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Naciones Unidas: Informe del Relator Especial sobre el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental (vía AMSM)

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Hace pocos meses, la página de la Asociación Madrileña de Salud Mental publicó el informe del Relator Especial de Naciones Unidas, el profesor de Psiquiatría Dainius Pûras. Reproducimos a continuación la entrada íntegra de la AMSM con su introducción, que incluye el enlace al pdf del texto original donde pueden consultar las notas a pie de página que incluye el informe. Creemos que es una lectura larga pero imprescindible y nos hacemos eco de ella porque coincide en gran parte con muchos de nuestros planteamientos. Tal vez sí sea posible creer que las cosas pueden cambiar. O, al menos, cada vez más gente se da cuenta de que no deben seguir como hasta ahora.

Y, a partir de aquí, la entrada de la AMSM con el informe completo del Relator Especial (disponible en castellano aquí).


Reproducimos en esta entrada el informe del Relator Especial de las Naciones Unidas dirigido al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas sobre el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental. El informe tiene el objetivo de contribuir al debate sobre la prioridad de la salud mental a nivel mundial y contribuir al debate sobre la necesidad de abogar por un cambio de paradigma en la atención en la salud mental, con especial hincapié en el respeto de los derechos humanos de las personas con problemas de salud mental.
El informe ha recibido el apoyo de diversas organizaciones de salud mental en una carta abierta que ha sido firmada por la AEN. 
El informe original se puede consultar aquí en pdf o en el enlace original en varios idiomas.

Informe del Relator Especial sobre el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental
Consejo de Derechos Humanos 35o período de sesiones. 6 a 23 de junio de 2017. Tema 3 de la agenda. Promoción y protección de todos los derechos humanos, civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, incluido el derecho al desarrollo.
Nota de la secretaría
De conformidad con la resolución 24/6 del Consejo de Derechos Humanos, la secretaría tiene el honor de transmitir al Consejo el informe del Relator Especial sobre el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental. Con el deseo de contribuir al debate sobre la salud mental como prioridad mundial en el ámbito de la salud, el Relator Especial se centra en el derecho de toda persona a la salud mental y trata algunas de las principales dificultades y oportunidades en este ámbito, e insta a impulsar la promoción de la salud mental para todas las edades y en todos los entornos. Tras constatar la reiteración de las violaciones de los derechos humanos en los centros de salud mental, que con demasiada frecuencia afectan a personas con discapacidad intelectual, cognitiva o psicosocial, aboga por un cambio de paradigma.
El Relator Especial formula una serie de recomendaciones a los Estados y a todas las partes interesadas con el fin de avanzar hacia sistemas de salud mental que se basen en los derechos humanos y los respeten.

I. INTRODUCCIÓN
1. La salud mental y el bienestar emocional son ámbitos de interés prioritario para el Relator Especial (véase A/HRC/29/33). En todos sus informes temáticos, ha tratado de llamar la atención sobre la salud mental como prioridad en materia de desarrollo y derechos humanos en el contexto del desarrollo del niño en la primera infancia (véase A/70/213), la adolescencia (véase A/HRC/32/32) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (véase A/71/304).
2. En el presente informe, el Relator Especial amplía sus consideraciones y ofrece una introducción básica a algunas de las principales dificultades y oportunidades que se presentan en la promoción de la plena efectividad del derecho de toda persona a la salud mental. Teniendo en cuenta el alcance y la complejidad de la cuestión, así como la evolución del marco de derechos humanos y de la base empírica, el Relator Especial desea contribuir con su informe a los importantes debates que van surgiendo a medida que la salud mental cobra visibilidad como prioridad mundial en materia de salud.
3. El presente informe es el resultado de amplias consultas con una gran variedad de partes interesadas, incluidos representantes de la comunidad de personas con discapacidad, usuarios y antiguos usuarios de servicios de salud mental, representantes de la sociedad civil, profesionales de salud mental, entre ellos representantes de la comunidad psiquiátrica y la Organización Mundial de la Salud (OMS), expertos académicos, miembros de los mecanismos de derechos humanos de las Naciones Unidas y representantes de los Estados Miembros.
4. A lo largo de nuestra vida, todos necesitamos un entorno que favorezca nuestra salud mental y nuestro bienestar. En este sentido, todos somos usuarios potenciales de los servicios de salud mental. Muchas personas experimentan episodios esporádicos y breves de dificultades o sufrimiento de tipo psicosocial que requieren un apoyo adicional. Algunas presentan una discapacidad cognitiva, intelectual o psicosocial, o padecen autismo, y, con independencia de cómo se autodefinan o de qué diagnóstico presenten, en el ejercicio de sus derechos encuentran barreras derivadas de una deficiencia real o supuesta y, por consiguiente, están extremadamente expuestas a las violaciones de los derechos humanos en los centros de salud mental. Muchas de ellas presentan un diagnóstico dentro del ámbito de la salud mental o se identifican con el término, mientras que otras prefieren definirse de otro modo, por ejemplo como supervivientes.
5. En el presente informe se hace una distinción entre los usuarios de los servicios y las personas con discapacidad teniendo en cuenta las barreras a que se enfrentan estas últimas, y se asume, con espíritu inclusivo, que todas las personas son titulares de derechos.

II. CONTEXTO
6. A pesar de las pruebas evidentes de que no puede haber salud sin salud mental, esta última no goza en ningún lugar del mundo de condiciones de igualdad con la salud física en las políticas y presupuestos nacionales ni en la educación y la práctica médicas. Se estima que, a escala mundial, se destina a la salud mental menos del 7% de los presupuestos de salud. En los países de bajos ingresos, se emplean en este ámbito menos de 2 dólares anuales por persona. La mayor parte de la inversión se dedica a la atención de larga duración en instituciones y a los hospitales psiquiátricos, lo que se traduce en una ausencia casi total de políticas para la promoción integral de la salud mental para todos3. La división arbitraria entre salud física y salud mental y el consiguiente aislamiento y abandono de esta última han contribuido a una situación insostenible de necesidades insatisfechas y violaciones de los derechos humanos (véase A/HRC/34/32, párrs. 11 a 21), incluido el derecho al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental4.
7. Las cuestiones olvidadas generan personas olvidadas. La historia de la psiquiatría y de la atención de la salud mental está marcada por las violaciones flagrantes de derechos, como las lobotomías, perpetradas en nombre de la medicina. Desde la Segunda Guerra Mundial y la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, junto con otros tratados internacionales, se ha prestado cada vez más atención a los derechos humanos en los ámbitos de la salud mental y la psiquiatría en todo el mundo. Con todo, queda por ver si la comunidad internacional ha aprendido realmente de este doloroso pasado.
8. Durante decenios, los servicios de salud mental se han regido por un paradigma biomédico reduccionista que ha contribuido a la exclusión, el descuido, la coacción y el maltrato de las personas con discapacidad intelectual, cognitiva o psicosocial, de las personas con autismo y de las personas que se apartan de las convenciones culturales, sociales y políticas predominantes. En especial, sigue siendo enormemente preocupante el desprecio que las instancias políticas muestran hacia la psiquiatría. Si bien es cierto que los servicios de salud mental tienen unos recursos insuficientes, todo aumento de las inversiones debe tener en cuenta las experiencias del pasado para impedir que la historia se repita.
9. La concepción moderna de la salud mental se basa en unos cambios de paradigma que a menudo han ido acompañados de una combinación de mejoras y deficiencias en lo que se refiere a una práctica ética y con base empírica. Este proceso se inició 200 años atrás con el deseo de liberar a los “locos” de los calabozos y en el siglo XX evolucionó hacia la introducción de tratamientos psicoterapéuticos, electrochoques y medicamentos psicotrópicos. La descripción de las patologías individuales ha oscilado entre los extremos del “cerebro sin mente” y la “mente sin cerebro”. Más recientemente, a través del marco de discapacidad, se han reconocido las limitaciones de centrarse exclusivamente en las patologías individuales y se han incluido la discapacidad y el bienestar en el terreno más amplio de la vida personal, social, política y económica.
10. La búsqueda de un equilibrio entre estos extremos del siglo XX ha generado un impulso para la desinstitucionalización y la identificación de un modelo de atención biopsicosocial equilibrado. Estos esfuerzos se vieron reforzados por la OMS en un informe de 2001, en el que pedía un marco moderno de salud pública y la liberación de la salud mental y de las personas que acuden a los servicios de salud mental de su aislamiento, estigmatización y discriminación5. Una creciente base de investigación ha aportado indicios que señalan que el statu quo, centrado en las intervenciones biomédicas, por ejemplo los medicamentos psicotrópicos y las medidas no consentidas, ya no es defendible en el contexto de la mejora de la salud mental. Las acciones organizadas de la sociedad civil, en especial de los movimientos liderados por usuarios y antiguos usuarios de los servicios de salud mental y las organizaciones de personas con discapacidad, han tenido una importancia crucial para señalar las deficiencias de los servicios tradicionales de salud mental a la hora de responder a sus necesidades y garantizar sus derechos. Se han enfrentado a los artífices de las violaciones de los derechos humanos, han desarrollado tratamientos alternativos y han elaborado un discurso nuevo sobre la salud mental.
11. El impulso generado por la sociedad civil a favor de un cambio de paradigma ha contribuido a la evolución del marco de derechos humanos en el ámbito de la salud mental. La aprobación en 2006 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad sentó las bases para ese cambio de paradigma con el objetivo de dejar atrás el legado de violaciones de los derechos humanos en los servicios de salud mental. El derecho al disfrute del más alto nivel posible de salud puede contribuir enormemente a promover ese cambio y ofrece un marco para la plena efectividad del derecho de toda persona a la salud mental.
12. Diez años después, el progreso es lento. Algunos tratamientos alternativos eficaces, aceptables y ampliables permanecen al margen de los sistemas de atención de la salud, la desinstitucionalización se ha estancado, las inversiones en salud mental continúan destinándose mayoritariamente a un modelo biomédico y han proliferado reformas legislativas en materia de salud mental que han mermado la capacidad jurídica y la igual protección de la ley de las personas con discapacidad cognitiva, intelectual o psicosocial. En algunos países, el abandono de los centros psiquiátricos ha arrojado a muchas personas a la falta de hogar, los hospitales y la cárcel. Cuando existe asistencia internacional, con frecuencia se dedica a la renovación de grandes instituciones residenciales y hospitales psiquiátricos, lo que dificulta el progreso.
13. Las políticas públicas siguen descuidando la importancia de las condiciones previas de una mala salud mental, como la violencia, el desempoderamiento, la exclusión y el aislamiento social y la desintegración de las comunidades, las desigualdades socioeconómicas sistémicas y las condiciones nocivas en el trabajo y las escuelas. Las políticas de salud mental que ignoran el entorno social, económico y cultural no solo desatienden a las personas con discapacidad, sino también la promoción de la salud mental de muchas otras personas en diferentes etapas de su vida.
14. Con la aprobación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los recientes esfuerzos por parte de influyentes actores internacionales, como la OMS, el Movement for Global Mental Health y el Banco Mundial, la salud mental se está erigiendo a escala internacional como un imperativo de desarrollo humano. La Agenda 2030 y la mayoría de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible están relacionados con la salud mental: el Objetivo 3 pretende garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades y la meta 3.4 incluye la promoción de la salud mental y el bienestar para reducir la mortalidad por enfermedades no transmisibles. La medida en que las iniciativas nacionales aprovechen el impulso de la Agenda 2030 para abordar la salud mental tiene importantes repercusiones en la realización efectiva del derecho a la salud.
15. El impulso y la oportunidad para avanzar que se dan en este momento son únicos. Por consiguiente, dentro de esta coyuntura histórica y en el marco de la confluencia de varios procesos internacionales, el Relator Especial desea contribuir al debate con el presente informe.

III. CARGA MUNDIAL DE OBSTACULOS
16. Un instrumento eficaz para atraer la atención sobre la salud mental a escala mundial es la utilización de estadísticas alarmantes para señalar la magnitud y la carga económica que suponen los “trastornos mentales”. Que millones de personas en todo el mundo están clamorosamente desatendidas es un hecho que no admite discusión, pero el enfoque actual de tipo “carga de morbilidad” inscribe profundamente la crisis mundial en materia de salud mental dentro de un modelo biomédico, demasiado limitado para ejercer una acción dinámica y receptiva en la respuesta a las cuestiones de salud mental a escala nacional y mundial. Centrar la atención en el tratamiento de los casos individuales lleva inevitablemente a políticas, sistemas y servicios con resultados limitados, ineficaces y potencialmente nocivos. Esta situación favorece una medicalización aún mayor de la salud mental a escala mundial y dificulta que los encargados de la formulación de políticas tengan en cuenta los principales factores de riesgo y de protección que afectan a la salud mental de todos. Para responder a la necesidad, manifiestamente insatisfecha, de disponer de unos servicios de salud mental para todos basados en los derechos, es preciso evaluar la “carga mundial de obstáculos” que ha mantenido el statu quo en el ámbito de la salud mental.
17. En las secciones que siguen se identifican tres grandes obstáculos que se refuerzan mutuamente.
A. Predominio del modelo biomédico
18. El modelo biomédico explica los trastornos mentales a través de aspectos y procesos neurobiológicos, en los que se basa para realizar las intervenciones. Se creía que los argumentos biomédicos, como la expresión “desequilibrio químico”, aproximarían la salud mental a la salud física y a la medicina general y eliminarían progresivamente la estigmatización6. Pero no ha sido así y muchos de los conceptos en que se basa el modelo biomédico en el ámbito de la salud mental no han podido ser confirmados por las nuevas investigaciones. Algunos instrumentos de diagnóstico, como la Clasificación Internacional de Enfermedades y el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, siguen ampliando los parámetros del diagnóstico individual, a menudo sin ninguna base científica sólida7. Algunos críticos advierten de que la proliferación excesiva de categorías diagnósticas invade la experiencia humana hasta tal punto que podría terminar reduciéndose la aceptación de la diversidad humana8.
19. Sin embargo, el ámbito de la salud mental sigue estando excesivamente medicalizado y el modelo biomédico reduccionista, con el apoyo de la psiquiatría y la industria farmacéutica, domina la práctica clínica, las políticas, los programas de investigación, la educación médica y las inversiones en salud mental en todo el mundo. En los países de ingresos bajos, medios y altos, la mayor parte de las inversiones en salud mental financian de manera desproporcionada los servicios basados en el modelo biomédico de la psiquiatría9. Existe además una predilección por los tratamientos de primera línea con medicamentos psicotrópicos a pesar de los indicios cada vez más numerosos de que no son tan eficaces como se creía, tienen efectos secundarios nocivos y, en lo que se refiere a los antidepresivos, sus beneficios en casos de depresión leve y moderada pueden atribuirse a un efecto placebo10. Pese a estos riesgos, los medicamentos psicotrópicos se utilizan cada vez más en los países de ingresos altos, medianos y bajos de todo el mundo11. Nos han vendido el mito de que la mejor solución a los problemas de salud mental son los fármacos y otras intervenciones biomédicas.
20. El modelo psicosocial ha surgido como una respuesta con base empírica al paradigma biomédico12. Es un modelo que va más allá de los factores biológicos (sin excluirlos) y entiende las experiencias psicológicas y sociales como factores de riesgo que contribuyen a una mala salud mental y como factores positivos que contribuyen al bienestar. Este modelo puede incluir intervenciones cortas y de bajo costo que pueden integrarse en la atención habitual. Si se aplican debidamente, estas intervenciones pueden empoderar a los desfavorecidos, mejorar la crianza de los hijos y otras competencias, dirigirse a los individuos en su contexto, mejorar la calidad de las relaciones y fomentar la autoestima y la dignidad. Para que un sistema de salud mental sea respetuoso con el derecho a la salud, debe mantener un buen equilibrio entre el modelo y las intervenciones biomédicos, por un lado, y los psicosociales, por otro, y huir de la suposición arbitraria de que las intervenciones biomédicas son más eficaces13.
B. Asimetrias de poder. 
21. La promoción y la protección de los derechos humanos en el ámbito de la salud mental exigen una redistribución del poder en los aspectos clínico, de investigación y de políticas públicas. El poder de decisión en cuestiones de salud mental se concentra en manos de los adalides del modelo biomédico, en particular la psiquiatría biológica con el apoyo de la industria farmacéutica. Esto atenta contra los principios modernos de atención integral, gobernanza de la salud mental, investigación interdisciplinaria innovadora e independiente y formulación de prioridades basada en los derechos en las políticas de salud mental. Las organizaciones internacionales, en especial la OMS y el Banco Mundial, son también partes interesadas influyentes cuya función y relaciones interaccionan y se superponen con la función de los profesionales psiquiátricos y la industria farmacéutica.
22. En el ámbito clínico, los desequilibrios de poder favorecen el paternalismo e incluso las visiones patriarcales, que dominan la relación entre los profesionales de la psiquiatría y los usuarios de los servicios de salud mental. Esta asimetría desempodera a los usuarios y menoscaba su derecho a tomar decisiones sobre su salud, con lo que se crea un entorno en el que pueden producirse y se producen violaciones de los derechos humanos. Las leyes que permiten a los profesionales psiquiátricos llevar a cabo tratamientos e internamientos forzosos legitiman ese poder y su uso indebido. Este uso indebido de las asimetrías de poder impera, en parte, porque con frecuencia las disposiciones jurídicas obligan a los profesionales y al Estado a adoptar medidas coercitivas.
23. El sector de los profesionales de la psiquiatría es un actor poderoso en la gobernanza y la promoción de la salud mental. Las estrategias nacionales de salud mental tienden a reflejar los programas biomédicos y a ocultar las opiniones y la participación significativa de la sociedad civil, los usuarios y antiguos usuarios de los servicios de salud mental y los expertos de diversas disciplinas no médicas14. En este contexto, el Manual de Recursos de la OMS sobre Salud Mental, Derechos Humanos y Legislación, de 2006, elaborado aplicando las directrices sobre derechos humanos de ese momento, tuvo una enorme influencia en la promulgación de leyes sobre salud mental que permitían “excepciones”. Esas “excepciones” jurídicas normalizaban la coacción en la práctica diaria y facilitaban que se produjeran violaciones de los derechos humanos, por lo que constituye un avance positivo que se estén revisando las leyes y que el Manual se haya retirado oficialmente como consecuencia del marco propiciado por la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad15.
24. El statu quo de la psiquiatría actual, basado en las asimetrías de poder, provoca la desconfianza de muchos usuarios a la vez que daña y pone en riesgo la reputación de la profesión psiquiátrica. Los debates abiertos que se están planteando dentro de la profesión sobre su propio futuro, por ejemplo sobre su papel con respecto a otras partes interesadas, son fundamentales16. El Relator Especial acoge con satisfacción y alienta estos debates dentro de la profesión psiquiátrica y con otras partes interesadas, y está convencido de que la búsqueda del consenso y el progreso redundará en beneficio de todos, incluida la psiquiatría. La participación activa de la profesión psiquiátrica y de sus líderes en la transición hacia políticas y servicios de salud mental respetuosos con los derechos es un elemento crucial para el éxito de los cambios positivos en materia de salud mental a escala mundial.
25. La doctrina convencional, basada en una interpretación biomédica reduccionista de cuestiones complejas relativas a la salud mental, domina las políticas y servicios de salud mental, incluso cuando no están respaldadas por la investigación. Las personas con discapacidad psicosocial siguen considerándose erróneamente peligrosas, a pesar de las pruebas evidentes de que suelen ser víctimas, y no autoras, de actos de violencia17. Del mismo modo, se pone en duda su capacidad para tomar decisiones, por lo que muchas son tildadas de incompetentes y se les niega el derecho a adoptar decisiones por sí mismas. Hoy en día ese estereotipo se sustenta cada vez menos, pues estas personas demuestran que pueden vivir de manera autónoma cuando se las empodera mediante la debida protección jurídica y un apoyo suficiente.
26. Las asimetrías se han visto agravadas por el poder financiero de la industria farmacéutica y las alianzas establecidas con ella. Cuando faltan los recursos financieros para la investigación y la innovación, la industria llena el vacío con escasa transparencia en los procesos de aprobación de fármacos o estableciendo relaciones dudosas con los profesionales y los proveedores de la atención médica. Este contexto ilustra cómo la dependencia excesiva de las políticas con respecto al modelo biomédico ha ido demasiado lejos y por qué se resiste tanto al cambio18.
C. Uso sesgado de los datos empíricos en salud mental
27. La base empírica que sustenta las intervenciones de salud mental ha generado controversia a lo largo de toda la historia. Esta situación persiste, pues la base empírica en la que se justifica la eficacia de determinados medicamentos psicotrópicos y otras intervenciones psiquiátricas biomédicas se pone cada vez más en entredicho desde el punto de vista científico y experimental19. No se discute que estas intervenciones puedan ser eficaces para tratar determinados trastornos, pero su prescripción y utilización excesivas en casos en los que no son necesarias suscitan una preocupación cada vez mayor20. Existen muchos antecedentes de empresas farmacéuticas que no han divulgado los resultados negativos de sus ensayos clínicos sobre fármacos, lo que ha tergiversado la base empírica que sustenta su utilización. Esta práctica impide a los profesionales de la salud y a los usuarios acceder a la información necesaria para tomar decisiones con conocimiento de causa21.
28. Algunos actores poderosos ejercen su influencia en el ámbito de la investigación que determina las políticas y la aplicación de los datos empíricos. La investigación científica en salud mental y en políticas sigue adoleciendo de falta de diversificación de la financiación y continúa centrándose en el modelo neurobiológico. La psiquiatría académica, en particular, tiene una influencia desmesurada: informa a los encargados de la formulación de políticas sobre la asignación de recursos y sobre los principios rectores de las políticas y servicios de salud mental. Básicamente, la psiquiatría académica ha restringido su programa de investigación a los determinantes biológicos de la salud mental. Ese sesgo impregna también la enseñanza en las facultades de medicina, lo que limita la transferencia de conocimientos a la siguiente generación de profesionales y les impide comprender la variedad de factores que afectan a la salud mental y contribuyen a la recuperación.
29. Este sesgo biomédico genera un preocupante desajuste entre los datos empíricos que van surgiendo y la manera de utilizarlos para la elaboración y puesta en práctica de las políticas. Hace decenios que viene acumulándose una base empírica, alimentada por la investigación experimental y científica, a favor de unos servicios y un apoyo psicosociales y orientados a la recuperación, así como a favor de alternativas no coercitivas a los servicios existentes. Si no se promueven estos servicios y las partes interesadas que los respaldan, ni se invierte en ellos, seguirán siendo marginales y serán incapaces de generar los cambios que prometen.

IV. EVOLUCIÓN DEL MARCO NORMATIVO PARA LA SALUD MENTAL. 
30. La Constitución de la OMS define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Como todos los aspectos de la salud, también la salud mental se ve afectada por una serie de factores biológicos, sociales y psicológicos22. Desde esta concepción, los garantes de derechos pueden comprender con mayor precisión sus correspondientes obligaciones de respetar, proteger y hacer efectivo el derecho a la salud mental para todos. La mayoría de los debates actuales en torno a la salud mental y los derechos humanos se han centrado en el consentimiento informado dentro del contexto de los tratamientos psiquiátricos. Si bien es una discusión de lo más pertinente, ha surgido como consecuencia de la incapacidad del sistema para proteger el derecho a la salud mental y proporcionar tratamientos alternativos no coercitivos.
31. El contexto normativo en evolución sobre la salud mental comprende la estrecha relación entre el derecho a la salud, que se hace extensivo a los factores determinantes básicos, y la libertad de controlar la propia salud y el propio cuerpo. Está vinculado asimismo al derecho a la libertad, el derecho a no ser sometido a injerencias sin consentimiento y el respeto a la capacidad jurídica. Si el consentimiento informado es necesario para recibir un tratamiento que respete el derecho a la salud, la capacidad jurídica lo es para prestar el consentimiento y debe distinguirse de la capacidad mental. El derecho a la salud incluye asimismo el derecho a la integración y el tratamiento en la comunidad con el apoyo apropiado para vivir de forma independiente y ejercer la capacidad jurídica (véase, por ejemplo, E/CN.4/2005/51, párrs. 83 a 86, y A/64/272, párr. 10)23. A menudo la denegación de la capacidad jurídica conlleva la privación de libertad y el sometimiento a intervenciones médicas forzadas, lo que plantea interrogantes no solo con respecto a la prohibición de la detención arbitraria y los tratos crueles, inhumanos o degradantes, sino también sobre el derecho a la salud.
32. Antes de la aprobación de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, diversos instrumentos no vinculantes orientaban a los Estados en la determinación de sus obligaciones de proteger los derechos de las personas con discapacidad en el contexto del tratamiento (véanse las resoluciones de la Asamblea General 37/53, 46/119 y 48/96). Aunque algunos de estos instrumentos reconocían derechos y normas importantes, las salvaguardias que contenían con frecuencia quedaban sin efecto en la práctica diaria (véase E/CN.4/2005/51, párrs. 88 a 90, y A/58/181). Dado que el derecho a la salud garantiza el derecho a no ser sometido a discriminación ni a tratamiento o internamiento involuntario, debe también entenderse que garantiza el derecho al tratamiento y a la integración en la comunidad. La ausencia de garantía de esos derechos y otras libertades es una de las causas principales de la coacción y el internamiento.
33. El Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad hace hincapié en el pleno respeto de la capacidad jurídica, la prohibición absoluta del internamiento involuntario por razón de una deficiencia y la eliminación de los tratamientos forzosos(véase A/HRC/34/32, párrs. 22 a 33)24. Este hecho responde a la insuficiencia de las salvaguardias procesales por sí solas y a la necesidad de prestar una mayor atención a las alternativas no coercitivas y a la inclusión en la comunidad para garantizar los derechos de las personas con discapacidad. Dentro de este marco en evolución, no todos los mecanismos de derechos humanos han adoptado la prohibición absoluta del internamiento y el tratamiento involuntarios articulada por el Comité. Entre ellos figuran el Subcomité para la Prevención de la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (véase CAT/OP/27/2), el Comité contra la Tortura25 y el Comité de Derechos Humanos26. Con todo, su interpretación de las excepciones aplicadas para justificar la coacción es más restringida, lo que pone de manifiesto los debates que está suscitando esta cuestión. En particular, en los Principios y Directrices Básicos de las Naciones Unidas sobre los Recursos y Procedimientos relacionados con el Derecho de Toda Persona Privada de Libertad a Recurrir ante un Tribunal, el Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria apoyó las disposiciones de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad con respecto a las salvaguardias sobre la prohibición de la detención arbitraria (véase A/HRC/30/37, párrs. 103 a 107).
34. Actualmente, dadas las diferentes interpretaciones adoptadas por los mecanismos internacionales de derechos humanos, nos encontramos en un punto muerto en cuanto a la manera de aplicar las obligaciones relativas a los tratamientos no consentidos a la luz de las disposiciones de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. El Relator Especial ha seguido estos acontecimientos y confía en que pueda alcanzarse el consenso para que se inicie sin demora la transición hacia unas políticas y unos servicios de salud mental reforzados. Desea participar activamente en estos procesos y, llegado el caso, presentar un nuevo informe sobre los progresos logrados.

V. MARCO DEL DERECHO A LA SALUD MENTAL
A. Obligaciones
35. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales establece un marco jurídicamente vinculante para el derecho al disfrute del más alto nivel posible de salud mental. Este marco se complementa con las normas jurídicas establecidas, por ejemplo, por la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y la Convención sobre los Derechos del Niño. Los Estados partes tienen la obligación de respetar, proteger y hacer efectivo el derecho a la salud mental en las leyes, reglamentos, políticas, medidas presupuestarias, programas y otras iniciativas de ámbito nacional.
36. El derecho a la salud mental incluye obligaciones inmediatas y la exigencia de adoptar medidas deliberadas, concretas y orientadas a la realización progresiva de otras obligaciones27. Los Estados deben utilizar indicadores y puntos de referencia adecuados para evaluar los progresos alcanzados, por ejemplo en cuanto a la reducción y la eliminación de la coacción médica. Estos indicadores deberían desglosarse, entre otros factores, por sexo, edad, raza y origen étnico, discapacidad y situación socioeconómica. Los Estados deben dedicar el máximo de recursos disponibles al derecho a la salud, aunque el gasto mundial en salud mental es inferior al 10% del gasto en salud física.
37. Algunas obligaciones, incluidas ciertas libertades y obligaciones básicas, no están sujetas a la realización progresiva y deben aplicarse de inmediato. Entre las obligaciones básicas se incluyen la elaboración de una estrategia nacional de salud pública y el acceso no discriminatorio a los servicios28. En cuanto al derecho a la salud mental, esto se traduce en la elaboración de una estrategia nacional de salud mental con una hoja de ruta que conduzca a dejar atrás los tratamientos coercitivos y a adoptar la igualdad de acceso a los servicios de salud mental basados en los derechos, que incluye la distribución equitativa de los servicios en la comunidad.
B. Cooperación internacional
38. Los tratados internacionales reconocen la obligación de cooperación internacional en materia de derecho a la salud, una responsabilidad que se ve reforzada por la voluntad, expresada en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 17, de fortalecer una alianza mundial para el desarrollo sostenible. Los Estados de ingresos altos tienen el deber particular de prestar asistencia para el derecho a la salud, incluida la salud mental, a los países de ingresos bajos. Existe la obligación inmediata de abstenerse de prestar cooperación para el desarrollo en apoyo de los sistemas de atención de la salud mental que sean discriminatorios o en los que se cometan actos de violencia, tortura y otras violaciones de los derechos humanos. La cooperación para el desarrollo basada en los derechos debería apoyar una promoción equilibrada de la salud, así como las intervenciones psicosociales y otros tratamientos alternativos, suministrados en la comunidad, con el fin de salvaguardar eficazmente a las personas de una atención clínica discriminatoria, arbitraria, excesiva, inadecuada o ineficaz.
39. Teniendo en cuenta esta obligación, resulta preocupante que la salud mental siga siendo ignorada en la cooperación para el desarrollo y otras políticas internacionales sobre la financiación de la salud. Entre 2007 y 2013, únicamente el 1% de la ayuda internacional a la salud se destinó a la salud mental29. En las crisis humanitarias, tanto en la etapa de prestación de socorro como en la de recuperación, el apoyo internacional debe incluir el apoyo psicosocial para reforzar la resiliencia frente a las adversidades y sufrimientos de gran magnitud. Por lo demás, cuando se ha prestado cooperación, se ha dado prioridad a la mejora de los hospitales psiquiátricos existentes y de los servicios de atención de larga duración, que son intrínsecamente incompatibles con los derechos humanos30.
40. La asistencia y la cooperación internacionales también incluyen el apoyo técnico en materia de políticas y prácticas de salud mental basadas en los derechos. La iniciativa QualityRights de la OMS es un ejemplo encomiable de asistencia técnica de este tipo. El Relator Especial también acoge con satisfacción el apoyo prestado recientemente por el Banco Mundial y la OMS para situar la salud mental en el centro de la agenda mundial para el desarrollo. No obstante, advierte de que esas iniciativas mundiales deben incorporar el conjunto de todos los derechos humanos. En particular, los organismos multilaterales deberían dar prioridad a la plena efectividad del derecho a la salud de las personas en situación más vulnerable, como las personas con discapacidad. Una agenda mundial que ponga el acento en la ansiedad y la depresión (trastornos comunes de la salud mental) puede ser el reflejo del fracaso a la hora de incluir a las personas que más necesitan los cambios basados en los derechos en los servicios de salud mental. Una agenda selectiva de este tipo puede reforzar las prácticas basadas en la medicalización de las respuestas humanas y no abordar adecuadamente problemas estructurales como la pobreza, la desigualdad, los estereotipos de género o la violencia.
41. Los Estados tienen la obligación de proteger contra los daños causados por terceros, incluido el sector privado, y deben velar por que los actores privados contribuyan a la efectividad del derecho a la salud mental y tengan plena comprensión de su función y obligaciones en este ámbito
C. Participación
42. El ejercicio efectivo del derecho a la salud exige la participación de todos, en particular de las personas que viven en la pobreza y en situaciones de vulnerabilidad, en la adopción de decisiones en los ámbitos jurídico, político, de la comunidad y de los servicios de salud. En cuanto a la población, empoderar a todas las personas para que participen significativamente en las decisiones que afectan a su salud y su bienestar requiere la colaboración multisectorial e inclusiva con las partes interesadas, como los usuarios y antiguos usuarios de los servicios de salud mental, los encargados de la formulación de políticas, los proveedores de servicios, los trabajadores sanitarios, los trabajadores sociales, los profesionales del ámbito jurídico, la policía, los cuidadores, los familiares y la comunidad en general.
43. Los centros de salud deben empoderar a los usuarios, en cuanto titulares de derechos, para que ejerzan su autonomía y participen significativa y activamente en todos los asuntos que los afecten, tomen sus propias decisiones sobre su salud, incluida la salud sexual y reproductiva, y sobre sus tratamientos, con el debido apoyo cuando sea necesario.
44. La participación en los servicios de salud mental es un fenómeno relativamente reciente y se ve complicada por unas asimetrías de poder profundamente arraigadas en los sistemas de salud mental31. Es importante facilitar el empoderamiento de las personas, en especial las que presentan necesidades particulares de salud mental, a través del apoyo de las iniciativas de defensa de los propios intereses, las redes de apoyo entre iguales, los diálogos a tres bandas y otras iniciativas de defensa de los intereses lideradas por los usuarios, así como a través de nuevos métodos de trabajo, como la coproducción, que aseguren una participación representativa y significativa en el desarrollo y la prestación de servicios de salud. En este sentido, resulta esencial crear un espacio para la sociedad civil y apoyar las actividades de las organizaciones no gubernamentales para restablecer la confianza entre los proveedores de los servicios de salud y los titulares de derechos que hacen uso de ellos.
D. No discriminación
45. El derecho internacional de los derechos humanos garantiza el derecho a la no discriminación en el acceso a los servicios de atención de la salud mental y la prestación de los mismos, y los factores determinantes básicos de la salud32. El derecho a la salud mental también está ligado a la igualdad y la no discriminación en el disfrute de todos los demás derechos humanos que pueden ser considerados un factor determinante básico33.
46. Existen formas múltiples e intersectoriales de discriminación que siguen obstaculizando la capacidad de las personas, en particular las mujeres y personas pertenecientes a minorías raciales y étnicas con discapacidad, para hacer efectivo su derecho a la salud mental. La discriminación y la desigualdad son a la vez una causa y una consecuencia de una salud mental deficiente, que entraña consecuencias a largo plazo con respecto a la morbilidad, la mortalidad y el bienestar de la sociedad34. La discriminación, los estereotipos perjudiciales (incluidos los relativos al género) y la estigmatización en la comunidad, la familia, la escuela y el lugar de trabajo socavan las relaciones saludables, las relaciones sociales y los entornos propicios e inclusivos que son necesarios para la buena salud mental y el bienestar de todos. Asimismo, las actitudes discriminatorias que influyen en las políticas, leyes y prácticas constituyen obstáculos para las personas que requieren apoyo social y emocional y/o tratamiento. Por consiguiente, a las personas y los grupos en situaciones vulnerables que son objeto de discriminación en la legislación y/o en la práctica se les niega su derecho a la salud mental.
47. La discriminación, de iure y de facto, sigue influyendo en los servicios de salud mental, y priva a los usuarios de diversos derechos, como el derecho a rechazar el tratamiento, a la capacidad jurídica y a la vida privada, y otros derechos civiles y políticos. El papel de la psiquiatría y otros gremios de la salud mental es particularmente importante, y se necesitan medidas para garantizar que sus prácticas profesionales no perpetúen el estigma y la discriminación.
48. Es importante reconocer el complejo papel que desempeña un diagnóstico de trastorno mental en la vida de las personas. Si bien muchas personas consideran útiles las categorías de diagnóstico para poder acceder a los servicios y entender mejor su salud mental, otras las consideran poco útiles y estigmatizadoras. Los diagnósticos de salud mental se han utilizado indebidamente para considerar como patologías determinadas identidades y otros tipos de diversidad, incluidas las tendencias a medicalizar la miseria humana. La patologización de las personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales equipara la identidad de estas personas a enfermedades, lo que agrava el estigma y la discriminación.
49. El problema no es el diagnóstico de las personas, sino las prácticas discriminatorias que afectan a la persona diagnosticada, que pueden resultar más perjudiciales que el propio diagnóstico. Las personas suelen sufrir más debido a pautas de “atención” discriminatorias e inapropiadas que por los efectos naturales de los trastornos mentales.
50. La diversidad debe entenderse en sentido amplio, reconociendo la diversidad de la experiencia humana y la variedad de formas en que las personas conciben y experimentan la vida. El respeto de la diversidad es crucial para poner fin a la discriminación. Los movimientos y grupos de autoayuda dirigidos por homólogos, que ayudan a normalizar las experiencias humanas que se consideran no convencionales, contribuyen a que las sociedades sean más tolerantes, pacíficas y justas.
E. Rendición de cuentas
51. La rendición de cuentas en el ámbito del disfrute del derecho a la salud mental depende de tres elementos: a) la vigilancia; b) los exámenes independientes y no independientes, como los realizados por órganos judiciales, cuasijudiciales, políticos y administrativos, así como por los mecanismos de responsabilidad social; y c) las vías de recurso y reparación. La rendición de cuentas brinda a los titulares de derechos la oportunidad de comprender la manera en que los garantes de derechos han cumplido sus obligaciones y de exigir reparación en caso de que se hayan vulnerado sus derechos. También ofrece a los garantes de derechos la oportunidad de explicar sus acciones y efectuar modificaciones en caso necesario.
52. En el plano internacional, la aprobación de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y los procesos pertinentes de presentación de informes del Estado parte proporcionan una nueva e importante vía para la rendición de cuentas en el ámbito del derecho a la salud mental de las personas con discapacidad psicosocial, cognitiva e intelectual. En cambio, en el plano nacional, los mecanismos de rendición de cuentas en el ámbito del derecho a la salud mental no suelen ser adecuados para cumplir su cometido. Es especialmente preocupante la creciente prevalencia de los tribunales de salud mental, que, en lugar de proporcionar un mecanismo para la rendición de cuentas, legitiman la coacción y obstaculizan aún más el acceso a la justicia para los usuarios de los sistemas de salud mental. A pesar de los encomiables esfuerzos realizados por diversos mecanismos nacionales de prevención, las violaciones de los derechos humanos en los servicios de salud mental son generalizadas y se producen con impunidad35. Las personas a menudo tienen un acceso limitado a la justicia, incluidos los mecanismos de rendición de cuentas independientes. Esto puede producirse porque se considera que las personas carecen de capacidad jurídica y estas tienen escasos conocimientos de sus derechos, porque no pueden acceder a asistencia jurídica, o simplemente debido a la falta de órganos encargados del examen de las denuncias.
53. La Convención establece que todos los servicios de salud mental destinados a las personas con discapacidad deben ser supervisados efectivamente por autoridades independientes (art. 16, párr. 3). Los derechos humanos deben estar incorporados en el marco de referencia para todos los procedimientos de supervisión y examen en la esfera de la salud mental. El Relator Especial alienta a las instituciones nacionales de derechos humanos a que tomen en consideración el derecho a la salud mental en sus actividades de vigilancia y promoción. Las personas con vivencias en esta esfera, sus familias y la sociedad civil deberían participar en la elaboración y la aplicación de los mecanismos de supervisión y rendición de cuentas.
F. Más allá de los servicios de salud mental hacia la atención y el apoyo
54. El derecho a la salud mental requiere de instalaciones, bienes y servicios de atención y apoyo disponibles, accesibles, aceptables y de buena calidad. Una atención y un apoyo para la salud mental basados en los derechos es una parte integral de la atención de la salud para todos.
Disponibilidad
55. Se deben poner a disposición servicios adecuados de salud mental. En muchos países, la escasa atención de la salud mental y asistencia social disponible está basada en un limitado modelo biomédico y en la institucionalización. La ampliación de la atención no debe entrañar el aumento de una atención inadecuada. Para que sea conforme con el derecho a la salud, la atención debe abarcar un amplio conjunto de servicios integrados y coordinados para la promoción, la prevención, el tratamiento, la rehabilitación, la atención y la recuperación, y la retórica de una “ampliación vertical” debe sustituirse por medidas de salud mental a “escala horizontal”. Esto incluye los servicios de salud mental integrados en la atención primaria y general de la salud, que contribuyen a la detección e intervención tempranas, y cuentan con servicios concebidos para atender a una comunidad diversa36. Se deben mejorar las intervenciones psicosociales de base empírica y aumentar el número de profesionales sanitarios cualificados en el ámbito comunitario37. Los servicios deben velar por los derechos de las personas con discapacidad intelectual, cognitiva y psicosocial y con autismo para que puedan vivir de forma independiente y ser incluidas en la comunidad, en lugar de estar segregadas en centros de atención inadecuados.
56. Muchos países se enfrentan a una escasez de recursos humanos para la atención de la salud mental y deben esforzarse por crear una fuerza de trabajo, que incluya profesionales de la salud especialistas y no especialistas, médicos generales y profesionales sanitarios comunitarios, así como otros profesionales, como maestros, trabajadores sociales y otros trabajadores comunitarios o trabajadores que presten apoyo entre pares con las competencias adecuadas (incluida la educación en materia de derechos humanos).
Accesibilidad
57. Los servicios de salud mental deben ser geográficamente accesibles y económicamente asequibles, sobre la base de la no discriminación. En muchos países de ingresos bajos y medianos, estos servicios se concentran en las grandes ciudades y resultan inaccesibles para la mayor parte de la población. El problema es especialmente grave en los países donde existe una dependencia excesiva de las instituciones psiquiátricas residenciales segregadas y en régimen de internamiento, como en Europa Central y Oriental, y no se han establecido modelos de atención en la comunidad basados en los derechos38. La integración de la salud mental en los hospitales generales, la atención primaria de la salud y los servicios de atención social, y la utilización de tecnologías móviles conformes con los derechos pueden contribuir a la accesibilidad y mejorar el disfrute del derecho a vivir y participar en la comunidad. Se debe poner a disposición del público información precisa sobre la salud mental, así como información de base empírica sobre los tratamientos, incluidos los efectos secundarios, lo que requiere la divulgación sistemática, completa y oportuna de toda la información farmacológica resultante de los ensayos clínicos. Es fundamental comprender el contexto en que se producen las experiencias de sufrimiento y angustia para garantizar la accesibilidad en el ámbito de los sistemas de atención y asistencia en materia de salud mental.
Aceptabilidad
58. Los servicios de salud mental deberán ser respetuosos de la ética médica y los derechos humanos, y culturalmente apropiados, a la par que sensibles a los requisitos del género y el ciclo de vida, y deberán estar concebidos para respetar la confidencialidad y empoderar a las personas para que controlen su salud y bienestar39. Deberán respetar los principios de la ética médica y los derechos humanos (incluido el de que “lo primero es no hacer daño”), la elección, el control, la autonomía, la voluntad, la preferencia y la dignidad40. La dependencia excesiva de las intervenciones farmacológicas, los enfoques coercitivos y los tratamientos en régimen de internamiento es incompatible con el principio de no hacer daño, así como con los derechos humanos. Se debería prestar asistencia sistemáticamente para la creación de capacidad en materia de derechos humanos entre los profesionales de la salud mental. Los servicios deben ser culturalmente apropiados y aceptables para las personas con discapacidad intelectual, cognitiva o psicosocial y con autismo, los adolescentes, las mujeres, las personas de edad, las personas indígenas, las minorías, los refugiados y migrantes, y las personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales. Muchas personas pertenecientes a esos grupos de población reciben tratamientos médicos innecesarios y sufren prácticas coercitivas, basadas en estereotipos de género inapropiados y nocivos.
59. Debe prestarse especial atención a las mujeres, que sufren de manera desproporcionada las prácticas de salud mental que se basan en tradiciones patriarcales y paternalistas, los estereotipos de género inapropiados y nocivos, la medicalización de los sentimientos y el comportamiento de la mujer, y la coacción. Las mujeres que han sufrido violencia y desigualdades en el seno de sus familias, comunidades y sociedades, y que padecen trastornos de salud mental muy a menudo se enfrentan a situaciones en centros de salud mental que equivalen a violencia, coacción, humillación y falta de respeto de su dignidad. Es inaceptable que tras haber sufrido violaciones en la familia y en otros entornos, las mujeres sufran de nuevo violaciones en el ámbito de los servicios que supuestamente deben promover su salud mental. En ese sentido, es muy importante hacer hincapié en que las violaciones de los derechos en materia de salud sexual y reproductiva tienen una incidencia directa y negativa en la salud mental de la mujer.
Calidad
60. Los servicios de salud mental deben ser de buena calidad. Ello requiere la utilización de prácticas basadas en evidencias con miras a la prevención, promoción, tratamiento y recuperación41. Una colaboración eficaz entre los diferentes proveedores de servicios y las personas usuarias de los mismos, así como sus familiares y cuidadores, también contribuye a mejorar la calidad de la atención. El abuso de las intervenciones biomédicas, incluida la utilización inadecuada o la prescripción excesiva de medicamentos psicotrópicos y el uso de la coacción y los ingresos forzosos, comprometen el derecho a una atención de calidad. Si se da prioridad a la ampliación de servicios psicosociales de ámbito comunitario y se movilizan recursos sociales que puedan proporcionar asistencia a todas las personas a lo largo de su vida, se mejorará la calidad de los servicios.
61. El elemento de la calidad obliga a dejar atrás la noción de que los usuarios son meros beneficiarios de la atención para pasar a considerarlos plenamente como titulares activos de derechos. Para poner fin a las prácticas discriminatorias, los Estados deberían replantearse la manera en que proporcionan atención y asistencia en materia de salud mental (véase A/HRC/34/58).
62. En particular, en el caso de los niños y adultos con discapacidad intelectual y con autismo, con demasiada frecuencia se recurre a la institucionalización y prácticas excesivamente medicalizadas. La institucionalización y la medicación de los niños con autismo, en razón de su discapacidad, es inaceptable. El autismo constituye una dificultad crítica para los sistemas modernos de atención y asistencia, ya que los intentos médicos de “curar” los trastornos a menudo han resultado ser perjudiciales, lo que ha conducido a un deterioro aún mayor de la salud mental de los niños y adultos que los padecen. La asistencia que reciben estas personas no solo debería limitarse a su derecho a la salud, sino que también debería abordar su derecho a la educación, al empleo y a la vida en la comunidad en igualdad de condiciones con los demás.
G. El consentimiento informado y la coacción
63. El consentimiento informado es un elemento fundamental del derecho a la salud, tanto por tratarse de una libertad como por constituir una salvaguardia integral de su disfrute (véase A/64/272). El derecho a dar el consentimiento para el tratamiento y la hospitalización incluye el derecho a rechazar un tratamiento (véase E/CN.4/2006/120, párr. 82). Debido a la proliferación de legislación paternalista en materia de salud mental y la falta de alternativas, la coacción en el ámbito médico se ha generalizado.
64. La justificación para el uso de la coacción se basa por lo general en la “necesidad médica” y la “peligrosidad”. Estos principios subjetivos no están respaldados por la investigación y su aplicación está abierta a una interpretación amplia, lo que suscita dudas acerca de la arbitrariedad, que ha sido objeto de un estudio jurídico cada vez mayor. La “peligrosidad” a menudo se basa en prejuicios inapropiados, en lugar de datos empíricos. También existen argumentos convincentes de que el tratamiento forzoso, incluso con medicamentos psicotrópicos, no es eficaz, a pesar de su uso generalizado42. Las decisiones de recurrir a la coacción corresponden únicamente a los psiquiatras, que trabajan en sistemas que carecen de los instrumentos clínicos necesarios para emplear alternativas no coercitivas. La realidad en muchos países es que no existen alternativas y el recurso a la coacción es resultado de fallos sistémicos en la protección de los derechos de las personas.
65. Las medidas coercitivas en el ámbito psiquiátrico perpetúan los desequilibrios de poder en las relaciones entre pacientes y cuidadores, causan desconfianza, exacerban el estigma y la discriminación, y han provocado que muchas personas hayan rehusado recurrir a dichos servicios, temerosos de buscar ayuda en los servicios generales de salud mental. Tomando en consideración que el derecho a la salud se entiende en la actualidad en el marco de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, es preciso adoptar medidas inmediatas para reducir radicalmente la coacción en el ámbito médico y facilitar la erradicación de todos los tratamientos psiquiátricos e internamientos forzosos. En ese sentido, los Estados no deben permitir que el consentimiento sea otorgado por personas que sustituyan a las personas con discapacidad en la adopción de decisiones que afecten a su integridad física o mental; en su lugar, se les debería proporcionar apoyo en todo momento para que tomen sus propias decisiones, en particular en situaciones de emergencia y crisis43.
66. El Relator Especial toma nota de las inquietudes de las diversas partes interesadas, en particular en el ámbito de las comunidades médicas, con respecto a la prohibición absoluta de todos los tipos de medidas no consensuales44. Reconoce que su reducción radical y eventual eliminación es un proceso difícil que llevará tiempo. Sin embargo, existe consenso sobre la prevalencia inaceptablemente alta de las violaciones de los derechos humanos en centros de salud mental y que es necesario un cambio. En lugar de utilizar argumentos jurídicos o éticos para justificar el statu quo, se precisan esfuerzos concertados para abandonar estas prácticas. Ya no es aceptable que no se adopten medidas inmediatas para efectuar dicho cambio y el Relator Especial propone cinco medidas deliberadas, específicas y concretas que se indican a continuación:
a) Incorporar alternativas a la coacción en las políticas con miras a la reforma jurídica;
b) Desarrollar un conjunto amplio de alternativas no coercitivas para su aplicación en la práctica;
c) Elaborar una hoja de ruta para reducir radicalmente las prácticas médicas coercitivas, con miras a su eliminación, con la participación de diversas partes interesadas, incluidos los titulares de derechos;
d) Establecer un intercambio de buenas prácticas entre los países y dentro de ellos;
e) Ampliar la inversión destinada a la investigación y la recopilación de datos cuantitativos y cualitativos para supervisar los progresos realizados en la consecución de estos objetivos.
H. Factores determinantes básicos y sociales de la salud mental
67. El derecho a la salud es un derecho que abarca tanto la atención de la salud como los factores determinantes básicos y sociales de la salud. La salud pública tiene una dimensión individual y otra colectiva, que son esenciales para garantizar el derecho al disfrute de los factores determinantes básicos y sociales de la salud45. Habida cuenta de los profundos vínculos entre la salud mental y el entorno físico, psicosocial, político y económico, el derecho a los factores determinantes de la salud es una condición previa para garantizar el derecho a la salud mental. En virtud del derecho internacional de los derechos humanos, los Estados deben adoptar medidas respecto de diversos factores determinantes básicos, como la violencia, los entornos familiares propicios y la discriminación, para garantizar en particular el derecho a la salud de los niños y las mujeres46 y las personas con discapacidad47. En resumen, respetar, proteger y hacer efectivo el derecho a la salud mental requiere medidas concertadas para asegurar determinadas condiciones previas que están asociadas con la salud mental.
68. Diversos procesos internacionales y regionales han contribuido a definir los imperativos de la salud pública y la justicia social para abordar los determinantes sociales de la salud. El informe final de la Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud fue un documento pionero que logró dar mayor visibilidad a los determinantes sociales48. La medicina, en particular su componente de salud mental, es en gran medida una ciencia social y su práctica debería regirse por esta noción. Para tener plenamente en cuenta los datos relativos a los factores determinantes de la salud mental, el derecho a dichos determinantes debe ampliarse más allá de las desigualdades, la discriminación y el entorno físico, a fin de reflejar la importancia documentada de los entornos psicosociales seguros (véanse A/70/213, párr. 55, y A/71/304, párrs. 16 y 19)49. Esto incluye la elaboración de políticas públicas que promuevan relaciones no violentas y respetuosas en las familias, las escuelas, los lugares de trabajo, las comunidades y los servicios sociales y de salud.

VI CAMBIAR EL PARADIGMA
A. El imperativo de derechos humanos para abordar la promoción y la prevención en la esfera de la salud mental
69. Se ha recibido con satisfacción el reconocimiento por la OMS de la importancia de elaborar estrategias basadas en los derechos, que promuevan y protejan la salud mental de poblaciones enteras50. Los factores individuales y sociales, los valores culturales y las experiencias sociales de la vida cotidiana en las familias, las escuelas, los lugares de trabajo y las comunidades influyen en la salud mental de cada persona. Habida cuenta de la considerable cantidad de tiempo que los niños pasan en las escuelas y la mayoría de los adultos en el lugar de trabajo, las iniciativas basadas en los derechos deben promover entornos saludables, seguros y propicios en los que no haya violencia, discriminación ni otros tipos de abusos. Del mismo modo, la salud mental de una persona afecta a la vida en esos ámbitos y constituye un elemento esencial en la conformación de la salud de las comunidades y poblaciones. Los enfoques de promoción de la salud mental de base demográfica hacen que los sistemas de salud se alejen de las respuestas individualizadas para adoptar medidas en relación con una serie de barreras sociales y desigualdades (determinantes sociales) que pueden afectar negativamente a la salud mental.
70. Existe un compromiso casi universal en favor de sufragar hospitales, camas y fármacos, en lugar de crear una sociedad en la que todas las personas puedan prosperar. Lamentablemente, la prevención y la promoción son componentes que se olvidan en las iniciativas para promover la salud mental. Esta falta de medidas se ha justificado a través de supuestos perjudiciales de que la buena voluntad y el sacrificio lograrán por sí solos que las poblaciones consigan una buena salud mental y bienestar.
71. La obligación de garantizar los determinantes sociales para promover la salud mental requiere de medidas intersectoriales a fin de asegurar un compromiso sólido por parte de todos los ministerios pertinentes. Por ejemplo, las estrategias de prevención del suicidio se dirigen tradicionalmente a grupos de alto riesgo y abordan la depresión clínica como un fenómeno biomédico, mientras que los programas intersectoriales que se ocupan de los determinantes sociales y ambientales del suicidio mediante enfoques de base demográfica parecen más prometedores. El acoso escolar es otro de los fenómenos que se considera una prioridad en materia de salud pública, tanto en el plano nacional como mundial. Ante todo, los Estados deberían ocuparse de los entornos emocionales y psicosociales, prestando atención particular a las relaciones en lugar de a las personas.
72. Un entorno que respete, proteja y haga efectivos los derechos humanos, y en el que no haya ningún tipo de violencia, incluida la violencia de género, es fundamental para una promoción de la salud eficaz. Las intervenciones psicosociales y de salud pública son componentes esenciales de un sistema de salud mental basado en los derechos, no un lujo. Las iniciativas pertinentes deben estar basadas en el empoderamiento, de modo que las personas puedan tener un mayor control sobre su salud y mejorarla.
Adversidad en la primera infancia y la adolescencia
73. Las investigaciones han demostrado los efectos perjudiciales sobre la salud mental y las repercusiones sociales que provocan las adversidades y los hechos traumáticos vividos durante la infancia51. El estrés tóxico, los malos tratos en las familias y las relaciones íntimas, la colocación de niños de corta edad en instituciones, el acoso escolar, el abuso sexual, los malos tratos físicos y psicológicos de los niños, y la pérdida de uno de los progenitores afectan negativamente al desarrollo cerebral y a la capacidad de entablar relaciones saludables, y todo ello repercute negativamente en la capacidad del niño para hacer plenamente efectivo su derecho a la salud en su transición a la edad adulta (véanse A/HRC/32/32, párrs. 67 a 73, y A/70/213, párr. 67).
74. El Relator Especial destaca el efecto devastador que tiene la institucionalización en los niños de corta edad, en particular sobre su salud mental y su desarrollo holístico52. Los servicios relativos a la salud mental para niños no reciben financiación suficiente y carecen de normas de calidad de la atención y de personal suficiente, lo que crea un entorno en que son habituales los malos tratos contra niños con discapacidad o con dificultades en el desarrollo social y emocional, especialmente contra los que están internados en instituciones. Existen en todo el mundo muchos ejemplos de prácticas y servicios innovadores destinados a tratar la salud mental infantil, y se han realizado investigaciones convincentes sobre la efectividad de la promoción de la salud mental y la prevención del empeoramiento de los trastornos de salud mental53. Sin embargo, esas buenas prácticas a menudo se emplean únicamente como proyectos piloto, debido a la falta de voluntad política para reproducirlas e incorporarlas a los servicios generales de atención infantil.
75. Como consecuencia de la financiación insuficiente que reciben los servicios de salud mental, los servicios psiquiátricos dispensados a los pacientes hospitalizados y en residencias son de baja calidad, lo que conduce a una medicalización excesiva, violencia y otros tipos de violaciones de los derechos del niño. Estos deben abandonarse o modificarse considerablemente y, lo que es más importante aún, los programas concebidos para responder a la adversidad en la infancia deben estar estructurados en torno a marcos participativos que reconozcan a los niños como titulares de derechos, respeten la evolución de sus capacidades y empoderen a los niños y a las familias para que mejoren su salud mental y bienestar.
B. Tratamiento: del aislamiento a la integración en la comunidad
76. El derecho a la salud constituye una poderosa guía para que los Estados efectúen un cambio de paradigma, de modo que esté basado en la recuperación y sea de ámbito comunitario, promueva la inclusión social y ofrezca diversidad de tratamientos basados en los derechos y apoyo psicosocial en los ámbitos de la atención primaria y especializada.
77. Los enfoques biomédicos reductivos del tratamiento que no tengan debidamente en cuenta los contextos y las relaciones ya no pueden considerarse conformes al derecho a la salud. Si bien el componente biomédico sigue siendo importante, su predominio ha resultado contraproducente, ya que ha menoscabado la capacidad de los titulares de derechos y ha intensificado el estigma y la exclusión. En muchas regiones del mundo, no hay atención comunitaria y, si la hay, no es accesible, aceptable o de suficiente calidad (con frecuencia se limita únicamente a medicamentos psicotrópicos). La mayor concentración de hospitales psiquiátricos y de camas destinadas a estos pacientes, separadas de la atención de la salud ordinaria, se sitúa en los países de ingresos altos, lo que es una advertencia para que los países de ingresos bajos y medianos forjen un camino diferente y pasen a adoptar un modelo de atención de la salud mental basada en los derechos54.
Incorporación de la salud mental
78. El derecho a la salud exige acercar la salud mental a la atención primaria y la medicina general, integrando la salud mental con la salud física en los ámbitos profesional, político y geográfico. Esto no consiste solamente en incorporar los servicios de salud mental a la atención de la salud general para que sean accesibles a todo el mundo, sino que es un medio de asegurarse de que grupos enteros de personas que tradicionalmente han estado apartados de la atención de la salud general, incluidas las personas con discapacidad, reciban atención y apoyo en pie de igualdad con las demás personas. La inclusión también conlleva ventajas socioeconómicas55. La salud mental es una cuestión que atañe a todos y, en caso necesario, debería haber servicios disponibles y accesibles en todos los niveles de la atención primaria y especializada.
Intervenciones psicosociales esenciales
79. Aunque los medicamentos psicotrópicos pueden ser útiles, no todas las personas reaccionan bien a ellos y en muchos casos no son necesarios. Recetar medicamentos psicotrópicos, no porque estén indicados y sean necesarios, sino debido a la falta de intervenciones psicosociales y de salud pública eficaces, es incompatible con el derecho a la salud. Por ejemplo, en la mayoría de los casos de depresión leve o moderada, la “vigilancia”, el apoyo psicosocial y la psicoterapia deberían ser los tratamientos que se utilizaran en primera instancia.
80. Pese a la obligación del derecho a la salud de proporcionar intervenciones y apoyo psicosocial, estos, lamentablemente, se consideran un lujo, en lugar de tratamientos esenciales, por lo que carecen de inversiones sustanciales en los sistemas de salud. Esto sucede a pesar de los datos que demuestran que son eficaces56. Se trata de intervenciones esenciales, que logran resultados positivos en materia de salud y protegen a las personas de una medicalización más invasiva y potencialmente nociva. Lo importante es que pueden incluir intervenciones sencillas, de bajo coste y corto plazo proporcionadas en centros de atención de la salud de ámbito comunitario. Debe dotarse a enfermeras, médicos generales, matronas, trabajadores sociales y trabajadores de la salud comunitarios de aptitudes psicosociales para velar por la accesibilidad, la integración y la sostenibilidad57. Las intervenciones psicosociales, y no la medicación, deberían ser la primera opción de tratamiento para la mayoría de las personas que padecen trastornos mentales.
Ansiedad mental y recuperación
81. Si bien el cambio de paradigma en el ámbito de la salud mental requiere una transición hacia servicios más integrados y de base demográfica, seguirán produciéndose casos de ansiedad mental, por lo que son necesarias modalidades de tratamiento basadas en los derechos. Las intervenciones empleadas para tratar los casos graves son quizá las que reciben mayor desaprobación por parte de la tradición biomédica. La coacción, la medicalización y la exclusión, que son vestigios de la atención psiquiátrica tradicional, deben sustituirse por una concepción moderna de la recuperación y servicios de base empírica que restablezcan la dignidad y reintegren a los titulares de derechos en sus familias y comunidades. Las personas pueden recuperarse de los trastornos mentales y, dEhecho, se recuperan incluso de los trastornos más graves y pueden vivir una vida plena y rica58.
82. No hay una definición única del concepto de “recuperación”, que a menudo se describe como un viaje personal con miras a retomar una vida significativa y volverse más resiliente. El enfoque de la recuperación, al aplicarlo de conformidad con los derechos humanos, ha contribuido a eliminar las asimetrías de poder, empoderando a las personas y convirtiéndolas en agentes del cambio en lugar de sujetos pasivos receptores de la atención. Se han logrado importantes avances en esta esfera, gracias a lo cual en la actualidad se presta en la práctica en todo el mundo apoyo y servicios basados en datos empíricos y orientados a la recuperación que restablecen la esperanza (y la confianza) de las personas, tanto en los servicios como en ellas mismas.
83. El apoyo entre pares, cuando se aplica de forma adecuada, constituye una parte integral de los servicios destinados a la recuperación59. Proporciona esperanza a las personas y les brinda los medios necesarios para que aprendan unas de otras, entre otras cosas mediante las redes de apoyo entre pares, institutos de recuperación, centros comunitarios y residencias en casos de crisis gestionadas por pares. Open Dialogue es un exitoso sistema de salud mental, a través del cual se ha transformado por completo el tratamiento medicalizado y de emergencia en Laponia60. Hay además otros modelos no coercitivos, entre los que se incluyen las unidades de crisis dedicadas a la salud mental, hogares de asistencia para ofrecer un descanso a los cuidadores, modelos de desarrollo comunitario para la inclusión social, personas de apoyo, psiquiatría centrada en el empoderamiento y consultas de apoyo con los familiares. El proyecto Soteria House es un modelo de larga data destinado a la recuperación, que se ha reproducido en muchos países61. La creciente disponibilidad de alternativas y la educación y formación acerca de la utilización de medidas no consensuales son indicadores fundamentales para medir los progresos generales realizados con respecto a la observancia del derecho a la salud.

VII. CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES
A. Conclusiones
84. La salud mental es un ámbito que se ha descuidado con frecuencia y en el que, cuando se le destinan recursos, prevalecen modelos, actitudes y desequilibrios ineficaces y perjudiciales. Esto ha dado lugar a la situación actual, en que manifiestamente no se atiende la necesidad de promoción y atención de una salud mental basada en los derechos. Personas de todas las edades, cuando tienen necesidades en materia de salud mental, con demasiada frecuencia sufren la falta de atención y apoyo, o como resultado de servicios ineficaces y perjudiciales.
85. El hecho de que en el contexto actual no se aborden las violaciones de los derechos humanos producidas en los sistemas de atención de la salud mental es inaceptable. Habida cuenta de que la salud mental ha surgido como una prioridad política, resulta crucial en el momento actual evaluar el fracaso para trazar un mejor camino para el futuro, y alcanzar un consenso sobre la forma de invertir y la manera de no hacerlo.
86. Una evaluación de la carga mundial de obstáculos señala, de forma alarmante, que esta puede ser mayor que la provocada por los “trastornos mentales”. Las crisis en la salud mental no deberían gestionarse como una crisis de los trastornos individuales, sino como una crisis de los obstáculos sociales que impiden el ejercicio de los derechos individuales. Las políticas de salud mental deberían abordar los “desequilibrios de poder” en lugar de los “desequilibrios químicos”.
87. En un momento en que existe la necesidad urgente de efectuar un cambio de enfoque, se debería dar prioridad a la innovación de políticas a nivel de la población, prestando especial atención a los determinantes sociales, y abandonar el modelo médico predominante que trata de curar a las personas centrándose en los “trastornos”.
88. En la actualidad, existen oportunidades únicas en la esfera de la salud mental. El reconocimiento internacional de la salud mental como un imperativo para la salud mundial, entre otras cosas mediante su inclusión en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, constituye un avance positivo. El marco del derecho a la salud ofrece orientación a los Estados sobre el modo en que deben dirigirse las políticas basadas en los derechos y las inversiones para lograr la dignidad y el bienestar de todas las personas. A fin de alcanzar la paridad entre la salud física y mental, esta última debe integrarse en la atención de la salud primaria y general, contando con la participación de todas las partes interesadas en la formulación de políticas públicas que aborden los determinantes básicos. Se deberían ampliar las intervenciones psicosociales eficaces en el ámbito comunitario y abandonar la cultura de la coacción, el aislamiento y la medicalización excesiva.
89. Ya hay iniciativas prometedoras en todo el mundo, entre otros en los países de ingresos bajos y medianos, que constituyen un desafío al statu quo. Un medio eficaz para promover y lograr avances en la consecución de los cambios necesarios es la creación de un espacio, a través de un liderazgo político sólido y los recursos necesarios, para que esas prácticas puedan materializarse en las comunidades.
90. El Relator Especial está tratando de elaborar, a través de un proceso participativo e inclusivo y un diálogo abierto, unas orientaciones en materia de derechos humanos y salud mental a fin de brindar apoyo a todas las partes interesadas en la aplicación de políticas de salud mental basadas en los derechos en sus respectivas esferas de trabajo. Acoge con agrado las contribuciones y sugerencias a este respecto.
B. Recomendaciones
91. El Relator Especial hace un llamamiento al liderazgo para responder a la carga mundial de obstáculos y para que la innovación basada en los derechos en materia de salud mental se incorpore en la política pública. Esto incluye, entre otras cosas, que los defensores estatales lleven a cabo esfuerzos de política en el ámbito internacional, que los líderes de la psiquiatría profesional evalúen de forma constructiva su enfoque con respecto a la necesidad de cambio, que los directores de servicios de salud mental lideren el cambio con el ejemplo, y que los funcionarios municipales promuevan la innovación a nivel comunitario. Estos defensores deben trabajar en colaboración con los beneficiarios de sus servicios, incluidas las personas con discapacidad intelectual, cognitiva y psicosocial, y con autismo.
92. A fin de subsanar el desequilibrio del enfoque biomédico respecto de los servicios de salud mental, el Relator Especial recomienda que:
a) Los Estados adopten medidas inmediatas para establecer marcos participativos inclusivos y significativos en la formulación de la política pública y la adopción de decisiones a este respecto, que incluyan, entre otros, psicólogos, trabajadores sociales, enfermeras, usuarios de los servicios, la sociedad civil y las personas que viven en la pobreza y aquellas en las situaciones más vulnerables;
b) Los Estados y otras partes interesadas pertinentes, incluidas las instituciones académicas, reajusten las prioridades de la investigación en la esfera de la salud mental a fin de promover una investigación en ciencias sociales que sea independiente, cualitativa y participativa, y plataformas de investigación, explorando modelos de servicio alternativos que no sean coercitivos;
c) Los Estados colaboren con las instituciones académicas para subsanar la falta de conocimientos con respecto a la salud mental basada en los derechos y de base empírica en la formación médica.
93. A fin de garantizar que se aborden los factores determinantes básicos y sociales con miras a la promoción de la salud mental para todos, el Relator Especial recomienda a los Estados que:
a) Den prioridad a la promoción de la salud mental y a la prevención en la política pública, y aumenten las inversiones en todos los ministerios pertinentes;
b) Adopten medidas inmediatas para elaborar políticas públicas que, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aborden la salud mental y apliquen un desarrollo holístico en la primera infancia y la adolescencia, dando prioridad a la promoción y las intervenciones psicosociales;
c) Adopten medidas políticas y legislativas destinadas a la prevención de la violencia en todos los entornos donde las personas viven, estudian y trabajan;
d) Emprendan iniciativas inmediatas para combatir los estereotipos de género nocivos y la violencia de género, y asegurar el acceso a la salud sexual y reproductiva;
e) Adopten medidas inmediatas para poner fin al castigo corporal de los niños y su institucionalización, incluidos los niños con discapacidad.
94. Para asegurarse de que la cooperación internacional garantiza el derecho a la salud y la consecución de la Agenda 2030, los Estados y las instituciones multilaterales e internacionales deben:
a) Suspender cualquier tipo de ayuda financiera a las instituciones residenciales segregadas de salud mental, los grandes hospitales psiquiátricos y demás servicios e instalaciones segregadas;
b) Incorporar el derecho a la salud mental en las estrategias e intervenciones en materia de salud, reducción de la pobreza y desarrollo, e incluirlo de forma expresa en los planes y políticas de salud generales y prioritarios;
c) Promover la salud mental mundial en todas las actividades de seguimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, incluidos los foros políticos de alto nivel.
95. A fin de velar por que los servicios de atención de la salud garanticen el derecho a la salud mental para todos, los Estados deben:
a) Asegurarse de que los usuarios participen en el diseño, la aplicación, la prestación y la evaluación de las políticas, los sistemas y los servicios de atención mental;
b) Dejar de asignar financiación a la atención institucional, y redirigirla a los servicios de ámbito comunitario;
c) Invertir en servicios psicosociales que estén integrados en la atención primaria y los servicios comunitarios para empoderar a los usuarios y respetar su autonomía;
d) Incrementar las inversiones destinadas a los servicios de salud mental y modelos de apoyo alternativos;
e) Elaborar un conjunto básico de intervenciones psicosociales apropiadas, aceptables (entre otras cosas, desde una perspectiva cultural) y de calidad que constituya un componente fundamental de la cobertura sanitaria universal;
f) Adoptar medidas específicas y concretas para reducir radicalmente la coacción en el ámbito médico y facilitar la transición hacia la erradicación de todos los tratamientos psiquiátricos forzosos y el aislamiento;
g) Recabar la asistencia técnica de la iniciativa de la OMS QualityRights para evaluar y mejorar la calidad de la atención de la salud mental.


De los escépticos y la falsa imparcialidad de la ciencia (Alfredo Caro Maldonado)

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Hoy traemos un texto con el que nos encontramos hace unos meses y que resultó ser revelador para nosotros. Su autor es Alfredo Caro Maldonado, investigador científico autor de un excelente blog titulado Ciencia mundana. Nos parece un trabajo clave para entender la problemática de los autodenominados "escépticos" y por qué la crítica a esa visión de la ciencia no debe ser usada en ningún caso para avalar pseudoterapias autodenominadas "alternativas" del tipo que sea. 

El autor del artículo ha tenido la amabilidad de escribir una introducción para nosotros, tras la cual recogemos el trabajo completo. Creemos que merece mucho una atenta lectura.




Las ansias de conocer y descubrir son al parecer intrínsecas al ser humano “de toda la vida”. Lo que ha cambiado es el cómo conocemos y sobre todo el para qué. Descartes y después la revolución industrial capitalista moldearon una forma de descubrir, la mecanicista (y reduccionista), y el capitalismo impuso la utilidad, y el supremo objetivo del crecimiento y el desarrollo. 

La neuropsiquiatría es probablemente la rama del conocimiento donde más burdamente se han aplicado esos preceptos. Intentar explicar el alma desde lo biológico-estructural, con el cometido no sólo de entenderla, sino sobre todo manipularla para dominarla. Porque da igual que sea mediante electro shock, IRSs, o las APPs que lo petarán en breve; tanto la forma como el objetivo son equivocados. 

El que el cerebro esté formado por neuronas no quiere decir que estas puedan explicar el cerebro. Y las reglas que rigen el funcionamiento de las sinapsis no explican la memoria, o los desequilibrios químicos no explican (con función predictiva) las enfermedades del alma como la depresión. Un reduccionista no lo podrá entender, un cientifista no lo querrá entender. 

Este artículo intenta arañar en la superficie del cientifismo.



Este texto se publicó originalmente en dos artículos (I y II) en el blog Desayunando con fotones, a los que les agradezco infinitamente el que me lo pidieran y el que lo publicaran a pesar de no compartirlo al 100%.


Quiero empezar agradeciendo a Desayunando con fotones por permitirme plantear en esta serie de artículos ideas que he vivido, estudiado, y reflexionado durante los últimos 20 años de estudio e investigación en biología. Este texto ha sido revisado por más de 10 científicos y he recogido en la medida de lo posible sus recomendaciones. Soy consciente de que muchos de los argumentos son muy polémicos y serán rechazados por muchos de mis colegas, solo espero que el debate se desarrolle con respeto. Y por supuesto, no permitiré que ningún charlatán homeópata utilice mis palabras para legitimar su posición.

Empezaré con unas cuantas palabras para definir el debate que para muchos serán obviedades, pero no por ello menos importantes.

El método científico es una de las formas que ha tenido el ser humano de alcanzar la verdad y el conocimiento evitando sesgos y prejuicios. Necesitamos seguir entendiendo los mecanismos y las reglas de la naturaleza, y necesitamos seguir cultivando la Ciencia desde la razón. Razón y crítica que no solo sirven para descubrir los mecanismos de la naturaleza sino para cultivarlas en los seres humanos, haciéndonos más libres y autónomos, fundamental para una democracia saludable.

Pero el método científico, o si se quiere, la ciencia como institución, no es la única manera de crear conocimiento y acercarse a la verdad. La razón, la discusión, la creación de consenso y certezas mediante una metodología racional y una concepción filosófica materialista es también válida y necesaria.

Vivimos una época paradójica en cuanto a la relación ciencia y sociedad. Una parte de la sociedad reniega de los conocimientos adquiridos por el sistema científico mientras que otra tiene a la Ciencia como una institución, como se tuvo a la Iglesia, a la que se le confiere una autoridad excesiva. Ambas prácticas conviven incluso en las mismas personas: homeópatas montando en avión y científicos yendo a su sesión de acupuntura los jueves por la noche.

Es obvio que existen dos bandos, aquellos que reniegan del método y los que lo veneran. Pero quiero centrarme en los segundos, cuando el sistema científico, por su carácter humano, y falible, cae en prácticas pseudocientíficas, o anticientíficas, pero revestidas de autoridad y método. Esto no sería un problema más que académico sino fuese porque, sobre todo en los ámbitos de poder, cuando la ciencia “habla” no se le admite réplica, y así se está convirtiendo en legitimador de infinidad de cosas: salud, política, economía, educación, etc. Y a la Iglesia esa autoridad moral se la dieron no solo la ignorancia sino también la exclusión y la falta de esperanza. La ignorancia es un concepto muy voluble, porque ni el saber es necesariamente verdad, ni el que señala al ignorante tiene el saber y la verdad.

