivos.

Como recomendación secundaria, sugerimos que se consideren revisiones independientes de los procesos mediante los cuales los dos organismos involucrados construyen orientación clínica sobre las intervenciones de salud mental (por ejemplo, cómo se seleccionan los miembros del panel, con qué criterios y cómo se garantiza la calidad de las revisiones de la literatura). ) También sugerimos que los miembros del panel sean independientes de la industria farmacéutica, y que los paneles incluyan expertos por experiencia (es decir, usuarios de antidepresivos) y profesionales de la salud mental no médicos.

Como la duración prolongada del uso de antidepresivos ha impulsado el aumento de las recetas de antidepresivos durante el mismo período de tiempo, debemos comprender los factores que impulsan ese uso prolongado. La evidencia presentada sugiere que el uso prolongado puede estar en parte arraigado en la subestimación de la incidencia, la gravedad y la duración de las reacciones de abstinencia de antidepresivos, lo que lleva a diagnosticar erróneamente muchas reacciones de abstinencia, por ejemplo, como recaída (con el restablecimiento de los medicamentos como consecuencia) o como falta de respuesta al tratamiento (ya sea con nuevos medicamentos que se prueban y / o aumento de las dosis). Este problema es apremiante ya que el uso de antidepresivos a largo plazo se asocia con un aumento de los efectos secundarios graves, un mayor riesgo de aumento de peso, el deterioro de la autonomía y la resistencia de los pacientes (aumento de su dependencia de la ayuda médica), empeoramiento de los resultados para algunos pacientes, tasas de mayor recaída, aumento de la mortalidad y el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas, como la demencia.

Es muy preocupante que los medicamentos antidepresivos recetados estén causando efectos de abstinencia que a menudo son duraderos y severos, y que esto no está siendo reconocido por las guías clínicas actuales y, por extensión, por los prescriptores. Es motivo de preocupación adicional que un reconocimiento tan deficiente de la abstinencia de antidepresivos podría estar aumentando la duración del uso de antidepresivos y, por lo tanto, las tasas generales de prescripción de antidepresivos.


El artículo pueden consultarlo aquí:




El décimo trabajo presentado hace una revisión sistemática y metanálisis sobre inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina versus placebo en pacientes con trastorno depresivo mayor.


Jakobsen JC, Katakam KK, Schou A et al. Selective serotonin reuptake inhibitors versus placebo in patients with major depressive disorder. A systematic review with meta-analysis and Trial Sequential Analysis. BMC Psychiatry 17, 58 (2017) doi:10.1186/s12888-016-1173-2


La traducción del abstract:

Antecedentes
La evidencia sobre los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) para el trastorno depresivo mayor no está clara. 

Métodos
Nuestro objetivo fue realizar una revisión sistemática que evaluara los efectos de los ISRS versus placebo, placebo "activo" o ninguna intervención en participantes adultos con trastorno depresivo mayor. Se realizaron búsquedas de ensayos clínicos aleatorios elegibles en CENTRAL, PubMed, EMBASE, PsycLIT, PsycINFO, Science Citation Index Expanded, registros de ensayos clínicos de Europa y EEUU, sitios web de compañías farmacéuticas, la Administración de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos (FDA), de The Cochrane Library y Agencia Europea de Medicamentos hasta enero de 2016. Todos los datos fueron extraídos por al menos dos investigadores independientes. Utilizamos la metodología de revisión sistemática Cochrane, el análisis secuencial de prueba y el cálculo del factor de Bayes. Se siguió un procedimiento de ocho pasos para evaluar si se cruzaron los umbrales de significación estadística y clínica. Los resultados primarios fueron la reducción de los síntomas depresivos, la remisión y los eventos adversos. Los resultados secundarios fueron suicidios, intentos de suicidio, ideación suicida y calidad de vida.

Resultados
Se incluyeron un total de 131 ensayos aleatorizados controlados con placebo que reclutaron a un total de 27.422 participantes. Ninguno de los ensayos utilizó placebo "activo" o ninguna intervención como intervención de control. Todos los ensayos tuvieron un alto riesgo de sesgo. Los ISRS redujeron significativamente la Escala de Calificación de Depresión de Hamilton (HDRS) al final del tratamiento (diferencia de medias -1,94 puntos HDRS; IC del 95%: -2,50 a -1,37; P <0,00001; 49 ensayos; IC ajustado por análisis secuencial del ensayo -2,70 a -1,18 ); Factor de Bayes por debajo del umbral predefinido (2.01 * 10−23). La estimación del efecto, sin embargo, estaba por debajo de nuestro umbral predefinido para la importancia clínica de 3 puntos HDRS. Los ISRS disminuyeron significativamente el riesgo de no remisión (RR 0,88; IC del 95%: 0,84 a 0,91; P <0,00001; 34 ensayos; el análisis secuencial del ensayo ajustó el IC de 0,83 a 0,92); El factor de Bayes (1426,81) no confirmó el efecto). Los ISRS aumentaron significativamente los riesgos de eventos adversos graves (OR 1,37; IC del 95%: 1,08 a 1,75; P = 0,009; 44 ensayos; IC ajustado por análisis secuencial del ensayo de 1,03 a 1,89). Esto corresponde a 31/1000 participantes de ISRS experimentarán un evento adverso grave en comparación con 22/1000 participantes de control. Los ISRS también aumentaron significativamente el número de eventos adversos no graves. Casi no hubo datos sobre el comportamiento suicida, la calidad de vida y los efectos a largo plazo. 

Conclusiones
Los ISRS podrían tener efectos estadísticamente significativos sobre los síntomas depresivos, pero todos los ensayos tenían un alto riesgo de sesgo y la importancia clínica parece cuestionable. Los ISRS aumentan significativamente el riesgo de eventos adversos graves y no graves. Los posibles efectos beneficiosos pequeños parecen ser superados por los efectos nocivos.


Y el trabajo original pueden encontrarlo aquí:

"(Neo)capitalismo y sufrimiento psíquico" (Manuel Desviat)

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Hoy incluimos un artículo de nuestro admirado Manuel Desviat, editor de la colección Salud Mental Colectiva, de la extinta editorial Grupo 5, en la que publicamos nuestro libro Postpsiquiatría. Desviat no debería necesitar presentación. Psiquiatra autor de múltiples libros y artículos (a título de ejemplo, su reciente Cohabitar la diferencia, de imprescindible lectura), y siempre posicionado a favor de una psiquiatría pública, integrada en la comunidad, consciente de sus limitaciones y enfocada a una visión emancipatoria de los seres humanos como miembros de una sociedad común. O así lo hemos entendido nosotros.

El trabajo que hoy traemos fue publicado recientemente en la revista Viento Sur y creemos que es un excelente resumen de la relación (que de vez en cuando hemos intentado denunciar también nosotros) entre el sistema político y económico capitalista neoliberal que nos ha sido impuesto y el inmenso sufrimiento psíquico que padece nuestra sociedad, causado directamente por dicho sistema capitalista. Del que, por otra parte, podríamos liberarnos si fuéramos conscientes de esa posibilidad, en nuestra opinión.

Sin más, el artículo de Manuel Desviat (que pueden leer en la revista Viento Sur directamente en este enlace, si lo prefieren). 





(Neo)capitalismo y sufrimiento psíquico


14/12/2019 | Manuel Desviat


Confundimos libertad con “libre mercado”. Así desconocíamos nuestra implacable condena como mercancías.

Francisco Pereña (Pereña, 2014)


Como anunciaba Joaquín Estefanía en Estos años bárbaros (2015) la salida de la Gran Recesión ha convertido en estructural lo que durante la gestión de la crisis financiera se vendía como secuelas transitorias: el incremento de la desigualdad, la precariedad laboral, la desregulación de los mercados, la privatización de los bienes públicos, arrasando con los antaño derechos constitucionales en educación, sanidad, pensiones, prestaciones sociales. El neoliberalismo completa la revolución conservadora iniciada con Reagan y Thatcher en los años ochenta del pasado siglo con la conquista del Estado en beneficio de unos pocos. Para el fundamentalismo neoliberal, una vez dueños del mundo tras la caída del muro de Berlín, las leyes sociales surgidas tras la crisis de 1929 y la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, son un obstáculo, un residuo a suprimir, como lo son las políticas sociales de algunos Estados latinoamericanos (Brasil, Ecuador, Bolivia, Venezuela…) iniciadas a contracorriente.

Se juega con el mito de la mejor eficacia de los mercados y el necesario adelgazamiento de las cuentas públicas, cuando la toma de los gobiernos nacionales por el capital financiero, por ese 1% de la población mundial, no supone el adelgazamiento del gasto público, supone la venta de hospitales, pensiones y universidades del erario a los fondos buitres internacionales. Supone la acumulación ilimitada del capital, como previó Marx, más la también ilimitada invasión de la vida toda. La lógica del mercado configura subjetividades, cosifica las relaciones humanas, convirtiendo todo en consumo, competencia y, en definitiva, mercancía. Estrategia totalizadora, que pretende ir más allá del control de la economía, buscando imponer una cultura y un pensamiento único a nivel mundial. Un pensamiento que borre en el imaginario colectivo los grandes relatos que configuraron el sujeto de ayer, la ilustración, el freudismo, el marxismo. Se trata de forjar un sujeto neoliberal cuya ideología esté procurada por la publicidad y su el deseo copado por el consumo.

Los dueños de los medios seducen a la población con el ideal privatizador, convirtiendo la precarización del trabajo en un aliciente emprendedor, individualismo competitivo del que depende la persona y la sitúa siempre en continuo riesgo. Empresario de uno mismo, se pierde el vínculo social. El nosotros se convierte en un pronombre peligroso, cuando no se reduce a unas pocas personas o a la comunión de los estadios de fútbol. La vida se vuelve una competición en la que ya están definidos los ganadores, los detentadores del poder patrimonial y meritocrático y también los perdedores, los nadie, los desechos poco meritorios, los excluidos, el sobrante social del sistema productivo. Los determinantes sociales lo atestiguan. Por poner unos ejemplos: la renta media de los estudiantes de la Universidad de Harvard corresponde a la renta media del 2% de los estadounidenses más ricos. En Francia las instituciones educativas más elitistas reclutan a sus miembros en grupos sociales apenas más amplios (Piketty, 2015). O las desigualdades en la esperanza de vida, entre una clase social y otra; en un barrio u otro de la misma ciudad en cualquier parte del mundo. En Barcelona, la esperanza de vida en barrios como Torre Baró, en NouBarris, es 11 años menor que en Pedralbes. En el barrio de Calton, un barrio pobre de la ciudad de Glasgow, la población tiene una esperanza de vida de 54 años, una de las más bajas del mundo; a pocos kilómetros, en la rica zona de Lenzie, la esperanza de vida es de 82 años, una de las más altas de Europa (Maestro, 2017). Según un estudio reciente (The Lancet Planetary Health, Usama Bilal y Ana Diez Roux), dependiendo de la zona de Santiago de Chile la diferencia de esperanza de vida es de 18 años. El Chile que ahora explota en las calles y que ha sido vendido como modelo de desarrollo por el neocapitalismo durante las últimas décadas.

Las consecuencias en el sufrimiento psíquico son el incremento de los problemas mentales y sobre todo un estrés generalizado que se traduce en malestar, en infantil desesperanza, frustrado un deseo que nunca fue construido, que nunca tuvo el forjado necesario para perdurar. Enfermedades del vacío o quiebra de la identidad en la ausencia de un útero social.

En este presente, ante estas circunstancias, los interrogantes se vuelven hacia la asistencia social y el sistema sanitario, recolectores de la miseria social, donde la pregunta de entrada, parafraseando al sociólogo Jesús Ibáñez, estaría en si es posible en un sistema capitalista hacer una política de gobierno no capitalista (Ibáñez, 199, p. 223). Llevada a la asistencia sanitaria y social, la pregunta es ¿si es posible una sanidad universal y equitativa, una salud colectiva en el contexto neoliberal? Su viabilidades la apuesta (retórica) de la socialdemocracia una vez que aceptó como el menos malo de los sistemas el capitalista. En su discurso: la vuelta a un Estado de Bienestar actualizado por la gestión privada. Pero la cuestión es ¿cuál es el precio de esta actualización, que por lo que sabemos hoy desvirtúa completamente los principios comunitarios y salubristas en los procesos llevados a cabo en Europa? (Desviat, 2016).

En cualquier caso, en esta contradicción se encuentra la ambigüedad y la insuficiencia de los Servicios Nacionales de Salud, de las propias leyes que los crearon en tiempos del Estado del Bienestar, dejando siempre la puerta abierta a la privatización de los servicios. En realidad, aún en los años de mayor protección social, la sanidad pública estuvo siempre condicionada a una financiación que privilegiaba a las grandes empresas farmacéuticas, tecnológicas y constructoras. Los gobiernos conservadores, pero también los socialdemócratas, mantuvieron la sanidad pública en sus programas, lo que además les permitía disminuir costes y acercar los recursos a la población atendida con un claro beneficio político electoral, mas al tiempo protegieron las infraestructuras de poder de la medicina conservadora y empresarial. La reforma sanitaria, y de la salud mental comunitaria, en sus logros de mayor cobertura y universalidad, se desarrolló siempre a contracorriente del poder económico, fueran ministros conservadores o socialistas.

De hecho, las ayudas económicas del Banco Mundial se acompañaron de la exigencia a los países de la reducción de la participación del sector público en la gestión de actividades comerciales y la disminución de los servicios sociales, convirtiendo en objetivo prioritario la privatización de la sanidad y las pensiones, al estilo de EEUU. Algo que queda claro en el informe de 1989 del Banco Mundial sobre financiación de los servicios sanitarios, donde se plantea introducir las fuerzas del mercado y trasladar a los usuarios los gastos en el uso de las prestaciones (Akin, 1987). Y en la pronta asunción de esta política por los Estados, empezando por el Reino Unido, que fue durante tiempo referencia por su aseguramiento público universal, como puede verse en documentos recientemente desclasificados del Gabinete de Margaret Thatcher, donde en un informe del Banco Mundial se dice textualmente que se deberá poner fin a la provisión de atención sanitaria por el Estado para la mayoría de la población, haciendo que los servicios sanitarios sean de titularidad y gestión privada, y que las personas que necesiten atención sanitaria deberán pagar por ello. Aquellos que no tengan medios para pagar podrán recibir una ayuda del Estado a través de algún sistema de reembolso (Lamata, Oñorbe, 2014).

La filosofía es trasparente: la salud es responsabilidad de la persona, del cuidado o no cuidado que haga con su vida, por tanto deben pagar por los servicios que consume. La sanidad deja de ser un bien público al que todas las personas tienen, por tanto, derecho. La ideología salubrista basada en el estilo de vida –cuide su comida, su hábitat, haga ejercicio, no corra riesgos—ignora los determinantes sociales, las condiciones de vida y de trabajo, que la salubridad que propone exige un cierto estatus social al que buena parte de la población no tiene acceso.

El hecho es que la quiebra de la universalidad deja fuera del sistema sanitario a colectivos vulnerables (desempleados de larga duración, inmigrantes sin papeles, discapacitados, ancianos…), al tiempo que los recortes presupuestarios deterioran los servicios asistenciales públicos, reducen la cesta básica, introducen el copago en medicamentos y suprimen prestaciones de apoyo (transporte, aparatos ortopédicos…). El Estado desplaza a los mercados la decisión de quien tendrá acceso a vivir y a cómo malvivir o morir. El paciente pasa a ser un cliente que puede ser rentable o no.

Pero hay otro fenómeno que hay que considerar al referirnos al sufrimiento singular y colectivo. Otro fenómeno al que enfrentar aparte de la falta de soporte social de los Estados y de la hegemonía del discurso conservador, la sustancial medicalización de la sociedad. La existencia de un Estado privatizador, la ausencia de una doctrina de salud y servicios sociales orientada al bien común, va a posibilitar el proceso de la mercantilización de la medicina, convertida en una importante fuente de riqueza, y consecuente medicalización y psiquiatrización de la población. Un proceso que tiene tres aspectos básicos, tal como enuncian Isabel del Cura y López García: uno, referir como enfermedad cualquier situación de la vida que comporte limitación, dolor, pena, insatisfacción o frustración (lo que podríamos definir como enfermedades inventadas); otra, la equiparación de factor de riesgo con enfermedad; y, por último, la ampliación de los márgenes de enfermedades (que sí lo son) aumentando así su prevalencia. Todo ello origina intervenciones diagnósticas y/o terapéuticas de dudosa eficacia y eficiencia(del Cura, Isabel; López García Franco, 2008). Hacer medicamentos para personas sanas era un viejo deseo de los laboratorios farmacéuticos, ahora el complejo médico-técnico-farmacéutico, aliado con los medios y con el poder político va más allá, con la fabricación de enfermedades. Ahora la estrategia funciona vendiendo no sólo las excelencias del fármaco sino, sobre todo, vendiendo la enfermedad. La depresión es un buen ejemplo, convertida en una pandemia mundial gracias a los antidepresivos. La cosa es simple, buscamos o creamos un malestar (el síntoma), le otorgamos un diagnóstico (precoz) y comercializamos un medicamento o una nueva indicación para un medicamento ya en uso (un antidepresivo para la timidez o un ansiolítico para circunstancias adversas) o costosas pruebas de alta tecnología completamente innecesarias. Robert Whitaker, un estudioso del fenómeno del aumento de consumo delos de los psicofármacos en EE UU, describe rigurosamente en su libro Anatomía de una epidemia la implicación de las instituciones sanitarias, profesionales y de usuarios en la elaboración del relato que les ha convertido en el tratamiento psiquiátrico dominante tanto de trastornos mentales graves como de síntomas comunes de malestar psíquico, cuando no han servido para la creación de falsas enfermedades. Preguntándose, y ese es el origen de la investigación que da lugar al libro, ¿cómo es posible que los problemas mentales se hayan incrementado desde los años 90 del pasado siglo, cuando precisamente por esas fechas aparecen lo que se propaga por asociaciones científicas y autoridades sanitarias como el mejor, sino único, remedio para atenderlos: los nuevos, supuestamente más eficientes y mucho más caros, antidepresivos, antipsicóticos, estabilizadores del ánimo, estimulantes y ansiolíticos? (Whitaker, 2015)(Desviat, 2017).

La introducción de nuevos medicamentos, no necesariamente mejores, pero si mucho más caros en los años ochenta del pasado siglo, colonizan el discurso psiquiátrico. El fármaco, respaldado por las Clasificaciones y Protocolos Internacionales de las Asociaciones científicas (infectadas por la financiación de las empresas farmacéuticas), se convierte en la bala de plata, en la panacea de los tratamientos del malestar, un atajo acorde con la cultura de la época, pragmática, intrascendente y apresurada. La psiquiatría se introduce en la gestión biopolítica de la vida por el resquicio de la insatisfacción, del vacío, la vida liquida que describe Bauman, ofertando soluciones a los problemas de la existencia: del amor, el odio, el miedo, la tristeza, la timidez, la culpa.

Se medicaliza el sufrimiento social —desahucios, desempleo, pobreza— y se psiquiatriza el mal; así cuando leemos en la prensa un caso criminal, vandálico, y se atribuyen sus actos a un trastorno mental, experimentamos cierta tranquilidad al imputar como una cuestión médica lo que es un mal social. Convertido en una cuestión genética o de anómala personalidad, no existe la responsabilidad de la sociedad en la que convivimos de una manera u otra, sostenemos. Al fin al cabo, no hace tanto que se vinculaba científicamente la criminalidad a la degeneración orgánica, hereditaria e inscrita en el cuerpo y en la mente.

El escándalo del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es ilustrativo de la fabricación de una enfermedad que ha multiplicado por cientos de miles la venta de estimulantes en pocos años para tratar, en la inmensa mayoría de lo casos, comportamientos habituales en la infancia y adolescencia: distraerse fácilmente y olvidarse cosas con frecuencia; cambiar frecuentemente de actividad; soñar despiertos/fantasear demasiado, corretear mucho; tocar y jugar con todo lo que ven; decir co­mentarios inadecuados, pueden ser diagnosticados de TDH con el aval técnico Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos (NIMH). Estimaciones recogi­das por Sami Timimi (Timimi, 2015)sugieren que a aproximadamente el 10 % de los niños en las escuelas de Estados Unidos se les ha pautado o tienen pautado un estimulante. En el Reino Unido la prescripción ha aumentado de 6000 recetas al año en 1994 hasta más de 450.000 en 2004; un asombroso aumento del 7000 % en solo una década (Department of Health, 2005).

La medicina se ha convertido en una gran generadora de riqueza, en cuanto la salud y el cuerpo se convierten en un objeto de consumo. En manos de la publicidad, es decir de los mercados, la medicina es una herramienta de normalización. Entendiendo por normal aquello que dictan los intereses del capital. Qué comer, qué vestir, qué tomar, como o con quien juntarnos. Las normas estandarizadas se multiplican al tiempo que avanza el proceso que Foucault denominó de “medicalización indefinida”. La medicina se impone al individuo, enfermo o no, como acto de autoridad, y ya no hay aspecto de la vida que quede fuera de su campo de actuación. El cuerpo se convierte en un espacio de intervención política. Este tiempo donde los poderes económico-políticos se inmiscuyen y regulan cada ámbito de nuestra vida, donde la vida es cualquier cosa menos algo espontáneo.


La atención de la Salud Mental al sufrimiento psíquico

Los cambios las formas de gestión y en el pensar de la época van a repercutir en las respuestas técnicas de la comunidad psi profesional. Hay una vuelta a la enfermedad como contingencia, que reduce a lo biológico el malestar. El sujeto, su biografía, queda fuera. Protocolos y vademécums sustituyen a una clínica de la escucha, qué se pregunte por el por qué subjetivo, afectivo, social del sufrimiento psíquico; una clínica que busque en las propias defensas de la persona formas de superar el padecer. Al tiempo, la medicalización produce cambios profundos en la demanda de prestaciones, que no tienen porque corresponder con las necesidades de la población, sino a los intereses de la clase hegemónica.

En el esfuerzo por reducir la psiquiatría al hecho físico, a la medicina del signo, se establecen criterios diagnósticos con unos signos-hechos-datos escogidos por consenso o por votación de un pocos que reducen la complejidad de la persona. Uno ya no delira con lo relacionado con su propia biografía. El contenido del delirio es ruido producido por la falla neuronal. No hay lenguaje, sujeto ni deseo. Solo cuerpo, enjambre químico neuronal. Mas, y he aquí la insustancialidad de la propuesta, es que los datos por si solos, como bien saben los propios publicistas de los mercados, poco valen, hay que interpretarlos.

La estrategia es obvia, se trata de homogeneizar, en torno a unos cuantos criterios, una propedéutica y un vademécum común para diagnosticar y tratar a las personas aquejadas de problemas de salud mental, en beneficio de las empresas farmacológicas y tecnológicas. Un único sentido para el mundo. El trastorno mental sería el mismo en China que en Costa Rica, en Noruega que en Mali, lo que facilitaría el mismo tratamiento. Algo tan disparatado, premeditadamente ignorante de la antropología, de la idiosincrasia de los pueblos, que seria irrelevante sino fuera porque la credibilidad de un hecho o de una visión determinada de los hechos está condicionada al aval de universidades, centros de investigación y a publicaciones de gran impacto que suelen depender directa o indirectamente de la financiación de los mercados.

Muy alejadas, por otra parte, de la realidad de la práctica asistencial. Lo que hace decir a autores como Richard Smith y Ian Roberts: que “la forma en que las revistas médicas publican los ensayos clínicos se ha convertido en una seria amenaza para la salud pública (Smith and Roberts, 2006).


Entre la aceptación y la resistencia

La acumulación irrefrenable descrita por Marx se aceleró con el fin del capitalismo industrial y no se sabe cuál va a ser el acontecimiento que precipitará el choque final pronosticado por el autor de El capital, el momento en el que las fuerzas productivas entrarían en contradicción con las relaciones de producción, ni si ese acontecimiento tendrá lugar. El derrumbe disruptivo del fracasado socialismo de Estado en 1989 parecería haber agotado, como dice Enzo Traverso (2019), la trayectoria histórica del propio socialismo, de los movimientos que lucharon por cambiar el mundo con el principio de la igualdad como programa al reducir la historia toda del comunismo al hundimiento del totalitario régimen soviético. Una caída a la que se unía además los cambios profundos en las formas de producción que estaban acabando con el capitalismo industrial, en el que la izquierda forjo su identidad. Las grandes fábricas que concentraban a la clase obrera donde surgieron los sindicatos y los partidos políticos de izquierdas estaban siendo sustituidas por los nuevos modos de producción del neoliberalismo, la deslocalización, la precarización, la fragmentación y robotización de la producción. El sistema de partidos políticos surgidos con la industrialización en la confrontación obreros empresarios perdió su esencia política, convirtiéndose en aparatos electorales. En el caso de la derecha, los empresarios, sobre todo la empresa familiar y localizada territorialmente, fueron sustituidos por los lobbies financieros, sin perder la esencia de su identidad: la defensa de sus intereses de clase. En el caso de la izquierda revolucionaria, el resultado fue la perdida de un escenario que constituía su campo de batalla y su conexión con la izquierda civil. Por otra parte, el fracaso del socialismo autoritario no supuso la construcción de un socialismo democrático, como en un principio algunos imaginaron, sino que la caída de la URSS supuso la rápida transición a regímenes de un capitalismo salvaje, con el nacionalismo como identidad y en muchas ocasiones, infiltrado por criminales mafias. Algunos de los logros sociales del socialismo de Estado, como la sanidad universal y el pleno empleo, se derrumbaron, lo que llevó en pocos años a la reducción de la esperanza de vida y la precariedad o la indigencia para buena parte de la población. En la otra orilla, un capitalismo sin trabas, desalojadas las narraciones y utopías del siglo que acababa, afianzaba un presente que se quería sin pasado y sin futuro. No es el fin de la historia como preconizaba Fukuyama, sino el fin de la política. El mercado va a sustituirla, en un presentismo, donde no cabe la utopía, y por tanto, el futuro; ni cabe el pasado, perdida la memoria, en una historia huera, vacía de sentido.

Planteaba en Cohabitar la diferencia (Desviat, 2016) que la Reforma Psiquiátrica, cuyo primer objetivo fue sacar a los pacientes mentales de los hospitales psiquiátricos, de los manicomios, y situar servicios de atención en la comunidad, creó en su devenir nuevas situaciones, nuevos sujetos, nuevos sujetos de derechos. La locura se hizo visible y con ella la intolerancia, el estigma, la exclusión de la diferencia. Hizo ver que el proceso desinstitucionalizador atravesaba toda la formación social, desvelando prejuicios y representaciones sociales que iban mucho más allá del trastorno psíquico, una reordenación asistencial, y que situaban a los alienados juntos con otros de la exclusión social. Destapó la parte oculta en nuestra sociedad por la dictadura de la Razón, de la podredumbre de la razón en palabras de Antonin Artaud, en la que los locos son las víctimas por excelencia (Artaud, 1959), un imaginario colectivo poblado de los mitos, las leyendas y los sueños que nos constituyen. Nos acerca a lo que en verdad teje el síntoma singular y social, pues el síntoma se forja en la historia colectiva, en los deseos y miedos ubicados en la trastienda de nuestra cultura. Un proceso desinstitucionalizador que enfrenta a la Reforma de la Salud Mental con la miseria social y subjetiva, en un escenario en el que no se puede ser un simple observador, un impotente teórico de la marginación, la alienación y el sufrimiento. Donde el hacer comunitario hace del profesional un militante de la resistencia al orden social que instituye la enajenación en la miseria, donde la acción terapéutica, necesariamente experta en los entresijos técnicos de la terapia y el cuidado, se colorea políticamente.

Este estar en lo común por el que se define la salud mental comunitaria supone considerar a la población no solo como potenciales usuarias de los servicios, implica adentrarse en los deseos y frustraciones de sus barrios, hacerles cómplices de la gestión de su malestar. El fracaso de la medicina social es semejante al de la política gobernante que padecemos, y la razón de este fracaso está en la ausencia de comunidad, de los intereses, anhelos, frustraciones y ensueños, de las poblaciones que se atiende o se representa. Es frecuente la existencia de políticos que no han estado nunca en las circunscripciones que representan más allá de los días de la campaña electoral y es igualmente frecuente planificaciones, programas y actividad profesional de salud mental hechos sin haber pisado el barro o las aceras de los barrios que comunitariamente se atiende.

En salud y más concretamente en salud mental hablamos de participación, de la necesidad de contar con los ciudadanos, con las comunidades y los propios usuarios a la hora de la planificación y programación, mas, sin embargo, la participación se reduce, si existe, a encuentro a nivel directivo con sindicatos para temas laborales y el trabajo comunitario a situar centros de consulta fuera de los hospitales. Luego puede extrañarnos que la población no defienda los modelos que más podrían beneficiarles, de confundir las necesidades reales en sus demandas, de dejarse llevar por engañifas electorales que propician la privatización como modelo sanitario, en contra de una salud colectiva que puedan hacer suya.

Concluyendo. El hecho es que hoy, como nunca hasta ahora en la historia parece que no hay un afuera del sistema neoliberal, donde el fascismo hace presente el planteamiento de George Kennan, en un informe secreto, hoy accesible, cuando aconsejaba que había “que dejar de hablar de objetivos vagos e irreales, como los derechos humanos, el aumento de los niveles de vida y la democratización, y operar con genuinos conceptos fuerza que no estuviesen entorpecidos por eslóganes idealistas sobre altruismo y beneficencia universal, aunque estos eslóganes queden bien, y de hecho sean obligatorios, en el discurso político” (Chomsky, 2000). Una situación que puede conducirnos al “esto es lo que hay” y al “todo vale”. Un esto es lo que hay y en esta situación todo vale al que se suma la desgana por falta de perspectivas profesionales y ciudadanos, el queme o la renuncia o la aceptación de la derrota. Un es lo que hay y todo vale que nos lleva a una permanente insensibilidad, nos lleva a eludir nuestra parte de responsabilidad, nuestra ciega complicidad en el trascurrir de los hechos, nuestra parte de culpa. Algo que según Cornelius Castoriadis, nos ha convertido en cínicos profesional, social y políticamente, pues encerrados en un nosotros, en un mundo personal privatizado, hemos perdido la capacidad de actuar críticamente (Castoriadis C, 2011). Quizás lo más frecuente, como escribía en el libro antes citado (Desviat: p. 17) es el considerar que lo que sucede es lo natural de la sociedad humana, que ha sido siempre, la iniquidad, la desigualdad, la competitividad canalla y la desatención de los más frágiles, asumiendo las funciones cosméticas y de control social que impone el orden social; en el mejor de los casos cobijando la conciencia profesional y cívica en preservar ciertas cotas de dignidad, calidad y eficacia. Pero queda otra postura, una opción partisana, militante que trata de mantener una “clínica” de la resistencia, buscando aliados en los usuarios, familiares y ciudadanos para conseguir cambios en la asistencia a contracorriente y profundizar las grietas del sistema, en pos de un horizonte donde sea posible el cuidado de la salud mental, una sociedad de bienestar.

El peso de la alienación cambia cuando se es consciente de ella. En ese descubrimiento, cuando la mirada del amo ya no fulmina al colonizado, se introduce una sacudida esencial en el mundo, toda la nueva y revolucionaria seguridad del colonizado se desprende de esto, escribe Fanon en Los condenados de la Tierra (p40).

Una sanidad diferente, una atención a la salud mental que se entienda desde lo singular a lo colectivo, no será plenamente posible sino en una sociedad diferente. No podemos saber qué nos deparará el futuro. El socialismo es tan posible como la caída en la barbarie. Pero sí estamos obligados, si queremos una salud pública universal y equitativa, a desear y trajinar por una sociedad que parta de la igualdad como eje central de su discurso y tarea; una igualdad que trascienda la explotación, sin jerarquías de clase ni de género, y donde se reconozcan y convivan todas las diferencias; donde todas las fronteras sean reconocidas, respetadas y franqueables. Sin falsas identidades societarias.

Inmersos en la distopía del neocapitalismo y el auge en su seno de un nuevo capitalfascismo, puede parecer una descomunal utopía, pero podemos consolarnos con el hecho de que las revoluciones llegan cuando nadie las espera.


13/12/2019



Referencias

Akin, J. (1987). Fianancing Health Services in Developing Countries. An agenda for Reform 1997. Washington, DC: World Bank.

Artaud, A. (1959). Carta a los poderes. Buenos Aires: Mundo Nuevo.

Chomsky, N. (2000). El beneficio es lo que cuenta.Barcelona: Crítica.

del Cura, Isabel; López García Franco, A. (2008). La medicalización de la vida: una mirada desde la aención priamria. Átopos, Salud Mental, Comunidad y Cultura, 7, 4–12.

Desviat, M. (2016). Cohabitar la diferencia. Madrid: Grupo 5.

Desviat, M. (2017). Anatomia de uma epidemia (solapas). In Anatomia de uma epidemia.Pílulas Mágicas, Drogas Psiquiátricas eo Aumento Asobroso da Doença Mental. Rio de Janeiro: Fiocruz.

Ibáñez, J. (1997). A contracorriente.Madrid: Fundamentos.

Lamata, Fernando; Oñorbe, M. (2014). Crisis (esta crisis) y Salud (nuestra salud). Retrieved from http://www.bubok.es/libros/235021/Crisis-esta-crisis-y-Salud-nuestra-salud

Maestro, A. (2017). El grito: capitalismo y enfermedad mental. In I. Maestro, A; González Duro, E; Fernández Liria, A; De la Mata (Ed.), Salud mental y capitalismo. Madrid: CismaEnsayo.

Pereña, F. (2014). La religión capitalista y el infirno. Átopos.Salud Mental, Comunidad y Cultura, 15, 64–84.

Piketty, T. (2015). El capital en el siglo XXI. Barcelona: RBA.

Timimi, s. (2015). La McDonaldización de la infancia: La Salud Mental Infantil en las culturas neoliberalese. Atopos, 16, 15–34.

Traverso, E. (2019). Melancolía de izquierda. Barcelona: Galaxia Gutenberg.

Whitaker, R. (2015). Anatomia de una epidemia. MadridCapitan Swing.




