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"Cientificismo y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)" (Sami Timimi, Revista de la AEN 139)

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En el último número de la Revista de la AEN leímos un artículo muy interesante de Sami Timimi (especialista en psiquiatría infantil en el Reino Unido), que recoge aspectos clave sobre la controvertida cuestión del TDAH, incluyendo el tema de su tratamiento farmacológico y su al parecer no tan clara eficacia. Nos parece muy recomendable como recapitulación sobre un asunto que cada vez arrastra más sombras que luces. Dejamos por aquí su resumen y un enlace al mismo.


Cientificismo y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)


Resumen: Para que un diagnóstico como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) sea útil científicamente, es necesario demostrar que el concepto conduce a un avance del conocimiento en torno a las causas. Para que sea útil desde el punto de vista clínico, hay que demostrar que da lugar a mejores resultados en la práctica clínica. Examino la evidencia disponible sobre la utilidad científica y clínica del TDAH, que muestra que el concepto no tiene una base empírica. La creencia sostenida de que el TDAH existe como categoría natural se asemeja más al cientificismo que a la ciencia. El TDAH es más un hecho de la cultura que de la naturaleza. Puesto que el concepto de TDAH no ha ayudado a avanzar en el conocimiento científico o en la práctica clínica, podemos decir con objetividad que hace tiempo que se pasó su fecha de caducidad.

Palabras clave: TDAH, diagnóstico, crítica, cientificismo, medicina basada en la evidencia.

Traducción de Rebeca García Nieto.







Daños (individuales y colectivos) de la práctica psiquiátrica actual (Seminario en la II Escuela de Otoño de la AEN)

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Recientemente fuimos invitados a participar en la II Escuela de Otoño de la AEN, dando un seminario de los cuatro de que constaba el programa. La verdad es que fue un fin de semana muy interesante y en el que apreciamos mucho interés por parte de los profesionales en formación participantes en aprender acerca de los aspectos más críticos de la psiquiatría y, a la vez, más respetuosos con las personas que atendemos. Ya sabemos que no es necesario tener esperanza para actuar, pero de vez en cuando tampoco viene mal.

Dejamos aquí la parte teórica de dicho seminario:


Buenas tardes a todas. Queremos agradecer a la AEN la oportunidad de poder estar aquí esta tarde con vosotras, hablando y trabajando sobre uno de los temas profesionales que más nos ocupan y preocupan: los daños derivados de nuestras intervenciones con las personas que atendemos. Somos Amaia Vispe, enfermera especialista en salud mental, y Jose Valdecasas, psiquiatra. Entre otras cosas, hemos escrito juntos un blog llamado postPsiquiatría desde hace ya más de diez años y publicado un libro del mismo título, que recoge y sistematiza nuestro trabajo sobre la profesión, llevado a cabo en dicho blog y algunas otras publicaciones. Curiosamente, a lo largo de los años hemos dado alguna que otra ponencia y charla, pero nunca juntas como hoy. A ver cómo se nos da.

Este seminario se titula “Daños (individuales y colectivos) de la práctica psiquiátrica actual”, y le hemos puesto dos subtítulos: “Sobre mitos y leyendas: ciencia frente a marketing” y “Sobre mitos y leyendas: narraciones para la práctica”. Creemos que es un tema de la mayor importancia. La práctica psiquiátrica, como toda actividad sanitaria, lleva aparejados beneficios pero también riesgos y potenciales daños. Que hoy nos ocupemos de dichos daños no quita importancia a los aspectos beneficiosos que muchas veces tienen nuestras intervenciones. Evidentemente, estamos convencidas de que en muchas ocasiones podemos hacer mucho por ayudar a las personas que atendemos, pero es verdad que esta eficacia casi siempre está en primer plano, bajo los focos, y sin duda es clave conocer también los posibles daños que podemos provocar, y cómo minimizarlos. También queremos resaltar que estos daños tienen repercusión tanto en lo individual como también en lo social, aspecto que no dejaremos de mencionar después. Y también apuntar que nos referiremos en todo momento a la práctica psiquiátrica actual, dejando de lado aberraciones pasadas propias del manicomio y sus torturas. No negamos su existencia pero creemos mucho más importante centrarnos en el aquí y ahora. Otra aclaración previa: vosotras pertenecéis a tres profesiones distintas: psiquiatras, psicólogas y enfermeras, pero cuando nosotras hablamos de “psiquiatría” o “práctica psiquiátrica” nos referimos en conjunto a todas las profesionales que trabajan en el campo de la salud mental. Usamos “psiquiatría” simplemente por costumbre y economía del lenguaje. De la misma manera, cuando hablamos de “psiquiatría” incluimos por igual las intervenciones que llevamos a cabo en las tres profesiones, cada una con sus especificidades diferentes, pero todas englobables en el cuidado a las personas que queremos ayudar. De las intervenciones para ese cuidado y de cómo intentar evitar que hagan más daño que beneficio es de lo que queremos hablaros. Es cierto que gran parte de la charla (pero no toda) versará sobre psicofármacos, pero creemos que este tema compete por igual a las tres profesiones: independientemente de que serán las psiquiatras quienes prescriban, tanto psicólogas como enfermeras realizarán gran parte de su actividad profesional atendiendo a personas que estarán bajo los efectos de medicación psiquiátrica. Por ello, es de primera necesidad que todas conozcamos en profundidad tanto los beneficios como los potenciales daños derivados de estos tratamientos. 

No vamos a llenar la charla de referencias bibliográficas para demostrar lo mucho que hemos leído y reforzar nuestros argumentos con el apoyo de publicaciones de prestigio, porque esto se volvería bastante aburrido y no es eso lo que queremos. Si alguien quiere bibliografía concreta sobre alguno de los puntos que tocaremos, que nos contacte y estaremos encantados de facilitársela. 

Hablaremos, en cierto sentido, de mitos y leyendas. Primero una revisión teórica acerca de diferentes ideas que se transmiten a las profesionales desde sus primeros años de formación como “verdades” con carácter “científico” y que, como veremos, son a veces más bien interpretaciones interesadas cuando no directamente estrategias de marketing, que algo de esto también habrá que denunciar. En la segunda parte del seminario, Amaia conducirá un taller práctico donde sin duda aprenderemos todas mucho más. Parte de la meta de todo este seminario es intentar transmitir la idea de que nuestras intervenciones tienen objetivos en forma de beneficios para el paciente, pero también a veces consecuencias no deseadas. Y que uno, como profesional, debe elegir qué riesgos correr (o más bien hacer correr a nuestros pacientes) en la búsqueda de esos beneficios. Debemos elegir qué tipo de intervenciones vamos a llevar a cabo y, más allá de eso, debemos elegir qué tipo de cuidados vamos a dar y qué tipo de profesionales vamos a ser. Y el tipo de profesional que escojamos ser también estará en relación con las teorías que explícita o implícitamente sigamos para encuadrar nuestra práctica profesional. Elegimos qué teoría creer y elegimos qué práctica de cuidados hacer. Y cada una de las dos retroalimenta a la otra, es decir, abrazaremos teorías que justifiquen la práctica que queremos llevar a cabo y, a su vez, dichas teorías modularán esa práctica. Hoy queremos traer aquí conocimientos para establecer esas teorías y narraciones para desarrollar esas prácticas.