Lo que los científicos preguntamos, las hipótesis que formulamos, las conclusiones que sacamos, y las nuevas preguntas están históricamente condicionadas. No existe una especie de Idea hegeliana epistemológica que nos hace estar por encima de nuestras condiciones de existencia materiales y culturales. Los científicos tenemos jefes y empleados, egos, vanidades, ideología, ansias de poder, hipotecas, …La ciencia tiene que ser lo más objetiva posible, pero interpretar que ciencia es sinónimo de objetividad oculta las verdaderas relaciones sociales de los científicos con la sociedad y entre sí. Pone en peligro la necesaria confianza entre los científicos y entre estos y la sociedad.

La ciencia tiene un método que permite depurar la estafa, el problema es que el método está inutilizado por los mal llamados “sistemas de evaluación”, que en realidad utilizan un método de recursos humanos, el del torneo. Solo los investigadores que lleguen primero y más a menudo serán premiados. A todos los investigadores que pregunto y leo hacen la misma crítica: el sistema de evaluación basado en publicar mucho y rápido es una locura. Son muchas las causas y las consecuencias, intentaré humildemente desarrollarlas.



Reduccionismo


Aquí por obligaciones del guión tengo que dejar clara una cosa. El reduccionismo en la investigación es necesario desde el punto de vista técnico y también divulgativo. Es difícil afrontar problemas complejos de una manera holística, tenemos que simplificar, reducir las variables para poder modificar el sistema. El problema es el reduccionismo ideológico (filosófico si se quiere). Y el más conocido por mí es el reduccionismo genético, que ha justificado la eugenesia o el nazismo, y que sigue dominando la academia, aunque por ahora de manera políticamente correcta. ¿O es que el control del Opus Dei de los departamentos de ciencias de las universidades españolas es inocuo y pura casualidad?

La ciencia revela la verdadera belleza del mundo.

Esta entrevista a Carlos López Otín en El país semanal del pasado 18 de diciembre [de 2016], de la que extraigo fragmentos, me sirve como apoyo para mi crítica al reduccionismo científico imperante.






Esta retórica divulgativa, una simplificación del concepto para que se entienda, esconde una forma de pensar y es que el lenguaje no es inocente. Cuando se explica el funcionamiento de algo tan complejo con esa metáfora reduccionista y técnica se está imponiendo un relato al lector. Por qué hay órdenes, por qué una máquina, por qué “algo” organiza, y sobre todo por qué tiene que acabar en el genoma. Eso es un prejuicio, moral e ideológico, por tanto no es inocente. La teoría de que en el genoma está escrito el destino del organismo que lo sustenta es una bonita metáfora con tintes bíblicos.

La realidad es que los elementos que hacen realidad la vida son muchísimo más que una secuencia de cuatro letras. Utilizar cuadro de mandos como metáfora lleva a cometer errores de gran calado teórico y práctico. La vida se sustenta en la interacción de multitud de elementos, muchos de los cuales no están escritos en el genoma, fundamentales y en muchos casos también “directores”. Los recientes descubrimientos sobre la regulación y las funciones del ARN de transferencia son maravillosos en ese sentido, o la complejidad no genética de la señalización a través de Pi3K. ¿Por qué, con la misma lógica reduccionista, no son las proteínas las que utilizan ADN y ARN como mensajeros? Porque en el ADN está la idea de Dios implícita, la de una entidad material con atributos divinos.

Lo mismo pasa con las teorías evolutivas en boga, proyectan una ideología, política al fin, sobre la evolución, la ecología o la etología como bien explica Comando Glucosa, que no es otra que la del individualismo y la competencia. De nuevo una proyección ideológica sobre una teoría natural.

Uno de los “revisores” de este artículo me decía que si la crítica al reduccionismo biológico de Lewontin no estaba anticuada. Y el otro día me topo con esta entrevista a Manuel Ansede en El país: “Los cerebros de hombres y mujeres son diferentes, igual que las mamas” No negaréis que el titular es de traca, periodismo ciencicuñao de nivel, hoygan. Pero la chicha está en el contenido de la entrevista, que no tiene desperdicio:


En los próximos años se podrá saber de manera inmediata cuáles de las 200 o 300 mutaciones que todos llevamos encima son potencialmente patológicas. Una vez que tienes esa información, si entiendes bien cómo se desarrolla el cerebro y sabes cómo cada una de esas mutaciones va a afectar a tu trayectoria desde muy temprano, podríamos predecir hacia dónde se va a dirigir tu cerebro.


Esa afirmación, más viniendo de un neurocientífico de su talla, que dirige el Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres, con 150 personas a su cargo, es una barbaridad anticientífica que no se sostiene y que responde a una ideología reduccionista y que pone al libro de Lewontin de actualidad.

Y este reduccionismo biologicista no es ni inocente ni inocuo. Por ejemplo, hace que investigadoras justifican mediante explicaciones cientifistas la desigualdad de género evidente en las cadenas de mando del sistema científico. Por ejemplo el que es la testosterona la que lleva a los hombres a tener ventajas gracias a su mayor agresividad, o que es la oxitocina la que hace a la madre ser la responsable de la crianza y los cuidados. De este modo, como antaño con la frenología, se legitima con la ciencia un sistema desigual e injusto, ¡donde se comparan la formación de las mamas y el intelecto!

Biólogos más sensatos recurren a la epigenética para conciliar que en el análisis más optimista la herencia podría explicar un 40% de la personalidad. En mi opinión, la epigenética aquí se convierte en otro atajo reduccionista ya que la consciencia no puede ser reducida y explicada por sus elementos moleculares, y por tanto no podremos modificar nada que nos de un determinado estado de consciencia a nuestra “imagen y semejanza”. Pondría la mano en el fuego porque las asociaciones estadísticas entre una secuencia génica y un rasgo de la personalidad es un artefacto. Y he dicho rasgo y no patología.

Por tanto las redes neuronales que de alguna manera determinan la consciencia (cultura, inteligencia) no están determinadas genéticamente. Necesitan, sí, determinadas secuencias genéticas así como procesos bioquímicos no determinados genéticamente (ácido fólico, priones) que si fallan no se generará la consciencia “normal” (campana de Gauss), pero lo contrario no es cierto. Por ejemplo, el que la falta de un gen (una mutación) lleve a una determinada anomalía cerebral no quiere decir que ese gen sea el responsable de esa función.



Escépticos a media jornada


Permítanme una metáfora. En mi pueblo, profundamente religioso, tenemos un aceite de oliva excepcional, adictivo (sic), ya que regamos los olivos con aguas residuales sin depurar (cosas del “socialismo chavista” andaluz). Este agua de riego contiene tres elementos: agua bendita, productos homeopáticos y fármacos antidepresivos. Estos son tres productos que al fin y al cabo provienen de la desigualdad, los dos primeros son fruto de la falta de saber (ignorancia) y el tercero de una pseudociencia, la farmacéutica, como explico en este artículo. Los 3 elementos, agua bendita, homeopatía y antidepresivos son criticados y sobre todo vilipendiados de manera muy desigual por el establishment científico o los llamados escépticos. ¿Estamos de acuerdo en que hay una desigualdad evidente en el peso de la crítica que se hace a la religión clásica, a la homeopatía, o a las prácticas farmacéuticas sin rigor científico?

Llamaré escépticos acríticos a todos aquellos que se dedican a atacar y desmontar las pseudociencias únicamente cuando no vienen del sistema científico, mientras que hacen caso omiso de la pseudociencia propia de un sistema, el científico, plagado de prácticas cientifistas, cuando no directamente pseudocientíficas, además de corrupción y explotación.

Según la RAE, el cientifismo es la “doctrina según la cual los métodos científicos deben extenderse a todos los dominios de la vida intelectual y moral sin excepción”. Esa es la definición de la RAE. Pero yo ampliaría esta definición. Cambia “método científico” por toda teoría o cachivache que surja de la producción del sistema científico. Por “científico” tenemos que entender también técnico, por ejemplo transgénicos o energía nuclear. Por “vida intelectual y moral” debemos entender TODOS los ámbitos de nuestra vida, también la filosófica y la salud en todas sus vertientes. “Sin excepción” quiere decir que al oponerte a eso serás tildado de magufo.

Para un cientifista la ciencia es la única posibilidad de conocimiento y de desarrollo. Todo aquello que no surja de la misma será dudoso. Y al contrario, todo lo que venga del “mundillo” podrá ser utilizado para justificar medidas políticas, económicas, sociales o ambientales. Porque como en la ciencia está la verdad, también estará la salvación. La política (ética, sociología), una ciencia “blanda” que no tiene capacidad predictiva, pasa a ser una pseudociencia más, en manos de subjetividades, no como las ciencias duras, como si estas fueran omniscientes y objetivas, aunque pocos reconozcan abiertamente que lo sean.

La pseudociencia y el cientifismo tienen algo en común: ni utilizan el método científico para sacar sus conclusiones, ni son razonables en sus conclusiones.

Así, a menudo desde la ciencia se intenta explicar el origen bioquímico del amor o la consciencia. Defender la memoria del agua, la medicina cuántica, la bioquímica del amor o la inmortalidad (tan cinematográfica) son en todos los casos falta de escepticismo, donde todo debería poder ser puesto a prueba, pero de nuevo, criticados y atacados de manera desigual.



2ª parte



Problemas políticos requieren soluciones políticas.


Imaginemos que ante las masacres de civiles en Alepo, los científicos proponemos como solución necesaria bio-polímeros resistentes a las balas en vez de altos al fuego. ¿Solución disparatada? En EEUU, ante la epidemia de muertos por armas de fuego, 36 al día, proponen mochilas anti-balas para los niños.¿Les parece una locura? Pues imaginen lo disparatado que puede ser que ante la falta de alimentos causada por su mala distribución propongamos ¡alimentos tecnológicos de alto valor añadido como el arroz dorado!

Nos dice Alex Gaita Ariño que no es posible que se encuentre una solución viable al más que demostrado cambio climático si en el enunciado del problema está integrado el crecimiento económico (por tanto de consumo). Cuando los científicos se preguntan cómo parar el calentamiento global mediante la tecnología parece que no son conscientes de que un prejuicio les impide tener acceso a un abanico más amplio de soluciones. Ese prejuicio es el crecimiento. El sistema mundo en el que vivimos obviamente pone como premisa ideológica su propia supervivencia como sistema, no como mundo.

Y de nuevo, las soluciones técnicas del tipo secuestrar CO2 son pseudocientíficas porque no tienen el suficiente respaldo empírico ni racional. Y que quede claro, para nada estoy en contra el uso de la tecnología al servicio de las gentes de este mundo.





Los peligros del cientifismo y la técnica sobre la moral y la democracia:la ciencia en términos generales y como parte de una sociedad, debe ser debatible por esta misma sociedad. Jean Jacques Salomon decía que la ciencia no es una esfera autónoma fuera de la sociedad. También estoy de acuerdo en que tal pretensión de autonomía encierra un grave peligro para la democracia. Si la ciencia recibe dinero público, ha de existir un contrato social que exija responsabilidades a los científicos que trabajan, pidiéndoles una rendición de cuentas cada tanto tiempo.[1] Y añado, deberá estar supeditada al poder político en democracia, lo contrario tiene un nombre, dictadura.

No podemos confiar en que los científicos activos en comunicación no tengan necesariamente una agenda. Paradigmático es JM Mulet. Sus ideas “ni de izquierdas ni de derechas” y su estilo, arrogante pero simpático, triunfan en los medios mayoritarios. Mulet, periódicamente, orquesta una campaña contra Greenpeace. Una de esas campañas fue cuando la famosa carta de los Nobeles. En ese meme que compartió dice que “Científicos independientes” afirman que el arroz dorado habría salvado la vida de ese niño. Eso es falso, es pseudociencia en tanto que no existen estudios epidemiológicos ni de campo que apoyen semejante afirmación. Más aún cuando las causas que llevan a la hambruna impedirían el acceso (universal) al arroz dorado suponiendo que este sea efectivo. En mi opinión, atacar a los que opinamos que los transgénicos no son la solución para la desigualdad, diciéndonos pijos (basura me llamó la última vez) y culparnos utilizando una imagen de un niño negro pobre es inadmisible. Es, como dijo César Rendueles, de ciencicuñaos.

No solo individuos como Mulet parecen tener una agenda. Organizaciones Thinktank como The break through, con una estética progresista, tienen una agenda clara: “La tecnología y la modernización están a la base del progreso humano”. Eso es una “creencia”, una opinión, válida, pero sin sustento científico alguno, no digamos ya empírico. Es un dogma del que surgen las preguntas (a menudo equivocadas) que solo la tecnociencia responderá. Porque no es de recibo que para las cosas buenas la tecnología es gracias a los científicos y para las malas es culpa de los políticos.

Otra prueba de que hay una agenda es el hecho de que la mayoría de los estudios a favor de los transgénicos tienen conflictos de intereses evidentes.






En la película Ex Machina, donde recrean las posibles consecuencias de la inteligencia artificial, el creador de AVA, un androide que pasa el test de Turing para probar su conciencia humana, al ser preguntado por su empleado por qué había decidido crear a AVA, este le responde: “No fue una decisión, las cosas sucedieron en una evolución natural. Vamos, una cosa llevó a la otra…” Es una metáfora grandiosa de lo que nos está pasando. La tecnociencia, unida al dogma del crecimiento continuo, toma las riendas de nuestro destino. Las decisiones importantes las tienen que tomar los “expertos” no ya las mayorías, la política. A menudo se puede observar en los cientifistas un desprecio por “los políticos”, haciendo hincapié por ejemplo en su falta de formación, despreciando así su carácter representativo.

Vayamos al ejemplo de la inmortalidad, en boga en la actualidad. No solo que técnicamente tengo muchas dudas sobre sus posibilidades más allá de la gran pantalla, por las consecuencias sobre cáncer y cerebro, sino que en la divulgación sobre el tema se da por hecho la imperiosa necesidad del elixir de la eterna juventud. ¿Dónde queda la ética y la política, por ende la democracia? ¿Somos los científicos quienes debemos decidir semejante cosa?






El científico Carlos López-Otin es clarividente. Plantea, en un ejercicio de lamarckismo impropio de su posición, que en un siglo “el ser humano tendrá los ojos mucho más grandes, como corresponderá a una cultura visual.” No quiero entrar en el hecho de que la selección natural funciona de manera negativa, no tiene un fin, un pensamiento propio de subconscientes creacionistas, sino en lo de la “cultura visual”. Ese finalismo no es objetivo, es una opinión puramente política, que no dejaría de ser eso, la legítima opinión de un ciudadano, si no fuera porque forma parte de un entramado ideológico encargado de dar legitimidad a un sistema de desigualdad apoyado en la tecnociencia.






Este otro párrafo ejemplifica un rasgo común del cientifista, la arrogancia: “No he visto ningún gen que codifique el sentido de la fe religiosa”. Pero lo importante es el resto.

Aunque lo intenta arreglar al final del párrafo, López-Otin llega al punto en común entre pseudociencia y cientifismo, reducir algo antropológico y social, radicalmente histórico, a un fenómeno genético. No sé si se refiere al libro El gen de Dios de Dean Hammer, donde se afirma que el gen VMAT2 es importante para explicar la creencia religiosa, pero esa afirmación ni siquiera ha pasado una revisión por pares, menos una revisión por el sentido común.



La idealización del sistema científico.






Lo de Kiko Llaneras es solo un ejemplo. La revisión por pares es hoy día uno de los principales obstáculos en el avance del conocimiento científico. Sin embargo, para los cientifistas, es la realización misma del sueño americano, donde un “novato puede publicar en las mejores revistas si hace un buen trabajo”. La realidad es bien distinta, el sistema “peer review” es un coladero de resultados no reproducibles y hasta fraude. Son muchos los motivos, por razones estructurales: el 20 % de los investigadores revisan hasta el 90 % de los artículos en biomedicina. Esas revisiones no están ni reconocidas curricularmente ni pagadas. Tal como me dicen los investigadores principales en mi entorno, es imposible hacerlo bien. Por razones políticas: tener autores de renombre en el artículo y sobre todo el teléfono del editor. Por razones ideológicas: además del número de teléfono hay que tener las agallas para descolgarlo y presionar al editor (convencerlo, sic) de la relevancia de tu manuscrito. ¡Ay el investigador que me diga que esto no es cierto! Hay hostias por cenar con los editores en los congresos.

Así, los nobeles, los que mejor publican son hombres con un perfil muy ambicioso. Otro motivo es el sesgo de los revisores hacia autores de renombre. Los que trabajen en un laboratorio me van a decir que nunca han oído ningún comentario (racista al fin) sobre los científicos chinos y que eso no afecta a la imparcialidad en las revisiones.

En el momento que un escéptico se apoya en la revisión por pares para defender el sistema científico está basándose en una creencia sin fundamento, sin base empírica.

Otra cosa es que este sistema peer siga siendo necesario.



Explotación y corrupción.






En esta encuesta hecha por Nature, se puede ver que más del 90% de los lectores que hicieron la encuesta (13 mil), se supone que científicos, trabajan más de 40 horas a la semana, habiendo un 38% que trabaja más de 60.

Miles de investigadores compiten internacionalmente por una plaza de investigador principal, o un grant cada vez más difícil de conseguir. En esta competencia salvaje, ¿quién sale perdiendo? Sobre todo las mujeres investigadoras y la ciencia.

En Estados Unidos, en laboratorios con muchos recursos, se da a menudo una situación escandalosa. El jefe de grupo le da el mismo proyecto a dos postdocs, y solo se llevará el mérito (autoría) el que primero termine. No creo que haga falta explicar cuáles son las consecuencias sobre el resultado de esa investigación. Sin hablar del postdoc “perdedor”.

Escándalos por fraude saltan por todas partes en las universidades más prestigiosas. Cientos de artículos se retractan semanalmente, muchos de ellos después de haber incluso sentado precedente en el campo. Aquí no vale decir “el sistema funciona”.

En nuestro país el caso de Sonia Melo y su supervisor Manel Esteller o el de Susana González claman al cielo. Después de tener que retractar un artículo y de quitarle a ella un proyecto europeo, Melo tiene plaza en Portugal y Susana González, a la que no le han quitado la ERC, tiene plaza en el CBMSO, y es que más de un milloncejo es muy suculento. Parece que la corrupción en ciencia se paga, pero con premios y proyectos. El supervisor de tesis de Melo, Manel Esteller recibió el Premio nacional de investigación de Cataluña, o la medalla de honor del parlament de Catalunya. ¿Por qué lo llamo corrupción? ¿Qué es si no la malversación de fondos públicos sino corrupción?

Y se preguntarán, ¿qué tiene que ver esto con el escepticismo? Cuando se falsean datos de publicaciones, se genera un conocimiento falso, no basado en la evidencia sino en el photoshop. ¿Dónde están la comunidad escéptica criticando esta pseudociencia que viene de las entrañas de un sistema machista, explotador y corrupto? ¿Dónde están los científicos que en privado se lamentan de que la explotación y la competitividad salvaje internacional lleva a una carrera de publicaciones que fomenta como poco las malas prácticas si no la corrupción?

Por suerte tenemos herramientas como PubPeer y a periodistas como Leonid Schneider que desde un posición pro-científica, ayudan a desenmascarar a estos farsantes.



Conclusión


Las malas prácticas que he relatado hacen mucho daño a la ciencia y a la sociedad. Parte de esta reniega de la primera cuando se enteran de escándalos y además son insultados por aquellos defensores de la ciencia por intentar encontrar esperanza en creencias religiosas como la homeopatía.

Es nuestra obligación como científicos y divulgadores ser radicalmente críticos, integralmente críticos si no les gusta lo de radical. Hay que abandonar el doble rasero y criticar por igual las prácticas alejadas de la razón vengan de donde vengan.

PD1. Como se habrán dado cuenta no he hablado nada de biomedicina, siendo mi especialidad, pensé que se merecía un artículo aparte para que este no se alargara más, y así será.

PD2.






Mientras escribía esto ha surgido esta conversación en Twitter. Ante la insinuación en el artículo de que las sustancias utilizadas en alimentación están aprobadas porque no se ha demostrado que sean perjudiciales, lo cual sería la inversión del principio de precaución, yo pregunto qué pasa cuando los intereses comerciales son tan grandes (como en este caso de los plásticos alimentarios) que aunque haya evidencias de su peligrosidad no se prohíben. A eso se me responde que estoy sesgado, y por tanto no puedo ser “buen divulgador”, y que son “cuestiones políticas” y claro, los científicos no se meten en política.






Referencias utilizadas no organizadas particularmente











Libros


  • No está en los genes de Lewontin.
  • El autoritarismo científico de Javier Peteiro Cartelle.


Me disculpen los autores si he plagiado.


[1] Extraído del libro “El autoritarismo científico” de Javier Peteiro.




¿Quo vadis, Psiquiatría? (artículo en Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría nº 132, Dossier Postpsiquiatría)

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Acaba de salir el número 132 de la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, en el que tuvimos el honor de participar como editores invitados del habitual Dossier, dedicado en esta ocasión a la Postpsiquiatría. Para llevar a cabo esta tarea, contamos con la desinteresada colaboración de grandes profesionales y compañeros. Ellos y ellas han escrito magníficos trabajos que pueden leer en dicho número (aquí) y que iremos recogiendo puntualmente en futuras entradas. Por desgracia, la publicación de uno de los artículos que debía formar parte del Dossier fue desestimada por la Dirección de la Revista, en contra de nuestra opinión como editores de dicho Dossier y revisores de sus artículos. Sin duda dicho trabajo verá la luz en otra publicación porque lo merece sobradamente y también lo traeremos a nuestro blog.

Este Dossier sobre la Postpsiquiatría se inicia con un breve artículo introductorio escrito por nosotros, que recogemos íntegro a continuación. Esperamos que lo juzguen interesante.



¿Quo vadis, Psiquiatría?

Jose G.-Valdecasas Campelo y Amaia Vispe Astola


Dossier “Postpsiquiatría”. Artículo introductorio.


Resumen: En este artículo llevamos a cabo una cierta introducción a la cuestión de lo que se ha dado en llamar “postpsiquiatría”. Desde el artículo fundacional de Bracken y Thomas en 2001 hasta nuestros días y con la perspectiva de los más de 15 años transcurridos, intentamos analizar diversos aspectos de este movimiento plural, así como las reacciones que se han producido en contra del mismo y sus posibles devenires futuros, planteando cuál es nuestra posición personal en el debate acerca de qué tipo de psiquiatría queremos tener y cómo contribuir en encaminarnos hacia ese objetivo.

Abstract: In this article we make a certain introduction to the question of what has been called "postpsychiatry”. From the foundational article by Bracken and Thomas in 2001 to the present and with the perspective of more than 15 years elapsed, we try to analyze various aspects of this plural movement, as well as the reactions that have occurred against it and its possible future destinations, posing our personal position in the debate about what kind of psychiatry we want to have and how to contribute towards that goal.

Palabras clave: postpsiquiatría, psiquiatría, antipsiquiatría, psiquiatría crítica.

Key words: postpsychiatry, psychiatry, antipsychiatry, critical psychiatry.





Como podemos leer en la nunca bastante valorada Wikipedia, de acuerdo a los “Hechos de Pedro”, uno de los primeros libros apócrifos acerca de los hechos de los apóstoles, en el año 64 de nuestra era el emperador romano Nerón comenzó una persecución contra los cristianos que llevó a San Pedro a huir de Roma por la Vía Apia. En el camino, Pedro se encontró (¿tuvo una alucinación visual compleja?, ¿relató luego un recuerdo delirante?; ah, la psiquiatría siempre tan aburrida…) con Jesucristo, que iba cargando con una cruz.

Pedro preguntó: “Quo vadis, Domine” (“¿adónde vas, Señor?”), a lo que la visión le respondió: “Romam vado iterum crucifigi” (“voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo”). Ante esto, San Pedro, avergonzado, vuelve a Roma para continuar sus predicaciones siendo finalmente martirizado y crucificado cabeza abajo. En el lugar de su muerte, según la tradición, se levanta hoy la Basílica de San Pedro de la Ciudad del Vaticano y Roma es el centro absoluto de la cristiandad.

Esta leyenda tiene, evidentemente, un mensaje. Hay momentos en la vida de un ser humano y en la Historia de una sociedad, en que se plantea una cierta elección, un cruce de caminos se abre y es necesario elegir: volver a Roma o huir lejos. Sin duda, la elección es más evidente cuando afecta a una única persona o, al menos, sus efectos lo son: huir te lleva a salvar la vida y volver te lleva al martirio (y de paso a fundar el Cristianismo y la Iglesia Romana, otra cosa es que eso te compense el sacrificio o no). Naturalmente, en el momento de elegir no puede uno conocer las consecuencias exactas de tal elección, pero sin duda deben ser asumidas como propias: Pedro conocía el riesgo pero no quiso abandonar su misión. Por otra parte, cuando es una determinada sociedad la que se encuentra en la encrucijada, no elige como un solo individuo, sino que el camino por el que se transitará dependerá de elecciones individuales de sus miembros y de la capacidad de generar con ellas un movimiento popular que las trascienda.

Creemos que la psiquiatría se encuentra en un momento tal, en un cruce de caminos en el que se juega no tanto su existencia sino de qué manera va a existir en las próximas décadas. La psiquiatría, como dispositivo de control social de la locura (o, más recientemente, del malestar) y como disciplina de estudio de la conducta humana considerada anormal, no puede no existir en una sociedad dada o, al menos, no en las sociedades que hemos conocido hasta ahora. Sin embargo, qué tipo de psiquiatría funcione, cómo se manejen esos fenómenos o cómo se estudien esas conductas, está sujeto a discusión y puede ser cambiado.

La encrucijada en que se encuentra la psiquiatría actualmente, planteamos, no es del todo nueva. Ya ha habido elecciones previas entre psiquiatría psicoanalítica y psiquiatría biológica, entre psiquiatría oficial y antipsiquiatría, etc., pero nos detendremos en la que nos atañe. La psiquiatría actual sigue un modelo que ha dado en llamarse biologicista (o más adecuadamente y como no nos cansamos de denunciar (1), biocomercial), con el que casan más o menos bien modelos psicológicos cognitivo-conductuales y algunas otras variedades. A partir de los años 80 del siglo pasado, coincidiendo con la aparición del DSM-III de la APA y de los nuevos, caros y falsamente publicitados como inocuos antidepresivos ISRS, devino hegemónica esta psiquiatría biologicista, que pone todo el acento en lo somático, en busca de causas que no terminan de aparecer y en base a tratamientos cada vez más caros de eficacias escasas y riesgos no despreciables. Esta psiquiatría biologicista hegemónica recibía, hasta comienzos del siglo XXI, críticas por parte de orientaciones psicoanalíticas o sistémicas, sin mayor repercusión. Es en 2001 cuando Bracken y Thomas (2) publican en el British Medical Journalel que hemos considerado artículo fundacional de la postpsiquiatría, titulado en castellano (3) precisamente: “Postpsiquiatría: un nuevo rumbo para la salud mental”.

Este artículo, en cierto sentido, dio un pistoletazo de salida para lo que vino después. No tanto como iniciador de un movimiento que es tremendamente variado y diverso sino más bien como síntoma de algo que empezaba: un cuestionamiento cada vez mayor a la teoría y práctica psiquiátrica oficial no solo desde los márgenes de la disciplina o desde paradigmas enemigos, sino por parte de profesionales respetables, que escribían en revistas aún más respetables y que se alineaban dentro de los parámetros del método científico y la medicina basada en la evidencia, como quedo patente en un articulo posterior (4) firmado por los mismos Bracken y Thomas junto a otros veintisiete autores, entre los que se encontraban los más que conocidos Sami Timimi o Joanna Moncrieff. En este segundo trabajo, publicado en 2012 en el British Journal of Psychiatry, ya no se hace mención expresa al término “postpsiquiatría”, pero se profundiza en ese camino: un cuestionamiento directo a lo que se denomina el “paradigma tecnológico” en la psiquiatría actual, con amplia referencia a múltiples estudios que atacan las creencias previamente establecidas (y fomentadas por la perversa connivencia entre la industria farmacéutica y los profesionales sanitarios) sobre eficacias y seguridades de los psicofármacos o el electroshock, dejando constancia de que muchas veces dichas eficacias y seguridades no son tan positivas como hemos dejado que nos contaran durante mucho tiempo.

Este corriente, esta postpsiquiatría, parte de una determinada y explícita posición filosófica, anclada en la postmodernidad y defensora de un punto de vista narrativo y sin duda social. Un enfoque que, sin renunciar ni un ápice a la ciencia y su método, pretende rescatar el valor de la palabra y el discurso, pero no solo el de los profesionales, sino el de los pacientes, usuarios, ex-usuarios, sufridores o supervivientes de la psiquiatría (o como quieran llamarse cada uno, por delante de como queremos llamarles nosotros). En estos trabajos se hace referencia a los movimientos de escuchadores de voces, que tanto se han extendido en estos años, y a la necesidad ineludible de que los derechos de los pacientes y su visión de lo que les ocurre sean respetados y validados.

Desconocemos si Bracken y Thomas, o sus colegas, crearon realmente el término de “postpsiquiatría” o a su vez lo descubrieron en algún otro trabajo. No tiene mayor importancia. En cualquier caso, lo popularizaron y fueron la punta de lanza de lo que había de venir. ¿Y qué fue lo que vino después, desde la aún escasa perspectiva que dan los más de quince años transcurridos? El artículo original planteaba, o así creímos entenderlo nosotros, una idea interesante: frente a la psiquiatría oficial existente y hegemónica (aún hegemónica quince años después, debemos señalar) se había erigido en su contra la llamada antipsiquiatría. Bracken y Thomas señalaban con acierto los problemas de ambos enfoques maximalistas y situaban a la postpsiquiatría como posible síntesis superadora:


La postpsiquiatría intenta avanzar más allá del conflicto entre psiquiatría y antipsiquiatría. La antipsiquiatría defendía que la psiquiatría era represiva y se basaba en una ideología médica errónea; sus defensores querían liberar a los pacientes de sus grilletes. Por otra parte, la psiquiatría acusaba a sus oponentes de estar mediatizados por su ideología. Ambos grupos coincidían en la suposición de que había un modo correcto de entender la locura, y que podría encontrarse la verdad acerca de la locura y el sufrimiento. La postpsiquiatría enfoca el asunto de otra manera. No pretende proponer nuevas teorías acerca de la locura, pero abre espacios en los que otras perspectivas, previamente rechazadas, pueden contemplarse. Y como punto crucial defiende que la voz de los usuarios y los supervivientes debe ser la principal”.


Georg Wilhelm Friedrich Hegel fue un filósofo alemán que vivió entre el siglo XVIII y el XIX, de extraordinaria importancia en la historia del pensamiento occidental y de enorme influencia en diferentes corrientes posteriores. Hegel construyó el que para muchos fue el último gran sistema filosófico capaz de explicarlo todo. Y, en el caso del idealismo hegeliano, “todo” significaba realmente “todo”. La historia de la humanidad, el desarrollo del universo, el devenir del espíritu, todo se desplegaba ordenadamente siguiendo un camino ineludible hacia la perfección. Este despliegue funcionaba en base a enfrentamientos entre polos opuestos, llamados tesis y antítesis, de los que surgía una estadío posterior y superior, una síntesis, capaz de aunar lo mejor de las dos posiciones previas enfrentadas. El progreso se convertía en algo inevitable y cualquier aparente fracaso, cualquier mal, resultaba ser solo el paso necesario para llegar a una mayor perfección.

Desde nuestro punto de vista, el planteamiento de Bracken y Thomas de la postpsiquiatría como síntesis superadora de psiquiatría y antipsiquiatría es deudor de un punto de vista hegeliano, optimista por naturaleza, que ve el triunfo del progreso como algo no ya posible o probable, sino directamente inevitable (en nuestro caso, el dejar atrás psiquiatría y antipsiquiatría para alumbrar una postpsiquiatría que supere los defectos de ambas y se convierta en un verdadero instrumento de ayuda para la gente con problemas de salud mental, sea eso lo que sea).

Y durante años, compartimos este optimismo hegeliano. Cada vez más signos  a nuestro alrededor nos indicaban el avance de los tiempos, nos hacían creer en un zeitgeist liberador que superara todos los males de la psiquiatría actual: el paternalismo hacia las personas que atendíamos, la medicalización y psiquiatrización de cualquier malestar, la corrupción por parte de los intereses económicos de la industria farmacéutica… Todo ello estaba próximo a su fin. Pensábamos que el hecho de cada vez más voces de profesionales -Moncrieff (5), Ortiz (6), Desviat (7), Read (8), Bentall (9), Gøtzsche (10), Goldacre (11), De la Mata (12), nosotros mismos (13)…-, de usuarios o supervivientes de la psiquiatría -Fernando Alonso (14), Juan M.R. (15), Joan García (16)…-, o gente de otros ámbitos, como el periodismo -Whitaker (17), Lane (18)- o la antropología -Correa-Urquiza (19)-, harían inevitable que no solo profesionales o pacientes sino la misma opinión pública, se alzará pidiendo -no, ¡exigiendo!- un cambio en la psiquiatría, una postpsiquiatría. Un poco a la manera como Sócrates defendía que el ser humano, al ser confrontado con el bien, con lo correcto, no podía evitar seguirlo, sin duda alguna. Un camino que, por desgracia, le llevó directo a la cicuta. Nosotros no hemos acabado ahí, desde luego, pero no hemos visto cumplido nuestro sueño, hemos perdido nuestro optimismo. Ya dijo Sartre que el ser humano interpreta el signo como prefiere. Y nosotros caímos en esa interpretación que no se ha demostrado correcta.

En los más de quince años transcurridos, es cierto que han pasado muchos casos y muchas cosas. Sin duda se ha avanzado. Es hoy objeto de debate en varios parlamentos autonómicos la cuestión de las sujeciones físicas a personas con problemas de salud mental, exigiéndose auditorías y protocolos que delimiten y, sería la meta última, ignoramos si alcanzable, prohíban esa práctica. Cada vez más profesionales son conscientes de la no inocuidad de los psicofármacos que prescribimos y se preocupan por los potenciales efectos secundarios graves sobre todo a largo plazo que pueden aparecer. Ya no es en absoluto raro ver en congresos y jornadas de salud mental a personas diagnosticadas como voces en primera persona que desde las mesas de ponentes o desde el público hacen valer su voz, su experiencia, su sufrimiento y su opinión, en terrenos antes totalmente vedados. También va aumentando la aparición de eventos formativos que son realizados con independencia de la industria farmacéutica, tanto en salud mental -y aquí hay que hacer mención a la decisión que la Asociación Española de Neuropsiquiatríaviene tomando en esta dirección- como en otras especialidades y disciplinas. Les aseguro que cuando empezamos nuestra vida profesional, hace unos veinte años, cualquier cuestión de las arriba mencionadas era casi impensable. Por poner un último ejemplo, que creemos de especial interés, hace un tiempo se planteó un pequeño debate en una red social acerca de un artículo (20) titulado: “¿Hay lugar para el consentimiento informado en los tratamientos de las personas con psicosis? Una reflexión sobre el tratamiento de las psicosis”. El asunto no es baladí: una larga tradición en psiquiatría, aún mucho más vigente de lo que debería, defiende que el paciente debe hacer lo que se le diga “por su bien” y que no ha lugar a que pueda negarse a un determinado tratamiento farmacológico o de otro tipo. Un ex-usuario de la psiquiatría dijo que el hecho de que se planteara tal título como una pregunta era -no recuerdo el término exacto que empleó- ofensivo e inaceptable. Lo que muestra al mismo tiempo cuánto hemos avanzado y cuánto nos falta aún.

Cuando reflexionamos sobre estos avances, parece sencillo caer en la ilusión del progreso, de la inevitabilidad de esa postpsiquiatría que acabará con paternalismos, iatrogenias y corrupciones diversas. Sin embargo, como ya dijo Newton en su tercera ley, a cada acción siempre se opone una reacción igual pero de sentido contrario. Y eso ha ocurrido también en nuestro asunto. Cada vez son más frecuentes declaraciones y artículos de supuestos expertos cuestionando las críticas que desde distintos ámbitos se realizan a los riesgos del uso de antipsicóticos a largo plazo, o pretendiendo restar credibilidad a la voz de profesionales críticos (ya sea por no ser médicos, o por no ser psiquiatras o por…), o negando voz y voto a personas diagnosticadas que intentan hacer valer sus razones, bajo el argumento de que son “falsos positivos” (argumento genial: si cuestionas la psiquiatría en un foro público, es que no eras un auténtico paciente, si lo haces en uno privado, es que no tienes conciencia de enfermedad; la psiquiatría, como de costumbre, amaña las cartas para no perder nunca), etc., etc.

Y el caso es que el sistema psiquiátrico-industrial, lo que solemos llamar la psiquiatría biocomercial, es un entramado de intereses económicos y profesionales que tal vez llegue a ser invencible. La industria farmacéutica marca a la psiquiatría, sin excesivas resistencias por parte de esta, en lo referente a la hiperinflación de categorías diagnósticas, a la extraordinaria psiquiatrización de condiciones y malestares cuyo origen es la propia vida (o, cada vez con más frecuencia, los condicionantes sociales: desigualdad, paro, precariedad, pobreza…), al dominio absoluto sobre la investigación psiquiátrica y la más que relativa innovación farmacológica, desarrollando un marketing sobre la población (no se pueden anunciar fármacos de prescripción facultativa, pero sí enfermedades), sobre asociaciones profesionales o de familiares y usuarios y, por supuesto, sobre profesionales en su inmensa mayoría encantados de ser invitados a comer o a viajar por empresas cargadas de multas por comportamientos poco éticos o directamente criminales (21). Y el sistema psiquiátrico actual, contra el que pretendió alzarse la postpsiquiatría intentando rescatar todo lo positivo y acabar con lo negativo, colabora con los manejos de dicha industria y persiste negligentemente en sus vicios y errores: paternalismo desaforado hacia los pacientes, que muchas veces no son tratados como adultos con sus derechos sino como ciudadanos de segunda; medicalización de todo lo que pasa por la puerta de la consulta, sin saber redirigir lo que con frecuencia son problemáticas sociales al ámbito social donde puedan ser susceptibles de solución, en vez de enfocarlas en un ámbito individual donde no harán otra cosa que cronificarse, etc., etc.

Y este es un aspecto a destacar: parte de las críticas que hace la postpsiquiatría, o al menos algunos de los autores que con ella nos identificamos, se centra en que la psiquiatría está desempeñando una función de control social, situando y manteniendo como malestares individuales lo que son problemáticas sociales que deberían abordarse de forma colectiva. Aquí hay puntos de coincidencia claros entre la postpsiquiatría y fenómenos de crítica social y política que recorren Europa en los últimos años. Fenómenos de crítica al neoliberalismo imperante (22) y que apuntan a una conclusión evidente: no podrá haber un auténtico cambio en la psiquiatría si no hay simultáneamente un cambio más amplio en la sociedad. Un cambio que traiga un empoderamiento de la gente, una mayor democratización, que no se limite al hecho de votar de vez en cuando un representante u otro, un mejor reparto de la riqueza que disminuya la desigualdad existente, un enfoque de las políticas en las necesidades de las personas: pensiones, sueldos, becas, educación, sanidad, dependencia… y no en las necesidades de grandes empresas multinacionales o conglomerados bancarios de enormes beneficios privados y pérdidas adecuadamente socializadas de forma pública… Un cambio, yendo a lo concreto, que por ejemplo suponga la creación de una industria farmacéutica pública transnacional, que permita disponer de fármacos a precios razonables y que investigue en novedades que supongan una diferencia, más allá de cambios cosméticos en una molécula ya conocida para prolongar los beneficios de la patente. Un cambio que traiga una legislación que haga públicos todos los datos disponibles de los ensayos clínicos, hoy ocultos porque su revelación no conviene a los intereses comerciales de las empresas farmacéuticas que los han llevado a cabo. Un cambio que haga cumplir la ley en cuanto a autonomía del paciente y a su respeto como ciudadano con derechos y responsabilidades.

Karl Marx fue en cierto sentido un heredero de Hegel que siguió sus propios derroteros y del que suponemos han oído hablar. Marx analizó los condicionantes económicos de la sociedad, que consideró infraestructurales, más acá de superestructuras ideológicas o culturales. Para lo que nos ocupa, queremos señalar que también cayó en un cierto determinismo optimista: el capitalismo tenía insertas sus propias contradicciones y estas, inevitablemente, traerían a la larga el triunfo del comunismo. Por supuesto, pensadores marxistas posteriores han reelaborado estos planteamientos, pero creemos importante señalar la misma idea que antes: no llegará ese cambio, ya sea en la psiquiatría o en la misma sociedad, de forma inevitable. La lucha de clases no parece encaminada a su final con el triunfo de la clase trabajadora. El capital ha triunfado haciéndonos creer que la lucha de clases no existe. Y así nos va.

Y ante tanto pesimismo, ¿qué hacer? Pues como diría Horkheimer, por ejemplo, seguir luchando. Luchar aunque todo esté perdido y aunque no haya paraíso al final del camino. Luchar por todas las víctimas de la Historia, por todos los hombres y mujeres que lo hicieron antes que nosotros intentando convertir el mundo en un lugar mejor… Como nos gusta decir, luchar sin miedo y, si es preciso, sin esperanza.

No pensar que el triunfo es inevitable porque, desde luego, no es así. Pero tampoco pensar que es imposible. Existió la esclavitud y, en un momento dado, fue abolida. Hubo reyes absolutos en Francia y zares en Rusia y hoy no están. Morían niños en todas las familias por enfermedades terribles y hoy, al menos en nuestro rico occidente, raramente ocurre. Había democracias que, a pesar de llamarse así, condenaban a la mitad de la población, a las mujeres, a no tener los mismos derechos ni siquiera sobre el papel o a no votar, y hoy algo se ha avanzado. Y todo se logró porque determinadas personas pensaron que las cosas podían cambiar. Y lucharon por ello. Y lo consiguieron.

La postpsiquiatría es un intento de mejorar las cosas. Un intento de desarrollar una psiquiatría más útil para las personas que atiende y para la sociedad en la que funciona y, ante todo, menos dañina para todos. Señalaremos que la trinchera postpsiquiátrica está llena de opiniones y corrientes diversas, muchas veces enfrentadas a su vez, y la nuestra es solo una opinión más entre otras, sin pretender erigirnos en portavoces de nadie que no seamos nosotros mismos. El fin de nuestro optimismo originario y cierto presentimiento de derrota en el aire no resta un ápice a nuestra responsabilidad individual. A la de cada uno de nosotros.

Y, en el camino, ante la pregunta: ¿quo vadis?, responderemos siempre: a seguir luchando. Seguimos pensando que no vale mirar para otro lado ni huir a las montañas.




Bibliografía

1.- G.-Valdecasas J, Vispe A. Mercaderes en el Templo: hegemonía del paradigma bio-comercial en Psiquiatría. Rev Asoc Esp Neuropsiq 2011, 110: 321-341.

2.- Bracken P, Thomas P. Postpsychiatry: a new direction for mental health. BMJ 2001, 322 (7288): 724-727.

3.- Bracken P, Thomas P. Postpsiquiatría: un nuevo rumbo para la salud mental [traducción de Pilar Juliá Calvo y Marta Carmona Osorio del artículo original: Postpsychiatry: a new direction for mental health. BMJ, 322 (7288): 724-727]. Boletín de la Asociación Madrileña de Salud Mental 2013, 35: 39-44.

4.- Bracken P, Thomas P, Timimi S, Asen E, Behr G, Beuster C, et al. Psychiatry beyond the current paradigm. Br J Psychiatry 2012, 201 (6): 430-434.

5.- Moncrieff J. Hablando claro: una introducción a los fármacos psiquiátricos. Barcelona: Herder Editorial, 2013.

6.- Ortiz A. Hacia una psiquiatría crítica. Madrid: Editorial Grupo 5, 2013.

7.- Desviat M. Cohabitar la diferencia. Madrid: Editorial Grupo 5, 2016.

8.- Geekie J, Read J. El sentido de la locura. Barcelona: Herder Editorial, 2012.

9.- Bentall R. Medicalizar la mente. Barcelona: Herder Editorial, 2011.

10.- Gøtzsche P. Psicofármacos que matan y denegación organizada. Barcelona: Los Libros Del Lince, 2016.

11.- Goldacre B. Mala Farma. Barcelona: Paidós Ibérica, 2013.

12.- Múzquiz A, de la Mata I. Modelos explicativos de la acción de los psicofármacos y sus implicaciones en la práctica psiquiátrica. En: Desviat M, Moreno A, editores. Acciones de salud mental en la comunidad. Madrid: Estudios AEN, 2012.

13.- Vispe A, G.-Valdecasas J. Postpsiquiatría [en prensa]. Madrid: Editorial Grupo 5.

14.- Alonso F. Se necesita otro pensar. Y se necesita ya. postPsiquiatría [blog] 2015. Disponible en: http://postpsiquiatria.blogspot.com.es/2015/04/se-necesita-otro-pensar-y-se-necesita.html

15.- MR J. Psicosis: un nuevo modelo. postPsiquiatría [blog] 2016. Disponible en: http://postpsiquiatria.blogspot.com.es/2016/04/psicosis-un-nuevo-modelo-juan-mr.html

16.- García J. Humanos, salud, derechos. El rincón de las palabras [blog] 2010.  Disponible en: http://elhilodelamadeja.blogspot.com.es/2010/10/humanos-salud-derechos.html

17.- Whitaker R. Anatomía de una epidemia. Madrid: Capitán Swing, 2015.

18.- Lane C. La timidez. Granada: Zimerman Ediciones, 2011.

19.- Correa-Urquiza M. Radio Nikosia: la rebelión de los saberes profanos. Madrid: Editorial Grupo 5, 2015.

20.- Valverde MA, Inchauspe JA. ¿Hay lugar para el consentimiento informado en los tratamientos de las personas con psicosis? Una reflexión sobre el tratamiento de las psicosis. Rev Bioética y Derecho 2014, 30: 40-65.

21.- Silva LC. La industria farmacéutica y los obstáculos para el flujo oportuno de información: consecuencias para la salud pública. Rev Cubana Salud Pública 2011; 37 (Suppl 5): 631-643.

22.- De la Mata I.  Salud mental y neoliberalismo. En: Maestro A, González Duro E, Rendueles G, Fernández Liria A, De la Mata I. Salud mental y capitalismo. Madrid: Cisma Editorial, 2017.



"Viaje con nosotras... (destino postpsiquiatría, billete solo de ida)" (artículo en Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría nº 132, Dossier Postpsiquiatría)

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Continuamos con la recopilación de artículos incluidos en el Dossier Postpsiquiatría de la Revista de la AEN nº 132, que ya iniciamos en la entrada previa. Tenemos hoy un trabajo escrito por cinco enfermeras de salud mental, la mayoría de las cuales desempeñan su excelente labor en el equipo asertivo comunitario de Tenerife. Son Amaia Vispe Astola, Dácil Rodríguez González, Yaiza Gordillo Díaz, Marlene Socas Socas, e Isabel Delgado MorenoDesarrollan esta labor de atención y cuidado orientadas siempre a la recuperación de las personas y desde un planteamiento que prioriza el respeto a su autonomía.

Incluimos íntegramente su artículo, que consideramos del mayor interés:




Viaje con nosotras... (destino postpsiquiatría, billete solo de ida)


Resumen: Nosotras somos enfermeras con muchos años de experiencia trabajando en psiquiatría. Durante todos estos años, partiendo desde el modelo biologicista habitual en el que nos formamos, hemos estado en busca de un modelo de trabajo que se corresponda con nuestros valores y creencias y, sobre todo, que sea verdaderamente útil para las personas con las que trabajamos. El presente artículo cuenta nuestro viaje en busca de ese modelo de trabajo, partiendo del Panóptico foucaltiano, el construccionismo social, la narrativa y otras influencias como la terapia breve y la indagación apreciativa, definiendo nuestra posición postpsiquiátrica. Planteamos también desafíos en nuestras miradas posmodernas para nuestro trabajo cotidiano. Sabemos que no es un modelo teórico completo y tampoco pretendemos que lo sea. Contamos nuestro camino y lo compartimos para quien pudiera serle útil.


Abstract: We are nurses with many years of experience working in psychiatry. During all these years, starting from the usual biological model in which we form, we have been in search of a model of work that corresponds to our values and beliefs and, above all, that is truly useful for the people whit whom we work. The present article tells of our journey in search of this model of work, starting with the Foucaltian Panopticon, social constructionism, narrative and other influences such as brief therapy and appreciative inquiry, defining outer post psychiatric position. We also pose challenges in our postmodern views for our daily work. We know that it is not a complete theoretical model and we do not pretend that it is. We count our way and share it for whoever might be of use to it.


Palabras clave: enfermería, postpsiquiatría, narrativa, paradigmas, posmodernidad


Key words: nursing, postpsychiatry, narrative, paradigms, postmodernity



Introducción

Por un mundo en que seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres
Blanca Botello citando a Rosa Luxemburgo, vía Javier Padilla.


Nosotras entendemos la pospsiquiatría como un viaje, como un viaje donde hemos dejado de lado una serie de certezas para viajar más ligeras. Un viaje muy enriquecedor para nuestro trabajo. No podemos entender la postpsiquiatría sin la práctica clínica diaria. Y no podemos entender la práctica diaria sin un posicionamiento filosófico que nos muestre un mapa por donde caminar, intentando unir el mapa con el territorio (1), intentando que nuestra práctica diaria case con nuestro modelo. Sabiendo que el sol no brilla solo sobre nuestra historia, sobre nuestro modelo, creemos necesario delimitar ese mapa.

Nosotras somos enfermeras y trabajamos para acompañar a personas que en algún momento de su vida han podido escuchar voces, voces impactantes y descalificadoras, voces irrespetuosas que hablan con autoridad y con pretensión de verdad de la vida de estas personas (2), incluso acompañamos a personas que puede que, el resto de su vida, estén sujetos a esas voces; trabajamos para personas que sienten que les persiguen y que están convencidos de que algo malo les va a pasar al salir de su casa; también trabajamos para personas que creen que los vecinos los insultan y que la envidia de los demás hace que ellos no puedan destacar en sus vida; acompañamos a aquellas que piensan que tiene un chip en su cuerpo y que a través de ese chip pueden comunicar información al gobierno; trabajamos para personas que sufren porque no entienden la sociedad que les rodea; también para aquellas que pasan unos días muy tristes muy tristes y otros días son capaces de comerse el mundo. Este acompañamiento camina en el territorio de lo cotidiano, haciendo equilibrios en la cuerda floja que separa cuidado y control (3).

Como Fernando Colina (4) nos explica, y nosotras lo entendemos como lo que es, un intento de explicación y no de verdad, cómo las personas enferman para poder contar su verdad y esa verdad, ese delirio, solo es un intento de poner a salvo un secreto. Siguiendo a Colina, llamamos psicótico aquien no puede mentir, a quien no logra establecer una diferencia clara entre su pensamiento íntimo y su discurso articulado. El tener que volverse opaco para poder forjar la intimidad no es una tarea fácil en la vida de todos nosotros, requiere un esfuerzo de maduración cuyo primer paso sería precisamente conquistar la facultad de mentir, es decir, la posibilidad de guardarse para sí lo que se piensa y sustituirlo por un contenido distinto. Así, la trasparencia es el peor de los tormentos. Como señala Colina, la locura vuelve a la persona transparente por exceso de sinceridad, cuando no es posible desdoblar la posición entre lo que se dice y lo que se piensa, enloquecemos y sentimos que los demás circulan por nuestro interior: creemos que vigilan nuestros pensamientos, gobiernan nuestros deseos, sustraen nuestras ideas e implantan receptores en el cuerpo para sus malvados planes.

Nosotras queremos convertirnos en puertos seguros, intentamos crear hogares donde su locura forme parte de su vida y puedan vivir con dignidad, guardando esos secretos tan transparentes para ellos.


Modernidad y Kuhn

Nosotras somos hijas de la modernidad, hijas de la tradición filosófica de la Europa occidental donde nuestros discursos se han considerado superiores a los otros discursos (5), somos hijas del modelo más biologicista. Se nos ha adiestrado en vigilar los pródromos de una supuesta enfermedad, al estilo Sherlock Holmes (6). En este estilo el profesional, es decir, nosotras, necesitamos tener un conocimiento especializado, aptitudes de observación y la habilidad para perseguir la verdad con firmeza. Sherlock Holmes es en muchos sentidos el prototipo del hombre de ciencia moderno. Reúne todas las pruebas, los indicios y luego los interpreta lógicamente y llega por inferencias a la verdad. De esta manera nos enseñaron y aprendimos a diferenciar los síntomas negativos, los síntomas positivos; también sabíamos diferenciar los diferentes tipos de bipolaridad y éramos expertas en adiestrar a las personas en la adherencia al tratamiento y la conciencia de enfermedad. Nos formamos creyendo que había una verdad que podíamos descubrir en cada persona, considerábamos que existía una realidad objetiva en la que encontrar lo patológico. Donde nos situábamos como expertas en catalogar esta realidad como normal o anormal y empleábamos el diagnóstico como determinación de lo que no funcionaba, otorgando importancia al pasado de la persona como origen del problema. En nuestros comienzos, aprendimos a desplazar las historias y relatos de las personas por formas y saberes especializados en la disciplina profesional. Aprendimos a analizar los comportamientos en base a conocimientos altamente especializados. Esto nos brindaba un acceso privilegiado a la verdad, a la verdad objetiva de la vida de las personas. Y todo esto reforzaba cada día una poderosa exclusividad, donde nos sitúa a ellos por un lado y a nosotros por el otro. La demostración de estas competencia y de estos conocimientos franqueaba el ingreso a un mundo de oportunidades tanto laborales como económicas (2). Venimos de esos lugares donde una negativa a tomarse el tratamiento puede suponer atar a la persona a la cama con la "autoridad" de un conocimiento especializado (7).

Esta historia que les vamos a contar es una historia de cómo estas enfermeras modernas miraron más allá de la modernidad y comenzamos a abrazar preferencias teóricas de tipo constructivista-construccionista, narrativas, sistémica y centrada en soluciones. Miradas que nos ayudaron a cuestionarnos  la hegemonía de los conocimientos psiquiátricos y de los discursos patologizantes. Esta visión no nació adulta y no está acabada y, por supuesto, no es exclusivamente nuestra. Es el resultado de una amplia modificación de posturas previas, mediante la reflexión, la experiencia y el cambio a lo largo de un tiempo extenso (8). Nos gusta decir que no trabajamos como hace diez años y que estamos seguras que dentro de diez años no trabajaremos como lo hacemos ahora, despojadas de certezas y llenas de dudas.

Para comenzar por lo más abstracto en este crujir de nuestras ideas modernas, comenzaremos por mencionar a Kuhn (9). Él se opone a que la ciencia va a descubrir la verdad, considerando que esta no consiste en una acumulación continua de conocimientos sino en una serie de revoluciones muchas veces tensas e irracionales y que, por supuesto, la ciencia no es independiente de su entorno social. Nos habló que la ciencia pasaba por momentos de ciencia inmadura, ciencia normal y ciencia revolucionaria, y el paso de una a otra se basaba en criterios extra-lógicos como pueden ser la persuasión, la popularidad, los intereses económicos o profesionales.  La industria farmacéutica influye de forma clara en la elección del paradigma y dentro de su paradigma preferido, que es el biológico, influye en la clasificación de las enfermedades mentales y por supuesto en la medicalización de condiciones que no merecerían en ningún caso el apelativo de “enfermedades” (10). Comenzamos a leer cómo los paneles de expertos del DSM se reunían y en forma más de comedia de situación que de cónclave científicodecidían qué trastornos entraban y de qué manera lo hacían en una clasificación que luego los profesionales hemos seguido como si fuera la Biblia (y que, a pesar de definirse como texto científico, carece de cualquier tipo de referencia bibliográfica a sus fuentes). Se ha sabido que más de la mitad de los expertos del DSM-5 tienen conflictos de interés, algunos por elevadísimas cantidades de dinero, con los laboratorios que producen los fármacos indicados para cada categoría. Es por esto (2) que la "agudeza diagnostica", la capacidad de emitir un diagnóstico preciso y acertado, es altamente rentable y brinda acceso al poder institucional. Es prácticamente imposible que los profesionales de la salud mental se ganen la vida si no subordinan su trabajo a las clasificaciones del DSM en cualquiera de sus versiones. Al criticar el conocimiento experto, como el DSM, no estamos sugiriendo que estos conocimientos sean falsos y los conocimientos locales sean verdaderos. Tampoco sugerimos que los conocimientos expertos sean invenciones que solo sirven para disfrazar un tipo de poder y que los conocimientos locales son los conocimientos "auténticos" que se oponen al poder.  Lo que ocurre es que no estamos comprometidas con una verdad, no necesitamos luchar hasta el final para asegurar que nuestra visión prevalece sobre las demás, sino que consideramos que tenemos que mantener una actitud crítica y una invitación al diálogo y a una comprensión conjunta a diferentes realidades (11,12). Y lo que criticamos es que el conocimiento experto, en nuestro entorno y de manera hegemónica, establece una exclusividad respecto a lo que se puede denominar verdad de la vida de las personas.

Muchos discursos profesionales tienen una pretensión de verdad como ya hemos señalado. Nuestra visión posmoderna de nuestra práctica hace que entendamos los diferentes paradigmas como mapas con los que movernos por la realidad. Mapas que no tienen valor de verdad sino de utilidad.  Nosotras no rechazamos los modelos, sino que los empleamos en lo que puedan ser útiles, sin enamorarnos de ninguno y sin hacer encajar al paciente como sea en esas verdades absolutas.

Tomando como ejemplo el principio de incertidumbre de Heisenberg, sabemos apreciar que por el mero hecho de observar, alteramos lo que observamos. Somos conscientes de que por el hecho de trabajar para la Psiquiatría como institución, las personas a las que acompañamos nos trasmiten su realidad teñida de lenguaje psicopatológico y más allá de nosotras llega a otros elementos de la institución configurada como una determinada realidad. Así somos de alguna manera colaboradores en las descripciones que hacen las personas de sus vidas y sus realidades. Esto nos da esperanza en nuestro trabajo. "Esperanza que no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que algo tiene sentido sin importar el resultado final" (Alfred Cheney Johnston). Nuestro éxito depende de si somos capaces de leer el mundo que hay a nuestro alrededor y realizar un “diagnóstico” mejorado. Construir la realidad en la que vivimos a través de la elección de las palabras que utilizamos.


Panóptico y sus formas

Donde hay poder, hay resistencia
M. Foucault

Continuando con ideas y con autores que también han marcado nuestro recorrido profesional, nuestro viaje, queremos mencionar una idea muy interesante sobre el poder y el saber desarrollado por Foucault (13,14). Michel Foucault, que es otra de nuestras influencias en esta historia, intentó demostrar que las ideas básicas que la gente considera verdades permanentes sobre las personas y la sociedad cambian a lo largo de la Historia.

El Panóptico es una forma arquitectónica inventada por Jeremy Bentham en el siglo XVIII.  Lo propone como un modelo "ideal" para la organización o distribución de personas en el espacio, de forma tal que las convirtiera en "cuerpos dóciles". La consideraba ideal ya que aumentaría la eficacia de las personas a la vez que reduciría al mínimo los esfuerzos necesarios para supervisarlas.

Como forma arquitectónica, el Panóptico constituía un edificio circular con un patio en el centro. El edificio podía tener varios niveles, cada uno de ellos con la altura de una sola habitación. Cada nivel estaba dividido en espacios pequeños, en habitaciones, y cada habitación tenía una ventana trasera que dejaba entrar luz natural y una amplia apertura al patio central. No había ventanas laterales con lo cual las personas no podían tener contacto directo entre ellas. La torre central estaba situada de tal manera que las personas de las habitaciones no podían ver a los guardias. Las personas que se encontraban en esas habitaciones eran objeto de observación perpetua. De este modo, se sentían objeto de una mirada omnipresente. Este mecanismo de poder tenía el efecto de "incitar" a las personas a actuar como si estuviesen siendo observadas en todo momento.

Esto permitió que los individuos fueran "captados y fijados por escrito", y esto facilitó la confección de estadísticas y el establecimiento de normas, es decir, la construcción de conocimientos globales sobre personas particulares. Un gran ejemplo de desarrollo de conocimientos globales basados en conductas particulares lo tenemos en Emil Kraepelin , que fue el padre de los conceptos actuales de esquizofrenia (demencia precoz) y de trastorno bipolar (psicosis maníaco-depresiva), que desarrolló la parte inicial de su trabajo clasificatorio, base de las actuales nosologías psiquiátricas, en un manicomio en Estonia donde ni siquiera hablaba el idioma de los pacientes ya que él era alemán (15). En estas condiciones tan lamentables de observación, Kraepelin construye sus categorías que nosotros tomamos ahora como si fueran clases naturales, como si fueran reales.

El Panóptico proporciona una forma de control muy económico y eficaz y es semejante al poder institucional que se ejerce en los hospitales psiquiátricos: tanto en cuanto se utilizan "técnicas de dominación" que requieren de un "conocimiento experto", una vigilancia y el fomento de una subordinación interiorizada. Pero hay algo más a destacar, el gran encierro en los manicomios se produjo un par de siglos antes de que llegaran los médicos a los mismos. Estos encierros se realizaban sobre una mezcla heterogénea de locos, alcohólicos, criminales, adúlteras, demenciados o deficientes mentales y, mucho después, llegaron los médicos, los psiquiatras, desarrollando sus clasificaciones, sus árboles botánicos con las especies de la locura. Poco podría esperarse de una clasificación hecha a partir de semejante material de investigación.

Nosotras, al leer a Foucault hablar sobre el Panóptico, nos ayudó a conectar el poder/saber/control de una unidad de hospitalización psiquiátrica, donde todas habíamos trabajado previamente y nos hicimos esta reflexión:

Imaginemos por un momento lo que puede suponer para una persona un ingreso en una unidad de psiquiatría. Creo que ninguna de las personas que nos leen pondrían en duda que es una situación estresante, añadida a la que provoca la crisis en la persona, sobre todo en un primer ingreso y si este no se ha solicitado voluntariamente. Un espacio desconocido, cerrado, con personas desconocidas que, sin poder evitarlo, crean temor y desconfianza, con infinidad de normas, en muchas ocasiones sin poder recibir visitas ni llamadas de familiares o seres queridos, horarios y costumbres que nosotros hemos incorporado como necesarias, pero que la persona vive como impuestas, excesivas y muy diferentes a las de su casa. Todo esto sumado a los temores y prejuicios de ser considerado "enfermo mental", rodeado de otras personas en crisis y sin un rol específico que le facilite la adaptación, convierten a las unidades de psiquiatría en un entorno inquietante,  hostil y en ocasiones incomprensible para las personas.

Como enfermeras trabajando en una planta de psiquiatría nos adiestraron a tener en todo momento la imagen de la autoridad, guardar límites y llevar a rajatabla un listado infinito de normas y por supuesto, muy importante, comprobar que los pacientes se tomaran correctamente el tratamiento. Desgraciadamente, es en estos momentos cuando para la persona ingresada por una crisis, este ingreso se puede convertir en un elemento traumatizante y lo que más necesita es un ambiente terapéutico contenedor y constante que proporcione una experiencia de escucha y respeto a su malestar y desde donde ir recuperando sus aspectos más sanos.

Conseguir que las unidades de psiquiatría dejen de recordarnos a un Panóptico, a su esencia, y convertirlas en espacios de contener y otorgar significados a las experiencias de las personas, para posibilitar cambios más respetuosos sería, por tanto, una importante misión  que nos queda a los profesionales de enfermería.

En la actualidad el Panóptico ya no es tan evidente como podría serlo en las unidades de psiquiatría, sino que ha derivado a otras formas más sutiles de control, ya no es una forma arquitectónica, ahora es una idea que ha evolucionado en una nueva forma de control: la vigilancia piramidal (16). Como dice Pablo Alonso:

Esto sería la creación de una jerarquía que permitiera que, el que está por encima, supiera lo que está ocurriendo en todo aquello que controla, sin estar en contacto directo [...] El objetivo final es que sean los propios vigilados los que se vigilen entre sí y que se autovigilen.

Y la mejor autovigilancia que conocemos hoy en día es lo que llamamos la "conciencia de enfermedad", que la persona se sienta o se crea "verdaderamente enfermo" y el método que utilizamos para ello los profesionales de la enfermería es la psicoeducación. Colina dice: “promover la conciencia de enfermedad va más encaminado a sostener una ideología concreta respecto a la locura que a comprender a la persona con psicosis". Y que "exigir, tantear o conseguir que el psicótico se reconozca enfermo tiene más de confesión religiosa o judicial que de ejercicio clínico". Como se señaló en las Jornadas de la AEN 2017 en Madrid, lo que los profesionales realmente estaríamos buscando es que los pacientes desarrollen "conciencia de quién manda".

Otro claro ejemplo de poder/saber/control lo vemos con los diagnósticos en salud mental. Siguiendo de nuevo a Colina, con la etiqueta diagnóstica ejercemos una violencia especial que no nos ayuda a conocer a la persona ni a hablar con ella. A la persona se le impone una etiqueta, en ocasiones desde la primera experiencia psicótica vivida, con un gran sentido negativo, de cronicidad y, lo peor de todo, para ciertos profesionales la esencia de la persona se reduce a ese diagnóstico, marcándola claramente para el resto de sus vidas. Foucault sostenía que el diagnóstico tiene más un valor de decisión y de decreto que de clasificación.

Desde  nuestro punto de vista, lo más importante a la hora de abordar el "tratamiento" de las personas que han vivido un proceso psicótico o que todavía están en ello, es aprender a tratarlos desde fuera de le enfermedad, como nos dice Colina:

Casi sin nada que curar y mucho menos que superar, dejando a un lado el diagnóstico todo lo posible [...]. El diagnóstico nos parece que es el nuevo encierro de la locura. Nada menoscaba tanto la imagen de las personas ni las estigmatiza tan testarudamente como lo hace un dictamen; nada los marca tanto ni los aísla más en la sociedad. La nueva camisa de fuerza es conceptual. Creemos que este afán clasificatorio ha escapado del asilo y campa libremente por la sociedad, atreviéndose a diagnosticar toda conducta que se salga de una normalidad imposible con los nombres de los más variopintos trastornos.

Utilizamos el término esquizofrenia para referirnos a una supuesta enfermedad que conduce obligatoriamente a deterioro o demencia. Nosotras pensamos que el diagnóstico y su "esperable" evolución es un tipo de violencia, un tipo de violencia más sutil que cuando primaba la idea de encerrar a los locos en inhumanas y humillantes condiciones, privados de libertad y amontonados en asilos y manicomios. Citando de nuevo a Fernando Colina: "violencia sutil pero igualmente nociva, que es más complicada de desenmascarar y está oculta en la concepción de las enfermedades, en las actitudes terapéuticas y en los tratamientos aplicados".

Al hilo de lo anteriormente dicho, nosotras consideramos que la prescripción de tratamiento farmacológico de por vida, para garantizar la "estabilidad” de la persona con diagnóstico de psicosis, también es una forma de Panóptico. Lo vemos claramente como una forma de control externo a la persona. Inicialmente se nos decía que la medicación que se administra a través de un pinchazo, a la que llamamos tipo depot (liberación prolongada), era indicada sobre todo para las personas en las que no se podía asegurar  una correcta toma de tratamiento oral o también nos lo "vendían" para evitar que las personas tuviesen que tomar tantas pastillas y que no se "sintieran" enfermos todos los días de su vida (la industria siempre tan preocupada por el estigma y el autoestigma). A lo largo de  nuestra experiencia, vemos que esto no se corresponde con la realidad. Todo lo contrario, muy rara vez nos encontramos con pautas de tratamiento en las que no haya prescrito de forma prioritaria algún tipo de inyectable (de elevadísimo precio, por supuesto) unido a multitud de  rmacos orales. Continuamos  viendo  "balas mágicas" en forma de medicación de dispensación depot como un ejemplo de la falacia del progreso (según la cual cada nuevo fármaco será mejor que el anterior), asemejándose en nuestro imaginario al tratamiento antibiótico para los microorganismos causantes de enfermedades o a la terapia insulinínica para la diabetes.  Nos dice de nuevo Colina: "ya  en el origen etimológico del término, el pharmakon griego, se manifestaba su doble rostro: como tóxico y como remedio. Veneno en una cantidad, agente reparador en otra". Es frecuente que mientras el psiquiatra entiende que los beneficios de la medicación son correctos, los pacientes se sienten sedados, anestesiados, vacíos... Si a todo esto le sumamos, como nos explica Colina, la vaguedad y los intereses creados, ideológicos y comerciales, que rodean la valoración de los medicamentos en lo relativo a su necesidad, eficacia, aplicación, el panorama se nos vuelve inseguro y turbio.

Nosotras entendemos que la Psiquiatría debería funcionar como un proceso subjetivo que dé sentido a la experiencia y que debe ir de la mano de los derechos individuales y colectivos de las personas para librarse de la coacción, de lo etiquetado y de la anulación como persona que produce el diagnóstico psiquiátrico y el tratamiento psicofarmacológico.


Construccionismo social

No vamos a dar una explicación teórica de lo que es el construccionismo social pero sí nos proponemos contarles de qué manera hemos conectado las lecturas acerca de cómo se construye el mundo con nuestra práctica clínica, describir con el mapa el territorio. Hemos entendido que, dependiendo de cómo se vayan construyendo las historias de las personas, se va a ir así determinando su camino.

Hemos aprendido también que ese camino a construir va a depender del lenguaje que utilizamos, porque somos conscientes de que al comunicarnos los unos con los otros construimos el mundo en el que vivimos.

Si lo intentamos explicar (11,12) de una forma algo metafórica, diremos que nuestro origen profesional se situaba bajo la estructura rígida de un paraguas, un paraguas bajo el cual se encontraban protegidas todas las tradiciones de pensamiento y también todas las tradiciones de acción. Con el paso de los años, otras ideas nos permitieron ir traspasando  ese paraguas rígido de tradiciones para poder mirar desde otra perspectiva. Así pudimos apreciar estas tradiciones, pudimos compararlas... Y nos fuimos dando cuenta también que, en este nuestro paraguas, habría que reservar un lugar para nuevas ideas porque, afortunadamente, estamos en constante cambio y aprendizaje.

En este recorrido profesional hemos ido decidiendo varías cuestiones:

Por un lado, que ya no queremos pertenecer al grupo de los "buscadores de la verdad",  como esos profesionales tipo Sherlock Holmes, ni tampoco queremos ser "policías de la realidad", porque revelar la realidad no es nuestro objetivo. Nuestro objetivo es proponer o facilitar que una de las múltiples alternativas que existen llegue a ser posible. Las preguntas ya no las utilizamos solo como herramientas para obtener información, esa que necesitamos para cumplimentar las  majaderas valoraciones que se nos piden en nuestro trabajo, en las que tenemos que recoger muchos datos para luego etiquetar problemas... sino que ahora, las preguntas, las aprovecharemos también como instrumentos para conseguir un cambio. Y es que con frecuencia pensamos que la pregunta y el cambio ocurren en momentos separados (17). Parece que primero tenemos que investigar la actitud y, luego a partir de ahí, tendríamos que diseñar una intervención para provocar el cambio de actitud. Pero si aplicamos el principio de simultaneidad, descubriremos que no funciona así y que, de hecho, la pregunta y el cambio son momentos simultáneos. Preguntar equivale a cambiar, la pregunta es uno de los métodos más poderosos para generar el cambio. El cambio empieza en el momento en el que planteamos la pregunta. Además, nos parece importante tener siempre presente que nuestra tarea en realidad no es producir cambios y muchísimo menos obligar a las personas a cambiar. Nuestra tarea debe consistir en construir con ellos contextos en los que los cambios resulten más probables.

Por otro lado, hemos decidido que no queremos pretender reducir el mundo ni la vida de las personas a un conjunto único y fijo de palabras. Sin congelar el lenguaje, sin reducir el abanico de posibilidades para que se generen nuevos significados. Muy al contrario, luchamos contra nuestros orígenes profesionales para lograr ser de otra corriente, prefiriendo optar por un diálogo permanentemente abierto en el que haya espacio para otra voz, otra visión, otra revisión y para seguir creciendo en el terreno de las relaciones humanas.

Ricardo Ramos (18) tiene una teoría muy interesante para reflexionar acerca de cómo un problema llega a verse de tal manera, y describe cómo los profesionales podemos ser determinantes a la hora de que una conducta se describa como problema. Descubrimiento mágico para nuestra práctica clínica diaria. Para aplicar nuestra premisa de no “arreglar” lo que no está roto.

Él dice que para que una conducta sea denominada como problemática bastaría que alguien con autoridad, un profesional de la salud por ejemplo, o un profesor... la considerase así, la describiese. Luego, que ese alguien hablase en términos de alarma con otro y así sucesivamente, hasta que la conversación tuviera cada vez más eco y repercusión. Y por supuesto, fuera cada vez más y más alarmante.

¿Y qué pasa con las personas que tienen problemas? Pues que atraen la atención de muchas otras, que lo que hacen es crear un sistema de significados de cómo creen que pueden entenderse estos problemas, e incluso de cómo pueden resolverse. Y claramente, el problema descrito y retransmitido se mantendrá hasta que se desactiven por completo esas conversaciones alarmistas.

Porque los problemas no se resuelven sino que se disuelven, y con ellos también deben diluirse los sistemas que los bautizaron así. Porque mientras alguien suficientemente autorizado para hacerlo siga sosteniendo que el problema existe, el problema seguirá existiendo. 
Lo que nos viene a decir acerca de los "problemas"  es que no existen en sí mismos, sino que más bien construimos lo que es "bueno", y consideramos aquellos sucesos que obstaculizan el camino como "problemas".

Es así como Ramos nos explica cómo se construyen los problemas, y cómo nosotras hemos entendido con su lectura que tenemos la elección de influir o participar en la construcción de los  mismos o no.


Narrativa

Las personas no son el problema, el problema es el problema
M. White

En nuestra relación profesional, las personas nos cuentan las historias de sus vidas. Narraciones que están, a veces, tan cargadas de frustración, de desesperación y de dolor, que llegan a convertirse en el único relato de su existencia y nosotras las escuchamos muy atentamente, sin desautorizar y sin desdramatizar la historia de su vida. Sentimos como si se sintieran atrapadas en las palabras, como si este fuera el único guión que poseyeran para contar su historia personal. Sabemos que esto no es sino parte del relato. Estamos convencidas, y así se lo hacemos saber a las personas, que están omitiendo, que no están contando, importantes elementos de su experiencia vivida e indagamos en ello.