"Don Quenadacambie y su banda" (comunicación en las II Jornadas de Práctica Centrada en Soluciones en Tenerife, 2020)

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Estos días pasados se celebraron las II Jornadas de Práctica Centrada en Soluciones en Tenerife, bajo el lema "Hazlo simple". Estuvimos aprendiendo de muchos y muchas, abrazando a viejos y nuevos amigos, y también hubo momentos para la risa y la emoción. Tuvimos la suerte de poder hacer una comunicación libre titulada "Don Quenadacambie y su banda", junto a nuestras compañeras Yaiza Gordillo y Dácil Rodríguez, con las que llevamos años trabajando en nuestras cosas. Esta comunicación resume muy bien nuestra filosofía de trabajo y queríamos compartirla. Desde aquí queríamos agradecer a la organización de las jornadas por el buen hacer y el cariño que pusieron en el desarrollo del evento y también queríamos recomendarlas para quien esté interesado en explorar los mundos de las intervenciones breves.

Aquí pueden ver el programa de las Jornadas, más que interesantes.

Y a continuación, que es el motivo de esta entrada, un vídeo con nuestra comunicación:








Esperamos que les guste.


Frenar la curva. Evitar la caída (Yayo Herrero).

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Vivimos horas y días muy duros, que posiblemente se convertirán en semanas y meses. 

Enfermos graves en plantas de hospitalización saturadas y UCIs aún más saturadas. Profesionales sanitarias desbordadas y agotadas intentando atender a todos los enfermos que vienen y a los que están por venir. Trabajadores de muchos ámbitos (repartidores, cajeras, reponedores, taxistas, barrenderos, bomberos, obreros, auxiliares clínicos, celadores, gente de limpieza, policías, soldados, etc.) atemorizados ante la gravedad de lo que ocurre pero saliendo cada día a trabajar para intentar mantener en pie toda nuestra sociedad común. Y muchas personas, niños, adultos, ancianos, encerrados en sus casas, algunos en situaciones muy duras con escasos medios y, además, en muchos casos angustiados ante las terribles consecuencias económicas de toda esta monstruosa crisis: gentes que pierden su trabajo y sus ingresos, pero que tienen que seguir pagando alquileres muchas veces abusivos, facturas de agua, luz, gas... Que siguen teniendo que traer comida cada día para todos los suyos...

En este terrible escenario en el que estamos todos metidos, cada uno cargando lo suyo pero algunos con muchos más problemas que otros, no solo en el ahora sino con vistas a un después en el que habrá que seguir viviendo (y para eso hará falta conservar el trabajo o al menos un nivel mínimo de ingresos que le garantice a uno poder salir adelante y sacar adelante a los suyos), creemos que es muy importante una iniciativa como la que recogemos a continuación. 

Se trata de un escrito de Yayo Herrero publicado originalmente en la estupenda revista ctxt que colaboramos a difundir. Si tienen un momento entre tanta angustia, léanlo y, si están de acuerdo, firmen y difundan a su vez. 

El desastre ya está aquí, pero el cómo salgamos de él y qué clase de mundo construiremos después depende de cada uno de nosotros.  El coronavirus pasará, pero la sociedad que emerja de él no será la misma. De nosotros depende que sea aún peor que la previa o que sirva para empezar a hacer las cosas mejor para todos los que formamos esta comunidad que compartimos.





Frenar la curva. Evitar la caída.

Yayo Herrero


La crisis de 2008 tuvo un efecto devastador. A falta de medidas sociales y económicas decididas para enfrentar la debacle, muchos y muchas sobrevivieron gracias a sus mayores, que estiraron como chicles unas pensiones convertidas en única fuente de ingresos de familias extensas. De esa crisis se salió en falso, con empleos cada vez más precarios y unos servicios públicos saboteados a golpe de privatizaciones. Sus consecuencias aún no se han terminado de digerir. Las decisiones que se tomaron entonces fueron clave.

La crisis del coronavirus nos encuentra con las defensas bajas como sociedad. Esas personas mayores que sostuvieron familias son las más vulnerables al contagio; los trabajadores y trabajadoras más precarios de supermercados, servicios de limpieza o cuidados son quienes están ayudando a sostener la vida y el personal de la sanidad pública debe enfrentarse a la saturación de hospitales sin los medios necesarios. Se merecen apoyo mutuo y contundente.

Mientras la curva de contagios crece de manera exponencial, también lo hacen los despidos, los expedientes de regulación de empleo y la incertidumbre ante el futuro. La curva de la desigualdad social no puede dispararse hacia arriba. No podemos dejar en la cuneta a nuestras y nuestros vecinos ni aceptar como estructural una situación inasumible éticamente.

La salida de esta crisis requiere de todo el esfuerzo para afrontar la emergencia sanitaria pero también para crear un escenario de salida social y económica de la misma en el que no dejemos a nadie por el camino. Este virus lo paramos unidos y unidas, nos dice el eslogan del Gobierno. Y les recordamos que de esta crisis sólo saldremos si lo hacemos en común.

El Real Decreto aprobado por el Consejo de Ministros supone un paso al frente, pero entendemos que es insuficiente. Se queda lejos de medidas adoptadas en países vecinos y creemos deja desprotegidas a las familias más vulnerables. No podemos permitirnos poner freno a las medidas sociales económicas porque es incompatible con el freno a la curva sanitaria y a la crisis social.

Por eso este manifiesto es un llamamiento a la solidaridad colectiva, un reconocimiento de la complejidad del escenario que debe servirnos para abordar acciones prioritarias que protejan al conjunto de la sociedad de la vulnerabilidad y el abandono. Por eso, los y las firmantes entendemos que para lograr una salida económica y social que ponga los recursos al servicio de quienes más lo necesiten, deben ponerse en práctica las medidas siguientes:


1. MEDIOS Y RECURSOS PARA ATENDER LA URGENCIA.

Dotar de medios humanos y materiales a los sectores encargados de dar salida a esta crisis: personal sanitario, emergencias, Fuerzas de Seguridad del Estado, servicios sociales y ayudas a domicilio, así como otros sectores prioritarios en este momento (alimentación, transportes…). No puede faltar personal, equipamiento y recursos en una situación tan crítica, tampoco para las y los pacientes urgentes por otras afecciones o asoladas por un confinamiento que agrava situaciones previas a la actual.


2. PLAN DE CHOQUE Y PRESUPUESTO PARA EJECUTARLO.

Eliminar cualquier restricción de gastos de las Administraciones Públicas para que éstas puedan desarrollar un Plan de Choque tanto sanitario como económico y social. Las familias y entidades en situación de riesgo provocadas por el escenario actual deben ser protagonistas directos del impacto de las medidas. CC.AA. y Ayuntamientos deben poder gastar su presupuesto en intervención social por encima de los límites actuales. No puede continuar el dinero en los bancos mientras sufrimos esta situación.


3. ATENCIÓN ESPECÍFICA A PERSONAS Y COLECTIVOS DE RIESGO.

Garantizar la realización de pruebas diagnósticas al menos al total de las personas identificadas en grupos de especial riesgo por razones de salud o determinantes sociales de la salud. Del mismo modo, garantizar el acceso a una habitación segura frente al contagio como parte de un Plan concreto contra el sinhogarismo, así como a cualquier otro grupo de población en situación de vulnerabilidad y/o riesgo social (personas que viven en asentamientos desprovistos de los servicios básicos, menores solos/as, personas migrantes sin papeles…).


4. PROTECCIÓN DEL EMPLEO.

Garantizar cuantas medidas económicas sean precisas para asegurar el 100% de la cobertura a autónomos, pymes y tercer sectorafectados de manera directa por las consecuencias del Estado de Alarma. Impedir despidos, ERES y ERTES en empresas con alta facturación o elevados beneficios. Medidas para garantizar el nivel adquisitivo mínimo de subsistencia por persona. Cobertura especial de desempleo para trabajadores precarios, fijos-discontinuos, temporales, por afectación de la crisis.


5. PROTECCIÓN DE AUTÓNOMOS

Prohibir la baja en el régimen general de autónomos o similar por impago de la cuota u obligaciones fiscales. De igual modo proteger a otros regímenes especiales (limpieza de hogar, pesca…).

Eliminar el pago de la cuota de autónomos a aquellas personas que, como resultado del escenario actual, han perdido su capacidad de trabajo.


6. GARANTÍA DE SUMINISTROS A FAMILIAS Y HOGARES.

Garantizar que nadie se queda sin suministros básicos por impago de luz, agua o gas, suspendiendo los cortes durante este periodo.


7. APOYO A LA VIVIENDA.

Impedir cualquier desahucio por impago de alquiler o hipoteca. Suspender los efectos resolutivos de contratos de alquiler por impago mientras dure la crisis. Inadmisión de cualquier demanda por dicho motivo.

Incorporar medidas de suspensión del pago de hipotecas y alquileres a familias en riesgo de exclusión por la pérdida de poder adquisitivo.


8. MANTENIMIENTO DE LOS PRECIOS Y AYUDAS AL ACCESO A PRODUCTOS BÁSICOS

Medidas de aseguramiento para evitar el acaparamiento y/o especulación de bienes de primera necesidad. Impedir la subida de precios de productos y activar alternativas para asegurar que el conjunto de la población tiene acceso a los productos básicos. Esta situación de emergencia requiere del esfuerzo de todos y todas.


9. INVERSIÓN EN INVESTIGACIÓN.

Dotar de los medios necesarios en investigación científica para lograr una vacuna, así como para reforzar la coordinación con la comunidad científica internacional. También, realizar estudios multidimensionales que midan la crisis desde perspectivas no sólo médico-sanitarias.


10. MEDIDAS POST EMERGENCIA.

Debe anticiparse qué hacer el día después. Las medidas indicadas son útiles en el aquí y el ahora. También para minimizar el impacto y las consecuencias una vez pase. La crisis pasará, pero recuperar la normalidad requerirá de nuevas medidas e inversiones.


Este decálogo supone un llamamiento a la responsabilidad de tomar medidas adicionales que, más allá de los pasos ya dados, permitan avanzar e impedir con ello que se repitan las trágicas situaciones que con nombres y apellidos afectaron a tantas y tantas familias tras la crisis de 2008. 

Pero, además, debe servir como punto de reflexión para plantear medidas más allá del corto plazo que planteen un sistema público por y para todos y todas. Un nuevo modelo para una nueva sociedad.

Es el momento de protegernos, de cuidarnos, de dar respuesta colectiva y solidaria a una situación que requiere de medidas centradas en la atención sanitaria, social y económica de todas y cada una de las personas. Que la crisis no la paguen los y las de siempre. El sacrificio es común, también debe serlo el beneficio.




Esta crisis la salvamos en común.



Medicamentos y riesgo de neumonía en el escenario de pandemia (Joan-Ramon Laporte y David Healy)

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En esta terrible situación sanitaria y social que estamos viviendo por el COVID-19, queremos recoger hoy una revisión sobre el empleo de fármacos que aumentan el riesgo de neumonía, una de las peores complicaciones de la enfermedad. Es un trabajo (con una amplísima bibliografía) llevado a cabo por Joan-Ramon Laporte y David Healy, dos autores de reconocido prestigio. Evidentemente, la prescripción y desprescripción de estos medicamentos debe hacerse -como siempre- valorando cuidadosamente riesgos y beneficios. No se trata en absoluto de suspender tratamientos de forma acelerada, sino de valorar bien la conveniencia de iniciarlos o mantenerlos. Sin duda, muchas personas requerirán el mantenimiento de estos fármacos para evitar problemas mayores, pero puede haber casos de pacientes que puedan prescindir de estas medicaciones (algunas sin duda prescritas de forma excesiva en nuestro contexto habitual) o, al menos, que puedan ver reducida la dosis que toman, con la consiguiente disminución a su vez del riesgo de neumonía. En cualquier caso, si usted está tomando alguno de estos fármacos, evidentemente no sería buena idea dejarlos por su cuenta y menos de manera brusca, pero sí podría ser útil consultar con su médico la necesidad de mantenerlos o, tal vez, reducirlos. Hablando se entiende la gente y tener información veraz, como es la de este trabajo, nunca está de más.




EN MEDIO DE LA PANDEMIA POR SARS-CoV-2, ES NECESARIA PRUDENCIA CON FÁRMACOS DE CONSUMO FRECUENTE QUE INCREMENTAN EL RIESGO DE NEUMONÍA.


Joan-Ramon Laporte, M.D. Profesor Emérito de Farmacología Clínica, Departamento de Farmacología, Terapéutica y Toxicología. Universitat Autònoma de Barcelona. 
Fundació Institut Català de Farmacologia. Centro Colaborador de la OMS para la Investigación y la Formación en Farmacoepidemiología. 
jrl@icf.uab.cat

David Healy, M.D., FRCPsych Profesor, Departamento de Medicina de Familia.
McMaster University.
Hamilton, Canadá.


En la actual situación de pandemia por SARS-CoV-2, es absolutamente necesario evitar en lo posible la neumonía/neumonitis y sus factores de riesgo. El consumo de varios medicamentos de uso común aumenta el riesgo y las complicaciones de la neumonía.

Los medicamentos pueden aumentar el riesgo de neumonía o neumonitis porque deprimen la inmunidad y otros mecanismos de protección (por ej., inmunosupresores, antipsicóticos, algunos analgésicos opiáceos, inhibidores de la bomba de protones (IBP), porque producen sedación, que puede aumentar el riesgo de aspiración, porque deprimen la ventilación pulmonar y favorecen la aparición de atelectasias (por ej., analgésicos opiáceos, fármacos anticolinérgicos, psicofármacos), o por una combinación de estos mecanismos.

El impacto sanitario de la asociación entre exposición a determinados fármacos e infección o neumonía depende de la prevalencia de uso de cada fármaco, la magnitud del riesgo relativo y la incidencia basal de infección o neumonía.


Fármacos que aumentan el riesgo de neumonía

Antipsicóticos (AP)

Los antipsicóticos (aripiprazol, olanzapina, quetiapina, risperidona, haloperidol entre otros) se asocian a un riesgo 1,7 a 3 veces mayor de ingreso hospitalario por neumonía, (1, 2, 3, 4, 5, 6) y de mortalidad por neumonía. Dado que el riesgo asociado a los AP de segunda generación no es más bajo que el de los de primera generación, se ha propuesto que los principales mecanismos son la sedación e hipoventilación resultante, los efectos anticolinérgicos y sus efectos sobre la inmunidad, más que los efectos extrapiramidales. Además estos fármacos pueden ser causa de discinesia respiratoria, que puede ser confundida con asma u otras enfermedades pulmonares y dar lugar a un tratamiento inadecuado.

En vista de los daños inducidos por el consumo de AP para el tratamiento sintomático de la agresión y los síntomas psicóticos en pacientes de edad avanzada en residencias (7, 8), en 2008 las agencias reguladoras europeas recomendaron limitar su prescripción a pacientes que no responden a otras intervenciones, y reconsiderar su prescripción en cada visita posterior, con seguimiento estrecho del paciente (9). A pesar de estas advertencias, los AP son mayoritariamente prescritos a personas de edad avanzada en indicaciones no autorizadas (10), a dosis inadecuadas y por períodos demasiado largos (11, 12, 13). En estas situaciones, los daños causados son considerables (14). La variabilidad internacional en su consumo (15, 16, 17, 18) se debe más probablemente a variabilidad en su prescripción en indicaciones no autorizadas, que a variabilidad en la prevalencia de trastornos mentales.

Por ejemplo, en Cataluña unas 90.000 personas de más de 70 años reciben tratamiento continuado con AP (media de siete suministros mensuales al año). De estas, unas 22.000 viven en residencias. Si se toma el estimador más bajo de riesgo relativo, de 1,7, si la incidencia anual de neumonía en los no expuestos es de 10% en una residencia, la incidencia en los expuestos será de 17%, y serían de esperar 70 casos adicionales de neumonía por cada 1.000 pacientes tratados (de 100 a 170). Para 20.000 personas expuestas que vivan en residencias, el número anual de casos adicionales sería 70 x 20 = 1.400.

Es importante recordar también que metoclopramida, proclorperacina y muchos otros fármacos prescritos para la náusea y otras molestias intestinales son esencialmente antipsicóticos, y pueden ser causa de discinesia tardía y respiratoria, así como de los demás problemas que se derivan del consumo de estos fármacos.


Fármacos anticolinérgicos

El consumo de fármacos anticolinérgicos incrementa el riesgo de neumonía en 1,6 a 2,5 veces (19, 20, 21).

Varios fármacos de diferentes grupos terapéuticos tienen efectos anticolinérgicos: antihistamínicos H1 (por ej., clorfenamina, difenhidramina, hidroxicina), antidepresivos (por ej., amitriptilina, clomipramina, doxepina, imipramina, paroxetina), antiespasmódicos urinarios (por ej., flavoxato, oxibutinina, tolterodina), antiespasmódicos gastrointestinales (por ej., diciclomina, hioscina), medicamentos para el vértigo (por ej., meclicina, prometacina), antipsicóticos (sobre todo clorpromacina, clozapina, olanzapina y quetiapina), antiparkinsonianos (por ej., amantadina, biperideno, trihexifenidilo), analgésicos opiáceos, antiepilépticos (carbamacepina, oxcarbacepina) y otros.

Los fármacos anticolinérgicos son prescritos con frecuencia a personas de edad avanzada. Las estimaciones publicadas sobre prevalencia de consumo van de 4,3% a más de 20% (22, 23, 24, 25). El patrón de consumo varía de un país a otro; los de mayor prevalencia de consumo son codeína (asociada a paracetamol), antidepresivos (amitriptilina, dosulepina, paroxetina) y urológicos (predominantemente oxibutinina y tolterodina).

Muchos de estos medicamentos actúan por otros mecanismos que también pueden contribuir a los efectos sedantes y aumentar el riesgo de neumonía. El efecto anticolinérgico también puede contribuir a la producción de atelectasias en el contexto de una infección respiratoria vírica.


Analgésicos opiáceos

Los analgésicos opiáceos causan depresión respiratoria con la hipoventilación pulmonar resultante; algunos de ellos (codeína, morfina, fentanilo y metadona) también tienen efectos inmunosupresores. Incrementan el riesgo de neumonía y la mortalidad respiratoria en un 40 a 75% (26, 27, 28).

En 2018, unos 50 millones de personas en EEUU (15% de la población adulta, 25% entre los mayores de 65 años) recibieron una media de 3,4 prescripciones de analgésicos opiáceos, y 10 millones de personas reconocían consumo exagerado de analgésicos de prescripción médica (29). En Europa en los últimos años el consumo de opiáceos suaves y fuertes ha aumentado, sobre todo entre las personas de edad avanzada (30, 31). Fentanilo y morfina son los opiáceos fuertes más consumidos, y más recientemente oxicodona. El tramadol, que es también inhibidor de la recaptación de serotonina, es el opiáceo suave más consumido. En dos estudios observacionales de publicación reciente, el consumo de tramadol, comparado con el de AINE, se asoció a una mortalidad 1,6 a 2,6 veces más alta (32, 33), sobre todo en pacientes con infección y en pacientes con enfermedad respiratoria.


Hipnóticos y sedantes

Varios estudios han mostrado incrementos del riesgo de neumonía de 20% (34) a 54% (35) en consumidores de hipnóticos y sedantes, sobre todo los que se consumen junto con otros fármacos que deprimen el sistema nervioso central (por ej., opiáceos, gabapentinoides).

En los países europeos de la OCDE, el consumo nacional de hipnóticos y sedantes muestra amplia variabilidad internacional, desde 5 DDD por 1.000 habitantes y día en Austria, a 68 en Portugal (36), y se concentra en las personas de edad avanzada. En Cataluña, un 38% de los mayores de 70 años consume por lo menos uno de estos fármacos (37).


Antidepresivos

En un estudio de cohortes en más de 130.000 pacientes, se registró un aumento de 15% de la morbididad respiratoria y un aumento de 26% de la mortalidad respiratoria en pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) expuestos a antidepresivos ISRS (38). En otros estudios se ha registrado un aumento del riesgo en pacientes expuestos a la vez a antidepresivo y a otros depresores de sistema nervioso central.

En parte, estos resultados pueden ser consecuencia de las alteraciones rinofaríngeas de naturaleza extrapiramidal que estos fármacos pueden causar, lo que llevó a que en ensayos clínicos sobre un antidepresivo ISRS, un 5 a 10% de los pacientes fueran diagnosticados de rinofaringitis cuando en realidad se trataba de efectos de la distonía. En presencia de un riesgo de COVID-19, un error diagnóstico puede ser causa de problemas.

En los países europeos de la OCDE, el consumo de antidepresivos varía desde 11 DDD por 1.000 y día en Letonia, a 98 en Islandia (36). En el Reino Unido entre 2008 y 2018 el número de prescripciones de antidepresivos se dobló (39).


Gabapentina y pregabalina

En diciembre de 2019 la FDA advirtió de un aumento de riesgo de neumonía e insuficiencia respiratoria grave asociada al consumo de gabapentinoides, sobre todo asociados a analgésicos opiáceos, hipnóticos y sedantes, antidepresivos y antihistamínicos (40). En 2017 la EMA modificó la ficha técnica de gabapentina, e incluyó advertencias de depresión respiratoria grave, que puede afectar hasta a 1 de cada 1.000 pacientes tratados (41,42).

La ficha técnica de gabapentina afirma que la incidencia de infecciones víricas en ensayos clínicos fue “muy frecuente” (más de 1 de cada 10 personas tratadas), y que la incidencia de neumonía y de infección respiratoria fue “frecuente” (entre 1 de cada 10 y 1 de cada 100). La ficha técnica de pregabalina advierte que en los pacientes tratados la incidencia de rinofaringitis es “frecuente” (entre 1 de cada 10 y 1 de cada 100) (43).

Gabapentina y pregabalina tienen una eficacia limitada en el tratamiento del dolor neuropático, y son ineficaces en sus principales usos (no autorizados) en la práctica: el dolor de espalda con posible radiculopatía (44, 45, 46). A pesar de todo ello, desde 2002 el consumo se ha más que triplicado en EEUU (47, 48), en el Reino Unido (49) y en otros países europeos (50, 51), a menudo en combinación con analgésicos opiáceos e hipnóticos (52).


Inhibidores de la bomba de protones (IBP, omeprazol y análogos)

La reducción de la acidez gástrica y el aumento de la colonización bacteriana gástrica e intestinal inducida por estos fármacos también pueden incrementar el riesgo de neumonía. Dos metanálisis de estudios observacionales han mostrado incrementos de 34% (53) a 50% (54). Estudios más recientes han confirmado la magnitud de este riesgo (55, 56, 57).

Numerosos estudios han mostrado un aumento disparado del consumo de IBP en los últimos años. Un 30% de la población en Francia (58), un 15% en el Reino Unido (59), un 19% en Cataluña (60), un 7% en Dinamarca (61) o un 15% en Islandia (62) reciben IBP sin justificación aparente en una tercera parte de los casos. Es por lo tanto esencial identificar a los pacientes que no necesitan estos fármacos, pero también es necesario ser consciente del rebote de los síntomas gástricos y de ansiedad que puede aparecer con su retirada.


Quimioterápicos antineoplásicos e inmunosupresores

Los pacientes que reciben estos fármacos son más susceptibles a las infecciones víricas y no víricas, y en general no deben abandonar el tratamiento. Sin embargo, entre un 20 y un 50% de los pacientes con cáncer incurable recibe quimioterapia en los 30 días anteriores a su fallecimiento. En pacientes con cáncer terminal, el uso de quimioterapia paliativa unos meses antes de la muerte da lugar a mayor riesgo de necesitar ventilación mecánica y resucitación cardiopulmonar, y de morir en una unidad de cuidados intensivos (63). En el contexto de la pandemia por COVID-19, pacientes, cuidadores y oncólogos deben tener mayor conciencia de los posibles riesgos para ellos y para los demás de planificar y proseguir una quimioterapia paliativa.

Muchos pacientes también reciben inmunosupresores para patologías inflamatorias crónicas como psoriasis, enfermedad inflamatoria intestinal o artritis reumática de gravedad leve o moderada, a pesar de que estos fármacos sólo están indicados en pacientes con enfermedad grave que no responde a los tratamientos de primera línea. Muchos de estos pacientes podrían beneficiarse de una retirada escalonada o una pausa de sus tratamientos durante un tiempo, con seguimiento de su estado clínico.

Los corticoides, tanto sistémicos como inhalados y en ocasiones tópicos o en gotas oculares, tienen efecto inmunosupresor e incrementan el riesgo de neumonía en pacientes con asma y en pacientes con EPOC (64, 65). Los pacientes con asma no deben abandonar los corticoides, pero muchos pacientes reciben corticoides inhalados para infecciones respiratorias altas. Por ejemplo, en Cataluña cada año 35.000 menores de 15 años recibieron una prescripción de un corticoide inhalado, para uso ocasional y aparentemente injustificado (66) (excepto para la laringitis con estridor). Análogamente, una parte de los pacientes con EPOC no obtiene ningún efecto beneficioso de los corticoides inhalados, y puede evitarlos. En un estudio, la retirada de los corticoides inhalados se siguió de una disminución de 37% en la incidencia de neumonía (67).


Inhibidores de la enzima conversiva de la angiotensina (IECA) y bloqueadores de la angiotensina (ARA-2)

Aparte del debate sobre un posible incremento del riesgo de complicaciones asociado a los IECA y los ARA-2 (68, 69), un estudio publicado en 2012, con 1.039 casos y 2.022 controles, no halló aumento del riesgo de neumonía adquirida en la comunidad asociado a estos fármacos (70).

En pacientes con insuficiencia cardíaca, cardiopatía isquémica o hipertensión, parece más importante ajustar el tratamiento para limitar el número de medicamentos a los necesarios, que retirar IECA y ARA-2.


¿Ibuprofeno o paracetamol para la fiebre?

Dados los efectos de los antiinflamatorios no esteroides (AINE), es biológicamente plausible que las complicaciones respiratorias, sépticas y cardiovasculares de la neumonía sean más frecuentes y graves si la fiebre es tratada con un AINE en lugar de paracetamol. En ensayos clínicos y en estudios observacionales se ha registrado una mayor incidencia de infecciones respiratorias altas y bajas asociadas a AINE (71), y la ficha técnica de varios AINE advierte de ello. Estas infecciones respiratorias bajas son causadas por virus de la gripe y otros (entre ellos los coronavirus del resfriado común (72)), y los AINE pueden haber contribuido a muchas muertes al año en todo el mundo. Hay argumentos poderosos que indican que en la pandemia de gripe de 1918 el consumo indiscriminado de dosis altas de ácido acetilsalicílico contribuyó a la elevada mortalidad (73). Aunque en la actualidad no se usan estas dosis, la experiencia es aleccionadora.


Consumo concomitante de varios fármacos

En la medicina contemporánea el consumo concomitante de varios de los fármacos mencionados en este informe es frecuente, y en este caso el riesgo de neumonía se multiplica (74). El uso simultáneo de varios fármacos, sobre todo en personas de edad avanzada, ha sido asociado de manera general a mayores tasas de ingreso hospitalario y de mortalidad (75, 76).

En particular, el consumo de un IBP con uno o más psicofármacos parece ser altamente prevalente en las residencias (77), en donde el riesgo de contagio y de neumonía es más alto.

Los analgésicos opiáceos, los antipsicóticos y los antidepresivos tienen efectos sobre el corazón, y alargan el intervalo QT del ECG. Azitromicina e hidroxicloroquina también alargan el intervalo QT, y la adición de estos fármacos al tratamiento del paciente puede ser causa de problemas.


Conclusiones

Varios medicamentos de consumo común, como antipsicóticos y antidepresivos, analgésicos opiáceos, anticolinérgicos, gabapentinoides, inhibidores de la bomba de protones y corticoides inhalados pueden incrementar el riesgo de neumonía en 1,2 a 2,7 veces.

Los pacientes de edad avanzada tienen mayor probabilidad de recibir uno o más de estos fármacos. Con frecuencia estos tratamientos son ineficaces, son prescritos durante períodos innecesariamente largos, a dosis erróneas o para indicaciones no autorizadas.

Aunque el consumo de estos fármacos muestra amplia variabilidad internacional, su prevalencia de uso en las personas de edad avanzada es a menudo de más de 10%, y en ocasiones alcanza 40-50%. Siendo este consumo tan elevado, con una incidencia basal elevada de infección vírica y de neumonía pueden tener un efecto negativo significativo sobre la salud pública, y el número de víctimas puede ser del orden de centenares por millón de habitantes.

En la situación actual de pandemia, los tratamientos innecesarios y dañinos deben ser revisados y eventualmente detenidos.

• Es urgente revisar y detener temporalmente el consumo de psicofármacos (sobre todo antipsicóticos), fármacos anticolinérgicos y analgésicos opiáceos, y hacer seguimiento del paciente.

• Es especialmente importante revisar la medicación de las personas que viven en residencias.

• Durante la actual pandemia de COVID-19, todos los medicamentos deben ser críticamente revisados, y desprescritos cuando sea posible, con el fin de disminuir no sólo el riesgo de neumonía y sus complicaciones, sino también otros efectos adversos que son causa frecuente de ingreso hospitalario (por ej., fracturas).

• Es urgentemente necesario realizar revisiones sistemáticas detalladas de ensayos clínicos y estudios observacionales sobre la asociación entre exposición a fármacos y riesgo de neumonía y sus complicaciones.

• También es necesario organizar colaboración con el fin de dar apoyo a los profesionales sanitarios para el ajuste de los planes de medicación a la situación de pandemia, y desarrollar colaboración internacional en investigación observacional de los factores de riesgo de neumonía y de muerte por neumonía.



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26 Dublin S, Walker RL, Jackson ML, et al. Use of opiáceos or benzodiazepines and risk of neumonía in older adults: A population‐based case–control study. J Am Geriatr Soc 2011;59:1899-907. doi:10.1111/j.1532‐5415.2011.03586.x. https://doi-org.are.uab.cat/10.1111/j.1532-5415.2011.03586.x 

27 Wiese AD, Griffin MR, Schaffner W, et al. Opiáceo analgesic use and risk for invasive pneumococcal diseases: A nested case-control study. Ann Intern Med 2018;168:396-404. doi:10.7326/M17-1907. https://annals.org/aim/fullarticle/2672601/opiáceo-analgesic-use-risk-invasive-pneumococcal-diseases- nested-case-control

28 Vozoris NT, Wang X, Fisher HD, Bell CM, et al. Incident opiáceo drug use and adverse respiratory outcomes among older adults with COPD. Eur Respir J2016;48:683-93.  https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/27418553

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50 Ferrer-Argelés P, Rafaniello C, Sabaté M, et al. Cross-national comparison of antiepileptic drug use: Catalonia, Denmark and Norway, 2007-2011. EpidemiolBiostatPubl Health 2014;11:e9405-1-e9405-9. doi:https://doi.org/10.2427/9405. https://ebph.it/article/view/9405

51 Ortiz de Landaluce L, Carbonell P, Asensio C, et al. Gabapentin and pregabalin and risk of atrial fibrillation in the elderly: A population-based cohort study in an electronic prescripción database. Drug Safety 2018;41:1325-31. doi:10.1007/s40264-018-0695-6.

52 U.S. Food and Drug Administration. FDA warns about serious breathing problems with seizure and nerve pain medicines gabapentin (Neurontin, Gralise, Horizant) and pregabalin (Lyrica, Lyrica CR). 30 January 2020. https://www.fda.gov/drugs/drug-safety-and-availability/fda-warns-about-serious- breathing-problems-seizure-and-nerve-pain-medicines-gabapentin-neurontin (Accessed 29 March 2020).

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54 Lambert AA, Lam JO, Paik JJ, et al. Risk of community-acquired neumonía with outpatient proton- pump inhibitor therapy: a systematic review and meta-analysis. PLoS One 2015;10:e0128004. doi:10.1371/journal.pone.0128004. https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0128004

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57 Bateman BT, Bykov K, Choudhry NK, et al. Type of stress ulcer prophylaxis and risk of nosocomial neumonía in cardiac surgical patients: cohort study. BMJ 2013;347:f5416.  https://doi.org/10.1136/bmj.f5416

58 Lassalle M, Le Tri T, Bardou M, et al. Use of proton pump inhibitors in adults in France: a nationwide drug utilization study. Eur J Clin Pharmacol 2020;76:449-57.  https://doi.org/10.1007/s00228-019- 02810-1

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62 Hálfdánarson ÓÖ, Pottegård A, Björnsson ES, et al. Proton-pump inhibitors among adults: a nationwide drug-utilization study. Ther Adv Gastroenterol 2018;11:1756284818777943.  https://doi.org/10.1177/1756284818777943

63 Wright AA, Zhang B, Keating NL, et al. Associations between palliative chemotherapy and adult cancer patients’ end of life care and place of death: prospective cohort study. BMJ 2014;348:g1219. doi: https://doi.org/10.1136/bmj.g1219

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66 CatSalut, 2016. Estimulants ß-adrenèrgics de llarga durada en el tractament de l’asma en nens. http://medicaments.gencat.cat/ca/professionals/seguretat/fitxes-seguretat/estimulants-adrenergics-de- llarga-durada-en-el-tractament-de-lasma-en-nens/

67 Suissa S, Coulombe J, Ernst P. Discontinuation of inhaled corticosteroids in COPD and the risk reduction of neumonía. Chest 2015;148:1177. doi: 10.1378/chest.15-0627.  https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/26110239

68 Fang L, Karakiulakis G, Roth M. Are patients with hypertension and diabetes mellitus at increased risk for COVID-19 infection? Lancet Respir Med 2020:11. doi: https://doi.org/10.1016/S2213- 2600(20)30116-8

69 American Heart Association, Heart Failure Society of America, American College of Cardiology. American Heart Association webpage 2020:1 https://newsroom.heart.org/news/patients-taking-ace-i- and-arbs-who-contract-covid-19-should-continue-treatment-unless-otherwise-advised-by-their- physician

70 Dublin S, Walker RL, Jackson ML, et al. Use of opiáceos or benzodiazepines and risk of neumonía in older adults: a population-based case-control study. Pharmacoepidemiol Drug Safety 2012;21:1173-82. doi: 10.1111/j.1532-5415.2011.03586.x. https://onlinelibrary-wiley- com.are.uab.cat/doi/10.1002/pds.3340

71 Day M. Covid-19: ibuprofen should not be used for managing symptoms, say doctors and scientists. BMJ 2020;368:m1086. https://www.bmj.com/content/368/bmj.m1086

72 Ioannidis JPA. A fiasco in the making? As the coronavirus pandemic takes hold, we are making decisions without reliable data. STAT Daily Recap 17 March 2020.  https://www.statnews.com/2020/03/17/a-fiasco-in-the-making-as-the-coronavirus-pandemic-takes- hold-we-are-making-decisions-without-reliable-data/

73 Starko KM. Salicylates and pandemic influenza mortality, 1918–1919 Pharmacology, pathology, and historic rvidence. Clin Infect Dis 2009;49:1405-10. https://doi.org/10.1086/606060

74 Gau JT, Acharya U, Khan S, Heh V, et al. Pharmacotherapy and the risk for community-acquired neumonía. BMC Geriatr 2010;10:45. https://doi.org/10.1186/1471-2318-10-45

75 Wang P, Wang Q, Li F, Bian M, Yang K. Relationship between potentially inappropriate medications and the risk of hospital readmission and death in hospitalized older patients. Clin Interv Aging 2019;14:1871-78. doi:10.2147/CIA.S218849. eCollection 2019. doi:10.2147/CIA.S218849https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6839805/

76 Montané E, Arellano AL, Sanz Y, et al. Drug-related deaths in hospital inpatients: A retrospective cohort study. Br J Clin Pharmacol 2018; 84:542-52. doi:10.1111/bcp.13471.