La psiquiatría (entendida entonces en sentido amplio como el trabajo a que nos dedicamos desde las tres profesiones) tiene una doble vertiente, que solo mencionaremos por encima: es una ciencia, es decir, una disciplina que busca un saber, una “verdad” sobre la mente y los trastornos que sufre; y es una tecnología, es decir, una disciplina que busca una utilidad, un “bien” para las personas que atiende. Aunque algunas de vosotras podáis acabar dedicándoos a la investigación psiquiátrica y a ese aspecto de ciencia, lo que nos reúne aquí es el otro aspecto, la psiquiatría como disciplina clínica que trata a las personas que aquejan determinados malestares para buscar su alivio. Y dentro de este trato, nosotras como profesionales aprendemos, enseñamos y aplicamos diferentes intervenciones que buscan este beneficio a nuestros pacientes: tratamientos psicofarmacológicos, tratamientos psicoterapéuticos, psicoeducación, cuidados a diferentes niveles, intervenciones terapéuticas o rehabilitadoras y recuperadoras… Intervenciones que suponen la parte principal y el sentido último de nuestro trabajo y de nuestro rol profesional.

El primer mito que me gustaría poner en cuestión, llegados a este punto, es la idea que se nos inculca implícitamente, desde los primeros días en la profesión, de que siempre hay que intervenir. No es que se nos señale de esa manera, pero se nos empuja a pensar que, ante una persona que sufre cualquier trastorno que se pueda catalogar más o menos laxamente como “mental”, debemos “hacer algo”. Ya sea ese algo prescribir un fármaco, iniciar una psicoterapia más o menos breve, llevar a cabo alguna técnica de relajación o un enfoque centrado en soluciones o simplemente dar otra cita posterior o una derivación a otro recurso… Parece que siempre hay que intervenir, pero con frecuencia olvidamos el principio tan citado y tan poco observado, de “primum non nocere”, es decir, “lo primero, no hacer daño”. En muchas ocasiones puede ser útil intervenir con una prescripción farmacológica o con el inicio de una psicoterapia, pero también en muchas otras ocasiones debemos no precipitarnos y pensar si la intervención más útil no será realmente, no intervenir. Resignificar la demanda y dirigirla a ámbitos diferentes del sanitario cuando obedezca, como con frecuencia sucede, a malestares vitales o sociales que poco tienen que ver con lo psicopatológico. Lo que Alberto Ortiz llama “la indicación de no tratamiento” y que supone evitar la psiquiatrización y psicologización de todo malestar, con la frecuente conversión de intervenciones innecesarias en intervenciones ya dañinas, por efectos directos sobre las personas a quienes las aplicamos y por un efecto derivado del desvío del malestar social a ámbitos individuales donde no se solucionará, lo que colabora al mantenimiento de un statu quo insano.

Es interesante aquí fijarnos en el concepto de “prevención cuaternaria”, planteado por Marc Jamoulle como la prevención del daño derivado de intervenciones sanitarias innecesarias. En nuestro ámbito, tiene múltiples derivadas, como pueden ser efectos secundarios debidos a psicofármacos que no son necesarios desde el punto de vista de la indicación (antidepresivos ante tristezas derivadas de problemáticas vitales o duelos, antipsicóticos ante ansiedad o insomnio) o bien que son usados a dosis demasiado altas o en combinaciones de polifarmacia. O, por otra parte, dependencias generadas por la administración de dichos fármacos, con peligrosos síndromes de abstinencia posteriores a la hora de la suspensión. Y más allá del aspecto farmacológico, podemos encontrar también problemas debidos a enfoques psicoterapéuticos demasiado largos o que acaban fomentando la dependencia del paciente o bien provocan que este atribuya su mejoría a dichas terapias y no a su propio esfuerzo personal, o al apoyo de su red social o, simplemente, al paso del tiempo… La prevención cuaternaria buscaría un poco lo mismo que buscamos en este seminario: ser conscientes del potencial dañino de nuestras intervenciones y comprender que, no pocas veces, se acaba perjudicando al paciente al que se quiere ayudar. Que la intención sea buena, que la intervención se haga “por el bien del paciente”, no significa nada.

Todo esto nos lleva al tan traído y llevado balance riesgo-beneficio, uno de los conceptos con los que todos estaríamos de acuerdo, pero que es necesario revisar un poco. Esto significa que a la hora de una intervención, por ejemplo una prescripción farmacológica (pero no solo en ese caso), debemos valorar bien los beneficios esperados en términos de eficacia y mejoría del paciente y sopesarlos con los riesgos que asumimos, en cuanto a efectos secundarios que puedan aparecer, posibles dependencias a la sustancia, coste de dicho tratamiento, etc. Recurriendo a un ejemplo que habréis visto o sin duda veréis muchísimas veces en vuestra vida profesional: una persona atrapada en una situación vital muy difícil, con problemas económicos, en situación de desahucio, con hijos a su cargo, tal vez víctima de maltrato o viviendo un duelo, o una combinación de varios factores de ese tipo... Muchas veces ante un caso así la psiquiatra prescribiría un antidepresivo (o la psicóloga o la enfermera lo recomendarían, presionando a su vez a la médica), pero nosotras plantearíamos detenernos un poco y pensar: ¿qué beneficio se espera alcanzar? ¿va a mejorar esa persona mientras siga en peligro de quedarse sin casa, de no tener comida que llevar a sus hijos? ¿va a mejorar mientras no pase el tiempo y el inevitable trabajo de duelo no vaya llevándose a cabo? Prescribimos ese antidepresivo en muchas ocasiones por el mencionado mito de la intervención: para que parezca que hacemos algo, lo que por una parte nos deja tranquilas ante nosotras mismas, porque como sanitarias nos han enseñado que tenemos que aliviar a la gente de sus padecimientos y, por otra, nos permite intentar tranquilizar a la persona que tenemos delante, transmitiendo la idea de que con esa pastilla se sentirá mejor, lo que sin duda es mentirnos tanto a nosotras mismos como a ella. Y el problema no es solo la nula eficacia esperable en estos casos más allá de un momentáneo efecto placebo, porque si estuviéramos ante sustancias inocuas, pues nada se perdería con probar en busca de dicho efecto placebo. El problema verdaderamente está en que son fármacos con muchos riesgos potenciales tanto a corto como a largo plazo (disfunción sexual, caídas y fracturas, hemorragias, arritmias, diabetes, dependencia, etc.). Y también el aspecto, no despreciable, del coste. Vemos con frecuencia a personas con malestares psicológicos derivados o agravados por una difícil situación económica, que toman listas de fármacos por valor de cientos de euros que sin duda resolverían ampliamente gran parte de dichas preocupaciones.

Es decir, un adecuado balance riesgo-beneficio debe implicar valorar ajustadamente si hay un beneficio esperable que compense los riesgos potenciales. Y no hay que dejar de tener en cuenta que estamos hablando de beneficios y riesgos para otra persona, con lo que lo adecuado, siempre que fuera posible, sería que fuese esa misma persona quien tome la decisión, bien informada por nosotras como profesionales y expertas en la esperable eficacia y los posibles riesgos.