Poco a poco, lo que haremos será invitar a recordar, a rescatar, los momentos geniales, esos en los que fuimos apasionados, en los que nos sentimos orgullosos, vivos, comprometidos, colectivamente reconocidos. Porque sabemos que en cualquier vida hay siempre muchos eventos que no hemos contado, que no hemos introducido en nuestra historia. Tenemos ante nosotros la posibilidad maravillosa de reescribir vidas.

Siguiendo a Geekie y Read (19), la narración podría ser un marco general útil que nos permita explicarnos la locura. Pero el término "narración" no connota un carácter de ficción. El sentido que le queremos dar hace referencia a que elegimos algunos aspectos concretos del mundo y no otros. Esta forma de pensar puede requerir un esfuerzo para la persona que cree que una de sus historias y no otra representa la realidad o la verdad definitiva. Entre las formas de narrar la experiencia de la locura están, por una lado, los intentos científicos de explicarla, y en el extremo opuesto están las narrativas personales particulares basadas en la experiencia de la persona. Diferentes culturas desarrollan formas distintas de interpretar la locura. Y diferentes colectivos, dentro de una misma cultura, también darán diferentes explicaciones sobre la misma, y esto dependerá mayoritariamente de su implicación con la misma; por ejemplo, para ciertas personas que experimentan la locura puede resultar más atractiva una explicación determinada que para sus familiares. Algunas maneras de narrar la locura pueden beneficiar los intereses de grupos concretos porque con ella están certificando que son expertos en prestar asistencia profesional a las personas afectadas por la locura. Todas ellas son narraciones preferidas y elegidas.

Desde esta visión y como "vivimos dentro de historias, no dentro de estadísticas" (Gilbert,  citado por Geekie y Read) hemos aprendido a enriquecer historias para poder construir nuevos relatos, relatos que contribuyen a escapar del rumbo que parece haber trazado la etiqueta diagnóstica y esa dolorosa versión del pasado una y otra vez contada.

El ser humano es un narrador y todos nosotros tenemos una historia que contar para poder existir como personas. Eduardo Galeano, escritor y periodista uruguayo, dijo: "los científicos dicen que estamos formados por átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias". Son las historias las que nos hacen humanos, lo que ocurre es que, a veces, nos vemos terriblemente aprisionados en estas narraciones, aferrados fielmente a nuestros desafortunados relatos. ¿Y nosotras, cómo podemos sentirnos, nadando al lado del otro, en medio de esa tormenta en la cual no parece que se vislumbre luz? Pues agradecidas, porque se nos está brindando la oportunidad de acompañar al otro en su camino. Abrazaremos la ocasión para colaborar a coescribir una nueva historia, a construir una nueva realidad.

Desde una perspectiva construccionista, hablar de los problemas es opcional. Los problemas solo existen si construimos el mundo en esos términos (11,12). Venimos de la práctica metodológica donde nos enseñaron que había que preguntar al paciente sobre sus “problemas” y, es más, cuando un paciente se sienta en la consulta delante de su terapeuta, se centra en contarle lo que le ha sucedido en clave psicopatológica, relata "lo malo", los síntomas tan minuciosamente buscados por los profesionales, porque así hemos sido entrenadas ambas partes.

Y estamos tan agradecidas de que se nos haya abierto otra fuente de posibilidades. Descubrir que existen alternativas a los enfoques centrados en el problema ha sido fantástico. De hecho, hablar de los problemas lo que suele hacer es alejarnos de las metas.

Existe un poderoso medio de movilizar grupos y organizaciones, una alternativa a ese enfoque centrado en el problema que se llama indagación apreciativa, que nos ayuda a crear un mundo en el que no vemos el vaso medio vacío, sino medio lleno. Cooperrider (17), uno de sus creadores, enfatiza en centrarse en los puntos fuertes y en los recursos de las personas, no en sus áreas problemáticas. Convertir el "núcleo positivo" en propiedad explícita y común de todos.

Con esto hemos aprendido aún más a cómo investigar sobre los mejores momentos de la persona, a indagar sobre cuáles son sus fortalezas, y a crear historias que giran en torno a experiencias revividas donde la persona se ha sentido satisfecha, energética y alegre.

Estas historias luego se tienen que compartir con más gente, para hacerlas crecer, y tienen la intención final de identificar qué es lo que da vida, energía y fuerza a la persona.
Como dicen Subirana y Cooperrider, "se establecen las raíces del futuro en el terreno del pasado. Los sueños no son castillos en el aire, sino que se toma lo mejor de los logros del pasado y se aprovecha para generar posibilidades idealistas y a la vez realistas para el futuro".

A través del diálogo y de, por supuesto, luego compartirlo, se generan nuevas realidades que tienen como resultado un cambio positivo y duradero.

Esta nueva narración de las personas con las que trabajamos (en constante creación), en donde se explican sus habilidades, sus talentos, sus mejores logros y competencias..., la compartimos allá donde quieran escucharnos, afianzándola al presente y creando espacios de posibilidad. Como nos dice Ricardo Ramos (20)"atrapar, en cuanto se pueda, cualquier cosa que se les pueda devolver como una capacidad". Capacidades que están conectadas con la "Visión Preferencial" que la persona tiene de sí misma, con la forma en la que prefiere verse y ser vista a pesar de las desgracias y avatares de su vida. Lo contamos a la propia persona, a su familia, a nuestros compañeros, a otros profesionales, y no una vez, sino muchas. Haciéndolo crecer. Incrementando  las fortalezas, convertirlas en hábitos.

Creemos que la narrativa es el eje del cambio y que la persona está preparada cuando  su relato sobre sí mismo es suficientemente rico para abarcar su futuro. Como explica White (2), hay un lugar de enfermedad, y hacemos preguntas y utilizamos palabras que nos llevan a ese lugar de enfermedad, y luego existen otros lugares a donde llegar con otras preguntas y otras palabras.

En definitiva, no queremos sentirnos aprisionadas en teorías, sino balancearnos en la flexibilidad y en la creatividad. Estar cerca de las personas con las que trabajamos para volver a contar y para volver a escuchar cómo nos cuentan las experiencias personales de su vida. Queremos estar presentes para intentar mejorar los relatos que nos contamos los unos a los otros.


La posición de “no saber”

Como ya hemos ido viendo en el texto de forma transversal, y siguiendo a Gergen, las escuelas tradicionales de terapia se basan en la realidad del conocimiento experto, lo que quiere decir que los profesionales estamos formados para detectar las causas y poner remedio a los problemas de las personas. Lo que "se sabe" varía mucho de una escuela de terapia a otra. Algunos dicen que los problemas están ligados a deseos sexuales reprimidos, otros a un desarreglo neuroquímico, otros a un fallo en el aprendizaje y entendimiento... Incluso algunos profesionales conocen los problemas de las personas antes de que esta pise su consulta e incluso sin pisarla. La relación desde la "posición de experto" no le concede ningún crédito a “lo que sabe" el paciente.

Harry Goolishian y Harlene Anderson, del Instituto Houston-Galveston de Terapia Familiar, proponen una alternativa llamada "orientación del no saber". En este caso lo que guía al profesional es una gran curiosidad por conocer las explicaciones y las propias teorías de por qué pasan las cosas en la familia y en las personas. Con esto no queremos decir que los profesionales debamos dejar de lado nuestros conocimientos previos, sino que se deben incluir esas experiencias del pasado como una fuente posible que enriquece la conversación. Pero lo más importante es que de esta manera los profesionales somos más sensibles a los nuevos significados que se crean en la misma conversaciones. Así los progresos del cambio surgen desde la propia realidad del paciente y de la familia.


Nuestros desafíos

Si yo me vivo como enferma no tengo herramientas para recuperarme, y esto es muy jodido.
Amaya Villalonga, AEN17 vía FLIPAS GAM

Como nos contaba White, "[…] permanecer fuera del territorio tal como es definido por el conocimiento psiquiátrico y tal como es estructurado por los discursos patologizantes". Es ahí, es en ese territorio, donde decidimos permanecer y para ello debemos hacer frente a los siguientes desafíos. Todo este planteamiento está muy inspirado en el equipo finlandés de Diálogo Abierto (21) y en el taller  impartido por Chema Rodríguez De Castro (comunicación personal, Tenerife 2012).

  • Verlos sanos y capaces: no nos es útil pensar en la recuperación como un "salir del pozo" para volver a un estadio previo idealizado. Nosotras preferimos pensar que recuperarse es progresar, atravesar el túnel, para llegar a un destino diferente al inicial. Wagensberg (22) dice que progresar no es otra cosa que adquirir autonomía respecto a la incertidumbre y complejidad del entorno. Que el diagnóstico psiquiátrico no guía nuestro camino.
  • Mantener la calma: no tenemos prisa, la prisa está más encaminada a nosotras mismas, a resistir nuestra ansiedad, nuestra urgencia, nuestro pesimismo y la sobreabundancia de  responsabilidad (23).
  • Ser flexibles: como dice White, en muchas ocasiones encontramos a personas a las que la etiqueta diagnostica les resulta "habilitante". Se dice que el etiquetado alivia diversas acusaciones y sentimientos de incapacidad, ya que les permite a las personas evitar el estrés de las expectativas. Para liberarse de este estrés que producen las expectativas de lo que significa en nuestra cultura ser una persona, y para no experimentar un sentimiento de culpabilidad, estas personas, a través de su etiqueta diagnostica, ingresan al sitio de "enfermedades". Y la enfermedad es un sitio de la cultura: está estructurado, determina ciertas formas de vida y de pensamiento. La enfermedad es un sitio de la cultura que moldea la vida. Sabemos que existen sitios alternativos dentro de nuestra cultura, sitios que aportan otras opciones para vivir, sin necesidad de apelar a una suerte de absolución a través de la enfermedad.
  • Tener esperanza: no sabemos cuál va a ser el futuro, muchas veces es complicado pensar que las cosas van a salir bien, pero sabemos que tener esperanza es hacer las cosas con sentido, con significado, sin esperar un resultado al final.
  • Validar:  pensamos que es importante reconocer y validar lo que la persona ha estado pensando y sintiendo, incluye respetar y validar ideas inusuales. La validación de perspectivas nos permiten generar nuevas ideas. Validar desde un lenguaje cotidiano para una vida cotidiana (24).
  • Rastrear las excepciones: aprovechar los periodos libres de problema, aquellos momentos significativos que nos han hecho sentirnos mejor. Nosotras pensamos que las personas son ricas en experiencias vividas. Estos acontecimientos extraordinarios  constituyen una fuente llena de riqueza y fertilidad, para la generación de relatos alternativos (24).
  • Buscar y señalar los recursos y habilidades: centrarnos en los recursos y habilidades de las personas más que en sus limitaciones. Nosotras estamos convencidas de que todas las personas disponen de habilidades y recursos que pueden usarse para resolver problemas. Nuestra tarea es acceder a esas capacidades y lograr que sean utilizadas, a veces aparecen rápido y otras no tanto, pero sabemos que todo en la vida es cuestión de tiempo. Estamos más preocupadas por trabajar desde las capacidades y fortalezas que desde las debilidades y dificultades,  pensamos que sus fortalezas están ahí y terminarán convirtiéndose en el motor del cambio que se moverá también en esa misma dirección positiva y apreciativa (24).
  • Cooperar: debemos colaborar desde la postura de la persona, desde su lenguaje. Es mejor acercarse a la persona desde una actitud expectante, sin saber nada de sus vidas y que sean ellos y sus familiares quienes nos expliquen lo que está ocurriendo. La familia y la red son recursos, no obstáculos (24).
  • Tolerar la incertidumbre: es difícil porque tanto los pacientes como los profesionales queremos una solución rápida, es para lo que nos han entrenado a ambos. Todos necesitamos estar en ambientes seguros y es difícil aguantar esa inseguridad. Inseguridad que sentimos todos ante momentos determinados. Necesitamos conversaciones que generen formas de pensar en el futuro que empoderen a las personas y los lleven a reivindicar una mayor capacidad de gestión (21).
  • Ayuda inmediata: Intentamos escuchar a las personas en el momento en el que se encuentran mal, porque la urgencia es aquí y ahora, más tarde pierde la esencia de la demanda. En ocasiones  con una llamada telefónica es suficiente.
  • Cultivar emociones positivas: (17) estas emociones amplían las posibilidades de pensamiento y de acción; favorecen un pensamiento más creativo, flexible y eficiente; potencian comportamientos ágiles a la hora de solucionar problemas y de afrontar retos; nos abren la mente y expanden nuestro campo de visión. Queremos aclarar que la positividad no supera por sí sola mágicamente los obstáculos. Nos enfocamos a promover conversaciones que aporten sentido, que generen significado y que muevan la energía necesaria para crear el futuro deseado. Conversaciones generativas donde el dialogo se expande de lo "que es" hacia "lo que podría ser". Actitud positiva con pensamiento crítico y escéptico para escapar del "viaje al interior" y para mejorar el mundo que nos rodea. Siguiendo a Barbara Ehrenreich (25), entendemos la positividad como la posibilidad de que las personas miren, que vean las cosas que conforman sus vidas y que asuman la idea realmente positiva de que podemos realizar cambios sociales en un modo más favorable para la gente. Escapando de las trampas de la positividad individual que anula el sentimiento de colectividad.
  • Mantener una mirada apreciativa: (17) apreciando sentimos asombro y curiosidad. Apreciando emergen nuestros valores. Practicar la mirada apreciativa con otros es poner la  intención en centrarnos en  los talentos, fortalezas y valores de la persona, es ver lo mejor en ella. Pero no es colocarle al otro donde nos gustaría que estuviera. La mirada apreciativa es:"Ver el roble robusto en la bellota. Es la habilidad de ver más que la existencia presente de una bellota. Es la capacidad de ver cómo, con el paso del tiempo, emerge del fruto un tronco robusto e innumerables hojas. Es la habilidad de ver un producto innovador, un talento excepcional, o una solución valiosa para el futuro, cuando en la situación presente está escondido". Porque las imágenes que nos atraen y nos inspiran movilizan el mundo interior y cuando la imagen que mantenemos cambia por una más positiva y atractiva, cambia nuestra visión, se modifica nuestra actitud y mejora nuestro estado vital.



Conclusión

La mejor manera que nosotras tenemos de entender la postpsiquiatría es la búsqueda rigurosa de lo mejor que hay en las personas, ver ese universo repleto de fortalezas en el que vivimos. Nuestro principal objetivo es dejar de ver el mundo de las personas y de los equipos como "un problema que había que resolver", sino tener una visión del mundo como un "universo de fortalezas", ya que sabemos que una persona no destaca arreglando sus debilidades, sino aumentando sus fortalezas. Todo ello unido, por supuesto, a emociones positivas como la esperanza, la inspiración y la alegría. Queremos, como dice Casals, "ser fuente de inspiración para las personas con las que trabajamos, insuflando posibilidades y también insuflando nuevas realidades". Nos concentramos en imaginar posibilidades e idear nuevas formas de mirar la realidad. No aceptamos convertir situaciones injustas en positivas, sino que estamos decididas a construir algo mejor desde la mejor versión de nosotras mismas.

“La carretera es complicada, de la misma forma que la vida es complicada. Nos aleja de la  negación y nos conduce a la realidad, nos aparta de las teorías y nos lleva a la práctica, elimina las precauciones y te pone en marcha, te hace abandonar las estadísticas para entrar de lleno en las historias. En otras palabras, te saca de tu cabeza y se adentra en tu corazón”
Gloria Steinem “Mi vida en la carretera (Héroes Modernos)”




Bibliografía

1.- López V, Padilla J, editores. Salubrismo o Barbarie. Sevilla: Editorial Atrapasueños, 2017.

2.- White M. Reescribir la vida. Barcelona: Editorial Gedisa, 2002.

3.- Cadenas I. Amar libre. La Marea 2017, 50: 28-29.

4.- Colina F. Sobre la locura. Madrid: Cuatro ediciones, 2013.

5.- Anderson H. Conversación, lenguaje y posibilidades. Buenos Aires: Amorrortu editores, 2012.

6.- De Shazer S. En un origen las palabras eran magia. Barcelona: Editorial Gedisa, 1999.

7.- Carralero A. Si agitación psicomotriz: contención mecánica. Locura, comunidad y derechos humanos. Mad in America para el mundo hispanohablante [blog] 2016. Disponible en: http://madinamerica-hispanohablante.org/si-agitacion-psicomotriz-contencion-mecanica-ana-carralero/

8.- Payne M. Terapia narrativa. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, 2010.

9.- Kuhn TS. La estructura de las revoluciones científicas. México: FCE, 1975.

10.- Vispe A, G.-Valdecasas J.Postpsiquiatría[en prensa]. Madrid: Editorial Grupo 5.

11.- Gergen KJ, Gergen M. Reflexiones sobre la construcción social. Barcelona: Paidós, 2011.

12.- Gergen KJ. Construir la realidad. Barcelona: Paidós, 2006.

13.- Foucault M. Historia de la locura en la época clásica I y II. Madrid: Fondo de Cultura Económica de España, 2006.

14.- Foucault M. El poder psiquiátrico. Madrid: Editorial Akal, 2005.

15.- Garrabe J. La noche oscura del ser. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1996.

16.- Alonso P. ¿Alguien te observa?. Charlas de Sobremesa [blog]2016. Disponible en: https://charlasdesobremesa.com/2016/05/23/panoptico-tecnica-de-control/

17.- Subirana M, Cooperrider D. Indagación apreciativa. Barcelona: Kairós, 2013.

18.- Ramos R. Temas para conversar. Barcelona: Editorial Gedisa, 2008.

19.- Geekie J, Read J. El sentido de la locura. Barcelona: Herder Editorial, 2012.

20.- Ramos R. Terapia narrativa con familias multiproblemáticas. Madrid: Ediciones Morata, 2015.

21.- Seikkula J, Arnkil TE. Diálogos terapéuticos en la red social. Barcelona: Herder, 2016.

22.- VV.AA. El Progreso: ¿Un concepto acabado o emergente?. Barcelona: Tusquets editores, 1998.

23.- Fisch R, Weakland JH,  Segal L. La táctica del cambio. Barcelona: Herder, 2010.

24.- Duncan BL, Hubble MA, Miller SD. Psicoterapia con casos “imposibles”. Barcelona: Paidós Ibérica, 2003.

25.- Ehrenreich B. Sonríe o muere. Madrid: Turner publicaciones, 2012.





Libro "POSTPSIQUIATRÍA" (Amaia Vispe y Jose G.-Valdecasas, editorial Grupo 5)

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Hoy traemos nada menos que -por fin- el anuncio de que nuestro libro acaba de salir de imprenta. Como sabrán si son lectores fieles (y si no, pues para eso lo decimos), hemos preparado un libro para la editorial Grupo 5 en su colección "Salud mental colectiva" dirigida por Manuel Desviat. Se trata de una recopilación y revisión de textos y pensamientos que hemos ido plasmando en este blog a lo largo de sus ya casi ocho años. Y después de mucho trabajo de selección, síntesis, escritura y corrección, al final la obra ve la luz. Como cantaba La Mandrágora hace casi cuarenta años cuando celebraba la muerte del dictador, son para nosotros momentos de gran emoción...

Este libro nace a partir nuestro blog postPsiquiatría, como un conjunto de reflexiones, sin duda críticas, acerca de la psiquiatría actual. Reflexiones que tratarán de señalar, entre otros temas, la exagerada psiquiatrización de malestares de origen social, la dificultad e inconsistencia de los diagnósticos psiquiátricos, la perniciosa influencia de la industria farmacéutica sobre los profesionales y una amplia revisión de estudios científicos que discuten, con datos, un discurso triunfalista sobre los tratamientos psicofarmacológicos, que exagera beneficios escasos y minusvalora riesgos potencialmente graves.

La finalidad del libro es colaborar, en la medida de sus posibilidades, en lograr un cambio en la psiquiatría, como institución social organizada de determinada manera en nuestro contexto socio-cultural y como disciplina más o menos científica, para hacerla más útil para las personas que atiende y la sociedad en que se inserta y, de forma aún más urgente, menos perniciosa para todos. Una meta que por momentos parece casi inalcanzable, pero no será porque dejemos de intentarlo. Como siempre nos gusta decir: habrá que luchar sin miedo y, si es preciso, sin esperanza.








Aquí, la página web de la editorial donde se puede adquirir:




Y aquí, su índice:


1. ¿El fin de la psiquiatría? Textos para prácticas y teorías: psiquiatría, antipsiquiatría, postpsiquiatría.
  • De traidores, víctimas y deserciones: diario de guerra en Monte Miseria.
  • El artículo fundacional de la postpsiquiatría: ¿un nuevo rumbo para la salud mental?


2. Bases filosóficas explícitas 
  • Determinismo o libertad: recorrido filosófico (inevitablemente parcial).
  • La cuestión postmoderna a partir de Lyotard.
  • Apuntes sobre feminismo.
  • Cuestiones sobre género: naturaleza o cultura.


3. Funciones y disfunciones de la psiquiatría. 
  • Para qué sirve y para qué se usa la psiquiatría.
  • Reflexiones sobre la psiquiatría desde Tecnologías del yo de Michel Foucault.
  • De juicios y prejuicios: subjetividad en psiquiatría.
  • Diagnóstico e investigación: una relación problemática.
  • El fin de la psicopatología.
  • Consultas (desbordadas) de salud mental.


4. De paradigmas psiquiátricos en crisis.
  • El psicoanálisis y nosotros, que lo quisimos tanto.
  • Crisis: ¿hacia un nuevo paradigma en psiquiatría?
  • En busca de un modelo ajustado a la recuperación: una revisión desde la enfermería.


5. La locura: naturaleza, clasificación, destino. 
  • Nosología psiquiátrica: pasado y presente.
  • Conceptos de esquizofrenia y delirio.
  • La(s) psicosis: definición.
  • La(s) psicosis: enfermedad, estructura, condición.
  • Psicosis agudas (y no primeros episodios psicóticos).
  • De construcciones y deconstrucciones: la psicosis histérica.


6. Industria farmacéutica y psiquiatría.
  • La raya en la arena: o psiquiatría ética o relaciones con la industria.
  • Protocolo de actuación ante sesiones científicas patrocinadas por la industria farmacéutica.
  • Más allá de lo individual.
  • Modelo de carta a las asociaciones profesionales en relación a su interacción con la industria farmacéutica: transparencia, participación, independencia.


7. ¿Arsenal terapéutico seguro y eficaz? 
  • Medicina basada en la evidencia: entre la herramienta científica y el paradigma comercial, y de la importancia de no confundir una con el otro.
  • Modelos de acción de los psicofármacos.
  • Prevención cuaternaria en salud mental.
  • Razones para prescribir un fármaco nuevo.
  • Prescripción fuera de indicación (off-label): cuestiones legales.
  • Antipsicóticos: eficacia y riesgos.
  • Antidepresivos: eficacia y riesgos.
  • Otros tratamientos: eficacia y riesgos.


8. De locos y derechos civiles: autonomía, diálogo, apoyo mutuo.
  • La (no tan difícil de entender) diferencia entre maldad y locura.
  • Autonomía del paciente y consentimiento informado: un poco de respeto.
  • Voces en primera persona.


9. Mitos en la psiquiatría actual.
  • Ficción de terror: el caso del TDAH.
  • El eterno bulo de los genéricos.
  • El (impactante) caso del factor de impacto.
  • Cuentos sobre neurobiología y neuroprotección.


10. Conclusiones (éticas y políticas).



Además, nuestro más que admirado Iván de la Mata, presidente de la Asociación Madrileña de Salud Mental, tuvo la amabilidad de escribir un prólogo para la obra, que recogemos a continuación:



La psiquiatría, como producto ilustrado, surge como intento de adaptar parte de la representación social previa de la locura al lenguaje y método de la medicina moderna. Este hecho iniciatico de la disciplina la confronta desde el principio con dos tipos de problemas. Por un lado, desde una lógica interna, el intento fallido de referir la subjetividad, los fenómenos mentales, a una señal biológica, prescindiendo del significado y del contexto histórico dónde surgen esas experiencias, lleva a la psiquiatría a continuas aporias y autoreferencias[1]. Por otro lado, que la definición del objeto psiquiátrico, de lo que es normal o anormal, venga dado previamente desde el campo de lo social, anterior a cualquier hecho biológico, hace que que las relaciones entre la psiquiatría y el orden social se hagan más evidentes y problemáticas que en el caso de la medicina. Estas dos problemáticas inherentes a la psiquiatría determinan que a lo largo de su historia se sucedan intentos de organizar de forma coherente sus saberes y sus practicas, a modo de configuraciones (la alienación mental, las enfermedades mentales, las grandes estructuras psicopatologicas..) que aparecen, se desvanecen y se reformulan nuevamente, así como diferentes narrativas fragmentadas que buscan explicar de forma total el significado y la causa de la locura (la fenomenología, el organicismo, el psicoanálisis, el enfoque social..). El resultado es que en cada momento histórico distintas narrativas disputan por erigirse en la verdadera ideología y ocupar un lugar hegemónico. Esta disputa no es ajena al contexto sociopolítico en el que se desenvuelve, sino que, todo lo contrario, establece una relación bidireccional, de manera que determinados discursos surgen como legitimación de unas determinadas prácticas y a su vez esos discursos configuran la mirada sobre los problemas de salud mental y devienen en determinadas prácticas. Por tanto estas discusiones exceden lo meramente académico y se sitúan en el plano de lo social y lo político. Digamos además que, frente a las narrativas dominantes, surgen en cada momento unas resistencias. 

Se puede considerar que la ideología o narrativa que domina actualmente la psiquiatría surge a principios de los años 80 del pasado siglo como un nuevo repliegue de la disciplina a su proyecto original de ser una medicina de la mente tras la serie de cuestionamientos que se habían producido en las décadas previas, tanto desde dentro de la propia especialidad como desde disciplinas externas. La ideología dominante se apuntala en torno a un modelo biomédico reduccionista en el que los fenómenos mentales y las conductas son naturalizadas, individualizadas y finalmente explicadas de forma determinista desde alteraciones básicas de la bioquímica cerebral; de esa manera las raíces sociales y culturales de la locura y los problemas de salud mental son negados o tomados como elementos marginales. Igualmente es importante señalar que para entender cómo este discurso biologicista y tecnológico se configura a modo de verdad explicativa de la naturaleza de las enfermedades mentales hay que situar su éxito en el contexto de los cambios culturales que traen las políticas neoliberales, con su énfasis en la centralidad del individuo. 

La psiquiatría biomédica o biocomercial, como les gusta resaltar a los autores de este libro, parece gozar de muy buena salud si nos atenemos al consumo de psicofármacos o a la creciente cantidad de personas que han sido diagnosticadas con un problema psiquiátrico. Sin embargo, en los últimos años, la psiquiatría biológica reduccionista ha comenzado a dar síntomas de agotamiento y las repercusiones de su praxis cuestionadas tanto desde sectores profesionales (con conclusiones a veces antagónicas) como desde colectivos que han sido objeto de sus prácticas. Incluso recientemente al calor de los debates surgidos en el momento de la aparición del nuevo DSM-5, hay quién se atreve a hablar de una nueva crisis de la psiquiatría[2], comparando la situación actual con aquella que se dio en los años 60 y 70 del siglo pasado. Sin embargo, aun sin poder visualizar el alcance real de este cuestionamiento, es imprescindible situar su análisis en el contexto político, social y cultural actual para evitar la idea de que se trate de una simple repetición de viejas batallas que nos impida construir un nuevo espacio crítico frente a la narrativa dominante. 

Los textos que Amaia Vispe y Jose G.-Valdecasas nos vienen proponiendo desde que iniciaron en 2010 su andadura con el necesario blog postPsiquiatría, y que ahora se recopilan en este libro, ampliados con otros artículos, se sitúan en este espacio de análisis crítico del paradigma dominante actual de la psiquiatría y de construcción de una teoría y práctica alternativa. Para los autores el objetivo de su tarea no ha sido otro que “proporcionar munición a las tropas amigas sobre los peligros de esta psiquiatría biológica a todos los niveles y de las alternativas posibles a la misma”. Añadiríamos que balas de distintos calibres, desde explicitar problemáticas de orden ético y filosófico que atraviesan la clínica hasta recopilar los estudios que evalúan críticamente la tecnología farmacológica. El libro plantea un recorrido por los problemas ontológicos, epistemológicos y prácticos de una psiquiatría reduccionista que posicionada en el lugar de “verdad” se convierte en una psiquiatría sin límites: ¿qué implica reducir la experiencia y la conducta humana a un mero epifenómeno de la actividad cerebral?; ¿qué supone para la clínica organizar su conocimiento en torno unas clasificaciones que “naturalizan” los trastornos mentales, obviando su origen y construcción social?; ¿de qué manera este modelo está condicionando una praxis medicalizadora, objetivante y coercitiva?; ¿cómo influyen los intereses de las industria farmacéutica y tecnológica en mantener esta narrativa?. Cuestiones que aparecen inevitablemente en el día a día de las consultas y frente a las cuales los autores no aceptan la huida. 

Su pretensión no es tanto tener una respuesta, otra verdad, sino dar luz a problemáticas falsamente cerradas por el discurso dominante y situar en un primer plano los aspectos éticos y hermenéuticos de nuestro trabajo. Para poder organizar esta reflexión crítica los autores eligen un nuevo marco de inteligibilidad adaptado al contexto del pensamiento posmoderno. Ese marco de comprensión, explicitado por Bracken y Thomas en su artículo seminal de 2001[3], se ha llamado Postpsiquiatría. Como se explica en el libro, no se trata ya de construir una teoría total alternativa, sino aceptar la naturaleza discursiva de la experiencia y los fenómenos mentales y por tanto los límites explicativos de las diferentes narrativas. Situar la psiquiatría en un marco posmoderno implica renunciar a la omnipotencia de generar un metarelato explicativo para abrirse a otros relatos que den importancia a los contextos (políticos, culturales, económicos y sociales). Significa anteponer una orientación ética a una tecnológica, replantearse las prácticas coercitivas y tener en cuenta que la voz de los usuarios o supervivientes debe ser una de las protagonistas. No sabemos si la postpsiquiatría logrará su objetivo de lograr un cambio paradigmático, pero como lugar donde poder encontrarse (y perderse) los distintos discursos críticos con la tecnopsiquiatría bien merece la pena. En esta tarea no podemos más que agradecer a Amaia Vispe y a Jose G.-Valdecasas su compromiso e inteligencia, demostrado en las páginas que nos brindan. 


Iván de la Mata Ruiz.


[1]Múzquiz Jiménez, A. Configuración de la psicopatología y práctica psiquiátrica. 
Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 2013; 33 (119).

[2] Morgan A. Is psychiatry dying? Crisis and critique in contemporary psychiatry.
Social Theory & Health (2015) 13, 141–161.

[3]Bracken, P. y Thomas, P. (2001). “Postpsychiatry: a new direction for mental health". 
BMJ, 322 (7288): pp. 724–727. 


Evidentemente, este libro hubiera sido imposible sin muchas personas que se han cruzado en nuestro camino, desde los ámbitos y circunstancias más diversos y que tanto nos han enseñado: de psiquiatría, de enfermería, de cuidar, de tratar, de no mal-tratar, de usos y abusos... Son tantos maestros, conocidos por nosotros tanto a nivel personal como profesional, tanto cercano como virtual, que nos es totalmente imposible citarlos, porque seríamos incapaces de mencionarlos a todos y cualquier ausencia sería una injusticia. 

A todas y a todos, gracias. Esta obra existe por lo que hemos aprendido de otros. 



"El encuentro entre el usuario y los servicios de salud mental: consideraciones éticas y clínicas" (Miguel Ángel Valverde y José Antonio Inchauspe, Revista de la AEN nº 132, Dossier Postpsiquiatría)

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Continuamos hoy con nuestra recopilación del Dossier sobre postpsiquiatría que se publicó en la Revista de la AEN nº 132 y en el que colaboramos como editores externos. Se trata en esta ocasión de un artículo de dos autores a los que hemos traído a este blog muchas veces y cuyo trabajo admiramos y recomendamos sin dudar: Miguel Ángel Valverde y José Antonio Inchauspe. Su artículo se titula: El encuentro entre el usuario y los servicios de salud mental: consideraciones éticas y clínicas. Lo consideramos del mayor interés:




Resumen:

Este escrito trata sobre la relación clínica en Salud Mental considerada como un encuentro con el otro. Se defiende el reconocimiento del otro como ser sensible que vive un drama antes que un estado diagnóstico. Es una persona que requiere ser reconocida en su individualidad por un entorno clínico que debe proporcionar seguridad, confianza y diálogo para entender sus vivencias y conflictos. El profesional es también una persona en interacción con quien acude al servicio, y debe actuar con una actitud ética a la vez que técnica, que propicie el reconocimiento y el diálogo. Se consideran tres perspectivas relacionales básicas para el desarrollo de una clínica colaborativa: el principio de caridad interpretativa de Donald Davidson, el viajar entre los mundos de Nancy Potter, y el validar y “dar comprensión” según Marsha Linehan y Nancy Potter.

Se compara con el modelo de la asistencia habitual que no da espacio a conversar sobre las dificultades de las personas, y donde la seguridad, la confianza y la colaboración no son valores a considerar. Se señala que la bioética habitual del campo no recoge las cuestiones centrales de la asistencia actual en Salud Mental, abundantemente reflejadas por el movimiento de usuarios, numerosos profesionales y estudiosos, e instancias político-sociales. Se aboga por introducir cambios asistenciales que permitan practicar el diálogo y una clínica colaborativa.

Palabras Clave: Bioética, asistencia en salud mental, encuentro con el otro, principio de caridad interpretativa, viajar entre los mundos, validar, dar comprensión, clínica colaborativa. 




El progreso moral tiene que ver con una sensibilidad cada vez mayor para responder a las necesidades de una variedad cada vez más grande de personas y cosas. (Rorty, p. 214) (1)



Introducción


Las personas y situaciones atendidas en los servicios de Salud Mental forman un grupo muy diverso. Es difícil encontrar en ellas algo en común más allá de una laxa atribución a un padecimiento, para el profesional una condición clínica, difícil de definir de forma científicamente operativa. Incluso en aquellas mejor delimitadas y con mayor tradición histórica, donde todos parecen saber de lo que se habla, como la depresión y la esquizofrenia, las experiencias de los pacientes y la repercusión en sus vidas pueden tener muy poco en común.

La condición, conceptualmente imprecisa, por la que las personas son tratadas en Salud Mental suele denominarse trastorno mental. El concepto de trastorno se diferencia del de enfermedad en que a esta última se asocia una anomalía, alteración o disfunción orgánica. Esto no impide que muchos profesionales los consideren equiparables. Fuera del campo clínico, referirse a los trastornos como enfermedades es aún más frecuente, siendo lo habitual entre bioeticistas, historiadores y sociólogos que soslayan esa distinción.

El mismo concepto de trastorno, a veces denominado desorden, permanece bajo una indefinición que resultaría extraña fuera del campo de Salud Mental (2). Parece incluir cualquier tipo de sufrimiento de origen no identificable por la medicina somática, al margen de su intensidad, etiología y significado personal (3). Una definición de trastorno mental para salir del paso podría ser la de un cuadro de signos y síntomas conductuales, cognitivos y/o emocionales que provocan algún grado de sufrimiento o pérdida de funcionalidad. Las categorías diagnósticas son tan numerosas y los criterios para identificarlas tan flexibles que de hecho tiene cabida cualquier estado desagradable para la persona o una conducta que otros consideren anormal o alterada.

El número de personas diagnosticables es grande y ha aumentado en las últimas décadas, estimándose que más del 38% de la población europea padece cada año un trastorno mental (4). Son datos que, dada su magnitud, solo parecen explicables por una “epidemia diagnóstica”, asociada al aumento de categorías diagnósticas y una relajación de los criterios diagnósticos al hilo de las sucesivas publicaciones de los manuales al uso, con la consiguiente medicalización de la vida cotidiana (5,6).

No obstante, los autores de estos estudios epidemiológicos defienden que se trata de auténticas enfermedades, no muy diferentes en lo sustancial a las neurológicas con quienes comparten el tratarse de “trastornos del cerebro” (4). Aunque lo cierto es que la investigación más actual sobre el prototipo del trastorno mental al que se le atribuye un origen biológico, la esquizofrenia, reconoce la complejidad y heterogeneidad de su psicopatología, sus límites difusos con otras condiciones psiquiátricas y con la normalidad, y una hipotética patofisiología extremadamente compleja en la que jugarían un papel decisivo los llamados factores ambientales (7).

En cualquier caso, se enfatiza la pesada carga social y económica que suponen estos trastornos (8) y la brecha existente entre la epidemiología y los realmente tratados, abogando por redoblar esfuerzos para su captación y tratamiento, e incrementar recursos con las mejores prácticas dentro del modelo asistencial actualmente dominante (9).

Por su parte, las personas se hacen usuarios de los servicios de Salud Mental por distintas motivaciones y de modos diferentes. Algunas lo hacen por propia iniciativa para conseguir un remedio a su padecimiento, muchas otras urgidas por su entorno inmediato o por instancias administrativas como la escuela, la judicial, bienestar social… Lo que buscan en Salud Mental también es diverso: ayuda ante una situación angustiosa, orientación ante dificultades vitales, buscar sentido a problemas personales, deseo de conocerse mejor, contrarrestar presiones laborales, satisfacer las necesidades de otras personas, y muchas otras razones.

Es definitiva, en nuestros días el encuentro entre el usuario y los servicios de Salud Mental se realiza en un contexto de premisas, expectativas y ambiciones muy diferentes, frecuentemente divergentes, entre ambas partes.



¿De qué hablamos cuando nos referimos al sufrimiento mental? Acerca de la individualidad del sufrimiento. 


Con la intención de aproximarnos al sufrimiento mental y entrever de qué se trata mostraremos cuatro escenas de personas que se acercan a los servicios de Salud Mental.


- Caso 1. Tras una disputa familiar, una joven de 19 años llega al servicio de urgencias con su madre y su tía. La joven fue retenida en casa cuando iba a salir con su novio. La familia no aprueba la relación porque juzgan que el novio es conflictivo. El padre se encaró con este, razón por la que intervino la autoridad, que posteriormente derivó a la joven a urgencias. Ésta explica coherentemente la situación y su información coincide con la de sus familiares (Gracia et al, p. 27 y ss) (10).

- Caso 2. Una madre joven con dos niños, de 2 y 5 años, acude a su médico de cabecera preocupada. Dice que tiene una forma de caminar ladeada, a pesar de que sus familiares se lo niegan, pero cree que le mienten y ocultan algo. El médico no aprecia ningún problema en el andar y considera que está alterada. Le ofrece un tranquilizante que rechaza. El médico le sugiere que debe quitarse esas ideas de la cabeza o que será adecuado consultar con un psiquiatra (11).

- Caso 3. Madre de dos hijas, de 13 y 15 años, obsesionada con los daños que las radiaciones del microondas podrían ocasionar a sus hijas, por ello cuando cocina deben estar fuera de la cocina. Opina que su miedo es exagerado pero no lo puede evitar. El psiquiatra aprecia un nivel relevante de ansiedad basal (Gracia et al, p. 35 y ss) (10).

- Caso 4. Una joven acude buscando ayuda. Se encuentra asustada, oye voces, le cuesta confiar en otras personas, realiza un relato terrorífico hablando del inframundo y dice necesitar un refugio para sentirse segura (12).


Todas estas personas portan experiencias personales que podemos caracterizar de forma general como vivencias, más intensas en unos casos que en otros. Podríamos acordar que están emocionalmente afectadas, aunque no es tan seguro que los cuatro casos indiquen que este sea el problema principal.

Quien acude, sea el posible paciente o su allegado, presenta al profesional una narrativa, no necesariamente completa, centrada en dificultades. La descripción se conecta con cuestiones de su vida y no solo con sus emociones. Habla de situaciones imbricadas a contextos diversos, experienciales, cognitivos, biográficos, relacionales, etc.

No se trata de un estado estático. El relato tiene un devenir temporal, es un drama, una historia en movimiento, con tensiones insertas y una proyección a futuro incierta y a veces preocupante, al menos para algunos de los actores del drama. Las dificultades están insertas en un devenir temporal, donde los acontecimientos vividos y procesados, y aquellos sin procesar, son el contexto del significado y sentido de las vivencias y conductas. El sufrimiento se despliega como experiencia en la propia persona y en su vida. La condición que el profesional traduce a una etiqueta diagnóstica reside y se vivencia en la persona en acción.

Es un dolor que no se da en una esfera distinta a las vivencias que las personas no diagnosticadas experimentan con la pérdida de un ser querido, problemas laborales, el divorcio de un hijo, al suspender una oposición, etc. En esa esfera, trabada de significados y experiencias, donde los dramas vitales se tornan sensibilidad, se ubica el sufrimiento de lo que denominamos trastornos. Aunque el dolor mental significa que se activa la percepción sensible, esto no significa que esté aislado de las contingencias de la vida, más bien lo contrario. Hay un sentido de drama vivencial que incluye a la persona completa y corporalizada, y también es un estar en el mundo con orientaciones vitales y estilos de procesamiento, todo ello de forma simultánea e indivisible (13-15).

Cualquiera que sea nuestro punto de vista, incluido el biologicista, entenderemos fácilmente que esa vivencia de drama es personal e irrepetible, que no se puede trasladar a otra persona, que se puede explicar pero no es reproducible en otro. Este es el material del sufrimiento mental, antes un drama en movimiento que un estado, antes una vivencia de la persona completa que una etiqueta diagnóstica.

Lo que deseamos resaltar es que el sufrimiento mental se experimenta y se vivencia como el resto de experiencias humanas, individualizándose como dramas irreductibles e indefinibles por alguien que no sea el propio sujeto.



Perspectiva ética de la acogida: reconocer al otro y abrir el diálogo


La primera cuestión clínica relevante es acoger a las personas que llegan a los servicios, por motivos muy diversos, a iniciativa propia o ajena, con quejas centradas en lo sensible, en lo interpersonal o en problemas de la vida, y solicitan o necesitan ayudas muy distintas unas de otras, aunque su queja se formule de una manera similar.

Centrarse en la acogida es especialmente relevante porque en ese proceso el profesional traza un determinado tipo de relación que depende no solo de sus características personales sino también del modelo técnico que aplica, de lo que considera buenas prácticas y de los servicios en los que trabaja.


La acogida a quien sufre puede describirse en los parámetros del encuentro con el otro. Levinas, Habermas, Cortina, Derrida, Gadamer, Davidson y Rorty, entre otros autores, han analizado el tema del encuentro, la hospitalidad y prestar ayuda, con el horizonte puesto en un mundo mejor, considerando la misma hospitalidad como progreso moral al hacer a la comunidad más incluyente.

Estos desarrollos filosóficos realizados en las últimas décadas impactan en la filosofía de las políticas asistenciales y en los servicios de ayuda de las sociedades democráticas, que atienden las penurias de sus ciudadanos y las de los inmigrantes y refugiados de diferentes culturas. La acogida es una cuestión ética de primer orden.

La acogida se inicia reconociendo la misma alteridad, en nuestro caso, de quien acude al servicio. En palabras de Derrida y Levinas, ser otro significa ser radicalmente distinto, ser irreductiblemente otro, algo que no soy yo (16). La acogida necesita dar espacio para reconocer al otro como distinto. Se trata de un reconocimiento ético antes que cognoscitivo, que solo se puede dar en un espacio sensible, entre dos sensibilidades. Estar ante el otro importa, requiere una relación de proximidad, no invasiva, y supone estar abierto al impacto del otro.

Levinas identifica al otro en personas como la viuda, el refugiado y en quien sufre. La relación con el otro interpela a respetar y cuidar. Propone una relación en la que el “Yo” se encuentre con el “Otro” sin privarlo de su alteridad, sin violentarlo, sin ejercer poder sobre él, en la experiencia de un encuentro fuera del poder y de la definición del otro. El reconocimiento es una acogida con apertura. Acoger al otro es ir de un mundo familiar a otro que no lo es, acudir hacia lo extraño, a un otro distinto de manera radical y absoluta. La experiencia del encuentro se sitúa en la conversación, un sistema que nos revela: palabra, escucha, imagen y mirada (16-18).

Reconocer al otro significa estar abierto al contacto, a saber de su drama, y al diálogo. El otro que habla, al que se permite estar delante y cuyo discurso no se elude, nos interpela como un sujeto que requiere respuesta, pero no una cualquiera, sino una que no le acalle, y permita y propicie continuar el diálogo. El diálogo es una conversación que abre horizontes, que suscita más palabras, que requiere mantenerse en el tiempo y seguir en contacto.



Perspectivas clínicas y pragmáticas de la acogida y el diálogo en Salud Mental.


1. Fundamentar la relación en la seguridad, confianza y permanencia. 


En el área de la Salud Mental la acogida y la formulación de la demanda han constituido una cuestión nuclear desde un principio, bajo la denominación de relación clínica. Hoy sigue siendo un aspecto crucial como lo muestra el trabajo de autores contemporáneos como Nancy Nyquist Potter (19), Costa y López (20), Slade (21), Pérez Álvarez (22) y muchos más.

Para que el diálogo se desarrolle, el que acoge, el anfitrión, debe proporcionar seguridad, una relación de confianza, y brindar espacio y tiempo para la conversación.

Dar seguridad significa que quien necesita ayuda no va a ser dañado por el servicio, que se velará al máximo para ello, pero también algo más, el anfitrión debe mostrar de forma práctica que se movilizará para que el otro se encuentre seguro (23). En Salud Mental brindar seguridad es un requisito fundamental porque tratamos con personas que fueron dañadas, que permanecen activadas y en estado de alerta, aunque a veces manifiesten un comportamiento de aplanamiento y “congelamiento” conductual y emocional. Muchas veces, la apariencia de estar desconectado puede ser una manifestación de estar alerta (23). Vivir una situación con dificultades importantes significa sentirse vulnerable a los otros. Cuando no se es suficientemente cuidadoso se puede dañar al usuario, y cuando eso ocurre éste se retraerá de una manera u otra, especialmente evitará una relación que requiera apertura. Dañar por descuido y no apreciarlo puede ser incluso más perjudicial que hacerlo y reconocerlo e intentar remediarlo. Es posible que el usuario registre el daño en silencio.

La confianza es un marco básico en Salud Mental. A veces los usuarios no solo han sido dañados sino que llevan incrustadas reacciones emocionales y conductuales que se avivan fácilmente al apreciar una señal de peligro, a veces nimia para un observador externo, y responden como si estuvieran ante un estímulo peligroso y abrumador. Es una dinámica bien conocida por los expertos en el trauma y en el trastorno límite de la personalidad. También parece ser un factor relevante en buena parte de las psicosis (23). Hay personas que en su vivir mantienen una incapacidad para confiar. Para ellas restaurar la capacidad de confiar puede significar una diferencia radical para abrirse a recibir ayuda y recuperar su vida.

Confiar es una disposición relacional por la que uno cree que el otro no le va a dañar, que le va a tratar con respeto y que aquello que uno le confía será considerado con delicadeza y atención. La confianza en el otro requiere también creer que el otro se interesa en las cosas de uno de forma genuina, y lo confiado va a ser valorado al menos tanto como uno lo hace. No se crea en un espacio “profesional” sino en un espacio interpersonal que lo trasciende. La confianza se deposita en una persona no en el representante de un servicio, se da en la relación entre personas que se abren al diálogo con interés.

El tema de la confianza se encuentra detalladamente expuesto en la obra de Potter (19) quién explica que para fomentarla el mismo profesional debe abordarla directamente en el espacio interaccional de la relación de ayuda, exponiendo y recordando al usuario que se encuentra en un lugar seguro donde puede haber confianza, porque no ocurrirán tales o cuales cosas, y que se está realmente interesado en su persona y comprometido con ella.

Fuller (23) desarrolla este tema en el campo de las psicosis graves. Se requiere ser cuidadoso y realizar adaptaciones a la situación de la persona, precisamente debido a la gran desconfianza de quienes han sido dañados. Es difícil crear un entorno de confianza y fácil disiparlo. Para crearlo se requiere disposición y compromiso, pero también habilidad técnica. El profesional se mide de forma especial, antes que en cualquier otra habilidad, en esta tarea de “hacerse digno de confianza” (19).

Otra cuestión pragmática, a la vez que ética, es la de permanecer junto al otro. Empezar un diálogo parte del supuesto de que proseguirá y que los intervinientes del diálogo permanecerán en el mismo. El diálogo no tiene un mero sentido informativo, no es algo que se haga el primer día y ya está, sino que es un acto de conexión continuado sobre el que se desarrolla una narrativa con sentido, y la base para una comprensión conjunta y la toma de decisiones compartidas. Para el profesional es permanecer como sujeto responsivo, que solo se da entre personas completas, corporalizadas, entre quienes escuchan las voces de los otros, no entre quien se hace eco de las notas que otro profesional recogió y el usuario.

Lo que ocurre en un diálogo se puede explicar a otro, se puede contemplar en un video, pero estar en el diálogo es sobre todo vivencia: se trata de voces internas y externas, lo que se dice y el eco que suscita, y las expresiones corporales de quienes participan. Es algo bien conocido en el mundo analítico y en el de la psicoterapia; no puede proseguir el análisis otro profesional, no se puede cambiar a los interlocutores y proseguir el diálogo (24). El diálogo, en el que se basa la relación de ayuda, requiere que el interlocutor (sean uno o varios profesionales) se mantenga durante el proceso. A esto se conecta la vieja reivindicación de continuidad de cuidados entendida como la continuidad de los profesionales en distintos dispositivos asistenciales, más que una continuidad mediante intervenciones en las que se deriva compartiendo información, notas, historia clínica etc.



2. Activar las respuestas que hagan posible el diálogo


Desde el primer momento el profesional debe reconocer al otro como interlocutor y como narrador. Responder significa poner en juego actitudes relacionales que reflejen al otro como persona, el valor de su palabra, y respuestas que impulsen el diálogo. La respuesta del profesional debe ensanchar el espacio para la expresión de lo que aflige a la persona y mostrarle dispuesto a escuchar atenta y delicadamente. Es la puesta en escena de una actitud éticamente responsable ante el otro. El diálogo debe confirmar el contexto para mantener más diálogo en un espacio de aceptación del otro. La ley del encuentro es la respuesta que trae más palabras.

Trataremos varias cuestiones éticas e interaccionales relevantes en la acogida y la repuesta a la persona que sufre.



a. El principio de caridad interpretativa 


Existen ciertas situaciones en las que las personas pueden expresarse de un modo que no resulta claro para su interlocutor y a veces tampoco para si misma. Las emociones extremas, las situaciones abrumadoras, las crisis vitales, los cambios dramáticos, perder las aferencias relacionales, las vivencias difíciles no procesadas, etc. pueden hacer que las personas se expresen de una forma incomprensible que refleja su situación caótica y sus miedos (11).

Para poder comprender lo que alguien dice es necesario aceptar que tiene algo correcto que decir. En vez de descartar al otro por irracional se puede realizar un esfuerzo para comprender, asumiendo que puede haber en lo que dice algún sentido, aunque de entrada no lo parezca. Esta disposición, plenamente ética, es lo que Davidson denomina principio de caridad interpretativa. Adoptar esta actitud permite el encuentro y la comprensión entre el hablante y su “intérprete”. Solo es posible la comprensión si el intérprete acepta que el otro está siendo racional, asumiendo que comparte con el hablante un sistema de creencias general, de trasfondo, no necesariamente sus creencias particulares (25).

Forero Mora facilita un ejemplo en el que el hablante dice “tengo un hipopótamo en el frigorífico”. Si el intérprete parte de que eso puede tener sentido continuará interesado, le seguirá considerando un sujeto racional, preguntará hasta comprender, y quizás entienda que con la palabra hipopótamo está designando algo que el interprete denomina manzana (25).

Esto significa que el intérprete hace atribuciones a lo dicho por el otro, atribuciones provisionales que se confirmarán o modificarán con las nuevas respuestas del otro, en un proceso de intercambio lingüístico basado en la atribución de sentido al hablante y el deseo de comprender del intérprete. El principio de caridad ha de aplicarse en todo el proceso relacional, no es algo que se haga una vez para siempre, requiere permanecer ante el otro que se expresa. El proceso implica a tres partes: el hablante, el intérprete y el mundo que comparten. Los papeles de intérprete y hablante se intercambian en la conversación, y la compresión se realiza con el fondo del mundo compartido al que es necesario acceder; se requiere mostrar actitudes, creencias y atribuir estados mentales. “Interpretemos de manera que hagamos a un agente tan inteligible como sea posible dadas sus acciones, sus preferencias y su lugar en el mundo” recomienda Davidson al que desea comprender (25).

Monteagudo recuerda que “cuando el entendimiento parece imposible porque se hablan lenguajes distintos, la tarea de la hermenéutica no ha terminado, sino que precisamente plantea cómo encontrar el lenguaje común”, un lenguaje que no debe suponerse que nos viene dado sino que surge entre los hablantes y es el que puede permitir el entendimiento (26).

La idea de que a veces las personas no pueden expresarse adecuadamente ha sido considerada desde distintas vertientes explicativas. A veces las experiencias no encuentran palabras para ser expresadas, o no encuentran forma de expresarse en un discurso relacional (11). El análisis lingüístico y comunicativo de las psicosis como estilo de habla ha sido motivo de estudio en diversas ocasiones (27) sin que se haya llegado a un escenario resolutivo. Seguramente el habla es un fenómeno tan individual que su expresión también en las psicosis lo sea, e inevitablemente los significados surgen de las personas y en la interacción.



b. Viajar entre los mundos


En el psicoanálisis se recomienda ocupar el lugar del que no sabe; al analista “le corresponde la total ignorancia, el no saber del otro, lo no sabido latente en el devenir de la palabra, en la escucha”. Moreno recuerda que se “escucha el discurso del sujeto en su singularidad” (28). Seikkula habla de posicionarse como no experto en la vida del otro, para preguntar y abrir más significados, trayendo más palabras y compartiendo más voces (24). Rogers opta por subrayar de forma empática que se tiene interés por lo que el hablante dice, como una forma de animarle también a seguir hablando (29).

Potter deriva esta actitud de acogida e indagación desarrollando un método, que es también una postura ética, que denomina la del viajero por el mundo, recogiendo un concepto originario de María Lugones que utiliza en el diálogo entre personas de distintas culturas. Para Lugones el concepto de “viajar en el mundo” implica un cruce comprometido y reflexivo de las barreras entre personas, una actividad que simultáneamente se alienta, es juego y se abre al crecimiento (19). Saber cual es el sentido de una conducta, la de las autolesiones por ejemplo, no puede alcanzarse por ningún saber general trasladable al nuevo caso. El significado está en la persona y si interesa conocerlo es ahí donde hay que indagar para encontrar un significado, que se distinguirá de todos los demás.

Comprender las conductas y lo que el otro dice es algo que no se puede hacer desde el mundo del observador. Este debe distanciarse de su mundo y entrar en el del otro. Esto significa suspender sus marcos valorativos, porque el sentido de la conducta está en el otro, se asocia a aprender su lenguaje, compartir historias y percibir desde otro lugar.

Pero la propuesta de la práctica del viajero por los mundos va más allá y se refiere a poder establecer un diálogo entre ambos mundos. Se requiere sumergirse en el mundo del otro, pero no quedar inmerso en él. Potter nos recuerda que la postura del viajero entre los mundos que propugna es diferente a la inter-subjetividad y a la empatía, pero son conceptos próximos e interrelacionados. Necesitan proximidad con el otro, pero no absorción, ni por parte del observador ni por parte del otro. Requieren superar barreras y apertura, respeto, y cuidado atento.

Potter reconoce que hay barreras para implementar esta actitud y método en los servicios de Salud Mental, pero indica que las fronteras y barreras que inhiben o socavan la comprensión genuina y profunda del sufrimiento del otro no pueden considerarse buenas para una práctica epistémica y éticamente responsable (30).



c. Dar comprensión y validar al otro.


Nos dice Garrido Maturano, en su reflexión sobre la posición de Levinas ante el otro, que la respuesta responsable consiste en darle la posibilidad de expresar su ser, una respuesta que le abre a nuevas posibilidades donde debe elegir y de ese modo recrear su existencia. No es someter al otro a mi mundo, ni siquiera poner a su disposición mi mundo, sino dejar al otro construir su propio mundo y su ser (31).

Monteagudo, refiriéndose a Gadamer, indica que encontrarse con el otro requiere situarse en una postura de buena voluntad y con disposición de no tener razón a toda costa, para hacer al otro tan fuerte como sea posible y permitir que su decir sea revelador. Prosigue indicando que cuando se refuerza el discurso del otro, se está también reforzando “la capacidad de interpelarme”. Este reforzamiento es también una condición para reconocer al otro (26).

Estas consideraciones son próximas a la idea de validar que defiende Linehan y a la de “dar comprensión” (to give uptake)[1] de Potter, una versión algo más suave de validar (32). Tienen en común la idea de que en el encuentro con el otro la postura del profesional, del intérprete, del anfitrión, del que quiere entender, debe reforzar la posición del otro, reconociendo de algún modo tanto su valor como persona como el de su discurso. En la conversación habitual el oyente no simplemente recibe el mensaje del otro sino que también lo confirma o lo rebate, subraya la alocución del otro. Se trata de reconocer al otro, de mostrar que se atiende a lo que dice, se le considera creíble, y se le da pistas sobre lo que nos sugiere lo que habla.

Validar y “dar comprensión” es algo más que ese reconocimiento activo. Consiste en comunicar al otro que sus conductas tienen sentido y son comprensibles. De forma activa se toma en serio al otro y no se le rechaza o trivializa. Tanto validar como “dar compresión” requieren práctica y no son respuestas sencillas, especialmente en situaciones de desbordamiento emocional, agresividad, autolesiones, etc. Al practicarlas se muestra al otro que se permanece atento a su discurso, se refleja lo que dice, y se le indica que su respuesta es comprensible considerando la situación, es decir se pone en contexto la expresión del otro (19,33). 

La validación se puede realizar sobre las emociones, las cogniciones, las conductas, los esfuerzos, las metas, etc. Es posible realizarla sobre numerosas vertientes (33) y áreas vitales (34). Es una actividad de reconocimiento y respeto que acepta el rol del otro para definir sus propias cuestiones. Al validar se hace patente el contexto donde se producen y el profesional asume el papel de quien refleja. Es decir, además de potenciar el encuentro y el diálogo se propicia la auto-validación del otro, la redefinición de sí mismo, su unicidad, su historia personal, sus experiencias y especialmente la auto-aceptación.

Una exposición amplia de la validación la encontramos en Costa y López (34) y la actitud próxima de dar comprensión en Potter (19,32). Para Potter es una respuesta y actitud especialmente relevante cuando el otro es alguien habitualmente poco reconocido por los profesionales, como el adicto, el pobre, el de otra raza o cultura, o se muestra enfadado o desafiante.

Esta actitud requiere delicadeza y mesura porque un exceso o cierta ligereza en validar o dar comprensión podría ser inadecuada e incluso humillar al otro (19). Se aconseja su aprendizaje como habilidad técnica.



d. Técnica y habilidades. Formación y aprendizaje


Las posiciones resaltadas tienen una vertiente pragmática dado que se refieren a una práctica que, a nuestro juicio, además de posible resulta imprescindible cuando se trata de implementar una relación de ayuda (35). En Salud Mental un encuentro que no active estas actitudes puede lesionar a las personas más vulnerables, es decir a las que se encuentran en las situaciones más difíciles, a las más dañadas y atemorizadas, y a las más próximas a la exclusión.

Además de una disposición activa, se requiere formación para mantenerse ante el otro en una relación de acogida y ayuda. Es situarse desde una experticia distinta a la habitual, una en el que el experto, aunque no abandone su saber y su titulación, se sitúa en el plano de acoger y entender al otro en su propia situación, él mismo en su calidad de persona única y en una posición de apertura plena. Cada caso es una nueva ocasión para aprender que en el siguiente hay que colocarse de nuevo ante el otro como quien nada sabe, y junto a ese nuevo otro u otros empezar a construir un encuentro y un diálogo otra vez. Habitualmente en cualquier oficio cada trabajo sirve para ganar experiencia y mejorar en el siguiente, esto es, se adquiere un buen hábito, pero en este tipo de encuentros cada caso debe ser olvidado para empezar con el próximo, el buen hábito es volver a ponerse como quien nada sabe del otro.

Acoger al que sufre, especialmente en Salud Mental, requiere dar seguridad, generar confianza, y abrir el diálogo para tratar las dificultades, dirigirse al otro como persona y mantener una posición ética que promocione el diálogo y el encuentro. Pero este tratar al otro, junto a su dolor vivido como persona completa inserta en sus contextos vitales únicos, es tratar un drama, que requiere acudir a un encuentro que nos aproxima mucho al otro, un encuentro casi epitelial. Este encuentro no es algo virtual, solo puede darse entre personas que se verán afectadas en ese espacio interaccional, aunque el profesional debe seguir manteniendo su profesionalidad para ser de ayuda sin dejar de estar próximo al otro que no debe ser absorbido en el encuentro.

Hay en el encuentro, algo que trasciende lo técnico, una vertiente relacional y una posición ética que promueve un cuidado especial de las relaciones de poder, pero a la vez se requiere una perspectiva técnica y el desarrollo de habilidades que necesitan una formación específica (24).



El encuentro clínico en la práctica actual de la psiquiatría. La coerción.


Se puede entender buena parte de lo dicho hasta ahora como una apología del buen trato para quien llega a Salud Mental con sus problemas. Es necesario no dañar, establecer un marco de confianza, hablar de las dificultades acoplándose al ritmo de la persona, y permanecer junto a ella para conseguir una comprensión conjunta, respetando sus metas vitales, permitiéndole elegir y tomar sus decisiones con la información pertinente. Es una perspectiva ética no muy distinta a la propugnada por los códigos deontológicos de las profesiones implicadas en Salud Mental, incluida la médica. También está avalada por la ética general de los servicios, que proponen la confianza, la personalización, y el diálogo con los usuarios como requisitos básicos (36.37).

Sin embargo, el modelo asistencial dominante en Salud Mental diverge profundamente de lo expuesto hasta ahora. El modelo biomédico, la Psiquiatría Basada en la Evidencia, se basa en categorías diagnósticas e indicaciones clínicas. La acogida se estructura en torno a una entrevista que filtra la información, buscando la pertinente para identificar el conjunto de síntomas y signos necesarios para establecer un diagnóstico y proponer un tratamiento.

El profesional acude al encuentro conocedor de antemano de las preguntas a plantear, idealmente provisto de un modelo de entrevista estructurada, un sistema diagnóstico para clasificar lo que detecta, y unas indicaciones clínicas para cada diagnóstico que aplicará después, todo ello según una serie de creencias que supone basadas en el conocimiento científico. Se trata de una perspectiva técnica en la que la conversación del profesional hacia el usuario y allegados es de experto a lego. No hay diálogo, se conversa desde una posición monológica en la que es el profesional quien asume la capacidad de dirigir la entrevista y definir los hechos. La verdad incrustada en las vivencias del paciente interesa tan solo como la expresión necesaria para diagnosticar, no como un cuerpo de saber personal. La definición del sufrimiento es externa. “Quise hablar de lo que me había ocurrido, pero me dijeron que para una esquizofrénica hablar con un psicólogo era negativo porque podría empeorarme” nos dice un usuario (38).

Se excluye al hablante de una relación basada en la comprensión dando por hecho, por ejemplo, que los delirios y las alucinaciones no tienen sentido y significado (39) pero encaminan a la persona hacia un cúmulo de errores graves y a veces peligrosos, para sí o los demás. Se le excluye también frecuentemente cuando se diagnostica y, por ejemplo, se atribuye su pesimismo al trastorno afectivo, o el estado de alerta y el valorar peligros nimios como potenciales catástrofes a un trastorno de ansiedad.

El paciente puede dejar de ser un interlocutor válido con voz propia sobre lo que le ocurre y ante la prescripción asistencial que recibe, cuando se considera que su propio núcleo de ser persona desfallece colonizado por la enfermedad (40,41). Es fácil para los profesionales un deslizamiento lógico desde lo que entienden como incorrecta atribución y descripción de su situación por parte del paciente, la llamada falta de conciencia de enfermedad, a considerar como mala la comprensión del tratamiento que se le propone y defender por tanto la falta de competencia del paciente para consentir, rechazar o elegir otra ayuda preferida.

El concepto de falta de conciencia de enfermedad es nuclear en la práctica psiquiátrica actual y constituye el predictor principal del tratamiento involuntario (42) y de la incapacidad mental (43). Aunque se origina y suele incluirse en el registro psicótico como un síntoma más de la enfermedad se extiende a otras condiciones psiquiátricas como los trastornos afectivos, en particular la manía, el retraso mental, el uso de sustancias, la anorexia nerviosa (44), algunos trastornos de personalidad, e incluso el déficit de atención con hiperactividad y las fobias (43).

Los clínicos tienden a identificar el rechazo del tratamiento con la falta de conciencia de enfermedad y la incapacidad mental. Al contrario, no se plantean la capacidad del paciente si este acepta el tratamiento, dando por sentado que la tiene, aunque no sea así (45). La consecuencia inmediata es la coerción, el conjunto de medidas que va desde la hospitalización involuntaria y la contención al tratamiento obligatorio, pasando por toda una serie de presiones coercitivas “informales” en la vida cotidiana cuyo objeto es asegurar la adhesión al tratamiento (46).

La coerción en la psiquiatría actual se extiende a muchos pacientes (47). La clínica deja de lado el discurso, los valores y la perspectiva del sujeto y, de hecho, el tratamiento incluye una serie de intervenciones para corregir estas últimas, la psicoeducación. El modelo se describe según una máxima que expuesta de forma crítica rezaría así: “te recuperarás, te guste o no” (48).

La Psiquiatría Basada en la Evidencia esgrime la ciencia y el conocimiento objetivo para justificar sus prácticas, también la coerción. Se trata de un recurso retórico pues cualquier modelo asistencial moderno necesita considerar el saber científico sobre el tema. Hoy es obvio que la Psiquiatría Basada en la Evidencia no es más que el label, la marca, de la práctica dominante en nuestros días y no un cúmulo de conocimientos científicos (49-51). De hecho, se ha mostrado ampliamente deficitaria en sus fundamentos científicos, bases biológicas y fisiopatología de sus constructos, dando por válidas hipótesis no comprobadas o incluso refutadas, que pueden ser determinantes en su práctica. Es el caso de la hipótesis neurotóxica de la psicosis, o la de la duración de la psicosis no tratada (DUP) que se han esgrimido para justificar el tratamiento medicamentoso involuntario (52) o cambios legislativos que permitan el tratamiento involuntario a los pacientes en primeros episodios psicóticos (53).

Los psicofármacos, instrumentos básicos de la Psiquiatría Biológica, la manifestación principal en nuestros días de la Psiquiatría Basada en la Evidencia, siguen siendo objeto de debate. Décadas después de su introducción, sigue sin estar claro el riesgo/beneficio asociado al uso a largo plazo de las principales tipos de psicofármacos, antipsicóticos, antidepresivos y otros (54,55). De hecho, en la evaluación de resultados, en especial a largo plazo y desde una perspectiva funcional, no se han podido demostrar resultados satisfactorios o superiores a los de otras épocas u otros abordajes alternativos (56,57).

Respecto a la coerción, discutir su eficacia es parecido a discutir el valor de ciertas formas de maltrato en la reinserción social o la socialización del miedo para hacer una sociedad cohesionada y ordenada. No obstante, siendo su práctica muy común, convendría monitorizar sus efectos para saber cómo impacta en el tratamiento y la vida de las personas (58). 

El efecto de la coerción en términos de salud pública y coste/beneficio es, en el mejor de los casos, desconocido. No se sabe si el número de pacientes que se mantienen en el sistema psiquiátrico por la coerción supera al número de los que lo evitan por temor a ser sometidos a ella. No es un fenómeno raro que muchos usuarios acaben temiendo más a los servicios y a los profesionales que a su propio sufrimiento original y se alejen de ellos y los eviten, aumentando la brecha entre los pacientes diagnosticables de Trastorno Mental Grave y los realmente captados, tratados y mantenidos en el sistema. Globalmente, considerando la coerción formal y la informal, los estudios sugieren que la mejoría posible es demasiado pequeña para compensar la experiencia negativa de la coerción (47,59). La réplica es que el objetivo de las medidas coercitivas, especialmente las más intensas como el internamiento involuntario no es clínico, la mejoría sintomática o del funcionamiento social del paciente, sino securitario, la reducción del riesgo (60). 

Más allá de la coerción, la práctica de la Psiquiatría Basada en la Evidencia no tiende a proponer un tratamiento sino “el tratamiento”, según la secuencia diagnóstico e indicación clínica. Consecuentemente es manifiesta su tendencia a no facilitar información suficiente acerca del balance riesgo/beneficio del tratamiento propuesto y evocar alternativas posibles. Es habitual el incumplimiento de la legislación vigente acerca del consentimiento informado, mucho más garantista en la necesidad de aportar información y en la posibilidad de elegir del paciente (61).

Otro modelo es posible y se ha ensayado en la práctica asistencial. A veces se ha denominado colaborativo (62). Otras se ha dicho que el profesional debe adoptar la posición de quién escucha (63). Desde otro punto de vista el encuentro se ha definido como un espacio para el diálogo (24) o un espacio abierto a la comprensión (64). Todos se caracterizan por una propuesta de acogida diferente a la del modelo dominante, reconocer y aceptar al otro como sujeto discursivo (36). 



Volviendo a la bioética. Acerca de cómo recuperar la autonomía


Retomamos las cuatro situaciones mostradas al principio de este texto.


- Caso 1. Los autores que discuten el caso realizan recomendaciones opuestas. Proponen realizar una entrevista psicopatológica para saber si se trata o no de un caso clínico y se muestran preocupados porque es necesario limitar los recursos sanitarios para lo que no es propiamente patología mental. Si la paciente hubiera expresado niveles altos de angustia, algo frecuente en una situación de problemática grave como esta, se habría considerado un caso de salud mental, y sin más se habría ido a reducir el síntoma, la angustia. Lo más relevante, el grave conflicto familiar, se considera tangencialmente y no se aborda (10).

- Caso 2. Se ofrece medicación y la mujer se retrae al ver cómo entiende el médico su problema. El diálogo se interrumpe. La mujer en realidad quería hablar en confianza de su posible plan de matarse junto a sus dos hijos, dado que no veía salida a la situación de malos tratos y alcoholismo del esposo y su familia parecía no darse cuenta. El profesional no se entera de lo que está sucediendo (11).

- Caso 3. Los profesionales recomiendan cosas opuestas, desde remitir a la paciente a Atención Primaria o a un grupo terapéutico, hasta otros procedimientos técnicos incluyendo educación sanitaria inespecífica. No se valoró el hablar de sus dificultades en profundidad y en reunir al entorno en un diálogo familiar (10).

- Caso 4. A la joven se le dijo que estaba enferma, y según su relato la hundió e hizo que evitara la asistencia psiquiátrica. Más adelante encontró a personas que sí quisieron escuchar su relato y permanecieron a su lado, donde el inframundo y la vertiente psicótica de lo que le ocurría tenían un sentido biográfico relacionado con sus experiencias traumáticas. Pudo rehacer su narrativa y recuperarse. Lo que valoró en su proceso de recuperación es que hubo personas que estuvieron junto a ella. La asistencia psiquiátrica al uso no le habría dado esa oportunidad (12,62).


Los casos 1 y 3 son asistidos y analizados desde una perspectiva bioética que atribuye escasa relevancia a la acogida y al diálogo con los usuarios. No se establece conexión con el paciente y se decide lo que hay que hacer disponiendo de muy escasa información. Los casos 2 y 4 muestran un sistema asistencial deficitario en proporcionar un marco de confianza para poder hablar de las dificultades.

La bioética psiquiátrica habitual, como la recogida en Bloch (65) y Baca (66), defiende la autonomía del paciente y aboga por las voluntades anticipadas, pero se retracta cuando se ve confrontada al núcleo duro de la propuesta biomédica, el ingreso hospitalario y el tratamiento psicofarmacológico requeridos por un modelo clínico, aceptando que el paciente que los rechaza carece de conciencia de enfermedad y su autonomía ha decaído (67,68).

Paradójicamente aboga por la recuperación de la autonomía perdida suplantando a la persona, y da por buenas prácticas como la hospitalización involuntaria, el tratamiento obligatorio y las medidas coercitivas que las sustentan. No contempla que asusten o traumaticen a los pacientes, ya que perdieron su autonomía. Defiende el consentimiento informado pero no trata el hecho de que no se produzca habitualmente, tampoco en los usuarios no psicóticos (61). No recoge la palabra de los usuarios y tampoco la ingente obra crítica a la Psiquiatría Basada en la Evidencia, en lo que concierne al trato a los usuarios de los servicios y la coerción, la escasa eficacia a largo plazo de los tratamientos psicofarmacológicos, sus efectos adversos, la pérdida de funcionalidad y el incremento de la incapacidad laboral y civil, la influencia distorsionante de la industria farmacéutica a todos los niveles, investigación, agencias reguladoras, guías clínicas, formación, información… las escasas inversiones en investigación y desarrollo de alternativas, etc.

El bioeticista Biegler lleva la cuestión de la autonomía a otro escenario. Acepta, por ejemplo, que en la persona bajo depresión existe un problema de autonomía porque el impacto de la depresión conlleva un sesgo de apreciación de la realidad, predicciones irreales y catastrofistas, sin que el sujeto valore adecuadamente los estresores que propiciaron la respuesta depresiva. Pero defiende que, en este caso, debe de ser la propia terapia la que aborde directamente esta cuestión y ayude a reparar la autonomía del paciente. Si se consigue que el paciente sea consciente de los sesgos de su pensamiento bajo el influjo del afecto depresivo, que contemple como le afectan los estresores, que aprenda estrategias y habilidades que le permitan gestionar unos y otros eventos, se promocionará una actividad muy distinta a la de restaurar el tono emocional mediante psicofármacos. En su opinión, el valor ético de la psicoterapia, que concreta en la Terapia Cognitivo Conductual, es muy superior a la de la psicofarmacología, porque utiliza procedimientos que promueven directamente la autonomía del paciente (69).

La perspectiva enunciada por Biegler desde un escenario ético, es similar a la expresada desde escenarios clínicos por un buen número de profesionales y estudios, tanto para la depresión como para otras condiciones clínicas como la psicosis. Ante la pérdida de autonomía es necesario ayudar a la persona a orientarse de un modo en que la autonomía pueda recuperarse, con diálogo, apoyo, creando un ambiente seguro y confianza, y permitiendo al usuario la oportunidad real de elegir.



Conclusiones


Hemos analizado el encuentro con la persona que sufre como una cuestión a la vez ética y clínica. El sufrimiento reside en su ser persona cuya individualidad es necesario reconocer. No se trata de otro caso más y no se puede dar cuenta completa de ella con una etiqueta diagnóstica. El sufrimiento mental es la expresión de un drama vital, no un estado permanente. 