¿Enviar a los terapeutas? (The Lancet Psychiatry, editorial)

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Seguimos dando vueltas (¿cómo no?) a todas las implicaciones de la pandemia de COVID-19 y sus repercusiones, que serán muy amplias en muchos ámbitos y que dejarán tras de sí un mundo diferente, en el cual de nosotros dependerá que sea mejor o peor que el actual.

Hoy queríamos recoger un artículo reciente que reflexiona sobre la necesidad de tratar psiquiátrica o psicológicamente a muchas personas que, según se nos repite insistentemente desde distintos foros, quedarán -quedaremos- traumatizadas por el coronavirus, el riesgo de contagio, los duelos, la crisis económica, el confinamiento o variantes más o menos combinadas de estos factores. Parece asentarse un cierto mantra que incluye ideas como: "todos vamos a salir afectados", "los sanitarios no se recuperarán de esto", "los niños quedarán traumatizados de por vida por el confinamiento", "los duelos sin despedida serán incurables", "no va a haber suficientes psiquiatras / psicólogos / psicoterapeutas para todos cuando esto acabe"...

Con las mejores intenciones (¿cómo no?) se ponen en marcha iniciativas desinteresadas desde administraciones públicas, servicios hospitalarios o asociaciones profesionales encaminadas a atender a personas afectadas por la situación, ya sean dirigidas a profesionales, a familiares de fallecidos, o a población general... Un poco, nos parece, el papel de los psicólogos de catástrofes que son llevados a toda prisa a los aeropuertos cuando se accidenta un avión, nunca hemos sabido muy bien a hacer exactamente qué (y con resultados de eficacia bastante lamentables, como pueden ver aquí).

El caso es que no estamos muy de acuerdo con este planteamiento. No nos parece que haya que asumir (y, tras dicha asunción, a la vez provocar como en cualquier profecía autocumplida) que habrá tanto trauma y tanto traumatizado. Nos parece que a lo largo de la Historia y por desgracia, muchas personas se han enfrentado a situaciones incluso peores que la actual y el resultado no implicó vidas rotas y psiques fracturadas. Sin ir más lejos, nuestros abuelos y toda su generación vivió algo tan espantoso como una guerra civil de tres años tras la que vino una posguerra durísima y cuarenta años de dictadura, y no recordamos que estuvieran especialmente traumatizados por ello. Siguieron sus vidas, con sus malos recuerdos y sus buenos esfuerzos y, la inmensa mayoría, fueron saliendo adelante y viviendo sus vidas sin necesidad de pastillas, terapias ni mindfulness alguno.

Sin duda habrá personas que lo pasen mal y que no puedan por sí mismos recuperarse bien y a las que podremos ayudar. Sin duda habrá que esforzarse por no crearles a la vez nuevos problemas de dependencia en dicha atención, eso también. Y algunos pacientes psicóticos sufrirán la situación especialmente y necesitarán más de nuestro apoyo, lo que debería ser lo fundamental de nuestro trabajo, como siempre decimos. Pero lanzarse a atender duelos de familiares de fallecidos por coronavirus desde el día uno tras la muerte, nos parece una barbaridad. Está claro que debe ser terrible perder a alguien importante sin poder estar a su lado y despedirse de esa persona, pero un duelo lleva un tiempo. Y por duras que sean las circunstancias del mismo, un ser humano necesita tiempo para elaborar su duelo por sí mismo, junto a sus seres queridos y con sus propios recursos, sin insistir en plantear una sociedad de dependientes emocionales donde cada momento de dolor (a veces, de dolor terrible), necesita un terapeuta.


Toda idea, por seria que sea, puede entenderse mejor con una imagen de Batman y Superman (y por si aún no lo tienen claro, Batman siempre es el listo del dúo).





Pues eso.


Sin más, les dejamos el editorial de The Lancet Psychiatry, cuya opinión compartimos en gran parte:



¿Enviar a los terapeutas?


Las emergencias de salud pública, como la enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19) y los incendios forestales en Australia, resaltan las desigualdades en nuestras sociedades y las fallas de nuestras instituciones. Los pobres sufren la peor parte de cualquier nueva pandemia, terremoto o inundación, mientras que los líderes electos parecen imperturbables y siguen pidiendo políticas que probablemente generen más vulnerabilidades y sufrimiento a largo plazo. Pero las emergencias también tienen una forma de amplificar la dedicación de los médicos, científicos y profesionales de la salud pública. Una de las respuestas más notables a estos eventos recientes ha sido el énfasis que los grupos y los gobiernos han puesto en las consecuencias para la salud mental de estos desastres. Los ejemplos incluyen el gobierno australiano que destina 76 millones de dólares australianos de fondos específicamente para la salud mental y el bienestar, y las llamadas de investigadores y clínicos en China para mejorar los servicios de salud mental para aquellos afectados directa e indirectamente por COVID-19.

Incluso hace unas pocas décadas, los médicos no habrían hecho una llamada a un mayor enfoque en la salud mental durante una crisis de salud física, y que estas llamadas hubieran sido atendidas por los gobiernos y los funcionarios de salud pública habría sido aún más improbable. Este cambio de comportamiento coincide con la conciencia y la sensibilidad al trauma del campo psiquiátrico y del público en general, y sin duda ha sido influenciado por este, un concepto en salud mental que se ha extendido más allá del trastorno de estrés postraumático y los soldados para quienes el trastorno fue originalmente formulado. Esta evolución también refleja una tendencia alentadora en nuestro pensamiento sobre el bienestar: que la salud mental y física están entrelazadas y deben gestionarse en pie de igualdad.

Pero, en nuestro afán de ayudar durante emergencias de salud pública, debemos recordar algunos hechos difíciles. Aunque el interés del campo de la salud mental en el trauma se ha expandido enormemente en las últimas décadas, nuestra comprensión científica del trauma se ha quedado muy rezagada, incluida nuestra comprensión de su definición y etiología, y, lo que es más importante, de cómo intervenir efectivamente. La evidencia de alta calidad de la efectividad de las intervenciones psicológicas agudas para el trauma relacionado con el desastre es escasa. Aún más preocupante es el hecho de que los riesgos potenciales y las reacciones adversas en respuesta a la terapia inmediatamente después de un desastre no están bien estudiados.

Al implementar medidas para ayudar a aquellos que se enfrentan a desastres, debemos ser cautelosos al reducir el trauma a una simple cuestión de exposición y prevención de la respuesta, y en su lugar tener una visión más compleja del trauma que incorpora problemas de salud mental preexistentes y comórbidos. Por ejemplo, la evidencia epidemiológica que tenemos sobre el trauma relacionado con el desastre sugiere que la mayoría de las personas son altamente resistentes, con resultados negativos más duraderos en las personas como resultado de un trauma que refleja los problemas de salud mental y el estado socioeconómico existentes. Pero, incluso si se hacen esfuerzos para apuntar a las personas más vulnerables a los traumas relacionados con el desastre, nuestra falta de conocimiento sobre los resultados y procesos a largo plazo también plantea la cuestión de cuánto deberíamos esperar de las inyecciones de fondos y esfuerzos a corto plazo.

La cultura y el contexto también deben tenerse en cuenta al diseñar planes para brindar atención de salud mental en situaciones de desastre, pero rara vez se discuten en las llamadas a la acción durante las emergencias. Las comunidades más susceptibles al impacto duradero de un desastre también son aquellas que probablemente no tengan acceso a la atención de salud mental en su vida diaria. ¿Qué efectiva será una sola sesión de terapia cuando sea dispensada por un extraño? ¿Cómo responderán los miembros de estas comunidades cuando todos los especialistas vuelen de regreso a casa y se queden con las luchas cotidianas en materia de salud mental y física que existieron antes y que seguirán apareciendo mucho después de los titulares?

Esto no quiere decir que la comunidad de salud mental deba dejar de centrarse en la importancia del trauma o llamar a la acción a raíz de los desastres; los esfuerzos en ambos frentes deben ser aplaudidos y ampliados cuando sea apropiado. Sin embargo, los proveedores de atención médica y los gobiernos deben recordar que la historia de la psiquiatría está plagada de buenas intenciones que resultaron deficientes en la práctica, e intervenciones que parecían intuitivamente correctas pero que no funcionaron, o incluso exacerbaron problemas, en contacto con la realidad. El concepto de trauma también debe eliminarse de su silo e integrarse con las complejidades de otros trastornos de salud mental y factores sociales persistentes como la pobreza. En resumen, necesitamos planes de acción holísticos informados por evidencia y estrategias de implementación que vean más allá del corto plazo. Las emergencias no son solo crisis para ser contenidas, sino oportunidades para construir sistemas de salud sostenibles.




Salubrismo o barbarie (segunda edición)

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Hace ya un tiempo, tuvimos la suerte y el honor de escribir (a medias con nuestra admirada Marta Carmona) un capítulo sobre Psiquiatría en el magnífico libro Salubrismo o barbarie. Ahora, gracias al trabajo de los editores Javier Padilla y Vicky López, llega la segunda edición de esta obra, disponible en pdf de forma gratuita. Creemos que es un gran trabajo y vamos a presentarlo con las palabras que encontramos en el blog del Colectivo Silesia, autores intelectuales de este espléndido trabajo, aún más necesario en los (pandémicos) tiempos que corren.


Siéntanse libres de difundirlo.



La crisis generada por el COVID-19 ha puesto de manifiesto la profunda desigualdad en la que vivimos. Que el COVID-19 entiende de clases sociales y de género es algo innegable. Hoy más que nunca creemos que es importante realizar un análisis de los factores que determinan la salud de las poblaciones desde una dimensión colectiva y emancipadora que muestre las interacciones entre la salud y los ejes de desigualdad y las condiciones de vida. Por eso, #AbrimosSOB en la web de Colectivo Silesia. Para la segunda edición en papel, te pedimos un poquito más de paciencia.


  1. Introducción.
  2. Género y salud en un mundo cambiante. Vicky López Ruiz.
  3. Ética de la salud pública o la película de la ética y la salud pública como nunca te la habían contado: a propósito de Dallas Buyers Club. Maite Ruiz Piqueras, Joaquín Hortal Carmona.
  4. Ideología y salud pública: la influencia determinante de las miradas. Javier Padilla Bernáldez.
  5. Movimientos sociales y salud. Elena Ruiz Peralta.
  6. Lo público y lo privado en sanidad. Sergio Minué.
  7. Justicia y salud pública: entre gestionar lo escaso y conquistar lo (im)posible. Javier Padilla Bernáldez.
  8. Clases sociales en salud: el motor de la desigualdad. Javier Segura del Pozo.
  9. Inmigración, minorías étnicas y salud. Patricia Escartín Lasierra, Luis Gimeno Feliú.
  10. Relaciones de poder y salud pública. Juan Manuel Jiménez Martín.
  11. Precariedad laboral y salud. Pablo Padilla Estrada, Javier Padilla Bernáldez.
  12. Urbanismo y salud. Usama Bilal.
  13. Procesos de desahucio: La vivienda y el activismo como determinantes sociales de la salud. Amets Suess Schwend.
  14. Cuidados y trabajos invisibles, como todo lo doméstico. Carmen López Román, Vicky López Ruiz.
  15. La psiquiatría como dispositivo en salud pública: peligros y oportunidades. Marta Carmona Osorio, José García-Valdecasas Campelo.
  16. Orientación de los Servicios Sanitarios hacia la Promoción de la Salud y la Salud Comunitaria. Marta Sastre Paz, Rafael Cofiño Fernández.
  17. Activos para la salud. A vueltas con el poder, la dependencia y la salud comunitaria. Mariano Hernán García, Blanca Botello Díaz.
  18. Epílogo: ¿Dónde vamos? Alberto Fernández Ajuria.

Libro completo.




Actualización sobre el síndrome de abstinencia y efecto “depresógeno” de los antidepresivos (Javier Romero Cuesta)

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Hoy traemos un artículo reciente publicado en el Boletín de Salud y Fármacos por Javier Romero Cuesta, psiquiatra, sobre medicación antidepresiva y algunos de sus mayores inconvenientes: el síndrome de abstinencia que ocasiona a veces su retirada y el efecto depresógeno que en ocasiones parece asociado con su mantenimiento. Una excelente revisión de la bibliografía, muy bien hilada, que debería hacernos reflexionar a todos los clínicos sobre el uso (y abuso) de estos fármacos que cada vez presentan más sombras y menos luces. Ya habíamos publicado previamente otro trabajo del mismo autor, en aquella ocasión sobre neurolépticos, también del mayor interés, que pueden encontrar aquí.





Actualización sobre el síndrome de abstinencia y efecto “depresógeno” de los antidepresivos 

.Javier Romero Cuesta. Psiquiatra. Director UGC Salud Mental. Hospital Universitario Virgen de la Victoria Málaga. 




Resumen 

Revisión y análisis crítico de la literatura relevante sobre el síndrome de abstinencia provocado por los antidepresivos y la emergente evidencia que su uso mantenido puede tener un efecto “depresógeno”. La escasez de estudios sobre estos efectos secundarios es llamativa y su confirmación cuestionaría la mayoría de los Ensayos Clínicos Aleatorizados (ECA) sobre eficacia de los antidepresivos que tienen un diseño de discontinuación. Al mismo tiempo que llevaría a aceptar que los antidepresivos producen dependencia. Se necesita una formación e investigación independiente de la industria farmacéutica sobre estos efectos secundarios y una información más explícita a los pacientes sobre estos riesgos tanto a la hora de la prescripción como del ritmo de retirada de los mismos. El consumo tan elevado de antidepresivos y la complejidad de su retirada, junto a su posible efecto “depresógeno” es un problema de salud pública grave que necesita más investigación, una adecuada valoración y cambios en la práctica de prescripción. 

Antidepresivos, Depresión resistente al tratamiento. Síndrome abstinencia, dependencia, antidepresivos, Recaída, Resistencia, Disforia tardía, Efecto “depresógeno” 


Introducción 

La comercialización de los inhibidores de la recaptación de serotonina (ISRS) ha producido un cambio trascendental en los hábitos de prescripción. Una eficacia similar a los tricíclicos, una posología más cómoda y en principio menos efectos adversos, facilitaron que durante años se trabajase, juntamente con Atención Primaria, en el objetivo de una mejor identificación de la depresión para tratarla con estos fármacos. Este objetivo se ha cumplido con creces, pues en todos los países desarrollados el incremento de prescripción de antidepresivos ha crecido de manera exponencial. En España hemos pasado de una Dosis Habitante Día (DHD) de 26,5 en el 2000 a 79,5 DHD en el 2013 [1]. En Australia ha habido un incremento del 95% entre los años 2000 y 2011 [2]. En Inglaterra el 16% de la población toma antidepresivos y en Estados Unidos este porcentaje es del 12% [3]. Este aumento de la prescripción de antidepresivos se ha correspondido, paradójicamente, con un incremento en la prevalencia de depresión, así como de una mayor carga por discapacidad de la misma [2,4-6]. Estos datos cuestionarían la eficacia de los antidepresivos en la prevención de recaídas y plantean la posibilidad de que un uso prolongado de la medicación tenga un efecto “depresógeno”. 


Estudios sobre la eficacia de los antidepresivos 

Los estudios sobre la eficacia a corto plazo de los antidepresivos tienen tres obstáculos. El primero sería el alto porcentaje de remisión espontánea de la clínica depresiva: el 23% de los casos de depresión no tratada remiten a los 3 meses, el 32% a los 6 meses y el 53% al año [7]. El segundo obstáculo radica en la calidad de las investigaciones: nos encontramos estudios con conclusiones contradictorias que en lugar de promover evidencias y mejoras en salud están sirviendo como herramientas de marketing publicitario. Muchos ensayos son pequeños, con seguimientos cortos, con medidas de resultado de escasa relevancia clínica, con sesgos importantes de publicación, y todo ello bajo la sospecha de estar auspiciados por la industria farmacéutica [8,9]. Conseguir independencia en las investigaciones en un mercado como es el de los antidepresivos que mueve millones de dólares es difícil. Más aun teniendo en cuenta que el peso de la investigación es soportado por la propia industria farmacéutica. De manera resumida podemos concluir que los resultados muestran escasa diferencia con placebo y con poca repercusión clínica [10,11]. Es indudable que hay importantes investigaciones favorables a la eficacia de los antidepresivos como es el estudio STARD*D del 2005 [12=13] o el más reciente metaanálisis de Ciprinani del 2018 [14]. Pero cuando estos estudios se han revisado en profundidad por otros autores, las conclusiones han sido muy diferentes a las iniciales [15]. 

El STAR*D es un amplio estudio longitudinal, fue considerado como uno de los más importantes, y para muchos es el más significativo en el campo de la evaluación de los antidepresivos [12=13]. Sus resultados han servido de apoyo para la defensa de la eficacia de los antidepresivos. Sin embargo, este trabajo ha recibido múltiples críticas tras identificarse diversos sesgos, todos ellos favorables a la defensa de la eficacia. En particular destacan los trabajos de Pigott que a lo largo de una década ha hecho una labor de “desconstrucción” del estudio de Cipriani, bajando el resultado original del 67% de remisión a sólo el 2,7% [16-21]. 

Entre los últimos metaanálisis, destaca el de Cipriani et al [14] que ha sido considerado por líderes de opinión como “la definitiva demostración de la efectividad de los antidepresivos” queriendo dar así por concluida la controversia sobre su eficacia [21]. Recientes trabajos han encontrado graves limitaciones metodológicas a la hora de analizar la respuesta al fármaco. El modesto tamaño del efecto en este trabajo es una constante en los estudios con antidepresivos que buscan más una significación estadística que clínica. Con una muestra muy grande, como ocurre en este metaanálisis (n=116.477), se pueden conseguir diferencias con significación estadística entre fármaco y placebo, pero ésta no equivale a significación clínica. En este trabajo la mejoría consiste en una reducción de 1,97 puntos en la escala de Hamilton de 17 items (0-52 puntos) [22], cuando desde una perspectiva clínica se necesitaría al menos una reducción de 7 puntos en esta escala [23]. 

El tercer obstáculo es el efecto placebo y la dificultad para su valoración [24]. Hay que tener en cuenta que la propia creencia de los pacientes sobre si están o no en el brazo placebo, independientemente del brazo asignado, puede provocar un cambio en la respuesta [25]. Sobre el efecto placebo se publicó en el año 2008 un conocido metaanálisis [4] que incluyó trabajos no publicados y cuyos resultados cuestionaron la eficacia de los antidepresivos. Este estudio provocó cierta alarma y con prontitud la Agencia Europea del Medicamento revisó los datos del mismo concluyendo que la indicación de antidepresivos tenía una robusta evidencia y que no había motivo para la alarma social. Para llegar a esta conclusión se basaron en la mayor reducción de recaídas en los pacientes que seguían tomando antidepresivos en comparación a los que se les retiraba. Pero es interesante detenerse en la metodología de estos ensayos, llamados de discontinuidad [26]. 


Limites metodológicos a las evaluaciones de eficacia a largo plazo 

El primer problema con los estudios de eficacia de los antidepresivos a largo plazo lo encontramos en su diseño. A nivel metodológico hay dos tipos de diseño en los ensayos clínicos para valorar la eficacia en la reducción de recaídas o recurrencias. El primero es el diseño por extensión. En éste, a un paciente con un cuadro depresivo agudo, se le da de manera aleatoria y cegada, bien placebo o bien antidepresivo y se sigue durante un tiempo, en general no más de un año, valorándose las recaídas como medida de eficacia. El segundo diseño, el utilizado más frecuentemente, es el de discontinuación. A un paciente con clínica depresiva aguda se le da sin cegar un antidepresivo. Se rechaza posteriormente a los no respondedores y se continúa con los que respondieron positivamente. Tras un periodo de estabilización, se procede a la aleatorización, a un brazo se le retira, en general bruscamente, el antidepresivo, para pasar a placebo, mientras que el otro continuará con el mismo antidepresivo. La eficacia se mide también con el número de recaídas. 

Del primer diseño, diseño de continuación, no hay prácticamente estudios. Una revisión sistemática con ISRS, no encontró ningún ensayo de más de un año de duración y a nivel de eficacia no encontraron diferencias [27]. 

En relación con los estudios de discontinuación, sus resultados son contradictorios. Hay estudios como el metaanálisis de K Geddes [28] y el de Sim [29] que encuentran menos recaídas y recurrencias con el mantenimiento del antidepresivo. Mientras que otros estudios como el metaanálisis de Greenberg [30], la revisión de cuatro metaanálisis de Pigott [16], la revisión de Moncrieff [31] o la de Hengartner [5], no encuentran diferencias significativas con el uso prolongado de antidepresivos. Todos estos estudios, tanto a favor como en contra de la eficacia, señalan el posible sesgo de una sintomatología de abstinencia en los diseños de discontinuación, al ser retirado bruscamente el antidepresivo para pasar a placebo, lo que puede confundirse con una recaída. Este peculiar diseño pone sobre la mesa un tema ya antiguo, pero poco reconocido, como es el síndrome da abstinencia provocado por los antidepresivos. El reconocimiento de este efecto adverso cuestiona la validez de la mayoría de los ECA, generando aún más incertidumbre sobre la eficacia de los antidepresivos. 


Síndrome de abstinencia de los antidepresivos 

A principio de los sesenta se describe la dificultad de retirar la Imipramina por la aparición de un síndrome de abstinencia con su retirada [32]. Estos síntomas se podían confundir con una recaída, sobrevalorando la importancia de la medicación en la estabilidad del paciente. En1998 se describe con detenimiento este síndrome, diseñándose una escala con signos y síntomas (DESS) [33]. Observándose una mayor prevalencia en antidepresivos con vida media corta [34-36]. 

Desde el comienzo de la descripción de estos síntomas la industria farmacéutica puso mucho interés en identificarlo como discontinuidad y no como abstinencia. En 1996 en un consenso auspiciado por Lilly (Prozac) se propondrá el término discontinuación para diferenciarlo del síndrome de abstinencia que producen las benzodiacepinas [37]. Hablar de discontinuidad suponía localizar el problema en el mal uso, por abandono, de los antidepresivos. Centrándose así más el problema en la adherencia al tratamiento y por lo tanto más en el paciente que en el fármaco [38,39]. Este matiz fue de gran trascendencia, pues al no reconocerse como abstinencia, permitió conseguir la indicación de los antidepresivos para los trastornos de ansiedad en lugar de las benzodiacepinas que tenían ya un reconocido síndrome de abstinencia [40]. 

Sin embargo, cada vez hay más evidencias que apuntan al término abstinencia en lugar de discontinuidad, que propone la industria. Entre otros motivos por aparecer no sólo en el contexto de la retirada de la medicación, sino que también aparece cuando hay una modificación de las dosis [37,41]. 

Guías clínicas como la de NICE ya recogen este síndrome, no obstante, lo consideran de intensidad leve y recortado en el tiempo, aunque reconoce que puede llegar a ser un cuadro grave, sobre todo si se retira bruscamente [42]. Hay que señalar que se han descrito casos de pacientes, incluso con una retirada lenta, que presentaron reacciones graves, de larga duración y con alteraciones funcionales incapacitantes [41]. 

La sintomatología típica de este síndrome incluye tanto síntomas somáticos: (calambres, cefaleas, mareos, síntomas gripales, temblor, alteraciones del equilibrio, diarrea, parestesias) como síntomas psicológicos (ansiedad, irritabilidad, insomnio, confusión, alucinación, irritabilidad, hipomanía, bloqueo emocional) [37, 41]. La presencia de síntomas psicológicos similares a los que llevaron a iniciar el tratamiento antidepresivo es la causa de la confusión entre una recaída y un fracaso terapéutico. Confusión que lleva a cambiar el tratamiento o a subir la dosis. Si los síntomas de abstinencia aparecen en la transición de un cambio de antidepresivo se pueden confundir con efectos secundarios del nuevo antidepresivo. Incluso se han descrito síntomas de hipomanía que llevan a la confusión diagnóstica de un trastorno bipolar [43]. 

Para un correcto diagnóstico diferencial es fundamental en primer lugar tener en cuenta la existencia de este síndrome, para poder hacer una cuidadosa exploración en la que la aparición de los síntomas al comienzo de una retirada del antidepresivo o en relación a cambios de dosis van a ser las principales características [44, 45]. 


Mecanismos biológicos propuestos para el cuadro de abstinencia. Aunque su neurobiología es poco conocida [46], desde hace años se sabe que todos los psicofármacos alteran el funcionamiento de los neurotransmisores y que generan un mecanismo adaptativo para mantener la homeostasis. Esta adaptación puede llegar a ser irreversible si se utiliza durante largo tiempo el fármaco [47]. En este contexto adaptativo la retirada del antidepresivo liberaría bruscamente los receptores bloqueados produciendo un síndrome de rebote [36, 48-50]. 


Prevalencia del síndrome de abstinencia. Hay escasa investigación a pesar de haber pasado décadas desde que se describieron estos problemas con el uso de los antidepresivos [38]. La primera revisión sistemática, no se publica hasta el año 2015 [41]. En ella se concluye que los ISRS provocan síndrome de abstinencia que aparece a los pocos días de la retirada, en particular si esta es brusca. La duración de los síntomas suele ser limitada en el tiempo. No obstante, se describen cuadros de abstinencia a pesar de una retirada gradual y persistencia prolongada de los síntomas que dificultan aún más el diagnóstico [41]. 

No hay ensayos clínicos sobre la gravedad de los síntomas de retirada, por lo que hay que limitarse a datos extraídos de encuestas a pacientes [51]. En estas encuestas se encuentra que entre el 60-74% de los pacientes encuestados han experimentado algún síntoma de retirada. Y de estos, la mitad los consideró graves 


Nuevas recomendaciones para evitar la aparición de un síndrome de abstinencia 

Al no conocerse el mecanismo exacto de este proceso adaptativo puesto en marcha con la toma prolongada de antidepresivos y su posterior retirada, la mayoría de las pautas para prevenir la abstinencia se han desarrollado en base a la experiencia clínica. Al igual que con otras sustancias que producen dependencia, los síntomas al retirar los ISRS aparecerán con más frecuencia si se han utilizado dosis altas durante periodos largos, influyendo también la vida media del antidepresivo. 

Siguiendo las recomendaciones de las guías, en la práctica clínica se recomienda la retirada del antidepresivo en reducciones lineales en un periodo de tiempo entre 2 y 4 semanas [42]. Recientes estudios ven este tiempo de reducción corto y aunque encuentran una gran variabilidad individual aconsejan prolongarlo incluso a meses [52]. En apoyo a la prolongación del tiempo para reducir las dosis está el hallazgo que la liberación de los receptores ocupados no sigue un patrón lineal, es decir que en cada escalón no se liberan los receptores proporcionalmente, sino que esta liberación sigue una curva hiperbólica. Lo que explicaría la alta ocupación de receptores encontrados aún con dosis subterapéuticas [53]. Por ejemplo, una reducción de 20 mg a 15 mg de Citalopram desbloquea un 3% de los receptores ocupados, 6% en la reducción de 15 a 10 mg, 13% en la reducción de 10 a 5 mg y en la reducción de 5 mg a 0 mg, 58%. Incluso reducciones de 2,5 mg a 0, mg aún posible con las presentaciones del fármaco, producirá una reducción absoluta del 42,9% y, más aún, la reducción de 1,25 a 0 mg, un 28%. Incluso mayor que si bajáramos de 40 mg a 5 mg. (27,3%) Estos hallazgos indican que la relación hiperbólica entre dosis e inhibición del receptor de serotonina podría hacerse extensible al efecto retirada [36]. Esta particularidad puede explicar que en nuestra práctica clínica no tengamos muchas dificultades en comenzar a reducir la dosis de los antidepresivos de manera paulatina hasta llegar al último paso en la retirada en el que es frecuente observar la aparición de síntomas que llevan muchas veces a confundir con recaídas y a pensar que es imposible la retirada del fármaco. 


Efecto “depresógeno” de los antidepresivos 

Muchos pacientes sufren recurrencias de la clínica depresiva a pesar de mantener el tratamiento. La causa de esto es desconocida pero su prevalencia parece estar aumentando. Un metaanálisis de estudios de mantenimiento con antidepresivos mostró que las personas que los tomaban tenían un riesgo de recaída progresivo en el tiempo, 23% en el primer año, 34% en el segundo y 45% en el tercero lo que puede ser un fuerte indicador de tolerancia o taquifilaxia que en el caso de los antidepresivos se estima que está presente en un tercio de los pacientes que lo toman de manera prolongada [54, 55]. 

Independientemente de la pérdida de eficacia que pueda producir el fenómeno de tolerancia, hay datos para sospechar que el tratamiento con antidepresivos en sí mismo puede contribuir a un cuadro depresivo crónico. En 1973 un seguimiento de cinco años de 84 pacientes depresivos tratados con tricíclicos señalaba un aparente efecto paradójico con el uso prolongado de los mismos, al encontrar un aumento del número de recaídas [56]. 

En 1994 se describe por primera vez de manera más clara la depresión inducida por antidepresivos. No como un fracaso en la protección contra recaídas o recurrencias por una pérdida de eficacia, tolerancia, sino por producir de manera activa una mayor vulnerabilidad a la depresión que se explicaría por un mecanismo de tolerancia oposicional [57,58]. Esta hipótesis de una evolución crónica de la depresión inducida por el uso mantenido de antidepresivos ha sido apoyada posteriormente por diferentes autores [ 23, 49, 59-62]. 

Que un fármaco utilizado de manera continuada acabe produciendo un efecto opuesto para lo que ha sido prescrito, empeorando la evolución de la enfermedad, no es un fenómeno exclusivo de los antidepresivos. Se ha descrito una peor evolución de los pacientes que han seguido tratamiento con neurolépticos durante años. comparado con los que dejaron el tratamiento (63). En los neurolépticos se ha descrito como hipótesis explicativa para este fenómeno el concepto de psicosis por hipersensibilidad, que explicaría la reaparición de los síntomas al retirarlos, al mismo tiempo que esa excesiva actividad dopaminérgica estaría también en relación con la aparición de discinesias tardías [64, 65]. 

En esta misma línea explicativa se ha propuesto el término disforia tardía. En individuos con una predisposición, un tratamiento antidepresivo prolongado, perpetuaría, y posiblemente empeoraría, el cuadro depresivo. De hecho, al encontrarse similitud explicativa con la aparición de las discinesias tardía hay autores que a esta clínica depresiva crónica provocada por el uso prolongado de antidepresivos la ha denominado "Disforia tardía" [66, 67]. Del mismo modo que ocurre con las discinesias tardías algunos individuos al retirar lentamente mejorarían, pero otros presentarían una clínica irreversible de depresión crónica persistente. 


Los Pacientes 

El 89,4% de los pacientes encuestados que tomaron antidepresivos durante años manifestaban que los antidepresivos les habían ayudado. El 73,5% reconocían efectos adversos, muchos de ellos estaban preocupados por estos y expresaban la necesidad de más información sobre riesgos de tomarlos largo tiempo y pedían apoyo para retirarlos [68]. 

Una de las mayores encuestas a nivel internacional dirigida a usuarios sobre la experiencia en la retirada de psicofármacos concluía que el 64% de los pacientes no habían recibido ninguna información de los médicos sobre los potenciales efectos secundarios. AL 25% no le dieron ningún consejo sobre como afrontar la retirada. Al 40% que le prescribieron un antidepresivo lo justificaron por la existencia de un desequilibrio químico. Y el 47% experimentaron síntomas de retirada durante más de un año. En las conclusiones los autores destacan el impacto desastroso en el proceso de retirada para algunos pacientes. Así como el fracaso de los responsables de la prescripción en abordar el problema. [43]. 


Discusión 

El consumo tan elevado de antidepresivos y la complejidad de su retirada es un problema de salud pública grave, que necesita más investigación y adecuada valoración [69]. Los estudios retrospectivos son escasos y contradictorios [70,71] y se hacen sobre ensayos de eficacia que no contemplan entre sus variables el registro de estos efectos secundarios. Es evidente que la Influencia de la industria farmacéutica sobre los médicos, el peso de la investigación financiada por la industria y la prevalencia de un modelo biomédico que da prioridad a los tratamientos farmacológicos como primera línea de acción, han sobrevalorado los beneficios de los antidepresivos en relación a su riesgo [37]. 

Es necesaria, pues, una formación no auspiciada por la industria, para poder modificar los hábitos de prescripción. Aunque la retirada es un problema importante para muchas personas que toman antidepresivos desde hace años, sigue siendo esta una cuestión abandonada en gran medida en la literatura científica, en la práctica habitual y en la formación psiquiátrica [39, 41, 65, 69]. 

Los medicamentos antidepresivos siguen siendo el pilar del tratamiento de la depresión en atención primaria y en salud mental, mantenido por unas creencias falsas [72]. La psiquiatría académica sostiene que la dependencia física a los fármacos antidepresivos no existe y que los "síntomas de interrupción" al interrumpir la farmacoterapia de mantenimiento son benignos y afectan solo a una pequeña minoría de usuarios de antidepresivos. No es infrecuente que los médicos informen a los pacientes que se quejan de síntomas de abstinencia a los antidepresivos que estos síntomas no tienen nada que ver con los medicamentos, sino que son signos de su problema de salud mental subyacente [73,74]. 