Un dato básico a la hora de plantearse el balance entre beneficios y riesgos de una intervención terapéutica, especialmente farmacológica, es no caer en otro de los mitos que pueblan nuestra profesión, este por suerte parece que cada vez con menos presencia, que es el mito de la inocuidad. La idea, absurda a todas luces si se piensa un poco en ella, de que los fármacos que usamos (o alguna otra intervención) son inocuos, por lo cual no hay problema en prescribirlos, porque no harán daño alguno y, a lo mejor, para algo sirven. El ejemplo paradigmático es la desmedida prescripción de antidepresivos desde finales de los años 80, en la idea de que “a lo mejor, algo harán”, aunque ese “algo” sea tan absurdo como pretender que una pastilla solucione el malestar vital y la tristeza asociados a una desgracia, un duelo o una situación invivible. Como a las psiquiatras se nos vendió la idea (que la sociedad compró a precio de oro) de que estos fármacos carecían de efectos secundarios, pues así se prescribían (y se prescriben) como si fueran caramelos. Aunque están más que demostrados sus efectos secundarios potencialmente graves a corto y medio plazo o los riesgos de dependencia a largo plazo. Otro ejemplo viene dado por los llamados antipsicóticos de segunda generación que, por comparación con los de primera, eran también considerados por los profesionales como inocuos, lo que incidió en que se prescribieran cada vez en dosis mayores, en más combinaciones y para indicaciones cada vez más amplias, que incluyen ya casi cualquier ansiedad o insomnio… Que el tiempo y la investigación hayan demostrado los riesgos, mayores incluso que con los antipsicóticos clásicos, de síndrome metabólico incluyendo grandes aumentos de peso o diabetes, con un perfil solo ligeramente mejor de síntomas parkinsonianos, no parece por desgracia haber cambiado mucho esta dinámica de prescripción. Luego comentaremos un poco más en profundidad estos riesgos y efectos secundarios.

Deteniéndonos en la cuestión de la prescripción farmacológica (como dijimos antes, igual de importante para todas como profesionales, porque los médicos prescribimos, pero no solo nosotras sino también psicólogas y enfermeras tratan y cuidan luego a personas que están bajo los efectos de estas sustancias), consideramos que hay tres aspectos que influyen a la hora de recetar o no un determinado fármaco. Estos tres aspectos son la investigación científica que conocemos (con sus indudables limitaciones), la experiencia clínica que hemos acumulado (que será siempre parcial y subjetiva) y las preferencias del paciente (que deberíamos tener mucho más presentes de lo que solemos). Por desgracia, en la práctica cotidiana hay siempre un cuarto factor que intenta desestabilizar este equilibrio e influir en nuestra prescripción, y que es el marketing llevado a cabo por la industria farmacéutica. Es este un aspecto que venimos denunciando hace años, pero que sigue presente en nuestra actividad cotidiana. Esta influencia que la industria lleva a cabo en busca de su lucro económico ocurre en distintos frentes, de los que podemos señalar tres fundamentales: las clasificaciones psiquiátricas, la investigación farmacológica y la promoción directa. Conviene detenernos en este punto porque aquí late uno de los más peligrosos mitos a los que se enfrenta el quehacer cotidiano de los profesionales: el mito de que la influencia de la industria no es perjudicial, o expresado de otra manera, que la colaboración entre profesionales e industria en mutuamente beneficiosa, o, todavía de otra manera, el mito (ridículo, es cierto, pero que nosotras mismos compartimos en su día) de que, aunque sabemos que la industria busca influirnos, nosotras somos más listas y aceptamos sus sobornos sin que nos afecten.

La relación entre profesionales e industria marca el conflicto de interés fundamental de nuestra disciplina. Puede que no sea el único, pero sin duda es el más importante. Y lo es, por ejemplo, porque los profesionales (aquí usaremos el genérico masculino porque, para variar, son en su mayoría varones blancos heterosexuales, lo que igual no tiene que ver con nada, o igual sí...) que crean las clasificaciones de trastornos mentales que definen nuestra disciplina (hoy en día, el DSM y la CIE), reciben en elevadísimo porcentaje pagos por miles de euros de laboratorios farmacéuticos interesados en la promoción de los diversos trastornos. Desde los años 80, las sucesivas clasificaciones han incluido cada vez más y más de estos supuestos trastornos mentales, así como bajado su umbral diagnóstico, influyendo en que cada vez más personas estuvieran tratadas farmacológicamente, en una espiral de medicalización que ha llevado a cifras de prevalencia e incidencia absurdas (como señala por ejemplo Robert Whitaker en “Anatomía de una epidemia”) y a previsiones ridículamente alarmistas como que la cuarta parte de la población mundial tendrá un trastorno mental a lo largo de su vida. Como opinamos algunos, con el DSM-5 en la mano, probablemente haya menos sanos que enfermos en el mundo. Otro punto clave de la influencia de la industria en nuestro trabajo es el hecho de que los distintos laboratorios patrocinan la mayoría de los estudios científicos sobre fármacos, lo que da lugar, como está sobradamente demostrado (por ejemplo, por Goldacre, Healy o Gotzsche), a innumerables sesgos. En primer lugar, el sesgo de publicación, porque solo nos llegan los estudios con resultados positivos para el fármaco de la empresa que paga el estudio, si no se ha dado tal resultado positivo, el estudio es guardado en un cajón. Esta práctica habitual, y tristemente legal, lleva a que a los clínicos nos llegan principalmente los artículos científicos favorables a los psicofármacos, pero no los desfavorables, con lo cual tomamos decisiones de prescripción sin tener acceso a toda la evidencia disponible. Ha habido importantes campañas denunciando esto ante las agencias reguladoras para que los estados obliguen a la publicación de todos los estudios disponibles, pero hasta el momento sin claros resultados. Cuando algún investigador independiente, con considerable esfuerzo, logra acceder al total de datos, con mucha frecuencia los resultados de eficacia y tolerancia son muy diferentes de los que los simpáticos comerciales cuentan en sus publirreportajes a quienes todavía no les avergüence perder su tiempo en recibirlos (como señaló Turner en un artículo que revelaba cómo la mitad de los estudios sobre antidepresivos llevados a cabo no habían sido publicados, y eran en su práctica totalidad los que dieron resultados negativos para el fármaco estudiado). Hay más sesgos, por supuesto: artículos con conclusiones escritas contradiciendo directamente los hallazgos observados en los resultados; estudios habitualmente muy cortos para que no se aprecien efectos secundarios a largo plazo (aunque a partir de los cuales luego nos atrevemos a recomendar medicaciones de por vida); análisis por subgrupos para encontrar significación aunque sea por el signo del zodiaco de los participantes, que ya luego el marketing se encargará de generalizar el uso; desaparición de datos claves como, por ejemplo, eventos suicidas registrados como abandonos en algunos estudios sobre antidepresivos; comparación de fármacos a dosis no equivalentes (por ejemplo, los primeros estudios que comparaban antipsicóticos de primera generación con segunda, usando dosis exageradamente altas de haloperidol que llevaban a mayores abandonos, con la falsa impresión de que los fármacos antiguos se toleraban peor y eran menos eficaces que los nuevos y carísimos antipsicóticos atípicos), etc., etc. El otro aspecto reseñable en los manejos de la industria y que nos pilla muy de cerca en el marketing directo sobre el profesional: el papel de los visitadores comerciales. Aunque cada vez cobra más importancia la influencia de la industria sobre asociaciones profesionales y de pacientes, a través de más que sustanciosos pagos, sigue pareciéndonos muy llamativa la interacción con el representante comercial. Durante años participé de ella, por lo que creo que hablo con cierto conocimiento de causa. Es llamativo cómo los médicos, que en general tenemos claro lo mucho que hemos estudiado y nos hemos esforzado para llegar donde hemos llegado (aunque con frecuencia se nos olvida que mucha otra gente se ha esforzado tanto o más que nosotros, pero ese es otro tema), permitimos que un comercial nos cuente un anuncio sobre las propiedades farmacológicas de una sustancia para tratar un trastorno en el que se supone somos expertos. En un mundo hiperconectado, para bien o para mal, ¿de verdad necesitamos que un anunciante nos hable de las propiedades de un fármaco? ¿no somos capaces de buscar nosotros esa información? ¿o es que acaso no es más honesto quitarse las caretas y reconocer que lo que se busca en esa interacción en la posibilidad de recibir prebendas y regalos en forma de libros, comidas y cenas en sitios que normalmente uno no puede permitirse o, con frecuencia, viajes pagados en buenos hoteles a lugares más o menos exóticos? El Covid ha disminuido estas interacciones, pero no han desaparecido y no cabe duda de que reaparecerán con fuerza. No nos gusta crear mal rollo, pero busquen en el diccionario el significado del término “soborno” y a ver a qué conclusiones llegan.