La relación de ayuda ha de comenzar reconociendo y respondiendo al otro como persona única, en un entorno que proporcione seguridad, confianza y diálogo. Las bases imprescindibles para este diálogo son: a) el principio de caridad interpretativa, b) el viajar entre los mundos, y c) el dar comprensión y validar al otro. Estas tres actitudes son un compromiso ético pero también pertenecen a la práctica clínica. Constituyen la base para entender al otro, el punto de partida para conseguir una comprensión compartida que permita elegir y practicar la ayuda necesaria basándose en las necesidades del usuario y sus preferencias. El usuario debe poder elegir y contar para ello con la ayuda del clínico.

El encuentro con el otro es condición previa a la implementación de una técnica, sea un fármaco, una psicoterapia, cualquier otra intervención o el acceso a un recurso social. Lógicamente la precede pero puede ser simultánea en la práctica. Lo fundamental es que la persona pueda decidir y cambiar su decisión, que continúe el diálogo reconociendo al otro y su ritmo. Reconocer al otro es justo lo opuesto a definirlo. La definición, aunque sea mediante un saber bienintencionado del experto, puede ser dañina, cortar el diálogo y desactivar el proceso de recuperación.

En esa relación pueden darse situaciones difíciles. Parte de las mismas se resolverán mediante el diálogo pero no todas, y el profesional deberá velar por el bien del usuario, incluso imponiendo una decisión de protección en contra de la voluntad del usuario. Una buena forma de solventar estas situaciones difíciles es contar desde un principio, a veces en el mismo espacio del diálogo con el usuario, con su entorno relacional próximo para poder tener una plataforma interaccional más amplia que pueda gestionar la dificultad y la decisión difícil a tomar de forma compartida. En cualquier caso, el profesional deberá estar siempre en diálogo, manteniéndolo también en el momento en que se toma esa decisión, y validando al otro incluso en su enfado y decepción.

Lo que hemos denominado actitudes éticas no son sólo buenas disposiciones. Son habilidades técnicas que necesitan ser aprendidas y que la organización de los servicios de Salud Mental y sus objetivos de gestión deben permitir y fomentar.

Es necesario, desde luego, que la bioética se interese en profundidad en las cuestiones de la asistencia en la práctica psiquiátrica actual, hospitalizaciones y tratamientos involuntarios, contención y aislamiento, coerción formal e informal, consentimiento informado, etc. para construir un corpus ético que apoye una práctica clínica que proporcione a los usuarios seguridad, confianza, diálogo y la posibilidad real de tomar decisiones.

Pero, cuando la relación de ayuda no se inicia reconociendo al otro y hablando de sus dificultades de forma profunda, los principios bioéticos pierden buena parte de su sentido. ¿Qué valor tiene discutir el tratamiento involuntario si la persona no ha tenido la posibilidad de explicar las cosas desde su propio punto de vista, si nunca se ha podido considerar su expresión bajo el principio de caridad? ¿Qué importa hablar de la autonomía y la competencia para decidir si habitualmente no se informa a la persona de las posibilidades existentes?

El encuentro que promociona el diálogo es en si mismo una actividad clínica que puede tener efectos reparadores realmente potentes. No es un trabajo sencillo y rápido, pero es posible. Además, es muy probable que tenga un carácter resolutivo mayor que imponer un modelo único y mantener, muchas veces de forma insatisfactoria, a personas bajo medicación durante años, a veces toda la vida. Tanto en los delirios como en las alucinaciones, los métodos basados en la palabra pueden tener iguales o mejores resultados y se aceptan mejor por los usuarios (24,62,70-73). 

Existen varios modelos terapéuticos que se postulan sobre el diálogo: las terapias dialógicas, las centradas en la persona, las psicoterapias de tercera generación, la escucha analítica, etc. (13,62). Alguno de ellos se ha desarrollado sobre el terreno como un sistema asistencial integral para toda una región sanitaria con resultados mucho mejores que el tratamiento habitual (24). Es hora que comiencen a implantarse y desarrollarse en nuestros sistemas públicos de atención en Salud Mental, modificando las prácticas actualmente dominantes y/o ofreciendo alternativas a las mismas, algo insistentemente solicitado por el movimiento crítico de usuarios (74-80) y profesionales (21,49,72,81-83) y que es recogido desde instancias políticas y administrativas (84).



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[1] Dar comprensión es la propuesta de traducción de “to give uptake” al español que ofrece Nancy Potter. Es un concepto que cubre dar apoyo, dar entendimiento, dar credibilidad…



"Paradigmas en estallido: epistemologías para una ¿post?psiquiatría" (Marta Carmona, Revista de la AEN nº 132, Dossier Postpsiquiatría)

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Continuamos el Dossier sobre Postpsiquiatría publicado en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (132) y del que fuimos editores. Hoy tenemos el artículo escrito por Marta Carmona Osorio (una de nuestras autoras de referencia, sin duda alguna), con la que hemos colaborado alguna vez y por cuyos escritos sentimos la mayor admiración. El artículo se titula "Paradigmas en estallido: epistemologías para una ¿post?psiquiatría" y nos parece de muy recomendable lectura.



Resumen
Las epistemologías feministas y poscoloniales han hecho importantes aportaciones a múltiples campos teóricos. La postpsiquiatría, en tanto que nacida durante el periodo posmoderno y orientada a rehacer parte de la teoría y práctica psiquiátrica, es uno de los campos donde otras miradas y la experiencia de otros paradigmas asimismo cuestionados y ampliamente debatidos resultan enriquecedoras. A partir de puntos de conflicto paralelos se estudia la analogía y diferencia entre los distintos campos teóricos, buscando qué soluciones puede incorporar la psiquiatría contemporánea que quiere definirse como postpiquiatría.

Palabras clave: postpsiquiatría, epistemología, conocimiento situado, feminismos, poscolonialismo,  aculturación, injusticia episémica, hermenéutica.


INTRODUCCIÓN

El término postpsiquiatría, de irregular difusión, comprende una serie de prácticas y conceptualizaciones llamadas a devolverle el protagonismo al sujeto en su proceso terapéutico y a huir de las imposiciones de la hegemonía biomédica en la comprensión y atención al sufrimiento psíquico. A lo largo del texto se repasan situaciones epistémicas paralelas a las que atraviesan tanto la psiquiatría como la rama de la misma que escoge identificarse como postpsiquiátrica. Desde un abordaje próximo a los estudios culturales se describen similitudes, convergencias y diferencias entre contextos epistémicos que han atravesado o atraviesan crisis y procesos paralelos a las sacudidas en el controvertido campo de la psiquiatría. Con especial hincapié en la epistemología feminista, por encima de otras perspectivas como la epistemología poscolonial o el abordaje de clase, se busca comprender el contexto social y epistémico en el que surge y se desarrolla la postpsiquiatría y las posibilidades y limitaciones que de ello derivan. Se recoge así el condicionamiento generado por un campo teórico fragmentado cuando no enfrentado, la dificultad sistémica de la psiquiatría de crecer en aspectos socialmente devaluados como los cuidados, algunas de las principales contradicciones inherentes al modelo teórico psiquiátrico y las potenciales aportaciones desde otras epistemes a la postpsiquiatría.


CUERPO

Feminismos, psiquiatría y paralelismos singulares.

Si hablamos de un campo de conocimiento extenso, con narrativas y argumentaciones muy diferentes cuando no opuestas entre sí, controversias enconadas e incluso narrativas explícitas de enfrentamiento podemos estar refiriéndonos tanto a la psiquiatría como al feminismo. Obvia decir que las controversias son inherentes a todos los campos teóricos pero es la característica de entender esa controversia como una debilidad y no como un signo de riqueza y vitalidad lo que configura la similitud entre ambos campos. Así a lo largo del texto se recabarán los potenciales aportes de una epistemología feminista a la práctica y epistemología psiquiátrica pero se tendrá en cuenta también el paralelismo en el desarrollo irregular, atravesado por cada momento social, cuestionado y utilitarizado, así como sus muchas diferencias (agente estabilizador del statu quo vs movimiento subversivo, por ejemplo), con la intención de que el cruce de miradas aporte algo de luz a los conflictos fundamentales de la psiquiatría que dan lugar a la llamada postpsiquiatría.

Descritas de forma grosera encontramos como divergencias principales dentro de la psiquiatría los postulados de la psiquiatría biologicista, con su búsqueda inagotable de una fisiopatología orgánica subyacente a toda experiencia anómala o incluso a todo sufrimiento; por otra parte encontramos a las corrientes psicodinámicas que sitúan en el conflicto intrapsíquico el centro de su ser; a su vez las corrientes comunitarias buscan la adaptación a los entornos de los sujetos designados como enfermos por esos mismos entornos, disponemos también de la amalgama de señales biológicas y configuradores personales que propone Markova y Berrios (1), así como las corrientes antipsiquiátricas, tanto las que se definen con dicho nombre como las que son enunciadas antipsiquiátricas (2) (3) desde fuera, que consideran a la maquinaria psiquiátrica como un factor generador de sufrimiento más. Para definir esta multiplicidad de líneas teóricas Blanc emplea el término “estructura en archipiélago” (4) añadiendo que “este patchwork teórico evoca el mito de Babel” (4). Cabe  añadir como ampliamente recogido en la literatura que las distintas prácticas y líneas teóricas que configuran la psiquiatría contemporánea han ido surgiendo, interaccionando e influenciándose entre ellas desde el inicio de la especialidad, relacionadas de forma inextricable con los eventos sociopolíticos que sacudían a occidente (5). Valgan de ejemplo los trabajos en torno a la esquizofrenia en el periodo de entreguerras (5), el auge de la preocupación por los procesos de aprendizaje y sus trastornos en la guerra fría (6), la despatologización de la homosexualidad del 1973 o las actuales campañas para despatologización de lo trans.

A su vez el feminismo al finalizar su primera ola, nacida en la convención de Seneca Falls que da inicio a los movimientos sufragistas, experimenta una serie de cismas y corrientes enfrentadas entre ellas que dan lugar a que a día de hoy se hable más de los feminismos que del feminismo como campo teórico único (7) (8). Así, además de los enfrentamientos generados por cuestiones concretas como la prostitución y el trabajo sexual, existen unas líneas teóricas radicalmente opuestas. Por razones de extensión y procedencia es imposible recoger aquí todas las líneas teóricas en las que se divide o ha dividido este campo; valga entonces como grosero resumen enunciar las divergencias del feminismo de la igualdad frente el pensamiento de la diferencia sexual, o el feminismo radical frente al transfeminismo, teniendo que obviar el feminismo cultural, el feminismo socialista, el feminismo poscolonial, etc. Una explicación muy simplificada de estas divergencias básicas sería que el feminismo de la igualdad defiende que la desigualdad social experimentada por las mujeres es corregible a través de medidas políticas según el esquema social actual, alcanzándose en condiciones ideales una paridad completa en todos los aspectos que acabaría con la situación de dependencia y sumisión de las mujeres; mientras que el feminismo de la diferencia reniega de esto sosteniendo que la configuración social actual es machista per se, en tanto que requiere de una posición subyugada de las mujeres y de aquello considerado como femenino, por lo que las medidas paritarias mantenidas en un esquema social machista sólo reproducirán dicho machismo. En un intento de articular ambas líneas teóricas Fraser (9) acuñará los conceptos justicia por redistribución, aceptando así la premisa del feminismo de la igualdad de necesidad de un nuevo reparto de recursos y poder y el de justicia por reconocimiento, aceptando entonces la premisa del feminismo de la diferencia al plantear la necesidad de una reestructuración de los esquemas de valores.  Por otra parte el feminismo radical en su búsqueda de la raíz de la opresión ejercida por el sistema patriarcal enuncia el sistema género-sexo (10) mientras que el transfeminismo diverge al no considerar la categoría mujer como sujeto oprimido único sino múltiples categorías e identidades construidas fuera de la cisheteronormatividad (11). En ambas diatribas surge continuamente un enfrentamiento entre una perspectiva esencialista del género y la teorización del género como pura construcción social.

De la misma forma que un/a psiquiatra biologicista, un/a profesional de la salud mental comunitaria y un/a antipsiquiatra se sitúan ante una persona con sufrimiento psíquico con idéntica intención de ayuda (y en ocasiones hasta realizan una intervención parecida), pero para ello recurren a explicaciones teóricas, modelos, trayectos terapéuticos y narrativas extremadamente opuestas; dentro de los colectivos feministas se reivindicará una mejora en las condiciones de vida de las mujeres, incluso con demandas concretas iguales, pero desde una construcción teórica radicalmente distinta.

¿Significa esto que son paradigmas absolutamente comparables? Evidentemente no. De entre las muchísimas diferencias cabe destacar que la psiquiatría y el concepto actual de locura son construcciones modernas mientras que el patriarcado nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra historia (12), (13), (14); que el sujeto mujer (o los sujetos no hombre cis heterosexual, que definiría el transfeminismo) no es comparable a los sujetos que experimentan sufrimiento psíquico si siquiera desde la perspectiva más constructivista; que la psiquiatría es una disciplina concreta y pese a su fragmentación ideológica constituye una práctica acotada a unos  contextos científicos, sanitarios y sociales específicos mientras que las estructuras de dominación patriarcal son transversales y ubicuas; y que tanto la psiquiatría como las prácticas de salud mental comunitaria como la antipsiquiatría surgen con la idea de aliviar un sufrimiento (lo consigan o no) mientras que el patriarcado es una estructura de dominación que busca autoperpetuarse. Una comparación directa y simple entre el machismo y las dinámicas coercitivas de la psiquiatría tendría tantos agujeros teóricos y tan poca consistencia interna que carecería por completo de interés.

Ahora bien, existen ciertos puntos de similitud entre ambos campos, que hacen que resulte valioso intentar aplicar algunas de las perspectivas que se han desarrollado en el campo teórico del feminismo a las discusiones teóricas en la psiquiatría actual (15). Por una parte el patriarcado consiste en una estructura de dominación y a su vez el sufrimiento psíquico puede entenderse como fruto de las distintas opresiones experimentadas por el sujeto por lo que las aportaciones del feminismo a la deconstrucción de la opresión patriarcal, así como la perspectiva poscolonial o el análisis de clase pueden contribuir a enunciar alternativas en la comprensión y abordaje del sufrimiento psíquico (16). Por otra parte desde el nacimiento de la psiquiatría como especialidad y pese a la mejor de las intenciones de Pinel (17) las prácticas coercitivas irrumpen una y otra vez en su ejercicio hasta convertirla una y otra vez en una forma más de las medidas de disciplinamiento (18), por lo que no sólo desde las respuestas a la opresión, sino también desde analizar cómo el patriarcado evoluciona y se transforma para mantenerse puede comprenderse mejor cómo las prácticas coercitivas intentan evolucionar y transformarse para mantenerse dentro de la psiquiatría.

A su vez, la interseccionalidad, esto es, el análisis de las distintas identidades sociales, de cómo interaccionan entre ellas y en qué dinámicas de opresión se apoyan en estas identidades sociales (19) permite comprender mejor los efectos que tienen las categorías con las que dividimos y clasificamos a las personas pero también permite analizar la confluencia de miradas y voces que generan esas diferencias. Quién enuncia los mandatos de género (qué se espera de una mujer o de un hombre, de un niño o una niña), quién decide qué es una raza o una etnia (y qué derechos se les otorgan), quién decide qué es cuerdo y qué es loco o qué expresión de sufrimiento es aceptable (por ejemplo un sufrimiento que no impida el continuar trabajando) y cuál no lo es. Averiguar cuáles de esas voces son comunes, qué juegos de poder operan entre ellas y cómo transforman las identidades sociales en las que se apoyan es el objetivo de la perspectiva interseccional.

Otro punto en común a ambos campos es que en tanto que sujetas a lo social y expuestas de forma temprana/transformadora a los cambios sociales hay una anacronía inherente a la teorización psiquiátrica y a la feminista. La vindicación sufragista decimonónica era imprescindible en esa época pero el resto de circunstancias machistas aceptadas entonces por las sufragistas son inaceptables hoy día. La enunciación de la homosexualidad como enfermedad en una sociedad marcadamente homófoba era coherente en esa época (si no es pecado será enfermedad) (20) como es relativamente congruente que aún haya voces (acertadas o no) que defienden que se mantenga la incongruencia de género (antes patologizada como transexualidad) en los manuales diagnósticos para así poder garantizar el acceso a los tratamientos de reasignación (en un contexto en el que, de forma generalizada, el diagnóstico se constituye como puerta de entrada a prestaciones y servicios sociales) (21). 

No se trata de comparar la pertinencia del sufragio universal con la concepción patologizadora de la diversidad sexual (nuevamente los traslados directos de concepto abocan a la boutade) sino de cómo los feminismos y la psiquiatría precisan continuamente de borrar sus palabras anteriores y reescribirse, ya que la transformación social que generan y les atraviesa convierte en ceniza lo que en décadas previas se construía como verdad irrefutable.

Así ambos campos tienen dificultades para trazar su propia genealogía, en tanto que para llegar donde están ahora han de abjurar de gran parte de lo que les ha llevado hasta ahí. Podría decirse entonces que una característica común es que no sólo los enfrentamientos internos no tienen por qué ser signo de poca consistencia y pueden resultar enriquecedores sino que son inherentes a la propia forma de crecimiento y evolución de ambos campos.


Coerción – cuidado e injusticia epistémica

Uno de los aspectos en los que la epistemología feminista y el trabajo teórico de los feminismos pueden aportar claridad a la epistemología psiquiátrica es en la articulación de la diada coerción-cuidado. Acerca de la coerción en psiquiatría se ha debatido y escrito ampliamente (22) (23). Uno de los aspectos más recalcados es cómo periódicamente la psiquiatría tiene que desembarazarse de prácticas asimiladas y extendidas por considerarse socialmente inaceptables, injustas o indignas. Valgan de ejemplo las cadenas rotas por Pinel que dan inicio a la configuración actual del corpus teórico psiquiátrico, las prácticas manicomiales de principios del s.XX, la utilización de medios pretendidamente terapéuticos como medidas de castigo o la patologización de la diversidad sexual así como las campañas actuales para la abolición de las contenciones mecánicas o las múltiples consideraciones en torno a la proliferación de tratamientos ambulatorios involuntarios (22), (23), (24), (25).

Ahora bien, tanto en las prácticas exitosamente superadas como en las que aún hoy atraviesan el ejercicio de la atención profesional a las personas con sufrimiento psíquico existe de manera continua una dualidad entre el cuidado y la coerción. A mayor distancia temporal y social de las medidas más evidente es el componente coercitivo y más difuminado queda el componente de intención de cuidado de la medida. Pero el problema de analizar sólo la parte de coerción es que se simplifica la complejidad del fenómeno y sobre todo se dificulta el planteamiento de alternativas de cuidado (26). Ahora bien quizá esto no sea un problema (sólo) de la psiquiatría, sino de los cuidados en sí.

Desde el feminismo se ha teorizado ampliamente acerca del rol de los cuidados y de la necesidad de su invisibilización para el mantenimiento del statu quo. Tanto en los procesos de acumulación originaria que describe Federici (27), como en la disyunción entre trabajo y labor descrita por Arendt (28) puede encontrarse la raíz de este fenómeno. Para Federici el capitalismo no podría haberse constituido como sistema si bajo todo el sistema de producción enunciado como trabajo no existiera todo un trabajo de reproducción silenciado, despojado de su categorización de trabajo como tal. Arendt distingue entre el trabajo, asimilable al concepto de trabajo de producción en Federici, de la labor, categorizada de forma menor frente al primero, con menor valía, menor (o ausente) remuneración y cercana al trabajo de reproducción de Federici. Ese trabajo de reproducción y esa labor están indisolublemente ligados a un rol de género y enunciados como naturales e inherentes a una mitad de la humanidad a través de su identidad social femenina. Así, esa carga de trabajo incluye desde la reproducción biológica, gestación, parto y amamantamiento, al trabajo doméstico o el cuidado en los extremos de la vida, tanto la crianza como el cuidado de la vejez; el cuidado de la enfermedad u otras situaciones de dependencia, etc. La parte biológica de ese trabajo de reproducción no ha sido transferible hasta una época muy reciente, no siendo trasladable entre géneros pero sí a través de las clases sociales mediante la gestación subrogada; pero aun así, incluso asumiendo como inherentes a todo el género femenino esas tareas biológicas de reproducción, el resto de carga de cuidados han sido sistemáticamente invisibilizados e infrateorizados, como señala repetidamente el feminismo desde la segunda ola (29), (13), (14) (30).

Dicha infrateorización del cuidado, incluso pese al desarrollo de profesiones y corpus teóricos como la enfermería, dedicados por completo a ello, explica en parte por qué la teorización psiquiátrica también marginaliza este aspecto. Respecto a la enfermería cabe la pena destacar la mención recurrente (5) a la falta de perspectiva enfermera en la epistemología psiquiátrica. Aun a riesgo de incurrir en una petición de principio, en un contexto de exclusión teórica de los cuidados la falta de voz de una profesión centrada en los cuidados quizá no sea casual sino una consecuencia inevitable.  Para poder desarrollar este aspecto es preciso hacer una breve digresión teórica e incluir el concepto injusticia epistémica.

En su texto Injusticia epistémica (31) Fricker desarrolla el concepto injusticia epistémica, tanto testimonial (32) como hermenéutica (33). La injusticia epistémica testimonial consistiría en un prejuicio en la economía de la credibilidad del sujeto y la hermenéutica en un prejuicio estructural en la economía de los recursos hermenéuticos colectivos. Así un ejemplo de injusticia epistémica testimonial es la credibilidad disminuida de un sujeto debido a su identidad social como la menor credibilidad en España de un sujeto de etnia gitana que denuncia un abuso policial frente a una persona de etnia paya que hace esa misma denuncia. Es un concepto relativamente interesante de trasladar al campo psiquiátrico (34), es bastante intuitivo cómo la injusticia epistémica testimonial opera sobre una persona designada como enferma mental, sea por diagnóstico oficial, o sea una persona “loca” por designación de su entorno; respecto al conjunto de la sociedad. Paradójicamente dentro de la asistencia clínica (y en su máxima expresión dentro de las iniciativas antipsiquiátricas) esta injusticia epistémica puede operar en menor medida, ya que se ha teorizado ampliamente acerca de cómo los entornos de las personas diagnosticadas con frecuencia ejercen violencia sobre ellas, la injusticia del estigma, etc.

Por otra parte Fricker enuncia la injusticia epistémica hermenéutica como aquello que acontece a un sujeto cuya experiencia aún no es posible enunciar en su contexto social. El primer ejemplo de Fricker es el de una mujer que sufre acoso sexual en su entorno laboral en un momento en el que aún no se ha enunciado ese concepto. Ni quien sufre ese acoso ni quien lo perpetra tienen la capacidad de enunciar qué está sucediendo, pero en el caso de la víctima la no capacidad de enunciarlo y de darle un sentido a la experiencia acrecienta la situación de opresión. No es un concepto ajeno al feminismo clásico (Friedan recogió extensamente un fenómeno análogo “el problema que no tiene nombre” en La mística de la feminidad (29)) y a nivel intrapsíquico es sencillo entablar paralelismos con conceptos freudianos básicos como la incapacidad para elaborar la experiencia traumática. Ahora bien, para Fricker la injusticia epistémica mina la capacidad de generar conocimiento para el sujeto, siendo esa capacidad una característica humana fundamental; no es que al sujeto le resulte difícil generar ese conocimiento, es que el acceso a ese conocimiento, a esa hermenéutica, se le dificulta de una forma activa.

Esto resulta de especial interés porque permite ligar esa falta, ese no poder enunciar, ese no poder comprender, no solo al sujeto sino a su momento social. Así, existe una injusticia epistémica hermenéutica en el caso del acoso sexual en el medio laboral descrito, en la persona que experimenta una disconformidad/disforia/incongruencia con el género que se le ha asignado por fenotipo pero desconoce (o aún no se han enunciado) las identidades de género fluido, hay una injusticia epistémica hermenéutica en quien afronta el malestar de una situación de explotación laboral cuando aún no se han enunciado/legislado/sentenciado los abusos laborales en su contexto, o en la mujer que sufre violencia de género en la época en la que ese fenómeno se identifica como “crimen pasional” o “trapos sucios que lavar en casa”.

Ahora bien, esa injusticia epistémica hermenéutica opera también en la clínica cuando un/a profesional atiende a una mujer cuyo sufrimiento psíquico obedece a una situación de violencia de género y el profesional no conoce, comprende y maneja ese concepto (35). Ni la mujer es capaz de enunciarlo así ni quien la atiende puede incluirlo en su marco teórico. A su vez, cuando en un contexto en el que ya se habla de violencia de género un maltratador acude a un servicio de salud mental demandando ayuda para no matar a su mujer quien le atiende se encuentra en un marco en que existe el concepto violencia de género pero no está enunciada la respuesta institucional y por ende la respuesta clínica/técnica a esa demanda. Así, ese vacío hermenéutico sólo puede ser rellenado por los discursos hegemónicos en ese momento. Esto es, en una atención clínica surgirán las narrativas medicalizadoras (36)/psicologizadoras con una prescripción farmacológica o de la corriente psicoterapéutica a la que se adscriba el/la profesional; en una atención técnica social la perspectiva legalista si ya se ha enunciado, o la mediación según los métodos que se utilizan en otro tipo de conflictos familiares, etc Evidentemente en ambos medios existe la posibilidad de renunciar a la acción asumiendo las limitaciones del campo pero no se puede ignorar, particularmente en el campo clínico, los contextos medicalizadores/psicologizadores. En la anacronía inherente a la epistemología psiquiátrica puede entreverse este fenómeno, la necesidad continua de explicar o hacer encajar en el modelo teórico de cada momento fenómenos subjetivos para los cuales la sociedad aún no tiene una narrativa.

Volvemos así a la diada de coerción y cuidado que opera en la atención psiquiátrica/profesional de salud mental. Cuando se ejerce una medida coercitiva como un ingreso involuntario, un tratamiento ambulatorio involuntario o una contención mecánica se está ejerciendo una violencia institucional que se está enunciando desde un cuidado; esas medidas se toman para evitar un mal mayor, para disminuir el sufrimiento de una persona y/o su entorno. Ahora bien, si se ignora la parte coercitiva de esta acción no se transforman las instituciones, ni la clínica, ni la parte teórica. Es preciso esclarecer qué es violencia y qué no lo es (muy sencillo en los ejemplos extremos pero no tanto en las violencias simbólicas o cotidianas) y diferenciarlo del cuidado. Pero si los cuidados están sistemáticamente infrateorizados, y existe un vacío hermenéutico en torno a ellos no es de extrañar que pese a ser consciente de su dimensión coercitiva y de su necesidad periódica de refundación, la psiquiatría renquee a la hora de plantear alternativas o si lo hace sea forzando esos cuidados en los modelos hegemónicos sin ser capaz de construir unos nuevos.

Es importante recalcar que el hecho de que subyazca una intención de cuidado a las medidas coercitivas tomadas en cada época no justifica la coerción en sí misma. Pero a la hora de erradicar la coerción si no se tiene en cuenta la intención de cuidado subyacente/concomitante no se pueden plantear alternativas para esa necesidad de cuidado y o bien se propicia una negligencia por parte del sistema (26) o bien se sobrecargan las redes de cuidado invisibilizadas (37).

Una vez más resulta interesante aplicar aquí una idea desarrollada desde la teoría feminista. Más allá de las acciones de hombres y mujeres, los roles de género atraviesan la estructura social de tal manera que en todo acto pueden encontrarse reminiscencias a dichos roles, independientemente de quién los realice. Desde las categorizaciones más obvias (el cine de acción tiene connotaciones masculinas y el cine romántico femeninas) (38) a otras más sutiles (la docencia prestigiosa, de alto rango académico, tiene una connotación masculina mientras que la docencia a niños pequeños, de escaso prestigio, tiene una connotación femenina). Podemos verlo así desde la categorización de Aristóteles de lo masculino y lo femenino (39), así como en la carga de género que hemos supuesto desde la prehistoria (ellos cazan y ellas recolectan, planteamiento ampliamente extendido entre el saber común que sin embargo es bastante discutido) (12) como en la propia construcción de la masculinidad desde la provisión, protección y aplicación de la ley versus la feminidad construida desde la nutrición y el cuidado (13).

Ahora bien si aplicamos estas connotaciones de género a esa diada coerción-cuidado, las medidas coercitivas tendrían una cierta connotación masculina y las medidas de cuidado una cierta connotación femenina. El Tratamiento Ambulatorio Involuntario tiene una connotación masculina, o una connotación de todo aquello que construye lo masculino, y los Programas de Continuidad de Cuidados una connotación femenina, o de aquello que construye lo femenino. Esto no significa que los trabajos ejercidos por hombres o mujeres sean de naturaleza coercitiva o cuidadora respectivamente, ni quiere decir que la coerción se construya exclusivamente desde lo masculino. De hecho, existen formas de coerción específicas dentro de las relaciones entendidas como femeninas, desde la madrastra del cuento en la ficción, a la madre sobreprotectora eternamente responsabilizada del sufrimiento psíquico de sus hijos, al establecimiento de relaciones de dependencia avaladas socialmente, como se pone de manifiesto en la muy extendida narrativa “en esta casa manda la madre, ella dispone y decide y todo se hace según su criterio”. Ahora bien, que esa coerción o autoridad sea ejercida por mujeres no nos puede impedir ver que esas madres sobreprotectoras, esa madrastra de cuento o este micromatriarcado doméstico son reproducciones exactas del discurso patriarcal en el que los cuidados son la tarea natural de las mujeres, el espacio doméstico el lugar que les corresponde y el rol de las figuras masculinas de esos escenarios continúa correspondiendo a las labores de producción e imposición de la ley (sea la ley del padre en Lacan o sea la ley del contrato sexual de Pateman) (14) (40).

 Si intentamos aportar luz a la diada coerción-cuidado en psiquiatría desde la epistemología feminista, ¿qué encontramos?

Luce Irigaray, uno de los máximos exponentes del feminismo de la diferencia, o más correctamente del pensamiento de la diferencia sexual, a su vez psicoanalista lacaniana, enunció a lo largo de su obra la coexistencia de dos órdenes simbólicos. El primero, y al que nos referimos habitualmente como “orden simbólico” es el orden simbólico logofalocéntrico (41), enunciado por y para los hombres, con el discurso de los hombres. Para la construcción del psiquismo este sería el registro simbólico descrito por Lacan. Pero existiría también un orden simbólico femenino, despojado de lenguaje y expulsado a los márgenes, cuya existencia sería negada o descrita en vacío. Así, todo aquello con connotación femenina adolecería de ese orden simbólico mudo o mejor dicho enmudecido. Trasladando, muy bastardamente, el concepto de injusticia epistémica hermenéutica, Irigaray hablaría entonces de un vacío hermenéutico para todo lo femenino. Si volvemos otra vez a la enunciación pobre o ausente de los cuidados que, más que tener una connotación femenina, son la característica axial que define lo femenino, ¿cómo no van a encontrarse infrateorizados frente a toda la vertiente coercitiva de la práctica psiquiátrica?

Infrateorizado no quiere decir, evidentemente, que no se escriba sobre cuidados o que la perspectiva de atención y alivio del sufrimiento no esté presente en cada texto escrito por y para la clínica psiquiátrica. Cierto es que el término “cuidados” tiende a aparecer poco aunque aparece indefectiblemente en los textos sobre perspectiva feminista de la psiquiatría (15), (42), pero sí podemos suponer la intención de cuidado en todo aquello que se publica y plantea. Al hablar de infrateorización del cuidado lo que se recalca es que los cuidados no tienen un sitio suficiente en el discurso social, político o técnico como para poder desarrollarse y ofrecer soluciones o alternativas a los conflictos que encontramos en cada momento. Se cuida, pero al saber generado por ese cuidado no se le da el lugar hermenéutico que se le da a la coerción o a la teorización en torno a la coerción. No solo en el campo psiquiátrico, en el conjunto de la medicina la atención al sufrimiento se tecnifica en su teorización, se intenta convertir en datos desprovistos de nada más que información pretendidamente objetiva (la objetividad y la subjetividad tienen cargas de género nada neutras y nada casuales) excluyendo aquellas perspectivas que puedan incluir aspectos subjetivos (43).

Es importante hacer un matiz, y es que no todos los cuidados están igual de invisibilizados. La mistificación de la maternidad, imprescindible para la narrativa patriarcal (29), implica la presencia en el discurso de la importancia del cuidado al bebé y de la alta importancia (de narrativa sacralizada incluso) del ejercicio de cuidado por parte de la madre. Ahora bien el cuidado a un bebé es un cuidado que implica inherentemente una verticalidad, una imposición por parte de quien cuida ya que quien es cuidado se encuentra en una situación de incapacidad absoluta, física y cognitiva. Ese es el cuidado representado por antonomasia pero no es el único tipo de cuidado. Ahora bien, ¿qué representaciones culturales tenemos de cuidados horizontales, de cuidados entre iguales, de cuidados en los que la discapacidad física o cognitiva o situacional no se ejerzan de forma unidireccional? Y en las que existen, ¿cuál de todas esas representaciones de cuidados es tan hegemónica como la del cuidado vertical? ¿Cómo va a ser capaz la psiquiatría de enunciar y articular de forma ágil alternativas de cuidado horizontal en una sociedad apenas da lugar a esas figuras?


Epistemologías y conocimiento situado.

¿Es posible hablar de una única epistemología? Más particularmente en el contexto del saber psiquiátrico se repite una y otra vez la no validez del modelo médico (43) y sin embargo no se terminan de aceptar términos como los saberes abismales y no abismales de De Sousa Santos (44) que asume las limitaciones externas e internas de cada paradigma y la necesidad de coexistencia de varios de ellos para contemplar fenómenos complejos o el conocimiento situado de Haraway (45) que asume la imposibilidad de un saber neutral y objetivo y la necesidad de honestidad en torno a los sesgos que genera cada uno.

Tanto dentro del pensamiento poscolonial como dentro del pensamiento feminista se han hecho aportes epistemológicos relevantes. Al respecto de las aportaciones específicas de la epistemología feminista es interesante recoger el concepto “aculturación” que Lagarde (46) desarrolla en su propuesta de aculturación feminista. La aculturación es un concepto antropológico que alude al proceso según el cual un grupo se adapta progresivamente a una cultura con la que convive, prescindiendo o no de la cultura previa. Aplicada al feminismo, Lagarde plantea las dificultades (y necesidad) de la transmisión del saber, de los valores, las prácticas y las relaciones de las feministas en contexto de una hegemonía patriarcal. Partiendo de la no linealidad de los procesos culturales desde el punto de vista antropológico, Lagarde sostiene cómo la disidencia del sistema patriarcal, la enunciación de alternativas al mismo y la confrontación con la cotidianeidad del sistema hegemónico condicionan y dimensionan las acciones de las mujeres y movimientos feministas que son inevitablemente leídos y recibidos de forma estereotipada. A ese respecto Lagarde afirma: “[la aculturación] implica fenómenos tan complejos como la resignificación subjetiva personal -intelectual y afectiva - y su implantación en la experiencia vivida, la elaboración teórico -política de la experiencia, la generación de conocimientos, la construcción de representaciones simbólicas, códigos y lenguajes propios, así como los mecanismos pedagógicos, de difusión y comunicación para transmitir descubrimientos y elaboraciones.” (46) El planteamiento de Bracken en torno a crear una narrativa terapéutica postpsiquiátrica en el contexto biomédico (47) o biocomercial (48) no difiere en exceso del planteamiento de Lagarde, con todas las necesidades, dificultades, disrupciones e imposibilidad para el crecimiento lineal de la disciplina que eso supone.

Otra aportación de la epistemología feminista a la psiquiatría podemos encontrarla en Martin (15), que recalca cómo desde la perspectiva feminista se hace hincapié en la necesidad de distinguir sujetos a partir de su ubicación en las estructuras de dominación y sumisión. En oposición al modelo libertariano y de responsabilización individual de Szasz pero desmarcándose también de la necesidad de admitir unívocamente el modelo de enfermedad de la mayoría de sus detractores, Martin señala que, independientemente del modelo teórico que se quiera aplicar, existe un sufrimiento psíquico entorno a lo que definimos como enfermedad mental y que negar este sufrimiento, tanto en del sujeto designado como enfermo como de su entorno a través de la responsabilidad individual del sujeto designado es inaceptable; pero también señala que no puede comprenderse el sufrimiento psíquico sin analizar las diferentes perspectivas que lo configuran y cómo esas perspectivas no comparecen en igualdad de condiciones entre ellas sino que a unas perspectivas se les da mayor importancia según los criterios de privilegio estructural.

Es fácil trasladar a lo individual, al caso concreto de sufrimiento del que adolece un sujeto concreto y/o su entorno, esas perspectivas privilegiadas frente a otras y a la vez olvidar el componente estructural de esos privilegios y estructuras de dominación. Es, o era, un tropo recurrente en los servicios clínicos que la mujer histérica prefiere a un psiquiatra varón y de avanzada edad y se sentirá decepcionada si no es así. Es paradójico que esto se señale y deposite en la mujer histérica, cuando el sujeto universal de conocimiento para la academia, las estructuras de poder y la validación social es precisamente un varón, de cierta edad (y de raza blanca, heterosexual y anglosajón, se añadiría desde el conocimiento situado). Este fenómeno se repite una y otra vez; el contexto clínico está diseñado para el análisis de situación de un sujeto y su entorno, no tanto de su contexto social y mucho menos del contexto social en el que se ha generado el saber del clínico.

Pero si la epistemología psiquiátrica no hace el esfuerzo de deconstruir esas dinámicas de dominación/sumisión, de privilegio frente a injusticia epistémica testimonial y hermenéutica, continuará atravesada por dichas dinámicas y es imposible que genere alternativas de cuidado sólidas. Sin esa deconstrucción de las estructuras de privilegio y dominación, ¿puede existir una postpsiquiatría?


¿Post?psiquiatría

Insistimos, pese a las similitudes entre los paradigmas resquebrajados no es posible compararlos de forma directa. Flax (16) plantea que el patriarcado comparece ante la pregunta “¿será niño o niña?” mientras que la pregunta “¿cómo de oscuro es?” o “¿a qué raza pertenece?” es también relevante pero no se plantea de la misma forma. Las identidades sociales género o raza están presentes desde el nacimiento pero comparecen y operan de forma distinta. La identidad social generada por la capacidad de adaptarse a la sociedad o de expresar el sufrimiento en términos aceptables comparece y opera de una forma diferente a las dos previas. En la línea de Haraway (45), Fricker (31) plantea que un relato socialmente situado de una práctica (epistémica) humana es aquel en el que los participantes no se conciben como elementos ajenos a las relaciones de poder de su sociedad sino que son actores sociales que se posicionan en relaciones de poder unos respecto a otros.

Una hipótesis a plantear desde ese ángulo es si el aumento exponencial de diagnóstico psicopatológico en la infancia (49) tiene alguna relación con la necesidad de que la identidad social (loco/cuerdo, capaz/incapaz) esté establecida lo antes posible.  Dicha línea excede el propósito de este texto, pero es una de las muchas preguntas que surgen al aplicar los conceptos de Fricker, Butler y otras al contexto psiquiátrico.

Por otra parte si al margen de la disección coerción-cuidado que hemos intentado hacer, analizamos la posición desde la que ha operado la psiquiatría desde su inicio, ha sido del lado estructural del privilegio y las perspectivas consideradas universales y válidas desde la Ilustración (50) (51) (4) (17). Su corpus teórico ha sido elaborado fundamentalmente por varones, occidentales, dentro de la heteronormatividad y de un estatus socieconómico por lo general alto al pertenecer los teorizadores a profesiones habitualmente bien consideradas. Cabe añadir que el corpus teórico psicoanalítico es algo excepcional en esto, no dentro de la salud mental sino dentro de la epistemología en su conjunto, ya que es uno de los pocos corpus teóricos que ha contado desde su inicio con autoras que han contribuido de forma fundamental a su desarrollo y consolidación. Cabría aquí considerar si precisamente ese aspecto ha tenido que ver en su progresiva desvalorización desde la academia en las últimas décadas si bien dicha línea nuevamente excede a la intención de este texto.

Ahora bien, a la hora de considerar, desde lo general a lo más concreto, la psiquiatría, la práctica clínica o la performatividad del diagnóstico, si no se tiene en cuenta el contexto social en el que operan los sujetos y cómo se sitúan respecto al conjunto, el análisis vuelve a desvirtuarse. Se ha escrito mucho acerca de la función represora de la psiquiatría y de la iatrogenia del diagnóstico. Ahora bien, cuando en una consulta se instaura un diagnóstico para que sirva de llave de acceso a una prestación social (acceso a empleo, apoyo curricular, recurso residencial, etc.) ¿es la psiquiatría la que está diagnosticando? En el juego de relaciones de poder que comparece en esa imagen, ¿es el/la profesional quien ostenta la posición superior? ¿O quien diagnostica y quien recibe el diagnóstico están cediendo a un juego externo de imposiciones?

Cuando en 2001 Bracken y Thomas (47) enuncian uno de los textos considerados fundacionales de la corriente postpsiquiátrica, ¿están aplicando las perspectivas feminista, poscolonial y están deconstruyendo las dinámicas de privilegio de la práctica psiquiátrica? Y es más, si se deconstruyen esas dinámicas de privilegio y se generan espacios distintos de cuidado, ¿la psiquiatría sigue siendo la psiquiatría que hemos entendido hasta ahora?

Antes de lanzar esa pregunta, que coronará las conclusiones de este texto es precisa una última reflexión. El prefijo post, que asumiremos como no casual, ¿es garantía de un abordaje deconstruido y situado? A fin de cuentas, ¿posmoderno?

Para contestar volveremos una vez más al feminismo. El concepto posfeminismo existe, fue  ampliamente enunciado en la década de los noventa y posteriormente ha ido cayendo en desuso. La idea principal es que lejos de ser una fase evolucionada del feminismo es lo que Faludi (52) define como Backlash, un retroceso ideológico y práctico que culpabiliza del malestar social del final del s. XX a los avances sociales conseguidos por las mujeres en las décadas previas. Para esto realiza un doble movimiento, por una parte asume como válidos parte de los hitos alcanzados, como el sufragio universal, dando por concluida la necesidad de nuevas reivindicaciones; y por otra parte considera dichos hitos causa fundamental del deterioro de los valores universales, asumiendo como universales valores machistas y conservadores. De esta época destacan múltiples productos culturales (52), (53) cuyo objetivo es denunciar/parodiar la nueva figura de mujer independiente que se siente sola y vacía, al haber perdido la guía que siguieron las mujeres de las generaciones anteriores, es decir, la reproducción y el cuidado de la familia. La mujer de negocios exitosa vuelve a una casa vacía y ninguna de las prebendas de la independencia conquistada le satisface. De este proceso McRobbie (53) recalca que lo más relevante de dicho movimiento postfeminista es cómo se complejiza la respuesta del statu quo ante un movimiento social reivindicativo que consigue sus objetivos. Algo parecido ha postulado Lorente (54) en las décadas siguientes con las respuestas (esta vez denominadas postmachistas, pero esencialmente análogas en lo ideológico al postfeminismo) en nuestro medio a la legislación contra la violencia de género.

Una vez más la comparación directa induce a error. Considerar la postpsiquiatría como una respuesta reaccionaria a los avances ideológicos llevados a cabo por la antipsiquiatría o incluso la salud mental comunitaria con el fin de diluir su potencial transformador y reinstaurar principios conservadores en el entendimiento y afrontamiento del sufrimiento sería simplificar en exceso y tergiversar la intencionalidad del movimiento postpsiquiátrico. Ahora bien, la mirada de Faludi y McRobbie tiene cierta utilidad para entender al paradigma psiquiátrico actual. La reacción ante los revulsivos sociales es, en la línea del poder blando más compleja y taimada que en la época en que Bleuler o Minkowsky desarrollaron sus trabajos y los términos clínicos que aún usamos. En un contexto social postdesinstitucionalización, en el que las leyes europeas y nacionales permiten la publicidad directa al consumidor de suplementos de triptófano para regular el ánimo (55) (56), donde los cuidados recaen sobre sujetos cuyas identidades sociales acumulan situaciones de opresión (mujeres inmigrantes, por ejemplo) (37), en el que los libros de autoayuda inundan las librerías generalistas, saturados de narrativas individualistas de curación y mantenimiento de la capacidad de producción; en ese contexto social y no en otro es donde surge la postpsiquiatría. Parece importante contemplar la posibilidad de que dicha deriva de medicalización y psicologización del malestar, o el retorno institucionalizador frente al sufrimiento psíquico desestructurante, no obedezcan sólo una respuesta compleja a las propugnas antipsiquiátricas sino a todos los movimientos sociales del s.XX.  La búsqueda de las causas de las causas de la epidemiología social (57) cobra especial importancia. En los discursos individualistas de respuesta al sufrimiento psíquico se observan reflexiones no tan distintas a las denunciadas por Faludi en Backlash, en una suerte de cuidado con los valores a los que estamos dando prioridad, antes éramos mucho más felices.

¿Es la postpsiquiatría un movimiento reaccionario, un backlash, frente a los avances discursivos sociopolíticos de periodos previos? No, pero es importante poder ver cuánto de esos movimientos reaccionarios, que indudablemente existen, atraviesan y condicionan la postpsiquiatría. Por otra parte, ¿es la postpsiquiatría una deconstrucción del proyecto ilustrado de Pinel, que contempla la posibilidad de múltiples epistemologías y saberes de validez no estratificable? ¿Contempla como eje la necesidad de situar el saber? A buen seguro lo intenta dándole un lugar prioritario a la narrativa del sujeto respecto a su sufrimiento pero difícilmente propone esa deconstrucción de la otra mitad de la atención, la profesional, si no cuestiona el lugar de saber, de creación de espacio epistémico  y de punto de encuentro.


CONCLUSIONES

Podemos afirmar que las epistemologías feministas y poscoloniales de la psiquiatría tienden a una postpsiquiatría, pero también parece que enunciamos como postpsiquiatría (58) planteamientos más cercanos a la intención inicial de Sackett (59) al enunciar la medicina basada en la evidencia: una conjugación de los datos disponibles (en el único marco al que hemos dado validez hasta la fecha, la atención clínica y su saber derivado) con la experiencia individual (de escucha al sujeto que sufre, en este caso). Y es que una deconstrucción completa del lugar de saber, un afianzamiento del abordaje post- en postpsiquiatría pasaría necesariamente por un cuestionamiento de la -psiquiatríaen sí, en tanto que ésta tiene una serie de acotaciones, incluso extendida al concepto “saber desarrollado por quienes atienden y estudian de forma profesional a las personas con sufrimiento psíquico”. En un aparte quedarían ciertas formas de antipsiquiatría (las no profesionalizadas, por ejemplo) y el posicionamiento “dejad de estudiarnos y empezad a citarnos”(60) de los supervivientes.

Esta limitación intrínseca de la psiquiatría no necesariamente implica que su existencia sea fútil pero sí implica una limitación interna de sus paradigmas de conocimiento, sean estos biomédicos, humanistas o de cualquier otra corriente teórica. Valga entonces, volviendo a De Sousa Santos (44) pensar que la psiquiatría, incluso en su faceta más cercana a los estudios humanistas (51) es un paradigma válido pero inevitablemente limitado y que precisa de coexistir con otros saberes y miradas externos a ella para poder tener sentido.

En otras palabras, una psiquiatría aculturada quizá sea posible pero quizá entonces deje de ser posible considerarla psiquiatría. Dependerá, como ha sucedido desde su inicio, del contexto social, de las relaciones de poder entre las distintas identidades y clases sociales, del lugar que otorguemos a fenómenos aparentemente perennes como el trabajo y la labor o la coerción y los cuidados y de cómo definamos la atención al que sufre y al final, la relación con el otro.


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"Relación terapéutica y tratamientos en postpsiquiatría" (Alberto Ortiz, Revista de la AEN nº 132, Dossier Postpsiquiatría)

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Hoy concluimos la recopilación de los artículos que fueron publicados en el Dossier Postpsiquiatría de la Revista de la AEN 132, dossier que tuvimos el honor de coordinar. Recogemos por último (pero, por supuesto, no menos importante) el trabajo de Alberto Ortiz, una de las mentes más lúcidas de la psiquiatría en este país. Ortiz es autor de Hacia una psiquiatría crítica, probablemente el mejor libro escrito en castellano sobre el particular, así como de varios trabajos sobre prevención cuaternaria, industria farmacéutica, etc.

Queda pendiente un último artículo que, por decisión editorial, no fue incluido en el Dossier, en contra de nuestra opinión. En su momento lo traeremos también.

Sin más, dejamos aquí el artículo de Alberto Ortiz, que creemos del máximo interés.



RESUMEN:

El valor de “verdad” de las narrativas de la psiquiatría moderna, su enfoque fundamental en el individuo y en la provisión de tecnología condicionan una relación terapéutica vertical. La postpsiquiatría cuestiona estos presupuestos y propone una relación terapéutica horizontal donde la voz de los usuarios es crucial, los contextos adquieren mayor protagonismo para poder proporcionar otros significados y la ética se coloca por delante de la tecnología.

Palabras clave: Postpsiquiatría, relación terapéutica, alianza terapéutica, tratamiento psiquiátrico.



EL ENCUENTRO CLÍNICO EN EL TRATAMIENTO PSIQUIÁTRICO MODERNO

Desde los inicios de la medicalización de la locura hasta la actualidad, la psiquiatría ha sido una disciplina en constante expansión que, con diferentes narrativas, ha ido delimitando su campo de actuación y ha puesto en juego múltiples prácticas basadas en el avance de la ciencia y la tecnología. Estas narrativas se han desarrollado, como señala Foucault, mediante una suerte de monólogo de la razón sobre la locura (1), donde la voz de los “pacientes” ha estado silenciada y en el que ha prevalecido la búsqueda de una verdad, universalmente validada, que dé cuenta de la conceptualización de las “enfermedades mentales” y su tratamiento. En este trayecto, la psiquiatría se ha hecho cargo además, y a diferencia del resto de especialidades médicas, del poder de someter a las personas cuando su comportamiento se salía de las normas establecidas por la propia disciplina y el orden social en la que se desarrolla.

Otra característica llamativa de las narrativas psiquiátricas modernas es que siempre han puesto el foco principalmente en el individuo. Los síntomas mentales son el punto de partida y el objetivo de la práctica clínica y constituyen la expresión de un cerebro malfuncionante o de un aparato psíquico averiado o deficitario en su construcción. Las consideraciones culturales, sociales, políticas, éticas, históricas, de género, de raza… forman parte, en el mejor de los casos, de un segundo plano más borroso e irrelevante. La construcción del conocimiento psiquiátrico moderno, aunque tiene aspiraciones universales, ha tenido como referente principal a un varón, blanco, anglosajón y occidental, supuestamente descontextualizado de estas características y del resto de valores y significados circundantes (2).

Probablemente el mayor condicionante de la práctica clínica de la psiquiatría moderna es el valor de “verdad” de su discurso. Un discurso basado en la razón y la certidumbre de la ciencia, que determina la enfermedad mental como una realidad natural, sustantiva, delimitada por un lenguaje supuestamente unívoco, transparente y universal y que constituye el conocimiento de los profesionales expertos, ya sean psiquiatras biologicistas, psicoanalistas o de cualquier otra familia. En esta discusión ontológica y epistemológica sobre las enfermedades mentales y su conceptualización realista, crucial para entender la postpsiquiatría (3), cualquier narrativa psiquiátrica moderna ostenta un poder fundamentado en su condición de “verdad” que determina el encuentro clínico en contenido y forma.

El contenido de los encuentros clínicos en psiquiatría, en los últimos decenios de expansión del modelo biomédico, se mueve en torno a la detección de un listado de síntomas mentales que son adscritos, según sus características y su cuantía, a una etiqueta diagnóstica que nombra una enfermedad mental. Desde ese momento, el objetivo es que el paciente asuma que tiene esta enfermedad (que tenga conciencia de ello) para asegurar que cumpla con el tratamiento, fundamentalmente psicofarmacológico. El profesional es el experto que conduce esta práctica clínica basada en los avances científicos y el paciente, víctima de su alteración cerebral, ha de dejarse conducir para ser aliviado de su sufrimiento psíquico. Esta dinámica relacional paternalista, tradicional en la medicina, puede polarizarse más en el caso de que el paciente no tenga “conciencia de la enfermedad” o manifieste conductas que sean consideradas disruptivas o peligrosas. Lo relevante de este proceso es que hay una ciencia y una tecnología que avalan esta práctica clínica y propician esta vinculación vertical entre el profesional y el paciente.

Más allá de la coerción más o menos explícita de la psiquiatría moderna, Nikolas Rose (4) señala otra manera de ejercicio del poder en las democracias liberales avanzadas. Postula que el aumento de expertos psicológicos y psiquiátricos está produciendo una noción aumentada de la subjetividad, un sentido ampliado del yo. Esto ha ocurrido de diferentes formas, pero la más importante ha sido a través de la producción de nuevos discursos del self, el más popular en la actualidad, el self bioquímico (5). Ahora estamos obligados a ser libres pero solo en los términos que están predeterminados para nosotros, las elecciones que nos ofrecen son normativas y ligadas a ciertos valores. En este contexto, el desarrollo de la psiquiatría moderna ha tenido el poder de hacer creer a una gran parte de la población de que son mentalmente imperfectos y necesitan tratamiento. Los sujetos se han responsabilizado individualmente del sufrimiento provocado por el nuevo orden económico y la catástrofe social producida por las políticas neoliberales se ha enjugado en el proceso de la medicalización de la vida a través del lenguaje del malestar personal. De este modo, la psiquiatría y la psicología actúan como un apoyo al proyecto totalitario neoliberal redirigiendo la potencial desafección y rechazo al mismo (6,7). El encuentro clínico es inevitablemente también un espacio de acción política en el que el profesional juega un papel que abarca desde el colaboracionismo a la emancipación. Obviamente, la industria farmacéutica ha jugado un papel estelar en este proceso que ya ha sido suficientemente analizado (8,9).

Aunque se han desarrollado distintas narrativas modernas excluyentes que han pretendido ofrecer una cosmovisión del individuo y dar cuenta de sus problemas mentales, ninguna ha triunfado definitivamente sobre la otra. En la lucha entre ellas, sus discursos y sus jugadores, simultáneamente se califican como equivocados los unos a los otros. Cada narrativa tiene sus propios criterios de legitimación pero no hay una única regla de juicio aplicable a todas ellas, no hay una corte de apelación. Todas están organizadas con esquemas modernistas de búsqueda de una verdad objetiva y una fe en el método. En las últimas décadas, la psiquiatría biologicista es la que se ha hecho con la hegemonía de la práctica clínica, amparada en el método científico y su traslación al campo asistencial a través de la medicina basada en la evidencia. No es el objetivo de este texto analizar sus diversas limitaciones pero sí es importante señalar al menos que el método científico no es neutral ni está libre de valores, y tampoco puede ser el árbitro de otras cosmovisiones conceptuales de los problemas mentales. La ciencia modernista es en sí misma una cosmovisión y el método científico funciona como una metanarrativa circular hermenéutica y como condición de verdad. Los procedimientos estandarizados de investigación están calculados para eliminar, precisamente, lo que es humano de los sujetos, su intencionalidad. Las personas son invariablemente cosificadas y el conocimiento resultante sólo puede tratar sobre objetos que pueden ser juzgados o manipulados. Este es uno de los grandes problemas de este individualismo metodológico que además minimiza la importancia de los contextos en formar y dar significado a la experiencia de las personas en su entorno. Por otra parte, quienes hacen la ciencia son personas, no un método científico abstracto, y estas personas tienen intereses variados, puntos ciegos y relaciones de poder que afectan definitivamente a los productos de la ciencia. El método científico, como un conjunto de procedimientos, guías, normas, estructuras e instituciones es resbaladizo y permite una variabilidad considerable en la elección de los problemas seleccionados, paradigmas, percepciones, prioridades, ajustes metodológicos y posibilidades interpretativas. El resultado de todas estas elecciones humanas en la ciencia es que el sesgo en los resultados científicos es necesariamente muy alto (10).

El progreso no está fundamentado únicamente en una ciencia positivista que es incapaz de tener en cuenta aspectos como el patriarcado, el racismo, la desigualdad, la pobreza, la falta de educación, la discriminación o la exclusión social. Y la psiquiatría moderna amparada en esta ciencia favorece unos encuentros clínicos que pueden resultar con mayor facilidad condicionados, paternalistas, sesgados, descontextualizados y coercitivos.


FUNDAMENTOS GENERALES DE LA PRACTICA CLÍNICA POSTPSIQUIÁTRICA

Muchos profesionales y personas diagnosticadas están muy insatisfechos con el rumbo de la psiquiatría contemporánea y plantean alternativas a la hegemonía de un modelo biologicista amparado en el DSM-5 (11). Entre los profesionales, las respuestas son diversas y a veces antagónicas: indagar aún más profundamente en la neurociencia (12), incorporar las humanidades y proponer taxonomías basadas en síntomas y no en enfermedades (13), seguir con el modelo actual pero con más moderación (14), apelar a los constructos clásicos del psicoanálisis y la fenomenología continental (15), etc. En este sentido, la postpsiquiatría no es una nueva teoría de la conceptualización y tratamiento de los problemas mentales (ya hay muchos modelos), sino que plantea una nueva forma de entender la práctica clínica psiquiátrica.

La postpsiquiatría cuestiona la existencia sustantiva de la enfermedad mental como una realidad natural, sin más y su representación a través del lenguaje de manera inequívoca. Las metanarrativas que conducen esta operación, como puede ser el método científico, son también sometidas a crítica, como hemos visto, y la “verdad” obtenida (que, por ejemplo, existe una enfermedad llamada TDAH que está causada por una alteración cerebral, que tiene marcadores genéticos y biológicos aunque aún no se hayan descubierto y que se trata eficazmente con un tipo de psicofármacos o de psicoterapia), no es considerada como tal, sino, en todo caso, por su utilidad en algunos casos particulares. La práctica clínica postpsiquiátrica no es anticiencia ni tampoco antipsiquiatría, no realiza una crítica a la psiquiatría moderna sin más. De hecho, considera que iniciativas y proyectos como la psicofarmacología, la psicología cognitiva, o cualquier otra, son importantes, pero las expone a sus cuestiones fundacionales y a posibilidades alternativas. En este sentido, los conocimientos de la psiquiatría moderna son entendidos como heurísticos útiles, no como verdades universales. Su valor no reside en la certeza de sus planteamientos, sino en el pragmatismo, en la capacidad de aportar campos de significados que los usuarios puedan emplear por resultarles significativos, y elaborar con ellos su sufrimiento psíquico. De hecho, el lenguaje que vehicula estos conocimientos no es neutral ni transparente, sino que contribuye a moldear la realidad que se supone que tendría que representar objetivamente sin más (10).

Cuestionar la verosimilitud de los conocimientos psiquiátricos modernos cambia el planteamiento de la relación clínica. La psiquiatría siempre ha proporcionado a sus profesionales una identidad centrada en la idea de que ellos conocen el funcionamiento mental del individuo y ofrecen tecnologías basadas en la ciencia a los pacientes que sufren enfermedades mentales identificadas. La postpsiquiatría es un intento de redefinir este planteamiento y proponer un discurso en el que los significados, relaciones y valores son los elementos centrales en el encuentro clínico. El profesional ya no es el experto que ostenta el poder del conocimiento, quien atesora la verdad sobre la mente o el cerebro y administra sus conocimientos específicos y la provisión de tecnología efectiva para que sus pacientes sean mejorados de su enfermedad mental. Esto tampoco significa propiciar encuentros clínicos marcados por el relativismo y el “todo vale”, sino asumir que no hay una verdad universal y que, en todo caso, habrá que negociar con cada sujeto en particular los pormenores de lo que sucede y lo que ello significa dentro del contexto en el que se encuentra, lo que necesita y la mejor ayuda que se puede brindar, sin apriorismos definitivos.

Desde un punto de vista ético, no es inherentemente mejor una explicación psicoanalítica de la depresión que una versión biológica, por ejemplo. De diferente forma, estas y otras maneras de comprendernos aparentemente diversas, y en cierto sentido hasta opuestas, reflejan el telón de fondo de los desarrollos sociales y político-económicos. Subrayan las distintas maneras en que los proyectos de nuestras vidas y las formas en las que tratamos la tristeza y la pérdida están relacionadas con nuestra posición como individuos que intentan sobrevivir, en la actualidad, en el entorno del capitalismo consumista. Por ello, el contexto ocupa un papel protagonista porque el hecho es que la psicología humana está siempre incluida en la compleja biología de un cuerpo humano (embodied); envuelta en la realidad lingüística, cultural y política de la realidad en que existe; y es temporal, nunca está fijada a un presente inmóvil sino constantemente dentro de un flujo e incluida en un viaje del pasado al futuro (2).

El individuo que consulta está sujeto a condicionantes sociales, politicos, económicos, culturales y locales. Por ello, las narrativas modernas tienen que nutrirse de los conocimientos de los estudios culturales de género, raza, sociales, de discapacidad, postcoloniales, LGTB+, etc. (y desde luego de investigaciones conducidas por los usuarios), para contextualizar el sufrimiento psíquico de las personas y situar en primer lugar, por delante de la técnica, los asuntos que tienen que ver con la ética, los significados y los valores. Los objetivos de la interacción clínica están determinados por las singularidades del usuario particular y sus deseos, más que de cálculos preconcebidos de evolución del tratamiento. El encuentro clínico tiene que ver con negociar cómo el usuario define su realidad desde el momento en que existen perspectivas diferentes, construir con él qué manera de ver el problema puede resultarle más significativa y no que el profesional imponga sus significados preferidos dentro la narrativa moderna con la que se identifica y defiende como “verdad”.

La postpsiquiatría no se limita a un planteamiento clínico sino que propone un marco social en el que la participación de los usuarios es crucial (10, 16). Si lo que se pretende es acabar con el monólogo de la razón sobre la locura es fundamental dar voz a quienes han estado silenciados y que participen activamente, no solo en la práctica asistencial (que es el tema que se está tratando en este texto), sino en todos los contextos de organización y provisión de servicios, investigación, formación y en ámbitos tanto de la salud, como jurídicos y sociales.

Para el análisis del encuentro clínico desde una perspectiva postpsiquiátrica el empleo de epígrafes que aluden al diagnóstico y tratamiento no es lo más acertado en la medida en que remiten, precisamente, a una psiquiatría moderna y de tradición biomédica y no definen de forma concreta su tarea. Sin embargo, pueden sernos útiles como punto de partida para deconstruir la práctica contemporánea mayoritaria y abrir el foco hacia la perspectiva postpsiquiátrica de la relación terapéutica.


CONCEPTUALIZACIÓN POSTPSIQUIÁTRICA DE LOS PROBLEMAS MENTALES EN LA RELACIÓN TERAPÉUTICA

Los problemas del diagnóstico moderno

El proceso diagnóstico de la psiquiatría moderna consiste en transformar las experiencias del usuario, recogidas de su propia narrativa y la comunicación no verbal, en una terminología psicopatológica que permite estandarizarlas en categorías. La clave está en disponer de un lenguaje psicopatológico claramente definido, que se corresponde con la realidad mental objetivable y que permite así construir un discurso que dé cuenta de las enfermedades mentales y convertir la psiquiatría en una disciplina más científica.

Las clasificaciones diagnósticas actuales DSM y CIE han partido de la fenomenología jasperiana para establecer una taxonomía con la que operar en la clínica habitual. La fenomenología para Jaspers supone un tipo de mirada particular en la mente del paciente. Esta mirada no busca interpretarla o comprenderla, sino identificarla y describirla. La mirada es racional, científica, trabaja para ordenar, definir y analizar. Para Jaspers la fenomenología es una tecnología: una manera particular de estructurar y ordenar el mundo del malestar, la locura, la confusión y la alienación. Hay una separación explícita entre la psicopatología científica y la antropología cultural. La cultura sería algo superficial, que no influye en la forma de los síntomas individuales que serían universales. Desde esta perspectiva, el paciente siempre es el otro, está fuera, es objetivable e inferior (2).

Desde esta aproximación, las experiencias del sujeto se transforman en síntomas que son resultado de algún tipo de patología que hay que eliminar. También se separan del contexto social, cultural y personal en el que han aparecido y por tanto se desestima la búsqueda de significados que puedan conectarse con estos niveles.

Sin embargo, explicar el fenómeno de escuchar voces como síntoma de una enfermedad llamada esquizofrenia no solo no es “verdad”, sino que muchas veces tampoco es la mejor interpretación de esa experiencia, ni para el usuario, ni para su familia. Un marco médico estrecho puede conducir al usuario a una situación donde ya no tiene que hacer ningún esfuerzo más por comprender lo que le sucede, y al punto de pensar que tiene una mente o una vida que es menos valiosa que la de los otros.

Esta reapropiación que hacen los usuarios del lenguaje de los profesionales es un fenómeno que se ha analizado a través de las historias clínicas. Estas están escritas para influir en las interpretaciones de los futuros lectores. La interpretación del conocimiento escrito determina lo que se ya ha dicho y la interpretación de lo que se ha dicho moldea lo que se escribe. Los clínicos lectores de la historia determinarán las cuestiones que sitúan en los pacientes y estos se adaptan y aprenden lo que es relevante en el círculo de lo escrito y lo hablado. El ciclo se cierra con los pacientes repitiendo una narrativa que ya ha sido establecida en las notas clínicas (17). Aunque superficialmente los pacientes aparecen como participantes en generar un escrito sobre ellos, el poder real en definir el caso subyace en lo que ha escrito el profesional en las notas clínicas. En este acto de representación el autor moldea lo que percibe y da cuenta también de sus propios deseos, expectativas y prejuicios, aunque se emplee un discurso supuestamente científico y objetivo. Por ello es fundamental problematizar la autoría, desafiar los fundamentos en los que un grupo o un individuo puede representar o hablar sobre otro grupo o individuo. Esto es particularmente importante cuando aquellos que hacen la representación son poderosos, profesionales privilegiados y aquellos a quienes se representa son miembros de grupos excluidos socialmente. El peligro es que la narrativa diagnóstica no funcione para desalienar sino que, al contrario, se convierta en una herramienta para controlar, definir y contener, ya que está construida y tramitada para servir a los intereses de los profesionales más que al de los usuarios.

Las consecuencias negativas del empleo de etiquetas diagnósticas categoriales modernas son diversas. Por un lado, el diagnóstico deshumaniza el problema mental, lo convierte en una “cosa” supuestamente objetivable sobre la que actuar. Esta reificación proporciona la categoría de “ser” al problema, se confunde la clínica con la nosología. Las actitudes negativas hacia las personas diagnosticadas de trastornos mentales están bien documentadas y suponen un grave problema. Estas actitudes llevan a la discriminación en muchos espacios como el laboral, el familiar y el social y, consecuentemente, a que los usuarios se sientan estigmatizados y con menor autoestima (18). En este sentido, el ejercicio del diagnóstico es una violencia especial que marca al sujeto en su relación con los demás. Esta nueva camisa de fuerza es conceptual, la expresión primaria del poder psiquiátrico, porque el diagnóstico en salud mental realiza una separación categórica entre la enfermedad y la normalidad, una separación ficticia que puede favorecer el aislamiento social del sujeto (19).

Por otra parte, los diagnósticos categoriales han favorecido una extraordinaria medicalización de la vida cotidiana. El crecimiento de las etiquetas, la ampliación de los criterios para cumplirlas y este uso descontextualizado, han propiciado que cada vez más personas puedan cumplir los requisitos para recibir algún diagnóstico psiquiátrico o varios. Pero esto no sucede únicamente en el mundo occidental sino que la globalización ha propiciado una suerte de colonialismo diagnóstico que ha minado las formas locales de comprender y convivir con la locura, muchas de ellas más humanas e inclusivas que las importadas con el DSM (20).


Psiquiatría narrativa

Desde una perspectiva postpsiquiátrica, el diagnóstico categorial tiene funciones clínicas, sociales y en la investigación, que pueden ser útiles en determinadas circunstancias, como mantener una comunicación eficaz entre los profesionales, pero cuando se lleva a cabo esta cosificación sin crítica, sin examinarla, sin recordar lo que es, resulta problemática. Cuando sea imprescindible su uso con fines administrativos, institucionales o legales, al menos habría que contar con el usuario para esclarecer el significado y el propósito de su empleo. Pero en la clínica habitual, es imprescindible superar el diagnóstico categorial e intentar comprender la complejidad del ser humano, no a través de una etiqueta estandarizada y reduccionista, sino mediante una formulación narrativa. La psiquiatría narrativa aboga por la existencia de múltiples versiones de un mismo problema, cuyo valor reside en que sean significativas y útiles para el usuario, sin tener que sostener tenazmente, o incluso dogmáticamente, una única interpretación, la del profesional.

La naturaleza dialógica de la experiencia humana da cuenta que, como los usuarios, los profesionales también son seres humanos con sus intereses y preocupaciones. Esto supone que la ambigüedad, la contradicción y la incertidumbre son aspectos ineludibles a considerar en el encuentro clínico. En particular significa que el profesional tiene que tener una voluntad de ajustarse a la realidad del otro, imaginar sus perspectivas, entrar en esos mundos sin juicios, ni prejuicios. Bajtín marca la diferencia entre personaje, que es una categoría superficial, monológica, fijada, invariante y estática que puede ser asignada para describir características generales de los otros, y persona, que es verdaderamente dialógica, un conjunto de posibilidades infinitas de despliegue, sin fijación y dinámico, impredecible e indeterminado (21). En el discurso biomédico de la historia clínica el paciente funciona muchas veces como un personaje y no como una persona.

Los profesionales tienen que ser conscientes de sus prejuicios y asumir que la separación entre fenomenología y hermenéutica resulta artificial. Más allá de “objetivar una enfermedad mental”, el propósito del trabajo clínico es ayudar a que el usuario se cuente a sí mismo y a los demás, relatos transformadores. En este sentido, la psiquiatría narrativa ayuda a los clínicos a ver un mundo donde las interpretaciones alternativas de los problemas mentales ya no son equivocadas o malas, sino diferentes. Esta clase de competencia narrativa en los profesionales permite mayor libertad, flexibilidad y democracia en el encuadre clínico. El marco narrativo que más ayude a una persona en particular puede incluir la historia de una enfermedad psiquiátrica del modelo de tratamiento médico, pero también puede incluir una variedad de otras estructuras narrativas. La postpsiquiatría pretende ser emancipatoria, porque busca crear un espacio ético donde la gente pueda explorar con seguridad su propia forma de entender sus experiencias (22).

Todo esto supone que el proceso diagnóstico de la psiquiatría moderna es sustituido, desde una perspectiva postpsiquiátrica, por la co-construcción entre el profesional y el usuario de un relato contextualizado, singular, significativo, que permite trabajar con distintas hipótesis y que atiende a las necesidades particulares del sujeto. A diferencia del diagnóstico que proporciona una foto fija que recoge los síntomas, la formulación permite estructurar toda la información clínica en el contexto de la experiencia única de un sujeto concreto y propone una historia dinámica que nos permite plantearnos distintas hipótesis para comprender y ayudar al usuario (23,24). La formulación narrativa permite explorar significados con el usuario desde distintos marcos teóricos, hacia la versión que resulte significativa, sin el condicionamiento a apriori de un modelo cognitivo, biomédico, psicoanalítico ni de ningún otro. Tampoco se trata de apelar simplemente a una perspectiva biopsicosocial que finalmente se utilice para contextualizar y encubrir la interpretación propuesta por el profesional unilateralmente desde su modelo. La formulación se basa en una relación más horizontal, en la que el profesional y el usuario co-construyen de manera dialogada una versión singular que da cuenta de lo que sucede de una manera integral. No se busca una verdad sustantiva sino un relato que sea útil para comprender y abordar los problemas. Un relato que incluye, por supuesto, los síntomas, pero también todo el contexto (tabla 1). Particularmente importante es considerar el sistema de creencias y la ideología que tiene el usuario en torno a su salud, cómo se explica lo que le sucede y, a partir de ahí, qué forma de ayuda espera recibir y que no se identifica necesariamente con un “tratamiento”.


LA VISIÓN POSTPSIQUIÁTRICA DE LOS TRATAMIENTOS

La medicina basada en la evidencia que propugna la psiquiatría moderna no es la simple aplicación de la tecnología en la resolución de un problema clínico sino un proyecto ético: las pruebas fundamentan la toma de decisiones. Pero las pruebas no pueden tomar la decisión, los valores del usuario o de la comunidad deben formar parte de ello. No podemos olvidar que todas las intervenciones, también las efectivas y basadas en la evidencia, tienen riesgos y hay muchas situaciones donde la adherencia a las guías clínicas comporta más daños que beneficios. Además, la mayor parte de la investigación psiquiátrica define efectividad en términos de resolución de síntomas, pero muchos usuarios rechazan nociones de enfermedad o que sus experiencias sean concebidas como síntomas.

Iván Illich en su libro Némesis médica explicaba cómo la extraordinaria expansión de la medicina está disminuyendo la capacidad de las personas para enfrentarse al dolor y al sufrimiento. El desarrollo tecnológico que ha permitido mejorar el tratamiento y la curación de muchas enfermedades también ha favorecido la desconexión del sujeto con su malestar. Un malestar que se ha cosificado, ha perdido muchos de los significados que lo acompañan y sus determinantes se han deformado. Ya no cabe preguntarse qué aspectos de uno mismo o del entorno están condicionando el sufrimiento sino que el único objetivo es erradicarlo (25).

Todo esto entronca con una concepción binaria de la salud y la enfermedad mental como dos entidades opuestas y excluyentes, cuando en realidad, no se da la una sin la otra y siempre hay una mezcla de ambas y de ninguna (2). Esta separación forzada y categórica entre salud y enfermedad es lo que también amplifica el sentido de gravedad clínica y favorece una relación terapéutica más tradicional y vertical entre un paciente desamparado y un psiquiatra poderoso, supuestamente armado con la tecnología capaz de diseccionar y extirpar el mal con precisión quirúrgica.

Desde una perspectiva postpsiquiátrica, el objetivo de un profesional de salud mental no sería tanto la “erradicación” de una cosa llamada enfermedad mental como poner el foco del encuentro clínico en acciones como ajustarse, adaptarse, afrontar, conducirse, vivir con… Esto supone que el profesional tiene que recolocarse de otra manera en la relación terapéutica en donde la tarea es tratar con valores humanos y éticos, antes que con tecnología científica. Un encuentro clínico en el que se tienen en cuenta tanto los modelos de sufrimiento de los usuarios como la exploración y la articulación de sus deseos y objetivos de tratamiento.