Cuanto más veteranos son los psiquiatras más creen en la acción farmacológica de un medicamento y valoran menos la importancia de los efectos del placebo [75]. Estos hallazgos sugieren que los psiquiatras más experimentados (que con mayor frecuencia se encuentran en posiciones de liderazgo y miembros de grupos de expertos) son menos abiertos a los avances más recientes en la literatura científica sobre la eficacia de los antidepresivos. Además, aunque el 96% de los psiquiatras estaban familiarizados con la literatura reciente que cuestiona la eficacia de los antidepresivos, solo el 23% informó que estos estudios han influido en sus prácticas de prescripción [75]. 

Las investigaciones futuras deben determinar hasta qué punto el diagnóstico erróneo de retirada de antidepresivos confundido con el de recaída (que lleva a la restauración o el cambio de los antidepresivos) ha impulsado el uso prolongado de los antidepresivos desde mediados de la década de 2000 y posiblemente ha contribuido a la alta prevalencia de personas tomando antidepresivos, que está generando no sólo un coste económico sino también de salud al exponer a pacientes a efectos secundarios graves. 


Conclusiones 

La existencia de una sintomatología de abstinencia similar a la que producen las benzodiacepinas, junto a fenómenos de tolerancia y la dificultad para abandonar el consumo, colocan a los antidepresivos como fármacos generadores de dependencia. Aunque faltarían otros elementos característicos de la dependencia como el craving y sobre todo los problemas conductuales provocados para mantener el consumo como ocurre con drogas de abuso. 

Es fundamental tener en cuenta la existencia de un síndrome de abstinencia, cuando reaparece una clínica similar a la que llevó a instaurar la medicación, tras una retirada o reducción de dosis. Hacer una cuidadosa exploración en la que la aparición de los síntomas al comienzo de una retirada del antidepresivo o en relación con cambios de dosis van a ser las principales características. 

¿Es ético el diseño de discontinuidad al someter a los pacientes con la retirada brusca de los antidepresivos a un probable síndrome de abstinencia? Se requiere investigación independiente de los intereses de la industria farmacéutica. Y una mayor información por parte de la industria de los síntomas causados por la retirada de los fármacos. 

Las investigaciones futuras deben determinar hasta qué punto el diagnóstico erróneo de abstinencia (que lleva a la restauración o el cambio de los antidepresivos) ha impulsado el uso prolongado de los antidepresivos desde mediados de la década de 2000. 

Cuestionar las recomendaciones clínicas actuales de prescripciones de antidepresivos por tiempo muy prolongado. Pues hay una evidencia muy limitada sobre el efecto favorable de mantener, los tratamientos por encima de 6-9 meses. Deberían dejarse por encima de este periodo para casos muy seleccionados. Para ello serán necesarias programas formativos para profesionales 

Desde una perspectiva ética, sanitaria y legal, parece prudente que tanto los profesionales como las organizaciones médicas revisen las directrices de los consentimientos informados y reconsideren el estatus de los antidepresivos en las guías clínicas, donde se recomiendan para muchos diagnósticos, y como tratamiento de primera elección en la depresión. 

Los pacientes deberían, en un marco de decisiones con apoyo, ser informados de los modestos resultados clínicos y de la poca significación clínica, Deberían ser informados del riesgo en su uso prolongado; en particular de las dificultades para retirarlos y del peor pronóstico si se mantienen a largo plazo. 

Para muchos pacientes que llevan años tomando antidepresivos, la propuesta de retirar el antidepresivo va a ser rechazada por las experiencias de retiradas previas, sin consejo, ni apoyo y por la dificultad que conlleva la retirada de los tratamientos prolongados. Habría que intentar al menos reducir muy lentamente, durante meses o años, hasta llegar a una dosis mínima del fármaco, pues posiblemente ya no va a ser posible la retirada total del mismo. 

Para la Implementación de estos programas de apoyo puede ser necesaria la participación de enfermería y de usuarios con experiencia. 


Conflictos de Interés 

El autor declara que el artículo es original y no tener conflictos de interés en relación al mismo. 


Referencias 

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Psiquiatría y postpsiquiatría para un mundo en crisis (social, económica y climática)

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Hoy traemos un trabajo que fuimos invitadas a exponer en el IV Congreso de la Asociación Canaria de Rehabilitación Psicosocial celebrado en octubre pasado en Las Palmas de Gran Canaria y que acaba de ser publicado en la revista Rehabilitación Psicosocial en su volumen 16. 

Se trata de un cierto punto y aparte en nuestra trayectoria: una recopilación de todo lo reflexionado y trabajado sobre la Postpsiquiatría tal como nosotras la entendemos y, también, una toma de posición ante el mundo y la sociedad en que vivimos y las crisis en que ya estamos inmersos, y a las que, mejor pronto que tarde, habremos de enfrentarnos. Seguimos y seguiremos pensando y trabajando en el campo de la psiquiatría y la salud mental, pero queremos elevar la mirada, observar toda la complejidad del terreno que nos espera por delante y, junto a la necesaria reflexión teórica, llevar a cabo la imprescindible praxis que permita ayudar en las problemáticas que ya tenemos encima: sociales, económicas y climáticas, como decimos en el título del artículo. Y todo esto fue escrito antes del Covid y todo lo que va a suponer, como catalizador y acelerador de todas estas crisis que ya estaban en curso.

Es también el momento de un punto y aparte (que no punto final) para este blog. Diez años nos contemplan, en los que hemos pensado, hablado, trabajado y escrito mucho. En los que hemos evolucionado y crecido. En los que nos hemos cansado, también. Seguiremos publicando alguna cosa de vez en cuando (suponemos) pero, mal que bien, todo lo que queríamos decir ya está dicho. Nuestras lecturas y (esperemos) escrituras futuras irán más de cómo intentar abordar y manejar estas crisis que ya nos afectan. De cómo -juntas, porque si no, será imposible- contribuir a crear un mundo mucho mejor para no vernos abocadas a uno mucho peor.


Y a continuación, nuestro trabajo, que esperamos les haga pensar:




Psiquiatría y postpsiquiatría para un mundo en crisis (social, económica y climática)


Jose García-Valdecasas Campelo, Amaia Vispe Astola, Miguel Hernández González.


Resumen: Revisamos los enfoques críticos hacia la psiquiatría biologicista hegemónica, conocidos genéricamente como “postpsiquiatría”, sus orígenes y características principales, sin perder de vista su diversidad, lejos de poder considerarse un movimiento único y homogéneo. Nos detenemos en los puntos que nuestro grupo considera fundamentales de la postpsiquiatría, a nivel filosófico, clínico, ético y político. En relación con el aspecto social del enfoque bio-psico-social que todos decimos aceptar, nos detendremos en un breve análisis de nuestra sociedad capitalista y de sus consecuencias sobre las personas que atendemos, sobre nosotras mismas y, por último, sobre el mismísimo equilibrio climático del planeta y el riesgo que eso supone para todos.

Palabras clave: postpsiquiatría, industria farmacéutica, cambio social, capitalismo, cambio climático.

 

Introducción

Nos proponemos en este trabajo hablar acerca de la “postpsiquiatría”, en tanto parece ser un movimiento u orientación (o vaya usted a saber qué cosa), de la que se habla cada vez más y que, en algunos colectivos profesionales, está teniendo un ímpetu creciente planteándose la posibilidad de que eso conlleve cambios en nuestro trabajo tal como lo conocemos, tanto a nivel teórico como práctico. Vamos a ver cómo se nos da.

Lo primero a tener en cuenta al hablar de postpsiquiatría, si se quiere empezar por el principio, es saber a qué “psiquiatría” nos referimos, porque ya ese primer término no está carente de ambigüedad. La psiquiatría aquí referida es, obviamente, la considerada “oficial” o “académica”, la mayoritaria en nuestros entornos: una psiquiatría que gusta de definirse como biológica pero que suele limitarse a una neuroquímica simplona y que algunas, no sin cierta maldad, tildamos de biocomercial. Evidentemente, no todos los psiquiatras (y aquí nos permitirán que, por comodidad para la exposición, se sientan incluidos todos los profesionales, ya sean enfermeras, médicos, trabajadores sociales, psicólogos, auxiliares, etc.) practican este tipo de psiquiatría y, además, muchos de los que lo hacen son por otra parte excelentes profesionales. Pero al hablar de esta psiquiatría hegemónica en las últimas décadas sí acotamos lo que viene siendo el modelo tanto teórico como práctico de psiquiatría que se desarrolla en nuestra cultura en este momento histórico: una disciplina médica, empeñada en que se reconozca el estatus biológico de los trastornos que trata, entregada a la industria farmacéutica (en cuanto a investigación científica, promoción de trastornos y marketing de fármacos mucho menos eficaces y seguros de lo que nos han vendido), y con clara tendencia al autoritarismo y el paternalismo, cuando no directamente a la coerción desmedida. Frente a esta psiquiatría, que todos conocemos y la mayoría hemos practicado en algún momento u otro, surgió la postpsiquiatría.

Al hablar de postpsiquiatría, es necesaria también una aclaración conceptual previa. No hay una postpsiquiatría sino muchas y, además, poco definidas y no claramente diferenciadas. Intentaremos en este trabajo explicar qué es la postpsiquiatría para nosotras, pero hay otros muchos posicionamientos críticos a la psiquiatría mayoritaria y no raramente enfrentados entre sí por disputas no menores. Nos ha gustado en ocasiones recurrir a la metáfora de la trinchera, desde donde las tropas críticas postpsiquiátricas se enfrentan a la psiquiatría hegemónica en desigual combate. Pues bien, nos tememos que la trinchera, por momentos, llega a estar casi en situación de guerra civil. Otra aclaración más: se suele usar con frecuencia el término de “psiquiatría crítica” en nuestra opinión casi como sinónimo de postpsiquiatría y no vemos problema en intercambiar uno y otro.


Orígenes

Entrando ya en materia, se podría poner una fecha de origen para la postpsiquiatría en 2001, cuando Bracken y Thomas publican en el BritishMedical Journalel artículo titulado en castellano: “Postpsiquiatría: un nuevo rumbo para la salud mental” (1). Por supuesto, este trabajo no surge de la nada, pero sí recoge una serie de hilos que todavía no se habían entrelazado y crea con ellos algo nuevo. Y, además, hasta donde sabemos, le da el nombre al nuevo movimiento que propugna. Este artículo apunta ya varias líneas maestras de la corriente crítica que ellos comienzan a llamar “postpsiquiatría”. Por un lado, su ubicación explícita en una posición filosófica postmoderna, por contraposición a los grandes relatos de la modernidad que aspiraban a dar explicaciones verdaderas y completas. Es decir, valora los discursos y las narraciones sin obsesionarse por su valor de verdad o corrección, respetando y relativizando las diferencias, tanto entre diferentes orientaciones psiquiátricas como, por supuesto, reconociendo las propias experiencias y explicaciones de las personas atendidas, en cuanto portadoras también de narraciones potencialmente útiles y siempre respetables. Este reconocimiento explícito de la posición filosófica de la que se parte es extraño en nuestro entorno profesional, cada vez más tristemente tecnificado y negligente de los postulados filosóficos en los que se basa y de las consecuencias de los mismos (por ejemplo, un modelo biologicista estricto que explicase toda conducta por la neuroquímica cerebral y todo trastorno por alteraciones en dicha neuroquímica dejaría fuera de juego cualquier noción de responsabilidad sobre los propios actos de las personas diagnosticadas, conclusión difícil de aceptar si queremos seguir creyendo en el libre albedrío). Bracken y Thomas plantean en este artículo fundacional otros puntos básicos, como son la importancia de los contextos, ya sean políticos, culturales o sociales, sin negar a su vez la importancia de lo biológico pero rechazando su hegemonía; defienden una orientación ética más que tecnológica; y rechazan las prácticas coercitivas, rechazo que ahora es más que explícito incluso desde ámbitos profesionales pero que en aquel 2001 sonaba sin duda poco común, viniendo de dos profesionales.

Este artículo nos marcó, por ser la primera vez que entramos en contacto con una crítica clara de muchas de las cosas que ya nos incomodaban en nuestro trabajo diario y que tal vez no habíamos sabido explicarnos ni a nosotras mismas.

Hay un trabajo posterior escrito también por Bracken y Thomas, junto a otros 27 autores, que fue publicado en el British Journal of Psichiatryen 2012, una década tras el primero, que se titula en castellano “La psiquiatría más allá del paradigma actual” (2). Es interesante porque en él ya no se emplea el término “postpsiquiatría”, pero la crítica hacia la psiquiatría oficial es feroz y por su flanco más débil: presenta un amplio conjunto de trabajos guiados por los estándares de la medicina basada en la evidencia que demuestran que la eficacia de los tratamientos psiquiátricos es mucho menor y los datos de seguridad y tolerancia mucho más preocupantes de lo que habíamos creído (o habíamos dejado que nos contaran).

A lo largo de esa primera década del siglo XXI fuimos viendo aparecer distintas líneas críticas con la psiquiatría tal como la conocíamos y practicábamos. Por supuesto, seguían resistiendo orientaciones psicoanalíticas y sistémicas, que rechazaban el paradigma biologicista pero tal vez no tanto sus prácticas habituales a nivel de medicación o coerción entendida de un modo más o menos paternalista. Pero surgían nuevas voces. En 2003 Iván de la Mata y Alberto Ortiz, dos de los autores más respetables de la psiquiatría crítica en este país, publicaban un artículo en la Revista de la AENtitulado sencillamente “Industria farmacéutica y Psiquiatría” (3), poniendo negro sobre blanco la influencia de la industria sobre los profesionales de la psiquiatría y denunciando una situación que, cierto es decirlo, ha mejorado de forma muy escasa.

No queremos aburrirles con una descripción extensa de toda la bibliografía que surgió en aquellos años, pero sí mencionar algunos textos más que fueron creando una masa crítica de reflexiones y evidencias que a su vez fue dando forma a la psiquiatría crítica o postpsiquiatría en este país y en otros: Robert Whitaker, periodista, publica en 2002 “Mad in America” (4), libro donde cuestiona la eficacia, seguridad y ética de las intervenciones psiquiátricas; el mismo autor escribe “Anatomía de una epidemia” (5), sobre la exagerada proliferación de trastornos mentales con posterioridad a la generalización del uso de psicofármacos, cada vez más extendidos; Joanna Moncrieff, psiquiatra inglesa, escribe varios libros (“El mito de la cura química” (6), “Hablando claro” (7), etc.) en los que expone su defensa del planteamiento de que los psicofármacos no curan desequilibrios químicos previos (que nadie ha demostrado que existan en los diferentes trastornos) sino que, en base a sus efectos neuroquímicos, provocan estados mentales alterados que pueden tener efectos beneficiosos en el contexto del trastorno del paciente (o puede que no, evidentemente). Defiende Moncrieff el paso de un modelo centrado en la enfermedad (que se supone causada por tal alteración en la neurotransmisión) a un modelo centrado en el fármaco (que provoca una determinada alteración que puede resultarnos terapéutica según el estado del paciente); investigadores como Harrow (8) o Wunderink (9) encuentran resultados que demuestran que grupos de pacientes psicóticos sin medicación a largo plazo presentan mejores datos de recuperación funcional que los grupos de pacientes medicados y que ni siquiera estos están más libres de síntomas; el psiquiatra inglés Ben Goldacre publica “Bad Pharma” (10), sobre la intolerable manipulación llevada a cabo por la industria farmacéutica para controlar y tergiversar los resultados de la investigación científica, así como la formación de los profesionales, cuando no su soborno apenas disimulado, para engordar cada vez más las prescripciones y con ellas sus cuentas de resultados... Podríamos aún seguir más, mencionar a David Healey (11), Marta Carmona (12), John Read (13), Richard Bentall (14), Alberto Fernández Liria (15), Marino Pérez (16), Héctor González (17), Manuel Desviat (18), Beatriz Rodríguez Vega (19), Mikel Valverde (20), José Inchauspe (21), Emilio Pol Yanguas (22)...


Puntos fundamentales (para nosotras)

En nuestro país hubo una auténtica explosión de blogs, artículos, charlas informales, ponencias, etc., a lo largo de esta década que acaba, con distintas visiones más o menos postpsiquiátricas. Nosotras mismas empezamos nuestro blog en 2010 (23) y publicamos nuestro libro un poco como recopilación de todo lo reflexionado en 2018 (24). Creemos que ahora es buen momento para mirar atrás y recapitular, antes de ver hacia dónde debemos ahora encaminarnos. Lo que nos lleva de nuevo al tema: ¿qué es la postpsiquiatría? Recordando siempre que nos referimos a lo que es para nosotras y que otros autores darían visiones más o menos diferentes, vamos a atrevernos a señalar sus puntos claves:


  • Posición filosófica postmoderna, como rechazo a los grandes metarrelatos que aspiraban a explicarlo todo, ya sean, por ejemplo, el cristianismo, el marxismo, el psicoanálisis, el biologicismo, etc. No se rechazan esas ideas pero tampoco se acepta su estatuto de verdad como obvio o evidente, siendo valoradas en lo que de útil o significativo puedan tener para distintos individuos o grupos humanos, pero en ningún caso como modelos verdaderos de cómo es el ser humano o la sociedad que forma.

  • La postpsiquiatría diferenciaría entre un discurso científico psiquiátrico que configura un determinado saber, una disciplina y, por otro lado, un dispositivo que ejerce determinado poder, desde un enfoque ético y político determinado. Siguiendo un enfoque postmoderno, nuestra postpsiquiatría marcaría una clara diferencia entre saber científico y saber narrativo y, a partir de ahí, creemos que se puede afirmar que la psiquiatría posee un saber que es esencialmente narrativo, aunque pretenda presentarse como científico. Lo que a su vez provoca determinadas consecuencias a la hora de la aplicación práctica de la disciplina, tanto sobre personas individuales como influyendo en la configuración de la misma sociedad en la que funciona. En nuestra cultura, no es el mismo poder el que se reconoce a una discurso científico que a uno narrativo. Tal vez si se revelara que el verdadero estatuto del saber psiquiátrico no es el de la ciencia, no sería tan grande el poder del que dispondría a la hora de ejercer sus funciones de control social, de las que no dejaremos de hablar luego.

  • Continuando con la explicitación de nuestras coordenadas filosóficas, en la irresoluble controversia entre determinismo y libertad, creemos necesario abrazar la idea del libre albedrío, (incluso aunque pudiera no ser más que una ilusión) por ser imprescindible para articular una ética que permita sociedades que puedan llamarse humanas.

  • Defensa radical de puntos de vista feministas como ineludibles y, como veremos más tarde con algún detalle, un ecologismo imprescindible para la supervivencia de la especia humana en el planeta a medio plazo. Planteamos también, y es importante explicitarlo, una visión de la identidad de género como construcción cultural -como tantas otras-.

  • No es posible minusvalorar la carga de subjetividad que implica el encuentro psiquiátrico. Consideramos imposible la pretensión de objetivar síntomas y signos para llegar a un pretendido diagnóstico ateórico. El diagnóstico estará siempre condicionado por el bagaje previo del profesional, la situación de la persona atendida y el contexto que los entrelaza. No hay tal cosa como una analítica o una prueba de imagen que nos dé un diagnóstico de certeza. Esto, evidentemente, tiene sus implicaciones en cuanto a la inherente relatividad de cualquier clasificación de trastornos mentales, independientemente de su antigüedad o actualidad. Como dijo alguien, un líquido turbio no se aclara cambiándolo de recipiente. El vocabulario psicopatológico, aunque tan querido por muchos, incluidas nosotras mismas, no es sino un mecanismo más de control sobre el otro, al arrogarnos la capacidad de nombrar lo que le ocurre, por mucho que no hagamos otra cosa que juegos de manos al llamar “hipotimia” a la tristeza o “alucinación acústica verbal” a las voces.

  • Se ha planteado también lo que la postpsiquiatría implicaría a nivel de cambio de paradigma en el sentido de Kuhn, como crítica feroz del actual paradigma biologicista (siempre bien apoyado por la psicología cognitivo-conductual con la que tan buena pareja ha hecho durante todo el baile) y posterior entrada en una fase de ciencia inmadura de la que surgiera un nuevo paradigma aún por concretar pero, en cualquier caso, de clara índole social.

  • Para nosotras la postpsiquiatría implica también un acercamiento a los trastornos psiquiátricos como malestares difícilmente catalogables o diferenciables entre sí (intentamos evitar los eternos, fútiles y aburridísimos debates entre neurótico vs. psicótico, esquizofrénico vs. paranoico o bipolar vs. esquizoafectivo, a los que en otro tiempo jugamos con pasión y siempre con nula utilidad para el paciente), pero estos trastornos serían claramente existentes como manifestaciones de sufrimiento y descontrol en muchas de las personas que atendemos. Nuestro planteamiento postpsiquiátrico implicaría un trabajo diagnóstico imprescindible, ya que no es igual la problemática que sufre una persona con síntomas que llevan a un diagnóstico de “esquizofrenia” que la que sufre otra persona que es catalogada como “trastorno de inestabilidad emocional de la personalidad”, por poner un ejemplo. No queremos hacer un ranking de malestares, pero en cualquier caso se trata de problemas y sufrimientos distintos que requieren abordajes diferentes. Un diagnóstico se hace imprescindible en cuanto a dilucidar “psicosis sí” o “psicosis no” y, también es crucial, para diferenciar lo que es agudo de lo que es crónico, y no tomar en cualquier caso lo primero por lo segundo. Por decirlo claramente: diferenciar si la persona que atendemos está o no loca y si lo está pero deja de estarlo o permanece en ese estado. Diagnósticos más allá de ese punto son no solo difíciles sino probablemente apenas útiles.

  • Un punto básico para nuestra postpsiquiatría y para la mayoría de enfoques psiquiátricos críticos en este país o en otros es la denuncia de la connivencia entre industria farmacéutica y profesionales sanitarios. La industria busca, como no puede ser de otra manera en el sistema económico en que vivimos (y sufrimos) su beneficio en términos de lucro. Y esta búsqueda ha llevado, y está ampliamente documentado, a copar la mayor parte de la investigación psiquiátrica actual, diseñando los estudios a su antojo, manipulando datos o conclusiones, ocultado los resultados negativos, comprando autores de supuesto prestigio para que pongan su nombre en los trabajos realizados por empresas pagadas por el laboratorio, etc. Junto a esto, se ha desplegado una ingente campaña de marketing incesante para influir en los profesionales, bien sobornados mediante viajes supuestamente formativos, comidas y cenas en restaurantes de postín y pagos de tres o cuatro cifras por leer una presentación de diapositivas facilitada por la empresa anunciadora a unos cuantos colegas. Y eso, sin entrar en cosas difícilmente confesables que vio uno de joven y aún se oyen de cuando en cuando por ahí... La industria, a través de su influencia bien engrasada económicamente en las asociaciones profesionales o de usuarios o familiares, así como en empleados de las agencias reguladoras que luego pasan a trabajar para alguno de los laboratorios que supuestamente controlaban (como hizo también algún que otro ministro), deja sentir su mano en la redacción de las clasificaciones oficiales de trastornos mentales, de distintas guías clínicas o la aprobación de nuevos y caros psicofármacos que nada aportan en términos de eficacia o tolerancia frente a los antiguos, más conocidos (y, por tanto, más seguros) y usualmente más baratos... En fin, es un tema que hemos tratado hasta la extenuación (24) y en el que no han dejado de producirse ciertos avances, como la posición de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, algunas de sus asociaciones autonómicas o la Asociación Canaria de Rehabilitación Psicosocial, por poner unos ejemplos, de celebrar sus eventos sin patrocinio farmacéutico.

  • Otra característica importante de la orientación postpsiquiátrica, al menos en alguna de sus formas, es el decidido posicionamiento a favor de la medicina basada en la evidencia (sin dejar de ser conscientes también de sus limitaciones). Lejos de una postura radical antipsicofármacos, creemos básico dejar que los estudios hablen aunque, por desgracia, su voz esté muy empañada por la ingente cantidad de estudios con resultados negativos no publicados que podrían modificar sensiblemente la valoración de estos fármacos o la más que denunciada manipulación de muchos de los resultados finales expuestos. Pese a ello, hay multitud de estudios que la postpsiquiatría intenta divulgar sobre efectos secundarios de psicofármacos que deben ser adecuadamente considerados a la hora de establecer un balance riesgo-beneficio: posible atrofia cerebral por antipsicóticos a largo plazo (25), síndrome de abstinencia grave por retirada de antidepresivos (26), disfunción sexual por antidepresivos potencialmente no reversible (27), etc., etc. También son abundantes los estudios que cuestionan las supuestas eficacias de los fármacos que prescribimos: ausencia de eficacia clara de antipsicóticos a largo plazo (28), dudas más que justificadas sobre si los antidepresivos son superiores al placebo en algún caso (29), etc. Denunciamos no el uso de los psicofármacos, sino su abuso, con dosis y en indicaciones muchas veces fuera de ficha técnica, con politerapias cada vez más frecuentes, con una inadecuada impresión de inocuidad que para nada corresponde con los efectos potencialmente dañinos que estos fármacos, sobre todo a dosis altas o por tiempos prolongados, pueden provocar.

  • La postpsiquiatría muestra desde sus inicios una atención primordial a las voces y derechos de los afectados en primera persona por trastornos y malestares psíquicos, resaltando la importancia de las leyes de autonomía del paciente y los consentimientos informados a la hora de tomar decisiones sobre tratamientos y demás, no siempre respetados en nuestro entorno. Un punto de fricción entre distintos enfoque críticos es la pertinencia o no de los internamientos involuntarios con autorización judicial en caso de crisis aguda. Nosotras defendemos que, en tanto no existan otros recursos mejores, por el momento no es posible prescindir de estos ingresos involuntarios en unidades de agudos, en momentos de descompensación con posible riesgo para el paciente. Otro punto importante es el rechazo a la pretendida relación que desde algunos enfoques biologicistas se establece entre maldad y locura, pretendiendo diagnosticar al asesino múltiple de turno de alguna psicopatología y olvidando que la psicosis es una categoría clínica y la maldad una categoría ética, y para nada van asociadas de forma necesaria. Como solemos decir, si el asesino múltiple necesariamente es un enfermo mental, ¿lo es el que da la orden de llevar a cabo asesinatos múltiples? ¿lo es quien vota al líder político que luego da la orden?

  • Planteamos un rechazo a categorías diagnósticas como el TDAH, que conceptualiza a niños con problemas y sufrimientos indudables como personas con cerebros supuestamente alterados que requieren de forma indefinida medicamentos que para nada han demostrado su eficacia a largo plazo y cuyos efectos secundarios pueden ser preocupantes. No digamos ya trastornos como el TDAH del adulto (que vimos nacer ante nuestros ojos no hace tantos años), o la famosa ansiedad social, que cambió el nombre de la timidez con sustanciosos beneficios para los dueños de la paroxetina del momento, o cómo se baja el umbral de otros trastornos hasta acabar diagnosticando de bipolar a cualquier persona que pasa algunos días más acelerado de lo debido sin prestar la menor atención a si sus circunstancias no podrían explicárnoslo de manera más fácil...


En los años transcurridos desde la aparición de estos movimientos postpsiquiátricos, en sus variadas formas, sin duda se ha avanzado. Ha sido objeto de debate en varios parlamentos autonómicos la cuestión de las sujeciones físicas a personas con problemas de salud mental, exigiéndose auditorías y protocolos que delimiten y, sería la meta última, ignoramos si alcanzable, prohíban esa práctica. Cada vez más profesionales son conscientes de la no inocuidad de los psicofármacos que prescribimos y se preocupan por los potenciales efectos secundarios graves sobre todo a largo plazo que pueden aparecer. Ya no es en absoluto raro ver en congresos y jornadas de salud mental a personas diagnosticadas como voces en primera persona que desde las mesas de ponentes o desde el público hacen valer su voz, su experiencia, su sufrimiento y su opinión, en terrenos antes totalmente vedados. También va aumentando la aparición de eventos formativos que son realizados con independencia de la industria farmacéutica, tanto en salud mental como en otras especialidades. Les aseguro que cuando empezamos nuestra vida profesional, hace unos veinte años, cualquier cuestión de las mencionadas era casi impensable. Por poner un último ejemplo, que creemos de especial interés, hace un tiempo se planteó un pequeño debate en una red social acerca de un artículo titulado: “¿Hay lugar para el consentimiento informado en los tratamientos de las personas con psicosis? Una reflexión sobre el tratamiento de las psicosis” (30). El asunto no es baladí: una larga tradición en psiquiatría, aún mucho más vigente de lo que debería, defiende que el paciente debe hacer lo que se le diga “por su bien” y que no ha lugar a que pueda negarse a un determinado tratamiento farmacológico o de otro tipo. Un ex-usuario de la psiquiatría dijo que el hecho de que se planteara tal título como una pregunta era -no recuerdo el término exacto que empleó- ofensivo e inaceptable. Lo que muestra al mismo tiempo cuánto hemos avanzado y cuánto nos falta aún.

Cuando reflexionamos sobre estos avances, parece sencillo caer en la ilusión del progreso, de la inevitabilidad de esa postpsiquiatría que acabará con paternalismos, iatrogenias y corrupciones diversas. Sin embargo, como dejó establecido Newton en su tercera ley, a cada acción siempre se opone una reacción igual pero de sentido contrario. Y eso ha ocurrido también en nuestro asunto. Cada vez son más frecuentes declaraciones y artículos de supuestos expertos cuestionando las críticas que desde distintos ámbitos se realizan por los riesgos del uso de antipsicóticos a largo plazo o por la escasa eficacia de los antidepresivos, pretendiendo restar credibilidad a la voz de profesionales críticos, o negando voz y voto a personas diagnosticadas que intentan hacer valer sus razones. No obstante, no queremos dejar de insistir en que la postpsiquiatría es variada y no deja de tener en su seno enfrentamientos por visiones diferentes. Por poner solo un ejemplo, las jornadas de la Asociación Madrileña de Salud Mental tienen cada vez más presencia de activistas de la salud mental en primera persona, que enfocan muchas veces los debates hacia la cuestión de la psiquiatría como dispositivo opresor y señalando una semejanza entre las luchas por los derechos civiles de personas racializadas o LGTBI con la que llevan a cabo las personas diagnosticadas por la psiquiatría. Nosotras no compartimos esta visión, considerando que una persona de color o con una orientación homosexual no experimenta sufrimiento alguno si está en una sociedad tolerante y respetuosa con las diferencias y las minorías. Por el contrario, en nuestra experiencia, personas que experimentan lo que llamamos síntomas psicóticos sufren con frecuencia (no siempre, por supuesto) un intenso malestar a causa de esas experiencias con independencia de que luego la psiquiatría como instrumento de control social venga a añadir más dolor y opresión (o, en algunos casos, aliviar el sufrimiento, que de todo hay). Por otra parte, corrientes de psiquiatría crítica en Gran Bretaña celebran sus eventos sin participación de activistas en primera persona y están ahora con una intensa campaña de denuncia de la gravedad de los síndromes de retirada de antidepresivos, tan minusvalorados en la clínica habitual como en las guías clínicas al uso. Distintos enfoques críticos, no siempre bien avenidos.

El sistema psiquiátrico actual, contra el que pretendió alzarse la postpsiquiatría intentando rescatar todo lo positivo y acabar con todo lo negativo, sigue colaborando con los manejos señalados de la industria farmacéutica y persiste negligentemente en sus vicios y errores: paternalismo desaforado hacia los pacientes, que muchas veces no son tratados como adultos con sus derechos sino como ciudadanos de segunda; medicalización de todo lo que pasa por la puerta de la consulta, sin saber redirigir lo que con frecuencia son problemáticas sociales al ámbito social donde puedan ser susceptibles de solución, en vez de enfocarlas en un ámbito individual donde no harán otra cosa que cronificarse, etc., etc.


Control social y statu quo

Este es otro aspecto importante a destacar: parte de las críticas que hace la postpsiquiatría, o al menos algunos de los autores que con ella nos identificamos, se centra en la evidente función de la psiquiatría como instrumento de control social. La psiquiatría plantea una relación entre psiquiatra y paciente que es básicamente de dos tipos: el paciente es un “loco” sobre el que se ejerce un dominio que pretende controlar su conducta (con el encierro en el asilo clásico o con el tratamiento tranquilizador dispensado en las consultas modernas), o bien el paciente es un “cuerdo” preso de ansiedades y depresiones diversas, sobre el que se ejerce un dominio diferente, buscando su consuelo, su anestesia, su resignación, evitando así que malestares muchas veces de causa social sean vistos como tales, aplacándolos hacia expresiones exclusivamente individuales. Desde nuestro punto de vista, la tecnología de poder clásica de “control del loco” que con tan gran acierto describió Foucault (31,32) se ha visto en las últimas décadas acompañada de la tecnología de poder de “consuelo del triste y el ansioso”, desviando todo un caudal de malestar social a cauces de tranquilización individuales (ya sea con psicoterapias o fármacos de diversos tipos).

Este entramado que la psiquiatría dominante forma con y en la cultura de nuestro tiempo, como dispositivo de control social en los diversos aspectos que hemos comentado, acaba colaborando, en nuestra opinión, al mantenimiento del statu quosociopolítico. El malestar originado en lo social se trata solo en lo individual (o familiar a lo sumo), con tratamientos farmacológicos y terapias psicológicas que terminan por conducir a un cierto adormecimiento. Aunque esta descripción de la psiquiatría no deja de ser una generalización, se nos plantea siempre la pregunta de si, con un dispositivo semejante, hubiera habido manera de tomar la Bastilla o asaltar el Palacio de Invierno, en busca de un mundo mejor (con éxito o sin él, porque eso ya es otra cuestión).