Al final, ustedes son ya grandes y tienen que tomar sus propias decisiones sobre qué tipo de profesionales quieren ser. Incluso, me atrevería a decir, sobre qué tipo de personas quieren ser. Nosotras hace ya años que decidimos no ser de las personas que aceptan sobornos en su trabajo por parte de empresas interesadas únicamente en su beneficio económico. Otro apunte más sobre esto: esta situación es así porque los laboratorios buscan su beneficio sin prestar atención especial al bienestar de los pacientes (como múltiples condenas por ocultamiento de estudios sobre efectos secundarios o por promoción ilegal han demostrado) y los profesionales lo que buscamos sí es el bienestar de los pacientes. Nuestros objetivos son distintos y por ello el conflicto de intereses es inevitable. La administración, por su parte, es igualmente culpable por su dejadez de funciones a la hora de regular a estas empresas y por no crear una empresa farmacéutica pública que no tuviera como objetivo el lucro y que permitiera, por ejemplo, poder disponer de muchos fármacos eficaces y baratos que la industria va dejando de fabricar porque no le son rentables (o, incluso, sintetizar las vacunas para la Covid desarrolladas con ingentes cantidades de dinero público para la investigación y que luego han sido cedidas a empresas privadas para que las vendan a precios abusivos a los que no podrán acceder muchos países pobres, con lo que eso significa en términos de vida y muerte, de aparición de nuevas variantes, etc.). No quiero dejar este punto sin mencionar un aspecto clave: es frecuente, y yo me reconozco culpable en una época de esto mismo que les voy a contar, que uno presuma de conseguir libros, o cenas o viajes, convencido de que “a mí no me influye”. Yo descubrí que por supuesto que lo hacía y no creo que pueda haber alguien a quien no le influya. En caso de duda o si creen que están a salvo de esa influencia, pregúntense por qué el representante del laboratorio está convencido de que sí que les influye.

No sé si desmontado, pero al menos hemos planteado el mito de las bondades de la interacción con la industria. Nosotras, todas, somos científicas. Es decir, partimos de una base científica. Nuestro fin es el bienestar de las personas que atendemos (dentro de los parámetros en que debe funcionar una psiquiatría humilde, nada hay más dañino que una psiquiatría que pretenda abordar todo malestar), pero la base de la que partimos, a la hora sobre todo de usar sustancias químicas que actúan en un sistema nervioso central humano, debe ser una ciencia lo más honesta posible, lo más transparente posible y lo más altruista y desinteresada posible. Nada de esto se aplica a la actividad supuestamente científica de la industria farmacéutica y a la presión de sus empleados. En nuestra opinión, evitar la relación con la industria, evitar asistir a sus charlas, evitar participar en sus eventos, evitar la interacción con sus comerciales, nos hará mejores profesionales. Y más dignos de la confianza de nuestros pacientes y de la sociedad que nos paga por ayudarlos, que no es poca cosa.

Entraremos ahora más concretamente en el tema de los psicofármacos. No nos estamos refiriendo solo a unos fármacos que se aplican a determinados trastornos o síntomas con mayor o menor éxito, sino a lo que estas sustancias supusieron como catalizadores de un auténtico cambio de paradigma en psiquiatría, que nos abocó a un modelo biologicista (o más bien neuroquímico, ya que apenas despega de la sinapsis y la biología es bastante más compleja que eso) que persiste cuasi hegemónico en la actualidad. Es llamativo constatar que el paradigma biologicista no se hace preponderante desde los años 50, con la aparición de los primeros neurolépticos (clorpromazina en 1952), sino desde los 80, con la aparición de los psicofármacos de elevado previo, con el ejemplo estrella del Prozac, elevado a la categoría de icono cultural. El marketing, evidentemente, tuvo aquí mucho que decir.

La aparición de los psicofármacos llevó a la explicación biologicista del trastorno mental, a la teoría del desequilibrio químico, que supone como causa de los diferentes cuadros clínicos a disrregulaciones de la neurotransmisión en la hendidura sináptica. El proceso fue el siguiente: se sintetizaron de forma más o menos accidental, como era frecuente en farmacología, sustancias para las que posteriormente se observaron efectos terapéuticos. Se vio que los neurolépticos tranquilizaban a los paciente esquizofrénicos y que los antidepresivos tricíclicos parecían estimular a los pacientes melancólicos, por centrarnos en los principales grupos psicofarmacológicos y en los principales trastornos. Como los neurolépticos bloqueaban la transmisión de dopamina y los antidepresivos inhibían la recaptación de serotonina o noradrenalina, se hipotetizó -de forma bastante lógica- que la esquizofrenia podría ser debida a un exceso de dopamina y la depresión a un déficit de serotonina (ha sido la hipótesis principal a raíz del éxito comercial de los ISRS). Así es como funciona la ciencia (recuerden: el camino que debemos seguir huyendo de mitos que, además, pueden ser dañinos para nuestros pacientes), ante unas observaciones llamativas, se establece una hipótesis y a continuación se intenta contrastar. Pero el primer problema científico de la psiquiatría biologicista es que estas hipótesis nunca se han demostrado. No hay un solo estudio en pacientes diagnosticados de esquizofrenia que haya demostrado un exceso de dopamina ni un estudio en pacientes depresivos que haya encontrado un déficit de serotonina. Las alteraciones en la neurotransmisión que aparecen son explicables por el propio efecto de los fármacos que, como es lógico, actúan precisamente alterando la neurotransmisión en el sistema nervioso central. Pero no hay estudios en pacientes libres de tratamiento que hayan encontrado alteración alguna. Hasta aquí, esto no sería especialmente llamativo: la hipótesis no parece confirmarse tras más de treinta años de investigación, pues igual hay que empezar a pensar en dejarla a un lado y buscar en otro sitio, pero es justo aquí cuando nos encontramos con el segundo gran problema de la psiquiatría biologicista: estas hipótesis no han sido contrastadas, pero se dan por demostradas como si lo hubieran sido. De forma que, sorprendentemente, la mayoría de los profesionales e incluso la población general dan por hecho que estos desequilibrios químicos realmente han sido constatados. Esto es terrible, porque es casi imposible luchar contra una teoría no demostrada cuando sus partidarios creen que sí lo ha sido. La sensación cuando uno discute con algún compañero por este tema es la de salirse del terreno científico y entrar casi en el religioso. Es cierto que en los últimos tiempos, al menos en el mundo anglosajón, sí se va admitiendo paulatinamente por parte de la psiquiatría más oficial que esta idea del desequilibrio químico (“la esquizofrenia es como la diabetes, una alteración en una sustancia del cuerpo”) es solo una metáfora. De todas maneras, cuando algún profesional os diga que estamos equivocadas y que por supuesto que está demostrada la disrregulación en la neurotransmisión, haced como nosotras: pedidle que os haga llegar el estudio que lo demuestra, pero aseguraos que la alteración no se encuentre solo en personas medicadas, precisamente, con fármacos que alteran la neurotransmisión. Y si os lo encuentra, no dejéis de mandármelo. Llevo más de quince años pidiéndolo y aún no lo he conseguido. El mito perdura pero, como todos los mitos, carece de pruebas científicas.