El trabajo exitoso en salud mental no se comprende siempre como un “tratamiento”. La mayor parte del mejor quehacer está basado en relaciones significativas entre profesionales cuidadores y usuarios. Este trabajo incluye de manera central un encuentro humano focalizado en asuntos como la esperanza, la confianza, la dignidad, el refuerzo, dar sentido, empoderar, la empatía y el cuidado. De hecho, las intervenciones habituales no están, en realidad, basadas en la ciencia objetiva y desnuda. Las tecnologías psiquiátricas están en sí mismas cargadas profundamente con asunciones, prioridades, significados y valores y una gran cantidad de su éxito está determinado por las relaciones en que toman parte (2). Las intervenciones psiquiátricas están basadas en la manipulación de significados, esperanzas y expectativas (26) y parece que las mejorías clínicas están más relacionadas con aspectos inespecíficos que con las particularidades técnicas de la intervención. Así, los últimos meta-análisis que comparan la eficacia de los antidepresivos y el placebo muestran unas diferencias mínimas (27,28). Respecto a la psicoterapia, las investigaciones que se han realizado en los últimos años concluyen que los factores no específicos de los tratamientos dan cuenta de alrededor del 85% del cambio que se produce en la terapia (29). Esto significa que solo un 15% depende de la técnica psicoterapéutica en particular y el resto se atribuye a factores del usuario, efecto placebo, expectativas, sucesos extraterapéuticos y a la alianza terapéutica. Igualmente, en la investigación sobre rehabilitación de los trastornos mentales graves se está poniendo de manifiesto que, más allá de la especificidad de los tratamientos, es muy importante la alianza terapéutica, la autoestima, que el usuario tenga un locus de control interno y la creación de un contexto terapéutico que promueva el empoderamiento y lo relacional y que ayude a reconstruir una identidad positiva (30).


Propuestas para una relación terapéutica horizontal

En este encuadre postpsiquiátrico donde los presupuestos de los usuarios son el punto de partida, la relación terapéutica es horizontal y los profesionales se sitúan al servicio de ellos. Si el usuario es un experto en su vida y en su historia, el profesional ha de tener la capacidad, partiendo de la narrativa inicial, de expandirla y aportar nuevos significados que contextualicen su sufrimiento y permitan elaborarlo desde otras perspectivas que permitan, en último término, la desalienación y la emancipación.

Se trata de un encuentro clínico entre dos sujetos que van a trabajar juntos y donde se van a reproducir las vicisitudes que entrañan las relaciones humanas. Esto significa considerar que los profesionales son partícipes de un encuentro interpersonal con otro sujeto que va a dar lugar a configuraciones relacionales múltiples y de las que deben tomar conciencia para trabajar con ellas. Se trata de preguntarse permanentemente qué pasa con el otro, qué tipo de vínculo implícito se está produciendo y poder desentrañar juntos esta cuestión. A lo largo de un acompañamiento terapéutico pueden surgir configuraciones relacionales de dependencia, rivalidad, seducción, colegueo social, dominación-sumisión, configuraciones de punto muerto... todas ellas condicionadas por la interacción de dos seres humanos que tienen una biografía previa y un estilo particular de relacionarse. En este sentido, la metacomunicación, es decir, el poder hablar de la configuración implícita que se está produciendo (a la que contribuyen tanto el usuario como el profesional) y aclararla entre los dos, se convierte en una herramienta esencial. El poder hablar del tipo de comunicación que se está estableciendo tiene una trascendencia doble. Por un lado esta metacomunicación es una herramienta técnica terapéutica en la medida que el usuario toma conciencia del tipo de interacciones en las que participa. Esto le permite monitorizarse y darse cuenta de lo que piensa, siente y actúa con el otro y que condiciona cómo se vincula con él. Por otra parte, la metacomunicación dignifica al usuario como sujeto y es esencial para hacer más horizontal la relación. Con la metacomunicación el clínico subraya su propia subjetividad, transmite que también es una persona y no solo un técnico, que tiene sentimientos, que es falible, humano y que el usuario le provoca cosas y que este, a su vez, además le puede contar lo que a su vez le provoca el profesional sin que vaya a haber represalias. Surge un “nosotros” que está constituido por el usuario y por el profesional, que acepta su propia contribución a la configuración que se está produciendo y buscan juntos, honestamente, aclararla. Se establece una mayor sensación de equipo de trabajo, con roles diferentes, por supuesto, pero que participan también de una interacción establecida por dos sujetos y que se puede analizar en provecho de los objetivos planteados conjuntamente. De esta manera, el tratamiento trasciende la provisión de una tecnología por un técnico experto. Se trata de un acompañamiento mediado por una relación significativa que va a proporcionar una experiencia nueva y singular en el usuario. Una experiencia en la que podrá reapropiarse de la responsabilidad de su sufrimiento y de la capacidad de conducirlo (31).

Más allá del encuentro clínico individual, a nivel familiar, grupal o comunitario, la dinámica relacional debería basarse también en estos presupuestos dialógicos y democráticos donde los clínicos no son expertos infalibles que enseñan, sino seres humanos como los demás que, desde el respeto, tienen la capacidad de abrir perspectivas y aportar significados potencialmente útiles. Los grupos multifamiliares (32) o propuestas como open dialogue (33) podrían ser buenos ejemplos de esta forma de hacer clínica en estos ámbitos ampliados.

En contraposición a una relación terapéutica horizontal se encuentra el empleo de la coerción. Las intervenciones coercitivas constituyen un continuum que incluyen el despliegue de la fuerza absoluta, el “voluntarismo forzado” (el sujeto elige obedecer porque es amenazado) o el cumplimiento utilitario (la aceptación se asocia a algo que también se desea). En cualquiera de sus formas, la coerción se sostiene sobre una verdad que sabe el profesional y sobre la que el usuario discrepa o no reconoce. El tema más recurrente al respecto es la conciencia de enfermedad y la necesidad del profesional de que el usuario ingrese, siga un tratamiento o tome una medicación. La coerción tiene una trascendencia y una gravedad extraordinarias, a pesar de lo cual ha sido bastante desatendido hasta hace unos años y en la actualidad está revisándose desde distintos foros con el objetivo de cuestionarlo hasta sus últimas consecuencias (34). El enfoque crucial que apuntala una atención más considerada y humana, a la vez que sienta las bases de la recuperación, es la perspectiva de los derechos humanos en salud mental (35, 36). Aquí, el énfasis se sitúa en las obligaciones del titular de deberes, el Estado, y no solo en el empoderamiento del titular de los derechos, el usuario. Dentro de esta perspectiva, la planificación anticipada de las decisiones en salud mental es una herramienta que ha mostrado su utilidad en la protección de derechos, el aumento de la participación y empoderamiento, la mejora de la relación entre usuarios, profesionales sanitarios y familiares, así como aspectos relacionados con la utilidad clínica y la relación coste-eficacia (37).

Uno de los objetivos es transformar a los usuarios de meros beneficiarios pasivos de una atención a agentes de cambio activos. En este sentido, se está desarrollando la toma de decisiones compartida (38). Se basa en un encuentro deliberativo en el que el profesional proporciona toda la información y las opciones de tratamiento, el usuario discute sus preferencias, y deciden juntos cuál es la mejor opción. El punto de partida no escapa al positivismo de que hay una información veraz, objetiva y basada en la evidencia sobre las distintas opciones terapéuticas. En salud mental, el conocimiento que tenemos de los tratamientos es limitado, controvertido y condicionado por múltiples conflictos de intereses, pero más allá de los aspectos concretos de la toma de decisiones compartida, lo verdaderamente relevante es la filosofía en la que se apoya: una relación más horizontal entre profesional y usuario en la que se consideran los valores y preferencias de este último y que busca proteger su autonomía. Ya no estamos hablando de adherencia al tratamiento o de cumplimiento, sino en términos de colaboración, concordancia, de acuerdo terapéutico. Un acuerdo que siempre es provisional y sujeto a las revisiones que estime cualquiera de los dos integrantes de esta dupla que trabajan juntos para obtener los mejores resultados en los objetivos que se hayan fijado.

El tratamiento psicofarmacológico, particularmente controvertido por su actual hegemonía, los enormes intereses financieros que le acompañan y la iatrogenia que produce (8), se prescribe en la psiquiatría moderna desde un modelo de enfermedad: hay una alteración en la neuroquímica cerebral que el medicamento se encarga de revertir o reequilibrar. Desde un punto de vista postpsiquiátrico, los psicofármacos interesan clínicamente por su efecto en la mente, no en el cerebro. Aunque la industria farmacéutica remarca en sus propagandas el valor de sus medicamentos según la capacidad para actuar sobre unos receptores neuronales u otros, lo verdaderamente relevante a nivel clínico es el efecto que pueden inducir en cada usuario y su utilidad desde esta perspectiva. Los psicofármacos no corrigen ninguna alteración biológica ni curan ninguna enfermedad mental, sino que alteran el funcionamiento cerebral (como el resto de sustancias y drogas que actúan en el cerebro) e inducen así un estado psíquico que se solapa al previo y que puede aliviar el sufrimiento mental (39). Un estado psíquico que puede colocar al sujeto en mejor disposición para situarse más libremente en su entorno y afrontar sus dificultades. Esta perspectiva modifica radicalmente la relación del sujeto con su problema y con el profesional. Deja de ser víctima pasiva de una enfermedad del cerebro que un experto le ha de curar para convertirse en protagonista de su padecimiento y del alivio. Ahora él también ha de juzgar los efectos de los psicofármacos y decidir, en la medida de lo posible y con la ayuda del profesional, si los necesita, cuánto tiempo y a qué dosis.

Un aspecto importante que hay que considerar respecto a los tratamientos en este marco postpsiquiátrico de cuestionamiento de las verdades de la psiquiatría moderna es, precisamente, la limitación de las intervenciones. La fe en las narrativas modernas ha propiciado una medicalización y una psicologización de los problemas de la vida que ha desembocado en una dependencia extraordinaria de los profesionales “psi” y la expansión sin límites en la prescripción de psicofármacos y de psicoterapias de todo tipo. El balance del riesgo beneficio de todas estas intervenciones siempre debe someterse a escrutinio y hay que tener presente el perjuicio que conllevan siempre estas intervenciones (40). En esta línea, han surgido también propuestas desmedicalizadoras como la deprescripción farmacológica (41) o la indicación de no-tratamiento (42) que intentan limitar los daños que inflige la psicología y la psiquiatría.

Todo lo planteado nos conduce a reflexionar sobre qué tipo de profesional se precisa para una práctica clínica postpsiquiátrica y qué formación ha de tener. Finalmente, este profesional tiene muchas más exigencias humanas pero también técnicas que un psiquiatra moderno. Cualidades y actitudes como la empatía, la calidez, la autenticidad, el respeto al otro y la consideración de su narrativa, la capacidad para el diálogo, la autocrítica y el reconocimiento de los conflictos personales, son los prerrequisitos para el trabajo. Además de todo esto, es importante que el profesional tenga formación en narrativas sobre biopsiquiatría, psicoanálisis, terapia familiar, grupal, cognitiva, aproximaciones humanísticas, multiculturales, feministas, de discapacidad, postcoloniales… por nombrar algunas. Solo desde este conocimiento abierto y multiverso la psiquiatría puede abrir nuevos espacios para las voces de aquellos que están habitualmente excluidos (22).


MÁS ALLÁ DEL DOGMATISMO Y DEL “BUENISMO”

En los últimos años de saturación del modelo biomédico y la creciente presencia de la voz de usuarios y familiares se está creando el clima para la elaboración de un nuevo contrato social en torno al trato de los problemas mentales. Esto tiene que ver en primer lugar con los valores que deseamos adjuntar a estos estados mentales, de modo que no es un asunto técnico sino ético, y supone que habría que abrirlo a una discusión y debate democráticos. En este debate habrá diferentes perspectivas, múltiples y diversas, no habrá una sola respuesta sino muchas. Este es un movimiento más allá del consenso unívoco de la psiquiatría moderna que ignora las diferencias y habitualmente busca simplemente silenciar las alternativas. La postpsiquiatría plantea una práctica clínica en el que el primer paso debería ser pensar cómo queremos cuidar al otro en estados de locura, malestar o alienación.

Como es lógico, la postpsiquiatría recibe múltiples críticas y está sometida al escrutinio de muchos profesionales (43, 44). Entre los cuestionamientos principales está su consideración como una suerte de “buenismo", bienintencionado pero ingenuo, carente de autocrítica hacia los resultados reales, basado en la creencia de que los problemas mentales graves pueden resolverse a través del diálogo, la solidaridad y la tolerancia, sin más. También se le ha cuestionado su afán de deslegitimar la psiquiatría y propiciar un nihilismo y un derrotismo tecnológico y científico que puede conducir al relativismo absoluto de: “cualquier cosa vale” mientras haya empatía y diálogo. Desde el punto de vista asistencial, se pone de relieve que la perspectiva postpsiquiátrica puede suponer un riesgo en la desvinculación de los usuarios más graves y vulnerables al minimizar o negar la realidad de las categorías de sufrimiento mental tradicionalmente aceptadas, o sobre la base de que la elección personal en el tratamiento siempre debería ser fruto de soluciones compartidas con el profesional. Por último, algunos autores están preocupados porque la postpsiquiatría minimiza los aspectos médicos de los problemas mentales, coloca un peso excesivo en el contexto social como condicionante de los síntomas, y favorece que los profesionales queden a un lado en favor de los usuarios, cuidadores no profesionales, voluntarios y grupos de autoayuda.

El trabajo de la postpsiquiatría es desafiar la autoridad de la psiquiatría tradicional. La ambigüedad, la incertidumbre y la duda no amenazan el campo de la salud mental, de hecho, representan una oportunidad para el debate, el diálogo y la democracia. La postpsiquiatría es un conjunto de direcciones que nos orientan para abandonar el lugar donde estamos ahora, pero no para decirnos hacia donde deberíamos ir. El significado del prefijo post no convierte a la postpsiquiatría en más avanzada, en un estado de evolución que supera la modernidad, ni es la nueva fase de progreso capaz de borrar y reemplazar la teoría y la técnica de su predecesora. Más bien, la postpsiquiatría brota de las líneas de fractura de la psiquiatría moderna, de los agujeros y discontinuidades del positivismo, de la crisis en la representación de las grandes narrativas.

La postpsiquiatría no intenta deslegitimar la psiquiatría moderna, sino que la contextualiza políticamente. Es un addendum a la psiquiatría, que desenvuelve sus valores y su poder para examinarla y suplementarla con una crítica política local y una narrativa local. El riesgo de que ciertos relatos psiquiátricos locales resulten particularmente fraudulentos es posible y en algunas comunidades se pueden desarrollar narrativas premodernas para atender los problemas mentales. Sin embargo, la alternativa actual de imponer un pensamiento único, verdadero, sesgadamente occidental, globalizado y casi policial tampoco es buena. En este sentido, la postpsiquiatría promueve al menos el examen reflexivo como una técnica usada para analizar constantemente la línea que separa la construcción personal de los problemas mentales, del discurso prefabricado por las instituciones dominantes, ya sea la Asociación de Psiquiatría Americana o el curandero local. Las respuestas a los problemas de salud mental alrededor del mundo no se encontrarán en el desarrollo y la exportación de cada vez más intervenciones técnicas. La inversión en capital social y la movilización e inclusión de las comunidades locales son elementos clave para el desarrollo de los servicios de salud mental basados en la ética y sensibles culturalmente (45).

Así como no hay una verdad en torno a la conceptualización y tratamiento de los problemas mentales, una visión postpsiquiátrica también asume que todas las perspectivas no son iguales y algunas tienen mejor explicación o poder predictivo (46), de manera que, “cualquier cosa”, no vale, y más aún si forma parte de una prestación pública. La postpsiquiatría no rechaza el uso de medicaciones, en general, ni de otros tratamientos habituales para aliviar el sufrimiento, ni tampoco intenta negar la existencia de enfermedades mentales definidas en el siglo pasado. A lo que se opone radicalmente es a la perspectiva modernista de que la acumulación de hechos por el progreso científico y la investigación, aun cuando coloquen aparte sus valores y sesgos políticos escondidos, resolverán cualquier dilema. Desde ahí, la ingenuidad (y el reduccionismo) estarían en el lado de la psiquiatría moderna.

Hay una brecha entre la tecnología psiquiátrica y la realidad cotidiana de los usuarios que no se va a resolver con nuevos avances terapéuticos. La tecnología, siendo imprescindible, no alcanza a resolver las necesidades de las personas con problemas mentales graves. Además, empleada de manera tradicional y paternalista, favorece la infantilización, la desresponsabilización y la dependencia de los usuarios de los profesionales (40). Esto no significa que haya que abandonar la ciencia, la tecnología o incluso el control, sino revertir el orden tradicional de prioridades. El argumento de la postpsiquiatría es que el campo de tratamiento en salud mental se comprende mejor si está basado en valores, significados y relaciones y sólo secundariamente sobre cuestiones de eficacia del tratamiento y resultados. La ética ha de estar por delante de la tecnología pero entendida, no como un sistema de valores que hay que acatar, sino como la consideración y el respeto al Otro. Se trata de un cambio que busca la participación real de los usuarios que se tiene que traducir, de entrada, en su inclusión en todo el proceso asistencial, desde la conceptualización de su sufrimiento hasta el acompañamiento terapéutico pasando por la toma de decisiones clínicas. Para ello, el profesional tiene que transitar hacia una renuncia de una posición de poder y favorecer la apertura a la voz del otro sin imponer su discurso, hacia una horizontalidad y con relatos flexibles, guiados por la posibilidad de generar hipótesis e interpretaciones útiles por ser compartidas y transformadoras. El profesional que se requiere para esta empresa ha de ser consciente de sus conflictos intelectuales, honesto, con capacidad de análisis crítico, empático y con sus necesidades personales trabajadas para no actuarlas en la consulta sin tener conciencia de ello. A nivel emocional, propugnar una relación más horizontal supone quitarse el ropaje de la arrogancia que tanto abriga y protege. Significa aceptar las limitaciones y compartirlas. Sustituir el poder por la solidaridad. La institución también ayuda a preservar esta posición privilegiada y resulta complicado desafiarla. Muchas veces se distorsiona el primer objetivo de los servicios de salud mental, que es el cuidado de los usuarios, hacia la autoprotección de la organización (47). Por ello es fundamental situar el foco, de forma deliberada, en la perspectiva del usuario, para favorecer que sus necesidades se hagan más transparentes. La búsqueda de una relación terapéutica horizontal en lo posible, supone devolver la salud que se había expropiado y favorecer, en último término, la participación de los usuarios en más espacios. Puede ser la punta de lanza que cada profesional puede poner en juego en el día a día para que se generalice la emancipación de las personas y trascienda desde la consulta a lo institucional y a lo social, donde estamos todos inmersos. Porque el camino de la legitimación de la psiquiatría es seguir construyéndola a través de la confianza de la comunidad, no imponiendo una verdad.


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Categoría diagnóstica
Formulación narrativa
Autor
Construcción profesional
Co-construcción de usuario y profesional
Ámbito
Genérico
Singular
Geografía
Occidental, pretendidamente universal
Local
Foco
Individuo
El sujeto en su contexto
(cuerpo, cultura y tiempo)
Criterio
Sustantivo, de “Verdad”
Criterio de utilidad, adjetivo, hipótesis
Carácter
Definitivo, pretendidamente objetivo
Provisional, abiertamente subjetivo
Desarrollo
Reduccionista
Abierto a cualquier perspectiva
Consecuencia social
Estigmatizadora
Integrador
Relación terapéutica
Vertical, paternalista
Horizontal, dialogada
Propósito
Cosificador
Dinámico
Contenido
Síntomas
Problemas, vulnerabilidades, fortalezas, cualidades…
Causalidad
Lineal
Compleja
Rol del profesional
Activo
Activo
Rol del usuario
Pasivo
Activo
Tratamiento
Protocolizado
Centrado en el sujeto

Tabla 1. Diferencias entre la categoría diagnóstica y la formulación narrativa.




"Locura de la Psiquiatría" (Alberto Fernández Liria)

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Hoy queremos reseñar un libro que acabamos de leer y nos ha parecido del mayor interés. Su autor es el psiquiatra Alberto Fernández Liria, a quien hemos considerado desde hace mucho uno de nuestros maestros. Por obras suyas, hace ya muchos años, accedimos a conceptos que luego han sido claves en nuestro pensamiento, sobre postmodernidad y psicoterapia integradora, sobre la diferencia entre ciencia y tecnología (y cómo la psiquiatría es un claro ejemplo de la segunda pero no de la primera), sobre la importante distinción entre problema y desgracia...






Fernández Liria acaba de publicar esta obra: Locura de la Psiquiatría. Apuntes para una crítica de la Psiquiatría y la "salud mental". Hablaremos acerca de lo que hemos entendido en ella, lo cual, evidentemente, puede no coincidir con lo que el autor quiso decir exactamente. Se plantea cómo no es posible hablar acerca de una "historia de la psiquiatría" sino más bien de un "devenir", por cuanto no existe un progreso lineal, una acumulación de conocimientos en pos de la verdad. Un ejemplo de cómo debe evitarse caer en la falacia del progreso. La idea, predominante hoy en día, de que la psiquiatría como disciplina posee un carácter científico contrastado y que su pasado ha sido un lento pero constante desarrollo de descubrimientos para llegar a la casi triunfante situación actual, es criticada y desmontada por completo. 

La tesis de Fernández Liria, que nos parece reveladora y plenamente certera, es que las teorías psiquiátricas han carecido siempre de base empírica contrastada. Incluso las más actuales: supuestos desequilibrios neuroquímicos que nadie ha demostrado y que son tratados con fármacos cuyas eficacias han sido sistemáticamente exageradas y sus riesgos minusvalorados. La psiquiatría no sería una ciencia, pues no es el logro de un saber que se ha demostrado esquivo, sino que sería una tecnología, es decir, un dispositivo para alcanzar una utilidad. Una utilidad, es preciso señalarlo, definida por la sociedad que crea dicho dispositivo. Para el autor, es el sistema sociocultural de un determinado momento histórico el que realiza un encargo a la psiquiatría, la cual, como herramienta de dicho sistema sociocultural, se apresta a llevar a cabo. Solo aposteriori, de forma inmediata pero siempre como consecuencia de ese encargo primigenio, es cuando la psiquiatría desarrolla determinadas teorías para justificar la pertinencia y el sentido de las prácticas que realiza a la hora de cumplir con dicho encargo. Como señala Fernández Liria, las teorías psiquiátricas, tanto pasadas como actuales, serían en realidad ideología en el sentido marxista, es decir, más o menos refinados autoengaños bien construidos para justificar por qué se hace lo que se hace. Eso explica también por qué teorías e incluso paradigmas han sido abandonados sin refutación alguna ni confirmación de teorías posteriores: ya no eran útiles para el nuevo encargo y hubo que sustituirlas por otras más acordes con la nueva situación. Es la infraestructura, en forma en este caso de encargo social, quien determina el funcionamiento de la psiquiatría como institución y disciplina y sus teorías son pura superestructura, juegos de humo y espejos por decirlo de otra manera.

Serían cuatro los encargos que, según Fernández Liria, la sociedad ha hecho a la psiquiatría (entendida esta como disciplina y conjunto de instituciones donde desarrollan su labor varios tipos diferentes de profesionales: psiquiatras, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales, etc.):


  • El primer encargo fue, a finales del siglo XVIII, en los albores de la era de la razón, justificar por qué había que encerrar a las personas que distorsionaban la convivencia en los nuevos y crecientes núcleo urbanos. La amalgama de gentes encerradas en los asilos desde cientos de años antes pasó a ser estudiada por los médicos alienistas, que desarrollaron sus creativas clasificaciones e intentos terapéuticos. Lo positivo muchas veces de dicha labor, la parte de cuidado del loco -que se representa por ejemplo en la liberación de las cadenas por parte de Pinel- no obvia el hecho de que la psiquiatría cumple con la misión encomendada de justificar y gestionar dicho encierro.
  • El segundo encargo ocurre a finales del siglo XIX y principios del XX en relación con el inicio del tratamiento de los llamados posteriormente trastornos mentales menores y con la aparición del psicoanálisis. Aquí el encargo fue, como señaló Freud, restarurar a la persona "la capacidad de amar y de trabajar". La nueva sociedad capitalista requería trabajadores en buenas condiciones y la psiquiatría empezó a elaborar las prácticas necesarias para que los tuviera disponibles, desarrollando un buen número de nuevas teorías que justificaran dichas prácticas.
  • El tercer encargo sucede a finales del siglo XX. El capitalismo como sistema económico hegemómico requiere ineludiblemente crecimiento. Falto de guerras y posguerras, o territorios a los que extenderse, lo hace a nuevos campos de la sociedad antes no mercantilizados, tales como la gestión del malestar humano, de emociones como la tristeza, la ansiedad o la inquietud infantil... Terrenos que antes se manejaban sin intervención alguna del capital, con recursos de apoyo social y familiar por ejemplo, son ahora convertidos en un lucrativo nicho de mercado. La psiquiatría cumple con este encargo erigiéndose en un dispositivo que pone a disposición de la sociedad un ejército de expertos en la gestión de dicho malestar de la vida cotidiana (que insiste a su vez en la idea de que tal malestar no debe ser dejado fuera del alcance del médico o psicólogo, por lo que pueda pasar...). Estos expertos prescriben profusamente remedios ya mercantilizados y que suponen enormes beneficios para las empresas capitalistas que están detrás de ellos: psicofármacos absolutamente para todo, cada vez a mayores dosis y en mas creativas combinaciones. También se organizan de la misma manera tratamientos psicoterapéuticos en forma de terapias cognitivo-conductuales, o de cada vez más nuevas generaciones, o espectaculares éxitos de ventas como el mindfulness... Todos estos remedios son adecuadamente vendidos y comprados, para mejor funcionamiento del sistema capitalista necesitado siempre de más beneficios. La psiquiatría elabora aquí las teorías que todos conocemos -pero nadie ha demostrado- del malestar como diferentes enfermedades discretas, diferenciables y basadas en desequilibrios químicos a nivel del sistema nervioso central, fundamentalmente, Estas teorías -pura ideología- cumplen a la perfección su misión, que no tiene que ver con describir la realidad (cosa que no consiguen y ni siquiera intentan) sino con justificar de forma aparentemente científica (es decir, acorde con la religión cientificista de nuestros días, aunque este es otro tema) sus prácticas.
  • El cuarto encargo, el más reciente, es descrito como iniciado a partir de la crisis de 2008, como otro ataque del neoliberalismo cada vez más salvaje que nos invade y que, aprovechando movimientos merecedores del mayor apoyo, como el cese del autoritarismo y el paternalismo de los profesionales y el respeto a la autonomía del paciente, quieren deslizar sus prácticas pretendidamente liberadoras para acabar con lo que nos queda de apoyo y compromiso social, de conexión y de ayuda de unos con otros. Este encargo fomenta prácticas privatizadoras, resaltando el individualismo y despreciando la sociedad y los bienes públicos que a ella deben pertenecer (sanidad, educación, recursos energéticos, transportes, etc.). Como señala Fernández Liria, es muy importante no dejar que la imprescindible defensa de la autonomía y el fin del autoritarismo acabe llevando a una situación de exaltación de lo individual donde el cuidado mutuo y la solidaridad ya no tengan cabida.

Hay que resaltar que cada encargo no sustituye al previo, sino que se van acumulando en nuestra sociedad, aunque evidentemente modificando sus prácticas con el tiempo según los cambios que dicha sociedad experimenta.

El libro describe de forma magistral estos cuatro encargos y, a través de ellos, construye el devenir histórico (que no historia) de la psiquiatría. No son páginas que inviten al optimismo y que llenen de ilusión por ponerse a trabajar en estas profesiones nuestras, pero son páginas extraordinariamente lúcidas y singularmente sinceras: suponen una descripción sin duda útil de nuestra disciplina y su discurrir, y entender dicho discurrir puede ser clave si queremos modificar ciertas cosas que cada día nos parecen más inaceptables: la psiquiatrización de todo dolor, el abuso de psicofármacos y diagnósticos, la represión sobre las personas afectas de psicosis (ahora mismo estamos asistiendo a campañas para el fin de las contenciones mecánicas, a las que deseamos el mayor de los éxitos), la absurda preponderancia -en relación ideológica con todo lo anterior- del paradigma biologicista-biocomercial, etc.

Alberto Fernández Liria, como es propio de él en lo poco que creemos conocerle, no se queda para nada en la crítica, sino que desarrolla en la segunda parte de su libro todo un listado de ideas para cambiar la situación que denuncia, para hacer de la psiquiatría un instrumento verdaderamente útil para las personas que atiende y la sociedad en la que habita. Una psiquiatría que sea capaz de superar estos encargos, o así lo entendemos, y buscar otro aún no explicitado, que también nosotros buscamos repetidamente en nuestros escritos: una psiquiatría que pueda ocuparse, sin imposiciones, de ayudar a la gente afecta de experiencias que sobrepasan una relativa normalidad y ocasionan sufrimiento por ello, una psiquiatría que pueda prestar ayuda puntual a personas afectas de dolores propios de esa normalidad (que, a veces, duele y mucho), pero sin usurpar funciones que corresponden -y son mucho mejor realizadas- a la familia, los amigos, el sindicato, o a toda la sociedad misma que debe unirse y cambiar aquello que cause miseria y desgracia a muchos para beneficio de unos pocos.

En resumen, el libro de Alberto Fernández Liria debería ser de lectura obligatoria para todo el que quisiera acercarse a un intento de entender la evolución histórica de la psiquiatría. Una obra clave para entender también cómo la psiquiatría y sus prácticas funcionan según lo que una determinada sociedad pide de ella y, solo más tarde y de forma secundaria a dicho encargo y dichas prácticas, elabora más o menos pintorescas teoría para autojustificarse. Teorías que luego los psiquiatras nos creemos casi como dogmas de fe y, a su vez, propagamos a la opinión pública de forma acrítica. Una vez más queda patente la estrecha interrelación entre psiquiatría y cultura y cómo sería necesario, en nuestra opinión, trabajar en busca de una psiquiatría diferente que pueda suponer un pequeño paso para construir también una sociedad diferente. Para ese ambicioso y tal vez inalcanzable objetivo, el libro de Alberto Fernández Liria es un muy útil mapa para orientarnos sobre el terreno que pisamos.




Libro "Postpsiquiatría" (reseñas de Mariano Hernández Monsalve y Jorge Luis Tizón)

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Hoy, y sin duda servirá de precedente, volveremos a hablar de nuestro libro "Postpsiquiatría". Como no somos objetivos para valorar sus cualidades, queremos y debemos expresar nuestro agradecimiento a las personas que han tenido la amabilidad de escribir alguna reseña sobre el mismo. 

En primer lugar, Mariano Hernández Monsalve, psiquiatra, nos dejó un precioso texto que fue publicado en la página de La Otra Psiquiatría. Lo queremos incluir también en nuestro blog:




Reseña a: 

POSPSIQUIATRÍA. Textos para prácticas y teorías postpsiquiátricas 

Amaia Vispe, Jose G.-Valdecasas 

Para quienes seguimos siendo adeptos al papel, es una magnífica noticia la publicación en formato libro, con papel y pastas, de lo más granado de la producción de esta pareja de profesionales de lo mental (enfermera y psiquiatra) y blogueros de primera que, en mi opinión, seguramente compartida por otros muchos, vienen ofreciendo en su blog lo mejor de las publicaciones psiquiátricas en español en estos últimos años. Y que, además, son los responsables de la introducción entre nosotros del término -Postpsiquiatría / Pospsiquiatría- y de toda la sustancia que contiene esta ¿corriente? de la psiquiatría en los comienzos del siglo XXI.

Subtitulan los autores esta publicación como una colección de “textos para prácticas y teorías postpsiquiátricas”. Son esos textos un destilado de reflexiones bien argumentadas y sustentadas en un magnífico fondo documental, sobre los aspectos críticos de nuestras disciplinas, de la psiquiatría y aquellas otras disciplinas emparentadas con quienes compartimos escenarios clínicos, asistenciales y teóricos, tales como la psicología clínica, la enfermería de la salud mental, el trabajo social, la terapia ocupacional… La postpsiquiatría que nos proponen Amaia y Jose es resultado de un excelente trabajo de elaboración reflexiva, sobre los aspectos más controvertidos de nuestras teorías y nuestras prácticas, sus fundamentos científicos y éticos; de su impacto y su función social. En cualquier caso, ellos mismo se encargan de ponernos muy bien al día de las raíces, los elementos definitorios, y de sus límites difusos, trayendo a colación el documento fundacional de esta corriente (de Bracken y Thomas, 2001), y el segundo documento (artículo coral publicado, como el anterior, en el British J of Psychiatry, en 2010) en que se afianzan sus perspectivas (aun cuando no se mencione en este caso el término de postpsiquiatría) de un grupo relevante por sus aportaciones desde la psiquiatría crítica (muy aconsejable seguirles en critical-psychiatry.network) en el que, junto a los anteriores están Timimi, Moncrief, Summerfield… bien conocidos por los seguidores de “la madrileña” de la AEN. El grupo está más interesado por la sustancia de sus propuestas que por etiqueta de identificación. Como bien resumen nuestros autores, el esfuerzo puede verse como un intento de síntesis hegeliana entre lo mejor de la psiquiatría clínica y las aportaciones antipsiquiátricas del siglo pasado (principalmente las basaglianas) que viven un cierto resurgir en estas primeras décadas del siglo XXI. 

Otra aportación muy de agradecer es el sagaz y sugerente despliegue de apertura y aproximación a tan sesudas reflexiones, que nos ofrecen desde unas jugosas observaciones literarias, siguiendo en este caso la estela de Clare (Psychiatry in Dissent, 1980) y de Sanjuán (2003) en una viñeta formulación del caso de la psiquiatría como paciente (a cuya lúcida ironía he recurrido en varias presentaciones), y siguiendo con Monte Miseria, caricatura de la dimensión más falsaria de la profesión y sus estragos en pacientes, profesionales y en el imaginario social. Y siguiendo por los escarceos de Horacio y la Maga en La Rayuela del París de Cortázar, haciendo gala los autores de una artesanía creativa conceptual muy alejada de cualquier improvisación.

Amaia Vispe y Jose García-Valdecasas nos guían en el proceso de desvelamiento de tantas falacias, medias verdades o meras hipótesis elevadas a dogmas, de las que están plagadas nuestras disciplinas, recurriendo tanto a revisiones bibliográficas exhaustivas (como es el caso de la reconsideración crítica de la psicofarmacologización de la clínica) como en la indagación histórica, filosófica (revolviendo en los fundamentos epistemológicos) o sociológica y política, sin escurrir el bulto de nuestra contradictoria posición entre las prácticas liberadoras (que deseamos y proclamamos) y las coercitivas, que practicamos con tan mala conciencia. 

Los autores se emplean a fondo en la crítica, precisa, rigurosa, al llamado con todo fundamento el modelo tecnológico-biocomercial de la psiquiatría siguiendo los estudios internacionales más relevantes (Joanna Moncrieff, de nuevo a la cabeza)… Y todo esto contextualizado en un fondo reflexivo que no rehúye los aspectos cruciales de la filosofía, incluyendo desde las controversias epistemológicas a las feministas -los autores dialogan con Kant, Kuhn, Foucault, Lyotard- y las psicopatológicas -Colina, Álvarez…- , que no tienen desperdicio. Se agradece su habilidad para tejer textos que se forjan entre la utopía y el realismo ilustrado, en línea con esa “resistencia creativa e ilustrada”, tan valorada y reclamada en nuestro contexto AEN, como nuestra mejor brújula para mantener la ruta, a pesar de las opacidades engañosas de tanta turbulencia gestora de lo psico.

Aunque el libro interesa al conjunto de las profesiones de lo mental, me parece que habrá de ser un referente nuclear especialmente para la generación de los profesionales que iniciaron su formación en plena desinstitucionalización (con todos sus avatares, logros y desatinos) que rápidamente se vio desbordada por las arremetidas neoliberales y su enorme impacto en nuestras prácticas.

En definitiva, este libro postpsiquiátrico es el mejor antídoto para tanta posverdad que nos acecha, y para seguir buena ruta. Un libro imprescindible.


Mariano Hernández Monsalve 

Madrid – febrero 2018 




Por otra parte, Jorge L. Tizón nos brindó también un texto sobre nuestra obra que, como el anterior, nos llena de orgullo y no estamos muy seguros de merecer. Esta es su reseña de nuestro libro:




A propósito de “Postpsiquiatría”, textos para prácticas y teorías pospsiquiátricas, de Amaia Vispe y José G.-Valdecasas.

Jorge L. Tizón[1]

Para los que éramos habituales seguidores de su brillante blog, organizado y mantenido durante años, es un motivo de alegría e interés poder recibir este libro. En primer lugar, porque supone una continuidad en el serio, documentado y crítico trabajo que comenzaron ya hace años y que algunos sólo les hemos podido seguir en la distancia, sin conocimiento directo, por interés teórico y profesional exclusivamente. En segundo lugar, porque espero que aumente la difusión de sus y nuestras perspectivas psiquiátricas y psicopatológicas, hoy tan contrapuestas con las perspectivas “biocomerciales” y “neoliberales” de las mismas. Pero en tercer lugar, no quiero dejar de mencionar un interés suplementario más de este libro, del blog homónimo y, en general, de los trabajos de Amaia y Jose: Hace unos decenios, un poeta y revolucionario hoy ampliamente criticado (y probablemente con razón, con millones de razones), pero que colaboró en que su país diera un salto de siglos en salud, educación, equidad y organización social, lanzó una consigna en tres palabras: “Rojo y competente”.

Esa es una característica que, al menos en la distancia, más aprecio de Amaia y Jose. “Críticos y competentes”. Como desconozco sus antecedentes, amistades, filias y pertenencias, salvo en lo psiquiátrico, creo que estoy en posición a valorar con cierta objetividad esas capacidades suyas, tan visibles en su libro. Críticos y competentes. Durante años nos han proporcionado, a veces no sólo en su blog, sino de forma personal y desinteresada, datos, artículos, resúmenes, puntos de vista e ilustraciones sobre diversos aspectos de nuestras disciplinas de trabajo, pero siempre presididas por esos dos componentes: una actitud crítica, pero con un punto de vista ilustrado.

Esa actitud vuelve a manifestarse en su libro y en la organización del mismo. A diferencia de otras muchas posturas críticas en el campo de los servicios comunitarios, ellos sí creen necesario el replanteamiento teórico, e incluso epistemológico, de nuestras disciplinas. Nos muestran ya desde el índice de su libro que vale la pena, que es imprescindible que la reflexión crítica no esté basada tan solo en experiencias teorizadas parcialmente, sino que vaya arquitrabándose, organizándose, en una perspectiva teórica renovadora de nuestras disciplinas, y en una perspectiva epistemológica estructural, culturalmente enclavada y constructivista-construccionista. Algunos pensamos que sólo mediante esa triple confluencia, entre prácticas profundas, sostenidas y autogestionadas, con una apoyatura en enfoques y datos procedentes de estudios empíricos y clínicos, y con un replanteamiento teórico y epistemológico serio, sólo con esa triple confluencia estaremos en posición de revertir el actual dominio imperial e imperialista de la orientación “biocomercial” en nuestras disciplinas. En esas estamos. Y para ello, trabajos y aportaciones como las de Amaia y Jose son una inestimable ayuda, soporte y fuente de datos y perspectivas. Bienvenidos a su lectura. ¡Que ustedes lo pasen bien!



[1] Jorge L. Tizón es psiquiatra y neurólogo, psicólogo y psicoanalista (SEP-IPA). Fundador y Ex -Director de las Unidades de Salud Mental de adultos, niños, adicciones, TMG e Investigación de “Sant Martí-La Mina” (Barcelona) y del “Equipo de Prevención en Salud Mental y Atención Precoz a los Pacientes en Riesgo de Psicosis” (EAPPP, de la Atención Primaria de Salud de Barcelona). Además, ha trabajado como Médico de Cabecera del Institut Catalá de la Salut, y está habilitado específicamente para ejercer como Médico de Medicina General de los Servicios Nacionales de Salud de la Unión Europea. Profesor de la Universitat Ramon Llull (Barcelona).



Carta abierta ante las elecciones a la Junta de la Asociación Canaria de Neuropsiquiatría (ACN)

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Hoy nos permitirán que traigamos una entrada en clave local. En pocas semanas se van a celebrar elecciones a la Junta de la Asociación Canaria de Neuropsiquiatría (ACN), representante autonómico de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN) de la que somos socios hace años. A diferencia de muchas ocasiones previas, en las que solía haber una única candidatura, esta vez nos encontramos con dos planchas diferentes. No entraremos en comentar una u otra, porque los socios ya habrán recibido, como nosotros, la documentación con los breves programas electorales y el nombre de los y las candidatas, y tampoco es el tema de esta entrada comentar las características de una u otra opción. Mucho menos hacer campaña por una u otra o revelar el sentido de nuestro voto. 

Nuestro propósito es, como ya hicimos en una entrada previa antes de unas elecciones a la Junta nacional de la AEN, hacer una petición a la nueva Junta que saldrá de estas elecciones, sea la que sea, sobre qué aspectos creemos deben y debemos mejorar en nuestra Asociación Canaria de Neuropsiquiatría.

Hay puntos importantes que, más o menos, están recogidos en los programas de ambas candidaturas y con los que estamos totalmente de acuerdo: prestar la máxima atención a la necesidad de registrar, reducir y, eventualmente, llegar a eliminar las sujeciones físicas; ser independientes de presiones políticas de distinto signo, asignación de recursos profesionales y materiales suficientes para atender a la población de forma adecuada, reconocimiento expreso de la especialidad de Enfermería de Salud Mental (y contratación de dichos profesionales por delante de cualquier no especialista), profundizar en el conocimiento de nuestro campo mediante la investigación y también, por supuesto, la reflexión teórica, máximo respeto a los derechos humanos y la autonomía del paciente en nuestro trabajo, etc, etc. No son puntos textuales de ninguno de los dos programas, pero no dudamos de que ambos grupos de candidatos refrendarían, al menos sobre el papel, esta breve lista de peticiones (que tampoco es completa). Faltaría más.

Lo que queremos pedir en esta carta abierta son tres puntos previos a todo ello, más bien como requisitos básicos para el funcionamiento de la ACN. Sabemos que la AEN a nivel nacional hace ya unos años que empezó un camino que, poco a poco, nos está llevando a buen puerto: independencia de la industria farmacéutica cada vez más completa y, lo cual también es importante, cada vez más explícita; transparencia en los informes anuales sobre, por ejemplo, gastos de la asociación; participación de los socios en la vida y decisiones de la asociación, aunque aún de forma muy preliminar...

Desglosaremos nuestras peticiones, que nos encantaría fueran compartidas por la Junta que resulte saliente de las próximas elecciones. Como de momento seguiremos siendo socios, estaremos atentos y vigilantes. Mejorar la ACN como asociación de profesionales de la salud mental enfocada a una mejor atención a nuestros pacientes y un mejor servicio a toda la sociedad, debe ser tarea de todos los socios.

Pretendemos que esta carta, dirigida a la nueva Junta de la ACN, que cuenta con todo nuestro respaldo inicial, sea entendida como escrita desde un punto de vista totalmente constructivo. Por supuesto, representa nuestra visión de los cambios que creemos la ACN necesita para mejor cumplir su función, enfocada a las personas que sufren de trastornos mentales, a los profesionales que los atienden e, incluso, a toda la sociedad para la que se sitúa como un grupo de expertos cuya opinión - con razón o sin ella - tiene un peso.

Para nada pretendemos que, transfigurados por la luz de nuestros argumentos, la nueva Junta de la ACN se disponga a aplicarlos ipso facto, pero sí nos gustaría al menos que fueran escuchados y mucho mejor si incluso abrieran cierto debate acerca de su pertinencia para nuestra asociación.

Hemos planteado los cambios que creemos necesarios en tres apartados, con evidentes solapamientos:


  • Transparencia: En los tiempos que corren, la demanda de transparencia va camino de convertirse en universal, hacia nuestros representantes políticos, cargos públicos y entes diversos. Creemos que, aprovechando las posibilidades de internet, de manejo diario para la inmensa mayoría de los profesionales de este país, es una obligación ineludible que exista en la ACN una transparencia completa, sobre todo hacia los socios que formamos (y mantenemos, con nuestras cuotas) la asociación. Transparencia en el uso de las cuotas de los socios o subvenciones públicas o privadas recibidas, con un completo desglose de ingresos y, por supuesto, de gastos. Será imprescindible poder conocer en qué emplea el dinero la Junta para poder conocer y evaluar su gestión. Evidentemente, la transparencia no puede reducirse solo al aspecto económico. Consideramos que las actas de cada reunión de la Junta deben estar a disposición de los socios, para saber qué se decide y qué se debate en ellas, lo que será de indudable interés para todos.

  • Participación: Creemos imprescindible conseguir mayor horizontalidad entre los socios, buscando una mayor participación en la vida y decisiones de la asociación. También teniendo en cuenta las inmensas posibilidades de internet, creemos que deberían habilitarse métodos para fomentar el debate virtual sobre diferentes temas, mejorando el funcionamiento de la página web. Y, sin duda, no detenerse ahí. Ya que nuestra asociación ha tenido como seña de identidad la defensa de planteamientos y métodos democráticos, deberían implementarse sistemas de votación vía electrónica, con los métodos de seguridad ya existentes para estas iniciativas, con el objetivo de que los socios podamos pronunciarnos a la hora de que la asociación tome partido en diferentes temas. El funcionamiento democrático de la ACN no puede limitarse a votar a una candidatura cada tres años y ya está. Sería un gran ejemplo de cara a otras asociaciones profesionales y a la misma sociedad de la que formamos parte, organizar todas las consultas que sean pertinentes entre los socios, a la hora de la toma de decisiones importantes o para conocer la posición de los socios en temas de importancia.

  • Independencia: Por supuesto, la ACN debe ser independiente de intereses políticos, económicos, etc., pero nos referimos en concreto a la, desde nuestro punto de vista, imprescindible independencia de la industria farmacéutica. No queremos convertir este texto en un enorme y tal vez cansino escrito sobre este apartado, del que tanto hemos hablado (y seguiremos hablando). Para sustentar esta petición de independencia completa de la ACN respecto de la industria farmacéutica (no aceptar su financiación para congresos, jornadas, publicaciones ni ningún otro tipo de actos llevados a cabo por la asociación), y dejando claro que nos referimos a la postura de la ACN como asociación (allá luego cada socio con lo que haga en su actividad individual), adjuntamos un par de enlaces a trabajos previos, donde desglosamos con cierto detalle los aspectos más relevantes en los que la industria nos influye, con una creemos que bastante completa bibliografía. 



En fin, hasta aquí esta carta abierta, por pedir que no quede. La dirigimos en primer lugar a la nueva Junta de la ACN, deseándole la mayor de las suertes en su nueva andadura, pero la hacemos extensiva, por supuesto, a todas y todos los socios y simpatizantes de la misma. Insistimos en nuestra intención de que esta crítica sea constructiva y nuestro deseo de que sea entendida como tal.


Afectuosamente,


Amaia Vispe y Jose Valdecasas


"El fin de la psicopatología (o de cómo nombrar las cosas no es sino un ejercicio de poder)" (artículo en Cuadernos de Psiquiatría Comunitaria nº 14)

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Hoy traemos un artículo nuestro que hemos tenido el placer de ver publicado en la revista Cuadernos de Psiquiatría Comunitaria en su número 14, de la Asociación Asturiana de Neuropsiquiatría y Salud Mentaly dirigida por Víctor Aparicio. Hace ya años que tuvimos la suerte de trabajar unos meses en Asturias, coincidiendo en esa época allí con excelentes personas e incluso amigos (un poco demasiado dados a la sidra, todo hay que decirlo, pero es que éramos jóvenes y alocados...).
En fin, sin más revelaciones que no vienen al caso, con ustedes nuestro trabajo:



El fin de la psicopatología (o de cómo nombrar las cosas no es sino un ejercicio de poder)

Autores: Jose García-Valdecasas Campelo y Amaia Vispe Astola.


Resumen: Desde los clásicos, la psicopatología ha sido establecida como la ciencia básica y fundamentación de la psiquiatría. Nos proponemos analizar en el presente trabajo los conceptos de psicopatología y psiquiatría, sus bases epistemológicas, su carácter científico o más bien narrativo, así como sus efectos prácticos en el funcionamiento del dispositivo psiquiátrico, tanto en lo referente a los aspectos individuales como a los sociales, diferenciando también los casos de aquellos pacientes diagnosticados como psicóticos de otros muchos afectos de diversos malestares. Desarrollamos nuestros argumentos especialmente a partir de autores como Michel Foucault y Jean-François Lyotard, que creemos pertinentes para nuestro estudio. Las conclusiones incluyen una cierta tentativa de solución que podría llevarnos, tras la crítica de la psiquiatría, a una diferente y tal vez mejor psiquiatría crítica.




Introducción

Escribimos este artículo agradeciendo la oportunidad que nos da Cuadernos de Psiquiatría Comunitaria de participar en este número monográfico sobre “crítica a la psiquiatría”. Desde hace ya algún tiempo, a través de varias publicaciones y textos (1), hemos intentado desarrollar una labor de crítica a la Psiquiatría, no con afán destructivo sino como necesaria labor de voladura y desescombro previos antes de poder poner los cimientos de una nueva Psiquiatría, que a su vez habrá de ser necesariamente crítica (2). En esta tarea, hemos escrito ya acerca de puntos que creemos imprescindibles sobre la ética (o la falta de ella) en las relaciones entre la industria farmacéutica y los profesionales sanitarios (3), la reivindicación del concepto de psicosis agudas en aras a evitar procesos de cronificación iatrogénicos no infrecuentes (4), o sobre la posibilidad (tal vez sólo deseo) de un cambio de paradigma en nuestra disciplina (5). Ya tocados pues estos temas desde el punto de vista de crítica a la psiquiatría actual, nos proponemos detenernos en este artículo en un cierto análisis de la psicopatología, como herramienta básica que se supone sustenta epistemológicamente nuestro edificio psiquiátrico en sus aspectos científicos, de búsqueda de saber, y tecnológicos, de búsqueda de utilidad, y a través de sus distintas técnicas.


Qué es (o querría ser) la psicopatología

La idea del trabajo actual, porque hay que saber de dónde se viene para entender dónde se quiere llegar, surgió casualmente tras tener conocimiento hace un par de años de la celebración de un homenaje (6) a la figura de Michel Foucault a raíz del treinta aniversario de su muerte y acerca de su pensamiento sobre la locura y la salud mental. Joseba Achotegi escribió un texto (7) de presentación sobre dicho homenaje en el que nos llamó poderosamente la atención un párrafo, que recoge una cita del pensador francés:
La pregunta fundamental que se formula Foucault, y hay que resaltar que la hace cuando aún es un joven estudiante que está finalizando su formación en el Hospital de Sainte Anne de París, difícilmente puede ser más clara e ir más dirigida a la raíz del tema que nos ocupa: “había seguido también estudios de psicopatología, una pretendida disciplina, que no enseñaba gran cosa. Entonces se me planteó la pregunta: ¿cómo un saber tan escaso puede arrastrar tanto poder?”. (1975).
Foucault se plantea por qué la sociedad delega un poder tan grande en los profesionales de la salud mental, y se pregunta si no será porque cumplen una determinada función de control social al servicio de los intereses del sistema, no tanto por la valía de sus conocimientos científicos, que como señalará en sus trabajos han sido muy escasos en algunas etapas históricas, sin que ello haya menguado lo más mínimo su poder.
El comentario sobre la psicopatología no tiene desperdicio: "¿cómo un saber tan escaso puede arrastrar tanto poder?"
Y nos quedamos dando vueltas sobre el tema.
¿Cómo definir exactamente esto de la psicopatología?. Según Vallejo, en uno de los manuales clásicos de psiquiatría en castellano (8), la psicopatología es "la fundamentación científica de la psiquiatría, para lo cual precisa delimitar conceptos generales con validez universal en el campo de la patología psíquica. […] acoge todo el saber que se extiende desde lo más orgánico-biológico a lo estrictamente psíquico, la psicopatología intenta extraer conclusiones válidas para estructurarse como ciencia […], intentando[…] entrar, desde una metodología científica, en la comprensión de la conducta patológica."
Si les parece que el párrafo precedente no da una idea muy inteligible de cuál es el objeto concreto o el método de esta pretendida ciencia, vayan a la fuente general del texto original -más amplio- y, si allí lo entienden mejor, no dejen de explicárnoslo. La psicopatología parece querer ser (que, evidentemente, no es lo mismo que conseguir ser) la ciencia básica de la psiquiatría, entendida ésta a su vez como "rama de la medicina que se ocupa del estudio, prevención, tratamiento y rehabilitación de los trastornos psíquicos […], cuyo carácter científico se alcanza a través de la psicopatología". 
La psicopatología vendría a ser la colección de síntomas que captamos en el paciente (de forma pretendidamente objetiva como plantean las clasificaciones actuales, haciendo un uso como poco peculiar de la fenomenología), a través de los cuales podemos pasar a hablar de síndromes y enfermedades respetando el carácter científico de todo el proceso. Pues bien, en nuestra opinión esta supuesta objetividad de la psicopatología, de la aprehensión del síntoma, no se consigue en modo alguno, no alcanzándose tal cientificidad. Desarrollaremos este argumento.
Desde nuestro punto de vista, existe una construcción psicológica y social del síntoma posterior a su construcción biológica como producto de un sistema nervioso humano (porque no creemos que venga de ninguna alma inmaterial o ente parecido; luego, sea el síntoma de origen genético, físico, psicológico o social, sus manifestaciones se realizan siempre a través de un organismo biológico y, en concreto en psiquiatría, a través del sistema nervioso central de dicho organismo). A partir de un hipotético síntoma originario biológico, el sujeto lo experimenta en base a sus propias coordenadas psicológicas (como sucede, sin ir más lejos, con el dolor, que es un síntoma de origen físico al que la valoración psicológica del mismo modula de forma extraordinaria) y, por supuesto, en estrecha relación con ellas, a través de sus coordenadas sociales. Una vez experimentado, se comunica, mediante lenguaje verbal o no verbal, siendo, sobre todo en el primer caso, modificado o bien por no existir palabras en el lenguaje común para expresar determinados síntomas psicóticos que son, por definición, inefables; o bien simplemente porque la persona que los experimenta no quiere dar parte o toda la información sobre lo que siente. Y tras este camino, el síntoma así revestido de significados psicológicos y sociales del paciente y más o menos modificado por distintas motivaciones o directamente distorsionado por carencias del lenguaje común no psicótico, llega finalmente al clínico, que lo escucha u observa. Y éste, evidentemente, tampoco es una tabula rasa donde el síntoma queda inscrito, sino que es a su vez un sujeto con determinados condicionantes psicológicos o sociales que modulan la información recibida y que provocan, con independencia absoluta del síntoma biológico originario, que sea catalogado de una manera u otra e incorporado posteriormente al concreto modelo del funcionamiento mental patológico que tenga ese clínico y que muchas veces depende de algo tan prosaico y poco “objetivo” como dónde haya hecho su formación y qué influencias le han llegado, por las que se convierte en un furibundo neurobiologicista o en un recalcitrante psicoanalista kleiniano… o cualquier otro sistema de creencias sobre el psiquismo humano sólo aparentemente menos radical…
En base a ello, a pesar de las grandilocuentes definiciones y como ya decía hace casi cuarenta años Michel Foucault, no parece que el carácter objetivo y científico de la psicopatología (y, por ende, de la misma psiquiatría) sea algo conseguido realmente. Lo cual tal vez es achacable a que el objeto de estudio (nada menos que la conducta, las emociones o el pensamiento humanos) no son realmente susceptible de análisis por una metodología científica propia de las ciencias naturales, especialmente la física, como a muchos les gusta creer. 
La psicopatología buscaría, tal como entendemos nosotros, proporcionar la descripción objetiva de lo mental / emocional / conductual anómalo, en gran parte desde un punto de vista sintomatológico, de la misma manera que la fisiopatología se dedica a explicar el funcionamiento patológico respecto a lo que sería una fisiología normal. El problema es que no disponemos de ningún modelo fisiológico del funcionamiento mental que esté contrastado científicamente, aceptado por la mayor parte de investigadores y sea realmente explicativo de los fenómenos psíquicos normales. 
No hace falta ser un erudito en filosofía de la ciencia y metodología para darse cuenta que sin tener una fisiología mental fiable, difícilmente podremos construir una psicopatología digna de ese nombre.
Evidentemente, por lo que estamos argumentando, compartimos plenamente la primera parte de la frase de Foucault: la psicopatología parece un saber muy escaso. Y lo es porque por mucho que grandes pensadores, como Germán Berrios (9), intenten desarrollarla y hacerla crecer, las raíces (ese conocimiento del funcionamiento psíquico normal) no tienen fuerza como para sostenerla. Y en cuanto a la segunda parte del pensamiento foucaltiano, también compartimos su sorpresa, no sin cierta tristeza, sobre el tremendo poder que arrastra un saber tal.
Ante nuestro atrevimiento, en los tiempos que nos ha tocado vivir, de cuestionar el carácter científico de la psiquiatría actual (fundamentalmente biologicista o, más bien, biocomercial (10)), recurriremos como defensa a los clásicos.


Reflexiones psiquiátricas desde Jean-François Lyotard

Lyotard, en La condición postmoderna (11), traza una diferencia básica entre el saber científico y el saber narrativo. El enunciado científico debe presentar ciertas condiciones para ser aceptado como tal. La legitimación es el proceso por el que un “legislador” que se ocupa del discurso científico está autorizado a prescribir cuáles son las condiciones convenidas (en general, consistencia interna y verificación experimental) para que un enunciado forme parte de ese discurso y sea tenido en cuenta por la comunidad científica. Para Lyotard, apoyándose en Popper, la ciencia sería un subconjunto de conocimientos, es decir, enunciados denotativos, con dos condiciones: que los objetos a que se refieren sean accesibles de modo recurrente y en las condiciones de observación explícitas, y que se pueda decidir si cada uno de esos enunciados pertenece o no al lenguaje considerado como pertinente por los expertos. Por otra parte, desde el punto de vista de Kuhn (12), estos enunciados científicos se van acumulando cuando estamos en un período denominado de “ciencia normal”, con un paradigma como marco explicativo no sujeto a discusión. Cuando este paradigma cae, debido a la acumulación de problemas planteados que no es capaz de resolver, se produce un período de “ciencia revolucionaria”, con distintos paradigmas enfrentados entre sí y el hecho de que uno se convierta en hegemónico tiene que ver con criterios y cuestiones que van más allá del ámbito lógico y que tienen relación con cuestiones sociales y políticas.
Lyotard insiste en el carácter construido de los enunciados científicos, como discurso, y nosotros nos detendremos en la consideración particular del discurso científico psiquiátrico. Nos encontramos aquí con una ciencia en una posición que podríamos catalogar como preparadigmática en el sentido de Kuhn, donde paradigmas enfrentados (biológico, cognitivo, conductual, sistémico, psicoanalítico...) establecen marcos explicativos la mayor parte de las veces contradictorios (aunque no debemos dejar de señalar que los paradigmas son inconmensurables, es decir, no pueden compararse por no existir un marco común desde el que hacerlo), pero que dan cuenta satisfactoriamente (al menos, para sus seguidores) de los hechos planteados. Lyotard plantea como condiciones propias de los enunciados científicos la consistencia interna (que en general suele darse) y la verificación experimental y aquí es donde los enunciados del discurso psiquiátrico adolecen, en mi opinión, de dicho carácter científico del que presumen: no hay verificación experimental de la mayor parte de las teorías psiquiátricas (no la hay de los déficits neuroquímicos hipotetizados por el paradigma biológico, o de la existencia de un constructo como el complejo de Edipo del paradigma psicoanalítico, por poner unos ejemplos). Recurriendo ahora a Popper, diremos que la mayor parte de las teorías psiquiátricas (caso diferente es el de la neurología, que estudia enfermedades orgánicas del cerebro) no son falsables, ya que los diversos paradigmas son perfectamente capaces de explicar cualquier resultado experimental a posteriori (pero no predecirlo a priori). Serían teorías postdictivaspero no predictivas.
Dicho esto, aclarar que en absoluto intentamos un juicio sumario y condena a la psiquiatría como disciplina, sino que este intento de análisis, a partir del concepto de saber y enunciado científico de Lyotard, lo que pretende es precisamente hacer patente una determinada situación epistemológica para no dar a los enunciados teóricos psiquiátricos (con sus correlatos a nivel práctico, evidentemente) un estatuto del que carecen.
Hay que señalar también que Lyotard marca una diferencia entre saber científico y narrativo,y podríamos señalar que la psiquiatría posee tal vez un saber que es esencialmente narrativo, aunque pretende presentarse como científico. Lo que a su vez provoca determinadas consecuencias a la hora de la aplicación práctica de la disciplina, tanto a pacientes individuales como influyendo en la configuración de la misma sociedad en la que funciona, ya que no es, en nuestra cultura, el mismo poder el que se reconoce a una discurso científico que a uno narrativo. Tal vez si se revelara (partiendo de que nuestro análisis fuera considerado correcto o, mejor dicho desde un punto de vista más postmoderno, útil) que el verdadero estatuto del saber psiquiátrico no es el de la ciencia, no sería tan grande el poder del que dispondría a la hora de ejercer sus funciones de control social tanto de la conducta desorganizada del llamado enfermo mental como del potencial reivindicador de los sujetos inmersos en circunstancias socioeconómicas y políticas que la misma psiquiatría transustancia en malestares individuales, con la consiguiente colaboración al mantenimiento del status quoimperante. Además, el saber psiquiátrico, como cualquier otro, marca una diferencia entre el que sabe y el que no, diferencia sustentada entre otras cosas en el dominio del juego de lenguaje propio de la disciplina, en nuestro caso, el lenguaje psicopatológico (denominar, por ejemplo, “abulia” a la desgana o “hipotimia” a la tristeza, coloca sin duda en una posición de experto).
Terminando con Lyotard, no queremos dejar de hacer referencia a cómo distingue, en términos de la teoría de juegos del lenguaje, el juego denotativo donde la pertinencia se establece entre verdadero / falso; el juego prescriptivo que procede de lo justo / injusto; y el juego técnico donde el criterio es eficiente / ineficiente. A partir de la distinción tradicional entre fuerza y sabiduría, o entre lo que es fuerte, lo que es justo y lo que es verdadero, se puede decir que la “fuerza” deriva sólo del juego técnico. Excepto en el caso en que opera por medio del terror, encontrándose este caso fuera del juego del lenguaje, pues la eficiencia de la fuerza procede de la amenaza de eliminar al “compañero” y no de hacer una mejor “jugada” que la suya. Cada vez que la eficiencia, la consecución del efecto buscado, tiene por resorte un “di o haz eso, si no no hablarás”, se entra en el terror, se destruye el vínculo social. En nuestra opinión y experiencia profesional, esto es justo lo que ocurre cuando una persona con síntomas psicóticos (delirios o alucinaciones)  ingresa en un dispositivo psiquiátrico porque un experto en ese saber dictamina que sus “jugadas” de lenguaje son inaceptables socialmente y debe cambiarlas (o al menos acallarlas). Que muchas veces tenga como resultado un beneficio para esa persona en términos de calmar su malestar o adaptarlo a una sociedad en la que tiene que seguir viviendo, no cambia ni oculta el hecho de que, en términos de Lyotard, el mecanismo que se ha empleado para ello es el del terror.


Reflexiones psiquiátricas desde Michel Foucault

Volvamos ahora a Foucault. Nos interesa especialmente el análisis foucaltiano de la locura, que nuestro autor afirma haber estudiado no con los términos del criterio de las ciencias formales, sino para mostrar cómo, mediante ese extraño discurso, era posible un cierto tipo de control de los individuos dentro y fuera de los asilos. Foucault abordó este tema en La historia de la locura en la época clásica(13) y, posteriormente, en El poder psiquiátrico (14). Por otra parte, como señala en Tecnologías del yo (15), nos parece que se centró especialmente en esas dos obras en la tecnología de la dominación y el poder, pero en esta última lo hace en la gran importancia de las tecnologías de la dominación individual, la historia del modo en que un individuo actúa sobre sí mismo, es decir, las tecnologías del yo.
En nuestra opinión, el dispositivo psiquiátrico tal y como existe en nuestra sociedad, se ampara en un supuesto saber, una ciencia que no deja de ser un cierto juego de verdad mucho más cercano a la subjetividad de las ciencias del espíritu que a la mayor certeza y replicabilidad de las ciencias naturales. A partir de dicho saber se desarrollan unas tecnologías de poder (que determinan la conducta de los individuos, objetivando al sujeto) y unas tecnologías del yo (que son la actuación del sujeto sobre sí mismo). La psiquiatría plantea una cierta relación entre psiquiatra y paciente que, cayendo en inevitable generalización, es básicamente de dos tipos: el paciente es un loco sobre el que se ejerce un dominio buscando controlar su conducta (ya sea con el encierro en el asilo clásico o con el tratamiento tranquilizador dispensado en las consultas modernas), o bien el paciente es un cuerdo preso de malestares, ansiedades y depresiones diversas, sobre el que se ejerce un dominio diferente, buscando su consuelo, su anestesia, su resignación (por diversas terapias o tratamientos), evitando que dolores muchas veces de causa social sean vistos como tales, centrando por el contrario el objetivo en los aspectos individuales, aplacando con gran eficacia un malestar social que se queda en expresiones exclusivamente individuales. Desde nuestro punto de vista, la tecnología de poder clásica de “control del loco” que con tan gran acierto describió Foucault se ha visto en las últimas décadas acompañada de la tecnología de poder de “consuelo del triste y el ansioso”, desviando todo un caudal de malestar social a cauces de tranquilización individuales (ya sea con psicoterapias o fármacos de diversos tipos).
En cuanto al aspecto concreto de las tecnologías del yo, el llamado “paciente”, sobre todo cuando se cataloga como “crónico” y emprende un camino de años de consultas y tratamientos (conste que para nada excluimos la existencia de las llamadas enfermedades mentales como síndromes que afectan realmente a algunas personas, pero eso no cambia el hecho de que hay todo un dispositivo psiquiátrico que funciona alrededor de estas situaciones), va efectuando toda una serie de cambios en su forma de pensarse a sí mismo, acabando en no pocas ocasiones asumiendo plenamente un rol de enfermo, pasivo, desrresponsabilizado y reconociendo lo que al principio negaba con el mayor énfasis: que está enfermo, que sus ideas eran delirios, adquiriendo lo que los psiquiatras llamamos “conciencia de enfermedad” y que muchas veces no es sino la triste ironía de que acaba siendo el loco el que le da la razón al psiquiatra para que le deje en paz. O bien, el otro tipo general de paciente que hemos descrito, el triste, desarrolla su propia tecnología del yo: una serie de cambios en su self, en su misma persona, para constituirse como un enfermo, también desrresponsabilizado, sin reconocerse autor de impulsos, decisiones o perezas, cada vez más lejos de lo que es un ser humano libre y dueño de sí.
Pero estas dos formas de tecnologías del yo que vemos en estos dos tipos generales de pacientes descritos no son las únicas que aparecen en el dispositivo psiquiátrico. El psiquiatra también, a lo largo sobre todo de su período de entrenamiento inicial, lleva a cabo toda una transformación en sí mismo. A partir de una persona con conocimientos teóricos y prácticos de medicina, se va instaurando un cambio en pensamientos, actitudes y conductas por el cual se convierte uno en psiquiatra: se cree con capacidad para decidir qué pensamientos coinciden con la realidad y cuáles no, qué conductas son “normales” y cuáles “anormales”, qué personas deben ser encerradas contra su voluntad en un momento dado y cuáles no... Como el propio Foucault comentó alguna vez, parece mucho poder para sustentarse en un saber tan escaso. Y para ejercer ese poder sin dudas (o con ellas, según los casos) se requieren toda una serie de operaciones en uno mismo, que van desde la forma de hablar con otras personas, a la inherente sospecha que acompaña a toda escucha del otro, o la adopción de una cierta atmósfera de superioridad intelectual que oculta grandes inseguridades sobre lo que uno hace, etc.
De todas maneras, que el sistema funcione de esta manera, para nada exime de responsabilidad al individuo concreto que ejerce su función de psiquiatra, de médico o de carcelero... Uno no deja de conservar su libertad a la hora de ejercer su trabajo o, llegado el caso, de decidir dejar de hacerlo. La tecnología del yo, de nuevo desde nuestro punto de vista, no es un imperativo que determine la conducta de unos u otros. Precisamente, Foucault señaló que somos más libres de lo que creemos, y no porque estemos menos determinados, sino porque hay muchas cosas con las que aún podemos romper, para hacer de la libertad un problema estratégico, para crear libertad. Para liberarnos de nosotros mismos.


Cómo funciona y para qué sirve la psicopatología

Tras este paso por Lyotard o Foucault, volvamos a nuestro humilde análisis de la psicopatología. En nuestros inicios en la profesión, se nos insistió, como hicimos durante años nosotros mismos con las siguientes generaciones de residentes, que era imprescindible saber lo primero de todo mucha "psicopatología", ya que ésta era la base de la psiquiatría. Es cierto que hoy en día se insiste más bien en que se sepa mucho de farmacología, pero refiriéndose a libros con dibujos de colorines traídos por anunciantes sonrientes y no a revisiones sistemáticas sobre problemas de seguridad de los fármacos que dichos anunciantes promocionan, pero éste es otro tema que ahora no viene al caso.
¿Y cómo funciona el conocimiento psicopatológico en el día a día de un Servicio de Psiquiatría? Lo primero que se espera de un residente que empieza su formación, es que domine el "lenguaje psicopatológico". Que sepa nombrar bien los síntomas del paciente. Es decir, que ante el relato del paciente de su malestar, objetivo, subjetivo o negado, sepa traducirlo en un conjunto de síntomas descritos por dicho conocimiento psicopatológico y que, a continuación, serán tratados por la técnica psiquiátrica. Y conste que este conocimiento psicopatológico acumulado representa un trabajo descomunal de grandes pensadores, realizado casi de forma completa en los albores de la disciplina hace ya muchas décadas y de gran profundidad teórica. Y es cierto que cualquiera que haya mostrado interés por el campo de la locura y su trato, no deja de amar en cierto sentido ese conjunto de descripciones sintomatológicas tan bellamente desarrolladas (un poco a la manera como los médicos no dejan de tener sus "enfermedades favoritas"). El problema es, o debería ser, en qué afecta este estado de cosas a la persona que atendemos.
Cuando se trata de un loco, un psicótico, el paso por el filtro del lenguaje psicopatológico consigue mostrar la erudición del profesional, lo mucho o poco (normalmente y cada vez más, poco) que conoce la psiquiatría clásica y lo aplicado que es al estudio. Al paciente, de nada le vale que el profesional que le atiende sepa que la voz que le habla apoderándose de sus cuerdas vocales sin que él lo pueda evitar es una alucinación psicomotriz en el sentido de Séglas. Nos esforzamos en catalogar las vivencias locas del paciente en nuestro álbum de botánica, como especies más comunes o más raras, pero sin que quede claro si a través de todo este trabajo, sin duda ímprobo, se avanza lo más mínimo en el esfuerzo de intentar comprender, acompañar o ayudar a la persona que experimenta vivencias que, probablemente, ni siquiera puedan explicarse en nuestro lenguaje común.
Y otro es el caso cuando se trata de un paciente, por llamarlo de alguna manera, no loco, es decir, alguien que sufre de enfermedades que no son otra cosa que sentimientos humanos en reacción a avatares vitales o, incluso, simples variantes de formas de ser: depresiones, ansiedades, hiperactividades, impulsos, adicciones y tantos casos y casos de personas que acaban creyéndose enfermos y comportándose como tales sólo porque su cultura decide catalogarlos así (para mayor beneficio económico de vendedores de falsos remedios y mayor prestigio de supuestos expertos carentes de ética). Oímos profusamente cómo el paciente tiene toda una ristra de síntomas aparentemente médicos: hipotimia, apato-abulia, anergia, anhedonia, ansiedad generalizada, déficit del control de los impulsos… Y lo decimos tan seriamente como si afirmáramos que tiene fiebre, tos y expectoración. Y sólo de pasada se comenta que empezó todo hace dos meses cuando murió su padre, o perdió el trabajo o se divorció… Y conseguimos convertir una reacción sufriente pero inevitablemente normal en un caso clínico de alguna enfermedad como el episodio depresivo, o el trastorno adaptativo, o la distimia… Con lo que varios beneficios se hacen evidentes: ya no tenemos que enfrentarnos a intentar ayudar a esa persona o, más lógico y más difícil, atrevernos a decirle que no hay ayuda médica que le podamos dar (y si alguien aún cree de la utilidad de los antidepresivos para casos así, hay bibliografía independiente (16, 17, 18) fácilmente disponible); hemos conseguido además parecer muy profesionales y capaces de mantener el control de la situación; y una vez que el pobre desgraciado esté con su pastillita y/o su terapia, ya molestará menos a la vez que nuestro trabajo seguirá teniendo pleno sentido sin tener que plantearnos duda alguna...