Esta psiquiatrización y psicologización del malestar vital cobra especial virulencia contra las mujeres: en nuestra cultura, aún claramente machista a pesar del esfuerzo de muchos por hacer ver que el machismo está superado (lo cual es la mejor manera de asegurarse de que nunca lo llegue a estar), son las mujeres quienes con más frecuencia son catalogadas de depresivas, neuróticas, trastornos de personalidad, etc. Y ello ante dificultades vitales muy frecuentemente mayores a las de los varones: más paro, menores sueldos, mucha más carga como cuidadoras familiares, muchísimas más posibilidades de ser víctimas de acosos, abusos o agresiones, etc.... Estamos configurando un contexto donde cualquier dolor consustancial a la vida (que, a veces, duele mucho) parece requerir un profesional y un remedio, del tipo que sea. Un contexto socio-cultural marcado, no tanto por una escasa tolerancia a la frustración, como suele decirse desde círculos profesionales ante la demanda imparable de atención psiquiátrica o psicológica, sino más bien por un engaño masivo que lleva a la gente a pensar que su malestar debe ser atendido desde un enfoque médico, con el consiguiente beneficio económico de las empresas farmacéuticas que venden sus productos y de algunos profesionales que ven acrecentado su supuesto prestigio y su importancia social. Gentes destrozadas por una crisis económica que no han provocado pero que sufren, mientras los individuos que sí la provocaron no la sufren en absoluto, gentes que han perdido o van a perder sus empleos, sus casas, sin dinero suficiente para vivir con dignidad, sin expectativas de mejoría para ellos mismos o sus hijos... Gentes que son encaminadas a servicios de salud mental, a contar sus penas a profesionales que no pueden hacer otra cosa que intentar adormecer tanto dolor a base de medicamentos o escuchas, un adormecimiento que, aunque alivie momentáneamente, lo que provoca es que no se busque la solución donde se originó el problema: en un orden social injusto, un desigual reparto de la riqueza, una distribución surrealista de la carga impositiva, en definitiva, en un sistema montado para que los ricos y poderosos lo sean cada vez más, mientras las clases bajas y los que se esfuerzan en creerse clase media, estemos cada vez más hundidos y más aterrados de perder lo que todavía nos queda… En este contexto, todo ese dolor e indignación es encaminado hacia enfoques individuales que promueven la anestesia y la resignación, en vez de hacia un enfoque social, en busca de unirse a tantas personas que sufren, que sufrimos, por los mismos males y las mismas injusticias. La psiquiatría influye en la cultura colaborando a crear un dispositivo de control social y mantenimiento del orden establecido, frente al que solo cabe intentar luchar, asumir la propia responsabilidad y creer en la propia libertad, desarrollando lo que podríamos denominar, por anacrónico que suene, una auténtica conciencia de clase, que nos lleve a darnos cuenta de que no estamos solos en nuestro dolor, que somos muchos, y que tenemos un poder que ni imaginamos si nos unimos. Aunque para eso haya que salir de las consultas y marchar juntos por las calles.

Se podría decir que nos salimos del campo psiquiátrico y entramos en el político, y no seremos nosotras quienes discutamos esa observación. Entre la psiquiatrización de todo malestar y el abandono de las personas que sufren, tenemos que buscar, que crear, un lugar para los cuidados, aunque tal vez sea ya un lugar fuera de la psiquiatría, tal vez mucho más como tarea ética y política de la sociedad entera.


El capitalismo y sus trampas

Nuestro trabajo diario con personas que sufren por causa de malestares o trastornos mentales (o como queramos decirlo) intenta estar enfocado en la rehabilitación y recuperación psicosocial de dichas personas. “Rehabilitación” o “recuperación” porque nuestro trabajo es conseguir que las personas que atendemos recuperen en el mayor grado posible su funcionalidad, afectada por distintos malestares o trastornos. “Psicosocial” porque hay una parte “psíquica” del asunto, en la que nosotras somos expertas: trabajamos con la persona sus pensamientos, emociones, su voluntad, intentando que la mejora en esos ámbitos ayude en dicha rehabilitación. Pero hay un aspecto “social”. El paciente debe rehabilitarse, recuperarse (entendiendo “recuperación psicosocial” como un trabajo con personas que están resistiendo los efectos de narrativas reduccionistas, dando sentido de delante hacia atrás a historias que articulen un hilo coherente de lo que les ha pasado), no solo a nivel psíquico, sino también a nivel social, es decir, debe rehabilitarse para poder estar bien integrado en la sociedad. Pero habrá que preguntarse en qué clase de sociedad queremos ayudarle a integrarse y si esa sociedad colabora o no en dicha integración. En nuestro famoso enfoque bio-psico-social parece que siempre dejamos a un lado el aspecto social. Pero nosotras queremos detenernos ahora en él.

Señalaremos primero que creemos indiscutible que el ser humano es, como decía Aristóteles, un animal social. Sin sociedad (y, por tanto, cultura) no hay humanidad como tal. Somos seres independientes y libres (o así queremos creerlo), pero no podemos vivir sin sociedad, como tampoco podemos vivir sin oxígeno, por muy independientes y libres que seamos. Hay pensadores que han visto la Tierra como una nave espacial en camino por el cosmos y a la humanidad como sus pasajeros, compañeros en un viaje sin final. Nosotras preferimos la metáfora de la sociedad humana en sentido amplio como un barco. Un enorme barco repleto de camarotes y donde les seres humanos, la humanidad toda, somos a la vez tripulantes y pasaje. Ninguno podemos sobrevivir sin los demás. La psiquiatría, en esta imagen, sería uno de los camarotes atendido por los profesionales para resolver problemas (a veces crearlos) de otras de las personas que nos acompañan en el barco. Parte del trabajo de esta psiquiatría sería tapar el descontento con los que en ese momento estén a cargo del timón o la sala de máquinas, lo que puede ser un problema si el rumbo es equivocado.

Dejemos de momento a un lado la metáfora, luego volveremos a ella. Nuestra sociedad, en la que vivimos y en la que tenemos que desempeñar nuestra función rehabilitadora, es una sociedad capitalista de principios del siglo XXI, lo que implica determinadas características en la teoría y determinados trucos en la práctica (33, 34). Las características teóricas suponen un marco donde prima la iniciativa privada, donde -supuestamente- los emprendedores que arriesgan y se esfuerzan más son los que más ganan y donde puedes llegar donde quieras si te empeñas (ergo, si no llegas a ningún sitio relevante, la culpa parece ser tuya). La teoría capitalista supone que el empresario invierte un capital (una buena pregunta sería cuál es el origen de ese capital) y contrata a una serie de trabajadores a los que paga un salario por su trabajo. Pero para obtener un beneficio sin trabajar (porque no perdamos de vista que el capitalista no trabaja, sino que invierte) necesita pagar a los obreros menos del valor real de su trabajo expresado en las mercancías elaboradas (porque si les pagara justo lo que vale su trabajo de elaboración entonces no habría plusvalía, es decir, beneficio). Sin entrar en muchos detalles, otra de las claves del sistema es que de esa plusvalía obtenida debe reinvertirse una parte para conseguir mayor productividad... He aquí el sagrado concepto del crecimiento, obsesión y destino buscado por toda nuestra política económica de las últimas décadas. El problema es que, como señalan cada vez más economistas, el crecimiento indefinido es imposible. Tal vez no económicamente imposible, pero sí desde luego físicamente imposible. Un crecimiento infinito no es posible en un planeta con recursos finitos. Y esta idea, que parece algo que entendería sin mayor problema una niña de seis años, no consigue influir en el pensamiento de nuestros políticos y de los grandes poderes financieros que los teledirigen. El capitalismo ha prosperado en los últimos dos siglos gracias al uso y abuso de combustibles fósiles, cuyo pico de extracción probablemente ya se haya alcanzado y estén en fase de caída en cuanto a su producción (35). Gracias también, por otro lado, a la explotación de mano de obra barata en cada país y, cuando en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se consiguió mejorar las condiciones de todas las personas que formaban parte de esa mano de obra con el establecimiento del estado del bienestar, se pasó a partir de los años 80 y cada vez más durante todo el proceso de globalización a buscar mano de obra aún más barata en países en vías de desarrollo, explotando a los pobres de allí a la vez que volvía de nuevo pobres a las gentes de aquí. El capitalismo ha progresado también gracias al hundimiento del comunismo soviético, como si el fracaso de uno supusiese el éxito del otro. La crítica hacia el sistema capitalista no debe caer, en nuestra opinión, en defensa alguna del sistema soviético: aquello eran dictaduras sin respeto por los derechos civiles, pero de la misma manera que lo es la China actual, la España del genocida Francisco Franco, el Chile del asesino Pinochet o la Arabia Saudí amiga de nuestros reyes, todos ellos regímenes despreciables bien adscritos al capitalismo y fieles aliados de países ejemplos de libertad como Estados Unidos o los que forman la Unión Europea.

El capitalismo funciona provocando una desigualdad extrema en la sociedad (36). Porcentajes menores del 5 o a veces del 1% de la población poseen más del 50% de la riqueza en los países de nuestro entorno, mientras que el 40% de la población tendría casi el otro 50% de la riqueza. A la otra mitad de la población ya no le queda nada. Y esta desigualdad, como indican muchos estudios, solo se redujo en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial por los efectos de la misma, mientras que desde los 80 y el comienzo del auge del neoliberalismo económico, no cesa de aumentar. En estas últimas décadas, incluyendo la crisis terrible que se inició en 2008 y que diez años después no parece claro si ha terminado o si ya va a volver a empezar, los ricos lo son cada vez más, la clase media está cada vez más cerca de abajo que de arriba y los pobres -cuyo número no cesa de aumentar- son cada vez más pobres. En estas décadas ha triunfado el dogma neoliberal (37): privatizaciones masivas de servicios públicos, desregulación intensa del sector privado, impuestos cada vez menores para los ricos y las grandes empresas, puertas giratorias constantes entre responsables públicos y cargos electos hacia las empresas que se supone debían controlar.

Además, el capitalismo se construye sobre una serie de trampas en la práctica. Se supone que vivimos en sociedades donde prima el mérito, donde uno llega hasta donde le lleva su esfuerzo. Pero esto para nada es así. Nosotros somos profesionales sanitarios porque nuestras familias tenían dinero para mantenernos sin trabajar durante todos los años de carrera. ¿Que luego fue nuestro esfuerzo lo que nos permitió aprobar y especializarnos? Claro que sí. Pero si nuestras madres hubieran limpiado escaleras y nuestros padres hubieran estado en paro, nosotros habríamos tenido que empezar a trabajar bastante antes de los 25 y hoy podríamos estar currando por mucho menos de 1.000 euros al mes o directamente en paro mientras mucho listo achacaría nuestra posición social a nuestra falta de esfuerzo. El principal dato que indica los resultados académicos de una persona es el estatus socioeconómico de sus padres. No nos digan que eso cuadra mucho con una sociedad que se dice basada en el mérito. Pregunten por ahí con qué frecuencia los padres y madres de los jueces o de los médicos trabajan en la limpieza o en la construcción. Y no decimos que no haya casos, por supuesto, pero calculemos la proporción. La única forma de crear una sociedad cuyas desigualdades se basaran exclusivamente en el mérito y el esfuerzo, si eso fuera lo que quisiéramos, sería abolir la herencia. Pero los partidos que más dicen creer en el mérito propio, menos impuestos quieren cargar a las sucesiones. Como luego la sanidad y la educación públicas van sobradas de dinero...

El capitalismo pone en el centro el trabajo, el esfuerzo y, de ahí, se supone que uno obtiene una recompensa en forma de dinero con el que vivir o que reinvertir. Pero nuestras sociedades capitalistas solo funcionan -si es que a esto le podemos llamar funcionar- porque hay una enorme cantidad de trabajo de cuidados que se hace gratis, fuera del mercado y sin la cual el sistema se derrumbaría sobre sí mismo. El cuidado dado a los niños pequeños, a las personas ancianas, a los enfermos o a las personas dependientes es en gran medida suministrado de forma gratuita por familiares o amigos, pero -casi siempre- por mujeres, que son vistas como personas no activas laboralmente porque no ganan un sueldo, ya que la enorme cantidad de trabajo que llevan a cabo se realiza sin pago, sin descansos, sin vacaciones, sin reconocimiento. Para que luego haya quien diga que nuestra sociedad ya no es machista: el capitalismo necesita imprescindiblemente el machismo estructural y el patriarcado que lo articula para liberar al género masculino de todo este trabajo de cuidados y mandarlo a producir a las fábricas y las empresas.

Otra trampa del capitalismo actual es aún más curiosa. Realmente vivimos en una régimen que es solo capitalista a medias. Hay capitalismo a tiempo completo para los pequeños empresarios y los trabajadores, pero las grandes fortunas, el poder financiero, la banca y las grandes empresas solo son capitalistas en lo referente a los beneficios. Para las pérdidas son comunistas, es decir, eso pasa a ser problema del Estado y de los dineros públicos. Cuando los bancos ganan dinero, es muestra del buen funcionamiento de la empresa privada y de la mano invisible del mercado (debe ser invisible porque así no vemos cómo nos quita el dinero de los bolsillos), pero cuando lo pierden, se les regalan decenas de miles de millones de euros (que se dice pronto). Pérdidas socializadas ipso facto(y si se creen eso de que había que salvar el dinero depositado por la gente en los bancos, tengan en cuenta que los depósitos se podían haber cubierto con dinero público por una cantidad sensiblemente inferior y dejar luego que se hundieran los bancos, como manda el sistema capitalista para las empresas que van mal; recuerden que nadie rescata la frutería de la esquina); si una empresa privada gestiona un hospital o unas autopistas y no dan beneficios, pues no pasa nada, se rescatan con dinero público y, luego, vuelta a privatizar. Si los bancos necesitan dinero en cantidad, se lo presta el Banco Central Europeo (con dinero público, es decir, nuestro) al 0% de interés, para que luego los bancos nos lo puedan prestar a nosotros al interés abusivo que les apetezca. Si es que no sabe uno si es que ellos son muy listos o nosotros muy tontos.

Bueno, pues todo esto que les señalamos sobre la sociedad capitalista en la que vivimos y en la que intentamos rehabilitar a nuestros pacientes (con pensiones exiguas ellos, sueldos a la baja y malos contratos nosotros, con alquileres disparados, pensiones en peligro, etc., cortesía directa del capitalismo), todo esto es un poco lo de menos. Porque el principal problema del capitalismo y algo de lo que cada vez se habla más aunque a nadie nos guste mucho detenernos a pensar en ello, es el cambio climático.


El cambio climático y sus riesgos

Les reconocemos que alguna de nosotras se reía cuando le planteamos que íbamos a ser capaces de encontrar un hilo conductor entre la postpsiquiatría y el cambio climático pero, mal que bien, hemos llegado. Puede sonar un poco extraño tratar este tema en una publicación de psiquiatría y salud mental, pero nos tememos que este es el tema que debería tocarse en cualquier artículo o jornada, en cualquier ambiente familiar o laboral, en cualquier entorno, durante la próxima década, si queremos frenar un poco el desastre que se nos viene encima (38). El sistema capitalista que hemos descrito solo es capaz de funcionar quemando salvajemente combustibles fósiles, provocando emisiones masivas de dióxido de carbono a la atmósfera, lo cual, unido a la emisión del metano originado en las masificadas explotaciones ganaderas y a la enorme pérdida de superficie forestal que realiza su función natural de captura de ese dióxido de carbono, provocan el más que demostrado efecto invernadero, por el cual estos gases impiden la disipación de parte del calor que el planeta recibe del sol, con lo que se conserva más cantidad de la debida de dicho calor. Esto trae consigo la elevación de la temperatura del planeta. Hasta ahora, aproximadamente un grado respecto a la temperatura preindustrial, con el objetivo marcado en las últimas reuniones internacionales de no superar de aquí a fin de siglo los dos grados o, aún mejor, el grado y medio. El aumento de las temperaturas es ya inevitable, pero cuanto más consigamos limitarlo, menores serán las consecuencias.

Señalaremos también que los escépticos del cambio climático no existen: la inmensa mayoría de los científicos no tiene dudas al respecto y los lobbys de la industria petrolera y otros, así como sus políticos a sueldo, tampoco son verdaderos escépticos: saben que el calentamiento es real, pero intoxican a la opinión pública con supuestas dudas para poder seguir haciendo negocio con sus reservas de petróleo o gas, indiferentes a la salud de la población y confiando en que sus inmensas fortunas les ayuden a protegerse en el mundo caótico que se avecina. No debería sonarnos demasiado paranoico: es lo mismo que hizo la industria del tabaco respecto al cáncer de pulmón y lo mismo que hace habitualmente la industria farmacéutica (recibiendo multas ridículas por ello) con efectos secundarios que oculta de sus fármacos (y si no nos creen, recuerden la rosiglitazona (39) o el rofecoxib(40)).

El aumento de temperatura solo es una de las consecuencias a que nos enfrentamos. Al ser el clima un mecanismo extraordinariamente complejo, muchos efectos son difíciles o imposibles de predecir, pero sabemos que para muchos de ellos hay un punto de umbral. Por ejemplo, está estudiado (41) que a mayor temperatura, mayor fusión del hielo de Groenlandia, el problema es que cuando se alcance una determinada cantidad de hielo fundido, este deshielo ya será imparable aunque la temperatura no siga aumentando y, si llega a producirse, traerá consigo una aumento del nivel de los océanos que puede ser de 6 o 7 metros. Eso implicaría la desaparición de la mayoría de las ciudades costeras del mundo tal como las conocemos. Que esto no vaya a ocurrir a lo mejor hasta dentro de 50, 100 o 200 años no le resta nada de gravedad. Otro ejemplo (42): el permafrost es suelo congelado que retiene ingentes cantidades de metano. Si inicia un proceso de deshielo, liberará todo este metano, gas que provoca veinte veces más efecto invernadero que el dióxido de carbono.

Son solo algunos ejemplos. Y como siempre, serán los más pobres los más afectados. Ya hay muchas zonas de África con sequías más intensas de lo que deberían ser, con lo que eso implica en términos de alimentación y supervivencia. Miles de refugiados climáticos ya se dirigen hacia Europa, buscando algo del bienestar que los europeos disfrutamos, entre otras cosas, por haber expoliado sus riquezas y haberles reducido a la esclavitud durante siglos, de la misma forma que seguimos apoyando allí gobiernos dictatoriales corruptos, mientras las materias primas como el coltán para nuestros móviles sigan llegando a occidente y podamos usar mano de obra bien barata para nuestras camisetas.

En el tema del cambio climático hay que huir a la vez de dos extremos. No se puede caer en el catastrofismo. Para empezar, porque si no conseguimos reducir sus efectos, tendremos toda la vida y la de las próximas generaciones para ser catastrofistas, no hay prisa por empezar y menos ahora, que todavía disponemos de algunos años para disminuir mucho los efectos más dañinos del calentamiento global. Pero tampoco hay que caer en el optimismo ingenuo de pensar que alguien inventará algo para quitar esos gases de la atmósfera o para enfriar el planeta. La mayoría de los científicos dudan seriamente que eso llegue a ocurrir y posiblemente cualquier tecnología que pueda ayudar será de efectos limitados (y no estará exenta de grandes riesgos) ante la magnitud del problema. A nivel tecnológico, lo más útil sería dejar de consumir ya carbón, petróleo y gas, dejar sin tocar las reservas que aún quedan y no emitir más a la atmósfera, junto a una modificación brutal de nuestros hábitos de vida, un abandono del capitalismo y de la obsesión por el crecimiento económico e ir creando una sociedad donde los objetos duren mucho más, se consuma mucho menos, se desarrolle la actividad laboral y vital mucho más a nivel local, con un transporte mucho más limitado que ahora, etc.

Un error común es pensar que el problema del cambio climático es como el de la capa de ozono. Este último obedecía a determinados gases de los aerosoles que fueron prohibidos y sustituidos por otros, sin problemas para las industrias fabricantes ni para los consumidores. Un problema concreto con una solución concreta. Adaptando el comentario de Andreu Escrivá en su imprescindible libro sobre el cambio climático “Aún no es tarde” (43), el agujero de la capa de ozono era una alergia que se solucionó quitando de la dieta el alimento en cuestión, mientras que el cambio climático es una obesidad mórbida en un paciente diabético, cardiópata, fumador, bebedor y toxicómano, con insuficiencia respiratoria, renal y hepática, que no quiere cambiar nada de su estilo de vida ni acepta indicación médica alguna.

Entre el catastrofismo y la ingenuidad, que no valen para nada, hay otra actitud, habitual en todos nosotros, que tampoco va a ayudarnos: el mirar para otro lado, el decirnos -nosotras lo hemos hecho durante mucho tiempo- qué se le va a hacer; no podemos evitarlo; ya lo arreglarán; total, falta mucho para que se note... El cambio climático es el elefante en la habitación de la humanidad en el siglo XXI y, aunque no hablemos de él, no desaparecerá sino que se hará más grande y nos hará más daño. Pero hay un detalle importante en el que detenerse: luchar contra el cambio climático implica actividades cotidianas del día a día que son responsabilidad de todos y que debemos hacer: reciclar adecuadamente residuos, usar menos el coche o el avión, comer menos carne, gastar menos energía, etc., etc. Todo eso está muy bien, pero no nos engañemos ni nos dejemos culpabilizar: el cambio climático es culpa de toda la sociedad pero el grado de dicha culpa no es el mismo. Ustedes y nosotras tienen -tenemos- escasa responsabilidad. Nuestro papel, tanto en la creación del problema como en su solución en base a nuestra actividad diaria, es menos que mínimo. Hay cien empresas en el mundo que son responsables de la mayor parte de emisiones de gases de efecto invernadero del planeta (44). Listado de empresas que, nos atreveríamos a aventurar, coincidiría bastante con las que hacen presión con tan buenos resultados sobre nuestros representantes públicos (aunque no sabemos si a sobornar se le puede llamar “hacer presión”) y, a la vez, evaden masivamente impuestos de formas más legales o más ilegales. Es decir, que reciclar está muy bien y es imprescindible pero, dicho esto, creemos que lo principal es ser conscientes de dónde están los culpables y, por tanto, las soluciones. Esta batalla va a tener mucho de lucha política, de hacer huelgas, protestas, artículos como este, y también va a ir de votar a partidos políticos que de verdad quieran hacer algo para intervenir en este problema. Parece mentira que tengan que venir movilizaciones de adolescentes a señalarnos la importancia de no destruir el clima. Y debemos recordar que no es el planeta el que corre peligro, sino nuestra supervivencia como especie en él. Esto no es un movimiento más o menos hippie de “salvar la Tierra”, porque la Tierra seguirá existiendo aunque la temperatura llegue a 60 grados, con otra vegetación y otra fauna. Somos nosotros, los seres humanos y nuestra civilización, quienes nos jugamos la supervivencia.

El cambio climático es el principal problema de nuestra sociedad y está causado por el sistema capitalista que devora por igual materias primas, recursos naturales, hombres, mujeres y niños por un poco -o un mucho- más de beneficio.

¿Se acuerdan de la imagen del barco como sociedad humana donde estábamos todos metidos? Pues los que mandan, los que tienen el dinero, los que controlan el timón y las máquinas, están usando la madera de la cubierta para alimentar la caldera, y luego seguirán con la del casco, hasta que no podamos seguir a flote. Y su ambición e incompetencia han provocado que ya haya fuego en la bodega. Y está muy bien que nos preocupemos mucho por mejorar la psiquiatría tal como la conocemos, y la postpsiquiatría es un intento sincero, útil y necesario de crear una mejor psiquiatría para las personas que atendemos pero, por muy bonito que nos quede nuestro camarote, de nada servirá si el barco arde y se hunde. Hemos dedicado a la postpsiquiatría casi diez años de trabajo, estamos orgullosos de ello y probablemente seguiremos, pero no queremos acabar como la orquesta del Titanic, intentando hacer sonar las mejores notas de la melodía mientras el barco se iba al fondo.

La postpsiquiatría es un intento de denunciar los defectos de la psiquiatría actual para desarrollar una mejor. Pero como nos dijo una vez alguien, no habrá una psiquiatría mejor sin una sociedad mejor. Y no habrá sociedad mejor sin abandonar el capitalismo, no por ninguna nostalgia comunista prosoviética de banderas rojas, hoces y martillos, sino por un movimiento, aún solo esbozado, que esté formado por muchos hilos que den forma a un gran tapiz: los hilos del feminismo más combativo, del ecologismo imprescindible, del decrecimiento, de la sostenibilidad, de la economía colaborativa, del predominio de lo público en todo lo necesario (sanidad, educación, energía, transporte...), del fin de la desigualdad por nacimiento y no por mérito, del fin del racismo, de la explotación laboral... Y todos ellos, también ahí el hilo de la postpsiquiatría, deberían formar la red de una nueva sociedad postcapitalista en la que vivir mejor, sin duda con menos riquezas materiales, sin duda con más tiempo para disfrutar de nosotros mismos y de los nuestros, más pausa y menos prisa para cuidarnos... Es un sueño, sin duda, pero en nuestras manos está el intentarlo.

No sabemos si ha sido el artículo que esperaban, pero creemos que ha sido el artículo que necesitábamos, nosotras las primeras. Podríamos habernos limitado a hablar de nuestro libro, nunca mejor dicho, pero es que, de verdad, el mundo en que vivimos está ardiendo. Lo hace despacio, casi no se nota, y aún hay mucho tiempo para intentar apagarlo y minimizar los daños, pero mientras no hagamos nada, el fuego se irá extendiendo y lo que destruya quedará destruido para siempre. Y sobre todo, no olvidemos que lo que arde, y esto ya no es una metáfora, es el mundo. Es decir, no se podrá salir de aquí cuando el incendio empiece a quemarnos porque este aquí es todo lo que tenemos. Debemos ser conscientes del fuego y poner todos los medios para que haga el menor daño posible.


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"La crisis paradigmática de la psiquiatría en el marco de la pandemia" (Conferencia Rafael Huertas)

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Retomamos hoy el blog para traer una conferencia pronunciada por Rafael Huertas, doctor en Medicina y profesor en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), autor de múltiples publicaciones en el ámbito de la historia de la psiquiatría y su relación con el cambio social. La conferencia fue organizada por Proyecto Suma, una asociación sin ánimo de lucro que trabaja con personas con padecimientos mentales severos, y difundida desde la siempre interesante web de La Otra Psiquiatría.

Plantea, como su título indica, que la psiquiatría actual atraviesa una auténtica crisis paradigmática, con las implicaciones que ello conlleva. Creemos que es un material del mayor interés y que merece mucho la pena verlo.


https://youtu.be/HJOLKeSlbzE








De por qué deberíamos cuidar (y financiar) la sanidad pública frente a la privada

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Recientemente leímos en twitter un hilo del economista Eduardo Garzón sobre la relación entre la sanidad privada y la pública, de cómo la primera parasita a la segunda y de por qué es absurdo el argumento habitualmente repetido de que "menos mal que existe medicina privada, porque si no, la pública estaría aún más saturada". Garzón publicó también un breve vídeo en Youtube desarrollando el tema, vídeo que traemos hoy aquí ya que nos ha parecido excelente por lo simple y, en nuestra opinión, acertado de su argumentación. Esperamos que les guste, a nosotros nos parece que no se puede explicar mejor en tan solo ocho minutos.










Diez artículos recientes sobre antidepresivos (aunque tal vez sea ya demasiado optimista llamar así a estos fármacos)

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Hoy traemos una recopilación de estudios publicados en revistas científicas en este (infausto) año de 2020 que ahora termina y que tratan sobre fármacos antidepresivos. Son trabajos que ponen muy en cuestión tanto la eficacia de estas moléculas como su perfil de seguridad, con riesgos tanto durante su toma como derivados de síndromes de abstinencia posteriores a su interrupción. Se suman a mucha bibliografía previa (alguna ya recogida en este blog) dando lugar, en nuestra opinión, a un cúmulo de evidencias que deberían ya hacernos cuestionar el papel de estas sustancias en nuestra prescripción habitual. Más allá de que, en algunas personas y momentos, su efecto farmacológico (a veces ansiolítico, a veces dando lugar a un cierto distanciamiento emocional) pueda ser útil, creemos llegado el momento de aceptar que no producen un efecto genuinamente antidepresivo en absoluto, que su eficacia es muy escasa (si existe) y su perfil de riesgo no debe minusvalorarse.

Sin más, pasamos a reseñar los diez artículos. Incluiremos una traducción de sus abstract y, en algún caso, también de las conclusiones, así como un enlace al trabajo original (en inglés) para que lo puedan consultar si así lo desean. La negrita es toda nuestra.



El primer artículo se publicó en agosto de 2020 en la revista BMJ Evidence Based Medicine y se titula "¿Deberían ser usados los antidepresivos para el trastorno depresivo mayor?". Su abstract traducido al castellano dice así:


Antecedentes: Se estima por la OMS que el trastorno depresivo mayor afecta a más de 300 millones de personas a nivel mundial, lo que hace que la depresión sea la principal causa de discapacidad en todo el mundo. Los antidepresivos son comúnmente utilizado para tratar la depresión.

Objetivo: El estudio tuvo como objetivo proporcionar una actualización de la evidencia sobre los efectos de los antidepresivos en comparación con placebo. ¿Deberían los antidepresivos ser utilizados para adultos con trastorno depresivo mayor?

Selección de estudios: Se realizaron búsquedas en Cochrane Library, BMJ Best Practice y PubMed hasta junio ​​de 2019 con los términos de búsqueda "depresión" y "antidepresivos" fijándose en las revisiones publicadas en inglés desde 1990. 

Hallazgos: Varias revisiones han evaluado la efectos de los antidepresivos en comparación con placebo para la depresión. Generalmente, todas las revisiones anteriores muestran que los antidepresivos parecen tener estadísticamente efectos significativos sobre los síntomas depresivos, pero el tamaño del efecto tiene una importancia cuestionable para la mayoría de los pacientes. Los antidepresivos parecen tener efectos beneficiosos mínimos sobre los síntomas depresivos y aumentar el riesgo de eventos adversos tanto graves como no graves.

Conclusiones: Los beneficios de los antidepresivos parecen ser mínimos y posiblemente sin ninguna importancia para el paciente promedio con trastorno depresivo mayor. Los antidepresivos no deben ser utilizados para adultos con trastorno depresivo mayor antes de que la evidencia válida haya demostrado que los potenciales efectos beneficiosos superan a los efectos nocivos.


El artículo puede ser consultado en el siguiente enlace:




El segundo trabajo que traemos fue publicado en Plos One en noviembre de 2020 y se titula "Sobre la heterogeneidad del efecto del tratamiento de los antidepresivos en la depresión mayor: un metaanálisis bayesiano y estudio de simulación". La traducción del abstract y de las conclusiones, a continuación.


Antecedentes: Se encontró que el efecto promedio del tratamiento con antidepresivos en la depresión mayor es de aproximadamente 2 puntos en la Escala de Calificación de Depresión de Hamilton de 17 ítems, lo cual se encuentra por debajo de la relevancia clínica. Aquí, se buscaron pruebas de una heterogeneidad relevante del efecto del tratamiento que pudiera justificar el uso de antidepresivos a pesar de su efecto de tratamiento promedio bajo.

Métodos: Metaanálisis bayesiano de 169 ensayos controlados aleatorizados que incluyeron 58.687 pacientes. Para analizar la diferencia en la variabilidad de la respuesta activa y al placebo, se consideraron los tamaños del efecto logarítmico del índice de variabilidad (lnVR) y el logaritmo del coeficiente de variación del índice (lnCVR). Usamos metaanálisis bayesianos de efectos aleatorios (REMA) para lnVR y lnCVR y ajustamos un modelo de metarregresión de efectos aleatorios (REMR) para estimar la variabilidad del efecto del tratamiento entre los antidepresivos y el placebo.

Resultados: Se encontró que la razón de variabilidad era muy cercana a 1 en los modelos de mejor ajuste (REMR: intervalo de densidad más alta (IDH) del 95% [0,98, 1,02], REMA: IDH del 95% [1,00, 1,02]). Se encontró que la desviación estándar entre estudios τ bajo el REMA con respecto a lnVR era baja (95% IDH [0,00, 0,02]). Las simulaciones mostraron que una gran heterogeneidad del efecto del tratamiento solo es compatible con los datos si se asume una fuerte correlación entre la respuesta al placebo y el efecto del tratamiento individual.

Conclusiones: Los datos publicados de ECA sobre antidepresivos para el tratamiento de la depresión mayor son compatibles con un efecto de tratamiento casi constante. Aunque es imposible descartar una heterogeneidad sustancial del efecto del tratamiento, su existencia parece bastante improbable.Dado que el efecto medio del tratamiento de los antidepresivos no alcanza la relevancia clínica, la práctica de prescripción actual debe reevaluarse.


Conclusiones

Al aplicar un modelo de regresión bayesiana de niveles múltiples y simulaciones, este trabajo podría mostrar que los datos publicados sobre antidepresivos en el tratamiento de la depresión mayor son compatibles con un efecto de tratamiento casi constante, que también es la explicación más simple para los datos observados. Aunque no es posible descartar una heterogeneidad sustancial del efecto del tratamiento mediante el uso de datos resumidos de los ECA, se pudo demostrar que una heterogeneidad sustancial del efecto del tratamiento solo es compatible con los datos publicados bajo supuestos sólidos que parecen bastante improbables. Hasta que se haya demostrado prospectivamente la existencia de subgrupos beneficiados, el efecto promedio del tratamiento es el mejor estimador del efecto del tratamiento individual. Dado que el efecto del tratamiento promedio de los antidepresivos probablemente no alcanza la relevancia clínica, la práctica actual de prescripción en el tratamiento de la depresión mayor debe reevaluarse críticamente.


Aquí, el enlace al artículo:




El tercer estudio ha sido publicado también en noviembre de 2020 en la revista Therapeutic Advances in Psychopharmacology, con el título "¿Pueden los medicamentos antidepresivos empeorar las condiciones que se supone deben tratar? Los fundamentos clínicos del modelo de tolerancia oposicional". A continuación, traducción del abstract y también de las conclusiones.

 
En los últimos años ha habido un debate considerable sobre los fármacos antidepresivos. El tratamiento farmacológico continuo con medicamentos antidepresivos puede estimular procesos que van en contra de los efectos agudos iniciales de un fármaco. El modelo de tolerancia oposicional puede explicar la pérdida de eficacia del tratamiento durante el tratamiento de mantenimiento y el hecho de que algunos efectos secundarios tienden a ocurrir solo después de un cierto tiempo. Estos procesos también pueden dirigir la enfermedad hacia un curso que no responde al tratamiento, incluidas manifestaciones de trastorno bipolar o reacciones paradójicas. Cuando finaliza el tratamiento farmacológico, los procesos de oposición ya no encuentran resistencia, lo que resulta en la posible aparición de nuevos síntomas de abstinencia, trastornos persistentes posteriores a la abstinencia, hipomanía y resistencia al tratamiento si se reinicia. En todos estos casos, los fármacos antidepresivos pueden constituir una forma de comorbilidad iatrogénica, que aumenta la cronicidad y la vulnerabilidad a episodios depresivos. Los medicamentos antidepresivos son medicamentos esenciales para el tratamiento de episodios depresivos mayores. Sin embargo, es menos probable que brinden protección para la prevención de recaídas. Las prácticas de prescripción actuales deben reformularse a la luz de la consideración de las vulnerabilidades y los efectos adversos del tratamiento. El modelo de tolerancia oposicional proporciona un marco conceptual para sopesar todos estos elementos en el caso individual. El modelo no parece aplicarse a todos los pacientes que se someten a tratamiento con antidepresivos, sino solo a una parte de ellos. Estudiar las variables que se asocian a dicha ocurrencia en determinados pacientes y no en otros sería una de las tareas más importantes de la investigación terapéutica actual. Los sistemas de diagnóstico actuales en psiquiatría no consideran los componentes iatrogénicos de la psicopatología y solo pueden aplicarse a pacientes que no toman fármacos. Son adecuados para un paciente que ya no existe: la mayoría de los casos que se ven en la práctica clínica psiquiátrica reciben fármacos psicotrópicos y es probable que dicho tratamiento afecte el pronóstico y las opciones de tratamiento.