Joanna Moncrieff es una psiquiatra británica cuya obra es más que recomendable. Ella defiende la necesidad de un cambio de modelo a la hora del uso de psicofármacos que consideramos clave y en el que merece la pena detenerse: Moncrieff habla de un modelo centrado en la enfermedad y de un modelo centrado en el fármaco. El modelo centrado en la enfermedad es el actualmente imperante (excepto para las benzodiacepinas) y supone que hay un desequilibrio químico que causa la enfermedad a tratar (hipótesis no fundamentada como hemos visto) y que el fármaco actúa corrigiendo dicho desequilibrio químico. Este es el modelo actual que rige el manejo de antipsicóticos o antidepresivos, por ejemplo, que se supone corregirían un exceso o déficit subyacente en la neurotransmisión, resolviendo el cuadro clínico. El modelo centrado en el fármaco, por su parte, está más apegado a lo que realmente sabemos desde un punto de vista científico: los psicofármacos son sustancias que alteran la neurotransmisión a diferentes niveles, por lo que producen determinados efectos a nivel mental, como pueden ser tranquilización, sedación, indiferencia emocional, inducción del sueño, efecto estimulante, etc. Estos efectos, a su vez, pueden desempeñar un papel terapéutico en personas que están sufriendo de síntomas de los llamados trastornos mentales. No hace falta hipotetizar una disfunción en la transmisión de dopamina en la psicosis, que nadie ha demostrado, para saber que un fármaco que bloquee dicha neurotransmisión provocando tranquilización y sedación puede ser útil en el momento agudo de una persona que sufre ansiedad intensa por ideas de perjuicio o insomnio global. El modelo centrado en el fármaco entiende que las sustancias psicoactivas provocan alteraciones en los estados mentales que pueden ser terapéuticas en determinados momentos (o perjudiciales en otros, claro está). Creemos que este enfoque puede ser útil a la hora de la práctica diaria. Un ISRS puede ser una ayuda en una persona con síntomas depresivos y ansiedad intensa no porque vaya a corregir ningún déficit de serotonina misterioso e inalcanzable a las pruebas científicas, sino porque el bloqueo en la recaptación de serotonina acaba provocando una cierta anestesia emocional que, en ese contexto, puede ser útil para la persona (siempre que sus posible efectos secundarios compensen, claro).

En relación a la psicosis y los fármacos antipsicóticos (en cuyos potenciales daños luego nos detendremos) hay varios mitos más que querríamos comentar. Estos mitos son peligrosos también porque, a diferencia de los mitos clásicos como el castigo de Prometeo por dar el fuego a la humanidad o el pecado de Adán y Eva por comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, no se presentan como tales mitos sino que aparecen como ciencia. Asistimos a una operación fascinante por la cual una idea mítica se transmuta en una aparentemente científica por medio de estrategias de marketing y propaganda financiada por la industria farmacéutica y vehiculada por profesionales contentos de engordar su currículum, su supuesto prestigio y sus bolsillos. Y la única forma de descorrer el velo del engaño y distinguir ciencia de mito es no olvidar el ejercicio más básico, que no es otro que diferenciar cuidadosamente interpretaciones de hechos. Y no tratar como hechos lo que no son sino interpretaciones (que podrán ser verdaderas o falsas, pero no son hechos).

Por ejemplo, el asunto famoso de la DUP o duración de la psicosis no tratada y su relación con el pronóstico del trastorno psicótico a largo plazo. Es un hecho reconocido que cuanto mayor es el tiempo que transcurre entre el inicio del proceso psicótico crónico y el diagnóstico (y, usualmente, el inicio del tratamiento), peor es el pronóstico a largo plazo. Este es el hecho. La interpretación habitual es que el tratamiento precoz (usualmente farmacológico con antipsicóticos) mejora el pronóstico de la psicosis crónica y que, por tanto,  la ausencia de tratamiento antipsicótico precoz ensombrecería dicho diagnóstico. Pero esto no es más que una interpretación posible que incide en la eficacia e inevitabilidad del tratamiento antipsicótico. Como han señalado algunos autores, hay otra interpretación que explica los mismos hechos: clásicamente se describían dos subtipos de esquizofrenia en cuanto a su inicio, una de comienzo brusco y llamativo, que solía tener mejor pronóstico, y otra de inicio tórpido, insidioso, de peor pronóstico a largo plazo. Esta otra interpretación defendería que la duración de la psicosis no tratada es mayor en este segundo grupo por la propia naturaleza del mismo, por su inicio insidioso, y que este grupo per se tiene peor pronóstico. Es decir, que el pronóstico peor es propio de este subtipo y no variaría aunque el tratamiento se iniciase antes. Dos interpretaciones igual de plausibles para el mismo hecho. Pues será cosa de investigar y descubrir cuál es la correcta si una de los dos lo es, no dar por sentada la primera porque refuerza nuestra visión de la psiquiatría como esencialmente una actividad de prescripción crónica de psicofármacos.

Otro ejemplo similar lo encontramos en el mito del deterioro progresivo en la psicosis crónica. Se ha encontrado un hecho: los pacientes con más recaídas y más reingresos se deterioran más con el tiempo. La interpretación oficial de este hecho (presentada inadecuadamente como un hecho en sí misma) es que las recaídas sucesivas empeoran el pronóstico, es decir, que hay que impedir las recaídas como sea, aún a costa de dosis altísimas de antipsicóticos y polifarmacia habitual. Sin embargo, se ha señalado también otra interpretación posible de este hecho: los paciente con más recaídas y más reingresos reciben más dosis de antipsicóticos y más combinaciones de psicofármacos y, teniendo en cuenta abundantes datos sobre el papel de los antipsicóticos en la aparición de atrofia cerebral a largo plazo, no serían en sí las recaídas sino la forma de tratarlas lo que empeoraría el pronóstico de estos pacientes. Esta insistencia que ponemos en distinguir interpretaciones de hechos no es un asunto filosófico sin aplicación práctica: en la cuestión del deterioro progresivo con las recaídas, una interpretación lleva a prescribir más antipsicóticos (para prevenir como sea las recaídas) y la otra a prescribir menos (por el posible papel causal de los neurolépticos en ese mal pronóstico). Yo no sé cuál es la interpretación correcta, pero me parece deshonesto a nivel científico presentar la primera como demostrada cuando no es así. Nosotrasestamos convencidas de que ser un buen profesional en este oficio nuestro precisa ser capaz de aceptar la incertidumbre y no caer en falsas certezas. Cuando los pacientes defienden sus ideas firmes a pesar de la carencia de pruebas las llamamos delirantes y buscamos que sean capaces de criticarlas, pero hay que reconocer que algunas de las ideas de la psiquiatría biologicista dominante tienen una naturaleza muy similar.