Cómo funciona y para qué sirve la psiquiatría

La situación de crisis económica y política que atravesamos y que nos atraviesa está poniendo de manifiesto una situación en la atención psiquiátrica (como en tantas otras cosas y casos en los que confiábamos más o menos acríticamente) que de hecho ya se venía produciendo desde hacía tiempo: la atención psiquiátrica-psicológica funciona (para lo cual es indiferente que los profesionales sean o no conscientes de ello) como dispositivo de control del malestar, que es desviado así de su origen social hacia aspectos individuales, donde no podrá ser solucionado y provocará daños en forma de iatrogenias y dependencias diversas. Así mismo, este dispositivo se sostiene y fomenta también gracias a la óptica capitalista de obtención de beneficios por encima de toda ética, que aplican las industrias farmacéuticas (como tantas otras) promocionando enfermedades que no son tales, sobrediagnosticando otras y logrando una medicalización global de la población desconocida hasta finales del siglo XX y principios del XXI. Todo ello con la colaboración imprescindible y siempre atenta de las administraciones sanitarias que olvidan su función de control y de los profesionales sanitarios que olvidan su función de cuidado (19, 20).
Sin mucho temor a equivocarnos, podríamos plantear que el dispositivo que conocemos como salud mental es una construcción de naturaleza ideológica que desempeña una función social básica (aparte de las más inmediatas de obtención de beneficios para la industria y prestigio para los profesionales), que no es otra que el adormecimiento. Un nuevo opio del pueblo, pero esta vez bajo receta médica o indicación psicoterapéutica. Imagínense si todos los parados de este pobre país, engañados y estafados muchos de ellos en una burbuja inmobiliaria que no crearon pero pagan (mientras que los que sí la crearon siguen cobrando lo mismo o más que antes), decidieran dejar sus pastillas y sus terapias y marcharan juntos sobre el Congreso o la Moncloa. Pero claro, el doctor repite lo que el gran experto a sueldo de la farmacéutica dice, es decir, que esto va a ser la serotonina desrregulada, así que tranquilito en casa sin tomar decisiones hasta que uno esté bien. Y a lo mejor, como nos hizo ver Rendueles (21), para llegar a estar bien, habría que empezar a tomar decisiones (o la Bastilla, ya puestos).
La psicoterapia no está exenta de sus propias iatrogenias (22, 23) y forma parte del mismo dispositivo de control social que estamos describiendo. Nuestra cultura occidental, hace ya algunas décadas, cuenta con un meme fundamental que podríamos definir como: “expresar - confesar - no guardarse los problemas - preocupaciones - traumas con un profesional psi es bueno - necesario - imprescindible para estar bien - ser feliz - realizarse uno mismo”. Como tal meme, se repite a múltiples niveles y se acepta de forma casi acrítica por gran parte de la población. El problema es que nadie ha demostrado que tal aseveración sea cierta. Y aunque no dudamos de que muchas veces la psicoterapia puede ser útil a nivel individual, nos tememos que a nivel social termina por crear una sociedad donde uno olvida su propia capacidad de superar los problemas por uno mismo, o con el apoyo de su familia y amigos, siendo capaz de desarrollar una red social que lo fortalezca en los momentos difíciles y le haga sentirse parte de algo. No como un pobre traumatizado que tiene que ir a consulta cada dos semanas porque no es capaz de superar que su pareja le dejó. Los buenos terapeutas insisten en “devolver la responsabilidad al paciente”. Pero tal vez no deberían empezar por quitársela definiéndole como “paciente” en el acto mismo de iniciar la terapia.
En nuestra opinión y como profesionales de la psiquiatría, deberíamos abandonar esta función en que la sociedad, algunos de nuestros supuestos expertos y muchas veces nosotros mismos también, nos colocamos. Porque nos conduce a, y nos perpetúa en, una cultura en la que no sólo todo malestar es interpretado como patológico, sino que toda ausencia de felicidad absoluta es vista como enfermedad. Una psiquiatría así termina por impedir a los seres humanos buscar su felicidad aceptando que nunca la encontrarán por completo, y lleva a creer y caer en falsos remedios y a buscar muletas diversas, condenando a muchas personas a iatrogenias terribles y a cronificaciones sin salida. Esta crítica supone tener que trabajar en una frontera difusa y fácil de cruzar sin darse cuenta, pero de intentar fijarla de forma adecuada depende que nuestra disciplina pueda efectivamente ser un instrumento social de ayuda o, en lugar de ello, una herramienta más del poder que usa a la gente siempre como un medio (para ganar dinero o prestigio, o bien para limitar y controlar sus deseos de libertad y solidaridad) y nunca como un fin en sí misma.
Pensamos que en algún lugar, no más allá del control de la conducta del loco y del malestar del triste, sino más bien dentro de cada uno de ellos, existe un espacio para una psiquiatría que de verdad sea útil para algunas personas. Una psiquiatría que ayude a la persona en un brote psicótico a dominar su angustia y superar su miedo. Una psiquiatría que dé esperanza al delirante, al alucinado y a sus familias a entender que una crisis no significa una condena. Una psiquiatría que acompañe al psicótico a lo largo de su camino, incluyendo por supuesto sus recaídas y sus recuperaciones. Una psiquiatría que pueda, en algunos momentos, echar una mano a personas sanas en dificultades o con malestares que no saben resolver por sí mismos, pero sin erigirse en remedio mágico del dolor consustancial a la vida humana y a las sociedades que construimos.


¿Y qué se podría hacer tras tanta crítica a la psicopatología y la psiquiatría?

Pues la verdad es que no lo tenemos claro. Hemos amado mucho la psicopatología y la hemos estudiado tanto como hemos podido. Pero no podemos evitar preguntarnos por su utilidad. Por su utilidad para la persona que tratamos que, no lo olvidemos, es de lo que debería ir todo esto. Evidentemente, se nos puede decir que sin un análisis psicopatológico fino no podemos llegar a un diagnóstico certero de lo que le ocurre al paciente. Buen argumento, si no fuera porque no parece que los diagnósticos psiquiátricos sean susceptibles de tal certidumbre. Para diagnosticar a un paciente de un problema orgánico intercurrente, no hace falta saber psicopatología, sino medicina. Y para diagnosticar a una persona de psicosis, no se adelante nada diciendo que la voz que le da órdenes es realmente una "alucinación acústica verbal comandatoria". Con escuchar al paciente, ya llegamos al diagnóstico sin tener que "hacernos los expertos" poniendo nombres a sus experiencias, para pretender demostrar que "sabemos lo que le pasa en realidad". Y poner nombres de síntomas a lo que son dolores de la vida cotidiana (que es muy dura para mucha gente y cada vez lo está siendo más) supone pretender situar en su interior (ya sea en la serotonina, el Edipo, las sobregeneralizaciones o lo que sea) la causa de su malestar y en nosotros mismos como profesionales el intento de solución, que pasará por riesgos de dependencias e iatrogenias a veces terribles para un beneficio que se conseguía igual o mejor hace décadas con el apoyo sociofamiliar, el paso del tiempo o la propia fuerza de cada uno.
Resumiendo, ¿no hay tal vez que estudiar psicopatología? No creemos que ésa sea la solución. Claro que hay que estudiarla. Y conocerla a fondo. Y luego, saber dejarla a un lado cuando lo que consigue es alejarnos del paciente que sufre en vez de acercarnos a él, o cuando lo que hace es describir como enfermo a alguien sano pero dolorido, alguien que necesita no ser paciente(es decir, pasivo) sino activo en la búsqueda de soluciones (y tal vez culpables) a su dolor. 
Aunque sea agradable la sensación de poder que el profesional adquiere cuando domina el lenguaje de la disciplina, el cómo marca una frontera entre los iniciados que saben cómo se llaman las cosas y los demás que no lo saben, debemos también aquí, tolerar la incertidumbre, aceptar que no sabemos. Reconocer que llamar alucinación a una voz no es un progreso en el conocimiento sino una técnica de poder. Y nuestro trabajo es ayudar en el alivio de nuestros pacientes, no detentar poder sobre ellos. La psicopatología ha sido una herramienta de incalculable valor en psiquiatría para aplicar un lenguaje técnico encima de cualquier conducta, emoción o pensamiento que hemos querido catalogar como patológico, convirtiendo cualquier variante de la normalidad en enfermedad. ¿Quedará alguien a quien llamar normal? Desde luego, no después del paso por una consulta de psiquiatría o psicología.
¿Nuestra propuesta? Perder el miedo a decir que no se sabe y suprimir el deseo de controlar y ejercer poder, deseo nacido de aquel miedo. Y, aunque cueste, resignarse a la idea de renunciar al poder implícito en saber decir las cosas por su nombre...




Bibliografía

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11.- Lyotard J.F. La condición postmoderna 4ª ed. Cátedra, 2006.
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Apuntes para una cierta historia de la psiquiatría

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Hace unos meses nos ofrecieron la posibilidad de impartir un seminario en la Unidad Docente Multiprofesional de Salud Mental de Tenerife, sobre historia de la psiquiatría. Evidentemente, es un tema que siempre nos ha interesado mucho y aprovechamos la ocasión para preparar un pequeño trabajo sobre ello. Presentamos hoy aquí completo dicho trabajo, que creemos de cierto interés.



Introducción

Antes de nada, deciros que es un honor estar hoy aquí para dar este seminario sobre historia de la psiquiatría y que agradezco a la Comisión de Docencia de Salud Mental está oportunidad que me brinda.

Lo que se me pidió fue impartir una sesión sobre historia de la psiquiatría, que en principio iba a ser solo para los MIRes, y en la idea de que era un tema “objetivo”, alejado de polémicas. Bueno, como sabéis, yo soy psiquiatra y estoy encantado de estar hoy aquí, pero para nada creo que este tema debe darse solo a los psiquiatras en formación y estoy convencido de que la objetividad brillará por su ausencia. Considero que conocer la historia de la psiquiatría es imprescindible para cualquier profesional que se acerque a este campo, ya sea enfermera, psiquiatra, psicóloga, trabajadora social u otros. Cuando empezamos a trabajar en esta disciplina, en cualquier disciplina de hecho, entramos por así decirlo a mitad de la película o, más bien, a mitad de alguna temporada de una serie que no sabemos cuándo o cómo empezó, o qué ha ocurrido hasta ahora. Y existe el peligro cierto de pensar que las cosas son como las vemos y como se nos explican porque existe un acervo previo de conocimientos que nos lo garantiza. Pero en nuestro campo tal vez no sea exactamente así. Cuando uno empieza a estudiar una disciplina científica no necesita imprescindiblemente recorrer toda la historia de dicho campo, porque hay avances que han marcado un cierto antes y después. Cuando Galileo empieza a observar el sistema solar con su telescopio y descubre los satélites de Júpiter o las fases de Venus, ya no tiene especial interés para un astrofísico estudiar la cosmología aristotélica con su esfera de las estrellas fijas en constante movimiento, más allá de la mera curiosidad, porque no tiene ninguna influencia en su disciplina en la actualidad. Sin embargo y como comentaremos, no es exactamente este el caso de la psiquiatría, aunque cuando uno empieza, especialmente creo que si uno viene desde las profesiones más sanitarias como la medicina o la enfermería, se tiende a ver así: la psiquiatría es un campo de conocimientos científicos bien establecido cuyo pasado es irrelevante y que avanza con paso firme hacia el futuro.

Vamos a intentar desmontar semejante idea.

Nosotros trabajamos en un campo que llamaré psiquiatría pero que, para mí y para más gente, engloba por igual a profesionales de formaciones diversas y, por supuesto, especialmente a enfermeras, médicos y psicólogos. Y la historia de este campo viene tejida por las acciones y reflexiones de personas de diversas procedencias profesionales y personales. Nada me parece más aburrido en este contexto que las recurrentes guerras entre psiquiatras y psicólogos o entre médicos y enfermeras por poner la bandera propia en cada parcelita de terreno, ya sea la prescripción, el psicodiagnóstico, la psicoterapia o lo que sea…

Evidentemente, en dos horas no vamos a poder contar la historia de la psiquiatría, porque además yo no me la sé para contárosla ni aunque tuviera dos meses. Pero sí podemos dar unas pinceladas sobre el tema que puedan sernos útiles, para aprender algunas cosas y tal vez más para desaprender otras. Lo que yo puedo saber y opinar de este tema se debe a lo que he leído y entendido sobre ello, por lo que me voy a apoyar en bibliografía que creo importante y cuya lectura os recomendaría si queréis profundizar en el tema. Más tarde haremos un repaso a algunos de los hitos históricos de la profesión, pero muy por encima. Quien quiera saber más y mejor, debe acudir a las fuentes originales o a revisiones como las que indico a continuación:

·      “Los fundamentos de la clínica”. Paul Bercherie.

·      “Ensayo sobre los paradigmas de la psiquiatría moderna”. Lanteri-Laura.

·      “Historia de la locura en la época clásica”. Michel Foucault.

·      “El poder psiquiátrico”. Michel Foucault.

·      “Fundamentos de psicopatología psicoanalítica”. Álvarez, Esteban y Sauvagnat.

·      “La invención de las enfermedades mentales”. José María Álvarez.

·      “La noche oscura del ser”. Jean Garrabé.

·   “Historia conceptual de la esquizofrenia”. Germán Berrios, en “Tratado de Psiquiatría” de Gelder, López-Ibor Jr. y Andreasen.

·      “Delirio: historia, clínica, metateoría”. Germán Berrios y Filiberto Fuentenebro.

·    “Locura de la Psiquiatría. Apuntes para una crítica de la Psiquiatría y la salud mental”. Alberto Fernández Liria.

Antes ya señalé que este seminario difícilmente podrá ser objetivo. La objetividad está bien para explicar la ley de la gravedad o la glucolisis, pero para desarrollar el recorrido histórico de un determinado campo de conocimiento, en este caso la psiquiatría, se hace imprescindible una labor de selección: se habla de unos autores y de otros no, y de los que se habla, se recogen unos hechos y otros no, y los hechos recogidos son contados aportando algunos elementos de su contexto y otros no. Y tanto en las cosas que al final contamos (y en cómo las contamos) como también en todas las que callamos, se ha ejercido una labor consciente o inconsciente de selección para que nuestro relato apoye nuestras posiciones teóricas, también más o menos conscientes, más o menos inconscientes. Por ello, yo no voy a contaros la historia objetiva de la psiquiatría, porque tal cosa es imposible, sino que voy a comentaros algunas ideas y algunos hechos sobre el desarrollo histórico de la psiquiatría que considero os podrán (o tal vez no) ser útiles para entender vuestro trabajo, por qué se hace como se hace o incluso cómo se podría hacer mejor.

Otro punto a aclarar (que no es previo, porque desde el principio estamos en materia) es intentar no caer en la falacia del progreso, por la cual tendemos a pensar que cualquier tiempo pasado fue peor y cualquiera futuro será mejor. Es decir, la historia de la psiquiatría sería el relato más o menos aburrido o más o menos gracioso de gentes muy atrasadas que dijeron muchas tonterías porque no sabían todo lo que nosotros sabemos ahora. Y eso lo pensamos porque, de hecho, en muchas disciplinas científicas ocurre de esta manera, como el ejemplo que mencionamos antes en relación con la cosmología actual frente a la aristotélica. Sin embargo, el estatuto científico de la psiquiatría actual es mucho más similar a las especulaciones de la filosofía natural de Aristóteles que a los desarrollos de la física o química actuales. 

Me explicaré.

Muchos campos del conocimiento cuentan con lo que podríamos considerar un punto de inflexión. Un momento que marca un antes y un después en la evolución de la disciplina que implica el paso del conocimiento apoyado en la especulación más o menos racional, al conocimiento basado en un cierto método científico, con recogidas ordenadas de datos, hipótesis a contrastar, validación experimental, replicabilidad de los hallazgos, consistencia interna, etc. Un punto de inflexión a partir del cual el conocimiento fundamentalmente subjetivo y basado en opiniones deja paso al conocimiento objetivo basado en pruebas o, al menos, lo bastante objetivo para ser considerado científico. Desde un punto de vista postmoderno, la misma objetividad de la ciencia sería un discurso más, sujeto a controversia, y desde la enunciación del principio del incertidumbre de Heisenberg, por el cual no puede conocerse a la vez la posición y el movimiento de una partícula porque la mera observación la modifica, hasta la misma física abandona parcialmente su supuesta objetividad independiente del observador, pero no vamos a entrar ahora en esos jardines, que bastante maleza tenemos en el nuestro. Por volver al ejemplo previamente citado, cuando los astrónomos como Galileo o Kepler comienzan a observar el cielo con telescopios consiguen obtener datos contrastables, reproducibles, y a trabajar matemáticamente con ellos. Eso marca un antes y un después para la astronomía. Cuando Virchow estudia las células y los tejidos y se desarrolla la teoría tisular, ello tiene un rango científico del que carece totalmente la doctrina hipocrática de los humores, por meritoria que fuera para la época. Cuando se descubre la naturaleza del átomo, sus partículas y sus fuerzas, se da un paso de gigante en la física de la materia, y eso sitúa la disciplina en un nivel cualitativamente diferente al que poseen las teorías de la naturaleza de los filósofos presocráticos. En todos estos campos hoy considerados científicos habría, por así decirlo, una prehistoria y una historia, separadas por un hecho fundamental (siguiendo con la analogía, como lo fue la aparición de la escritura en ese caso). Ese hecho fundamental, o hechos, suele tener que ver con un avance de la experimentación por mejora de la tecnología (telescopios, microscopios, sismógrafos, termómetros, etc.) y con una cierta matematización del campo (fórmulas de la mecánica newtoniana, de las reacciones químicas, etc.). Nuestro planteamiento en que la psiquiatría carece de este punto de inflexión. No ha pasado de nivel, no ha entrado en la era científica, carece de pruebas objetivas sobre los trastornos que trata, carece de suficiente consistencia interna en las teorías que maneja, no ha habido un momento en que la técnica o la teoría hayan dado ese salto que nos hubiera permitido salir de la prehistoria. Podría plantearse que el comienzo de la era farmacológica sobre los años 50 del pasado siglo lo fue, pero yo lo dudo. La actual psiquiatría biológica se basa en una visión neuroquímica en cuanto a neurotransmisores que suben y bajan explicando los trastornos. Los dos ejemplos típicos: un déficit de serotonina en depresión y un exceso de dopamina en psicosis. Sin embargo, estas teorías surgen tras observar el mecanismo de acción de los psicofármacos recién descubiertos. Como los antidepresivos aumentan la serotonina, se deduce que la causa del trastorno es una falta de dicha sustancia. De la misma manera con el supuesto exceso de dopamina en la psicosis explicado a partir del efecto bloqueante de los neurolépticos. Una teoría, salvo que hubiera habido pruebas posteriores, equiparable a explicar la cefalea por un déficit de paracetamol. Y el caso es que nadie ha demostrado, a partir de sujetos sin tratamiento previo que ya altere su neurotransmisión, que ninguna de estas variaciones en serotonina o dopamina se dan en personas con esos diagnósticos. Pese a ello, y tras buenas campañas de marketing, la mayoría de la población e incluso muchos profesionales piensa que tales déficits o excesos han sido demostrados.

Estos puntos de inflexión en ciencia no tienen solo una relevancia teórica, claro está. La diferencia entre la física aristotélica y la newtoniana es que con la primera se puede hacer poesía sobre la perfección de las esferas celestes y con la segunda se puede poner un satélite en órbita. No es cosa pequeña. El caso es que, nos tememos, la psiquiatría actual no ha encontrado aún ese descubrimiento –y esperar hechos aún no ocurridos tiene más de religión que de ciencia- que le permita pasar de la prehistoria a la historia, que le permita configurarse como ciencia de pleno derecho y que establezca un antes y un después en su historia (que es de lo que hemos venido a hablar hoy aquí), es decir, un punto en el que decir: hasta aquí hay curiosas teorías de la antigüedad de la disciplina y a partir de aquí, el brillante camino que nos ha traído a la avanzada condición presente.

Todo ello está en relación con la falacia del progreso, tan propia de nuestra época. Tendemos a pensar que cualquier novedad es mejor que aquello a lo que sustituye. Sobre todo en cuando a tecnología: el último móvil del mercado es mejor que el modelo previo, el coche de este año es mejor que el del año pasado, etc. Incluso en cuanto a tecnología, esto sería discutible porque podría valorarse no solo que la nueva lavadora es mejor que la que tuvimos hace hace veinte años, pero aquella duró el doble de tiempo, por ejemplo. Pero la falacia es más perceptible cuando salimos del campo tecnológico-consumista. No hay más que echar un vistazo a las condiciones socioeconómicas de este país, o a la comparación entre nuestros sueldos y los precios de compra o alquiler de vivienda, para comprender que el progreso no siempre va hacia delante. En psiquiatría, pensar que el DSM-5 es mejor que el DSM-III o que la clasificación original de Esquirol, por poner unos ejemplos, no es algo que debamos dar por hecho solo porque unas son más modernas que otras. Sobre todo porque, como ya hemos visto y es importante incidir en ello, toda clasificación psiquiátrica se basa en la observación clínica, es decir, en la recopilación de síntomas de forma más o menos subjetiva, con los que llegar a un diagnóstico, sin rastro de prueba objetiva alguna analítica o de neuroimagen que nos dé una certeza diagnóstica (porque si aparece tal certeza en casos de neurolúes o tumores cerebrales o enfermedad de Parkinson o encefalitis, entonces estamos hablando ya de Neurología y no de Psiquiatría, evidentemente). Como dijimos, esta ausencia de pruebas objetivas lleva a que desde los inicios de Pinel en la Salpêtrière hasta la inminente CIE-11, todas las clasificaciones psiquiátricas que ha habido (es decir, toda la historia de la psiquiatría), se han basado en agrupaciones de síntomas que distintos autores han considerado que constituían determinados trastornos. Síntomas que además solo podían ser percibidos subjetivamente por dichos autores, como la escasa concordancia entre observadores de nuestros diagnósticos deja claro.

Nos detendremos un poco en ello.

Ante la falta total de pruebas objetivas analíticas o de imagen, o del tipo que sea, que nos den un diagnóstico de certeza, este se establece en base a síntomas que no podrían ser más que subjetivos: pensamientos, emociones o conductas que nos son verbalizados (con mayor o menor grado de habilidad o de sinceridad) y que nosotros interpretamos desde nuestra propia subjetividad, según nuestra habilidad y según nuestra consciente o inconsciente adscripción teórica y filosófica. Agrupamos estos síntomas subjetivamente experimentados, subjetivamente referidos y subjetivamente interpretados y pretendemos crear con ellos alguna clasificación para la que reclamamos objetividad. Nos parece un poco tramposo. Las agrupaciones sintomáticas han atravesado toda la historia de la psiquiatría, dando nombre a muy diferentes trastornos, sin haber conseguido aún la objetividad que solo pruebas objetivas podrían proporcionar. Lo que tiene implicaciones también para el pronóstico, que no es posible estudiar adecuadamente ante la ausencia de esa objetividad inicial en el diagnóstico. Por poner el ejemplo clásico: es imposible plantearse si la esquizofrenia se cura o no porque tal aseveración dependerá del sistema clasificatorio y no del trastorno en sí (suponiendo que tal constructo tenga sentido). Es decir, si mi clasificación es bleuleriana, un determinado porcentaje de pacientes catalogados como esquizofrénicos se curará (porque Bleuler creía en la existencia de esquizofrenias agudas), pero si mi clasificación es kraepeliniana, ninguno se curará (y los que lo hicieran, serían considerados errores diagnósticos previos). Así no es muy fácil defender el estatuto científico de la psiquiatría, desde luego.

Otro aspecto a destacar y que me gustaría tuvierais en cuenta es la importancia de tener en cuenta de dónde venimos para saber dónde estamos (y dónde no). El conocimiento de la historia de la psiquiatría nos deja unas enseñanzas que sería lamentable perder. Poniendo un ejemplo personal, aunque dice el tango que veinte años no son nada, yo os aseguro que sí: llevo veinte años trabajando en psiquiatría y ese tiempo da alguna perspectiva. Por ejemplo, cuando yo empecé, a finales de los noventa, era relativamente escaso el diagnóstico de TDAH. Y te encontrabas en esa época adjuntos que te decían cómo en su residencia -unos diez o quince años antes- en tres meses habían visto tres niños con TDAH. Claro, si relacionamos eso con al situación actual de las consultas de psiquiatría infanto-juvenil, está claro que ha habido una diferencia. Interpretar eso como que se ha conseguido diagnosticar a montones de niños que estaban realmente “enfermos” o que se ha creado una epidemia en base al marketing iniciado por distintas empresas farmacéuticas y destacados psiquiatras americanos a principios de los 2000, sobre todo cuando salen los estimulantes de elevado precio, ya es una cuestión de opiniones (preferentemente debería serlo de opiniones no sobornadas por la industria, pero eso es otro tema). Lo que no es opinable es que se ha producido un cambio, y eso no lo apreciamos sin una visión mínimamente histórica. Y sin esa visión, se corre el peligro de empezar la residencia de psiquiatría, psicología o enfermería de salud mental ya acabando la segunda década del siglo XXI y creer que la incidencia y prevalencia que se atribuyen actualmente al TDAH siempre han sido así, como si estuviéramos hablando de la apendicitis o de la esclerosis múltiple. Por poner otro ejemplo, estamos desde hace ya unos años en la gran época de los llamados “primeros episodios psicóticos” y hay montañas de investigación sobre ellos. Montones de estudios que empiezan hablando de un “primer episodio psicótico” para luego dar por establecido en la evolución y el pronóstico que dichos episodios son siempre debuts de esquizofrenia. Y esto supone olvidar décadas de trabajo de distintos autores que desde finales del siglo XIX y durante gran parte del XX describieron cuadros clínicos psicóticos floridos que cursaban de forma aguda, con recuperación completa y cierto riesgo de recaída, pero sin implicar deterioro alguno. Y esas descripciones se hicieron antes de la llegada de los neurolépticos en los cincuenta, con lo que estamos hablando de la evolución natural de la enfermedad, no de casos tratados farmacológicamente con éxito. Dichos casos eran indistinguibles de casos iniciales de lo que luego acabaría siendo una esquizofrenia, es cierto, pero catalogarlos como tal antes de comprobar si podrían ser autolimitados supone un error diagnóstico difícilmente reparable. Y es más fácil no cometerlo si conocemos las descripciones clínicas de dichos cuadros que, a nada que nos paremos un poco, vemos en la clínica con gran frecuencia, bajo diagnósticos erróneos de esquizofrenia, trastorno esquizoafectivo, bipolar, etc.

Estudiar la evolución histórica de la nosología psiquiátrica es estudiar la historia de la psiquiatría, para no caer en la falacia del progreso y pensar que las actuales clasificaciones (DSM-5 y CIE-10) son el estado más desarrollado del conocimiento psiquiátrico a la hora de categorizar los malestares que atendemos. Los profesionales tendemos a pensar que dichas clasificaciones contemporáneas describen las enfermedades mentales como si fueran objetos reales, existentes ahí fuera, en el mundo -más incluso, nos tememos, los más jóvenes, dado el predominio del paradigma biologicista, siempre despreocupado de conocer la historia de los pacientes o la historia de la misma psiquiatría-. Sin embargo, el hecho de carecer de cualquier prueba objetiva a la hora del diagnóstico, convierte a tales diagnósticos -como ya hemos comentado- en opiniones más que en certezas y, a partir de ahí, cualquier clasificación es discutible. A partir de esta discusión, tal vez deberíamos plantearnos escoger el diagnóstico que sea más útil para el paciente, ya que la mayor parte de las veces no existe uno de cuya certeza no sea posible dudar. Creemos necesario un pequeño recorrido histórico para saber de dónde venimos, lo que posiblemente nos ayudará a entender dónde estamos y quizás, ya puestos a soñar, llegar a un mejor destino.


Foucault

Entrando en materia, la psiquiatría nace en el asilo pero no nace con el asilo. Como señala Foucault, los asilos donde empieza “el gran encierro” se instituyen sobre el siglo XVI aproximadamente, en lo que eran las antiguas leproserías, ya en desuso. Allí empiezan a ser internados locos, borrachos, deficientes mentales, demenciados, criminales, adúlteras, etc., en una mezcla de gentes, sin que nadie se planteara hasta dos siglos después que podría ser útil que tal establecimiento fuera llevado por médicos. Es a finales del XVIII y sobre todo el XIX cuando llegan los alienistas y, sobre esa heterogénea mezcla de casos, comienzan a desarrollar sus clasificaciones. Y cada autor trae la suya, llegando hasta el próximo a salir CIE-11, en la vana esperanza de que un líquido turbio se aclare a base de cambiarlo de recipiente.

La psiquiatría se funda en esa época tanto en su vertiente de disciplina, es decir, campo de conocimiento, saber en busca de una verdad, como en su vertiente de dispositivo, es decir, conjunto de elementos, humanos y materiales, para controlar y –en el mejor de los casos– ayudar a las personas una vez diagnosticadas, una tecnología en busca de un bien. Suele ser importante diferenciar ambos aspectos, aunque tampoco es el tema de este seminario.


Bercherie: texto

Seguiremos a Paul Bercherie en su obra “Los fundamentos de la clínica”. Nos encontramos con un libro magistral de la historia de la psiquiatría desde Pinel -considerado como padre fundador- hasta el período de entreguerras entre la primera y la segunda guerras mundiales. Es un recorrido exhaustivo a las escuelas francesa y alemana, fundamentalmente, aunque sin duda no especialmente ameno.

Bercherie se centra en lo que llama la psiquiatría clínica, que se caracteriza por la observación cuidadosa, lo que se dio en llamar “la mirada”, por contraposición a “la escucha” que era propia del psicoanálisis. Pinel es famoso por la anécdota de la liberación de los locos rompiendo sus cadenas. Es más una anécdota que otra cosa. En esa época hubo distintos movimientos similares que buscaban humanizar el tratamiento, como el de Tuke en Gran Bretaña, y se cuenta también que alguno de los ayudantes de Pinel tuvo bastante más que ver con dicha liberación. Con Pinel se considera iniciada la época de la llamada “alienación mental”. Ese era el nombre de la locura en dicha época, los psiquiatras se llamaban alienistas y se consideraba una única enfermedad, aunque tenía a su vez subtipos diferentes o fases por las que pasaba. Las clases de la locura serían manía, melancolía, demencia e idiocia. Hay que tener muy presente que estos términos han mudado su significado numerosas veces en la evolución histórica y que sería un error asimilar dicho significado con el que le damos actualmente. Por ejemplo, aquí la melancolía se parece mucho más a la paranoia o a nuestro trastorno de ideas delirantes que a ninguna otra cosa. Hay que tener cuidado con esto. Como dice Bercherie, es absurdo preguntarse por qué los autores clásicos no vieron algunos de los trastornos que nosotros nos encontramos. Citando: “Pinel, naturalmente, vio todo, pero no con nuestra mirada”. Es decir, y como debería ser obvio a estas alturas, la clasificación que tenemos en la cabeza, consciente o inconscientemente, ordena el mundo y sus manifestaciones. Solo vemos lo que buscamos. Lo que nos lleva de vuelta no solo a la subjetividad tantas veces mencionada sino también al círculo vicioso de cómo una determinada clasificación, tomada como un hecho de la naturaleza, no hace sino autoconfirmarse al definir el campo de conocimiento y los elementos en él disponibles a la observación, aunque sea muchas veces más en base a invenciones que a descubrimientos.

Esquirol es el principal discípulo de Pinel, y continúa su trabajo, profundizando mucho en sus descripciones clínicas y diferenciando más detalladamente sus categorías, aunque siempre dentro del paradigma de la alienación mental, que luego comentaremos con más detalle. Posteriormente, los discípulos de Esquirol debaten sobre si la alienación mental tiene o no una base anatomo-patológica, como va ocurriendo en la medicina científica de la época. Un debate como os daréis cuenta que doscientos años después no parecemos haber superado. Hasta aquí, sería aproximadamente el primer período de la psiquiatría francesa, a principios del XIX.

La psiquiatría clínica similar a la pineliana aparece en Alemania con Griesinger. Este autor fue un “organicista” y dejó dicho: “siempre debemos ver antes que nada en las enfermedades mentales una afección del cerebro”. Es el autor del considerado el primer verdadero tratado de psiquiatría. Griesinger construye, pues, una nosología sobre la idea de evolución de las formas clínicas.

Bayle describió la parálisis general progresiva como un trastorno debido a una lesión anatomo-patológica clara (un tipo de meningitis), que solo más tarde se sabría secundaria a la sífilis. La parálisis general progresiva era un cuadro que pasaba por muy diversas manifestaciones clínicas, que englobaba por tanto diferentes cuadros, y que se convirtió en modelo de la concepción de la enfermedad mental como causada por lesiones cerebrales, que desde entonces se han buscada profusamente con escaso éxito.

Jean-Pierre Falret, posteriormente, es el iniciador de la era de las enfermedades mentales, del final del paradigma de la alienación como género único de la locura. Falret insiste en la importancia de diferenciar entidades morbosas independientes, cada uno con su curso clínico diferenciado. Describe la locura circular, como antesala de la psicosis maníaco-depresiva de Kraepelin, y compite con Baillarger y su locura de doble forma por la originalidad del descubrimiento.

Ya pasado el ecuador del siglo XIX, encontramos a Morel y su teoría de la degeneración. Señala esta teoría cómo se transmite de forma hereditaria una cierta degeneración, una debilidad mental y física que va ocasionando alteraciones psíquicas que se acumulan frecuentemente en los miembros de una familia. Los degenerados serían personas con una vulnerabilidad, una constitución defectuosa tanto a nivel físico como psíquico o moral, que causaría la aparición de la enfermedad mental. La herencia de esta constitución degenerada es, además, progresiva. Cada generación tiene mayor grado de decadencia física y moral.

Kahlbaum es un autor alemán de la segunda mitad del siglo XIX que lleva a cabo una clasificación que divide las enfermedades mentales “verdaderas” o idiopáticas en dos grupos: uno cuya evolución cíclica lleva a estados de debilitamiento y otro en que las perturbaciones mentales permanecen fijas, sin dicho debilitamiento secundario. Además, Kahlbaum describe la catatonía o “locura de tensión”, como una enfermedad mental de curso alternante, con manifestaciones de diversos cuadros clínicos y un componente motor muy marcado: convulsiones, estupor, flexibilidad cérea, negativismo.

Entramos en las últimas décadas del XIX y primeras del XX. Magnan es un autor francés, famoso por su descripción del delirio crónico de evolución sistemática. Este se inicia con un primer período de malestar e inquietud, interpretaciones, llegando a la aparición de alucinaciones auditivas; el segundo período es el delirio de persecución (ya descrito por Lasegue), con alucinaciones ya no elementales sino elaboradas; un tercer período es de grandeza, desapareciendo el delirio de persecución paulatinamente; finalmente, acaba en un estado de demencia. Todo este ciclo puede durar décadas. También describe Magnan, dentro de las llamadas locuras de los hereditarios degenerados (donde sigue a Morel) un cuadro clínico asimilable a una psicosis aguda: “delirio nacido repentinamente, por lo común múltiple y proteiforme, sin tendencia marcada a la sistematización, rápidamente extinguido”.

Llegando a Kraepelin, hay que comentar que su tratado tuvo ocho ediciones diferentes en 30 años, con modificaciones importantes entre unas y otras. Kraepelin señala la importancia de la entidad clínico-evolutiva. A partir de aquí, la concepción kraepeliniana centrada en la evolución longitudinal de las manifestaciones clínicas, va a alcanzar extraordinaria influencia. La sexta edición, de 1899, es la edición clásica del tratado de Kraepelin y se extenderá por todo el mundo, con la única resistencia, por largo tiempo, de la psiquiatría francesa. Aquí ya aparece la demencia precoz y la locura maníaco-depresiva, así como la paranoia y otros tipos de trastornos.

La demencia precoz de Kraepelin engloba la anterior demencia paranoide, las paranoias alucinatorias (delirios sistematizados fantásticos), la hebefrenia de Hecker y la catatonía de Kahlbaum. Kraepelin pone el acento en la evolución refiriéndose a los estados terminales de los trastornos, a diferencia de Falret, que subrayaba la importancia de la secuencia clínica en todas sus etapas.

En la octava y última edición de su tratado, Kraepelin separa de la demencia precoz el grupo de las parafrenias, similar en parte a los delirios crónicos de la psiquiatría francesa, con varios subtipos (sistemática, expansiva, confabulante, fantástica). Desarrolla también numerosos subgrupos dentro de la demencia precoz. Es interesante señalar una anécdota que recoge Garrabe: Kraepelin desarrolló gran parte de su trabajo inicial en un manicomio en Estonia, presumiendo de que el hecho de no conocer el idioma de los pacientes favorecía su observación. Todo un dato, desde luego.

Siguiendo siempre a Bercherie, llega ahora a un grupo de psiquiatras franceses de finales del XIX, siendo Séglas el más importante. Trabajan sobre la confusión mental, también los delirios sistematizados, etc. Cotard describe aquí su delirio de negación. La idea de Séglas es que lo que debe servir de elemento capital del diagnóstico no es la temática del delirio, como opinan algunos de sus contemporáneos, sino la génesis de las ideas delirantes, el conjunto clínico-evolutivo en el que aparece una idea delirante. Vendría a ser el mecanismo del delirio, que sería secundario. Séglas describe también las llamadas alucinaciones psicomotrices, con varios subtipos.

A comienzos del siglo XX se considera construido el edificio nosológico de la psiquiatría francesa. Sérieux y Capgras describen el delirio de interpretación, como una psicosis sistematizada crónica, sin alucinaciones, basado en interpretaciones e incurable sin demencia terminal. Ballet propone la psicosis alucinatoria crónica, como cuadro basado fundamentalmente en las alucinaciones continuas, con ideas delirantes secundarias si es que aparecen. Dupré describe los delirios de imaginación, sin afectación de la integridad mental, normalmente crónicos, aunque también habría una psicosis imaginativa aguda. Sin embargo, el mismo Dupré señala que “el delirio de imaginación, al igual que el delirio alucinatorio o interpretativo, no puede, a nuestro criterio, constituir una entidad clínica”. Las tres grandes formas de expresión de los delirios paranoicos (interpretación, alucinación, imaginación) serían más bien distintas modalidades de elaboración del delirio, habría una única gran clase de delirios crónicos paranoicos.

Pasando a otro punto, a comienzos del siglo XX, encontramos a Bleuler, dentro de la psiquiatría en lengua alemana, como representante de cierta corriente psicodinámica, influido por Jung, seguidor a su vez de Freud. Bleuler crea el término de esquizofrenia (que usa en plural) para referirse a la demencia precoz de Kraepelin, aunque no descarta la aparición de formas agudas, asimilables a las psicosis agudas. Bleuler basa el diagnóstico no en la evolución como Kraepelin, sino en la psicopatología del cuadro clínico, con un enfoque psicoanalítico. Para este autor, la perturbación primaria en la esquizofrenia es una disociación de las funciones psíquicas (por eso escoge ese término), una perturbación de las asociaciones, a partir de la cual crea su clasificación entre síntomas fundamentales y accesorios. Otro autor alemán de esta época es Kretschmer, que describe el delirio sensitivo de referencia o de relación, como forma particular de psicosis aguda. Hay aquí un debate nunca desaparecido entre qué parte de la psicopatología es de origen constitucional (una determinada predisposición favorece la psicosis, como en el delirio sensitivo o en las bouffées delirantes de los degenerados) o qué parte aparece más o menos de novo.

En la historia de la psiquiatría se reserva un lugar fundamental a la psicopatología de Jaspers y al psicoanálisis de Freud. La primera marca un hito en la disciplina en cuanto a la crítica conceptual sistemática de los fenómenos psicopatológicos mediante un método fenomenológico, con la diferenciación entre comprensión y explicación, mientras que el segundo se configura como un método, una teoría y una terapia con extraordinaria influencia, no ya en la psiquiatría, sino en toda nuestra cultura occidental.

Otro autor básico es Clérambault, genio francés de la observación minuciosa, que en el período de entreguerras desarrolló su teoría del automatismo mental como inicio de la psicosis, de grandísima influencia posterior por ejemplo en el psicoanálisis lacaniano. Como señalaba este autor, cuando el delirio aparece, la psicosis ya es antigua. Se ocupa también de los llamados delirios pasionales que surgen de un postulado inicial (celos, erotomanía, reivindicación), frente a los delirios interpretativos. También podríamos citar a Conrad como autor fundamental por su obra “La esquizofrenia incipiente”, en la que describe las cuatro fases clásicas de trema, apofanía, anastrofé y apocalipsis, o a Schneider, con obras como “Psicopatología clínica” y “Las personalidades psicopáticas”.


Bercherie: conclusiones

Pasemos ahora a glosar algunas reflexiones de Bercherie en las conclusiones de su obra “Fundamentos de la clínica”, previamente citada. Hablando sobre la situación de la clínica clásica en lo que suele considerarse aproximadamente su momento de terminación, sobre los años veinte del siglo pasado, señala que existen tres grupos de fenómenos patológicos que han sido progresivamente individualizados: los síndromes orgánicos, la patología constitucional-reaccional y el grupo de las psicosis al cual, bajo la influencia de los psicoanalistas, se le reservará el término y que los alemanes llaman psicosis endógenas. Se detiene Bercherie en la delimitación de este grupo de las psicosis endógenas, que la escuela alemana divide en dos clases, a las cuales el criterio evolutivo confiere lo que Bercherie considera una falsa unidad: esquizofrenias (procesos crónicos) y maníaco-depresivas (fases agudas). Las excepciones evolutivas son la regla. Por otra parte, la escuela francesa, más centrada en la “morfología” clínica, tenderá a oponer una división tripartita a ese enfoque: demencia precoz, delirios crónicos, psicosis maníaco-depresiva; una cuarta clase no deja de molestar debido a su eterna recurrencia: las psicosis delirantes agudas, de las que ya hemos hablado en varios trabajos con algún detalle. Siguiendo a Bercherie, cualquiera que fuese la división adoptada, se choca continuamente con el problema de la existencia de casos mixtos, atípicos, inclasificables. Por otra parte, entre la patología constitucional y las psicosis endógenas, siempre se tienden puentes que llegan a confundir las fronteras. Otro de los problemas que señala Bercherie a la hora de la ordenación nosológica es que numerosas psicosis orgánicas no cesan de simular “los otros dos grupos de perturbaciones”.

Siguiendo aún a Bercherie, los hechos imponen una erosión continua a las clasificaciones mejor fundadas. En este momento de los años veinte del siglo pasado, el análisis clínico había alcanzado una perfección tal que ya no existía la esperanza de que el futuro resolviera las cuestiones pendientes por una mejora de la agudeza de la observación. Pinel había fundado la clínica sobre una certidumbre: los fenómenos aparentes correspondían a las realidades subyacentes inalcanzables. Como se pregunta Bercherie, ¿acaso el círculo no se ha cerrado y la clínica no ha terminado por volver a sus premisas inventadas? Y señala diversas actitudes que aparecerán como reacción a este golpe de la realidad. Por una parte, la reacción dogmática, que consiste en defender, contra toda evidencia, la división tripartita. Se ha llegado a rechazar, por poner unos ejemplos, toda relación entre los temperamentos basales descritos por Kretschmer y las psicosis correspondientes (Schneider) o a oponer esquizofrenias verdaderas y síndromes esquizofreniformes (Langfeldt), esperando -vanamente, añadimos nosotros- que las palabras impedirán a las cosas confundirse. Por otro lado, la reacción ecléctica, que toma en cuenta las objeciones fácticas, creyendo encontrar la solución en el borramiento de todas las distinciones tan penosamente adquiridas. Supone olvidar que en la mayoría de los casos, el edificio nosológico sí estaría confirmado por la observación. Un ejemplo de esta reacción sería el jacksonismo de Ey. Termina Bercherie indicando que otra posible reacción sería más empírica, consistiendo en decidirse a hablar de síndromes en lugar de entidades y dar a estos una etiología y una evolución variables.

Ante el riguroso recorrido de Bercherie por la nosografía psiquiátrica y la profusión de clasificaciones que nos encontramos, no podemos dejar de recordar a Fernando Colina en su trabajo “Actualidad hermenéutica de las psicosis” (2002) cuando cita cómo Buchez, a comienzos del siglo XIX, comentaba jocosamente:

“Los alienistas eran más o menos como los retóricos: cuando creen haber acabado sus estudios, los retóricos escriben una tragedia y los alienistas hacen una clasificación.”


Lantéri-Laura

Para Lantéri-Laura, desde el final del Siglo de las Luces hasta la mitad del XIX, es posible establecer un periodo durante el cual las tradiciones psiquiátricas francesa y alemana, así como la italiana o la inglesa, a pesar de sus numerosas divergencias, aceptan desde el principio y sin lugar a dudas el postulado según el cual el campo de la psiquiatría entraña una afección única, por supuesto una enfermedad, pero diferente de todas las demás enfermedades y para la que Pinel propuso, con éxito, la denominación de alienación mental. Este paradigma constituye la principal característica de este primer periodo de historia de la psiquiatría, y la unidad de la afección es lo que constituye su rasgo más esencial. Como señala Lantéri-Laura, atribuir una fecha concreta a su comienzo y terminación resulta inevitablemente algo arbitrario, pero él propone unos límites temporales a condición de no concederles más valor que desde el punto de vista práctico y convencional. El periodo en que domina este paradigma de la alienación mental puede tomar como fecha de inicio el otoño de 1793, cuando la Comuna de París designa a Pinel para el Hospicio de Bicêtre. Como finalización, Lantéri-Laura fija el año 1854, cuando J.-P.Falret, adversario indiscutible de la unidad de la patología mental, publica el artículo de ruptura, titulado “De la non-existence de la monomanie”. Este paradigma, aunque desdibujándose progresivamente, va a legar a la psiquiatría de los siglos XIX y XX la cuestión siempre actual (y polémica) de la unidad de la locura.

Lantéri-Laura establece como segundo paradigma el de las enfermedades mentales. Estas designan dos modificaciones radicales en relación con lo que significaba la alienación mental; por un lado, la patología mental considera que debe aplicarse para distinguir un cierto número de afecciones irreductibles entre sí, cuyo conjunto, puramente empírico, escapa a la unidad y a la unificación; por otro lado, esta misma patología mental rechaza constituir una extraterritorialidad respecto a la medicina y quiere formar parte de ella, como el resto de sus ramas, en contra de lo que exigía el paradigma anterior. Como fecha de finalización, Lantéri-Laura fija el año 1926, en el que se celebra en Ginebra y Lausana el congreso en el que Bleuler expone su concepción sobre el grupo de las esquizofrenias, de las que tan pronto habla en plural como en singular, y que solo puede abordarse con el concepto de estructura psicopatológica.

Sigue Lantéri-Laura señalando que el nuevo paradigma se impone de una manera bastante concreta como aquel que va a conciliar, eficazmente pero a su manera, un cierto retorno a la unidad, de cuyo alejamiento muchos se lamentaban, con el mantenimiento de cierto número de subdivisiones inevitables. Esto es lo que lograba en gran medida el paradigma de las grandes estructuras psicopatológicas (neurótica, psicótica, perversa). Este se ha mantenido durante mucho tiempo, y como posible fecha de finalización se podría poner el otoño de 1977, cuando fallece Henri Ey. Él mismo, y tal vez incluso más Minkowski, supieron introducir en psiquiatría, de una manera crítica aunque fecunda, este concepto de estructura que, con una acepción por otro lado diferente, iba a ocupar un lugar decisivo en la lingüística y la antropología social.

La clasificación más actual que tenemos a nuestra disposición es el DSM-5. Múltiples voces se han alzado contra él desde los borradores preliminares hasta el texto definitivo, que parece conservar ese ansia por diagnosticar a todo el mundo de algo (o de varias cosas a la vez, prodigios de la comorbilidad). Con la excusa de lo malo que sería para una persona no ser diagnosticada de un trastorno que efectivamente padeciese (se podría escribir tanto sobre esto…), parece no haber problema en diagnosticar por el camino a montones de personas, hasta ahora sanas, como enfermas. Es conocido cómo Allen Frances, uno de los autores del también más que criticable DSM-IV, ha escrito en contra de la nueva versión (2010). Y es que, al final, ni siquiera el manido argumento de que los DSM y CIE proporcionan un lenguaje común a los clínicos se va a sostener, dada la escasa concordancia de dichos diagnósticos entre diferentes profesionales.

Es interesante también pararse a analizar cómo se escriben los DSM, lo que recoge Christopher Lane en su libro “La timidez”, describiendo las reuniones de expertos de la APA para redactar el DSM-III-R. Más parecieran una comedia de situación de dudoso gusto que un cónclave científico. La APA reúne a sus expertos, con fondos en su mayor parte provenientes de la industria farmacéutica, que realiza su eficaz labor de lobby, y en base a sus opiniones e intereses, conceptualizan las agrupaciones de síntomas de los diversos trastornos. Lo más curioso es que, siendo el DSM el exponente máximo de la ciencia psiquiátrica, no contiene ni una sola referencia bibliográfica en sus capítulos. Una vez que cada grupo de expertos expone sus criterios diagnósticos, sería deseable poder revisar la bibliografía científica que han empleado en su elaboración, pero no tenemos esa bibliografía por ningún lado.

Como tantas cosas que dábamos por inamovibles a otros niveles (económicos, políticos, institucionales...), el poder absoluto de los DSM parece sufrir ciertas grietas, a juzgar por las críticas que recibe, que no recordamos tan abundantes para las anteriores ediciones... A ver si es verdad que algo se mueve (insistimos: a muy variados niveles) y las cosas pueden incluso mejorar (aunque nos tememos que para eso tengan que empeorar mucho más primero).

Y, sobre todo, a ver qué hacemos cada uno en nuestra parcela.


Berrios

En un campo como el psiquiátrico, plagado de conceptos esquivos, uno de los más difíciles de precisar es el de “esquizofrenia”. Constructo nuclear de la patología mental durante gran parte del tiempo de existencia de la disciplina, ha sido definido por diversos autores de maneras no solo diferentes sino casi contradictorias.

Hace ya mucho tiempo que admiramos a Germán Berrios, catedrático en Cambridge. Hemos leído distintas obras suyas, pero vamos ahora a referirnos a un trabajo acerca de la historia y la (dudosa, en nuestra opinión) consistencia del concepto de esquizofrenia. Este texto de Berrios se publicó como capítulo en el “Tratado de Psiquiatría” de Gelder, López-Ibor Jr. y Andreasen (2003) y en él plantea Berrios dos versiones posibles de la historia de la esquizofrenia: la de la continuidad, por la cual ha habido una progresión de definiciones que culmina en la actualidad, y la de la discontinuidad, según la cual la historia de la esquizofrenia está formada por una serie de programas de investigación no solo inconexos sino también contradictorios y la definición actual es una mezcla de varias características.

Citando a Berrios:

“La versión de la "continuidad" afirma que durante siglos los términos "enajenación" y "locura" se usaban para referirse a un conjunto de enfermedades mentales que los médicos eran incapaces de distinguir. En la década de 1850, Morel estableció el término démenceprécocepara referirse a estados de déficit cognitivo en la adolescencia. Durante la segunda mitad del siglo XIX, Kahlbaum describió la "catatonía" y Hecker la "hebefrenia". A finales del siglo Kraepelin se dio cuenta de que ambos trastornos, junto con la "demencia paranoide" que él mismo había descubierto, eran manifestaciones del proceso de una sola enfermedad. Kraepelin llamó a esta enfermedad dementia praecox […]. En 1911, Bleuler renombró a la misma enfermedad esquizofrenia y, durante la década de 1930, Schneider enumeró los criterios diagnósticos que, por su carácter "empírico" y "ateórico", merecieron añadirse al DSM-IV.”

Berrios señala que esta versión no menciona versiones alternativas de la esquizofrenia ni factores que expliquen los distintos puntos de vista, aunque proporciona, eso sí, la impresión de un avance constante hacia “la verdad”.

Berrios describe magistralmente el recorrido seguido por el concepto que la versión de la continuidad identifica con la actual esquizofrenia:

“Morel estableció el término démence précoce para referirse al estado mental y comportamiento de pacientes jóvenes con stupidité(estupor),[…] es decir con un trastorno de movilidad y el estado de ánimo resultante de la melancolía. Por "demencia" entendía cualquier estado de incompetencia psicosocial relacionado con un trastorno mental y a cualquier edad. El criterio de irreversibilidad aún no existía.”

“[…] el antiguo término de Morel se había sumido en el olvido, de hecho, no hay indicios de que en 1896 Kraepelin conociese su existencia. Kraepelin usó por primera vez el término en 1896, en la 5ª edición de su libro de texto. BajoVerblödungsprocesse, Kraepelin enumera tras enfermedades independientes: ladementia praecox(formas ligeras y graves, y hebefrenia), la catatonía y ladementia paranoides. En ninguna parte de este texto se menciona el nombre de Morel, que sólo apareció tres ediciones más tarde. Mientras Kraepelin escribía la 5ª edición, el término demencia ya había cambiado de significado; de ahí que sintiese la necesidad de calificar el términodementiacon el adjetivopraecox, con el cual quería decir "temprana", "a la edad no esperada", etc. Kraepelin solo reconoció a Morel en la última edición de su libro, donde escribió: "El términodementia praecox, que ya había utilizado Morel".”

Siguiendo a Berrios, el término "esquizofrenia" apareció publicado por primera vez en 1908 por Bleuler. En 1911, este autor señala para la esquizofrenia la separación de diversas funciones psíquicas como una de sus características más importantes. Y continúa Bleuler: "En cada caso hay más o menos una división de las funciones psicológicas: a medida que la enfermedad se manifiesta, la personalidad pierde su unidad". Como señala Berrios, esto parece muy claro, pero no lo es. Los significados que otorgó a Spaltung [división] y psychischen Funktionen [funciones psíquicas] son ambiguos y requieren una aclaración histórica. Por "división", Bleuler quería decir: a)"un relajamiento primario de los mecanismos asociativos" profundo y general, que llevaba a una fractura irregular de "conceptos concretos", y b)"una división sistemática de complejos de ideas" más aparente.
En lo que concierne a nuestra revisión y siguiendo a Berrios, está claro que detrás de estos principios hay un nuevo modelo de la mente y por eso, aunque Bleuler diga lo contrario, existe una marcada diferencia entre la dementia praecox de Kraepelin y la esquizofrenia de Bleuler.

Continúa Berrios con el tercer gran constructor -este término es añadido nuestro- del concepto de esquizofrenia: Kurt Schneider.

“El análisis de los escritos de Schneider muestra que hay discontinuidad entre sus teorías sobre la esquizofrenia y las que propone Bleuler. Para Schneider los "síntomas de primer rango" no eran patognomónicos, sino que sugerían un diagnóstico de esquizofrenia solo si no había evidencia de otras psicosis orgánicas. Los 11 síntomas de primer rango solo cobran sentido en el contexto de tres perspectivas diagnósticas: evolución, sintomatología e interacción. […] La "comprensión sintomática" incluía la búsqueda de síntomas que resultasen de una integración defectuosa del ser (por eso no puede afirmarse que Schneider creía que los síntomas de primer rango eran "empíricos" o "ateóricos"). La "comprensión por interacción" se refería a cómo el médico percibe al paciente. En este aspecto, y sin nombrarlo, Schneider describió el "sentimiento praecox" años antes que Rümke.”

Señala también Berrios que dado que la perspectiva de diagnóstico de Schneider era transversal, la noción de evolución (en el sentido kraepeliniano) no tenía lugar en su teoría.

Terminaremos esta revisión del texto de Berrios con dos párrafos que creemos claves:

“En resumen, no hay continuidad entre la noción de esquizofrenia de Schneider y las opiniones anteriores, de ahí que no tenga sentido escoger algunos criterios de Kraepelin (por ejemplo, evolución y duración), otros de Bleuler (trastorno del pensamiento formal), y aun otros de Schneider (síntomas de primer rango). No tiene sentido porque cada uno de estos alienistas proponía una definición diferente (no aditiva) de la esquizofrenia y, por eso, los elementos clínicos que describieron solo tienen significado en términos de su propio concepto y no de forma descontextualizada. La definición del DSM-IV resulta un compuesto del tipo que acabamos de describir.”

“La investigación histórica muestra que hay poca continuidad entre Morel, Kraepelin, Bleuler y Schneider. Esto tiene dos consecuencias. La primera es que la idea de una progresión lineal que culmina en el presente constituye un mito. La otra es que el concepto actual de esquizofrenia no es el resultado de una definición y un único objeto de investigación, estudiado sucesivamente por varios equipos psiquiátricos, sino una amalgama de diferentes elementos clínicos que provienen de definiciones varias. Es necesario investigar más para averiguar cómo se llegó a este triste estado de las cosas.”

Si resaltamos estos problemas conceptuales, estas fallas en el discurso psiquiátrico más o menos oficialista, que pretende equiparar el constructo “esquizofrenia” con otros como “diabetes” o “tuberculosis”, es porque nos parece de la mayor importancia para intentar desmitificar ese concepto tan extendido y aparentemente intocable de la esquizofrenia como enfermedad cerebral perfectamente reconocible, real, unitaria y estable. Y nos parece también que si nuestro objeto de estudio está mal fijado, será difícil que lleguemos a conclusiones científicamente válidas o prácticamente útiles.

Ya que en el nivel de las categorías nosológicas hay de todo menos certezas, podríamos estar tentados a descender al nivel sintomático en busca de seguridades mayores. Ya que el cuestionamiento de la continuidad y consistencia histórica de la esquizofrenia no es un hecho aislado en la nosología psiquiátrica, sino compartido por la mayoría de categorías, se apunta en ocasiones una posible solución que consistiría en acercarse más a los “síntomas” y menos a las supuestas “enfermedades”. Es decir, parece más sencillo hablar con alguien que “oye voces”, “está muy triste” o “tiene ideas que le asustan” acerca de su malestar y de nuestro intento como profesionales de ayudarle, que no entrar en las aburridísimas conversaciones que giran en torno a convencer al paciente de que tiene “esquizofrenia” o “trastorno bipolar en fase maníaca”. Sin embargo, la cuestión de la definición de los síntomas dista también de estar clara o exenta de subjetividad. Si confuso y problemático es el concepto de esquizofrenia, como hemos visto siguiendo la revisión del profesor Berrios, tampoco es más nítido un concepto aparentemente más sencillo como es el de “delirio”.

De todas maneras, la idea que intentamos transmitir es la de que, en psiquiatría, carecemos de certezas, ni a nivel de categorías diagnósticas ni siquiera muchas veces a nivel de síntomas aislados. Ello enlaza directamente con comentarios previos sobre la subjetividad inherente a la disciplina. Insistimos en que no se trata de transmitir una visión desesperanzada y pesimista sobre el alcance teórico de la psiquiatría, sino solo de ser conscientes de las condiciones teóricas (luego habrá que pensar también sobre las prácticas, por supuesto) en las que realizamos nuestro trabajo. Como dijimos antes, si los cimientos no son firmes, de nada servirá convencerse de que sí lo son y levantar un edificio que no se sostendrá. En lugar de eso, tal vez habría que plantearse buscar cimientos más sólidos.


Alberto Fernández Liria

Fernández Liria acaba de publicar esta obra: Locura de la Psiquiatría. Apuntes para una crítica de la Psiquiatría y la "salud mental". Hablaremos acerca de lo que hemos entendido en ella, lo cual, evidentemente, puede no coincidir con lo que el autor quiso decir exactamente. Se plantea cómo no es posible hablar acerca de una "historia de la psiquiatría" sino más bien de un "devenir", por cuanto no existe un progreso lineal, una acumulación de conocimientos en pos de la verdad. Un ejemplo de cómo debe evitarse caer en la falacia del progreso. La idea, predominante hoy en día, de que la psiquiatría como disciplina posee un carácter científico contrastado y que su pasado ha sido un lento pero constante desarrollo de descubrimientos para llegar a la casi triunfante situación actual, es criticada y desmontada por completo. 

La tesis de Fernández Liria, que nos parece reveladora y plenamente certera, es que las teorías psiquiátricas han carecido siempre de base empírica contrastada. Incluso las más actuales: supuestos desequilibrios neuroquímicos que nadie ha demostrado y que son tratados con fármacos cuyas eficacias han sido sistemáticamente exageradas y sus riesgos minusvalorados. La psiquiatría no sería una ciencia, pues no es el logro de un saber que se ha demostrado esquivo, sino que sería una tecnología, es decir, un dispositivo para alcanzar una utilidad. Una utilidad, es preciso señalarlo, definida por la sociedad que crea dicho dispositivo. Para el autor, es el sistema sociocultural de un determinado momento histórico el que realiza un encargo a la psiquiatría, la cual, como herramienta de dicho sistema sociocultural, se apresta a llevar a cabo. Solo a posteriori, de forma inmediata pero siempre como consecuencia de ese encargo primigenio, es cuando la psiquiatría desarrolla determinadas teorías para justificar la pertinencia y el sentido de las prácticas que realiza a la hora de cumplir con dicho encargo. Como señala Fernández Liria, las teorías psiquiátricas, tanto pasadas como actuales, serían en realidad ideología en el sentido marxista, es decir, más o menos refinados autoengaños bien construidos para justificar por qué se hace lo que se hace. Eso explica también por qué teorías e incluso paradigmas han sido abandonados sin refutación alguna ni confirmación de teorías posteriores: ya no eran útiles para el nuevo encargo y hubo que sustituirlas por otras más acordes con la nueva situación. Es la infraestructura, en forma en este caso de encargo social, quien determina el funcionamiento de la psiquiatría como institución y disciplina y sus teorías son pura superestructura, juegos de humo y espejos por decirlo de otra manera.

Serían cuatro los encargos que, según Fernández Liria, la sociedad ha hecho a la psiquiatría (entendida esta como disciplina y conjunto de instituciones donde desarrollan su labor varios tipos diferentes de profesionales: psiquiatras, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales, etc.):

  • El primer encargo fue, a finales del siglo XVIII, en los albores de la era de la razón, justificar por qué había que encerrar a las personas que distorsionaban la convivencia en los nuevos y crecientes núcleo urbanos. La amalgama de gentes encerradas en los asilos desde cientos de años antes pasó a ser estudiada por los médicos alienistas, que desarrollaron sus creativas clasificaciones e intentos terapéuticos. Lo positivo muchas veces de dicha labor, la parte de cuidado del loco -que se representa, por ejemplo en la liberación de las cadenas por parte de Pinel- no obvia el hecho de que la psiquiatría cumple con la misión encomendada de justificar y gestionar dicho encierro.
  • El segundo encargo ocurre a finales del siglo XIX y principios del XX en relación con el inicio del tratamiento de los llamados posteriormente trastornos mentales menores y con la aparición del psicoanálisis. Aquí el encargo fue, como señaló Freud, restaurar a la persona "la capacidad de amar y de trabajar". La nueva sociedad capitalista requería trabajadores en buenas condiciones y la psiquiatría empezó a elaborar las prácticas necesarias para que los tuviera disponibles, desarrollando un buen número de nuevas teorías que justificaran dichas prácticas.
  • El tercer encargo sucede a finales del siglo XX. El capitalismo como sistema económico hegemónico requiere ineludiblemente crecimiento. Falto de guerras y posguerras, o territorios a los que extenderse, lo hace a nuevos campos de la sociedad antes no mercantilizados, tales como la gestión del malestar humano, de emociones como la tristeza, la ansiedad o la inquietud infantil... Terrenos que antes se manejaban sin intervención alguna del capital, con recursos de apoyo social y familiar por ejemplo, son ahora convertidos en un lucrativo nicho de mercado. La psiquiatría cumple con este encargo erigiéndose en un dispositivo que pone a disposición de la sociedad un ejército de expertos en la gestión de dicho malestar de la vida cotidiana (que insiste a su vez en la idea de que tal malestar no debe ser dejado fuera del alcance del médico o psicólogo, por lo que pueda pasar...). Estos expertos prescriben profusamente remedios ya mercantilizados y que suponen enormes beneficios para las empresas capitalistas que están detrás de ellos: psicofármacos absolutamente para todo, cada vez a mayores dosis y en mas creativas combinaciones. También se organizan de la misma manera tratamientos psicoterapéuticos en forma de terapias cognitivo-conductuales, o de cada vez más nuevas generaciones, o espectaculares éxitos de ventas como el mindfulness... Todos estos remedios son adecuadamente vendidos y comprados, para mejor funcionamiento del sistema capitalista necesitado siempre de más beneficios. La psiquiatría elabora aquí las teorías que todos conocemos -pero nadie ha demostrado- del malestar como diferentes enfermedades discretas, diferenciables y basadas en desequilibrios químicos a nivel del sistema nervioso central, fundamentalmente, Estas teorías -pura ideología- cumplen a la perfección su misión, que no tiene que ver con describir la realidad (cosa que no consiguen y ni siquiera intentan) sino con justificar de forma aparentemente científica (es decir, acorde con la religión cientificista de nuestros días, aunque este es otro tema) sus prácticas.
  • El cuarto encargo, el más reciente, es descrito como iniciado a partir de la crisis de 2008, como otro ataque del neoliberalismo cada vez más salvaje que nos invade y que, aprovechando movimientos merecedores del mayor apoyo, como el cese del autoritarismo y el paternalismo de los profesionales y el respeto a la autonomía del paciente, quieren deslizar sus prácticas pretendidamente liberadoras para acabar con lo que nos queda de apoyo y compromiso social, de conexión y de ayuda de unos con otros. Este encargo fomenta prácticas privatizadoras, resaltando el individualismo y despreciando la sociedad y los bienes públicos que a ella deben pertenecer (sanidad, educación, recursos energéticos, transportes, etc.). Como señala Fernández Liria, es muy importante no dejar que la imprescindible defensa de la autonomía y el fin del autoritarismo acabe llevando a una situación de exaltación de lo individual donde el cuidado mutuo y la solidaridad ya no tengan cabida.

Hay que resaltar que cada encargo no sustituye al previo, sino que se van acumulando en nuestra sociedad, aunque evidentemente modificando sus prácticas con el tiempo según los cambios que dicha sociedad experimenta.

El libro describe de forma magistral estos cuatro encargos y, a través de ellos, construye el devenir histórico (que no historia) de la psiquiatría. No son páginas que inviten al optimismo y que llenen de ilusión por ponerse a trabajar en estas profesiones nuestras, pero son páginas extraordinariamente lúcidas y singularmente sinceras: suponen una descripción sin duda útil de nuestra disciplina y su discurrir, y entender dicho discurrir puede ser clave si queremos modificar ciertas cosas que cada día nos parecen más inaceptables: la psiquiatrización de todo dolor, el abuso de psicofármacos y diagnósticos, la represión sobre las personas afectas de psicosis (ahora mismo estamos asistiendo a campañas para el fin de las contenciones mecánicas, a las que deseamos el mayor de los éxitos), la absurda preponderancia -en relación ideológica con todo lo anterior- del paradigma biologicista-biocomercial, etc.

Alberto Fernández Liria, como es propio de él en lo poco que creemos conocerle, no se queda para nada en la crítica, sino que desarrolla en la segunda parte de su libro todo un listado de ideas para cambiar la situación que denuncia, para hacer de la psiquiatría un instrumento verdaderamente útil para las personas que atiende y la sociedad en la que habita. Una psiquiatría que sea capaz de superar estos encargos, o así lo entendemos, y buscar otro aún no explicitado, que también nosotros buscamos repetidamente en nuestros escritos: una psiquiatría que pueda ocuparse, sin imposiciones, de ayudar a la gente afecta de experiencias que sobrepasan una relativa normalidad y ocasionan sufrimiento por ello, una psiquiatría que pueda prestar ayuda puntual a personas afectas de dolores propios de esa normalidad (que, a veces, duele y mucho), pero sin usurpar funciones que corresponden -y son mucho mejor realizadas- a la familia, los amigos, el sindicato, o a toda la sociedad misma que debe unirse y cambiar aquello que cause miseria y desgracia a muchos para beneficio de unos pocos.

En resumen, el libro de Alberto Fernández Liria debería ser de lectura obligatoria para todo el que quisiera acercarse a un intento de entender la evolución histórica de la psiquiatría. Una obra clave para entender también cómo la psiquiatría y sus prácticas funcionan según lo que una determinada sociedad pide de ella y, solo más tarde y de forma secundaria a dicho encargo y dichas prácticas, elabora más o menos pintorescas teorías para autojustificarse. Teorías que luego los psiquiatras nos creemos casi como dogmas de fe y, a su vez, propagamos a la opinión pública de forma acrítica. Una vez más queda patente la estrecha interrelación entre psiquiatría y cultura y cómo sería necesario, en nuestra opinión, trabajar en busca de una psiquiatría diferente que pueda suponer un pequeño paso para construir también una sociedad diferente. Para ese ambicioso y tal vez inalcanzable objetivo, el libro de Alberto Fernández Liria es un muy útil mapa para orientarnos sobre el terreno que pisamos.



"Críticas y alternativas en psiquiatría" (Alberto Ortiz Lobo y Rafael Huertas)

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Hoy publicamos una reseña de un libro reciente titulado Críticas y alternativas en psiquiatría. Se trata de una obra que cuenta con Alberto Ortiz y Rafael Huertas como coordinadores y, a la vez, como autores junto con Iván de la Mata y Vicente Ibáñez. Son autores del máximo prestigio y sus publicaciones previas han sido de gran influencia para nosotros y, nos atrevemos a afirmar, para toda la corriente de psiquiatría crítica que -todavía escasa- hay en este país y de la que intentamos formar parte con nuestros propios escritos. En este blog hemos recogido trabajos previos de ellos, sobre relación terapéutica y tratamientos en postpsiquiatría (aquí), sobre uso y abuso de antidepresivos (aquí), sobre prevención cuaternaria (aquí), sobre iatrogenia en salud mental (aquí), sobre neoliberalismo y salud mental (aquí), o reseñando alguna obra previa que consideramos imprescindible (aquí). 

El libro que nos proponemos reseñar nos ha parecido del mayor interés y, sin duda, recomendamos su lectura. Se estructura en cuatro capítulos independientes, cada uno escrito por uno de los autores mencionados, aunque sin duda, toda la obra tiene un sentido como tal. Dicho sentido, en nuestra opinión, estriba en proporcionar un preciso y certero mapa de carreteras de la situación de eso que se da en llamar psiquiatría crítica o postpsiquiatría, sobre todo en nuestro entorno, en este país. 

Comienza Rafael Huertas describiendo el movimiento antipsiquiátrico tanto en sus antecedentes históricos como en posiciones más recientes. Evidentemente, la antipsiquiatría es una de las fuentes -para nada la única- de las que bebe el movimiento crítico actual y es importante conocer qué fue y, sobre todo qué no fue. Como en varios campos de conocimiento relacionados con nuestras disciplinas psi, de la antipsiquiatría se habla mucho y se sabe poco, y el magistral capítulo de Huertas resulta esclarecedor en ese sentido. 

En segundo lugar, leemos a Iván de la Mata desgranando el tema de cómo fue la tan traída y llevada reforma psiquiátrica en España y los procesos de cambio social y político en que se desarrolló y con los que se retroalimentó. Para nosotros que, aunque ya no somos jóvenes, no vivimos aquellos acontecimientos (tampoco Iván, pero destaca su labor de investigación y la información que proporciona sobre el tema) resulta del mayor interés conocer cómo se pusieron los cimientos de la atención a la salud mental que tenemos hoy en día, qué logros se alcanzaron y qué pecados (más o menos originales) se cometieron y aún estamos pagando. Recientemente leímos también un libro de Guillermo Rendueles, titulado Las falsas promesas psiquiátricas, que recopilaba distintos trabajos de este autor y, en uno de ellos, se revisaba el tema de la reforma psiquiátrica en este país, en esta ocasión escrito por alguien que sí la vivió en primera persona. También es una lectura del mayor interés. 

El tercer capítulo del libro está escrito por Alberto Ortiz y trata de la postpsiquiatría como desafío al habitual autoritarismo profesional que suele impregnar nuestras prácticas. Desarrolla aquí Alberto un preciso estado de la cuestión, considerando postpsiquiatría y psiquiatría crítica como sinónimas, dentro de la amplia polisemia con que ambos términos son empleados. En general, también en nuestra opinión, son conceptos reservados para profesionales, sin duda críticos con la psiquiatría actual, pero no partidarios directamente de una abolición antipsiquiátrica de todo el sistema de salud mental (ya en el capítulo de Huertas aprendimos que tampoco había un plan común de la antipsiquiatría en tal dirección y que, de hecho, no puede hablarse de una antipsiquiatría como conjunto homogéneo; posiblemente -en nuestra opinión- más de uno de aquellos antipsiquiatras encajarían mejor en el término de psiquiatras críticos). Ortiz describe la postpsiquiatría como intento de resistencia al autoritarismo, al cientificismo y a la mal llamada psiquiatría biológica, y pone especial atención, como no podría ser de otro modo, en las prácticas coercitivas. En ello estamos nosotros también. 

Por último, el cuarto capítulo es de Vicente Ibáñez y revisa la situación actual del activismo profesional en salud mental, así como las dificultades que existen para coordinar los diferentes movimientos existentes y forjar amplias alianzas entre ellos. Un reflejo más, nos parece evidente, de lo que ocurre a nivel social y político entre los muy variados movimientos que se oponen al sistema actual tal como está articulado pero parecen a la vez empeñados en no ponerse de acuerdo con otros movimientos por detalles que apenas serían más que letra pequeña, dada la magnitud del enemigo a que se enfrentan -nos enfrentamos-, ya lo queramos llamar capitalismo, globalización neoliberal, heteropatriarcado, destruccion climática, etc. Todas ellas cabezas de la misma hidra que nos amenaza a todos.

Insistimos en que la obra, pese a esta clara división por temas, es un todo unitario que merece mucho leer como tal. Nos ha parecido (tal vez impresión nuestra pero tenemos claro que, una vez en sus manos, la obra es del lector) que este libro es una especie de pequeño alto en el camino para coger aire y dejar constancia de dónde hemos llegado, cuál es el paisaje que nos rodea, así como recordar de qué tierras y batallas venimos, tanto ganadas como perdidas, y aventurar qué desafíos nos aguardan. Una parada en el camino para repasar pasado y presente y encarar, con las cosas un poco más claras, el futuro que se abre ante nosotros.

Querríamos recoger textualmente algunas ideas y fragmentos del libro que nos han parecido especialmente interesantes, y dedicarles algunas líneas. Antes, señalar también que los autores optan por usar el femenino genérico a lo largo de toda la obra, en indudable toma de posición también en ese tema. Por supuesto, el lenguaje, como la psiquiatría, son campos de lucha política. Como tales deben ser analizados y en tanto que tales, en ellos debemos librar nuestras guerras, en busca de una mejor psiquiatría que solo será posible en una mejor sociedad.



"[...] nuestra participación activa en la individualización de los problemas sociales convierte nuestra bienintencionada compasión por el sufrimiento psíquico del otro en una especie de colaboracionismo con el poder político que ayuda a controlar y perpetuar, en un nivel macro, las injusticias y desigualdades socioeconómicas mientras ponemos el foco en los síntomas de un sujeto descontextualizado."


"Sin embargo, la construcción de alternativas no implica solo al ámbito psiquiátrico (las soluciones sectoriales son siempre limitadas), sino a procesos más amplios de cambio social. La politización del sufrimiento en nuestro modelo de sociedad nos lleva a denunciar, claro está, las consecuencias de la privatización y los recortes en relación con los recursos asistenciales; a propugnar modelos de atención respetuosos con los derechos humanos, con la proscripción de prácticas coercitivas (tratamientos involuntarios, contenciones mecánicas, etc.), desde el convencimiento de que la "libertad es terapéutica"; pero también a advertir las falacias culturales del sistema: el individualismo, la competencia, la inmediatez, la fragilidad de las relaciones humanas, etc.; y a insistir una y otra vez en las consecuencias demostradas de la crisis económica, de la pobreza y la precariedad, en la salud en general y en la salud mental en particular."


"La psiquiatría crítica o la postpsiquiatría comparten con las posturas más radicales la necesidad de combatir el estigma, la cosificación y la medicalización del paciente mental; son críticos con el imperialismo farmacológico, coinciden en la crítica de cualquier violencia, incluida la del diagnóstico, y otorgan mucha importancia al apoyo mutuo, a la ayuda por iguales, que implica la participación en el cuidado de una persona en crisis de otras que, habiendo tenido una experiencia similar, son capaces de entenderla y de acompañarla. Sin embargo, aún abogando por un modelo no medicalizado y no coercitivo, no se renuncia a un sistema público y colectivo, equitativo y participativo".


"Por otro lado, tampoco podemos olvidar que la mitificación de la locura entraña un riesgo de apreciación. La figura del loco puede llegar a ejercer una gran fascinación hasta el punto de llegar a considerársele un héroe contracultural, aquel capaz de no entrar el el juego de una sociedad alienante. Por muy crítico que se pueda ser con la sociedad de consumo o con el modo de producción capitalista, buscar este tipo de complicidades me parece tan frívolo como peligroso."