Conclusiones

Veintiséis años después de la formulación de una hipótesis en gran parte especulativa relacionada con los efectos iatrogénicos de los antidepresivos, la evidencia que he revisado indica que el uso de estos medicamentos puede tener el potencial de empeorar el resultado a largo plazo de los trastornos del estado de ánimo y de ansiedad en casos individuales. Mecanismos similares, subsumidos bajo el concepto de psicosis por supersensibilidad, pueden aplicarse al uso de antipsicóticos en la esquizofrenia y los trastornos del estado de ánimo. El modelo de tolerancia oposicional también es consistente con el uso de medicamentos psicotrópicos como drogas recreativas.

Si tomamos en consideración los beneficios potenciales, la probabilidad de respuesta y los posibles eventos adversos y vulnerabilidades que conllevan los mecanismos de oposición, nos inclinaríamos a enfocar la aplicación de los antidepresivos solo en los casos más severos y persistentes de depresión durante el menor tiempo posible y evitar su utilización en los trastornos de ansiedad (a menos que haya un trastorno depresivo mayor o que otros tratamientos hayan sido ineficaces) .

Se descubrió que los antidepresivos son eficaces en el tratamiento de la depresión grave, pero la mejor tolerabilidad de los antidepresivos más recientes ha ampliado sus indicaciones originales. Su uso se ha prolongado para el mantenimiento y prevención de la recaída de la depresión, y se ha extendido al tratamiento a largo plazo de los trastornos de ansiedad. Sin embargo, si el tratamiento se prolonga más allá de los 6 meses, fenómenos como tolerancia, aceleración de episodios, sensibilización y efectos paradójicos puede sobrevenir. Los costos ocultos de usar el antidepresivo pueden entonces superar sus aparentes ganancias, particularmente cuando la probabilidad de respuesta es baja.

Las estrategias terapéuticas que resultan eficaces a corto plazo no son necesariamente las más adecuadas para el tratamiento a largo plazo. Desafortunadamente, una suposición en gran parte no probada (lo que hace que los pacientes se sientan mejor es lo mejor para mantenerlos bien) ha obstaculizado el progreso de la investigación farmacológica en la depresión, con el descuido de los medicamentos que pueden ser efectivos para el tratamiento de mantenimiento y no para el tratamiento del episodio agudo.

Los medicamentos antidepresivos son medicamentos esenciales si se avalan las indicaciones adecuadas. Sin embargo, en la actualidad, las prescripciones se basan en una consideración sobrestimada de los posibles beneficios, poca atención a la probabilidad de respuesta y el descuido de las posibles vulnerabilidades a los efectos adversos del tratamiento. El modelo de tolerancia oposicional todavía espera pruebas de investigación preclínicas y clínicas adecuadas. . Sin embargo, proporciona un marco conceptual para unificar los fenómenos clínicos adversos que pueden ocurrir en los pacientes y para sopesar los beneficios y los daños del uso de los antidepresivos.

El modelo no parece aplicarse a todos los pacientes que se someten a tratamiento con antidepresivos, sino solo a una fracción de ellos. Estudiar las variables que se asocian a dicha ocurrencia en determinados pacientes y no en otros sería una de las tareas más importantes de la investigación terapéutica actual. Los sistemas de diagnóstico actuales en psiquiatría no consideran los componentes iatrogénicos de la psicopatología y solo pueden aplicarse a pacientes que no toman fármacos. Son adecuados para un paciente que ya no existe: la mayoría de los casos que se ven en la práctica clínica psiquiátrica reciben fármacos psicotrópicos y es probable que dicho tratamiento afecte el pronóstico y las opciones de tratamiento.


En enlace al trabajo original está disponible aquí:




El cuarto trabajo se publicó en la revista Frontiers in Psychiatry en junio de 2020, con el título "Prescripción de antidepresivos y suicidio / autolesión en jóvenes australianos: advertencias de los reguladores, consejos contradictorios y tendencias a largo plazo". Traducimos las conclusiones a continuación.


Conclusiones

El patrón australiano de una caída temporal (2004 a 2008) en las tasas de dispensación de antidepresivos a los jóvenes después de la advertencia de la FDA, seguido de un rápido repunte y alza (2009-2018), refleja la experiencia en los Países Bajos y el Reino Unido. Como se detalló anteriormente en Australia, es probable que un factor que contribuya al repunte y alza haya sido el consejo de destacadas organizaciones de salud mental y líderes de opinión clave.

Ha habido numerosos ejemplos de estas organizaciones e individuos influyentes que interpretan o informan pruebas incorrectamente, lo que resulta en afirmaciones inexactas de que el uso de antidepresivos se ha asociado con un menor riesgo de suicidio juvenil. En otras ocasiones, tanto en Australia como en EE. UU., prescribir antidepresivos o no tratar la depresión se ha establecido como una falsa dicotomía, sin tener en cuenta las opciones de tratamiento psicosocial.

Independientemente de las causas, durante la última década, los médicos australianos han tratado a un número cada vez mayor de niños, adolescentes y adultos jóvenes con antidepresivos. Coincidiendo con este aumento significativo en la dispensación de antidepresivos per cápita entre los jóvenes(estimado + 66% para los de 0 a 27 años), ha habido un aumento alarmante del 49% en las tasas de suicidio per cápita de los jóvenes (para los de 0 a 24 años).

Por supuesto, la correlación no prueba la causalidad y muchos factores afectan las tasas de suicidio. Sin embargo, dado que la FDA advirtió que los antidepresivos estaban asociados con un riesgo de suicidio aproximadamente duplicado en comparación con el placebo, no nos sorprende que el aumento de las tasas de dispensación haya ido acompañado de un aumento de las tasas de suicidio de los jóvenes.

En el debate australiano que siguió a la advertencia de la FDA, hubo voces aisladas, incluidos los tres autores de este artículo, dos como investigadores y uno como parlamentario, preocupados por el efecto del aumento del uso de antidepresivos en las tasas de suicidio de los jóvenes. Sin embargo, estas voces tuvieron poco impacto y, en toda Australia, parece haber existido una cultura de pensamiento grupal acrítico sobre la relación entre el tratamiento y el suicidio juvenil.

El mensaje dominante en el discurso público ha sido que la depresión es muy común y es grave, pero se trata fácilmente si solo los jóvenes con problemas buscan ayuda. Muchos de los que propagan este mensaje son indudablemente bien intencionados, pero la realidad para muchos jóvenes es que la 'ayuda' no es más que una breve consulta con un médico de cabecera, un guión para un antidepresivo y quizás algunas palabras de advertencia sobre posibles efectos secundarios.

Las relaciones causales no se pueden establecer con certeza hasta que haya una gran mejora en la vigilancia posterior a la comercialización (monitoreo de eventos adversos). Sin embargo, existe una clara evidencia de que más jóvenes australianos están tomando antidepresivos, y más jóvenes australianos se están suicidando y autolesionándose, a menudo por sobredosis intencional de las mismas sustancias que se supone que los ayudan.


El artículo lo pueden leer aquí:




El quinto artículo fue publicado en la revista European Neuropsychopharmacology en julio de 2020, con el título "Asociaciones entre los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y los delitos violentos en adolescentes, jóvenes y adultos mayores: un estudio sueco basado en registros". Incluimos el abstract traducido.


Este estudio identificó a personas a las que alguna vez se dispensó un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS) entre los 15 y 60 años durante el período 2006-2013, utilizando registros nacionales suecos. El resultado fue una condena por delito violento. Los principales análisis estadísticos evaluaron los riesgos de delitos violentos durante los períodos de tratamiento con ISRS en comparación con los períodos sin tratamiento en cada persona. Otros análisis investigaron el riesgo a lo largo del tiempo en relación con el inicio y la suspensión del tratamiento. El estudio identificó a 785.337 personas (64,2% mujeres), que experimentaron 32.203 delitos violentos en 5.707.293 personas-año. Los análisis entre individuos encontraron índices de riesgo (HR) estadísticamente elevados en general (HR = 1,10) y en personas de 15-24 y 25-34 años (HR = 1,19 y 1,16), pero HR no significativas en 35-44 y 45-60 años (HR = 1,02 y 1,04). En los análisis intraindividuales, en los que el 2,6% de los usuarios de ISRS fueron informativos, los riesgos fueron elevados en general (HR = 1,26, IC del 95% = 1,19, 1,34) y entre grupos de edad (HR de 1,35 [IC del 95% = 1,19, 1,54] en personas de 25 a 34 años a 1,15 [IC del 95% = 0,99, 1,33] en personas de 35 a 44 años). En la cohorte general, los HR intraindividuales se elevaron significativamente durante todo el tratamiento (HR de 1,24 a 1,35) y hasta 12 semanas después de la interrupción (HR de 1,37 y 1,20). Si bien persisten las preguntas sobre la causalidad, estos resultados indican que puede haber un mayor riesgo de delitos violentos durante el tratamiento con ISRS en un pequeño grupo de personas. Puede persistir durante los períodos de medicación, en todos los grupos de edad y después de la interrupción del tratamiento. Se necesita más confirmación a partir de estudios con diferentes diseños, y el enfoque clínico debe estar en individuos de alto riesgo, ya que la mayoría de los usuarios de ISRS (alrededor del 97% en nuestra cohorte) no cometerán delitos violentos.


El trabajo se encuentra en el siguiente enlace:




El sexto trabajo que traemos es un artículo titulado "Síndromes de abstinencia aguda y persistente después de la interrupción de los medicamentos psicotrópicos", publicado en la revista Psychotherapy and psychosomatics en abril de 2020. No trata solo sobre antidepresivos pero hemos creído interesante incluirlo en este entrada. Su abstract a continuación. 


Los estudios sobre la disminución, suspensión o cambio de medicamentos psicotrópicos han descubierto síndromes de abstinencia. El presente resumen tuvo como objetivo analizar la literatura para ilustrar la abstinencia después de la disminución, suspensión o cambio de medicamentos psicotrópicos según la clase de medicamento (es decir, benzodiazepinas, agonistas de los receptores de benzodiazepinas no benzodiazepínicos, antidepresivos, ketamina, antipsicóticos, litio, estabilizadores del estado de ánimo) de acuerdo con el criterios diagnósticos de Chouinard y Chouinard [Psychother Psychosom. 2015; 84 (2): 63-71], que abarcan nuevos síntomas de abstinencia, síntomas de rebote y trastornos persistentes posteriores a la abstinencia. Todos estos fármacos pueden inducir síndromes de abstinencia y recuperarse tras la interrupción, incluso con una disminución gradual. Sin embargo, solo los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina y los antipsicóticos también se asociaron sistemáticamente con trastornos persistentes posteriores a la abstinencia y una posible gravedad alta de los síntomas, incluidas alteraciones del curso clínico, mientras que la angustia asociada con la interrupción de las benzodiacepinas parece ser breve. Como resultado, la creencia común de que las benzodiazepinas deben ser sustituidas por medicamentos que causan menos dependencia, como los antidepresivos y los antipsicóticos, contradice la literatura disponible. La ketamina, y probablemente sus derivados, pueden clasificarse como de alto riesgo de dependencia y adicción. Debido a la fase de retraso que ha tenido lugar entre la introducción de un fármaco en el mercado y la descripción de los síntomas de abstinencia, se necesita precaución con el uso de antidepresivos y antipsicóticos más nuevos. Dentro de las clases de medicamentos, es más probable que alprazolam, lorazepam, triazolam, paroxetina, venlafaxina, flufenazina, perfenazina, clozapina y quetiapina induzcan abstinencia. La probabilidad de manifestaciones de abstinencia que pueden ser graves y persistentes debe, por tanto, tenerse en cuenta en la práctica clínica y también en niños y adolescentes.


El artículo se encuentra en el siguiente enlace:




El séptimo artículo es un trabajo publicado en la revista Therapeutic Advances in Psychopharmacology en mayo de 2020, con el título "¿Cómo de efectivos son los antidepresivos para la depresión a largo plazo? Una revisión crítica de los ensayos de prevención de recaídas y el problema de confundirse respecto a la abstinencia". Tenemos traducido el abstract.


El objetivo de este artículo es discutir la validez de los ensayos de prevención de recaídas y el problema de los factores de confusión de abstinencia en estos ensayos. Las recomendaciones para el tratamiento con antidepresivos a largo plazo se basan casi exclusivamente en ensayos de suspensión. En estos ensayos de prevención de recaídas, los participantes con depresión remitida se asignan al azar para que se interrumpa abruptamente el antidepresivo y lo reemplace por un placebo inerte o para continuar con el tratamiento activo. La diferencia entre el fármaco y el placebo en las tasas de recaída al final de la fase de mantenimiento se interpreta entonces como un efecto farmacológico profiláctico. Estos ensayos producen consistentemente beneficios notables para el tratamiento de mantenimiento. Sin embargo, la validez interna de este protocolo de prueba se ve comprometida, ya que la investigación ha demostrado que suspender abruptamente los antidepresivos puede causar reacciones de abstinencia graves que conducen a (o se manifiestan como) recaídas de depresión. Es decir, existe un factor de confusión sustancial en la abstinencia en los ensayos de interrupción, lo que hace que sus hallazgos no sean interpretables. No está claro hasta qué punto la separación fármaco-placebo en los ensayos de prevención de recaídas (interrupción) se debe a reacciones de abstinencia, pero varias estimaciones sugieren que presumiblemente es la mayoría. Una revisión de los hallazgos basada en otras metodologías, incluidos los ensayos de eficacia a largo plazo en el mundo real como STAR * D y varios estudios de cohortes naturalistas, no indican que los antidepresivos tengan efectos profilácticos considerables. Como la ausencia de evidencia no implica evidencia de ausencia, no se pueden extraer conclusiones definitivas de la literatura. Para permitir una evaluación completa de los riesgos y beneficios, los ensayos de eficacia en el mundo real no solo deben centrarse en la prevención de recaídas, sino también evaluar los efectos a largo plazo de los antidepresivos sobre el funcionamiento social y la calidad de vida. Hasta ahora, se carece de datos fiables a largo plazo sobre estos dominios de resultados.


El artículo lo pueden encontrar aquí:




El octavo artículo fue publicado en la revista Diabetes Care en abril de 2020, con el título "Asociación entre el uso de antidepresivos y el riesgo de diabetes tipo 2: un estudio grande de cohortes basado en la población en Japón". A continuación, su abstract.


Objetivo: Este estudio tuvo como objetivo revelar las asociaciones entre el riesgo de diabetes tipo 2 de nueva aparición y la duración del uso de antidepresivos y la dosis de antidepresivos, y entre el uso de antidepresivos después de la aparición de la diabetes y los resultados clínicos.

Diseño y métodos de investigación: en este estudio de cohorte retrospectivo a gran escala realizado en Japón, se incluyeron nuevos usuarios de antidepresivos (grupo de exposición) y no usuarios (grupo de no exposición), de 20 a 79 años, entre el 1 de abril de 2006 y el 31 de mayo de 2015. Se excluyeron pacientes con antecedentes de diabetes o de haber recibido tratamiento antidiabético. Las covariables se ajustaron mediante el emparejamiento por puntuación de propensión; se analizaron las asociaciones entre el riesgo de diabetes tipo 2 de nueva aparición y la duración del uso de antidepresivos / dosis de antidepresivos en los grupos de exposición y no exposición mediante modelos de riesgos proporcionales de Cox. Los cambios en el nivel de hemoglobina glucosilada (HbA1c) se examinaron en grupos con uso continuo, suspensión o reducción de la dosis de antidepresivos.

Resultados: De 90.530 sujetos, 45.265 estaban tanto en el grupo de exposición como en el de no exposición después del emparejamiento por puntuación de propensión; 5.225 pacientes (5,8%) desarrollaron diabetes. El uso de antidepresivos se asoció con el riesgo de aparición de diabetes de una manera dependiente del tiempo y la dosis. El cociente de riesgo ajustado fue 1,27 (IC del 95% 1,16-1,39) para dosis bajas a corto plazo y 3,95 (IC del 95% 3,31-4,72) para el uso de antidepresivos a dosis altas a largo plazo. Los niveles de HbA1c fueron más bajos en los pacientes que interrumpieron o redujeron la dosis de antidepresivos (F [2,49] = 8,17; P <0,001).

Conclusiones: El uso prolongado de antidepresivos aumentó el riesgo de aparición de diabetes tipo 2 de manera dependiente del tiempo y la dosis. La tolerancia a la glucosa mejoró cuando se suspendieron los antidepresivos o se redujo la dosis después de la aparición de la diabetes.


El artículo está disponible aquí:




El noveno trabajo que traemos hoy se titula "Eficacia de los antidepresivos de nueva generación evaluados con la escala de calificación de depresión de Montgomery-Asberg, la escala de calificación médica estándar de oro: un metaanálisis de ensayos aleatorizados controlados con placebo". Se publicó en la revista Plos One en febrero de 2020. Su abstract y las conclusiones a continuación.


Antecedentes: Se ha afirmado que las estimaciones de eficacia basadas en la escala de valoración de la depresión de Hamilton (HDRS) subestiman los efectos reales del tratamiento de los antidepresivos debido a las malas propiedades psicométricas del instrumento. El objetivo de este estudio es comparar las estimaciones de eficacia basadas en la HDRS con el procedimiento estándar de oro, la escala de calificación de depresión de Montgomery-Asberg (MADRS).

Métodos y hallazgos: Realizamos un metaanálisis basado en el conjunto de datos completo de ensayos de antidepresivos agudos proporcionados por Cipriani et al. Se incluyeron todos los ensayos controlados con placebo que informaron resultados continuos basados ​​en la versión HDRS de 17 ítems o en la MADRS. Calculamos las estimaciones estandarizadas del tamaño del efecto de la diferencia media y las diferencias de la puntuación bruta entre el fármaco y el placebo para evaluar los umbrales de las mejoras mínimas calificadas por los médicos (importancia clínica). Seleccionamos 109 ensayos (n = 32.399) que evaluaron el HDRS-17 y 28 ensayos (n = 11.705) que evaluaron el MADRS. La estimación resumida (tamaño del efecto) para el HDRS-17 fue 0,27 (0,23 a 0,30) en comparación con 0,30 (0,22 a 0,38) para el MADRS. La diferencia de tamaño del efecto entre HDRS-17 y MADRS fue, por lo tanto, de solo 0,03 y no fue estadísticamente significativa según el análisis de subgrupos (p = 0,47) y la metarregresión (p = 0,44). La diferencia en la puntuación bruta de fármaco-placebo fue de 2,07 (1,76 a 2,37) puntos en el HDRS-17 (umbral para una mejoría mínima: 7 puntos según la calificación del clínico y 4 puntos según la calificación del paciente) y 2,99 (2,24 a 3,74) puntos en el MADRS (umbral de mejoría mínima: 8 puntos según la calificación del clínico y 5 puntos según la calificación del paciente).

Conclusiones: En general, no hubo diferencias significativas entre el HDRS-17 y el MADRS. Estos hallazgos sugieren que los metaanálisis anteriores que se basaron principalmente en la HDRS no subestimaron el verdadero efecto del tratamiento de los fármacos según lo evaluado con MADRS, la escala de calificación de resultados preferida. Además, las diferencias entre el fármaco y el placebo en las puntuaciones brutas sugieren que los efectos del tratamiento son de hecho marginalmente pequeños y con una importancia cuestionable para el paciente medio.


Conclusiones

Las estimaciones del tamaño del efecto informadas en los metaanálisis recientes de antidepresivos que se basaron principalmente en el altamente criticado HDRS-17 no parecen subestimar los efectos del tratamiento con fármacos. Cuando las estimaciones de eficacia se basan en MADRS, la escala de calificación preferida para la depresión que es particularmente sensible al cambio en los síntomas centrales de la depresión, las estimaciones del tamaño del efecto no difieren significativamente. Además, encontramos que la diferencia promedio de fármaco-placebo en las puntuaciones brutas tanto para HDRS-17 como para MADRS no alcanza los puntos de corte para una mejora mínimamente importante. Las afirmaciones destacadas de que la HDRS ha subestimado significativamente la verdadera eficacia de los antidepresivos, por lo tanto, no se basan en pruebas convincentes. Una explicación más plausible sería que la eficacia de los antidepresivos es de hecho deficiente y de importancia cuestionable para el paciente medio.


Aquí, el enlace al artículo:




Por último, el décimo trabajo que hemos recopilado tiene por título "¿Cómo de comunes y severos son seis efectos de abstinencia y adicción a los antidepresivos? Las experiencias de una gran muestra internacional de pacientes". Ha sido publicado en la revista Addictive Behaviors en marzo del 2020. Incluimos sus puntos destacados y su abstract.


Puntos destacados

- El 55% de las personas que intentaron desprenderse o reducir informan algún grado de dificultad para hacerlo.

- El 61% informa "efectos de abstinencia", y el 44% de ellos describe los efectos como "graves".

- El 40% informa "adicción", y el 39% de ellos describe su adicción como "grave".

- "Ansiedad / pánico" (66%) e "Irritabilidad "(62%) son particularmente comunes.

- A <1% se le había dicho algo sobre los efectos de la abstinencia o la dependencia.


Resumen

Introducción: La incidencia y la gravedad de los efectos de la abstinencia al dejar los antidepresivos (AD) han recibido recientemente una atención considerable. Las directrices nacionales sobre el tema han demostrado ser inexactas. Este documento informa la mayor encuesta internacional directa al paciente sobre estos temas.

Métodos: Se analizaron los datos generados por una encuesta en línea de 867 personas de 31 países, que habían tomado AD de forma continua durante al menos un mes, y habían tratado de salir (con éxito o no).

Resultados: La mayoría (59%) había tomado AD durante más de tres años. De los que todavía los tomaban, el 29% lo había hecho durante al menos 20 años. El 61% informó algún grado de efectos de abstinencia, y el 44% de estos describió los efectos como "graves". Los más comunes de los seis efectos de abstinencia enumerados fueron ansiedad / pánico (66%) e irritabilidad (62%). El "otro" efecto de abstinencia informado de forma espontánea más común fue el suicidio (2%). El 40% informó que se sentía adicto, y el 39% de ellos describió su adicción como "severa". Más de la mitad (55%) informó que surgió algún grado de dificultad, con un 27% marcando "muy difícil" y un 11% "muy fácil". La duración del tratamiento se relacionó con la abstinencia, la adicción y la dificultad para salir. Las personas más jóvenes experimentaron efectos de abstinencia más frecuentes. Solo seis personas (0,7%) recordaron que el prescriptor inicial les dijo algo sobre abstinencia, dependencia o adicción.

Conclusiones: Estos hallazgos confirman estudios previos, utilizando una variedad de metodologías, que encuentran una alta incidencia de efectos de abstinencia, con frecuencia en niveles severos. Las directrices nacionales y las de las organizaciones profesionales deben actualizarse urgentemente para reflejar esta evidencia.


En el siguiente enlace, el artículo en cuestión:






Dieciocho artículos recientes sobre fármacos antipsicóticos/neurolépticos

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Hoy traemos una nueva entrada con una recopilación de artículos científicos, en esta ocasión sobre antipsicóticos (o neurolépticos, que sería su nombre más apropiado). Se trata de trabajos recientes, de los últimos dos o tres años, con investigaciones y revisiones tanto sobre la eficacia de estos fármacos como sobre sus posibles efectos secundarios. Como siempre, dejaremos un enlace al trabajo original y traduciremos parcial o completamente su abstract. Pensamos que es básico estar actualizado sobre estas cuestiones y, evidentemente, para hacerlo no es necesario ni viajar a lejanos países a congresos vacacionales ni dejar que nos hagan la pelota visitadores comerciales interesados solo en vender su producto. Con echar un vistazo por la red, son todos trabajos fácilmente accesibles. Esperamos que les parezcan interesantes.

La negrita es nuestra.



Gerhard, T., Stroup, T.S., Correll, C.U., Setoguchi, S., Strom, B.L., Huang, C. y otros. (2020). Mortality risk of antipsychotic augmentation for adult depression. PLoS ONE 15(9): e0239206.


Los ensayos controlados aleatorios han demostrado un aumento de la mortalidad por todas las causas en pacientes ancianos con demencia tratados con los antipsicóticos más nuevos. Se desconoce si este riesgo se generaliza a los adultos no ancianos que usan antipsicóticos más nuevos como tratamiento asociado para la depresión. Este estudio examinó el riesgo de mortalidad por todas las causas de la asociación de los antipsicóticos más nuevos para la depresión en adultos. Se estudió a adultos no ancianos (25 a 64 años) con diagnóstico de depresión que, después de ≥3 meses de monoterapia con antidepresivos, iniciaron una asociación con un antipsicótico más nuevo o con un segundo antidepresivo. 

La cohorte analítica incluyó 39.582 pacientes que iniciaron la asociación con un antipsicótico más nuevo (quetiapina, risperidona u olanzapina) o con un segundo antidepresivo. La conclusión fue que el tratamiento con antipsicóticos más nuevos en pacientes no ancianos con depresión se asoció con un mayor riesgo de mortalidad en comparación con la adición de un segundo antidepresivo. Aunque estos hallazgos requieren replicación y no pueden probar la causalidad, los médicos que tratan a adultos con depresión deben ser conscientes de este potencial de aumento de la mortalidad asociado con la adición de antipsicóticos nuevos.



Bergström, T., Taskila, J.J., Alakare, B., Köngäs-Saviaro, P., Miettunen, J. y Seikkula, J. (2020). Five-Year Cumulative Exposure to Antipsychotic Medication After First-Episode Psychosis and its Association With 19-Year Outcomes. Schizophrenia Bulletin Open, 1(1), sgaa050.


Se cuestiona la eficacia a largo plazo del tratamiento de mantenimiento con antipsicóticos después de un primer episodio de psicosis (PEP). En este estudio observacional del mundo real, examinamos cómo la exposición acumulativa a los antipsicóticos dentro de los primeros 5 años desde PEP se asoció con el resultado a 19 años.

Se utilizaron los registros nacionales finlandeses para detectar a todos los pacientes que fueron hospitalizados por psicosis no afectiva a mediados de la década de 1990 y que no habían recibido tratamiento previo antes del período de inclusión (N=1.318). Se estimó cómo la exposición acumulada a los antipsicóticos en los primeros 5 años desde el inicio se asoció con la mortalidad, la capacidad laboral y el uso de servicios psiquiátricos al final del seguimiento de 19 años.

Las personas con una exposición acumulada más alta a los antipsicóticos dentro de los primeros 5 años desde PEP tenían más probabilidades de seguir recibiendo antipsicóticos, tratamiento psiquiátrico y asignaciones por discapacidad al final del seguimiento de 19 años, en comparación con la exposición baja / nula. La exposición acumulada más alta también se asoció con una mayor mortalidad.

Se concluye que después del ajuste por factores de confusión, la exposición acumulada moderada y alta a los antipsicóticos dentro de los primeros 5 años desde el PEP se asoció consistentemente con un mayor riesgo de resultados adversos durante el seguimiento a 19 años, en comparación con la exposición baja o nula. Debido a posibles factores de confusión no medidos, se necesitan ensayos controlados.



Zhou, Y., Li, G., Li, D., Cui, H. y Ning, Y. (2018). Dose reduction of risperidone and olanzapine can improve cognitive function and negative symptoms in stable schizophrenic patients: A single-blinded, 52-week, randomized controlled study. Journal of Psychopharmacology,  32(5): 524-532.


Los efectos a largo plazo de la reducción de la dosis de antipsicóticos atípicos sobre la función cognitiva y la sintomatología en pacientes estables con esquizofrenia siguen sin estar claros. Buscamos determinar el cambio en la función cognitiva y la sintomatología después de reducir la dosis de risperidona u olanzapina en pacientes esquizofrénicos estables.

Setenta y cinco pacientes esquizofrénicos estabilizados a los que se prescribió risperidona u olanzapina se dividieron aleatoriamente en un grupo de reducción de dosis y un grupo de mantenimiento. Para el grupo de reducción de dosis, la dosis de antipsicóticos se redujo en un 50%, para el grupo de mantenimiento, la dosis se mantuvo sin cambios durante todo el estudio. La conclusión fue que se halló que una reducción de la dosis de risperidona u olanzapina del 50% puede no conducir a una sintomatología más grave, pero puede mejorar la velocidad de procesamiento, la memoria de trabajo y los síntomas negativos en pacientes con esquizofrenia estabilizada.



Morrison, A.P., Pyle, M., Maughan, D., Johns, L., Freeman, D., Broome,  M.R., y otros. (2020). Antipsychotic medication versus psychological intervention versus a combination of both in adolescents with first-episode psychosis (MAPS): a multicentre, three-arm, randomised controlled pilot and feasibility study. The Lancet Psychiatry, 7(9): 788-800.


La evidencia de la efectividad de los tratamientos en la psicosis de inicio temprano es escasa. El objetivo de este estudio fue establecer la viabilidad de un ensayo controlado aleatorizado de monoterapia antipsicótica, monoterapia de intervención psicológica y antipsicóticos más intervención psicológica en adolescentes con un primer episodio de psicosis.

Se hizo un ensayo piloto y de viabilidad multicéntrico de acuerdo con un diseño controlado aleatorizado, simple ciego, de tres brazos. Los participantes tenían entre 14 y 18 años, habían presentado un primer episodio de psicosis en el último año, estaban bajo el cuidado de un psiquiatra, mostraban síntomas psicóticos actuales y cumplían con los criterios de la CIE-10 para esquizofrenia, trastorno esquizoafectivo o trastorno delirante, o cumplían con los criterios de ingreso para una intervención temprana en un servicio de psicosis. Los participantes fueron asignados a antipsicóticos, intervención psicológica (terapia cognitivo-conductual (TCC) con intervención familiar opcional) o antipsicóticos más intervención psicológica. La TCC incorporó hasta 26 sesiones durante 6 meses más hasta cuatro sesiones de refuerzo, y la intervención familiar incorporó hasta seis sesiones durante 6 meses. La elección y la dosis del antipsicótico quedaron a criterio del psiquiatra consultor tratante. Los participantes fueron seguidos durante un máximo de 12 meses.

Se logró una buena respuesta clínica a los 6 meses (definida como una mejora ≥50% en la puntuación total de la PANSS) en 4 (22%) de 18 pacientes que recibieron monoterapia antipsicótica, 5 (31%) de 16 que recibieron intervención psicológica y 5 (29%) de 17 que recibieron antipsicóticos más intervención psicológica. En los grupos tratados, ocurrieron eventos adversos graves en 8 (35%) de 23 pacientes en el grupo combinado, 2 (13%) de 15 en el grupo de antipsicóticos, 4 (24%) de 17 en el grupo de intervención psicológica, y 4 (80%) de 5 que no recibieron ningún tratamiento. No se consideró que los eventos adversos graves estuvieran relacionados con la participación en el ensayo.

Este ensayo es el primero en demostrar que un ensayo clínico que compara la intervención psicológica, los antipsicóticos y su combinación es seguro en los jóvenes con un primer episodio de psicosis.



Wang, M.‐T., Lin, C.W., Tsai, C.‐L., Wang, Y.-H., Lai, J.-H., Yeh, C.-B. y otros. (2020). Use of antipsychotics and the risk of acute respiratory failure among adults: A disease risk score‐matched nested case–control study. Br J Clin Pharmacol, 86: 2204-2216.


La evidencia sobre la insuficiencia respiratoria aguda (IRA) por antipsicóticos es escasa. Los antipsicóticos se han recetado con frecuencia fuera de indicación en adultos, pero no se sabe si su uso conlleva un mayor riesgo de IRA entre los pacientes adultos.

Se incluyeron 716.493 adultos de 20 años o más, entre enero de 2000 y diciembre de 2013. Entre la cohorte del estudio, 7.084 adultos con IRA y 12.785 con riesgo de enfermedad.

Se llegó a la conclusión de que el uso de antipsicóticos se asoció con un mayor riesgo de IRA en pacientes adultos. El riesgo fue dependiente de la dosis y notablemente mayor con el uso actual de agentes antipsicóticos. Los médicos deben estar atentos a cualquier síntoma respiratorio en pacientes que actualmente estén tomando antipsicóticos.



Ralph, S.J. y Espinet, A.J. (2018). Increased All-Cause Mortality by Antipsychotic Drugs: Updated Review and Meta-Analysis in Dementia and General Mental Health Care. Journal of Alzheimer’s Disease Reports, 2: 1-26.


Han pasado casi diez años desde que el informe Banerjee de 2009 estableció que estaba ocurriendo prescripción inadecuada de antipsicóticos en pacientes de edad avanzada en el Reino Unido y estos pacientes tenían un riesgo 85% mayor de eventos adversos y mayor mortalidad. Este informe fue un análisis crítico que abordó los resultados de las prácticas de tratamiento para la demencia en pacientes del Reino Unido y a nivel mundial, dirigido a reducir la prescripción de fármacos antipsicóticos para la demencia. Desde 2009, muchos estudios importantes en todo el mundo (incluidos varios estudios retrospectivos grandes más recientes) proporcionan datos longitudinales más extensos sobre los impactos adversos de los antipsicóticos en la demencia. Se han utilizado los datos de estos estudios, incluidos más de 380.000 pacientes con demencia, con 85.069 a los que les fueron prescritos agentes antipsicóticos, así como a 359.235 usuarios de fármacos antipsicóticos no relacionados con la demencia para proporcionar un metaanálisis actualizado. Este es el primer metaanálisis que incluye evidencia de estudios generales de salud mental que muestran que los antipsicóticos precipitan una mortalidad excesiva en todo el espectro. La prescripción de fármacos antipsicóticos para la demencia o para otros cuidados de salud mental se debería evitar y buscar medios alternativos para tratar los trastornos del comportamiento de dichos pacientes.