Otro mito bastante repetido es el de la supuesta neuroprotección que los fármacos antipsicóticos de segunda generación (o incluso de tercera, como se empieza a llamar a algunas sustancias desde campañas de marketing que sin duda tendrán éxito en muchos profesionales poco informados) brindan frente al carácter dañino de los antipsicóticos de primera generación. Se nos comentó que en alguna conferencia financiada por un laboratorio farmacéutico, se había afirmado que el estudio ya clásico de Ho y Andrasen que encontró por primera vez atrofia cerebral en relación al tratamiento antipsicótico lo había hallado solo para el grupo con antipsicóticos de primera generación, lo cual era directamente mentira, como se comprobaba fácilmente yendo a la fuente original. Volviendo al mito, los datos en que se apoya dicha neuroprotección son estudios inconsistentes en ratones, mientras que en estudios clínicos en humanos lo que se ha hallado es la citada atrofia y peores resultados en funcionalidad a largo plazo en pacientes que toman antipsicóticos en comparación con pacientes que abandonan el tratamiento. En relación con esto, señalaremos que hay estudios recientes con resultados que, como poco, deberían hacernos replantear nuestras dinámicas habituales de prescripción de antipsicóticos, sobre todo a largo plazo. Harrow y Jobe han realizado un seguimiento que ya ha superado los veinte años de dos grupos de pacientes diagnosticados de psicosis, uno bajo tratamiento antipsicótico y otro que lo abandonó, encontrando mejores resultados a largo plazo en recuperación funcional sin peores resultados a nivel sintomatológico en el grupo de pacientes sin medicación. Hay que decir que los grupos no eran aleatorizados sino que es un estudio observacional, con sus limitaciones. Sin embargo, Wunderink sí llevó a cabo un estudio aleatorizado de seguimiento a siete años con un grupo de pacientes bajo tratamiento habitual y otro grupo con dosis mínimas o sin tratamiento, encontrando resultados muy similares a los de Harrow y Jobe. Las conclusiones de estos estudios indican, al menos, que no todos los pacientes precisan tratamiento neuroléptico de por vida y que, además, dicho tratamiento crónico puede dificultar su recuperación.

¿Y cuáles son los daños que podemos causar en nuestros pacientes con fármacos antipsicóticos? Pues no vamos a aburriros con listas de efectos secundarios que además ya conocéis. Nuestro consejo es que consultéis habitualmente las fichas técnicas de los fármacos que prescribís y sus potenciales efectos secundarios. Todos ellos, unos con mayor frecuencia y otros con menor, son efectos posibles que pueden sufrir nuestros pacientes y que debemos valorar de forma adecuada para realizar un balance de riesgos y beneficios. Los antipsicóticos pueden provocar parkinsonismo, en forma de temblor o bradicinesia, lentitud psicomotriz, distonías musculares, discinesias tardías, acatisia, disfunción sexual, síndrome metabólico, con aumento de peso, desarrollo de diabetes, atrofia cerebral, riesgo de caídas y fractura de cadera, de tromboembolismo, de arritmias cardíacas, etc., etc. No estamos argumentando que no haya que usar antipsicóticos ni que haya que prohibir estos fármacos. Ambos trabajamos en unidades de agudos y prescribimos y vemos prescribir estos fármacos todos los días. No creo que el asunto se pueda despachar con una dicotomía simplona entre antipsicóticos-sí o antipsicóticos-no. Posiblemente la clave está en que hay momentos de psicosis aguda o de brote esquizofrénico agudo, con gran ansiedad y malestar, tal vez hasta con riesgo suicida, en que una sustancia con ese efecto tranquilizador e hipnótico puede ser muy útil. Pero tal vez la clave esté también en usar la dosis más baja posible (pero de verdad, no solo como muletilla al final de la frase), sin asociar muchos fármacos, por los tiempos más cortos posibles, huyendo de tratamientos indefinidos, etc. Y no caer en engaños como los promovidos (vayan ustedes a saber si consciente o inconscientemente) por algún antiguo presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría (no se equivoquen, esos no somos nosotros, nosotros somos la AEN, los buenos) que en la presentación ante periodistas de las paliperidona mensual se atrevió a decir que carecía de efectos secundarios. O como algún compañero que dio por hecho que como la paliperidona era más nueva que la risperidona debería provocar menos síntomas extrapiramidales (como si no supiera que al ingerir risperidona, el hígado la metaboliza a paliperidona, con lo que es difícil que el perfil de efectos secundarios sea diferente, excepto por las diferencias de dosis).

Otro de los grupos farmacéuticos más importantes son los antidepresivos, aún más empleados que los antipsicóticos y ejemplo paradigmático durante años, tal vez un poco menos en la actualidad, del mito de la inocuidad. Como los antidepresivos, a partir de los ISRS, se supone que no tienen apenas efectos secundarios, pues los prescribimos para cualquier malestar o tristeza, “por si acaso hacen algo”. Hay varios puntos aquí en los que detenerse. En primer lugar y por decirlo claro, tras multitud de estudios y revisiones, creo que se puede decir que la eficacia de los antidepresivos es lamentable. Apenas unos puntos en las escalas de valoración habituales separan el efecto antidepresivo del placebo y esos escasos puntos no serían ni detectables a nivel clínico, aunque a veces alcancen significación estadística. Como siempre hay que decir, eso no significa que el paciente no mejore con el antidepresivo, como insisten en señalar los psiquiatras con escasa formación científica, sino que no mejoran más que con un placebo. Evidentemente hay efectos a nivel de distanciamiento emocional que pueden ser percibidos como beneficiosos por algunas personas que sufren malestar intenso, pero no sería muy adecuado llamar a eso “efecto antidepresivo”. Perdonen la comparación, pero el alcohol desinhibe a la gente muy tímida en reuniones sociales, pero no consideramos que tenga un efecto anti-fobia social. Esta eficacia tan pobre hace aún más preocupante la desaforada prescripción de antidepresivos sabiendo lo que ya sabemos a nivel de sus efectos perjudiciales. En primer lugar, estarían los efectos secundarios típicos pero muchas veces minusvalorados: sequedad de boca, retención de orina, estreñimiento, disfunción sexual muy frecuente (y que según algunos autores puede no revertir en ciertos casos tras la suspensión), riesgo de sedación y caídas con posibles fracturas, riesgo de hemorragias internas, arritmias cardíacas, aumento de peso, desarrollo de diabetes… como ven, no son cosas menores. Sin duda, la mayoría muy infrecuentes, pero si administramos estos tratamientos a miles de personas, irán apareciendo casos. Y los habremos provocado nosotras.