"El binomio ayuda - control social preside la práctica de la psiquiatría desde sus orígenes. [...] La coerción ya no se limita al encierro en el psiquiátrico (que sigue existiendo), sino a un uso abusivo y continuo de la medicación psiquiátrica y una serie de técnicas psicoeducativas que, desde el diagnóstico médico, introducen narrativas crónicas de enfermedad que crean una identidad alienada. [...]. Los problemas de salud mental se descontextualizan de sus raíces sociales o políticas y son dejados en manos de expertos y técnicas que tratan de reparar a la paciente y actúan como muro no deseado de contención del malestar social y de reproducción del discurso dominante. Esta función social de las disciplinas de la salud mental parece actualmente insoslayable".


"La industria farmacéutica es uno de los agentes que participa activamente en la medicalización del sufrimiento psíquico [...]. Su papel no ha sido solamente el de la comercialización de los psicofármacos, sino que ha sido estratégico en la configuración del discurso biomédico de la enfermedad mental, a través del control de la investigación, los lazos con la "academia psiquiátrica", la formación de las profesionales y la financiación de asociaciones profesionales y de usuarias. [...] También toda una industria psicológica ha participado de esta medicalización del sufrimiento con la expansión de la necesidad de ayuda psicológica como guía de la buena vida: la explosión de técnicas psicoterapéuticas, la celebración del coaching o de los libros de autoayuda."


"La postpsiquiatría desafía el autoritarismo cientifista psiquiátrico poniendo en tela de juicio la perspectiva individualizada del sufrimiento psíquico y la preeminencia del discurso profesional, así como analizando críticamente el paradigma tecnológico en psiquiatría y los valores que tiene asociados. Desde estos cuestionamientos propone una práctica psiquiátrica que pretende ser más democrática y emancipadora, sometida a un escrutinio constante por la significación sociopolítica que inevitablemente constituye esta disciplina."


"[...] las profesionales sanitarias que atienden a pacientes han de evaluar los perjuicios de sus bienintencionadas intervenciones y sopesarlos con los posibles beneficios que también pueden aportar. Este balance es muchas veces negativo, pero resulta difícil considerarlo por la mirada patologizadora de los clínicos que refuerza su papel de expertas, la sobreestimación de los beneficios de sus intervenciones y la minimización de los riesgos de una actuación que se realiza desde la ayuda y el cuidado."


"[...] una práctica profesional que prima la participación de la paciente y la responsabilización de su propio tratamiento en vez de su sumisión se convierte en un instituyente incómodo que desafía los distintos ámbitos, tanto el dispositivo asistencial, el entorno laboral, académico o vecinal de la paciente, como su familia."



Son solo unos apuntes tomados durante la lectura del libro, de fragmentos con los que nos hemos sentido especialmente de acuerdo, pero insistimos en recomendar su lectura completa. Esta obra, por supuesto, no se limita a levantar acta del tema que nos ocupa, sino que es en sí misma una toma de partido a favor de esta psiquiatría crítica o postpsiquiatría y en contra de mucho de lo que considera erróneo e iatrogénico en el funcionamiento actual de la psiquiatría oficial. Y ofrece, desde su mismo título, una mirada sobre las alternativas posibles, sobre cómo sería -es ya, al menos parcialmente- una práctica clínica construida sobre otros supuestos. Como hemos dicho en ocasiones, desde la crítica a la psiquiatría hay que terminar llegando a una psiquiatría diferente que sea a su vez crítica.

En relación con esto, queremos señalar también que este libro, unido a la por suerte cada vez más amplia bibliografía crítica existente tanto en inglés como en castellano, debería exigirnos a todos sus lectores una toma de postura. Creemos que la nuestra está tomada públicamente hace ya tiempo, pero nos referimos a ciertas actitudes que observamos también en nuestro entorno más cercano, en forma de profesionales que leen o incluso alaban lecturas críticas como la que recomendamos hoy, pero en cuya práctica clínica no se observa atisbo de desviación frente al discurso más paternalista, medicalizador y bio-comercial habitual. Vamos, que leer es importante, pero en algún momento hay que empezar a pasar a la acción. En frase atribuida a Cesare Pavese: "no más palabras, un gesto". De nada nos sirve leer libros tan necesarios como este Críticas y alternativas en psiquiatría, si luego no hacemos algo con ello.





"Despsiquiatrizar la cultura como necesidad ineludible para un cambio social emancipatorio" (Revista Kamchatka nº 10)

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Hace un año aproximadamente publicamos un artículo en la revista de análisis cultural Kamchatka, titulado “Despsiquiatrizar la cultura como necesidad ineludible para un cambio social emancipatorio”, dentro del número monográfico "Mundo Hospital: enfermedad y formas de vida en las sociedades actuales". 

Hoy lo recogemos aquí con mínimos cambios:



Resumen: La psiquiatría actual contribuye a configurar una cultura donde muchos malestares que podrían explicarse desde el punto de vista social son entendidos como problemas individuales subsidiarios de tratamiento farmacológico o psicoterapéutico. Esta situación viene causada por múltiples factores, pero se sostiene claramente por los beneficios obtenidos por diversos agentes que participan en ella: beneficio en términos económicos para la industria farmacéutica, beneficios en términos de prestigio para los profesionales, beneficios en términos de desresponsabilización para pacientes o familias, etc. Sin embargo, consideramos que los perjuicios, tanto para los sujetos individuales atrapados en esta red, como para la sociedad en su conjunto, son terribles. Señalaremos ejemplos de cómo aparece la psiquiatría en medios de comunicación y obras de la cultura popular y nos plantearemos que algo deberíamos intentar hacer en busca de un cambio emancipatorio, tanto desde un punto de vista individual como social.

Palabras clave: psiquiatría, cultura, industria farmacéutica, psicoterapia, cambio social.



Influencia de la psiquiatría en la cultura, y de qué clase de psiquiatría estamos hablando


En este trabajo nos proponemos llevar a cabo un intento de análisis de la relación entre nuestra cultura occidental y la psiquiatría. Nuestra tesis es que existe una suerte de retroalimentación entre la psiquiatría actual, como conjunto de teorías y prácticas, y la cultura en la que vivimos, y que ambas se influyen mutuamente de manera estrecha. No ocultaremos que el objetivo último de este trabajo es formular, a través del estudio de la relación entre psiquiatría y cultura, una crítica a la psiquiatría actual como institución y disciplina. Cuando nos referimos a la psiquiatría actual, hablamos del paradigma hegemónico (aunque no exclusivo) que se autodenomina biológico, pero que se suele centrar en un enfoque exclusivamente neuroquímico en nuestra opinión demasiado simple para la complejidad que posee el cerebro humano: trastornos explicados en base a neurotransmisores cuya cantidad aumenta o disminuye. Junto a este enfoque biologicista perduran aún otros, por eso se ha planteado (1) que la psiquiatría se encontraría de hecho en una posición preparadigmática en el sentido de Kuhn (2), donde ningún paradigma ha llegado a ser exclusivo, aunque haya habido varios que han sido preponderantes en un momento u otro, como pudo serlo el psicoanálisis en las décadas intermedias del siglo XX.

La psiquiatría ya desde dicho momento se fue estableciendo como un elemento más de la cultura popular (como decía en un episodio de la genial Mad Men (3) Roger Sterling a Don Draper, ante el hecho de que las mujeres de ambos estuvieran yendo al psicoanalista: “la psiquiatría es el regalo de estas navidades…”). Corrían los primeros 60 y ya desde esa época podemos rastrear una cierta característica con la que la psiquiatría llega al espacio sociocultural: la sospecha, el misterio, la búsqueda de lo oculto a simple vista, lo que se encuentra en las profundidades… Con un estilo a lo Sherlock Holmes (y con similar querencia por las drogas), el pensamiento psiquiátrico juega a localizar significados ocultos, neurosis clandestinas, enfermedades sin tratar… Y lo que en esos tiempos ya lejanos del psicoanálisis es más una búsqueda de deseos, perversiones inconfesables o pecados de distinta índole, se va convirtiendo a lo largo de los años 80 y posteriores en una búsqueda esta vez de patologías concretas, en una obsesión enfermiza por analizar cualquier malestar psíquico, emocional o moral, en términos de enfermedad, de disfunción somática más o menos teorizada, de tara física a niveles ignotos (pero siempre próximos a ser descubiertos, aunque varias décadas después tales descubrimientos siguen sin llegar (4)). El Sherlock Holmes psiquiátrico, encuentra ahora elemental categorizar la tristeza como depresión, la ansiedad como fobia social, la rareza como autismo, las travesuras como TDAH, la variabilidad emocional como bipolaridad y la condición de ser humano como trastorno de la personalidad, entre otras lindezas… Esta psiquiatría contribuye a configurar una cultura donde muchos malestares explicables desde el punto de vista social, tales como la precariedad laboral, el paro de larga duración, la falta de vivienda o de los medios mínimos para subsistir con dignidad, la falta de recursos para personas dependientes o la misma soledad, son entendidos y afrontados como problemas individuales subsidiarios de tratamiento farmacológico o psicoterapéutico, sin prestar la debida atención muchas veces a los riesgos en forma de dependencias o efectos secundarios diversos. Esta problemática es explicada exclusivamente a nivel del individuo: hipótesis nunca demostradas fehacientemente sobre sus excesos o déficits de neurotransmisores, o su biografía en edades tempranas, o su forma de procesar la información del entorno, o sus conductas o su dinámica familiar… Pero siempre sin levantar un ápice la mirada y plantearse (o dejar que la persona se plantee) si su situación social no será la principal causa de su malestar, en una cultura caracterizada por la competitividad y el egoísmo. La psiquiatría ofrece pastillas tranquilizadoras o terapias para, en última instancia, resignarse a su destino, impidiéndole intentar cambiar dicha situación social, a ser posible junto a otras muchas personas dañadas por las mismas circunstancias. Una psiquiatría tal configura una cultura donde se rehúyen los conceptos de voluntad, responsabilidad o libertad, quedando muchas conductas consideradas problemáticas (adicciones diversas, ludopatía, tal vez incluso el maltrato físico…) como ajenas al control del sujeto, pretendidamente determinadas por sus neurotransmisores, sus conflictos intrapsíquicos o cualquier otro enfoque que deje siempre desatendido el aspecto social y la responsabilidad/control del sujeto sobre sus propios actos y su propia vida.

Foucault estableció ya en su obra Historia de la locura en la época clásica (5) que el gran encierro se produjo un par de siglos antes de que llegaran los médicos a los asilos de alienados. Sobre una mezcla heterogénea de locos, alcohólicos, criminales, adúlteras, demenciados o deficientes mentales, llegaron después los médicos, desarrollando sus clasificaciones, sus árboles botánicos con las especies de la locura… Poco podría esperarse de una clasificación hecha a partir de semejante material de investigación, pero ese es otro tema. El caso es que creemos que, en la actualidad, en esta interacción entre la psiquiatría y la cultura en que vivimos, este afán clasificatorio ha escapado del asilo y campa libremente por nuestra sociedad, atreviéndose a diagnosticar toda conducta que se salga de una normalidad imposible con los nombres de los más variopintos trastornos. Cualquier malestar, ya sea originado en una mismo o en los otros, queda fácilmente categorizado con un diagnóstico psiquiátrico tras el encuentro con un profesional.



Papel de la industria farmacéutica en todo esto


Por supuesto, esta psiquiatría no nace hecha ni llega a ser como es y funcionar como funciona sin causa alguna. Hemos señalado, de forma aproximada, el momento del inicio de este estado de cosas en los años 80 del siglo pasado, en clara relación temporal con la aparición del DSM-III, manual de la Asociación Americana de Psiquiatría (6) que, a diferencia de sus dos discretas versiones previas, se convertía en arma de la entonces incipiente psiquiatría biológica, ya estrechamente asociada con la industria farmacéutica (7). También en estos años surgen los primeros psicofármacos de precios elevados que son propulsados a los primeros puestos en ventas y como iconos culturales, con el ejemplo paradigmático del Prozac. La industria farmacéutica, desde nuestro punto de vista, ha colaborado y sigue haciéndolo de forma clave en provocar y mantener este estado de cosas. Nos detendremos un poco en este punto.

Varios autores han señalado (8, 9, 10, 11), que este paradigma biológico podría considerarse más apropiadamente como “biocomercial”, dada la extraordinaria influencia que en su instauración y sobre todo mantenimiento tiene la industria farmacéutica, en busca de sus inmensos beneficios y a través de variados mecanismos. En primer lugar se podría señalar la influencia de la industria en cuanto a que es quien realiza gran parte de la investigación científica, especialmente en cuanto a los estudios sobre psicofármacos, con el consiguiente sesgo de publicación (ocultación de estudios con resultados negativos), manipulación de datos para favorecer determinadas conclusiones o firma por parte de autores de supuesto prestigio de trabajos que no han realizado. En segundo lugar se aprecia esta influencia en forma de marketing, ya sea directo sobre los médicos prescriptores, con generosos obsequios y patrocinios para actividades solo muy relativamente científicas, o bien sobre asociaciones de enfermos y familiares, que se convierten en voceros de cada novedad terapéutica, las cuales muchas veces no tienen mayor eficacia que fármacos más antiguos bien conocidos y, lo que es más preocupante, pueden acarrear efectos secundarios potencialmente peligrosos a veces ocultados incluso por la propias compañías farmacéuticas (12, 13). La tercera pata de esta influencia de las corporaciones farmacéuticas sobre la psiquiatría actual es la clara dejación de funciones de las administraciones públicas que deberían controlar dichas industrias en relación -no lo olvidemos- con la salud de millones de personas, pero que tardan en reaccionar si lo hacen, ante las muchas irregularidades puestas al descubierto, con legislaciones más preocupadas por el secreto comercial y las patentes que por la vida y la salud de muchas personas.

Nos hemos detenido aquí porque consideramos que era importante. Nuestra cultura, planteamos, está claramente influenciada por (e influye en) la psiquiatría actual. Pero no entenderemos qué es y cómo funciona la psiquiatría actual más que indagando en profundidad por qué es como es. Y la respuesta es que la influencia de la industria farmacéutica en la psiquiatría es casi absoluta, aunque por suerte tampoco completa (14).

De todas maneras, para nada es la industria farmacéutica el único villano de esta historia. Realmente, ni siquiera el principal: la industria tiene como fin la obtención de beneficios económicos, como no podría ser de otra forma en el sistema económico en que vivimos. Otra cosa es que, en este afán de lucro, la ética brille por su ausencia. Pero aún más grave que la falta de ética de la industria farmacéutica es la connivencia de muchos profesionales sanitarios con ella. Conflictos de intereses cuya revelación nada soluciona (pues no es otra cosa que confesar el pecado sin el menor propósito de enmienda), de grandes líderes de opinión que salen en revistas científicas o incluso en medios de comunicación de masas anunciando nuevos remedios como si de feriantes se tratara (15), o incluso tratamientos para condiciones que en absoluto eran enfermedades hasta ese momento, como fue el caso paradigmático de la fobia social (16); conflictos de interés también del profesional de a pie, que a cambio de pequeños obsequios (no obstante, prohibidos por la Ley del Medicamento (17)) en forma de comidas, viajes o libros se deja influir en su prescripción. Y apuntando hacia más arriba, las administraciones sanitarias públicas encargadas de velar por el adecuado funcionamiento del sistema en cuanto a aprobación de nuevos fármacos, estudio y control de los ya aprobados, etc., realizan una negligente dejación de funciones, permitiendo legislaciones que autorizan un fármaco con estudios insuficientes tanto de eficacia como de seguridad, consintiendo manga ancha a los laboratorios farmacéuticos a los que luego van a trabajar (mediante bien engrasadas puertas giratorias) muchos directivos de las mismas agencias públicas que se supone los controlan. Todo este entramado, conocido y notorio, para nada fruto de ninguna teoría de la conspiración, ha contribuido y contribuye de forma esencial en el cambio cultural que venimos señalando: una sociedad donde condiciones y situaciones que antes se consideraban variantes de la normalidad, son conceptualizadas ahora como enfermedades necesitadas de tratamiento, usualmente farmacológico. Ello provoca una desresponsabilización masiva, no solo sobre el control de las emociones consustanciales a los avatares de la vida, sino también sobre conductas voluntarias, como adicciones diversas, que escapan ya al control del sujeto según dice el mantra psiquiátrico y son excusadas por principio. Esta desresponsabilización se convierte en otro factor importante de mantenimiento de esta visión de la psiquiatría en nuestra cultura: podemos refugiarnos en nuestras depresiones para no actuar ante nuestros problemas; podemos exculparnos de educar deficientemente a nuestros hijos, porque su hiperactividad y distracción están en su cerebro; podemos gastarnos el dinero que no tenemos en máquinas tragaperras o casinos, porque sufrimos un déficit del control de los impulsos. Una clara ventaja a corto plazo que convierte a la psiquiatría en una herramienta de la máxima utilidad, aunque a medio y largo plazo el daño que termine por causar sea terrible. No solo por los múltiples efectos secundarios causados por los fármacos psiquiátricos, especialmente si son consumidos por períodos prolongados de tiempo, sino también por un cambio más social que individual, en el sentido de ir construyendo una sociedad donde nadie es culpable de lo que hace. Una sociedad donde la responsabilidad se diluye en un magma de neurotransmisores, infancias traumáticas, cogniciones desordenadas y otros conceptos más o menos parecidos. Una sociedad donde se considera casi imprescindible tener que acudir a un profesional a por una pastilla o una terapia para superar el duelo por la muerte de un ser querido o el abandono por parte de la persona amada.



Funcionamiento de la psiquiatría como discurso narrativo de control social y no como discurso científico: reflexiones desde de Shazer, Lyotard y Foucault


Volvamos un momento a Sherlock Holmes, siguiendo a Steve de Shazer (18), como metáfora de cómo somos vistos los psiquiatras y profesionales psi en general por la sociedad y cómo nos han hecho creer que es nuestra profesión: el profesional bajo el estilo Sherlock Holmes es el prototipo de científico moderno (con esa confianza ciega en el relato científico que la postmodernidad se encargó de socavar), con su conocimiento especializado en acontecimientos o modelos similares, su lógica, su capacidad de observación, su habilidad para perseguir la verdad firmemente y su capacidad para diferenciar entre pistas y ardides distractores, con su propio lenguaje no apto para no iniciados, lleno de misterio y poder. El psiquiatra, cual Sherlock Holmes, reúne pruebas e indicios para luego interpretarlos lógicamente e inferir “la verdad” a la que nadie más llega. El estilo Sherlock Holmes solo funciona cuando el profesional ha conseguido ignorar los engaños y se ha concentrado en las claves adecuadas. Este es aún el estilo bajo el que se conducen la mayoría de profesionales de la psiquiatría, estilo fundamentado en la idea de que la psiquiatría en una ciencia pura similar a la física o la matemática. Sin embargo, el carácter muy escasamente científico de la psiquiatría, al menos en comparación con las ciencias naturales, invalida y vuelve disfuncional este estilo holmesiano.

Recurriremos ahora a Lyotard en La condición postmoderna (19), con el que podríamos decir que por un lado hay un discurso científico psiquiátrico que configura un determinado saber, una disciplina y, por otro lado, un dispositivo que ejerce determinado poder, desde un enfoque ético y político determinado. Lyotard marca una diferencia entre saber científico y narrativo y, a partir de ahí, creemos que se puede afirmar que la psiquiatría posee tal vez un saber que es esencialmente narrativo, aunque pretende presentarse como científico, al menos en nuestra cultura que es desde donde analizamos el fenómeno. Lo que a su vez provoca determinadas consecuencias a la hora de la aplicación práctica de la disciplina, tanto sobre personas individuales como influyendo en la configuración de la misma sociedad en la que funciona. En nuestra cultura, no es el mismo poder el que se reconoce a una discurso científico que a uno narrativo. Tal vez si se revelara que el verdadero estatuto del saber psiquiátrico no es el de la ciencia, no sería tan grande el poder del que dispondría a la hora de ejercer sus funciones de control social. Funciones que se ejercen tanto sobre la conducta desorganizada del llamado enfermo mental como sobre el potencial reivindicador de los sujetos inmersos en circunstancias socioeconómicas y políticas que la misma psiquiatría transustancia en malestares individuales, con la consiguiente colaboración al mantenimiento del statu quo. Desde este punto de vista, el saber psiquiátrico podría estar (de hecho, se podría considerar que lo está ya) al servicio de un sistema político y social injusto, desempeñando una función de control y anestesia del malestar, apaciguando posibles ansias emancipadoras (o revolucionarias) al situar en lo individual, donde se agota en sí mismo, el descontento originado realmente en lo social.

Tras Lyotard, haremos ahora unos comentarios sobre el estudio foucaltiano de la locura. Foucault (20, 21) afirma haberla estudiado para mostrar cómo, mediante ese extraño discurso, se hace posible un cierto tipo de control de los individuos tanto dentro como fuera de los asilos. Nuestro autor abordó este tema en La historia de la locura en la época clásica, El poder psiquiátrico o Tecnologías del yo. En nuestra opinión y a partir de estas lecturas, el dispositivo psiquiátrico tal y como existe en nuestra sociedad, se ampara en un supuesto saber, una ciencia que no deja de ser un cierto “juego de verdad” mucho más cercano a la subjetividad de las ciencias del espíritu que a la mayor objetividad (nunca completa, por supuesto) de las ciencias naturales. A partir de dicho saber se desarrollan unas tecnologías de poder y unas tecnologías del yo. La psiquiatría plantea una relación entre psiquiatra y paciente que es básicamente de dos tipos: el paciente es un “loco” sobre el que se ejerce un dominio que pretende controlar su conducta (con el encierro en el asilo clásico o con el tratamiento tranquilizador dispensado en las consultas modernas), o bien el paciente es un “cuerdo” preso de ansiedades y depresiones diversas, sobre el que se ejerce un dominio diferente, buscando su consuelo, su anestesia, su resignación, evitando así que malestares muchas veces de causa social sean vistos como tales, aplacándolos hacia expresiones exclusivamente individuales. Desde nuestro punto de vista, la tecnología de poder clásica de “control del loco” que con tan gran acierto describió Foucault se ha visto en las últimas décadas acompañada de la tecnología de poder de “consuelo del triste y el ansioso”, desviando todo un caudal de malestar social a cauces de tranquilización individuales (ya sea con psicoterapias o fármacos de diversos tipos). 

Sin dejar todavía a Foucault, hemos hablado ya con cierto detalle del papel de la industria farmacéutica y los tratamientos psicofarmacológicos en la psiquiatría actual y, por extensión, en nuestro contexto socio-cultural. Pero hay otro aspecto del tratamiento psiquiátrico-psicológico que es la psicoterapia, de la que también queremos decir unas palabras. Partiendo de este punto de vista del pensamiento foucaltiano, planteamos la idea de que la psicoterapia sería una cierta tecnología del yo por la cual el sujeto lleva a cabo toda una serie de cambios en sus pensamientos, afectos o conductas, bajo la dirección de un terapeuta. Creemos que existe en nuestra cultura la idea extendidísima y aceptada casi de forma acrítica de que “expresar / confesar / no guardarse los problemas / preocupaciones / traumas… es bueno / necesario / imprescindible… para estar bien / ser feliz / realizarse uno mismo…”. Tal vez pueda leerse esta idea como un meme porque se transmite de persona a persona, de generación en generación, e impregna nuestras manifestaciones artísticas más diversas, en cine, literatura, televisión, etc. Si tienes un problema que te preocupa, es imprescindible o, en todo caso, muy útil, que lo hables con un psiquiatra / psicólogo / psiloquesea para desahogarte / elaborarlo / superarlo. Podríamos hipotetizar que tal meme se origina posiblemente en los inicios del siglo XX y en relación con el extraordinario auge del psicoanálisis, o tal vez fuera al revés y fue el psicoanálisis el que surgió tras el citado meme. El caso es que se extiende poco a poco la idea de que hay que hablar de los problemas para solucionarlos o superarlos. Nos parece que en otras culturas o en épocas previas a la nuestra, dicho meme no existía. Tal vez en la época de nuestros abuelos y bisabuelos, el meme dominante fuera algo así como “no hables de tus problemas, resígnate a ellos y sigue adelante”. Y la cuestión es que nada parece indicar que las personas que vivieron en esas épocas y esas culturas fueran necesariamente más desgraciados / infelices / enfermos que nosotros. Al contrario, parece que cada vez se soporta menos cualquier dolor, frustración o malestar y enseguida necesitamos un experto que nos dé un remedio para aliviarnos, porque no somos capaces (o creemos no serlo) de salir adelante por nuestros propios medios personales y la ayuda de nuestros propios apoyos sociales.

Evidentemente, una vez instaurado el meme de que “hablar es bueno”, la gente inmersa en dicha cultura siente la necesidad de hablar y corre el riesgo de sentirse mal si no habla. Pero tal vez la eficacia de las psicoterapias tenga más que ver con la profecía autocumplida de esta idea cultural que con una realidad más o menos objetivable. Una especie de placebo para toda una cultura, por así decirlo. 

Este entramado que la psiquiatría dominante forma con y en la cultura de nuestro tiempo, como dispositivo de control social en los diversos aspectos que hemos comentado, acaba colaborando, en nuestra opinión, al mantenimiento del statu quo sociopolítico. El malestar originado en lo social se trata solo en lo individual (o familiar a lo sumo), con tratamientos farmacológicos y terapias psicológicas que terminan por conducir a un cierto adormecimiento. Aunque esta descripción de la psiquiatría no deja de ser una generalización, se nos plantea la pregunta de si, con un dispositivo semejante, hubiera habido manera de tomar la Bastilla o asaltar el Palacio de Invierno, en busca de un mundo mejor (con éxito o sin él, porque eso ya es otra cuestión).



La psiquiatría en los medios de comunicación de masas


Tras este planteamiento teórico que hemos querido desarrollar, más hipótesis que certezas, detengámonos ahora en algunos ejemplos de esta influencia de la psiquiatría en la cultura que habitamos y, por supuesto, viceversa. Podemos señalar por un lado distintas apariciones en los medios de comunicación de masas y, por otro, manifestaciones artísticas de distinta índole que reflejan, con mayor o menor distorsión, lo que nuestro contexto socio-cultural entiende por psiquiatría o por locura.

Diremos primero que, a pesar del predominio del paradigma que hemos denominado biocomercial, resisten cual aldea gala otros planteamientos más o menos críticos: desde tenaces reductos psicoanalíticos hasta enfoques más críticos, en busca de una cierta postpsiquiatría (22) y tal vez crecientes. Por ello, se observa una cierta dicotomía en las apariciones de la psiquiatría en los medios o la ficción, una lucha no del todo soterrada entre visiones contrapuestas de las figuras del psiquiatra, el loco, el depresivo, la medicación o la psicoterapia, entre otras.

Evidentemente, en los medios de comunicación encuentra más sencillo acomodo el pensamiento más oficial: el autodenominado biologicista, bien engrasado por la industria farmacéutica como ya hemos visto. Grandes líderes de opinión de la psiquiatría española escriben con cierta asiduidad en medios de comunicación de masas, muchas veces aprovechando el lanzamiento de supuestas novedades terapéuticas. Ejemplos tenemos en el Dr. Jerónimo Sáiz, entonces presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, predicando las bondades de un fármaco para la esquizofrenia (23) y defendiendo su ausencia de efectos secundarios (aunque no era eso lo que afirmaba la ficha técnica oficial del fármaco (24)). O también en el Dr. Eduard Vieta, por poner otro ejemplo, quien defendía los beneficios superiores de un nuevo fármaco para el trastorno bipolar, beneficios que los estudios no habían encontrado por ningún lado (25). Mención aparte hay que hacer de comentarios de otros profesionales, también de supuesto prestigio, achacando crímenes terribles a la supuesta locura y mal funcionamiento cerebral de sus autores (26). Este argumento sobre la peligrosidad del enfermo mental no solo es falso y estigmatizante (27) sino que ignora la diferencia entre locura como categoría clínica y maldad como categoría ética, haciendo desaparecer la libertad y la responsabilidad humanas frente a un juego de equilibrios químicos cerebrales. Otros ejemplos tenemos en la aparición de noticias sobre el diagnóstico de TDAH, donde se transmite información supuestamente científica que confirma la existencia de tal trastorno y la necesidad de dar a los niños medicaciones de eficacias dudosas y efectos secundarios desconocidos a largo plazo: supuestos hallazgos de la causa genética del TDAH (28), que no demuestran ser tales tras una lectura rigurosa (29), publirreportajes disfrazados de información (30) para expandir el diagnóstico, frente a análisis serios y rigurosos, muchas veces denostados (31, 32). Hay también profesionales críticos que intentar hacerse oír, pero son pocos y su impacto mediático es escaso (33, 34, 35).

En los medios de comunicación asistimos a una cierta batalla por una psiquiatría no medicalizadora. Una psiquiatría que no invada cualquier aspecto de la vida humana que se salga mínimamente de una inalcanzable normalidad, ya sea la tristeza, la timidez o la actividad infantil. Pero esta batalla, tememos, está perdida. Hemos asistido a campañas publicitarias de gran repercusión que pretendían, supuestamente, luchar contra el estigma de la esquizofrenia bajo patrocinio del laboratorio farmacéutico Janssen, con la aprobación –lamentable- de las principales asociaciones profesionales de psiquiatría del país, y que realmente no era otra cosa que una campaña de promoción de una visión exclusivamente biologicista, sesgada e irrespetuosa de la enfermedad (36).

Desde este punto de vista, la psiquiatría biocomercial hegemónica va influyendo en la cultura, colaborando en difundir una visión absurda de la psiquiatría como remedio de todos los males, como si los seres humanos no fuéramos diferentes unos de otros y nuestras emociones no variaran más arriba o más abajo de un equilibrio neutro. Evidentemente, no excluimos que hay determinados casos donde la conducta, las emociones o los pensamientos llegan a suponer una patología, por sufrimiento o riesgo del propio paciente la mayor parte de las veces, y ahí es necesario actuar. Pero son probablemente un porcentaje de casos bastante limitado del total que pretende abarcar en nuestro ambiente sociocultural el dispositivo psiquiátrico actualmente existente. Con el agravante, además, de que tal dispersión de recursos en atender a personas que no lo precisarían, con poca eficacia y riesgos evidentes de efectos secundarios o dependencias diversas, supone a su vez una gran escasez de recursos para las personas que sí requerirían y se podrían beneficiar de nuestra ayuda profesional.



La psiquiatría en algunas obras culturales de consumo masivo


En otro orden de cosas, la psiquiatría se manifiesta en multitud de obras artísticas, de mayor o menor calidad. En nuestra opinión, estas manifestaciones son muchas veces más sinceras, en el sentido de que dentro de diversas obras de ficción la aparición de elementos del dispositivo psiquiátrico, por un lado nos muestra cómo son vistos estos elementos por el público y, por otro, influye a su vez en que dicho público vea esos elementos de esa manera. Sin el menor ánimo de ser exhaustivos señalaremos algunos ejemplos que creemos de interés. También aquí se observa cierta dicotomía: por un lado hay obras donde la psiquiatría tiene una clara connotación positiva, muchas veces en el sentido de sucesos horribles que le ocurren o realizan personas que no se toman la medicación que se les ha prescrito por diversos diagnósticos; por otro lado, se muestra con frecuencia la inutilidad o incluso riesgo inherente a tratamientos y psicoterapias, revelando la psiquiatría como una actividad en el mejor de los casos inútil, peligrosa en el peor. Nos detendremos en algunos ejemplos.

En la serie Los Soprano (37), vemos como el gran protagonista que es Tony va durante años a una psiquiatra a recibir sobre todo psicoterapia por unas crisis de ansiedad más que lógicamente relacionadas con su actividad profesional (y no nos referimos a la gestión de residuos). La impresión que nos transmite es que tal terapia es no solo inútil sino que fomenta en él, como tantas veces en casos reales, una dependencia respecto a esas sesiones de terapia, a las que queda casi “enganchado”.

En los cómics y películas de Batman, es frecuente la aparición del psiquiátrico de Arkham como destino de los peores supervillanos, locos por tanto en mayor o menor medida. Sin embargo, el personal y sobre todo los psiquiatras que trabajan en tal centro (el Dr.Crane, alias el Espantapájaros en Batman Begins (38), o la Dra.Quinzel, alias Harley Quinn en Suicide Squad (39)) para nada gozan de más cordura que los ingresados. Incluso el propio Batman sería un serio candidato a ingresar en Arkham, como le dijo el Joker una vez: “Y nunca lo olvides… si las cosas se ponen demasiado duras... siempre habrá un lugar aquí para ti” (40). Más allá de la lectura superficial estigmatizante del malvado como loco habría otra, en nuestra opinión, de la locura como inherente a la naturaleza humana y claramente relacionada con la genialidad, ya sea del lado del mal o del bien. Nada parece aportar la psiquiatría en este relato, sino es más locura aún. No hay noticia de que ningún paciente de Arkham haya sido dado de alta por curación (excepto el Joker en Batman: The Dark Knight Returns (41), pero ya sabemos con cuántos muertos acabó aquello, incluido el ingenuo psiquiatra Dr.Wolper).

En la serie Prison Break (42), en su primera temporada aparece como personaje secundario un paciente psicótico (con mucha cara de paciente psicótico para que no haya ninguna duda). Durante el tiempo que no toma su medicación es un hombre extraño y un tanto impredecible pero con la genial capacidad de encontrar patrones a partir del caos, como en concreto en los intrincados tatuajes del protagonista. Luego toma obedientemente sus pastillas y vemos una persona atontada y prácticamente anulada, incapaz de cualquier actividad mental digna de ese nombre. Tras abandonar de nuevo la medicación, vuelve la imprevisibilidad pero también la inteligencia suficiente para incorporarse al plan de fuga a última hora. El mensaje es interesante porque revela una idea que creemos frecuente en nuestra cultura: "tómate la medicación para no molestar a los demás, aunque te quedes atontado y babeante".

Aunque no es reciente, Un mundo feliz de Huxley (43) es posiblemente una de las obras que contribuyeron a forjar nuestra cultura tal como es ahora: ese mundo de clases perfectas donde cualquier malestar desaparecía al instante al ingerir el “soma”, droga de la felicidad de eficacia demostrada y ausencia de efectos secundarios. Se ha comparado repetidamente a la medicación psiquiátrica con el soma, pero la comparación es falaz: nuestros fármacos, por desgracia, carecen de semejante eficacia y sí poseen en cambio largas listas de efectos secundarios. 

Deteniéndonos en otras obras del siglo XX, de las que nos separan ya décadas y que no podrían ser más diferentes en apariencia, como son La náusea de Sartre (44) o las historietas de Zipi y Zape de Escobar, observamos una semejanza: en ambas se describen comportamientos o emociones fuera de la norma aceptada, ya sean la angustia vital y existencial de Roquentin o las cansinas travesuras de los hijos de D.Pantuflo, que no son vistos como enfermedades ni nadie piensa (ni los autores ni los lectores de su época) que impliquen recurrir a un psicólogo o un psiquiatra a por benzodiacepinas para los ataques de pánico o por anfetaminas para estar tranquilos en clase. Hace ya quince años que algún psiquiatra infantil nos comentaba que Calvin, el chaval lleno de imaginación de la tira cómica Calvin y Hobbes era en realidad un TDAH. A nosotros siempre nos había parecido un niño. Estas heterogéneas obras muestran, no solo la evolución que el pensamiento psiquiátrico ha provocado sobre nuestra cultura, sino también que el saber popular muestra aún alguna resistencia ante ese pensamiento solo supuestamente científico. Quien hoy lea La náusea o historietas de Zipi y Zape por primera vez, dudamos de que sea capaz de despachar la incomodidad ante la angustia inefable o la sonrisa ante el humor infantil con un simple consejo de acuda a su médico.

La psiquiatría actual, y ya desde hace unas décadas, vende la idea de que toda emoción, pensamiento o conducta humanos está en relación con la actividad cerebral, básicamente a nivel de neurotransmisión. La psiquiatría sería, epistemológicamente, reducible a las neurociencias y poco o nada tendrían que añadir a la explicación neurocientífica de tales emociones, pensamientos y conductas la filosofía, la antropología o la sociología. Y mucho menos la poesía o la literatura, por supuesto. A propósito de esto, vayamos a nuestro siguiente ejemplo: la mítica saga de Star Wars. En la trilogía original de finales de los 70 y primeros 80 (Episodio IV - Una nueva esperanza (45), Episodio V - El imperio contraataca (46) y Episodio VI - El retorno del Jedi (47)) cuando se habla de la Fuerza, esta parece una especie de energía mística, de resonancias panteístas, con un lado luminoso y un lado oscuro, un concepto más cercano a la religión y a la magia que no a toda la ciencia que mueve naves espaciales a lo largo y ancho de la galaxia. En este momento no se había producido la que hemos considerado eclosión de la psiquiatría biocomercial, a partir de mediados de los 80, aproximadamente. Cuando Lucas hace (¿perpetra?) el Episodio I - La amenaza fantasma (48), explica la Fuerza como una energía que impregna el cosmos en base a unos minúsculos microorganismos que habitan en los seres vivos (a más microorganismos más Fuerza, se supone): los nefastos “midiclorianos”, que pueden incluso detectarse por medio de un análisis. Nos encontramos a mediados de los 90 con nada más y nada menos que la explicación biologicista de la Fuerza. Es imposible a veces diferenciar causas y efectos, pero no nos parece que Lucas estuviera en connivencia con la psiquiatría oficial y la industria farmacéutica para deslizar esta idea y cargarse así uno de los mejores conceptos de la saga, sino que recogió, posiblemente sin ser consciente de ello, el signo de los tiempos que ya habían llegado: todo en el universo y en el ser humano, hasta lo más metafísico, es explicable exclusivamente desde una ciencia que lo abarca todo: se acabó la poesía. Lo siguiente hubiera sido explicar el amor de Leia y Han en base a la cantidad de enamoridianos que compartieran… Y sin embargo, como dijimos antes, la visión de la psiquiatría actual no es para nada hegemónica en la ficción de masas de nuestros días. Solo hace un año del estreno del Episodio VII - El despertar de la Fuerza (49), que continúa la saga y ha desaparecido cualquier referencia a “midiclorianos” ni a cosa parecida, siendo la Fuerza más misteriosa y esotérica que nunca. Hay, tal vez, una nueva esperanza.

Un ejemplo más, ahora en relación con la psicoterapia. En la serie En terapia (50) vemos episodios que son auténticas sesiones durante las cuales un atribulado Gabriel Byrne intenta ayudar a distintos pacientes. En la primera temporada, a pesar de que se comporta como un profesional competente y conocedor de su oficio, que incluso acude a supervisión regular como mandan los cánones, los resultados no pueden ser más desalentadores: se intenta acostar con una paciente, impidiéndoselo solo una crisis de angustia en el último momento, se suicida otro paciente, se divorcia una pareja que se suponía había ido a terapia a intentar evitarlo y una adolescente llena de problemas sigue con su adolescencia y todos sus problemas. El mensaje es claro: la psicoterapia para estas personas ha sido o inútil o desastrosa. Entiéndase que no queremos decir que la psicoterapia profesional siempre sea así (aunque creemos que en muchas ocasiones lo es), sino que tratamos de captar qué resuena en nuestra cultura acerca de ello.

Por poner algún ejemplo más, el libro El cuerpo humano, de Paolo Giordano (51), narra la situación de unas personas atrapadas en una situación de guerra que para nada controlan. Uno de ellos toma un antidepresivo a raíz de problemas y dolores más que propios de la vida, a nivel de familia y desamor, y lo toma buscando conscientemente la anestesia emocional que le causa, nada que ver con la felicidad o la recuperación. Hasta que se harta de no sentir y lo deja. Y vuelve a sentir el dolor y a sentir la vida.

Estas manifestaciones culturales que hemos comentado, solo a título de ejemplo e incidiendo en obras de consumo masivo, son metáforas que nos revelan un cierto trasfondo. Por un lado, la visión científica de la psiquiatría parece haber triunfado: todo el mundo considera que su “depresión” está en relación con la disminución de su serotonina, a pesar de editoriales en publicaciones científicas del mayor prestigio desmintiendo semejante bulo (52), todo el mundo considera que los neurocientíficos han hecho multitud de descubrimientos en el cerebro que han hecho avanzar la psiquiatría en las últimas décadas (pero las cifras de trastornos mentales no hacen sino aumentar (53)). Por otro lado, sin embargo, no parece que la opinión del público en general sea así de favorable a la visión de la psiquiatría como práctica: en multitud de obras aparecen psiquiatras como personas patéticas, inútiles o directamente malvadas, o bien tratamientos que muchas veces son perjudiciales o cuyos beneficios no compensan el daño temporal o definitivo que causan. De todas maneras, esta visión tampoco es exclusiva, también tenemos ejemplos de lo magnífica que es la práctica psiquiátrica como en la lamentable rendición de nuestro querido Dr. House (54) a la toma de antidepresivos tras provocar inintencionadamente el suicidio de un hombre al convencerle de que abandonara su salvadora medicación psiquiátrica. Sin embargo, sí nos parece que es importante y que está en aumento esa visión de la práctica psiquiátrica como algo poco de fiar y de lo que a lo mejor es preferible mantenerse alejado. En cierto sentido, la cultura, pese a los intentos de la psiquiatría oficial, sigue chivándose de que algo en la psiquiatría no funciona.



Conclusiones éticas y políticas


Desde nuestro planteamiento, aquí hay sin duda un combate que librar, un combate que, de hecho, se está librando ya: un mensaje triunfalista y absolutamente medicalizador de muchos grandes profesionales de la psiquiatría aconsejando a la gente que ante cualquier dificultad vital (duelo por la muerte de un ser querido, desengaños amorosos, niños que no atienden bastante en clase, situaciones económicas dramáticas…) acuda a su centro de salud mental a por sus pastillas o por su terapia. Enfrente, mensajes mucho menos difundidos de otros profesionales que abogan por resituar esa demanda en el espacio personal o social, pero no en el médico, por no tener además posibilidad de solución sin riesgo de males mayores en dicho espacio. Un combate que se libra también soterradamente en las más variadas obras de ficción entre visiones antagónicas en nuestra cultura de la utilidad o riesgos de la actividad psiquiátrica. En esta lucha lo único que podemos hacer, desde un punto de vista crítico, es proporcionar munición a las tropas amigas, munición sobre los peligros de esta psiquiatría biológica a todos los niveles y de las alternativas posibles a la misma.

Se nos podrá acusar de alarmistas, pero creemos que tales peligros son muy reales: riesgos claros de efectos secundarios de los fármacos psiquiátricos usados muchas veces durante largos períodos de tiempo, dependencia tanto física como psicológica de esos fármacos y clara dependencia psicológica muchas veces de algunas psicoterapias. Psicoterapias que insisten supuestamente en “devolver la responsabilidad al paciente” cuando tal vez sería preferible que no se le quitara tal responsabilidad por el hecho de estar en terapia, es decir, bajo la autoridad explícita o implícita de un supuesto experto que sabe mejor que él o ella cómo debería vivir su vida y va a intentar hacérselo ver. Esta psiquiatrización y psicologización del malestar vital cobra especial virulencia contra las mujeres: en nuestra cultura, aún claramente machista a pesar del esfuerzo de muchos por hacer ver que el machismo está superado (lo cual es la mejor manera de asegurarse de que nunca lo llegue a estar), son las mujeres quienes con más frecuencia son catalogadas de depresivas, neuróticas, trastornos de personalidad, etc. Y ello ante dificultades vitales muy frecuentemente mayores a las de los varones: más paro, menores sueldos, mucha más carga como cuidadoras familiares, muchísimas más posibilidades de ser víctimas de acosos, abusos o agresiones, etc…

Además de todo esto, y lo hemos comentando en relación a las referencias a Lyotard y Foucault, nos parece que hay una gran repercusión en lo social, en nuestra cultura. Estamos configurando un contexto donde cualquier dolor consustancial a la vida (que, a veces, duele mucho) parece requerir un profesional y un remedio, del tipo que sea. Un contexto socio-cultural marcado, en nuestra opinión, no tanto por una escasa tolerancia a la frustración, como suele decirse desde círculos profesionales ante la demanda imparable de atención psiquiátrica o psicológica, sino más bien por un engaño masivo que lleva a la gente a pensar que su malestar debe ser atendido desde un enfoque médico, con el consiguiente beneficio económico de las empresas farmacéuticas que venden sus productos y de algunos profesionales que ven acrecentado su supuesto prestigio y su importancia social. Lo que además provoca este dispositivo psiquiátrico y su influencia en nuestra cultura es un desplazamiento desde lo que debería manifestarse como un claro descontento social hacia un contexto exclusivamente individual. Gentes destrozadas por una crisis económica que no han provocado pero que sufren, mientras los individuos que sí la provocaron no la sufren en absoluto, gentes que han perdido o van a perder sus empleos, sus casas, sin dinero suficiente para vivir con dignidad, sin expectativas de mejoría para ellos mismos o sus hijos… Gentes que son encaminadas a servicios de salud mental, a contar sus penas a profesionales que no pueden hacer otra cosa que intentar adormecer tanto dolor a base de medicamentos o escuchas, un adormecimiento que, aunque alivie momentáneamente, lo que provoca es que no se busque la solución donde se originó el problema: en un orden social injusto, un desigual reparto de la riqueza, una distribución surrealista de la carga impositiva, en definitiva, en un sistema montado para que los ricos y poderosos lo sean cada vez más, mientras las clases bajas y los que se esfuerzan en creerse clase media, estemos cada vez más hundidos y más aterrados de perder lo que todavía nos queda… En este contexto, todo ese dolor e indignación es encaminado hacia enfoques individuales que promueven la anestesia y la resignación, en vez de hacia un enfoque social, en busca de unirse a tantas personas que sufren, que sufrimos, por los mismos males y las mismas injusticias. La psiquiatría influye en la cultura colaborando a crear un dispositivo de control social y mantenimiento del orden establecido, frente al que solo cabe intentar luchar, asumir la propia responsabilidad y creer en la propia libertad, desarrollando lo que podríamos denominar, por anacrónico que suene, una auténtica conciencia de clase, que nos lleve a darnos cuenta de que no estamos solos en nuestro dolor, que somos muchos, y que tenemos un poder que ni imaginamos si nos unimos. Aunque para eso haya que salir de las consultas y marchar juntos por las calles.

Por incluir una última referencia artística, en las historias del superhéroe Spiderman, ya sea en los cómics o en las distintas películas del personaje, es central para el argumento el mensaje: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Spiderman lo aprendió de la forma más dura, cuando su tío murió a manos de un ladrón que él no se había molestado en detener cuando pudo hacerlo. La culpa fue la motivación principal desde entonces del personaje. La psiquiatría actual debería también tomar nota de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Pero debería, en nuestra opinión, renunciar a gran parte de ese poder, sobre todo el ejercido sobre los pacientes que llamaríamos “locos”, para respetar su libertad y sus decisiones, aunque pudieran parecernos equivocadas… Respetar el derecho a vivir sus vidas, a autogestionarse, a elegir los parámetros de su recuperación. Ayudar sin imponer el propio punto de vista. Y la psiquiatría debería también renunciar a toda la responsabilidad que se arroga sobre las vidas de los “no locos” que se empeña en atender.

Esta psiquiatría debe ser superada si queremos sostener un punto de vista emancipatorio para el individuo y para la sociedad en su conjunto: una reafirmación de la responsabilidad, sin miedo a la noción de culpa, apoyada en una libertad individual que asuma sus elecciones pero que no pierda de vista la condición del ser humano como animal social, y las repercusiones éticas que ello debería conllevar. No pretender curar lo que no es una enfermedad, sacar del ámbito médico lo que debería dirimirse en el político y no circunscribir a lo individual lo que son problemáticas sociales que solo en la sociedad y de formas colectivas podrán encontrar solución. O no, pero al menos habrá que intentarlo.



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"Hacia una psicofarmacoterapia razonada" (Mármol, Inchauspe y Valverde, Dossier Psicofarmacoterapia, Revista AEN 133)

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Hace unos meses se publicó en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría nº 133 un Dossier sobre Psicofarmacoterapia que teníamos ganas de reseñar aquí. Sus editores fueron Ana Mármol, José A. Inchauspe y Miguel A. Valverde, los dos últimos autores muy conocidos nuestros por distintos trabajos y traducciones que hemos incluido con frecuencia en nuestro blog (aquí, aquí, aquí o, por ejemplo, aquí). Los autores de los distintos artículos del dossier son también mujeres y hombres de primera línea en el campo de la psicofarmacología y la psicofarmacoterapia, gente como Joanna Moncrieff, David Healy, Emilio Pol Yanguas o los mismos Mármol, Inchauspe y Valverde, entre otros, son garantía de trabajo intelectual, independencia e integridad. 

A continuación, enlazaremos los distintos artículos con sus resúmenes correspondientes. Creemos que son de lectura imprescindible para los médicos prescriptores, pero no solo para ellos. Cualquier profesional, paciente, usuario o familiar debería interesarse por conocer tanto beneficios como riesgos de los psicofármacos, para poder ejercer con criterio su autonomía a la hora de decidir tomar determinada medicación o no tomarla, como consagra la ley de autonomía del paciente. Recordamos también que si se está tomando alguna medicación psiquiátrica y se decide interrumpirla, sería necesario hacerlo de forma paulatina e idealmente supervisada por un o una médica.

Tras estos resúmenes y enlaces, incluiremos el artículo introductorio de Mármol, Inchauspe y Valverde que creemos contextualiza y resume perfectamente el dossier. Absolutamente recomendable.





Joanna Moncrieff

Aunque habitualmente se piensa que la actividad beneficiosa de los psicofármacos tiene que ver con la capacidad de estos para contrarrestar las condiciones biológicas que subyacen a los síntomas de los trastornos mentales, las pruebas que apoyan esta perspectiva son pequeñas y claramente insuficientes. Pudiera ser que los efectos beneficiosos se deban a las propiedades psicoactivas de los psicofármacos, al provocar estados mentales alterados en las personas que los toman, quienes pueden considerar esos estados más deseables que el sufrimiento mental original. Tener en cuenta este enfoque alternativo del tratamiento farmacológico en psiquiatría puede tener consecuencias significativas a la hora de proponer su uso, informar de sus efectos, prescribirlos a corto y largo plazo, y orientar la investigación necesaria para determinar los riesgos y beneficios de su uso.




David Healy, Joanna le Noury, Jon Jureidini

Se dice que los servicios de salud mental infantil son el mayor fracaso de la sanidad británica; en particular, en lo que respecta al tratamiento de la depresión y las conductas suicidas en niños y adolescentes. El uso de los antidepresivos en niños y adolescentes ilustra la mayor brecha existente en los servicios sanitarios entre práctica médica y evidencias científicas, entre estudios de diseño abierto que reivindican beneficios y un gran número de ensayos clínicos aleatorizados (ECA) que señalan lo contrario, y entre los estudios ECA tal como se publican y publicitan y lo que en realidad demuestran sus datos. Sin embargo, los antidepresivos se usan de forma habitual y, probablemente, son los fármacos más prescritos en la adolescencia. Se examina el contexto del uso de antidepresivos en la infancia, el análisis de las pruebas, los daños y riesgos, el aumento de conductas suicidas y otras cuestiones de práctica clínica asociadas. El lugar para la clínica de los ISRS puede estar asociado a su posible efecto “serénico”, distinto al efecto ansiolítico de las benzodiacepinas y antipsicóticos. Considerar este “principio terapéutico” como resultado primario permitiría una mejor comprensión de los datos de los ensayos clínicos y una práctica clínica más equilibrada en su balance riesgo/beneficio. Su aplicación obligaría a un trabajo colaborativo con los pacientes y a un importante grado de autonomía respecto a lo que recogen las guías clínicas. Se analizan los problemas generales de los servicios sanitarios, su sostenibilidad, la promoción de la salud y el uso de medicamentos, ilustrado por el diagnóstico y tratamiento de la depresión infanto-juvenil y otras afecciones, como la osteoporosis, el asma o la hipertensión arterial. Finalmente, se aboga por una campaña de acceso libre a los datos de los ensayos clínicos.




Ana Mármol Fábrega, José Antonio Inchauspe Aróstegui, Miguel Ángel Valverde Eizaguirre, Edmund Pigott

Los estudios controlados y aleatorizados (ECA) muestran que los antidepresivos (AD) en el trastorno depresivo mayor (TDM) son apenas superiores al placebo. Sin embargo, en la práctica, los AD son el principal recurso clínico, utilizándose estrategias de cambio y potenciación, optimización de dosis y combinación de AD, en el caso, muy frecuente, de fracaso de un primer intento de tratamiento. Para validar estas prácticas se implementó el estudio Sequenced Treatment Alternatives to Relieve Depression (STAR*D), el mayor y de más impacto sobre el uso de AD en el mundo real, objeto de este artículo. Los resultados publicados del STAR*D apoyaron el modelo imperante. Justificaban un uso de AD agresivo en dosis y duración, estrategias de cambio y potenciación en fases hasta la remisión completa, un tratamiento basado en mediciones aplicable en atención primaria y el mantenimiento a largo plazo de las dosis efectivas en la fase aguda. Los artículos y datos publicados del STAR*D mostraban importantes sesgos e incoherencias. E. Pigott obtuvo el protocolo y los datos del estudio confirmando los sesgos. Los resultados reales son similares al tratamiento ordinario. La cifra total de remisiones mantenidas publicada a los 12 meses de seguimiento fue del 67%, pero los datos reales indican el 2,7%. Las principales guías clínicas siguen recomendando el modelo de tratamiento con AD en fases. Alguna propone adaptarlo según la severidad del TDM, prefiriendo las terapias psicológicas en las menos severas y tratables en atención primaria. Todas mantienen el STAR*D como la base principal para el uso de los AD en el mundo real.




José Antonio Ichauspe Aróstegui, Miguel Ángel Valverde Eizaguirre

Muchos investigadores y profesionales creen que la clozapina es el tratamiento más eficaz para los pacientes con esquizofrenia. La clozapina se propone como el tratamiento de elección para la esquizofrenia resistente al tratamiento (TRS) en muchas guías clínicas. Sin embargo, los estudios cada vez apoyan menos esta percepción y cuestionan que haya una verdadera diferencia entre distintos antipsicóticos en cuanto a mejoría funcional y recuperación. En este artículo se muestran y discuten las pruebas a favor de la clozapina y se analiza el estudio de Kane et al. (1988), el ensayo en el que la clozapina obtiene sus mejores resultados. Se concluye que, según la investigación actual, no hay pruebas para defender una superioridad relevante de la clozapina sobre otros antipsicóticos. El estudio de Kane muestra una diferencia a su favor pequeña y poco relevante, teniendo además un diseño sesgado que induce los resultados obtenidos. No obstante, nada de esto parece hacer cambiar la opinión y la práctica de investigadores y clínicos. Se reflexiona acerca del porqué de este estado de cosas y se proponen cambios significativos en la clínica e investigación actual en psiquiatría dirigidos al desarrollo de una clínica colaborativa que incorpore las psicoterapias y el apoyo en la comunidad, y se oriente hacia la funcionalidad, la recuperación y la calidad de vida.




Emilio Pol Yanguas

Los síntomas psicóticos son frecuentes en las personas de edad avanzada. Al considerar el uso de antipsicóticos para el manejo de estos síntomas en dicha población, debe distinguirse entre el envejecimiento de personas con trastornos mentales preexistentes y las personas con síntomas psicóticos de nueva aparición. Estos últimos aumentan con la edad; mientras que los síntomas de enfermedades de aparición en edades más tempranas suelen atenuarse con la edad. Aunque los antipsicóticos se emplean en personas de edad avanzada, no existen pruebas de su eficacia; por el contrario, se sabe que pueden ser la causa de múltiples problemas, como una mayor sensibilidad a efectos adversos y un mayor riesgo de interacciones farmacológicas. Ante esta situación, considerando los datos de eficacia y seguridad, se impone el empleo de medidas no farmacológicas de tipo psicosocial en el tratamiento de los problemas psicóticos y conductuales de los ancianos. En caso de eficacia insuficiente de estas, puede estar justificado un uso prudente de fármacos antipsicóticos, limitado en dosis y duración, y controlando la relación beneficio/efectos adversos generados. La vigilancia cuidadosa de los efectos adversos, incluyendo los subjetivos, debe constituir una parte integral del plan terapéutico. La reevaluación periódica de la necesidad de su empleo debe hacerse siempre, con pautas de retirada lenta.




Joanna Moncrieff

El trastorno maníaco depresivo tal como se entendió en el pasado es una condición muy infrecuente. Sin embargo, la evolución del concepto ha dado lugar al constructo bipolar, que incluye diversas condiciones, de límites difusos, que se pueden encontrar frecuentemente, por lo que los trastornos del llamado “espectro bipolar” tienen actualmente una alta incidencia en la clínica de adultos. Los fármacos a los que se atribuyen propiedades para disminuir las alteraciones afectivas del trastorno bipolar se han denominado “estabilizadores” o “reguladores del estado de ánimo”, aunque no hay pruebas de estas supuestas propiedades “estabilizadoras” de las fluctuaciones afectivas. El objeto central de este artículo es revisar las bases científicas de los tratamientos farmacológicos de las condiciones bipolares. Solo el trastorno bipolar tipo I cuenta con un cuerpo de estudios sobre la intervención farmacológica, tanto en situaciones agudas como en las de mantenimiento, para reducir el riesgo de recaídas. No hay pruebas robustas respecto a la superioridad del litio sobre el resto de fármacos sedantes. Tampoco respecto a su especificidad para tratar las manifestaciones del trastorno bipolar tipo I. En las demás condiciones del espectro bipolar, los estudios son más escasos. En este artículo se consideran también las evidencias en las que se basa la creencia actual de que el litio podría tener propiedades antisuicidas, que resultan ser muy endebles. Ante un diagnóstico de trastorno bipolar, se anima al clínico a informar sobre las pruebas reales de la ayuda que pueden prestar los fármacos y de los riesgos que supone su uso, para que la persona diagnosticada pueda tomar decisiones sobre la estrategia a usar ante la posibilidad de nuevas crisis, manteniendo o no un tratamiento farmacológico a largo plazo o implementando otras estrategias.




Luis Carlos Saiz Fernández

Objetivo: Analizar en profundidad la evolución del diagnóstico y las alternativas actuales de tratamiento del TDAH, prestando atención a los argumentos del modelo neurobiológico, los datos estadísticos, distintos aspectos de eficacia y seguridad, las tendencias en población adulta y las alternativas de abordaje no farmacológico. Métodos: Búsqueda bibliográfica actualizada a diciembre de 2017 sobre TDAH y términos asociados en Medline y Cochrane Library, ampliada a guías clínicas (NICE, Guía Española), bases de datos de agencias reguladoras (AEMPS, EMA, FDA) y otras fuentes de información complementaria (boletines de fármacos, medios de comunicación, webs). Se solicitaron datos de prescripción al Departamento de Salud del Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea (SNS-O) y de consumo farmacéutico nacional a la Dirección General de Cartera Básica de Servicios del Sistema Nacional de Salud. Resultados y conclusiones: El TDAH se presenta como un fenómeno con prevalencia variable y consumo de fármacos creciente. La evolución de su constructo ha experimentado cambios sustanciales, permaneciendo desconocida su etiología. Los argumentos a favor de una hipótesis biológica son poco consistentes y, a falta de marcadores biológicos fiables, las escalas de síntomas no se correlacionan bien con la funcionalidad de los individuos. La terapia no farmacológica merece ser mejor investigada, destacando la terapia conductual por su potencial utilidad. Los medicamentos podrían aportar cierta eficacia en síntomas a corto plazo, sin garantía de mejora en variables relevantes a largo plazo. Crecen los tratamientos en población adulta y se reemplaza progresivamente el metilfenidato por la lisdexanfetamina. Destacan los efectos adversos cardiovasculares, psiquiátricos y endocrinos. De acuerdo con la medicina basada en la prudencia, deberían considerarse un recurso de uso breve y excepcional.




Hacia una psicofarmacoterapia razonada 


Ana Mármol Fábrega, José A. Inchauspe Aróstegui, Miguel A. Valverde Eizaguirre


La asistencia actual en Salud Mental se presta mediante un modelo biomédico que acota el sufrimiento emocional y psíquico en un sistema categorial discreto, mediante diagnósticos psiquiátricos (manuales DSM y CIE) y una indicación terapéutica que se presenta como específica para cada uno de ellos, que en gran medida consiste en un tratamiento farmacológico, con el objetivo de reducir los signos nucleares del trastorno. 

Las raíces del modelo se sustentan en la publicación del DSM-III en 1980. Este transformó descripciones basadas en una nosografía simplificada en criterios diagnósticos de trastornos psiquiátricos, cada cual con su correspondiente orientación terapéutica, como un remedo de los diagnósticos de las especialidades médicas (1), aunque a diferencia de estas sin evidencias biológicas o prueba complementaria alguna que los fundamentara. Los psicofármacos se han integrado en este modelo mediante una dinámica que se ejemplifica en la irrupción de los antidepresivos ISRS en el tratamiento del nuevo constructo DSM-III de la Depresión Mayor, tras el descubrimiento de estos fármacos (2,3). 

La interacción recíproca entre el desarrollo de constructos diagnósticos y las indicaciones clínicas de los psicofármacos ha sido desde entonces una constante en el devenir de una Psiquiatría Basada en la Evidencia reducida progresivamente a una Psiquiatría Biológica, configurando un auténtico fenómeno sociocultural, industrial y económico, un conglomerado de intereses que se ha dado en llamar Mental Health Medical Industrial Complex (MHMIC) (4). 

Es posible rastrear la actividad del MHMIC en fenómenos tan distintos como, por ejemplo, el diseño e implementación de una campaña de éxito dirigida a transformar la cultura de todo un país –Japón- completamente ajena al constructo de depresión del DSM y crear de ese modo un mercado que permitiera la introducción de los ISRS (5), o en la irrupción de nuevos constructos, y nuevos mercados para los antipsicóticos atípicos, como el Trastorno Bipolar en la infancia sin hallazgo científico alguno que sirviera de base, partiendo simplemente de “una reconceptualización de lo que veíamos en los niños” (6), o en el desarrollo del constructo del TDAH que se expande, a medida que se publican nuevas ediciones del DSM, coincidiendo con hitos de comercialización de nuevos fármacos e indicaciones clínicas, con la última frontera en el TDAH del adulto (7). 

La historia de las sucesivas ediciones del DSM es la de un aumento constante de diagnósticos, de 106 en el DSM-I (1952) a 182 en el DSM-III (1980) y a 216 en el DSM-5 (2013), la mayor parte de ellos asociados a su correspondiente tratamiento, esencialmente farmacológico. Se trata de un fenómeno muy conocido en las especialidades médicas (8) y que ha comportado en salud mental una inflación de diagnósticos, de modo que se estima que un 38% de europeos (165 millones) sufren cada año una “enfermedad mental” (9). Se dice que no es fácil leer el DSM-5 sin autodiagnosticarse de diversos trastornos (10). 

Una vez establecidas las descripciones sintomáticas como auténticos diagnósticos, después se equiparan los trastornos mentales con enfermedades del cerebro (11), junto a una búsqueda incesante de sus bases biológicas y genéticas, mecanismos fisiopatológicos y correlatos de neuroimagen. Este esfuerzo intensificado a partir de los 90, la década del cerebro, y posterior al desarrollo de los constructos diagnósticos y tratamientos psicofarmacológicos, no ha producido hasta la fecha avances significativos, ni en la clínica ni en la comprensión de los trastornos mentales (12). En cambio ha apuntalado su supuesta naturaleza biológica y justificando así un abordaje predominantemente psicofarmacológico. Se publican de forma continua estudios de este tipo que, a pesar de notorios sesgos metodológicos y escasa significación, generan titulares en la prensa e impactan en el imaginario popular (13,14). 

Los mecanismos de acción atribuidos a los psicofármacos sirven para desarrollar una narrativa sobre la fisiopatología del trastorno y el papel corrector de los medicamentos. Presentados al inicio como correctores del déficit o exceso de determinado neurotransmisor, el relato ha pasado rápidamente a hablar de alteraciones y desequilibrios de los sistemas de neurotransmisores, modulados, reequilibrados y revertidos por el fármaco (15) y se aplica por igual a cualquier tipo de medicamento (16). Es una idea promovida y fomentada por la industria, líderes de opinión y divulgadores, que alcanza como un mito a la cultura popular (17-19). 

El hecho de que los psicofármacos produzcan en las personas no diagnosticadas los mismos efectos que en las diagnosticadas, un “efecto fármaco” basado en su impacto sobre el sistema de neurotransmisores (20) no ha servido para cambiar ese relato. Tampoco la constatación de que la nomenclatura psicofarmacológica actual transmite una ficción: medicamentos cuya denominación sugiere una alta especificidad, antidepresivos, antipsicóticos… “como la insulina para la diabetes”, no lo son en absoluto sino que se utilizan en la práctica para una amplia gama de condiciones psiquiátricas (3,16). Los fármacos asignados al Trastorno Bipolar impulsados por la industria bajo el concepto de “estabilizadores” e introducidos en el tratamiento de los Trastornos de Personalidad y otras condiciones psiquiátricas que cursan con impulsividad y turbulencias emocionales, no corresponden a una realidad farmacológica, son mas bien un “débil label” con gran potencialidad de marketing, en palabras del mayor teórico de la psicofarmacología actual (21). 

Que los medicamentos psiquiátricos no son tan eficaces como se publicita y es creído por el público en general, y los prescriptores y gestores sanitarios, es algo reconocido por la ciencia en lo que respecta a su diferencia, el tamaño del efecto, respecto al placebo. Se objeta que algo similar sucede en la medicina en general y que “aunque existen algunos medicamentos con claramente mayor tamaño del efecto que los agentes psicotrópicos, estos no son en general menos efectivos que otros medicamentos” (22). Se argumenta asimismo que aunque la diferencia de su eficacia con el placebo no sea grande, la gravedad de las condiciones psiquiátricas y el sufrimiento que originan, depresiones, psicosis… justifica ampliamente su uso (23). 

La eficacia respecto al placebo y comparada entre sí de los psicofármacos suele establecerse mediante estudios controlados y aleatorizados (ECA) considerados el estándar de oro de la investigación biomédica. Se trata de estudios a corto plazo centrados en síntomas y no en funcionalidad, que usan escalas y otras medidas de resultados escasamente significativas para el paciente. Los meta-análisis, pruebas que se consideran de gran calidad, no valen más que los ensayos que incluyen. 

La escasa duración de los ECA, de entre varias semanas a unos pocos meses, no suele detectar, salvo en el caso de las benzodiazepinas, una característica fundamental de la respuesta del cerebro al psicofármaco: la neuroadaptación. Son consecuencias de la neuroadaptación la tolerancia y pérdida de eficacia del fármaco a medida que pasa el tiempo, y el síndrome de discontinuidad cuando se interrumpe, manifestado a veces como nuevos episodios similares a la sintomatología que se pretendía tratar. Incluso se puede producir daños permanentes y el empeoramiento iatrogénico de la condición psiquiátrica de base. Es el caso, entre otros, de los antipsicóticos con las discinesias tardías y las psicosis por hipersensibilización (24). 

Los psicofármacos se muestran poco eficaces a la hora de obtener la remisión sintomatológica y menos aún la recuperación (25-27). Dado que además todos ellos pueden producir daños graves, la investigación actual no deja claro, incluso tras varias décadas de un uso masivo, el balance riesgo beneficio a largo plazo de los psicofármacos más habituales, sean antipsicóticos, antidepresivos, o estimulantes (28-30). 

Las expectativas depositadas en unos fármacos cuyo descubrimiento, como en el caso de la clorpromazina, se saludó como “uno de los 12 momentos definitivos de la historia de la medicina en el siglo XX” comparable al descubrimiento de la penicilina (31), y en la psicofarmacología presentada como un triunfo de la ciencia, y a la que se le atribuye un smashing success en historias de la psiquiatría de los años 90 (32), han sido seguramente claves en el largo y laborioso proceso de la transformación de la psiquiatría en una especialidad médica y del psiquiatra en un “internista de la mente” (33,34). Los deseos de la profesión construyeron un Zeitgeist en torno a la psicofarmacología que maximizaba las propiedades terapéuticas de los fármacos, minimizaba sus efectos adversos y oscurecía la a menudo estrecha relación existente entre ambos (35). 

Estas grandes esperanzas se han visto defraudadas y asistimos actualmente “desde dentro y fuera de la psiquiatría“ a un creciente escepticismo acerca del éxito de los psicofármacos, por su limitada eficacia, la carga de efectos secundarios y el punto muerto en el que se encuentra el desarrollo de nuevas moléculas, asistiéndose incluso a la retirada de grandes compañías farmacéuticas de la investigación en psiquiatría (36). Quince años más tarde, el escepticismo es manifiesto en las páginas de los otrora entusiastas historiadores de la psiquiatría (37). 

Más aún, surgen críticas incisivas contra el uso de los psicofármacos por parte de metodólogos de prestigio, centradas en la escasa calidad de los estudios ECA, la minimización de efectos adversos y daños a largo plazo, y la influencia omnipresente, interesada y distorsionadora del MHMIC en todo el proceso de su investigación, regulación, marketing y guías de prescripción (38,39), objetadas con vehemencia por otros autores en nombre de los, a su juicio, logros obtenidos por la psiquiatría del “mundo real” (40,41), cuya práctica no se ha modificado hasta la fecha. 

En su conjunto, existe una brecha amplia entre las evidencias científicas y las creencias de prescriptores y gestores de los servicios, y una práctica clínica que sobrevalora la efectividad de los psicofármacos y cultiva creencias y mitos no sustentados en hechos (45). 

En este contexto presentamos este dossier que por su extensión limitada no puede desarrollar todos los temas mencionados aunque sí pretende traer luz a alguno de ellos. 

Se abre con un trabajo breve de la psiquiatra inglesa Joanna Moncrieff que discute los modelos de acción de los psicofármacos presentando un modelo alternativo que alienta a pensar y usar los psicofármacos de una forma diferente a la habitual: el modelo centrado en el fármaco. Este modelo considera a los psicofármacos como sustancias psicoactivas que inducen determinados estados físicos y mentales, similares en personas diagnosticadas y no diagnosticadas, que pueden resultar útiles para contrarrestar la sintomatología y también producir determinados daños. 

Esta es una perspectiva similar a la de otros artículos del dossier, como el realizado entre el psiquiatra David Healy, la psicóloga Joanna Le Noury, ambos ingleses y el psiquiatra infantil australiano Jon Jureidini, que trata sobre el espinoso tema del uso de antidepresivos en menores y adolescentes, el del doctor en farmacia Emilio Pol Yanguas sobre el uso de los antipsicóticos en las personas mayores en diversas condiciones psiquiátricas, el del farmacéutico y doctor en Ciencias de la Salud Luis Carlos Saiz con una actualización del uso de psicoestimulantes y otros fármacos en el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), y el de la propia Moncrieff que revisa las limitadas pruebas que fundamentan la utilidad de los fármacos usados como profilácticos en los trastornos bipolares. 

En esa línea, Healy et al. argumentan que una comprensión inadecuada de los efectos de los antidepresivos puede llevar no solo a un diseño defectuoso de los ensayos clínicos y a una práctica clínica incorrecta, sino también a un fracaso de las políticas asistenciales en Salud Mental infanto-juvenil en la que una mayor inversión en servicios y fármacos en los países desarrollados no ha traído mejores resultados, más bien al contrario. 

La brecha existente entre creencias y evidencias, y cómo las creencias se imponen a las evidencias, se aborda en el artículo de J.A. Inchauspe, psiquiatra, y M.A Valverde, psicólogo clínico, sobre la clozapina un fármaco promocionado como el patrón oro del tratamiento de la esquizofrenia, el más eficaz de los antipsicóticos. Las revisiones más recientes no encuentran prueba alguna que sustente esta creencia, y el análisis del estudio pivotal de Kane muestra que tiene un diseño artefactado a favor de la clozapina, que lo inhabilita para defender su eficacia. 

La misma brecha se observa en el artículo sobre el estudio STAR D* fruto de la colaboración entre Edmund Pigott, psicólogo estadounidense, y los editores de este dossier. El STAR D*, considerado el ensayo clínico más importante realizado nunca con antidepresivos, fue un ensayo fallido en lo que se refiere a los escasos resultados de las estrategias de aumento de dosis, cambio de fármacos y potenciación para las depresiones resistentes a los antidepresivos. No obstante sigue influyendo en la práctica clínica, configurada a menudo como una secuencia de intentos terapéuticos alternando diversos fármacos en busca de una remisión completa de síntomas, con riesgo de producir cronicidad y aumentar considerablemente los efectos adversos. 

La a menudo discreta significación clínica de los beneficios obtenidos con los fármacos, suele acompañarse del riesgo de sus efectos adversos. Es una preocupación que está presente en todos los artículos del dossier, especialmente cuando se utilizan en las personas más vulnerables y con menor capacidad de decisión, como es el caso de los antipsicóticos en las personas mayores y los estimulantes y otros fármacos en niños y adolescentes. 

Se cierra el dossier con el artículo de sobre el TDAH un ejemplo de la influencia decisiva del MHMIC en todos los aspectos relacionados con este constructo, criterios diagnósticos, campañas de sensibilización, guías clínicas, autorización por parte de las agencias reguladoras, publicidad a los prescriptores… 

La farmacoterapia que puede delinearse partiendo de la perspectiva desarrollada en este dossier, supera el automatismo diagnóstico-indicación clínica, considera tener en cuenta e informar cumplidamente al paciente de los efectos esperables de los psicofármacos, según las evidencias existentes al respecto, de los beneficios y los posibles daños a corto, medio y largo plazo y de las alternativas existentes. Una farmacoterapia que procede según un modelo colaborativo, en la que se toma conjuntamente la decisión de prescribir, cómo, qué, durante cuánto tiempo, o no hacerlo y utilizar abordajes alternativos. Una farmacoterapia en la que, incluso en los trastornos más graves, debe permitir que las personas puedan decidir si toman fármacos o no, si siguen tomándolos o los interrumpen, en nombre de su autonomía y dignidad, pero también por las escasas pruebas existentes sobre su eficacia y seguridad y por el hecho de que existen alternativas. 

Se trata de una farmacoterapia sustancialmente similar a las propuestas realizadas desde el movimiento de usuarios y expertos en primera persona. Indagando en la forma de disminuir la dosis e interrumpir la medicación para las personas interesadas. Este movimiento ha producido textos donde se propone un auténtico consentimiento informado, sopesando los pros y contras de la toma y del abandono de la medicación e informando, con todo detalle y crudeza, de los posibles efectos indeseados de ambas opciones (42,43). 

Un texto como el reciente informe "Comprender la Psicosis y la Esquizofrenia" publicado en 2015, presentado como un modelo de abordaje alternativo y producto de la colaboración entre profesionales no prescriptores, psicólogos, y personas diagnosticadas no cierra puertas a ninguna forma útil de afrontar y adaptarse a estas experiencias, tampoco al uso de medicación, aunque desde presupuestos conceptuales y maneras sustancialmente similares a las que se proponen en este dossier (44). 