Francey, S.M., O’Donoghue, B., Nelson, B., Graham, J., Baldwin, L., Yuen, H.P. y otros. (2020). Psychosocial Intervention With or Without Antipsychotic Medication for First-Episode Psychosis: A Randomized Noninferiority Clinical Trial. Schizophrenia Bulletin Open, 1(1), sgaa015.


Este ensayo triple ciego (participantes, médicos e investigadores) aleatorizado y controlado de no inferioridad examinó si la intervención psicosocial intensiva (manejo de casos cognitivo-conductual, MCCC) para el primer episodio de psicosis (PEP) en personas de 15 a 25 años de edad tratadas en una intervención temprana especializada por un servicio de psicosis no fue inferior al tratamiento habitual de medicación antipsicótica más MCCC administrado durante los primeros 6 meses de tratamiento. Para maximizar la seguridad, los participantes debían tener bajos niveles de suicidio y agresión, una duración de la psicosis no tratada (DPN) de menos de 6 meses y vivir en un alojamiento estable con apoyo social. El resultado primario fue el nivel de funcionamiento a los 6 meses. 90 jóvenes fueron asignados al azar, 46 a placebo y 44 a medicación antipsicótica y el 33% de los que comenzaron la medicación de prueba completaron todo el período de prueba de 6 meses. Ambos grupos mejoraron y las diferencias entre los grupos fueron pequeñas y clínicamente triviales, lo que indica que el tratamiento con medicación placebo no fue menos eficaz que el tratamiento antipsicótico convencional. Dentro del contexto de un servicio especializado de intervención temprana, y con una DPN breve, la introducción inmediata de medicación antipsicótica puede no ser necesaria para todos los casos de PEP para ver una mejora funcional. Sin embargo, este hallazgo solo puede generalizarse a una proporción muy pequeña de casos de PEP en esta etapa, y se requiere un ensayo más amplio para aclarar si se puede recomendar un tratamiento sin antipsicóticos para subgrupos específicos de personas con PEP.



Thompson, J., Stansfeld, J.L., Cooper, R.E., Morant, N., Crellin, N.E. y Moncrieff, J. (2020).  Experiences of taking neuroleptic medication and impacts on symptoms, sense of self and agency: a systematic review and thematic synthesis of qualitative data. Soc Psychiatry Psychiatr Epidemiol, 55: 151-164.


Los fármacos neurolépticos (antipsicóticos) reducen los síntomas psicóticos, pero no se comprende bien cómo logran estos efectos y cómo experimentan los efectos de los fármacos las personas que los toman. El presente estudio describe una síntesis de datos cualitativos sobre las alteraciones mentales y conductuales asociadas con la ingesta de neurolépticos y cómo estos interactúan con los síntomas de la psicosis y el sentido del yo y de agencia de las personas.

Se realizaron búsquedas en nueve bases de datos para identificar literatura cualitativa sobre experiencias de tomar medicación neuroléptica. Se realizó una síntesis temática.

Se experimentó comúnmente que los neurolépticos producían un estado distintivo de letargo, enlentecimiento cognitivo, embotamiento emocional y motivación reducida, que afectaba el funcionamiento pero también tenía efectos beneficiosos sobre los síntomas de la psicosis y algunos otros síntomas (por ejemplo, insomnio). Para algunas personas, la reducción de los síntomas ayudó a restaurar un sentido de normalidad y autonomía, pero otras experimentaron una pérdida de aspectos importantes de su personalidad. A lo largo de los estudios, muchas personas adoptaron una postura pasiva hacia la medicación a largo plazo, expresando un sentimiento de resignación, resistencia o pérdida de autonomía.

La conclusión sería que los fármacos neurolépticos modifican la cognición, las emociones y la motivación. Estos efectos pueden estar asociados con la reducción de la intensidad y el impacto de los síntomas, pero también afectan el sentido de identidad y agencia de las personas. Comprender cómo experimentan los efectos de los neurolépticos quienes los toman es importante para desarrollar un enfoque más colaborativo del tratamiento farmacológico en psicosis y esquizofrenia.



Danborg, P.B. y Gøtzsche, P.C. (2019). Benefits and Harms of Antipsychotic Drugs in Drug-naïve Patients with Psychosis: A Systematic Review. International Journal of Risk & Safety in Medicine, 30(4): 193-201.


El objetivo del trabajo era estudiar los efectos beneficiosos y perjudiciales de los antipsicóticos en pacientes con psicosis sin tratamiento previo. Este estudio se llevó a cabo con una revisión sistemática y un metaanálisis de ensayos controlados con placebo. La conclusión fue que el uso de antipsicóticos no puede justificarse con base en la evidencia que tenemos actualmente. Los efectos de la abstinencia en los grupos de placebo hacen que los ensayos controlados con placebo existentes no sean fiables.



Schneider-Thoma, J., Efthimiou, O., Bighelli, I., Dörries, C., Huhn, M., Krause, M. y otros. (2019). Second-generation antipsychotic drugs and short-term somatic serious adverse events: a systematic review and meta-analysis. The Lancet Psychiatry, 6(9): 753-765.


Los fármacos antipsicóticos pueden causar efectos secundarios graves de aparición aguda y, por lo tanto, contribuir al aumento de la morbilidad y la mortalidad física observada en pacientes con trastornos graves de salud mental. Examinamos esta hipótesis haciendo un metaanálisis de los eventos adversos graves que ocurrieron en ensayos controlados con placebo de antipsicóticos. Para esta revisión sistemática y metaanálisis, se incluyeron ensayos controlados aleatorizados (ECA) que compararon antipsicóticos de segunda generación con placebo. Se identificaron 597 ECA, con 108.664 participantes, que cumplieron con los criterios de inclusión. 314 ensayos (67.642 participantes) con detalles sobre eventos adversos graves individuales disponibles constituyeron el principal conjunto de datos para el metaanálisis. Se encontró evidencia de que los antipsicóticos causan eventos adversos graves somáticos a corto plazo además de los eventos adversos graves somáticos que ocurren independientemente del tratamiento. Este efecto parece deberse principalmente a los resultados en pacientes mayores. Por lo tanto, los médicos deben ser conscientes de que los antipsicóticos son potencialmente tóxicos, especialmente cuando se trata a pacientes que comparten factores de riesgo con la población de mayor edad.



Cooper, R.E., Laxhman, N., Crellin, N., Moncrieff, J. y Priebe, S. (2020). Psychosocial interventions for people with schizophrenia or psychosis on minimal or no antipsychotic medication: A systematic review. Schizophrenia Research, 225: 15-30.


Los antipsicóticos son el tratamiento de primera línea para las personas con esquizofrenia o psicosis. Existe evidencia de que pueden reducir los síntomas de la psicosis y el riesgo de recaída. Sin embargo, muchas personas no responden a estos medicamentos o experimentan efectos adversos y dejan de tomarlos. En el Reino Unido, las guías clínicas han enfatizado la necesidad de investigar las intervenciones psicosociales sin antipsicóticos. Esta revisión sistemática examina los efectos de las intervenciones psicosociales para las personas con esquizofrenia o psicosis que reciben antipsicóticos mínimos o nulos. Se identificaron 9 intervenciones probadas en 17 estudios (N=2.250), incluidos 8 ensayos controlados aleatorizados. Los resultados fueron generalmente iguales o, en un pequeño número de casos, mejores que los del grupo de control (antipsicóticos / tratamiento habitual) para la terapia cognitivo-conductual (TCC), el tratamiento adaptado a las necesidades y tratamientos tipo Soteria. Las intervenciones restantes proporcionaron algunos hallazgos alentadores, pero en general inconsistentes. La calidad del estudio fue generalmente baja con poca investigación reciente. En conclusión, se han estudiado nueve intervenciones psicosociales para pacientes con antipsicóticos mínimos o nulos. La mayoría de los estudios informaron de resultados de la intervención que fueron los mismos que los del grupo de control; sin embargo, la calidad del estudio fue problemática. Dados los efectos adversos de los antipsicóticos y que muchas personas no quieren tomarlos, se necesitan ensayos de alta calidad de tratamientos psicosociales para personas con antipsicóticos mínimos o nulos.



Bjornestad, J., Lavik, K.O., Davidson, L., Hjeltnes, A., Moltu, C. y Veseth, M. (2020) Antipsychotic treatment – a systematic literature review and meta-analysis of qualitative studies. Journal of Mental Health, 29(5): 513-523.


La literatura sobre la medicación antipsicótica en la psicosis carece de sistematización de la base de conocimientos empíricos sobre las experiencias subjetivas de los pacientes con el uso de fármacos antipsicóticos. Tales investigaciones son fundamentales para informar los ensayos a gran escala con hipótesis clínicamente relevantes y para aclarar las implicaciones clínicas para diferentes subgrupos de personas. El objetivo del estudio era volver a analizar y resumir la literatura de investigación cualitativa existente sobre las perspectivas de los pacientes sobre el uso de medicamentos antipsicóticos. Fueron identificados cuatro metatemas: (1) beneficios a corto plazo; (2) efectos adversos y procesos de afrontamiento; (3) rendición y autonomía; (4) compromiso a largo plazo de la recuperación funcional.

Se concluyó que, si bien en gran medida son positivos sobre el uso agudo y a corto plazo, los pacientes son más escépticos sobre el uso de fármacos antipsicóticos a largo plazo. Este último se relaciona específicamente con los procesos de recuperación funcional y social. Las conversaciones clínicas sobre la medicación antipsicótica deben incluir evaluaciones de contextos del nivel de experiencia del paciente, procesos de autonomía del paciente, valores del paciente y preferencias de riesgo, y conocimientos y necesidades de conocimiento del paciente, además de evaluar la gravedad de los síntomas de la psicosis.



Read, J. y Williams, J. (2019). Positive and Negative Effects of Antipsychotic Medication: An International Online Survey of 832 Recipients. Current Drug Safety, 14(3): 173-181.


La medicación antipsicótica es actualmente el tratamiento de elección para la psicosis, pero pocos estudios examinan directamente la experiencia de primera mano de los receptores. El objetivo del estudio fue conocer las experiencias y opiniones de una muestra internacional de usuarios de antipsicóticos, en cuanto a efectos positivos y negativos. Más de la mitad (56%) pensaba que los medicamentos reducían los problemas para los que fueron recetados, pero el 27% pensaba que los empeoraban. Un poco menos personas encontraron los medicamentos generalmente "útiles" (41%) que los que los encontraron "inútiles" (43%). Mientras que el 35% informó que su "calidad de vida" había "mejorado", el 54% informó que había "empeorado". El número medio de efectos adversos notificados fue de 11, con un promedio de 5 en el nivel "grave". El 57% o más de los participantes informaron 14 efectos, más comúnmente: “somnolencia, sensación de cansancio, sedación” (92%), “pérdida de motivación” (86%), “pensamientos lentos” (86%) y “adormecimiento emocional” (85%). Se informó que las ideas de suicidio son un efecto secundario en un 58%. Las personas mayores informaron resultados particularmente desfavorables y altos niveles de efectos adversos. La duración del tratamiento no estuvo relacionada con los resultados positivos, pero se relacionó significativamente con los resultados negativos. La mayoría de los encuestados (70%) había intentado dejar de tomar los fármacos. Las razones más comunes por las que las personas querían dejarlos eran los efectos secundarios (64%) y las preocupaciones sobre la salud física a largo plazo (52%). La mayoría (70%) no recordaba que le dijeran nada sobre los efectos secundarios.



Ray, W.A., Stein, C.M., Murray, K.T., Fuchs, D.C., Patrick, S.W., Daugherty, J. y otros. (2019). Association of Antipsychotic Treatment With Risk of Unexpected Death Among Children and Youths. JAMA Psychiatry, 76(2): 162–171.


Los niños y jóvenes a los que se les recetan medicamentos antipsicóticos tienen múltiples eventos adversos cardiovasculares, metabólicos y otros, potencialmente fatales, relacionados con la dosis, pero se desconoce si estos medicamentos están asociados con un mayor riesgo de muerte. El objetivo del estudio es comparar el riesgo de muerte inesperada entre niños y jóvenes que inician tratamiento con antipsicóticos o con medicación de control (medicamentos para el trastorno por déficit de atención / hiperactividad, antidepresivos, o estabilizadores del estado de ánimo). El estudio incluyó a 189.361 niños y jóvenes en el grupo de control, 28.377 en el grupo de dosis más baja (igual o inferior a 50 mg equivalentes de clorpromazina) y 30.120 en el grupo de dosis más alta (más de 50 mg equivalentes de clorpromazina). La incidencia no ajustada de muerte en el grupo de dosis más alta fue significativamente mayor que en el grupo de control. La incidencia de muerte en el grupo de dosis más baja no difirió significativamente con la del grupo control. Los hallazgos sugieren que el uso de antipsicóticos se asocia con un mayor riesgo de muerte inesperada y parecen reforzar las recomendaciones para la prescripción y el seguimiento cuidadosos del tratamiento antipsicótico para niños y jóvenes y subrayar la necesidad de estudios más amplios de seguridad del tratamiento antipsicótico en esta población.



Nicol, G.E., Yingling, M.D., Flavin, K.S., Schweiger, J.A., Patterson, B.W., Schechtman, K.B. y otros. (2018). Metabolic Effects of Antipsychotics on Adiposity and Insulin Sensitivity in Youths: A Randomized Clinical Trial. JAMA Psychiatry, 75(8): 788–796.


Los medicamentos antipsicóticos se usan comúnmente para tratar los trastornos del comportamiento disruptivos no psicóticos en los jóvenes. El objetivo del estudio era caracterizar los efectos metabólicos de la primera exposición a antipsicóticos en jóvenes utilizando evaluaciones estándar de criterio de composición corporal y sensibilidad a la insulina. La intervención, sobre 144 pacientes, fue de doce semanas de tratamiento con aripiprazol oral (n = 49), olanzapina (n = 46) o risperidona (n = 49). Como conclusión, se observaron cambios adversos en la adiposidad y la sensibilidad a la insulina durante 12 semanas de tratamiento antipsicótico en jóvenes, con los mayores aumentos de grasa con olanzapina. Tales cambios, probablemente atribuibles al tratamiento, pueden estar asociados con el riesgo de morbilidad y mortalidad cardiometabólicas prematuras. Los resultados informan las consideraciones de riesgo-beneficio para el uso de antipsicóticos en los jóvenes.



Steingard, S. (2018). Five Year Outcomes of Tapering Antipsychotic Drug Doses in a Community Mental Health Center. Community Ment Health J, 54: 1097-1100.


Existe evidencia de que muchas personas toman dosis más altas de fármaco antipsicótico de las necesarias para un funcionamiento óptimo, pero existen pautas limitadas sobre cómo reducirlas. Este documento informa sobre los resultados de 5 años para sesenta y siete personas que recibieron tratamiento en un centro de salud mental comunitario y se les ofreció la oportunidad de reducir gradualmente sus dosis de fármaco antipsicótico en colaboración con el psiquiatra tratante. Durante un período de 6 meses, el autor invitó a los pacientes que estaban clínicamente estables y podían participar en las discusiones sobre los posibles riesgos y beneficios para comenzar a reducir gradualmente la dosis. Inicialmente, 40 expresaron interés en disminuir y 27 declinaron. Los grupos no difirieron en edad, sexo, raza o diagnóstico. El grupo que eligió la reducción comenzó con dosis significativamente más bajas. La mayoría de los pacientes lograron realizar reducciones modestas de la dosis. A los 5 años, no hubo diferencias significativas en las dos medidas de resultado, tasa de hospitalización y situación laboral. Muchos pacientes pudieron participar en estas discusiones que no resultaron en la discontinuación generalizada del fármaco. Este es un pequeño estudio naturalista de un tema que merece más investigación.



Wang, H., Huang, C.L., Feng, I.J. y Tsuang, H. (2018). Second-generation antipsychotic medications and risk of chronic kidney disease in schizophrenia: population-based nested case–control study. BMJ Open, 8:e019868.


Este estudio tiene como objetivo comparar el riesgo de enfermedad renal crónica (ERC) entre pacientes con esquizofrenia que utilizan antipsicóticos de primera y segunda generación. Se estudió una cohorte de pacientes hospitalizados para trastornos psiquiátricos entre 2000 y 2013 (n=267.807). La base de datos incluía pacientes con al menos un registro de hospitalización psiquiátrica y un diagnóstico de alta de trastorno mental. Se encontró que los riesgos de ERC eran mayores para quienes usaban antipsicóticos de segunda generación durante más tiempo acumulativo que para quienes no los usaban. El estudio sugiere la relación entre el uso de antipsicóticos de segunda generación y el riesgo de ERC.


  

Ralph, S.J. y Espinet, A.J. (2019). Use of antipsychotics and benzodiazepines for dementia: Time for action? What will be required before global de-prescribing? Dementia, 18(6): 2322-2339.

  

La comparación de cómo naciones como el Reino Unido, EE.UU., Canadá, Australia y otros han realizado intentos para mejorar la atención y el tratamiento de los pacientes con demencia puede proporcionar información útil sobre métodos que han demostrado ser exitosos. El Informe Banerjee de 2009, con sede en el Reino Unido, brindó liderazgo internacional en el tratamiento y las prácticas para los pacientes con demencia con el objetivo de reducir la prescripción de fármacos antipsicóticos. Se examina un relato histórico de las diferentes políticas y desarrollos gubernamentales con el objetivo similar de desprescribir. Utilizando Australia como ejemplo, se discuten diferentes estrategias nacionales en el contexto de aquellas que se han probado y han fracasado. Además, se presentan políticas que han logrado reducir las controvertidas prácticas actuales de prescripción excesiva de antipsicóticos o fármacos psicotrópicos relacionados para pacientes con demencia. La evidencia indica de manera abrumadora que tales tratamientos solo exacerban la enfermedad o precipitan la muerte, lo que justifica la reciente llamada para que el uso de restricciones químicas como los antipsicóticos se incluyan como "abuso de ancianos" al considerar la reforma legal necesaria para regular el cumplimiento.



Antidepresivos: eficacia y riesgos

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Hemos decidido traer hoy aquí una revisión reciente que hemos llevado a cabo sobre el tema de los fármacos antidepresivos. Un asunto sin duda polémico, con mucha bibliografía hablando acerca de las bondades de estos fármacos en cuanto a eficacia y seguridad y mucha otra bibliografía diciendo lo contrario. Como los artículos con resultados positivos son más que difundidos, repartidos y publicitados, nos vamos a centrar en los trabajos que nos presentan resultados negativos, artículos llevados a cabo muchas veces por autores independientes de la industria farmacéutica (a veces no), lo que les otorga en nuestra opinión un plus de credibilidad. Por supuesto, esta recopilación no es una revisión sistemática de la bibliografía, pero sí incluye muchas revisiones sistemáticas del tema, que ahora iremos viendo. Son trabajos la mayoría de la última década, destacando una gran profusión de artículos publicados en los años 2019 y 2020, lo que demuestra que el asunto reviste la mayor actualidad. La gran mayoría de los artículos recogidos ya habían sido reseñados en entradas previas del blog pero, aun así, hemos creído interesante traerlos de nuevo agrupados en esta recopilación.


Hemos incluido un enlace a los artículos originales en cada apartado, por si buscan información adicional.


En relación a los antidepresivos, uno de los grupos farmacológicos más prescritos y consumidos en nuestra sociedad, señalaremos en primer lugar lo acertado de una revisión como la publicada en 2016 en la Revista Clínica de Medicina de Familiapor María Varela Piñón, Laura del Pozo Gallardo y Alberto Ortiz Lobo (psiquiatra). Me parece un resumen perfecto de este polémico tema, e incluimos sus conclusiones textualmente:

Es fundamental reconsiderar el papel de los antidepresivos en la clínica a la luz de las investigaciones independientes que han surgido en los últimos años. Su capacidad para inducir estados de mayor distanciamiento afectivo del entorno o disminuir la intensidad de las reacciones emocionales puede ser muy útil como tratamiento sintomático en determinados pacientes con clínica grave, pero siempre en el contexto de otras actuaciones que propicien una reordenación más positiva del paciente con su entorno. La prescripción crónica no está justificada y es fundamental realizar un seguimiento de los efectos adversos y su impacto clínico y plantearse permanentemente una deprescripción, que ha de realizarse con extraordinaria cautela para evitar un síndrome de abstinencia.”


Y tras esta pequeña introducción, vamos con la recopilación de artículos (la negrita es nuestra):


La revista PLoS Medicinepublicó un metaanálisis (Kirsch y otros, 2008) que se proponía estudiar la relación entre la severidad inicial de la depresión y la eficacia de la medicación antidepresiva, a partir de datos suministrados por la FDA de ensayos clínicos facilitados por la industria farmacéutica de fluoxetina, venlafaxina, nefazodona y paroxetina. Los datos procedían tanto de estudios publicados como no publicados. El metaanálisis incluyó 5 ensayos clínicos con fluoxetina, 6 con venlafaxina, 8 con nefazodona y 16 con paroxetina, lo que supuso un total de 5.133 pacientes, de los que 3.292 fueron asignados aleatoriamente a recibir medicación y 1.841 a placebo. Los autores concluyeron que no había diferencia estadísticamente significativa en la respuesta antidepresiva entre los grupos con placebo y los grupos con cualquiera de los cuatro antidepresivos estudiados. Todos los grupos mejoraron, pero sin diferencia estadísticamente significativa entre principio activo y placebo, excepto en los casos más severos de las depresiones graves, donde sí apareció un efecto que colocó a los antidepresivos ligeramente por delante.


Un metaanálisis publicado en el British Journal of Psychiatry(Barbui y otros, 2011) concluye que los estudios analizados muestran que es improbable que haya una ventaja clínica significativa para los antidepresivos respecto del placebo en pacientes con depresión menor.


Un trabajo publicado en The Journal of American Medical Association(Fournier y otros, 2010) concluye que las ventajas del tratamiento antidepresivo frente al placebo aparecen en las depresiones severas, pero son mínimas o no existen en las depresiones leves o moderadas.


Un trabajo publicado en el New England Journal of Medicine(Turner y otros, 2008) encuentra que de 74 estudios registrados por la FDA americana acerca de la eficacia de distintos antidepresivos, el 31% (incluyendo 3.449 participantes) no fueron publicados. Se publicaron 37 estudios con resultados positivos para el fármaco analizado y solo uno con resultado positivo no se publicó. Por el contrario, de los estudios con resultados negativos o cuestionables, 3 se publicaron, 22 no fueron publicados y 11 se publicaron de tal manera que, en opinión de los autores de este artículo, inducían a percibir un resultado positivo. En la literatura publicada, el 94% de los ensayos fueron positivos, mientras que los análisis de la FDA mostraban solo un 51% de resultados positivos. Metaanálisis separados de los datos de la FDA y de las publicaciones muestran que el incremento en el tamaño del efecto oscila entre un 11% y un 69% para cada fármaco individualmente, siendo del 32 % para el total.


Un artículo del British Medical Journal(Eyding y otros, 2010) recoge un metaanálisis sobre estudios publicados y no publicados sobre reboxetina. La conclusión es que la reboxetina es un antidepresivo ineficaz y potencialmente dañino, afirmando que las evidencias publicadas están afectadas por un sesgo de publicación.


Un estudio recogido en la revista de la Asociación Médica Canadiense(Barbui, Furukawa y Cipriani, 2008) sobre paroxetina, analizando estudios publicados y no publicados de tratamiento de depresión en adultos, concluye que en depresión mayor moderada a severa, la paroxetina no fue superior a placebo en términos de efectividad.


Rif El-Mallakh, en un artículo recogido en Medical Hypotheses(El-Mallakh, Gao y Roberts, 2011), afirma que "hay indicios de que, en algunos individuos, el uso persistente de antidepresivos puede ser pro-depresivo". El-Mallakh señala que a principios de los años 90, el 10-15% de los pacientes con depresión mayor presentaban depresión resistente al tratamiento. Sin embargo, estudios de 2006 hablan ya de casi un 40% de pacientes con depresión resistente. Este autor recuerda que dichos años fueron los delboom en la prescripción de ISRS. El-Mallakh defiende que el uso crónico de antidepresivos puede inducir procesos que son lo opuesto a lo que la medicación originalmente producía, por el mecanismo de compensación que Fava describió y que llamó "oppositional tolerance" [tolerancia oposicional]. Ello provocaría un empeoramiento de la enfermedad que podría no ser reversible. Este mismo mecanismo de "tolerancia oposicional" se ha hipotetizado que podría estar en la base de la discinesia tardía causada por neurolépticos. En el caso de los antidepresivos, la hipótesis sería que los pacientes, tras el tratamiento prolongado, terminan en un estado de depleción serotoninérgica. El-Mallakh concluye su artículo afirmando que un estado depresivo crónico y resistente al tratamiento puede ocurrir en individuos expuestos a antidepresivos ISRS durante períodos prolongados de tiempo. Este estado crónico depresivo es denominado "disforia tardía".


Un artículo publicado en Neurochemistry International(Bosker y otros, 2010) recoge una investigación en ratas sobre el efecto del tratamiento y retirada de ISRS (en concreto, citalopram). Los resultados indican que, tras 17 días de tratamiento, la cantidad de serotonina se había reducido un 60% en 9 áreas del cerebro de las ratas, como parte de la compensación del organismo ante el fármaco, produciéndose una disminución clara en la síntesis de serotonina. Por otra parte, tras la retirada del fármaco, se describen importantes fluctuaciones en el metabolismo de la serotonina: la síntesis aumenta ligeramente pero, al no haber ya bloqueo a la recaptación, la cantidad de neurotransmisor en la hendidura sináptica disminuye. Estas fluctuaciones tras la retirada coinciden además con cambios observados en la conducta de los animales, consistentes en una reactividad aumentada al sonido (lo que ponen en relación los autores con el síndrome de abstinencia observado en humanos, con irritabilidad, ansiedad, malestar, etc.).


Otro artículo realizado por Andrews y colaboradores publicado en Frontiers in Psychology(2011) se pregunta qué ocurre al interrumpir el tratamiento en lo referente al riesgo de recaída. Andrews lleva a cabo un metaanálisis de estudios sobre antidepresivos, diferenciando dos grupos. En el primero, los pacientes que originalmente respondieron a placebo y luego estuvieron en seguimiento también con placebo. En el segundo, pacientes que originalmente respondieron a un antidepresivo y que luego fueron seguidos con placebo. La asignación original a placebo o medicación era aleatoria, no en base a las características clínicas del cuadro. El resultado, en un metaanálisis de 46 estudios, fue que el grupo que nunca había tomado antidepresivo recaía en un 24,7% y el grupo que sí había tomado y le había sido retirado luego, recaía en un 44,6%.


La revista Contemporary Clinical Trialsrecoge un artículo (Moncrieff y Kirsch, 2015) acerca de la significación clínica de las diferencias estadísticas observadas entre antidepresivos y placebo en estudios previos. Traducimos el abstractporque nos parece del mayor interés:

"Metaanálisis indican que los antidepresivos son superiores a placebo en términos estadísticos, pero la relevancia clínica de las diferencias no ha sido establecida. Sugerencias previas de tamaños de efecto clínicamente relevantes no han sido apoyadas por la evidencia empírica. En este artículo aplicamos un método empírico que consiste en comparar puntuaciones obtenidas en la escala Hamilton para depresión (HAM-D) y puntuaciones de la escala de Impresión de Mejoría Clínica Global (CGI-I). Este método revela que una diferencia de 3 puntos en la HAM-D es indetectable por los clínicos usando la CGI-I. Se requiere una diferencia de 7 puntos en la HAM-D, o un tamaño del efecto de 0,875, para llegar a un rango de "mínima mejoría" en la CGI-I. En base a estos criterios las diferencias entre antidepresivos y placebo en ensayos clínicos controlados aleatorizados, incluyendo los ensayos clínicos llevados a cabo con personas diagnosticadas de depresión muy grave, no son detectables por los clínicos y no alcanzan los niveles consistentes con mínimos niveles de mejoría observables clínicamente. La significación clínica debería ser considerada junto a la significación estadística cuando se toman decisiones acerca de la aprobación y uso de medicaciones como los antidepresivos."


Se publicó en el British Journal of Psychiatryuna revisión sistemática y metaanálisis (Koesters y otros, 2013) de estudios aleatorizados publicados y no publicados sobre eficacia y aceptabilidad de agomelatina. Como señala el trabajo, se han publicado revisiones sobre el tema que no han sido sistemáticas, afirmando la eficacia del fármaco, pero en esta sí se han incluido todos los estudios disponibles, tanto publicados como no publicados. El metaanálisis incluyó 13 estudios, de los cuales 7 no habían sido publicados. El tratamiento a corto plazo con agomelatina supuso una ventaja de -1,51 puntos en la escala de Hamilton (que, recordamos, tiene un total de 54 puntos y para la que el NICE británico considera significación clínica un mínimo de 3). No se observó diferencia entre agomelatina y placebo en los estudios de prevención de recaídas. Análisis secundarios de eficacia mostraron una eficacia significativa de agomelatina sobre placebo en respuesta pero no en remisión. Ninguno de los estudios con resultados negativos para agomelatina se publicó. La conclusión es: encontramos evidencias sugestivas de que una diferencia clínicamente importante entre agomelatina y placebo en pacientes con depresión mayor unipolar es improbable. Hubo evidencia de un sesgo de publicación sustancial.


La publicación Health Technology Assessmentincluye un estudio (Banerjee y otros, 2013) sobre efectividad y coste-efectividad de sertralina y mirtazapina en pacientes deprimidos con demencia, comparados con placebo. Las conclusiones señalan: "Los datos sugieren que los antidepresivos probados, dados con los cuidados normales, no son clínicamente efectivos (comparados con placebo) para depresión clínicamente significativa en enfermedad de Alzheimer".


Se publicó en la revista Diabetes Careuna revisión sistemática (Barnard, Peveler y Holt, 2013) sobre el riesgo de diabetes tipo 2 asociado con tratamiento antidepresivo. Los resultados indicaron que había evidencia de que el uso de antidepresivos se asociaba con diabetes tipo 2. No se estableció la causalidad, algunos antidepresivos se relacionaron con empeoramiento en el control glucémico, particularmente con altas dosis y largas duraciones del tratamiento, mientras que otros se relacionaron con mejoras en el control, y todavía más con resultados mixtos. Los más recientes y grandes estudios, sin embargo, sugieren un efecto modesto. La conclusión del trabajo es que aunque existen evidencias de que el uso de antidepresivos puede ser un factor de riesgo independiente para diabetes tipo 2, se requieren estudios prospectivos a largo plazo de los efectos de los antidepresivos individuales, más que de efectos de clase. Una vigilancia intensificada de los potenciales riesgos es necesaria hasta que dichos estudios se completen.


El American Journal of Psychiatrypublicó un trabajo (Wang y otros, 2014) sobre el uso a corto plazo de inhibidores de la recaptación de la serotonina y el riesgo de hemorragia gastrointestinal alta. Un total de 5.377 pacientes con hemorragia gastrointestinal alta fueron incluidos en el estudio.Las conclusiones indicaron que el uso a corto plazo de ISRS (de 7 a 28 días) está significativamente asociado con hemorragia gastrointestinal alta. Pueden existir diferencias de género en la relación entre uso de ISRS y hemorragia gastrointestinal alta, habiéndose visto un riesgo elevado de hemorragia tras exposición a ISRS en pacientes masculinos pero no en femeninos. Los médicos, dice el estudio, deberían monitorizar cuidadosamente signos de hemorragia gastrointestinal alta, incluso tras exposición a corto plazo a ISRS, como se hace con antiinflamatorios no esteroideos y aspirina.


La revista Psychiatry Researchpublicó un artículo de Read, Cartwright y Gibson (2014) acerca de efectos adversos emocionales e interpersonales informados por 1.829 personas bajo tratamiento antidepresivo, en Nueva Zelanda. El estudio surge, como dicen los autores, en el contexto del rápido incremento en el uso de antidepresivos internacionalmente, con revisiones recientes planteando cuestiones acerca de la eficacia y efectos adversos de estas medicaciones. Se investiga una gran muestra de pacientes en tratamiento, con un cuestionario acerca de las experiencias con, y las creencias sobre, los antidepresivos. Fue completado por 1.829 adultos a quienes se les habían prescrito antidepresivos en los últimos cinco años. Ocho de los veinte efectos adversos estudiados fueron informados por aproximadamente la mitad de participantes, más frecuentemente dificultades sexuales (62%) y sentirse emocionalmente indiferente (60%). Porcentajes para otros efectos incluyeron: sentirse “no como yo mismo” (52%), reducción en sentimientos positivos (42%), preocuparse menos acerca de otros (39%), ideas de suicidio (39%) y efectos de retirada (55%). Los autores señalan que los efectos adversos de los antidepresivos pueden ser más frecuentes que lo previamente informado e incluyen efectos emocionales e interpersonales.


En la revista Urologyhay un artículo de Akasheh (2014) que estudia efectos de la sertralina comparada con la terapia de conducta en parámetros del semen, en hombres con eyaculación precoz primaria. Se llevó a cabo un ensayo clínico con 60 pacientes divididos en ambos grupos, analizándose los parámetros seminales y comparando los resultados entre los grupos antes de la intervención y tres meses después. Se informó una significativa reducción en la concentración de esperma y en el porcentaje de morfología normal en el grupo de sertralina. El porcentaje de fragmentación en el ácido desoxirribonucleico en el esperma después de la intervención en el grupo con sertralina fue significativamente más alta que en el grupo de terapia de conducta. No hubo cambios significativos en los parámetros seminales en los pacientes tratados con terapia de conducta. La conclusión de los autores es que su estudio revela efectos perjudiciales de la sertralina en algunos parámetros seminales y que ello debería particularmente ser considerado en pacientes que estén intentando concebir. Parece que la terapia de conducta es un método seguro sin ningún efecto secundario en parámetros del análisis del semen.


La revista Endocrinerecoge un artículo (Bruyère y Reginster, 2015) sobre osteoporosis en pacientes bajo tratamiento con ISRS, centrado en el riesgo de fractura. El artículo señala quelas evidencias de diferentes estudios sugieren que el uso de antidepresivos en dosis terapéuticas está asociado con disminución en la densidad mineral del hueso e incremento en el riesgo de fractura. La asociación entre uso de ISRS y riesgo de fractura podría potencialmente diferir dependiendo de la dosis, la duración de la exposición, la edad o el sexo. Sin embargo, el riesgo de fractura disminuye rápidamente después de la interrupción del uso de ISRS. La evidencia ahora parece suficiente para considerar añadir los ISRS a la lista de medicaciones que contribuyen a la osteoporosis. En la práctica, la valoración de factores de riesgo para osteoporosis o fracturas podría hacerse teniendo en cuenta edad, género, duración y severidad de la depresión, duración del tratamiento con ISRS y otros factores de riesgo concurrentes.