Más allá de estos efectos secundarios en su mayoría recogidos en las fichas técnicas, hay otro aspecto hasta hace poco habitualmente ignorado: la dependencia que estas sustancias provocan y el consiguiente síndrome de abstinencia que aparece tras su interrupción, sobre todo si esta es brusca. Durante años sistemáticamente negado o minusvalorado, se reconocía a lo sumo la existencia de “síntomas de retirada” para describir lo que no era sino una abstinencia como la que provocan otras sustancias psicoactivas. El consumo prolongado de fármacos antidepresivos altera la neurotransmisión y da lugar a una serie de fenómenos compensatorios a nivel sináptico. Tras el cese abrupto del fármaco, esos mecanismos compensadores no dejan de actuar de forma inmediata, lo que da lugar a efectos de rebote con síntomas de ansiedad, irritabilidad, malestar somático, insomnio… fácilmente confundibles con una recaída en el cuadro original ansioso o depresivo, por lo que con frecuencia la abstinencia es interpretada como una recaída, reforzando la idea de que es necesario el tratamiento de mantenimiento de forma indefinida. Si lo pensamos, es el mismo mecanismo por el que una persona tímida puede empezar a consumir alcohol de forma habitual para desinhibirse (casi siempre con clara eficacia, al menos a corto plazo). Si tras un período de consumo considerable, esa persona interrumpe bruscamente dicho consumo de alcohol, no sería raro que experimentara síntomas de abstinencia en forma de temblor, inquietud, malestar, ansiedad… que a su vez podríamos interpretar como una recaída agravada en el trastorno inicial y recomendarle volver a consumir alcohol y no interrumpirlo más. Suena ridículo, pero desde un punto de vista farmacológico, que una sustancia sea una medicación bajo receta y otra una droga de curso legal o ilegal, no implica diferencia en su funcionamiento a nivel del sistema nervioso central. Creemos que la comparación, aunque un tanto forzada, no deja de ser pertinente. Hay otro aspecto reseñable en cuanto al grave problema de la dependencia generada por los antidepresivos y los frecuentes síntomas de abstinencia, y afecta a la investigación. Los estudios sobre la necesidad del tratamiento antidepresivo de mantenimiento suelen tener un diseño que implica un grupo que previamente ha sido tratado con antidepresivos y, tras la remisión, continúa con el fármaco, y otro grupo también tratado en un primer momento pero al que se le retira el antidepresivo y se sustituye por un placebo. Se busca comprobar la tasa de recaídas en cada grupo para ver si el hecho de llevar un tratamiento antidepresivo de mantenimiento disminuye el número de recaídas en comparación con el grupo placebo. El resultado habitual es que hay más recaídas en el citado grupo placebo, lo que parece recomendar la necesidad de tratamiento antidepresivo de mantenimiento. Sin embargo, diversos autores han planteado que la retirada del antidepresivo inicial en el grupo placebo suele hacerse de forma brusca y que las recaídas suelen concentrarse cerca del momento de dicha retirada, por lo que podríamos pensar que al menos parte de esas recaídas son en realidad fenómenos de abstinencia y no reapariciones de la sintomatología depresiva, y que no se hubieran producido de no iniciar en un primer momento el tratamiento (lo que, dadas las lamentables expectativas de eficacia, igual hubiera sido una decisión más inteligente). Algunos autores han planteado la misma cuestión para los estudios de tratamiento de mantenimiento con antipsicóticos en esquizofrenia, aunque está siendo más estudiada la cuestión de la dependencia para los antidepresivos. Hay dos aspectos aún importantes con estos fármacos. En primer lugar, la asociación con eventos suicidas que durante mucho tiempo fue negada o disfrazada bajo argumentos pintorescos (como que al mejorar primero el aspecto motor antes que el anímico, de ahí el potencial riesgo suicida, lo que no deja de ser una estrategia comercial brillante para ocultar un riesgo importante del fármaco). Estudios solventes encuentran un aumento aproximadamente al doble de suicidios en pacientes bajo tratamiento antidepresivo. Estamos hablando por suerte de un evento poco frecuente, pero el doble de casos significa que le pasa a personas las cuales sin el fármaco no se hubieran suicidado. También hay estudios que encuentran los mismos resultados en adolescentes. Y el segundo aspecto que no queremos dejar sin comentar es lo que algunos llaman la disforia tardía. Se ha hipotetizado que el tratamiento prolongado con antidepresivos acaba provocando cambios a nivel neuroquímico que se hacen crónicos y que llevarían a un estado depresivo resistente precisamente a causa de esa medicación, por un mecanismo similar a aquel por el que los antipsicóticos pueden terminar provocando discinesia tardía, que ya no remite al retirar los fármacos. Esta hipótesis explicaría parcialmente el porqué las cifras de trastornos depresivos no dejan de aumentar en incidencia, prevalencia y cronicidad, pese a que cada vez contamos con más fármacos supuestamente eficaces y seguros.

En lo referente a otros fármacos diremos también algunas palabras. Las benzodiacepinas son fármacos extraordinariamente útiles, seguros y bien tolerados, siempre que tengamos presente que deben prescribirse solo a corto plazo. Mantenerlas más allá de unas semanas implica fenómenos claros de dependencia y tolerancia, con las consiguientes pérdidas de eficacia y necesidad de dosis cada vez mayores, en una espiral que acaba con frecuencia en verdaderas adicciones de las que es difícil salir. Hay datos también que sugieren una posible relación entre el consumo crónico de benzodiacepinas y el desarrollo de demencia, por no hablar de riesgos más frecuentes como las fracturas por caídas, accidentes de circulación, etc. 

Los tratamiento llamados eutimizantes (litio, ácido valproico y carbamazepina) son fármacos peligrosos que suelen monitorizarse estrechamente pero con evidentes riesgos: nefropatía por litio entre otros problemas, pancreatitis y teratogenia grave por valproico, leucopenia por carbamazepina… Por otra parte, hay todo un grupo de nuevos antiepilépticos promocionados como supuestos tratamientos para el trastorno bipolar o constructos poco claros como el déficit del control de los impulsos que aparte de carecer de indicación en ficha técnica o de utilidad clara, presentan también sus riesgos potenciales, como por ejemplo peligro de dependencia con gabapentina o pregabalina. 

Fármacos anticolinérgicos como el biperideno usado como remedio del parkinsonismo inducido por neurolépticos pueden causar a su vez adicción o deterioro cognitivo, entre otros problemas. 

Fármacos estimulantes como los empleados para el TDAH, a su vez, presentan efectos secundarios en forma de menor crecimiento y posible aparición de problemas cardíacos o síntomas psicóticos. Esto es curioso porque hoy en día es casi blasfemia para la psiquiatría oficial criticar el diagnóstico muy discutible de TDAH (otro ejemplo de cómo una causa biológica que no podemos considerar sino como mítica por su falta de prueba empírica alguna es ocultada bajo la certeza cuasidelirante de que tal causa biológica no solo existe sino que ya ha sido descubierta), o es casi pecado cuestionar el uso y abuso de fármacos estimulantes en niños cada vez más pequeños y por tiempos cada vez más largos. Pero resulta que, siguiendo a Timimi en un reciente trabajo publicado en la Revista de la AEN, si nos fijamos en el MTA, el estudio fundamental en que dicha prescripción dice apoyarse, se encuentran mejorías en el grupo de tratamiento farmacológico solo en el primer año, habiendo desaparecido dicha ventaja a partir del tercer año y hallando peores resultados en los niños que habían seguido tomando estimulantes. Pero como por desgracia puede más la propaganda comercial que la propia ciencia, nos quedamos con el tratamiento indefinido en base a mitos (que no funcionarán a nivel científico pero que son magistrales a nivel comercial).

Antes de acabar estos comentarios sobre los psicofármacos, me detendré en la llamada prescripción off-label o fuera de ficha técnica. Hace un tiempo revisamos el tema desde el punto de vista legal y creemos que es imprescindible, para cualquier profesional, tenerlo bien presente. Los médicos podemos prescribir un fármaco para indicaciones diferentes a las que constan en su ficha técnica o a mayores dosis de las señaladas, pero solo bajo determinadas condiciones, que se resumen en pedirle expresamente al paciente el consentimiento para hacerlo (al menos de forma verbal) y el registrar en la historia clínica por qué tal decisión es necesaria, en qué se basa, por qué no hay otra alternativa, etc. No hacerlo así (y nos consta que muchas veces no se hace así) podría tener repercusiones legales y, además y muy importante, deja al paciente en una situación en que se le está administrando un fármaco bajo condiciones en las que no ha sido probado, con el consiguiente riesgo para él o ella, que no hay que minusvalorar.