Es imprescindible actualizar lo que recoge el corpus científico, repensar el uso de los psicofármacos, conocer su alcance y limitaciones, sus efectos secundarios y sus daños potenciales, y construir guías y consentimientos que permitan al prescriptor y al usuario tomar decisiones conjuntas bien informadas y acordes a las preferencias y sistemas de valores de este último (46). 

Terminaremos declarando que todos los artículos de este dossier son independientes de la industria farmacéutica. Se ha elaborado gracias a la generosidad, en tiempo y esfuerzo, de autores a los que estamos muy agradecidos por su colaboración desinteresada, digna de celebrar en profesionales muy reconocidos. Queremos manifestar nuestra gratitud a Robert Whitaker por su consejo y ayuda para contactar con los autores extranjeros. Agradecemos a la AEN, y de modo especial al director de la revista, Enric Novella, y a Rebeca García Nieto, editora, por su inestimable ayuda. Sin ellos no podría haberse llevado a buen puerto este dossier. Esperamos que el lector lo encuentre útil y estimulante para profundizar en el saber de las prácticas asistenciales en salud mental. 


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(46) Jackson GE. Rethinking Psychiatric Drugs. A Guide for Informed Consent. Bloomington: Authorhouse, 2005. 

















"De brujas, putas y locas: narrativas de género y su influencia en el diagnóstico" (Revista Norte de Salud Mental nº 60)

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Recientemente publicamos en la Revista Norte de Salud Mental con nuestro colaborador y querido amigo Miguel Hernández González un artículo que analiza cómo las narrativas sobre el género influyen en la atribución de diagnósticos psiquiátricos. Evidentemente, un trabajo que parte de una imprescindible óptica feminista, la cual es necesario reivindicar con más fuerza que nunca dada la nueva ola de machismo heteronormativo rancio y viejuno, que nos invade disfrazándose ahora con ropajes de liberalismo y trapitos de colores. Cuando empiecen (ya lo están intentando) a hacer sus listas de disidentes, subversivas y gentes de mal vivir, no se olvidarán de nosotras. 
Pero nos negamos a callar por miedo.

En pocos días llega la huelga feminista del 8 de marzo, laboral, de consumo y de cuidados, que invitamos a todas a hacer y a todos a ayudar a que se haga. 
El futuro será feminista (y ecologista) o no será.

Y sin más (ni, por supuesto, menos) les dejamos con nuestro artículo.


Autores: Miguel Hernández González *, Amaia Vispe Astola **, Jose García-Valdecasas Campelo *.
* Psiquiatra. Hospital Universitario de Canarias. Servicio Canario de Salud.
** Enfermera especialista en Salud Mental. Hospital Universitario Nuestra Señora de La Candelaria. Servicio Canario de Salud.

Resumen: Durante el tiempo que llevamos trabajando en el ámbito de salud mental hemos observado que la presencia de determinados diagnósticos es más probable en función del sexo de la persona que consulta. Desde la psicología diferencial se sostiene que esto es debido a la diferencia propia de los sexos que hace más probable que un trastorno aparezca más en un sexo que en otro. Desde una posición construccionista sostenemos que la diferencia está en quien emite el diagnóstico debido al discurso de género que existe. En este trabajo, a partir de un pequeño ejercicio con profesionales en formación de la Unidad Docente Multiprofesional de Salud Mental de Tenerife sobre atribución de género y de una conversación con un grupo de mujeres diagnosticadas de enfermedad mental grave, haremos una reflexión sobre el carácter socialmente construido del género.
Palabras clave: género, diagnóstico psiquiátrico, construccionismo, feminismo.


Introducción
Una de las preocupaciones más acuciantes de las personas que trabajamos en salud mental desde prácticas narrativas, colaborativas, dialógicas y en general desde los postulados  socioconstruccionistas tiene que ver con la imposición, mas o menos rígida, que hace el sistema tradicional de salud mental de un diagnóstico para poder dar una inteligibilidad a una intervención que se basa, principalmente, en corregir supuestos déficit y limitaciones. La mayoría de nosotras estamos obligadas a elegir un diagnóstico para las personas con las que trabajamos. Estos diagnósticos son la puerta para entrar a determinados recursos, por ejemplo hospitalarios o comunitarios, y también para acceder a determinadas ayudas económicas. Esto genera dos problemas que clásicamente han sido observados desde el campo constructivista (1): por un lado obliga al colectivo profesional a centrar su investigación en todo aquello que pueda servir para generar una etiqueta adecuada y luego defenderla. Por otro lado, esto genera un efecto de profecía autocumplida y una sensación de irrecuperabilidad que consolida a las personas en sus problemas. A esto hay que añadir que, en el caso especifico de la salud mental, muchos “síntomas” son indistinguibles per se de las reacciones normales de las personas a situaciones estresantes de la vida, por ejemplo una pérdida, una agresión o una enfermedad. Así es difícil saber dónde poner la frontera entre una tristeza normal y una depresión, entre un niño travieso y un TDAH, etc. Carecer de adecuados instrumentos de discriminación de estos límites, a lo que se une la ambigüedad cada vez mayor de los criterios diagnósticos de las clasificaciones actuales, conlleva que la decisión, por supuesto reservada al lado técnico, sea principalmente una cuestión de opinión clínica, la cual es una forma eufemística de definir lo que no es otra cosa que un prejuicio. Por supuesto, dentro de los prejuicios que conducen las decisiones técnicas los hay de muchas clases, algunos muy evidentes, otros más sutiles. Estos prejuicios conducen a sesgos, esto es, a sobrediagnosticar  o infradiagnosticar determinadas patologías en función de quién las porte. Dentro de estos sesgos el género ocupa un papel central, como en otros aspectos de la vida. En este trabajo pretendemos abrir una puerta a la reflexión, sin pretender ser exhaustivos, sobre la importancia del género en el serviciode urgencias de un gran hospital o en el volante de derivación de un médico de cabecera.
Presentaremos experiencias y reflexiones a partir de dos pequeñas indagaciones iniciales sobre la influencia del género en la toma de decisiones clínicas y de cómo las han vivido un pequeño grupo de afectadas. Daremos un repaso a algunos aspectos de los teorizados sobre este tema y algunas experiencias investigadoras. Toda esta revisión bibliográfica y reflexión teórica es fruto de una conversación entre las autoras a lo largo de un sinfín de encuentros.

Primera práctica
Describiremos brevemente la práctica que compartimos con las personas asistentes al seminario de terapia sistémica para residentes del área de salud mental de la Unidad Docente Multiprofesional de Salud Mental de Tenerife, que aúna al personal residente de salud mental (MIR, PIR y EIR) de los dos hospitales de referencia de la isla. A cada miembro del grupo se les reparte, de forma aleatoria, uno de los dos casos clínicos de una intervención familiar. La única diferencia entre los casos es que los géneros de la pareja están intercambiados, el resto es exactamente igual. Los profesionales piensan que son dos casos distintos. Se les pide que lo lean y contesten a un pequeño cuestionario sobre el caso que incluye: valoración inicial del problema, descripción global de los miembros de la pareja aventurando un posible diagnóstico, descripción de la relación. Se les reunió en dos grupos en función del caso que leyeron y se les pidió que lo comentaran. Finalmente, se expusieron en el gran grupo las conclusiones. Para muchas personas llegar a definir un diagnóstico aproximado fue imposible. Sin embargo, se hicieron comentarios diversos sobre los personajes del caso: tendencias narcisistas, rigidez, rasgos de dependencia. Cuando se referían a la persona pensando que era una mujer los calificativos incluían más descriptores de carácter o personalidad, mientras que cuando se referían a ella pensando que era un hombre los descriptores que se incluyeron fueron más psicopatológicos y clínicos. No obstante, la práctica fue concebida para poner de manifiesto que existe un sesgo que nos hace ver a hombres y mujeres de forma distinta y por tanto llegar a diagnósticos distintos. Esto es manifiesto desde el momento que los mismos comportamientos son evaluados de forma diferente cuando los ponemos en un personaje mujer o en un personaje hombre.
El grupo de residentes que asistió a la sesión formativa hizo el ejercicio sin conocer el verdadero objetivo del mismo, al igual que durante las fases de comentarios y puesta en común. Sólo al final se reveló el motivo del ejercicio y fue en realidad cuando comenzó la parte formativa que el equipo facilitador deseaba introducir.
Las personas participantes expresaron sentimientos de asombro y de sorpresa, afirmando que tenían claro que existen sesgos pero pensaban que no les afectaban. La reflexión de una de las enfermeras residentes hizo al grupo cuestionar la validez de los diagnósticos en sí. En efecto, si es nuestra posición previa la que determina si algo es clínico o caracterial ¿no significaría acaso que los diagnósticos también se sostienen sobre la base de nuestros prejuicios? Cuando preguntamos sobre lo que lo experienciado les hizo pensar acerca de su actividad clínica cotidiana y si esta se podría ver modificada de alguna manera a partir de esta experiencia, el resultado fue: a algunas personas que les preocupaba mucho el acertar con la categoría diagnóstica expresaron su perplejidad porque es un tema que pasó a un segundo plano, para otras lo más destacable es la responsabilidad que sintieron desde entonces sobre la mirada que hacen sobre las personas con las que trabajan.

Segunda práctica
Para el desarrollo de esta práctica, hemos llevado a cabo conversaciones con cuatro mujeres diagnosticadas de diferentes trastornos mentales en relación a cómo las cuestiones de género han influido e influyen en la atención recibida y en la propia vivencia que ellas hacen de su malestar. Tras dichas conversaciones y en relación con nuestro trabajo cotidiano, tanto con mujeres como con hombres, hemos ido percibiendo la importancia de la cuestión de género en el abordaje de los llamados trastornos mentales. Teniendo hace años formación en terapias de orientación postmoderna queremos resaltar el enfoque feminista como piedra angular de nuestra visión e intervenciones.
Estas cuatro señoras con las que conversamos viven en un piso supervisado por el equipo comunitario asertivo. Llevan viviendo en él una media de unos cinco años y tres de ellas proceden de una miniresidencia, también supervisada por el mismo equipo, en donde vivieron por un periodo de unos cuatro años. Tres de ellas están tutorizadas por un familiar y la cuarta tiene una curatela. Todas ellas, en este caso, tienen contacto con familiares cercanos (padres, tíos y hermanos).
Todas están diagnosticadas de un trastorno mental grave desde hace más de 20 años.

La entrada en cualquiera de los dos recursos es voluntaria, aunque estés tutorizado debe de existir una voluntariedad explícita para poder vivir en cualquiera de los dos recursos. Y tiene que ser así porque tanto las miniresidencias como los pisos son recursos abiertos. Ellos y ellas pueden salir y entrar libremente a cualquier hora. En los pisos tienen una supervisión mínima por parte de cuidadores, de unas horas por la mañana y otras por la tarde, y ellas y ellos deben realizar todas las tareas de la casa y mantenerla. En las miniresidencias la supervisión es continua y la colaboración con las tareas del hogar y el mantenimiento dependerá del nivel de autonomía que tengan en cada momento. Las puertas están abiertas en ambos recursos. Estas personas pagan un 75% de la pensión que perciben hasta un máximo de 500€, en este pago se les incluye alojamiento, comida, productos de aseo y menaje del hogar.

Les pedimos permiso para preguntarles sobre la relación entre su género como mujeres y el diagnóstico psiquiátrico. Les explicamos que nos centraríamos sobre todo en conversar sobre este tema en concreto y lo que más nos importaba era la puesta en común.

De las conversaciones mantenidas con estas mujeres queríamos destacar varios aspectos. En un primer momento de la conversación, ante un planteamiento abierto de si su género ha influido en su diagnóstico o en su evolución, ellas fueron rotundas en que no lo percibían de esta manera. Sin embargo, al profundizar a través de preguntas y reflexiones sobre aspectos más concretos de su historia fueron revelando unas posibles diferencias: explican que a las mujeres se las amarraba (tanto a la cama estando ingresadas como a una camilla para traslados en ambulancia, por ejemplo) en mayor medida y sin embargo “a los hombres únicamente cuando tenían procesos más graves” lo que les conectaba con sus valores de justicia e igualdad. Ellas consideraban que no fueron merecedoras del mismo respeto que los hombres: “a los hombres no se los amarraba por tener un brote psicótico porque tenían hecho el cuartel”, las mujeres dieron gran importancia a este hecho como si el haber realizado el servicio militar les dotara a los hombres de un privilegio incuestionado. También hablaron sobre que el hombre es capaz de hablar por sí mismo y defender sus derechos, mientras que ellas precisan de un portavoz que hable por ellas: “a mí me amarraron porque no quería subir a la ambulancia, con un hombre hubieran hablado, a los hombres se les tiene más en cuenta”.
Otro aspecto a destacar en las vidas de estas mujeres es respecto a la tutela, la mayoría están tuteladas por hermanos y en las que no lo están, las familias llevan un férreo control de su dinero (no ha pasado tanto tiempo desde que las mujeres y los menores necesitaban permiso de un hombre para muchos aspectos de sus vidas). Otra de las conversaciones giró respecto a cómo son nombradas y contaron que “a la mujer se le dice loca, al hombre no; tú estás loca como algo muy normal, al hombre no”. Y por último lo que nos pareció más demoledor y podría resumir la esencia de la conversación y de la vivencia de estas mujeres es el siguiente párrafo: “Mi experiencia me dice que lo dicho por nosotras no se cree, no se cree en nuestra palabra. A un hombre no lo ponen en duda. ¿Por qué no me creyeron cuando les conté que pasé cuatro días en la calle? ¿una mujer no puede estar en la calle?”.  Estas afirmaciones nos trajeron a la memoria el concepto de Microfísica sexista del poder de Nerea Barjola (2): que revelaque el relato sobre el peligro sexual  (y muchos otros peligros) nos atraviesa como un mecanismo eficaz, escurridizo, difícil de visualizar y que impone complejos mecanismos disciplinarios sobre las mujeres, entre ellos su consideración como necesitadas de protección continua. Estos relatos están diseminados mediante discursos sociales, mediáticos y políticos que formarían parte del conjunto de ceremonias performativas que Butler (3) describe.

¿”Realidades” posibles?
Como hemos desarrollado en algún trabajo anterior (4), nuestra cultura es machista, y lo es porque aunque presuma de serlo en escasa medida, con eso lo que consigue es ocultar gran parte de ese machismo bajo la alfombra, donde sigue actuando. Nuestra cultura es machista porque las mujeres trabajan más en casa y como cuidadoras, cobran menos, con contratos más precarios, son constantemente objeto de “piropos” que no son otra cosa que ofensas y acosos verbales, vuelven a casa por la noche asustadas ante un posible ataque, de formas que los hombres no han vivido jamás… y son solo unos ejemplos. Por esto, el tipo de reflexiones surgidas de estas practicas es muy desafiante para los profesionales de la salud en general y para el ámbito de la salud mental en particular. De esta manera se revela que nuestras categorías diagnósticas no se encuentran en un marco independiente de la cultura, como pensaríamos en principio, al otorgarle rango científico a las mismas. Más bien parece que están bien insertadas dentro de ella. La difícil relación entre la ciencia y la cultura ha sido estudiada largamente poniendo en cuestión la supuesta objetividad de la misma, especialmente en lo que se refiere a la ciencia que estudia nuestra propia especie pero también a la hora de estudiar a otras. No nos referimos a los estudios llevados a cabo con una utilización mas o menos laxa del método científico para forzar resultados en función de necesidades crematísticas del centro de investigación, de quien lo financia, del propio equipo o de alguna de la personas que lo forman, algo que calificaríamos de fraude. Nos referimos a estudios sobre ciencia bien hecha, sin fraude, experimentos bien realizados pero elegidos (culturalmente), para responder preguntas de investigación (definidas culturalmente) y cuyos resultados son también discutidos sobre la mesa de la cultura. Anne Fausto Sterling (5) discute a lo largo y ancho de su obra cómo las ideas previas que tenemos sobre las cosas modifican las conclusiones aunque los datos muestren otras cosas. Una de las anécdotas tiene que ver con el talentoso científico italiano Abbé Lázaro Spallanzani (1729-1799) el cual realizó experimentos para estudiar el fenómeno de la fecundación y la importancia de los espermatozoides en el proceso. Los experimentos fueron diseñados de manera adecuada pero los resultados fueron interpretados a la luz de las ideas previas del eminente científico desechando datos que a la postre eran imprescindibles para entender lo que pasaba. Esta selección de datos sesgada también fue estudiada en científicos más actuales: Latour y Wolgar (6) se metieron en un laboratorio durante la década de los 70 y encontraron que gran parte de la labor de los científicos consiste en saber qué datos son los que se debe conservar y cuáles son los que se debe desechar. Llegan a decir que para una persona no entrenada, el proceso se parece más a la eliminación de cualquier cosa que pueda contradecir las ideas previas científicas que a una búsqueda neutral e inocente de la verdad. En este sentido, no ven los objetos de estudio científico como entidades independientes de los instrumentos de medición o de las mentes que los interpretan y, por tanto, ven la actividad científica como un conjunto de sistemas de creencias y prácticas culturales transmitidas por tradiciones principalmente orales.
Por supuesto, si trasladamos esto desde la producción de ciencia básica al terreno de la aplicación tecnológica de la misma como ocurre en la medicina, la probabilidad de sesgo se incrementa de forma exponencial.
En concreto dentro de nuestro campo, las mujeres acaban diagnosticadas de histerias, neurosis, trastornos límite de la personalidad, etc., mucho más que los varones, y bajo los efectos de dosis y combinaciones de psicofármacos aún mayores. Y, cuando son maltratadas por el hecho de ser mujeres, porque algún varón se cree en el derecho de decidir con quién hablan, qué ropa llevan, a qué hora vuelven o con quién se acuestan, encima tienen que aguantar la agresión de quien se supone está para ayudarles: el policía que pregunta qué hacía sola a esa hora, el juez que pregunta si se resistió lo bastante, el psiquiatra que determina que lo que ocurre es que ella va buscando inconscientementeparejas que la maltraten. En nuestra cultura, si eres mujer, estás condenada a ser vista como un objeto sexual, a ser explotada más que los varones en el ámbito laboral y muchísimo más en el ámbito doméstico y, encima, si te atacan la culpa es tuya, porque vas provocando, no debes andar sola, algo querrías o es que te gustan los tipos así…
Siguiendo a Dolores Juliano en su obra Tomar la palabra (7), podemos decir que venimos de un orden social en el cual se atribuye conceptualmente la racionalidad a los hombres y a las mujeres se les identifica con el caos. Excluir a las mujeres del sacerdocio implicaba, por ejemplo, impedir el acceso al púlpito, a la posibilidad de hacer oír su voz. Por poner otro ejemplo, en este país hasta 1981 las mujeres debían pedir permiso a su marido para poder trabajar, cobrar su salario, ejercer el comercio, abrir una cuenta corriente en bancos, sacar su pasaporte, el carné de conducir… Además, la mujer soltera se equiparaba al menor y no podía abandonar la casa sin el consentimiento paterno.
Como señala Juliano en su obra, hasta mediados del siglo XX las mujeres que se salían de los estrechos márgenes que se les asignaban y no cumplían satisfactoriamente con sus obligaciones de género eran sancionadas catalogándolas como enfermas y, en consecuencia, se las medicalizaba. No se relacionaba su conducta (en aspectos como la libertad sexual, la falta de dedicación maternal o la realización de gastos sin consultar) con sus derechos como persona, sino que se valoraba como incapacidad individual de vivir en sociedad, pese a que en ese momento (y desde hacía mucho) ya existían reivindicaciones feministas.
Por su parte, Ruiz y Jiménez recogen en un artículo (8) una serie de trabajos que analizan la “feminización de la locura” considerando que la locura se caracterizó con “atributos femeninos” y que esto condiciona la respuesta terapéutica dada por los psiquiatras.  Como afirma Chesler (9), citado en Ruiz y Jiménez, las mujeres tenían más probabilidad de ser etiquetadas como enfermas mentales debido a lo que llamaba “doble estándar” de la enfermedad mental. Esto quiere decir que no se valoran los mismos parámetros para los hombres y las mujeres. Los parámetros considerados válidos para una personalidad sana eran independencia, autonomía y objetividad, pero estos no eran a su vez los parámetros específicos para una mujer, tales como dependencia, sumisión y sentimentalismo. Por tanto, sigue Chesler, las mujeres podían ser consideradas “locas” aceptando o rechazando aspectos del rol femenino.
Martin Zapirain, por su parte, nos muestra en su tesis doctoral titulada Escribiendo la locura, la submemoria y el/los silencio(s); mujeres devenidas vacío como espejo del orden moral y social (10) que las familias encerraban en instituciones psiquiátricas a las transgresoras, con lo que además desvalorizaban su capacidad de expresión, lo que les impedía que explicaran su conducta y cuestionaran el trato de que eran objeto. Esta autora señala que a las personas tipificadas como locas se les niega el reconocimiento al uso de la palabra y a ser escuchadas, pues “la palabra está culturalmente unida a la razón” y además hay unión entre racionalidad y masculinidad hegemónica. Incluso a nosotros nos ha ocurrido en alguna ocasión atribuir de entrada el género masculino a autores tras oír solo su apellido, para solo después de largo tiempo habernos dado cuenta de que se trataba de mujeres. En relación a lo dicho: la palabra siempre es, a priori, del hombre. No poca importancia tiene en esta situación el uso en nuestro idioma del género masculino como referente común para todos los sexos (entendemos también la importancia de no categorizar el sexo como binario, aunque en este mismo escrito caemos también en ello, por convención).
Retomando las reflexiones de Juliano, podríamos decir que la consideración como patológicas de las conductas que se apartan de la normalidad de las normas de género se han usado también para silenciar a hombres. Por ejemplo, podemos recordar cómo estos, una vez movilizados para la guerra, eran enviados a sanatorios cuando se negaban a combatir. O bien se internaba tanto a hombres como a mujeres en instituciones psiquiátricas cuando sus opiniones contradecían y criticaban el orden establecido, como los disidentes soviéticos del régimen estalinista, donde se diagnosticaba esquizofrenia por criticar el sistema comunista. Ejemplos claros de cómo se ha utilizando la psiquiatría como un arma para diagnosticar al disidente, lo cual consigue dos cosas: control a través del internamiento y un segundo aspecto, aún más importante para el poder, que es quitarle el valor a su palabra.
Resulta fascinante en este punto comprobar el valor que tiene la palabra. Esta no se limita a reflejar el mundo en que se produce, sino que crea mundos diferentes, con una lógica propia. También sirve para distorsionar o manipular las imágenes que percibimos del mundo “real”. Cómo vemos a los demás y cómo nos vemos a nosotros mismos dependen en gran medida de los discursos a los que otorgamos credibilidad.
Continuando con la tesis de Martin Zapirain, ésta explicita que, en contraposición a los discursos, el silencio ha rodeado tradicionalmente a las personas que son consideradas enfermas mentales. Nos cuenta que se trata de un silencio múltiple o polifacético que incluye el que guardan las familias para no ser contaminadas por el estigma, el propio de las instituciones que “protegen la privacidad” de las internadas y el de las pacientes a las que no se les atribuye la razón y a partir de esa presunción se les niega credibilidad y el derecho a expresarse, pero incluye también el silencio adoptado como refugio, cuando nada de lo que se diga puede cambiar la situación.
Como leemos en un trabajo de Mantilla (11), diferentes estudios han analizado, cruzando género y salud mental, el proceso que llevó a finales del siglo XIX a que se considerara a los trastornos mentales bajo una representación femenina, a la vez que demuestra cómo la locura se caracterizó con atributos femeninos. Mantilla cita también el trabajo previo de Chesler sobre parámetros de salud mental en hombres y mujeres y, en esa línea, observa que la asociación entre naturaleza, subjetividad, emociones y condición femenina, opuesta a la ligazón entre cultura, objetividad, razón y masculinidad, ha sido largamente señalada por los estudios sociales de la ciencia y la epistemología feministas.
Entendemos que el análisis y estereotipos de género presentes en los discursos de los profesionales son relevantes para entender el proceso de construcción de valores y de actitudes respecto a los comportamientos esperados para mujeres y para hombres en relación con las evaluaciones psiquiátricas y psicológicas.
El trabajo de Mantilla respecto al trastorno límite de personalidad relata que profesionales entrevistados reproducen los valores tradicionales, históricamente atribuidos a los comportamientos de género, y esto es debido a tres mecanismos: en primer lugar, los estereotipos sobre apariencia y comportamiento femenino colaboran a establecer este diagnóstico en mujeres; en segundo, la creencia en una vulnerabilidad biológica que refuerza la perspectiva de la “desregulación emocional” como característica intrínseca de la naturaleza femenina; y como tercer mecanismo, cuando coloca a las mujeres como responsables de la salud mental de sus hijas y establece que el trabajo de crianza es parte central de su desempeño femenino y, como consecuencia, las madres son responsables del trastorno límite en sus hijas mujeres.
Actualmente, como postula Mantilla, el trastorno límite de personalidad es el diagnóstico más común dentro de los trastornos de personalidad. Según el DSM-IV, la característica esencial del trastorno límite de la personalidad es “un patrón general de inestabilidad en las relaciones interpersonales, la autoimagen y la afectividad, y una notable impulsividad que comienza al principio de la edad adulta y se da en diversos contextos”.
Barbara Brickman (12), citada por Mantilla, señala cómo los estereotipos de género influyen en la construcción patológica de la femineidad tanto en los discursos psiquiátricos como en los psicoanalíticos. Brickman muestra que las mujeres que no cumplen con las expectativas socialmente esperadas son proclives a recibir diagnósticos de trastorno de personalidad. Nos parece que este diagnóstico de trastorno límite podría estar ocupando el espacio anteriormente reservado a la histeria femenina.
Siguiendo de nuevo a Mantilla vemos que, de esta manera, el cuerpo, la identidad, la labilidad y las cuestiones emocionales forman parte de la construcción del discurso de la vulnerabilidad biológica atribuida a la mujer. La lectura biosocial de las emociones apela a una mirada sobre “la naturaleza femenina” que coincide con las explicaciones que se utilizan también para justificar otras patologías como el síndrome premenstrual o el síndrome posparto.

¿Desafíos posibles?
Como brillantemente nos explica Juliano (7), si los discursos no tuvieran ninguna eficacia social, no existiría tanta competencia social por “tener razón”, tanta polémica sobre la “verdadera fe” y tanto bombardeo informativo sobre las bondades del libre comercio. Los discursos tienen importancia porque legitiman las conductas y marcan los límites de lo que es aceptable en cada momento.
Recogiendo ahora el trabajo de Polo sobre mandatos de género y narrativas terapéuticas (13), podemos partir de la idea de que vivimos en una sociedad patriarcal, en donde aunque dicha sociedad pueda presumir de ser igualitaria, es indudable que se producen desigualdades a muchos niveles, fundamentalmente en lo subjetivo. Como cita Polo, Almudena Hernando en su libro “La fantasía de la individualidad” (14) señala que la desigualdad de género tiene que ver con la diferente forma con que históricamente se ha construido la identidad en hombres y mujeres (“individualizadas” versus “relacionales”). En las sociedades orales, las identidades de hombres y mujeres eran relacionales; poco a poco, en función de la necesidad de desplazamiento, riesgo y enfrentamiento al control de la naturaleza, los hombres fueron adquiriendo rasgos progresivos de individualidad. Sin embargo, el ser humano no puede desconectarse de su propio grupo. Así, a medida que se fueron definiendo rasgos de individualidad, los hombres que asumieron posiciones de poder no fueron conscientes de su necesidad de vinculación y depositaron su necesidad de vincularse en las mujeres: ellas mantenían la identidad relacional y garantizaban el vínculo, fueron compensando la pérdida de conexión emocional. Quizás ahí -sigue Hernando- comienza la desigualdad. A medida que se va valorando la racionalidad como elemento de poder, se va devaluando lo emocional. La negación de la necesidad de los vínculos emocionales mantenidos por las mujeres crea en los hombres el temor de que ellas se individualicen y, por tanto, abandonen la tarea que les ha sido asignada.
Como cita también Polo, Ana Jonasdottir (13) afirma que este patriarcado se sostiene por lo que ella llama “capital del amor”, en donde el amor es expropiado y genera plusvalía que el estado capitaliza a través del sostenimiento de los cuidados y las relaciones.
Quizás, opinamos nosotras, nuestro trabajo debiera estar comprometido con el mundo en el que vive y ser responsable de no contribuir a legitimar las desigualdades.

¿Posibles caminos?
La producción de la epistemología feminista ha señalado que el saber científico, como consecuencia de su carácter androcéntrico, sustenta las categorías de género. Diferentes investigaciones, comentadas por Mantilla, han analizado también el lugar de las mujeres en tanto objeto de la práctica científica, señalando el carácter sexista que presenta la ciencia en diferentes campos. Esta autora cita también algunos estudios sociológicos basados en un enfoque feminista, los cuales señalan la naturaleza construida y genérica del discurso médico, así como explican que las teorías y descripciones de la conducta que pretenden ser neutrales en cuanto a objetividad científica, presentan un sesgo en cuanto a que el funcionamiento masculino tiende a evaluarse como normal o maduro y el patrón femenino como inmaduro. Por supuesto que afirmar esto implica que existiría una esencia masculina diferenciada de la femenina y que esta última estaría subordinada a la primera. Desde esta posición se entiende el discurso del poder y del patriarcado como construido socialmente pero no se discute la existencia misma de la diferencia entre los dos géneros (si es que son dos) (15). Esto cala hondo en las distintas posturas feministas respecto de la diferencia de género, ya sea, como hemos dicho, la corriente que defiende el carácter esencialmente diferente entre el hombre y la mujer (resaltando las virtudes de la mujer históricamente negadas), o la visión que afirma la inexistencia de diferencias esenciales entre algo que se conoce como hombre y algo que se conoce como mujer.
Y es que frente a esta visión feminista más tradicional han comenzado a aparecer una serie de autoras que parten del análisis de aquellas cosas que no encajan con el discurso binario, por ejemplo la transexualidad o los estados intersexuales (16). Desde Teresa de Lauretis y Monique Wittig a Judith Butler la crítica se desplaza desde el análisis de la supremacía de un género sobre otro, por supuesto que sin negar este hecho, hacia la deconstrucción del género en sí, en la idea de que el género es una matriz que obliga y limita a todas las personas, lo que de Lauretis (17) denominaría tecnologías del género, y por tanto la tarea es desvelar cómo se generan y aplican estas tecnologías y qué espacios habría para su subversión. Utilizando las típicas estrategias del análisis postmoderno: suspensión de lo obvio, interés por los márgenes o relectura de algunos hechos históricos, se produce un conjunto de ideas muy amplio del que podríamos entresacar algunas a modo de resumen:

  • El género es un conjunto de tecnologías que actúan sobre todas las personas marcando las conductas que deben realizar o no.

  • Estas tecnologías se construyen socialmente.

  • Esta construcción social se produce performativamente, esto es, mediante un conjunto de prácticas y ceremonias tanto conductuales como discursivas.

  • El sexo no preexiste a la conformación cultural del género sino que es un producto cultural de igual modo que lo es el género.

  • El cuerpo es un sistema que simultáneamente produce y es producido por significados sociales, es el resultado de acciones combinadas y simultáneas de la naturaleza y lo social.



La aplicación de una perspectiva de género y teoría feminista a nuestra práctica hace que nos debamos cuestionar desde qué marco conceptual se sustenta. Incorporar modelos igualitarios supone incorporar posiciones subjetivas activas. Siguiendo a Lola López Mondéjar -citada por Polo (13)- “no se trata solo de cambiar nuestra conducta racional aplicando voluntad y cognición sino de vigilar una disposición inconsciente automática, irracional y sutil que persiste en actitudes en las que quizás no nos reconozcamos, porque pueden ser contrarias a nuestra representación consciente”; “la autovigilancia tiene que ser estricta, ya que el patriarcado cuenta con un terrible cómplice interior. Un cómplice que nos llena de contradicciones y con el que es difícil negociar... un cómplice que ríe los chistes machistas o que educa de forma distinta en tareas domésticas a hijos e hijas…”



Bibliografía
1.- Gergen, K.J. y Gergen M. (2011). Reflexiones sobre la construcción social. Barcelona: Paidós.
2.- Barjola, N. (2018). Microfísica sexista del poder. Barcelona: Virus Editorial.
3.- Butler, J. (1993). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires: Ediciones Paidós.
4.- Vispe, A. y G.-Valdecasas, J. (2018). Postpsiquiatría. Madrid: Grupo 5.
5.- Fausto-Sterling, A. (1987). “Society writes biology, biology constructs gender”. Daedalus116, 61-76.
6.- Latour, B. y Wolgar, S. (1995). La vida en el laboratorio. La construcción de los hechos científicos. Madrid: Alianza.
7.- Juliano, D. (2017). Tomar la palabra. Barcelona: Edicions Bellaterra.
8.- Ruiz Somavilla, M.J. y Jiménez Lucena, I. (2003). “Género, mujeres y psiquiatría: una aproximación crítica”. Frenia, vol. 3, nº 1.
9.- Chesler, P. (1972). Women and Madness. New York: Avon Books.
10.- Martín Zapirain, I. (2015). Escribiendo la locura, la submemoria y el/los silencio(s); mujeres devenidas vacío como espejo del orden moral y social. Tesis Doctoral. Universidad del País Vasco.
11.- Mantilla, M.J. (2015). “Imágenes de género en la construcción de diagnósticos psiquiátricos: el caso del trastorno límite de la personalidad en la perspectiva de los/as psiquiatras y psicólogos/as de la Ciudad de Buenos Aires”. Mora (B.Aires),vol. 21, nº 2.
12.- Brickman, B. (2004). “Delicate cutters: gendered self-mutilation and attractive flesh in medical discourse.  Body & Society, vol. 10, nº 4, pp. 87-111.
13.- Polo, C. (2018). “Deconstruyendo mandatos de género en narrativas terapéuticas”. Disponible en blog Asociación Madrileña de Salud Mental (www.amsm.es).
14.- Hernando, A. (2012). La fantasía de la individualidad. Madrid: Kats.
15.- Saldivia, L. (2012). “Reexaminando la construcción binaria de la sexualidad”. Disponible en la RevistaPensamiento Penal: http://www.pensamientopenal.com.ar/doctrina/34131-reexaminando-construccion-binaria-sexualidad
16.- Hernández, M., Rodríguez, G. y G.-Valdecasas, J. (2010). “Género y sexualidad: consideraciones contemporáneas a partir de una reflexión en torno a la transexualidad y los estados intersexuales”. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol. XXX, nº 105, pp. 75-91.
17.- De Lauretis, T. (2000). Diferencias: etapas de un camino a través del feminismo. Madrid: Horas y Horas.



"Dilemas en los cuidados. Buscando respuesta desde las perspectivas feministas." (Marta Carmona Osorio, Jornadas de la AMSM 2018)

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Recién llegados de las Jornadas de la Asociación Madrileña de Salud Mental de este 2019, con mucho visto y hablado (y tal vez alguna que otra reflexión pendiente de ser escrita), traemos hoy un texto de nuestra admirada Marta Carmona Osorio, psiquiatra, que fue expuesto en las Jornadas del año anterior, en la mesa "Perspectivas en cuidados de Salud Mental". Habla Carmona sobre la muy difícil tensión en nuestro campo entre coerción y cuidado. Supongo que todos querríamos cuidar de forma no coercitiva, pero muchas veces cuidar implica coerción, y no ejercer coerción implicaría no cuidar. Y, por supuesto, por este camino se acaba en la máxima coerción con la excusa del cuidado completo. Aunque la coerción nula solo es posible en un entorno donde no se lleva a cabo ningún cuidado. Muy difícil equilibrio sobre el que intentaremos reflexionar en alguna entrada próxima.

Y ahora, el texto con la intervención de Marta Carmona Osorio:



Lo que voy a contar a continuación es una serie de reflexiones que me han ido viniendo en los últimos años, fundamentalmente en relación al choque interno que vivo entre el discurso que de un tiempo a esta parte vamos conformando en estas jornadas y el que siento que opera en el medio en el que los profesionales seguimos trabajando. Es una reflexión personal, no pretendo dar una solución ni una recomendación. Es sólo la forma que yo he ido encontrando para resolver lo que todavía ahora entiendo como incongruencia entre lo que pienso, lo que hago, lo que me gustaría hacer y lo que parece que puedo hacer; porque muchas de esas preguntas que me hago o esos agujeros de coherencia que me surgen, desde el feminismo llevaban mucho tiempo, no resueltos, pero sí planteados de otra forma, de una forma menos paralizante y más fácil de convertir en acción. Disclaimer: voy a hablar muchas veces de la psiquiatría, porque es lo que yo soy, pero creo que en muchas ocasiones lo que me pasa es extensible a otros profesionales de la salud mental.

Hay algunas ideas básicas que tengo que transmitir antes de liarme con esos conflictos. Lo primero es la ley de cuidados inversos, que es un concepto al que tengo la sensación de que no prestamos atención suficiente cuando hacemos la crítica al funcionamiento de los servicios públicos de salud mental. La ley de cuidados inversos es un fenómeno descrito desde los años 70 y se resume en que el acceso a la atención sanitaria o social de buena calidad es inversamente proporcional a la necesidad de esa atención; es decir, a mayor necesidad se reciben menos cuidados. Este fenómeno es una constante y no se puede evitar, depende de muchísimos factores y es una tendencia que aparece continuamente, tanto en lo macro como en lo micro. Valga de ejemplo pensar en, cada uno de nosotros, qué entrevista/intervención tendemos a hacer más larga o nos sale con mayor facilidad, aquella en la que los interlocutores muestran interés, nos preguntan y resultan interesados; o esa en la que nuestros interlocutores son hostiles y no muestran interés. Aunque es probable que la intervención sea más necesaria en el segundo caso, tendemos a dedicar más recursos a la primera. A nivel estructural se repite este fenómeno salvo que en el diseño se haga un particular hincapié en disminuir esa ley. A día de hoy los servicios públicos, en su apuesta por garantizar la accesibilidad, son los que más consiguen minimizar esta ley de cuidados inversos.

Hay otro fenómeno, menos oficial, pero que usamos mucho en el Colectivo Silesia, donde yo intento pensar estas cosas que os traigo y es el “Explico no es mi problema”. Esta frase, con su construcción incorrecta y todo, la vio un compañero, médico de atención primaria, escrita en la historia clínica de una paciente que llegaba tarde a la consulta por problemática laboral, y cuyos síntomas físicos, por los que iba a consulta, tenían mucho que ver con esa problemática laboral. Que la respuesta del médico al que se acude por ese síntoma sea “Explico no es mi problema” me parece algo atroz. Tiene que ver con que es probable que ese síntoma no se puede resolver con un fármaco o con una intervención quirúrgica, no tiene una respuesta absoluta desde lo médico; pero eso no significa que no sea un problema de salud y que la respuesta deba ser semejante expulsión simbólica. Como parte del sistema sanitario ni debo ni quiero desentenderme del sufrimiento y el malestar de las personas a las que atiendo, aunque en muchas ocasiones no tenga herramientas para solucionar o ni siquiera me corresponda a mí hacerlo.

Todo lo que voy a intentar transmitir a continuación tiene que ver con tratar de llevar presente la ley de cuidados inversos en la cabeza así como no incurrir en el explico no es mi problema. A su vez soy consciente de que, en tanto mi trabajo contiene un componente coercitivo que históricamente ha tenido que ser señalado desde fuera para ser visto y corregido, muchas de las reflexiones que yo hago están llenas de resistencias mías a aceptar el rol coercitivo que tengo y a desaprender algunas de las cosas aprendidas.

La primera reflexión que tengo que hacer es el daño que ha hecho el discurso stop recortes. Me explico, en el absoluto rechazo a los recortes al sistema público es probablemente lo único en lo que estamos de acuerdo todos los presentes, yo la primera. No me refiero a que no lo comparta, sino que uno de los problemas del momento histórico en el que estamos de desmantelamiento del estado de bienestar, precarización de los servicios públicos, etc., es que no sólo se han producido esos muchos daños, sino que también nos han robado un espacio de pensar, de demandar y construir. Todo el tiempo y esfuerzo que hemos dedicado en los últimos diez años a pedir que no destrocen lo que tenemos es tiempo que no podido dedicar a pensar qué servicios públicos queremos, quiénes han de pensarlo, cuáles son los mejores espacios para pensar en ello. ¿Las sociedades profesionales, las instituciones políticas, los colectivos ciudadanos, todos ellos, juntos o por separado?.

A qué me refiero con espacios en los que pensar; bien, en los últimos años hemos dedicado muchas horas de ponencia y debate de estas jornadas a la coerción y tengo la sensación de que dedicamos pocas al qué cuidados queremos. Este año hemos intentado centrar el programa en justamente esa parte que cuesta tanto articular en profundidad, como es el cuidado en sus muchas formas. Las pongo juntas, cuidado y coerción, porque una particularidad de la coerción en psiquiatría es que se realiza enunciada desde el cuidado. Y aunque en muchos casos, y a más desde fuera, temporal o situacionalmente, la parte coercitiva es clarísima, en otros casos se entremezcla con el cuidado de una forma tan compleja en la que es difícil saber qué actuación es la correcta.

Como ejemplo de esto me viene una situación que viví en el trabajo y a la que no paro de dar vueltas desde entonces. Vino a urgencias una mujer en situación de crisis, con sintomatología psicótica muy invasiva en la cual había llegado a decir que prefería matarse a sufrir esa persecución. Venía acompañada por su hermana. La mujer en crisis no quería ingresar ni quedarse en la observación, y evidentemente tenía un riesgo muy alto como para irse a casa, ya que vivía sola. Aunque había un riesgo evidente tanto su familia como yo queríamos intervenir de la forma menos coercitiva posible. Conseguimos acordar que se fuera a casa de su hermana a pasar la noche y que fuera al día siguiente a ver a su psiquiatra, con quien tenía buena relación, y con quien a lo mejor se podía pactar un plan de crisis. Un dato relevante es que unos años antes una hermana de ambas mujeres se había suicidado, también en contexto de una crisis con síntomas psicóticos. Hicimos lo acordado, la mujer se fue a casa de su hermana, donde había más personas que podían prestarle cuidados. En teoría hicimos una intervención no coercitiva, pactada con la persona en crisis, en teoría lo hicimos bien. Pero también la intervención consistió en obligar a alguien a pasar la, probablemente, peor noche de su vida, reexperimentando el trauma del suicidio de la otra hermana, depositando en ella y sus familiares un cuidado muy extremo. Mientras se iban de la urgencia la hermana de la mujer en crisis me miró de una forma que tengo clavadísima desde entonces, que no era de enfado, ni de recriminación, pero sí de impotencia absoluta. Desde el punto de vista del reducir la coerción nuestra actuación fue correcta, pero creo que no puede ser el único punto de vista desde el que se trabaje; creo que aquella noche le dimos una patada en la boca a esa familia y ejercimos violencia. Ellas habían acudido al sitio definido por el sistema para asistir a esas crisis y ninguna de las herramientas que yo tenía, que en otras ocasiones sí son válidas, era válida en esta situación.

Ahora, no creo que haya que plantear esto como un falso dilema, o coerción para la persona en crisis o Explico no es mi problema y depositación en el entorno; creo que hay que poder ver esas situaciones desde otro ángulo para encontrar mejores soluciones.

Poco después de esta situación me encontré el texto de Norah Martin de bioética feminista en psiquiatría, que me pareció que aportaba un punto de vista interesante. Tradicionalmente la bioética feminista se centró en cómo al medicalizar/psiquiatrizar la ansiedad y depresión inducidas por el sistema se contribuyó a perpetuar la opresión de género y a mantener rígidos los roles de género tradicionales, como por ejemplo en la figura de las distímicas. Pero no es la única crítica que se ha hecho. La crítica de Norah Martin que me pareció que aplicaba más a ese caso es que muchos bioeticistas y autores antipsiquiátricos se han centrado en hablar de autonomía a la hora de hablar de los ingresos involuntarios pero no parecían estar preocupados por aquellos que tenían que hacerse cargo de las personas que rechazaban los ingresos.

Mientras que en la antipsiquiatría de Szasz el foco está puesto por completo en el individuo y este ha de responsabilizarse de todo lo que hace, esté en crisis o no, desde la bioética feminista se busca otra posición. Se defiende la premisa de no tachar a alguien como “loco” al designarlo paciente, ni por parte de la psiquiatría ni por parte de su entorno; ni se debe dejar de escuchar o tener en cuenta sus opiniones porque exista un diagnóstico, pero también plantean que nadie, en tanto que somos seres finitos y situados, somos capaces de ver todos los parámetros de las decisiones que tomamos; nadie somos plenamente conscientes de todas las consecuencias que acarrea lo que hacemos. Esto no lo proponen como un modo de actuación ante las situaciones en crisis en concreto, sino como planteamiento epistemológico. Partir de que ninguno de los actores en una situación va a poder ver todos los puntos de vista y que las opresiones sistémicas van a seguir operando de forma continua; no sólo aquella en la que queremos poner el foco, sino todas.

Muchas veces en las situaciones de crisis eso va a comparecer de una manera clara. Por una parte, va a ver una persona con un sufrimiento interno altísimo con una demanda masiva de cuidado. Por otra parte, va a aparecer la maquinaria psiquiátrica cuya coerción, precisamente en este espacio conocemos bien (o podemos tener seguridad de que en este espacio se va a enunciar). Pero también van a aparecer opresiones de género en la persona en crisis y en quienes le brinden cuidado, opresiones de clase (no se organiza el mismo plan de cuidados si el entorno tiene unas condiciones laborales o tiene otras), raciales (las conductas insólitas de unas personas y de otras no son leídas igual por vecinos/transeúntes, etc.)… Hay una frase que se dice mucho en atención primaria y es “el médico ve la comunidad desde la mirilla que es la consulta” y de un tiempo a esta parte yo intento entender así la práctica clínica. Es un lugar donde, desde luego, existe una opresión, pero también desde donde se puede ver cómo entran en juego muchas otras.

Al preparar esta intervención me acordaba de una situación en urgencias en la que yo estaba atendiendo a una mujer que había hecho un intento de suicidio del que hacía crítica completa y, según la lexartis psiquiátrica, estaba dando de alta con seguimiento. El problema es que el plan de cuidado en el que se apoyaba el alta, y que era el que deseaba esa mujer, pasaba porque el cuidado de los días siguientes a ese intento de suicidio fuera proporcionado por un familiar que había abusado sexualmente de la paciente en años anteriores. En ese momento la coerción psiquiátrica no estaba operando, la mujer había solicitado ella la ayuda por nuestra parte, aceptaba la intervención, más allá de la opresión sistémica que de fondo pueda leerse desde la perspectiva de lxs supervivientes de la psiquiatría, no había un ejercicio activo de coerción; y sin embargo esa situación yo no puedo dejar de vivirla como atroz y opresiva. Es evidente que tampoco puedo utilizar la artillería psiquiátrica para resolverla (“ah, pues como tu plan de cuidado me parece atroz, te ingreso sí o sí”) pero me parece muy difícil no incurrir en un “Explico no es mi problema”. Situaciones parecidas, aunque el emergente sea de menor intensidad, las hemos visto todas las profesionales cuando, por ejemplo, sabemos que una persona a la que atendemos está viviendo una situación de violencia de género pero aún no está en el momento o bien de leer así su situación o de, una vez que la ve, organizar la salida; y los planes de cuidado de las crisis de esa persona dependen de quien la maltrata.

Creo que una de las muchas dificultades que comparecen aquí es el construir, desde el saber profesional, que es desde donde estoy intentando hablar, al paciente y a la familia como entes monolíticos, que se pueden pensar en unidades. Especialmente la familia (a veces es un entorno más ampliado pero muy a menudo es literalmente la familia) de la que tendemos a hablar como una figura abstracta; creo que esa forma que tenemos de entender a la familia (sobre todo durante las crisis, en otros momentos la podemos entender de una manera mucho más rica) es muy simplista. Tal y como está diseñado nuestro sistema, con una carencia atroz de servicios públicos (baste ver a los grandes dependientes, o los retrasos que matan de las valoraciones de la ley de dependencia) la familia es el ente básico provisor de cuidados en una situación de necesidad. Pero a la vez la familia es una institución extremadamente violenta, donde suceden la mayoría de los abusos, de diferente tipo. Y aunque, evidentemente, esto no sucede en todas las familias, ni siquiera en la mayoría, a veces esta familia con altísimos niveles de violencia interna está siendo la red de cuidados posible para una persona en crisis. Muchas veces la psiquiatría (o servicios sociales) entra en esas situaciones como un elefante en una cacharrería, eso es innegable, pero depositar el grueso de la opresión en lo psiquiátrico impide ver toda esa otra parte. Esto que digo evidentísimamente puede ser una resistencia interna y una dificultad mía para ver la coerción implícita en mi trabajo, por supuesto. Pero aquí es donde creo que resulta interesante la perspectiva de la bioética feminista en psiquiatría, ese pensar que ninguna de las visiones puede ser completa. En esa mirilla de situaciones extremas que tiene el ejercicio de la psiquiatría podemos ver todas esas otras opresiones que están operando, además de la nuestra y que creo que han de ser tenidas en cuenta, porque no siempre, aunque eso no me corresponda a mí decirlo, la coerción psiquiátrica va a ser la peor.

Otro aspecto que creo que estamos teniendo poco espacio para pensar, y aquí vuelvo a centrarme en esa ley de cuidados inversos a la que, en nuestro discurso crítico, no sé si estamos prestando suficiente atención, es la responsabilidad en torno a las personas en una situación de alto riesgo. Pongamos un caso que, de unas formas y otras se ha dado con cierta frecuencia en los últimos años en diversos lugares; una mujer que acudió por su propio pie a urgencias en estado de intoxicación etílica. Fue atendida (por parte de medicina interna) y a las pocas horas abandonó por iniciativa propia el hospital, antes de ser dada de alta; falleciendo en las inmediaciones del hospital. Esa muerte, que muy probablemente ha sido una muerte evitable, y de haber permanecido dentro del centro habría sido impedida, ¿de quién es responsabilidad? Entendemos que si esa mujer fue por su propio pie al hospital no tenía un deseo activo de muerte y desde luego si lo tenía estando intoxicada era poco valorable. Se puede judicializar la situación y que desde justicia (que obvia decir es una parte de nuestro sistema con un componente coercitivo muy importante, si no es el elemento coercitivo por definición) se busquen personas/instituciones responsables de esa muerte en concreto. Pero ¿es la única manera de entender esa responsabilidad? ¿Quién tiene que pensar en la responsabilidad respecto al cuidado de esa persona y el evitar esa muerte evitable? Supongo que desde la antipsiquiatría de Szasz, él diría que la responsabilidad es única de esa mujer, que asuma las consecuencias de haberse intoxicado. Desde otro lugar se podría responsabilizar únicamente al entorno de esa mujer, “ah, haberla acompañado o haber impedido que realizara ese consumo”. Desde otro punto de vista podría responsabilizarse al hospital, que podría haber evitado que esa mujer saliera de las instalaciones estando en un estado de intoxicación que mermaba sus capacidades de manera transitoria. Ahora bien, esas tres perspectivas, ¿se pueden aplicar siempre? ¿Trasladamos la responsabilidad al individuo, independientemente de sus circunstancias? ¿Depositamos en las familias el cuidado de las personas con capacidades transitoriamente mermadas? ¿Lo desplazamos a la institución? ¿Quién tiene que tomar esa decisión?

Estas preguntas no se plantean solo en casos tan concretos y fluctuantes como las intoxicaciones agudas. Desde los sistemas asistenciales a día de hoy se funciona con unas narrativas totalmente distintas en torno a la responsabilidad/necesidad individual ante situaciones parecidas. Si en lo asistencial, sea clínico o en servicios sociales, se observa que una persona está dilapidando el escaso dinero que tiene y que en un plazo muy breve él y su familia van a acabar en una situación económica extremadamente precaria si no en situación de calle, se actúa de una forma totalmente distinta si esa persona está dilapidando ese dinero en contexto de un episodio maniaco, en contexto de una ludopatía o en un contexto aparentemente voluntario. En el primer caso probablemente se procederá a un ingreso involuntario mientras que en el resto se apelará a la responsabilidad individual y se dejará evolucionar la situación acarree las consecuencias que acarree. No puedo evitar ver muchos problemas aquí, desde muchas perspectivas.

Habrá quien me diga que esto es una resistencia interna mía a reconocer el daño provocado por la coerción de mi trabajo cuando este consiste en hacer un ingreso involuntario a la persona del primer ejemplo y entiendo que se vea así, compro que tengo esa resistencia. Pero creo que además de esa resistencia también hay una preocupación intensa por la ley de cuidados inversos de la que hablaba en un principio. En las alternativas no coercitivas de ejercicio de la psiquiatría que estamos buscando y que queremos encontrar, ¿vamos a ser capaces de revertir esa ley de cuidados inversos? ¿Cómo podemos hacer para que esas alternativas no desplacen esa coerción a otros espacios? Me vienen a la cabeza los países como EEUU, donde existe un mayor respeto a la autonomía (culturalmente mediado) pero a la vez las cifras de personas con trastorno mental grave que acaban en prisión son altísimas; entiendo que en parte porque el sistema entiende como delitos cosas que no lo son pero sobre todo porque ciertas circunstancias de crisis una y otra vez no atendidas acaban abocando a una exclusión social y esa exclusión social aboca a la entrada de la coerción del sistema penitenciario, de cuya rueda es difícil salir. Sin necesidad de llegar a ese extremo, ¿entendemos suficientemente bien la ley de cuidados inversos, sabemos revertirla suficiente? Necesitamos formas distintas de abordar las crisis, en eso estamos todos de acuerdo pero creo que tenemos que tener en mente que diseñemos lo que diseñemos, apostemos por lo que apostemos, la ley de cuidados inversos aparecerá siempre.

No se trata de rechazar otros modelos de funcionamiento sino de aprovechar un conocimiento extraído desde la asistencia pública, que tiene sus cosas malas pero también sus cosas buenas, como ser a día de hoy el único sistema capaz de garantizar una accesibilidad casi total, y no perderlo de vista. Por supuesto que va a haber gente a la que el sistema público no le funcione, por mucho que el sistema público evolucione; pero también va a haber siempre gente con unas dificultades internas o externas enormes para la accesibilidad, que necesite una atención integrada en el sistema, con todos sus pros y sus contras.

Otro conflicto que encuentro con lo que venimos hablando en las jornadas es que, en tanto que el sistema sigue organizado como está, por una parte estamos intentando deconstruir el rol de la psiquiatría (entendida como ese ejercicio de poder hegemónico) y deconstruir también el rol de experto; pero a la vez pretendemos que los individuos que ejercemos estos trabajos seamos capaces de forma individual de llevar a cabo esa deconstrucción. De trabajar sin ejercer coerción en un sistema que está diseñado para que la ejerzamos. De alguna manera (y es obvio que aquí están hablando mis resistencias, pero puede que haya algo interesante debajo de ellas) siento que se me pide ser experta en no ser experta, se me pide que dé en mi trabajo una solución individual a una problemática estructural. Cuando le conté a una compañera, que trabaja en un contexto clínico muy distinto al mío, el primer caso que os he contado, el de la intervención no coercitiva que se convierte en un maltrato a la familia, ella me preguntó si yo no podía salir del hospital e intervenir fuera. A mí me dio la risa de imaginarme a la una de la madrugada cambiando unilateralmente la normativa del hospital, las condiciones de mi contrato y el funcionamiento del área. No es que no se puedan plantear otras intervenciones en crisis, es que una, por creativa que sea, no siempre dispone de la posibilidad de cambiar las condiciones en las que trabaja/vive. Luego me dio la risa más aún porque me di cuenta de que eso que me acababa de hacer mi compañera a mí, pedirme una solución individual a un problema estructural, es lo que hacemos continuamente con los pacientes a los que las condiciones en las que viven les desbordan.

Otro de los aspectos que desde la epistemología feminista se repite una y otra vez, el partir de que ninguno de los puntos de vista puede ser completo, por definición; creo que aplicado a nuestro campo puede traducirse como que ninguno de los tipos de asistencia que ofrezcamos (sean las urgencias hospitalarias, las redes de salud mental comunitaria centradas en los CSM, sean los modelos tipo Open dialogue, sean los grupos de apoyo mutuo fuera de las redes públicas, sea el modelo triestino, sea lo que sea) va a poder servirle siempre a todo el mundo y va a ser capaz de sortear opresiones y coerciones que surgen desde otros ejes. Pero poder entenderlos como incompletos y en ocasiones complementarios, no desde las carencias, sino desde el beneficio de la diversidad, puede acelerar ese camino que buscamos hacia unos servicios de salud mental menos coercitivos y hacia una asistencia más justa para todos. Volviendo a la ley de cuidados inversos que mencionaba al principio, no quiero decir “no al modelo Open dialogue” sino “si apostamos un diseño Open dialogue, tengamos presente el diseñarlo de forma que reduzca al mínimo esa ley de cuidados inversos”. Lo mismo aplica, creo, a cualquier otra propuesta. Nada vale para todo, y eso no es necesariamente malo; y de todos los modelos, incluso aquellos que vemos como malos, podemos obtener puntos de vista valiosos que nos sirvan para construir mejores servicios.



De censuras y libros (Marino Pérez Álvarez, autor de "Más Aristóteles y menos Concerta")

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Recientemente nos hemos encontrado con la desagradable noticia de la censura a que ha sido sometido el Catedrático de Psicología y autor de reconocido prestigio Marino Pérez Álvarez con el objeto de impedir su participación en unas jornadas sobre infancia y adolescencia, que han sido finalmente prohibidas por el Servicio Andaluz de la Salud, al parecer tras la presión de alguna asociación de padres de niños con TDAH.

El profesor Pérez Álvarez es autor de innumerables artículos y libros, entre los que destacaríamos dos, precisamente sobre el polémico asunto del TDAH. Uno es Volviendo a la normalidad, texto del que es coautor y que nos parece una excelente obra que modificó nuestro punto de vista previo sobre la problemática del TDAH, como reseñamos ya aquí en su momento. El segundo es una obra de la que Pérez Álvarez es autor único y de reciente salida, titulada Más Aristóteles y menos Concerta: las cuatro causas del TDAH. En ambas obras se desgrana pacientemente la falta de base para la concepción del TDAH como trastorno biológico, así como se discute la falta de eficacia de los tratamientos farmacológicos, y sus riesgos, todo ello en base a estudios científicos bien analizados. Para nada discute Marino Pérez Álvarez la existencia de graves problemas en algunos niños, pero insiste en la necesidad de buscar la causa (y, por lo tanto, la solución) en los aspectos familiares, educativos o sociales y no en presuntos fallos cerebrales que nadie ha demostrado. Desde la asociación NoGracias, su presidente Abel Novoa redactó una excelente reseña sobre esta obra más que recomendable, que pueden leer aquí:




Para terminar de ponerles en antecedentes. recogemos también un artículo de Diario Sur que explica lo ocurrido aquí:




También creemos importante el escrito de protesta realizado por la Sociedad Española de Psicología Clínica y de la Salud, con el que estamos plenamente de acuerdo, aquí:




Creemos intolerable lo ocurrido. El profesor Pérez Álvarez es un profesional del mayor nivel y sus tesis sobre el TDAH se apoyan en datos y reflexiones sobre las que se puede debatir, como efectivamente se habría hecho en dichas jornadas y como corresponde hacer de forma continua a la ciencia, para avanzar en su trabajo. Nosotros estamos plenamente de acuerdo con su punto de vista tras la lectura de algunos de sus trabajos, pero si no se está de acuerdo habrá que debatirlo, no censurarlo. Sin duda las asociaciones de padres de niños con TDAH están formadas por personas que sufren en sus propias carnes toda la problemática del diagnóstico de TDAH y el malestar en que dicho diagnóstico se origina, pero eso no les concede la autoridad ni la sabiduría para establecer a priori qué es correcto o qué no desde una perspectiva científica. Lamentable también el papel del Ayuntamiento y del Servicio Andaluz de la Salud por ceder a dichas presiones. Si este es el futuro del pensamiento crítico en salud mental, no sabemos cuánto tiempo podremos nosotros seguir también opinando.

Se ha llevada a cabo una recogida de firmas de apoyo a Marino Pérez Álvarez, en la que ya hemos participado y para la que animamos a nuestros lectores a que presten su apoyo también, aquí:



En fin, tras dejar clara nuestra opinión, dejamos la palabra al propio Marino Pérez Álvarez, quien quiso dejar su respuesta a toda esta situación en un artículo publicado en Diario Sur. Para colaborar en la medida de nuestras posibilidades a su difusión, lo recogemos íntegro a continuación:




¿POR QUÉ SE PREFIERE EL TRASTORNO MENTAL?


MARINO PÉREZ ÁLVAREZ

Catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo


El llamado TDAH sería un problema comportamental, el cual se puede y debe abordar en el contexto escolar y familiar, contando, naturalmente, con las ayudas que sean necesarias y que de hecho existen.


Ya no debiera sorprender hoy en día que el TDAH es un diagnóstico controvertido, si es realmente un trastorno del neurodesarrollo de origen genético, según la concepción estándar. De acuerdo con esta concepción, no nos engañemos, el niño diagnosticado así tendría un trastorno mental o incluso, como se dice a veces, una enfermedad del cerebro. Sin negar que este diagnóstico pueda referirse a un problema real, los críticos ponen en entredicho que su realidad haya de concebirse como una enfermedad cerebral o trastorno mental. En su lugar, entienden el problema como tal problema y no una anormalidad del niño. El llamado TDAH sería un problema comportamental, el cual se puede y debe abordar en el contexto escolar y familiar, contando, naturalmente, con las ayudas que sean necesarias y que de hecho existen. Estas ayudas se pueden proporcionar, como dice el psiquiatra infantil británico Sami Timimi, sin necesidad de un diagnóstico psiquiátrico.

La controversia no es entre psicólogos y médicos (psiquiatras, pediatras, médicos de atención primaria, neurólogos). Muchos médicos de las especialidades concernidas son críticos, como también hay psicólogos que lo sostienen. En el ámbito escolar también hay psicopedagogos, orientadores y profesores críticos, a menudo espectadores resignados, callados o acallados ante la tendencia diagnóstica. Entre las madres y padres existen igualmente críticas y hasta 'indignación' con la presión que reciben para el diagnóstico de sus hijos. Mientras que los padres defensores del diagnóstico suelen estar organizados, los otros padres no cuentan con el apoyo institucional. Para recibir este apoyo se ven abocados a buscar el diagnóstico. Es lamentable que las ayudas que necesitan las familias y los centros escolares se presten a costa del diagnóstico de trastorno mental.

No es que los niños no deban ser llevados a una exploración pediátrica, psiquiátrica, neuropsicológica o psicológica cuando parezca aconsejable. Si a resultas de la valoración clínica el niño recibe un diagnóstico, de acuerdo con el neurólogo estadounidense Richard Saul, el diagnóstico nunca debería ser TDAH. Si el niño tiene algo clínicamente relevante sería otra cosa. No sería la primera vez que un niño candidato al diagnóstico TDAH tenía en realidad un problema auditivo, de la vista, del sueño, emocional o neurológico. No deja de ser irónico que si el niño tiene un problema neurológico constatado, entonces no tiene propiamente TDAH, sino esa condición neurológica. Afortunadamente, una afectación neurológica es mucho menos frecuente que el diagnóstico de TDAH. El diagnóstico, dice el doctor Saul, lo reciben niños normales que se distraen o son inquietos o que tienen otro problema.

Se ha de reconocer que el diagnóstico se hace sobre reportes acerca de que el niño se distrae a menudo, no presta atención, se mueve mucho, no tiene espera y así. Por más que se apliquen cuestionarios, test psicológicos u otras pruebas, ninguna es decisoria. De hecho, estas mediciones carecen de sensibilidad y especificidad para diferenciar niños TDAH según los reportes señalados de niños no-TDAH. Quiere decir que el concepto es muy impreciso. Sin embargo, es gracias a su imprecisión por lo que tiene tanto éxito en conectar diferentes colectivos e intereses.

Por lo que respecta a mi posición crítica, me permito resaltar cuatro aspectos de los que hablaría en las jornadas vetadas. En primer lugar, tras revisar la literatura científica, muestro que es insostenible como trastorno mental. En segundo lugar, planteo cómo es entonces que hay tantos científicos y clínicos que lo sostienen a buena fe. A este respecto, adopto una perspectiva metacientífica, de filosofía de la ciencia. Analizo las propias prácticas científicas y clínicas conforme se investiga y diagnostica el TDAH. La conclusión es que estas prácticas tienden a ser autoconfirmatorias de las preconcepciones que se tienen, impidiendo ver el problema de otra manera que no sea esa. Los investigadores y clínicos se confirman a sí mismos no porque estén describiendo una realidad ahí dada, sino porque seleccionan y magnifican lo que encaja en su concepción, reduciendo a los niños a un puñado de síntomas.

En tercer lugar, ofrezco una concepción alternativa no patologizante. Se trata de una concepción en términos de estilo de personalidad y formas de vitalidad. En esta perspectiva, más que síntomas, los niños-TDAH se caracterizan por su vitalidad, energía, ritmo-rápido, curiosidad, creatividad y búsqueda de sensaciones, lo que no quita que estas cualidades (en general ventajosas) supongan también algún problema. Finalmente, refiero una variedad de ayudas para el abordaje del problema cuando sea el caso en el contexto familiar y escolar donde éste se da, no en el cerebro del niño. Al cerebro de los niños diagnosticados de TDAH no le pasa nada. Siquiera por justificarme, tengo que decir que los fundamentos y razonamientos de las conclusiones apuntadas están expuestas en un libro titulado 'Más Aristóteles y menos Concerta®: las cuatro causas del TDAH'. No es por hablar de mi libro, pero es mi testigo en esta ocasión.

Muchas madres y padres que reaccionan impulsivamente contra lo que suponen iba a decir difícilmente podrían estar en desacuerdo con algunos aspectos de mi posición. Por su parte, las autoridades sanitarias debieran estar abiertas a concepciones de este tipo, por cierto, más baratas. Al final, la posición que sustento viene a rescatar a los niños del 'fuego amigo' que, con las mejores intenciones, termina sin embargo por diagnosticarlos de un trastorno mental que en mi opinión no tienen. Los asistentes a las jornadas censuradas querían escuchar estas propuestas y, por supuesto, discutirlas y debatirlas.



Donde se habla de episodios psicóticos, esquizofrenia, retirada de medicación, diálogo abierto y se reseña un libro (todo gracias a José Inchauspe y Mikel Valverde)

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Hoy traemos varios documentos preparados por unos de nuestros autores favoritos: José Antonio Inchauspe (psiquiatra) y Mikel Valverde (psicólogo clínico). Se trata de varias presentaciones que han expuesto en distintas jornadas y que han tenido la amabilidad de facilitarnos para colaborar a su difusión desde nuestro blog. 



El primero de ellos trata admirablemente sobre crisis psicóticas, en relación con las necesidades de la persona y de su familia. Se plantea la cuestión del empleo de antipsicóticos en dichas crisis, así como las estrategias de mantenimiento, reducción o interrupción posterior de dichas medicaciones, todo ello valorado desde el punto de vista de la ética del riesgo (riesgo tanto de efectos secundarios si se mantienen como de recaídas si se interrumpen...). Lo pueden leer aquí:




El segundo trabajo recoge de forma brillante el tema del enfoque de diálogo abierto como programa de tratamiento para primeros episodios de psicosis, explicando un abordaje del que se habla mucho y tal vez se conoce poco. Lo tienen disponible aquí:




El tercer trabajo se titula "Una perspectiva psicosocial de la psicosis y la esquizofrenia" y se acerca magistralmente a estos difíciles conceptos desde un enfoque crítico con el pensamiento psiquiátrico más oficialista y, a la vez, mucho más esperanzador, respetuoso con las personas que sufren estos fenómenos y coherente con los conocimientos realmente existentes sobre estos temas. No dejen de leerlo aquí:




En cuarto lugar, una completa bibliografía sobre estos asuntos está a su disposición aquí:




Como añadido final, queremos incluir un texto que nos emociona especialmente. Se trata de una reseña de Mikel Valverde a nuestro libro Postpsiquiatría. Como tal vez sepan, la editorial que nos publicó, Grupo 5, ha cerrado y con ella toda la colección Salud mental colectiva, que incluía nuestra obra. Por ello, en la actualidad el libro está descatalogado y, aunque sin duda eso le da cierto carácter de obra maldita que no deja de gustarnos, la verdad es que preferiríamos que estuviera a disposición de quien pudiera estar interesado en ella. Por eso, estamos valorando otras opciones de publicación (tal vez una nueva edición en otra editorial, tal vez un formato de libro electrónico, aún no lo tenemos claro...). En cualquier caso, Mikel Valverde escribió en su día esta reseña que no llegó a publicarse en ningún sitio y que estamos encantados de poder incluir aquí:




Postpsiquiatría. Textos para prácticas y teorías postpsiquiátricas
Autores: Amaia Vispe y Jose G. Valdecasas



Veo esta obra como un libro de viajes que transita por un vasto campo de conocimiento en salud mental, donde cada ciudad que visita incluye un análisis en profundidad de la misma y justifica la relevancia de detenerse en ella. La motivación para realizar esta exploración se encuentra en la vocación de sus autores que les llevó a orientarse hacia el campo de la salud mental. 

Al igual que otras personas que deciden partir hacia las prácticas de ayuda en salud mental, los autores, casi en el mismo puerto de partida, pronto intuyen que hay algo extraño, algo que suena disonante entre lo que se estudia en los libros y lo que dicen quienes les enseñan la profesión, la práctica que se realiza a pie de obra, y lo que uno creía que debería ser su trabajo y la ayuda que desea proporcionar. 

En ese punto algunas personas se esfuerzan a acomodarse a la situación y estudian, incluso mucho, para entender la práctica habitual, pero hay otros que se hacen preguntas. 

Los autores de este texto toman la segunda vía. Desearon explorar el campo y desean traer luz a los puntos confusos y discordantes. Se dejan guiar por la intuición que alimenta su curiosidad y haciéndolo así surgen preguntas y de cada esbozo de respuesta, siempre incompleta, surge un nuevo abanico de más preguntas. Esta es una verdadera actitud científica, porque en la curiosidad de la que nacen las preguntas y del conocimiento encontrado que deja otras abiertas se fundamenta la ciencia, tanto sea en el laboratorio como en el resto de los ámbitos de indagación. Esta ruta también requiere de mucho estudio, muchas horas de lecturas, conferencias y escuchar a otros, pero a la vez mucha reflexión personal: no es este un camino donde se transita por terrenos asfaltados y seguros, no es campo para las certezas rotundas, no hay rutas directas y llanas, pero caminando por estas vías se tiene la posibilidad de encontrar datos, perspectivas y conocimientos no previstos, a veces muy fundamentados, que pueden ser divergentes al discurso académico y al de la práctica dominante, e incluso uno se puede topar con cosas que no desearía encontrar. Es una exploración que conlleva riesgos inevitables: lo que en un momento parece asentado puede con que con la visita a otro puerto deje de serlo. 

Y de esto trata el libro de Vispe y Valdecasas, de su exploración personal, de sus visitas a distintos puertos de conocimiento y lo que allí encuentran. 

La trayectoria que nos presentan es una muy lógica y plausible. Aunque ellos u otros autores podrían haber llevado rutas exploratorias distintas. Y las preguntas y los descubrimientos se encadenan a la perfección: es como si nos dijeran y entonces me pregunté esto, cuando indagué sobre ello obtuve esto otro, lo que me hizo preguntarme sobre aquello, y así sucesivamente. Este es un trayecto inacabado porque es en sí mismo interminable: siempre hay más para preguntar y conocer. 

Debido a su inquietud inicial percibida en la práctica diaria, el libro se inicia con un jugoso comentario a propósito de la sugerente obra Monte Miseria. Una novela clarificadora sobre la práctica psiquiátrica contemporánea, que trata de una exploración del campo desde los ojos de un principiante perplejo. De la misma se pueden deducir diversas cuestiones e interrogantes, que Vispe y Valdecasas presentan y sustancian. Una novela y unos comentarios en el primer capítulo que indican a las claras que este libro puede contener verdaderas cargas de profundidad. 

El siguiente puerto donde recalan es en el artículo de Bracken y Thomas (2001) “Postpsychiatry: a new direction for mental health”. Un artículo de los que marcan una diferencia, donde se perfilan unas nuevas prácticas, se señalan las bases conceptuales, a la vez que son criticadas de forma incisiva las de la psiquiatría de la corriente principal. 

Estos son los dos primeros artículos de este libro. Son textos que hacen evidentes las fallas tanto en el conocimiento como en la práctica de Salud Mental y que abren una gama inmensa de preguntas que los autores en su propia ruta irán abordando. Este libro de viajes y descubrimientos, me gusta verlo así, relata un trayecto que se ha prolongado durante años, y que continúa con rutas posteriores a este libro, que se ha plasmado en su blog Postpsiquiatria, y en cada puerto donde recalan, preguntan, cuestionan, dudan, recogen argumentos y datos, etc., siendo las cuestiones tratadas verdaderamente numerosas. Es un viaje, que no resulta árido, porque las cuestiones son diversas y pertinentes, y los autores que hicieron el esfuerzo de comprender las cuestiones que debaten, han decidido volcarlas en las páginas de forma comprensible. 

El lector que decida acompañarles en este periplo, algo recomendable de forma efusiva, tanto a los de más experiencia como a los que se inician en el campo, y también para cualquiera que le atraiga la materia de Salud Mental, se acercará de forma suave y atractiva a cuestiones como: los fundamentos filosóficos del conocimiento en salud mental, las clasificaciones psiquiátricas, el diagnóstico y su relación con la clínica y la investigación, la eficacia de los psicofármacos, los problemas asistenciales y el funcionamiento de los servicios, los distintos conceptos usados en psiquiatría (como la psicosis y la esquizofrenia), las técnicas clínicas, su eficacia y sus riesgos y una diversidad de cuestiones éticas involucradas en el campo, como la actividad de la industria farmacéutica, la medicalización de la vida cotidiana, el valor de las narrativas y el de la palabra de quienes experimentan sufrimiento mental, entre otras. 

Las bases que sustentan los debates de este libro son los estudios científicos, las cuestiones éticas y la crítica científica. Y se visitan al menos treinta asuntos, todos ellos muy pertinentes en el campo de la salud mental. Aquí no hay complacencia, del tipo de mirar en una dirección mientras se ocultan otras, sino que prima el propósito de despejar las preguntas que se pueden hacer en cada una de las cuestiones encontradas y lo que sugieren las repuestas basadas en la ciencia. No es un libro académico que se usará en las universidades, pero sí que lo es en otro sentido; útil para cualquier profesional que desee poner los pies en tierra, en la práctica real, y acepte entrar a este campo dispuesto a hacerse preguntas e indagar, incluso si le incomodan: es un libro para los que entienden el conocimiento como una actividad dirigida por la curiosidad. Un libro imprescindible para quien quiera saber sobre las cuestiones reales que se presentan en la práctica clínica. 

Miguel A Valverde 
Psicólogo Clínico 

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