La revista Psychotherapy and Psychosomaticspublicó un artículo (Fava y otros, 2015) sobre síndrome de abstinencia después de discontinuación de ISRS. Se trata de una revisión sistemática que encontró una prevalencia del síndrome variable, con su estimación dificultada por falta de identificación de casos en muchos estudios. Los síntomas típicamente ocurren en pocos días tras la discontinuación y duran pocas semanas, también con reducción gradual. Sin embargo, hay muchas variaciones, incluyendo inicio tardío y/o persistencia más larga de las molestias. Los síntomas pueden ser fácilmente equivocados con signos de recaída inminente. Las conclusiones del artículo son que los clínicos necesitan añadir los ISRS a la lista de fármacos potencialmente inductores de síntomas de abstinencia después de la discontinuación, junto con benzodiacepinas, barbitúricos y otros fármacos psicotrópicos. Los términos "síndrome de discontinuación" o "síndrome de retirada" que son habitualmente usados minimizan las potenciales vulnerabilidades inducidas por ISRS y deberían ser reemplazados por "síndrome de abstinencia".

Nota: hay que tener claro que la traducción correcta de "withdrawal symptoms" (www.wordreference.com) es "síndrome de abstinencia".


La revistaOsteoporosis Internationalpublica un artículo (Prieto-Alhambra y otros, 2014) sobre el exceso de riesgo de fracturas de cadera atribuible al uso de antidepresivos, estudio llevado a cabo mediante una revisión sistemática de la literatura. Los resultados muestran un incremento en el riesgo de fracturas de cadera entre los pacientes que toman antidepresivos, con el riesgo atribuible más alto para los ISRS. Los autores concluyen que estos hallazgos sugieren que la contribución potencial del uso de antidepresivos en la tasa poblacional de fracturas de cadera en los países estudiados (incluida España) varía entre el 3 y el 7%.


En el Journal of Clinical Psychiatry se publicó un artículo (Lee y otros, 2016) sobre tratamiento antidepresivo y riesgo de demencia. Las conclusiones son:

"La incidencia de demencia en pacientes está asociada con el uso de medicación antidepresiva. El tratamiento con antidepresivos tricíclicos se asoció con un riesgo reducido de demencia, mientras que el tratamiento con ISRSs, IMAOs, antidepresivos heterocíclicos y otros antidepresivos se asoció con un riesgo incrementado de demencia."


El British Medical Journalpublicó (Sharma, Guski, Freund y Gøtzsche, 2016) una revisión sistemática y metaanálisis basada en informes de estudios clínicos sobre suicidio y agresión durante tratamiento antidepresivo. El objetivo era estudiar esos daños asociados con inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina e inhibidores de la recaptación de serotonina-noradrenalina, en concreto duloxetina, fluoxetina, paroxetina, sertralina y venlafaxina. Los resultados incluyeron 18.526 pacientes. Los ensayos clínicos tenían limitaciones en el diseño y discrepancias en los informes que podrían haber llevado a serias infraestimaciones de los daños. Las diferencias en mortalidad, suicidio y acatisia no fueron significativas, mientras que los pacientes que tomaban antidepresivos mostraron más comportamiento agresivo. Se destaca en el artículo que en los informes provenientes del sitio web del laboratorio Eli Lilly, casi todas las muertes fueron recogidas, pero todos los eventos de ideación suicida desaparecieron y la información de los resultados restantes era incompleta. Las conclusiones del artículo mencionan que, aunque en adultos no hubo incremento significativo en los cuatro resultados (mortalidad, suicidio, agresión, acatisia), en niños y adolescentes el riesgo de suicidio y agresión se dobló. Se precisaría acceso a los datos de pacientes individuales de forma anónima para elucidar los daños con seguridad.


En JAMA Pediatrics se publicó un artículo (Boukhris, Sheehy, Mottron y Bérard, 2016) sobre uso de antidepresivos durante el embarazo y riesgo de trastorno del espectro autista en niños, estudiando un total de 145.456 niños nacidos entre 1998 y 2009. Las conclusiones del estudio fueron:

"El uso de antidepresivos, específicamente inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, durante el segundo y/o tercer trimestre incrementa el riesgo de trastorno del espectro autista en niños, incluso después de considerar la depresión materna. Se necesita investigación adicional para valorar específicamente el riesgo de trastorno del espectro autista asociado con tipos de antidepresivos y dosis durante el embarazo."


En Stroke se publicó un trabajo (Akoudad y otros, 2016) sobre la asociación entre el uso de antidepresivos y el riesgo incrementado de desarrollar microhemorragias cerebrales. Se reclutó a 2.559 pacientes de 45 o más años. Las conclusiones fueron las siguientes:

"El uso de antidepresivos se asoció con un riesgo incrementado de desarrollar microhemorragias. Nuestros resultados pueden apoyar hallazgos de ensayos clínicos previos acerca del riesgo incrementado de sangrado intracraneal y extracranealen pacientes con antidepresivos."


La revista Alzheimer Disease and Associated Disorderspublicó un artículo (Wang y otros, 2016) sobre la asociación entre uso de antidepresivos en ancianos y riesgo incrementado de demencia. Se incluyeron 3.688 pacientes de 60 o más años sin demencia captados en un estudio de screening de depresión en atención primaria. Se comparó el riesgo de demencia entre los participantes de cinco grupos: solo ISRS, solo no-ISRS, grupo mezclado de ISRS y no-ISRS, pacientes deprimidos sin antidepresivos, y no deprimidos sin antidepresivos. Los pacientes con ISRS y no-ISRS tenían significativamente más alto riesgo de demencia que los sujetos no deprimidos sin antidepresivos. Además, los sujetos con ISRS tenían significativamente más alto riesgo de demencia que los pacientes con depresión grave sin antidepresivos.


La revista Psychotherapy and Psychosomaticspublica un trabajo (Carvalho y otros, 2016) sobre seguridad, tolerabilidad y riesgos asociados con el uso de los fármacos antidepresivos de nueva generación. Dice el abstract del artículo:

"Los fármacos antidepresivos de nueva generación (AD) son ampliamente utilizados como la primera línea de tratamiento para los trastornos depresivos mayores y se consideran más seguros que los tricíclicos. En esta revisión crítica, evaluamos la literatura sobre eventos adversos, tolerabilidad y seguridad de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, inhibidores de la recaptación de serotonina-noradrenalina, bupropion, mirtazapina, trazodona, agomelatina, vilazodona, levomilnacipran y vortioxetina. Varios efectos secundarios son transitorios y pueden desaparecer después de unas semanas tras el inicio del tratamiento, pero los eventos adversos potencialmente graves pueden persistir u ocurrir más tarde. Incluyen síntomas gastrointestinales (náuseas, diarrea, sangrado gástrico, dispepsia), hepatotoxicidad, aumento de peso y anomalías metabólicas, trastornos cardiovasculares (frecuencia cardíaca, prolongación del intervalo QT, hipertensión, hipotensión ortostática), síntomas genitourinarios (retención urinaria, incontinencia), disfunción sexual, hiponatremia, osteoporosis y riesgo de fracturas, hemorragias, alteraciones del sistema nervioso central (disminución del umbral convulsivo, efectos secundarios extrapiramidales, alteraciones cognitivas), sudoración, alteraciones del sueño, alteraciones afectivas (apatía, efectos paradójicos), manifestaciones oftálmicas (glaucoma, catarata) e hiperprolactinemia. A veces, tales eventos adversos pueden persistir después de la interrupción del fármaco, produciendo comorbilidad iatrogénica. Otras áreas de preocupación involucran suicidio, seguridad en sobredosis, síndromes de interrupción y riesgos durante el embarazo y la lactancia, así como el riesgo de malignidades. Por lo tanto, la selección racional de antidepresivo debería considerar los posibles beneficios y riesgos, la probabilidad de respuesta a la opción de tratamiento y la vulnerabilidad a eventos adversos. Los hallazgos de esta revisión deben alertar al médico para revisar cuidadosamente la idoneidad de la prescripción de antidepresivo en forma individual y considerar tratamientos alternativos si están disponibles".


The Lancetpublica un metaanálisis (Cipriani y otros, 2016) a partir de ensayos clínicos relevantes a doble ciego publicados y no publicados sobre eficacia y tolerabilidad comparativa de antidepresivos para trastorno depresivo mayor en niños y adolescentes. Se incluyeron ensayos sobre amitriptilina, citalopram, clomipramina, desipramina, duloxetina, escitalopram, fluoxetina, imipramina, mirtazapina, nefazodona, nortriptilina, paroxetina, sertralina y venlafaxina. Las variables principales fueron: eficacia (cambio en los síntomas de depresión) y tolerabilidad (abandonos a causa de efectos adversos). En cuanto a la eficacia, solamente la fluoxetina mostró diferencia estadísticamente significativa respecto a placebo. Cuando se considera el perfil beneficio-riesgo de los antidepresivos en el tratamiento agudo de la depresión grave en niños y adolescentes, estos fármacos no parecen ofrecer una ventaja clara. Probablemente la fluoxetina constituya la mejor opción cuando esté indicado un tratamiento farmacológico.


La revista BMC Psychiatry(BioMed Central psychiatry) ha publicado una revisión sistemática y metaanálisis en febrero de 2017 acerca de ISRS versus placebo en trastorno depresivo mayor. Se incluyeron un total de 131 ensayos aleatorios controlados con placebo que incluyeron un total de 27.422 participantes. Según las conclusiones del estudio, los ISRS pueden tener efectos estadísticamente significativos sobre los síntomas depresivos, pero todos los ensayos tenían un alto riesgo de sesgo y la significación clínica parece cuestionable. Los ISRS aumentan significativamente el riesgo de eventos adversos graves y no graves. Los potenciales pequeños efectos beneficiosos parecen ser superados por los efectos nocivos.


La revistaJAMA Neurologypublicó en febrero de 2017 un artículo con el siguiente título: "Asociación de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina con riesgo de hemorragia intracraneal espontánea". Se emparejó una cohorte de 1.363.990 usuarios de antidepresivos con 89.702 controles, en un seguimiento de 19 años. Los autores encuentran que el uso de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y, más generalmente, de antidepresivos que sean fuertes inhibidores de la recaptación de serotonina, se asocia con un mayor riesgo de hemorragia intracraneal en comparación con los antidepresivos tricíclicos, particularmente en los primeros 30 días de uso. El uso concomitante de anticoagulantes orales aumentó aún más este riesgo. Y concluyen que el uso de ISRS y más generalmente de antidepresivos con fuerte inhibición de la recaptación de serotonina se asocia con un mayor riesgo de hemorragia intracraneal, particularmente en los primeros 30 días de uso y cuando se usan concomitantemente con anticoagulantes orales.


En 2016, el Journal of the Royal Society of Medicinepublicó una revisión sistemática de ensayos con antidepresivos en adultos sanos voluntarios, sobre suicidio y violencia. Se concluyó que el tratamiento de voluntarios adultos sanos con antidepresivos duplicó el riesgo de daño relacionado con la suicidalidad y la violencia. El número necesario para tratar (NNT) para dañar a una persona sana fue de 16. Cabe poca duda de que hemos subestimado los daños de los antidepresivos.


En enero de 2017, el International Journal of Geriatric Psychiatryrecoge un artículo con el siguiente título: "Uso de antidepresivos y riesgo de fracturas de cadera entre las personas que viven en la comunidad con y sin enfermedad de Alzheimer". Los resultados mostraron que durante el uso de antidepresivos, la tasa ajustada por edad de las fracturas de cadera por 100 personas-año fue 3,01 entre las personas cony 2,28 entre las personas sinenfermedad de Alzheimer. El uso de antidepresivos se asoció con un mayor riesgo de fractura de cadera entre las personas cony sinenfermedad de Alzheimer en comparación con el no uso. El riesgo fue más prominente en el inicio del uso y fue elevado incluso hasta 4 años. El riesgo se incrementó con todos los antidepresivos más utilizados. Los autores concluyen que el uso de antidepresivos se asocia con un mayor riesgo de fractura de cadera entre las personas mayores.


En diciembre de 2016 la revista Depression and Anxietypublicó una revisión sistemática y metaanálisis titulada: "La asociación del uso de fármacos antidepresivos con deterioro cognitivo o demencia, incluyendo la enfermedad de Alzheimer". El uso de fármacos antidepresivos se asoció con un aumento significativo de dos veces en las probabilidades de alguna forma de deterioro cognitivo o demencia. La edad se identificó como un probable modificador de la asociación entre el uso de antidepresivos y alguna forma de deterioro cognitivo o enfermedad de Alzheimer / demencia. Los estudios que incluyeron participantes con una edad media igual o superior a 65 años mostraron una mayor probabilidad de alguna forma de deterioro cognitivo con uso de fármacos antidepresivos, mientras que aquellos con participantes menores de 65 años revelaron una asociación aún más fuerte. Los autores concluyen que el uso de fármacos antidepresivos se asocia con enfermedad de Alzheimer / demencia y esto es particularmente evidente si el uso comienza antes de los 65 años. Esta asociación puede surgir debido a la confusión por la depresión o la severidad de la depresión. Sin embargo, se han descrito mecanismos biológicos que potencialmente vinculan la exposición a antidepresivos con demencia, por lo que es posible un efecto etiológico de los antidepresivos. Señalan también los autores que con esta confirmación de que existe una asociación, la clarificación de las vías etiológicas subyacentes requiere atención urgente.


Hengartner publicó en 2019 un artículo en Plos One que recoge un metaanálisis sobre eficacia de nuevos antidepresivos. Comenta que se ha afirmado que las estimaciones de eficacia basadas en la Escala de Depresión de Hamilton (HDRS) subestiman los verdaderos efectos del tratamiento de los antidepresivos debido a las pobres propiedades psicométricas del instrumento. El objetivo de este estudio es comparar las estimaciones de eficacia basadas en el HDRS con el procedimiento estándar de oro, la Escala de Clasificación de Depresión de Montgomery-Asberg (MADRS). Las conclusiones afirman que las estimaciones del tamaño del efecto informadas en los metaanálisis recientes de antidepresivos que se basaron principalmente en el altamente criticado HDRS-17 no parecen subestimar los efectos del tratamiento farmacológico. Cuando las estimaciones de eficacia se basan en el MADRS, la escala de calificación preferida para la depresión que es particularmente sensible al cambio en los síntomas centrales de la depresión, las estimaciones del tamaño del efecto no difieren significativamente. Además, descubrimos que la diferencia promedio de placebo en los puntajes brutos tanto para el HDRS-17 como para el MADRS no alcanza los límites para una mejora mínimamente importante. Las afirmaciones destacadas de que el HDRS ha subestimado significativamente la verdadera eficacia de los antidepresivos no se basan en pruebas convincentes. Una explicación más plausible sería que la eficacia de los antidepresivos es de hecho pobre y de importancia cuestionable para el paciente promedio.


Mallery publica en 2019 en BMC Geriatrics un metaanálisis sobre antidepresivos de segunda generación en pacientes de edad avanzada. Se incluyeron nueve ensayos en el metaanálisis (n = 2.704). Los sujetos tenían depresión moderada a severa.Para los adultos mayores con depresión, no hubo diferencias estadísticamente significativas en la respuesta o remisión a los antidepresivos de segunda generación en comparación con el placebo. La respuesta ocurrió en el 45,3% de los sujetos que recibieron un antidepresivo en comparación con el 40,5% que recibió placebo. La remisión ocurrió en 33,1% con antidepresivos versus 31,3% con placebo. Hubo más retiradas debido a eventos adversos con antidepresivos, 13% versus 5,8%. Como conclusión, los antidepresivos de segunda generación tienen un beneficio incierto para los adultos mayores con depresión y causan más eventos adversos en comparación con el placebo. Hasta que más investigaciones aclaren el beneficio, se justifica la consideración cuidadosa de la prescripción de antidepresivos en ancianos con fragilidad.


En 2019 se publicó en el BMJ Evidence-Based Medicine un artículo titulado "¿Deberían los antidepresivos ser usados para el trastorno depresivo mayor?" Se realizaron búsquedas en la Biblioteca Cochrane, BMJ Best Practice y PubMed hasta junio de 2019 con los términos de búsqueda 'depresión' y 'antidepresivos' dirigidos a revisiones publicadas en inglés desde 1990. Varias revisiones han evaluado los efectos de los antidepresivos en comparación con placebo para la depresión . En general, todas las revisiones anteriores muestran que los antidepresivos parecen tener efectos estadísticamente significativos sobre los síntomas depresivos, pero el tamaño del efecto tiene una importancia cuestionable para la mayoría de los pacientes. Los antidepresivos parecen tener efectos beneficiosos mínimos sobre los síntomas depresivos y aumentan el riesgo de eventos adversos graves y no graves. Las conclusiones de la revisión dicen que los beneficios de los antidepresivos parecen ser mínimos y posiblemente sin importancia para el paciente promedio con trastorno depresivo mayor. Los antidepresivos no deben usarse para adultos con trastorno depresivo mayor antes de que haya evidencia válida que demuestre que los posibles efectos beneficiosos superan a los efectos nocivos.


En Psychotherapy and Psychosomaticsse publicó en 2019 un reanálisis de la base de datos de la FDA sobre antidepresivos de nueva generación y riesgo de suicidio. El trabajo concluye que este nuevo análisis de los resúmenes de seguridad de la FDA, se encuentra evidencia de que la tasa de (intento) de suicidio fue aproximadamente 2.5 veces mayor en los brazos antidepresivos en comparación con el placebo. Estos hallazgos entran en conflicto con el trabajo previo de Khan et al, que basaron sus estimaciones de efecto en PEY (patient exposure years: años de exposición del paciente) en lugar del número de pacientes. Cuando los riesgos no son constantes a lo largo del tiempo, PEY es inapropiado y puede ocultar un verdadero efecto adverso del fármaco, ya que el (intento) de suicidio ocurre principalmente poco después del inicio del tratamiento y no durante las fases de continuación o mantenimiento. Por lo tanto, el riesgo de eventos adversos debe calcularse en función del número de pacientes expuestos a tratamientos en lugar de PEY, y este es también el enfoque aplicado por la FDA. Por lo tanto, cuando se basa en el número de pacientes asignados al azar en lugar de PEY, los datos presentados en este documento sugieren que los antidepresivos aumentan significativamente el riesgo de suicidio en adultos con depresión mayor. Se requiere más investigación para establecer si el aumento del riesgo de suicidio observado en ECA se generaliza a la práctica en el mundo real, y reconocemos que los intentos de suicidio constituyen solo un aspecto de una evaluación exhaustiva de riesgo-beneficio.


Un artículo publicado enEpidemiology and Psychiatric Sciencesen 2019 trata sobre la retirada de antidepresivos y sus efectos. Dice su abstract:

"Las reacciones de abstinencia al dejar los antidepresivos se han descuidado o minimizado durante mucho tiempo. Pasaron casi dos décadas después de que los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) ingresaron al mercado para que se publicara la primera revisión sistemática. Más revisiones han seguido demostrando que la opinión dominante y de larga data de que la abstinencia es principalmente leve, afecta solo a una pequeña minoría y se resuelve espontáneamente en 1 a 2 semanas, era extraña con la escasa pero creciente base de evidencia. Lo que revela la literatura científica está de acuerdo con los miles de testimonios de usuarios de servicios disponibles en línea en grandes foros. Sugiere que las reacciones de abstinencia son bastante comunes, que pueden durar desde unas pocas semanas hasta varios meses o incluso más, y que a menudo son graves. Estos hallazgos ahora son cada vez más reconocidos por los organismos y sociedades profesionales oficiales."


En la revista Journal of clinical psychopharmacologyse publicó en 2019 un ensayo clínico que estudió si el tratamiento antidepresivo previo puede predecir un mayor riesgo de recaída durante el tratamiento de mantenimiento. Se concluye que los hallazgos obtenidos respaldan la evidencia previa de una influencia negativa del número de ensayos previos de tratamiento antidepresivo sobre la probabilidad de respuesta y sugieren que el número de ensayos antidepresivos anteriores también puede estar asociado con una mayor probabilidad de recaída depresiva y un tiempo más corto para la recaída durante la terapia de mantenimiento antidepresivo en sujetos deprimidos recuperados con trastorno bipolar II.


En la revista Addictive Behaviors se recogió en 2019 una revisión sistemática de la incidencia, gravedad y duración de los efectos de la abstinencia de antidepresivos. Las conclusiones afirman: La investigación disponible indica que las reacciones de abstinencia de antidepresivos están muy extendidas, con tasas de incidencia que oscilan entre el 27% y el 86% (promedio ponderado del 56%), y casi la mitad (46%) de los que experimentan abstinencia describen estas reacciones como graves. La investigación disponible también indica que las guías clínicas actuales en el Reino Unido y los EEUU necesitan urgentemente una corrección, con el fin de estar basadas en la evidencia, ya que los efectos de la abstinencia no son en su mayoría 'leves' ni 'autolimitados' (es decir, generalmente se resuelven sobre 1-2 semanas), sino que se experimentan regularmente mucho más allá de lo que reconocen las directrices actuales.

Por lo tanto, recomiendan que ambos conjuntos de pautas se actualicen urgentemente para reflejar la base de evidencia sobre la abstinencia de antidepresivos.

Como la duración prolongada del uso de antidepresivos ha impulsado el aumento de las recetas de antidepresivos durante el mismo período de tiempo, deben comprenderse los factores que impulsan ese uso prolongado. La evidencia presentada sugiere que el uso prolongado puede estar en parte arraigado en la subestimación de la incidencia, la gravedad y la duración de las reacciones de abstinencia de antidepresivos, lo que lleva a diagnosticar erróneamente muchas reacciones de abstinencia, por ejemplo, como recaída (con el restablecimiento de los medicamentos como consecuencia) o como falta de respuesta al tratamiento (ya sea con nuevos medicamentos que se prueban y / o aumento de las dosis). Este problema es apremiante ya que el uso de antidepresivos a largo plazo se asocia con un aumento de los efectos secundarios graves, un mayor riesgo de aumento de peso, el deterioro de la autonomía y la resistencia de los pacientes (aumento de su dependencia de la ayuda médica), empeoramiento de los resultados para algunos pacientes, tasas de mayor recaída, aumento de la mortalidad y el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas, como la demencia.


Otro artículo se publicó en Plos Oneen noviembre de 2020 y se titula "Sobre la heterogeneidad del efecto del tratamiento de los antidepresivos en la depresión mayor: un metaanálisis bayesiano y estudio de simulación". Se encontró que el efecto promedio del tratamiento con antidepresivos en la depresión mayor es de aproximadamente 2 puntos en la Escala de Calificación de Depresión de Hamilton de 17 ítems, lo cual se encuentra por debajo de la relevancia clínica. Aquí, se buscaron pruebas de una heterogeneidad relevante del efecto del tratamiento que pudiera justificar el uso de antidepresivos a pesar de su efecto de tratamiento promedio bajo. Las conclusiones afirman que los datos publicados de ECA sobre antidepresivos para el tratamiento de la depresión mayor son compatibles con un efecto de tratamiento casi constante. Aunque es imposible descartar una heterogeneidad sustancial del efecto del tratamiento, su existencia parece bastante improbable. Dado que el efecto medio del tratamiento de los antidepresivos no alcanza la relevancia clínica, la práctica de prescripción actual debe reevaluarse.


En noviembre de 2020 se publica en la revista Therapeutic Advances in Psychopharmacologyun artículo con el título "¿Pueden los medicamentos antidepresivos empeorar las condiciones que se supone deben tratar? Los fundamentos clínicos del modelo de tolerancia oposicional". Este trabajo plantea que en los últimos años ha habido un debate considerable sobre los fármacos antidepresivos. El tratamiento farmacológico continuo con medicamentos antidepresivos puede estimular procesos que van en contra de los efectos agudos iniciales de un fármaco. El modelo de tolerancia oposicional puede explicar la pérdida de eficacia del tratamiento durante el tratamiento de mantenimiento y el hecho de que algunos efectos secundarios tienden a ocurrir solo después de un cierto tiempo. Estos procesos también pueden dirigir la enfermedad hacia un curso que no responde al tratamiento, incluidas manifestaciones de trastorno bipolar o reacciones paradójicas. Cuando finaliza el tratamiento farmacológico, los procesos de oposición ya no encuentran resistencia, lo que resulta en la posible aparición de nuevos síntomas de abstinencia, trastornos persistentes posteriores a la abstinencia, hipomanía y resistencia al tratamiento si se reinicia. En todos estos casos, los fármacos antidepresivos pueden constituir una forma de comorbilidad iatrogénica, que aumenta la cronicidad y la vulnerabilidad a episodios depresivos. Los medicamentos antidepresivos son medicamentos esenciales para el tratamiento de episodios depresivos mayores. Sin embargo, es menos probable que brinden protección para la prevención de recaídas. Las prácticas de prescripción actuales deben reformularse a la luz de la consideración de las vulnerabilidades y los efectos adversos del tratamiento. El modelo de tolerancia oposicional proporciona un marco conceptual para sopesar todos estos elementos en el caso individual. El modelo no parece aplicarse a todos los pacientes que se someten a tratamiento con antidepresivos, sino solo a una parte de ellos. Estudiar las variables que se asocian a dicha ocurrencia en determinados pacientes y no en otros sería una de las tareas más importantes de la investigación terapéutica actual. Los sistemas de diagnóstico actuales en psiquiatría no consideran los componentes iatrogénicos de la psicopatología y solo pueden aplicarse a pacientes que no toman fármacos. Son adecuados para un paciente que ya no existe: la mayoría de los casos que se ven en la práctica clínica psiquiátrica reciben fármacos psicotrópicos y es probable que dicho tratamiento afecte el pronóstico y las opciones de tratamiento.


En la revista Therapeutic Advances in Psychopharmacologyse publica un artículo en mayo de 2020 con el título "¿Cómo de efectivos son los antidepresivos para la depresión a largo plazo? Una revisión crítica de los ensayos de prevención de recaídas y el problema de confundirse respecto a la abstinencia". El objetivo de este artículo es discutir la validez de los ensayos de prevención de recaídas y el problema de los factores de confusión de abstinencia en estos ensayos. Las recomendaciones para el tratamiento con antidepresivos a largo plazo se basan casi exclusivamente en ensayos de suspensión. En estos ensayos de prevención de recaídas, los participantes con depresión remitida se asignan al azar para que se interrumpa abruptamente el antidepresivo y lo reemplace por un placebo inerte o para continuar con el tratamiento activo. La diferencia entre el fármaco y el placebo en las tasas de recaída al final de la fase de mantenimiento se interpreta entonces como un efecto farmacológico profiláctico. Estos ensayos producen consistentemente beneficios notables para el tratamiento de mantenimiento. Sin embargo, la validez interna de este protocolo de prueba se ve comprometida, ya que la investigación ha demostrado que suspender abruptamente los antidepresivos puede causar reacciones de abstinencia graves que conducen a (o se manifiestan como) recaídas de depresión. Es decir, existe un factor de confusión sustancial en la abstinencia en los ensayos de interrupción, lo que hace que sus hallazgos no sean interpretables. No está claro hasta qué punto la separación fármaco-placebo en los ensayos de prevención de recaídas (interrupción) se debe a reacciones de abstinencia, pero varias estimaciones sugieren que presumiblemente es la mayoría. Una revisión de los hallazgos basada en otras metodologías, incluidos los ensayos de eficacia a largo plazo en el mundo real como STAR*D y varios estudios de cohortes naturalistas, no indican que los antidepresivos tengan efectos profilácticos considerables. Como la ausencia de evidencia no implica evidencia de ausencia, no se pueden extraer conclusiones definitivas de la literatura. Para permitir una evaluación completa de los riesgos y beneficios, los ensayos de eficacia en el mundo real no solo deben centrarse en la prevención de recaídas, sino también evaluar los efectos a largo plazo de los antidepresivos sobre el funcionamiento social y la calidad de vida. Hasta ahora, se carece de datos fiables a largo plazo sobre estos dominios de resultados.


El siguiente trabajo fue publicado en la revista Diabetes Care en abril de 2020, con el título "Asociación entre el uso de antidepresivos y el riesgo de diabetes tipo 2: un estudio grande de cohortes basado en la población en Japón". Las conclusiones afirman que el uso prolongado de antidepresivos aumentó el riesgo de aparición de diabetes tipo 2 de manera dependiente del tiempo y la dosis. La tolerancia a la glucosa mejoró cuando se suspendieron los antidepresivos o se redujo la dosis después de la aparición de la diabetes.


Otro artículo que hemos recopilado tiene por título "¿Cómo de comunes y severos son seis efectos de abstinencia y adicción a los antidepresivos? Las experiencias de una gran muestra internacional de pacientes". Ha sido publicado en la revista Addictive Behaviors en marzo del 2020. Se analizaron los datos generados por una encuesta en línea de 867 personas de 31 países, que habían tomado AD de forma continua durante al menos un mes, y habían tratado de salir (con éxito o no). Los puntos destacados son: el 55% de las personas que intentaron desprenderse o reducir informan algún grado de dificultad para hacerlo; el 61% informa "efectos de abstinencia", y el 44% de ellos describe los efectos como "graves"; el 40% informa "adicción", y el 39% de ellos describe su adicción como "grave"; "ansiedad / pánico" (66%) e "Irritabilidad "(62%) son particularmente comunes; a <1% se le había dicho algo sobre los efectos de la abstinencia o la dependencia.


Para terminar, queremos comentar dos artículos más que creemos que serán útiles como conclusión de todo lo expuesto:


En 2018 Hengartner publicó un artículo en Frontiers in Psychiatryque afirma ya desde el título que las diferencias estadísticamente significativas entre antidepresivos y placebo en escalas subjetivas de síntomas no prueban que los antidepresivos funcionen. Se trata en este caso de un artículo de opinión, pero lo incluimos por su interés. El párrafo inicial y el final lo resumen bien:

Introducción:

Tras la publicación de un metaanálisis reciente por Cipriani et al, varios líderes de opinión e informes de noticias afirmaron que la efectividad de los antidepresivos ha sido definitivamente probada. Por ejemplo, el Dr. Pariante, portavoz del Royal College of Psychiatrists, declaró que este estudio "finalmente pone fin a la controversia sobre los antidepresivos, mostrando claramente que estos medicamentos funcionan para levantar el ánimo y ayudar a la mayoría de las personas con depresión". Seguramente adoptaríamos tratamientos farmacológicos que ayuden efectivamente a la mayoría de las personas con depresión, pero según el trabajo que ha impugnado la validez de los ensayos antidepresivos en su mayoría patrocinados por la industria, nos mantenemos escépticos sobre los beneficios clínicos de los antidepresivos. El metaanálisis más reciente concluye que los antidepresivos son más efectivos que el placebo, pero también reconoce que el riesgo de sesgo fue sustancial y que el tamaño del efecto medio de d = 0,3 fue modesto. Desafortunadamente, no se aclara qué significa este tamaño del efecto y si se puede esperar que sea clínicamente significativo en la práctica habitual del mundo real. Por lo tanto, en este artículo de opinión reflexionamos sobre cómo el tamaño del efecto informado de d = 0,3 se relaciona con la importancia clínica y cómo el sesgo del método socava su validez, para que el público, los médicos y los pacientes puedan juzgar por sí mismos si los antidepresivos funcionan claramente en la mayoría de las personas con depresión.

Conclusión:

Al contrario de la interpretación predominante, sostenemos que los antidepresivos no funcionan en la mayoría de los pacientes, dado que solo 1 de cada 9 personas se benefician, mientras que las 8 restantes corren un riesgo innecesario de efectos adversos de los medicamentos. Para ser claros, los antidepresivos pueden tener fuertes efectos mentales y físicos en algunos pacientes que pueden considerarse útiles durante algún tiempo, pero no hay evidencia de que los medicamentos puedan curar la depresión. El insomnio, la fatiga, la pérdida de apetito, la agitación psicomotora y los actos suicidas son síntomas de depresión reconocidos, pero los antidepresivos de nueva generación pueden causar precisamente estos síntomas. Esto no es lo que esperaríamos de los medicamentos que tratan eficazmente la depresión. Además, la evidencia emergente de estudios farmacoepidemiológicos a largo plazo bien controlados sugiere que los antidepresivos pueden aumentar este riesgo de afecciones médicas graves, que incluyen demencia, accidente cerebrovascular, obesidad y mortalidad por todas las causas. Los antidepresivos pueden tener beneficios clínicamente significativos a corto plazo en una pequeña minoría de pacientes, pero la evidencia metaanalítica más reciente no indica que funcionen en la mayoría de los pacientes. Por lo tanto, se necesita una reevaluación cuidadosa de los riesgos y los beneficios antes de que la controversia sobre la utilidad de los antidepresivos pueda desaparecer.


En la revista BJPsych Bulletinpublica Moncrieff un artículo en 2018 titulado "Contra la corriente: los antidepresivos no son antidepresivos: un enfoque alternativo a la acción farmacológica y las implicaciones para el uso de antidepresivos". Señala la autora que, aunque los antidepresivos se consideran tratamientos efectivos y específicos, apenas son superiores al placebo en ensayos aleatorizados, y es poco probable que las diferencias sean clínicamente relevantes. La comprensión convencional de la acción farmacológica centrada en la enfermedad considera que los antidepresivos tienen como objetivo un proceso cerebral subyacente, pero una visión alternativa "centrada en los fármacos" sugiere que son sustancias psicoactivas que modifican los estados mentales y el comportamiento normales. Estas alteraciones, como el adormecimiento de las emociones, pueden reducir los sentimientos de depresión y también crear efectos placebo amplificados en ensayos aleatorios. Se debe informar a los pacientes que no hay evidencia de que los antidepresivos funcionen al corregir un desequilibrio químico, que los antidepresivos tienen efectos que alteran la mente, y que la evidencia sugiere que no producen un beneficio notable en comparación con el placebo.







Trauma (seminario online de la ACPSM-AEN Catalunya)

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Hoy traemos aquí un vídeo con el seminario online sobre trauma que organizó la ACPSM - AEN Catalunya, con Alberto Ortiz y Federico Menéndez. Del máximo interés.


https://youtu.be/sKI2sCbTw2c



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