Otra cuestión sobre la que me gustaría que reflexionarais es cuándo tomar la decisión de prescribir un fármaco nuevo. Raro es el año que no aparece un nuevo antipsicótico o un nuevo antidepresivo (o varios). Algunos profesionales (convenientemente empujados por representantes comerciales que los invitan a buenos restaurantes a escuchar charlitas preparadas por el laboratorio y por las que el ponente de turno se embolsa a su vez unos cuantos cientos de euros) se lanzan a prescribir la nueva molécula en la idea (como ya habréis adivinado por lo que llevamos de charla, también mítica) de que tarde o temprano aparecerá la cura de la esquizofrenia o de la depresión y tal vez sea esta vez. Y se lanzan a probarla o, más bien, a hacérsela probar a sus pacientes. El mito de que está a punto de descubrirse la causa o la cura de la esquizofrenia es especialmente interesante porque es una de las creencias más firmes en psiquiatría. Como hemos dicho muchas veces, esperar la segura llegada de hechos futuros que no han ocurrido tiene mucho de fe religiosa y poco de pensamiento científico, pero así nos va. Reflexionemos un poco sobre la cuestión de cuándo prescribir un nuevo fármaco. Si somos sistemáticos y racionales (y a la hora de recetar psicofármacos, siempre deberíamos serlo) habría cinco tipos de razones para prescribir un nuevo fármaco: porque hay estudios que demuestran mayor eficacia que con los tratamientos previos, porque hay estudios que indican mejor tolerancia, porque es más seguro, porque es más cómodo o porque es más barato. Estos cinco tipos de razones se equilibran unas a otras, claro está. Por ejemplo, si el medicamento es más eficaz pero se tolera peor, habría que valorar si merece la pena, o si es más barato pero muy incómodo, pues igual tampoco merece la pena. El problema está en que hace ya muchos años que las nuevas moléculas que aparecen no son más eficaces que las previas, ni se toleran mejor, ni son especialmente más cómodas en su posología y, casi siempre, son bastante más caras. Por no mencionar que cualquier fármaco nuevo siempre es, por definición, más inseguro por no conocer todavía efectos secundarios potencialmente graves pero raros, que solo se ponen de manifiesto cuando muchas más personas que en los estudios previos lo consumen. Desde nuestro punto de vista, más allá de estas razones, no hay argumento científico para prescribir. No hay base científica ni “para probar a ver cómo va” ni “porque lo recomienda no sé qué catedrático” ni “porque como es más nuevo será mejor” (y ya es hora de superar la falacia del progreso de que todo lo nuevo es mejor, de que el futuro será siempre mejor que el presente o de que el cambio climático no debe preocuparnos, como vuestra generación temo que ya tiene claro). 

Por cerrar el tema de los psicofármacos y sus riesgos, deciros que cada vez se habla más de desprescripción, Que muchos pacientes mejoran, y eso se ve en la clínica diaria, no añadiendo más fármacos sino a veces retirando algunos de los que toma. Nuestra práctica debe prestar atención tanto a qué fármacos puede ser útil mandar como a qué fármacos puede ser útil retirar. Y valorar siempre los fármacos que se ponen. Si pasado un tiempo el objetivo buscado no se ha conseguido, no hay razón para mantenerlos. Y si el objetivo se ha conseguido, habrá que valorar también hasta qué punto es necesario el mantenimiento. Siempre que un paciente me pregunta si un tratamiento psiquiátrico es para toda la vida, le contestó que la vida es muy larga y que habrá que ir viendo. En cuanto a la desprescripción, se ha señalado recientemente (por ejemplo, Peter Gotzsche) que a la hora de cesar un tratamiento crónico, sin duda debe hacerse de forma paulatina y gradual, pero además teniendo en cuenta que la relación entre la unión a receptores y la dosis de psicofármaco no es lineal sino hiperbólica, es decir, la práctica usual de disminuir a la mitad, a la cuarta parte, a la octava, etc., no sería la más adecuada, porque en dosis muy pequeñas todavía habría gran unión a receptores. Se habla, para tratamientos que se hayan tomado durante mucho tiempo, de reducir aproximadamente un veinte por ciento de la dosis cada dos semanas (aunque puede haber mucha variabilidad de unas personas a otras) y, para hacerlo más complicado, esto requeriría auténticas filigranas con los comprimidos para cortar y pesar fragmentos cada vez más pequeños (más fácil en presentaciones en solución, claro). Para cerrar este apartado, una última anotación, ya repetitiva: huid de los dos mitos más profundamente arraigados de los fármacos psiquiátricos: el de la gran eficacia (pues no hay más que buscar estudios que no hayan sido pagados por la industria para ver que no es así) y, aún más importante, el de la inocuidad, que para nada es cierto.

Bueno, llegados a este punto, no nos vamos a limitar a señalar los peligros potenciales de los psicofármacos, de los que tanto se puede decir. Otro gran grupo de tratamientos, de límites difusos y muchas veces en disputa por intereses gremiales de distintos tipos, son las psicoterapias. Evidentemente, decir psicoterapia es como no decir nada concreto, porque poco o nada tiene que ver un psicoanálisis ortodoxo con una desensibilización sistemática, o una terapia breve centrada en soluciones con un análisis funcional de la conducta, pero haremos algunas consideraciones generales. Muchas veces se establecen comparativas entre fármacos y psicoterapias, que demuestran el efecto positivo de aplicar ambos enfoques o incluso en ocasiones las ventajas de las psicoterapias frente a los fármacos. Sin embargo, creemos que lo realmente pertinente sería estudiar la eficacia en sí de las psicoterapias frente a placebo (y más dado el pobre balance de riesgos y beneficios de los psicofármacos, como hablamos antes). Hay estudios que demuestran, por ejemplo, un peor resultado a largo plazo en las personas que recibieron psicoterapia en situaciones de catástrofe, tras perder a seres queridos en accidentes o atentados, frente a las personas que no recibieron tal atención. Muchas veces la psicoterapia puede ser beneficiosa, evidentemente, para una persona en diversas situaciones de crisis, sin embargo, para nada estaría exenta de posibles efectos secundarios. El más importante, desde nuestro punto de vista, la dependencia. Sobre todo en terapias prolongadas en el tiempo o indefinidas, no es nada raro que el paciente termine por desarrollar cierta dependencia de la persona del terapeuta y del encuadre de la terapia. Son posibles reacciones de duelo tras finalizaciones de tratamiento que ensombrecen el pronóstico posterior y con frecuencia el mismo encuadre terapéutico va en contra del objetivo verbalizado de fomentar la independencia del paciente. En relación con ello, se produciría también un cierto efecto en psicoterapias exitosas por el cual la persona atribuye su mejoría, la superación de la crisis de que se trate, a la terapia y al terapeuta, en vez de, por ejemplo, a su propia capacidad de superación o a su red de apoyo social. Ello a su vez llevaría, en situaciones de nuevas crisis, a una falta de confianza en dichas capacidades previas o en sus personas cercanas y a una nueva búsqueda de psicoterapia, que a lo mejor no hubiera sido imprescindible para dicha superación. Hemos señalado en ocasiones la existencia de un cierto meme (no en el sentido triunfante de imagen más o menos graciosa y viral utilizable como mensaje en determinados contextos, sino en su significación originaria como idea que se replica culturalmente y es repetida y asimilada de forma acrítica, apareciendo en distintos discursos y elementos de la cultura popular, un poco por contraposición a gen, como elemento biológico que se replica para asegurar su persistencia). Este meme aparecería en nuestra cultura desde los comienzos titubeantes del psicoanálisis a principios del siglo XX, para irse extendiendo y acabar triunfando: el meme, o la idea, de que hablar y contar los problemas de uno es bueno, o al menos útil, o incluso necesario, para poder superarlos y seguir adelante. Esta idea se ha extendido y como individuos insertos en nuestra cultura, sentimos esa necesidad de hablar y contar, de recibir psicoterapia en cierto sentido, y corremos el riesgo de sentirnos mal si no lo hacemos. Un efecto placebo magnificado por la cultura en la que hemos crecido y en la que vivimos, por decirlo así. Luego nos detendremos en los aspectos sociales del daño de los diversos tratamientos psiquiátricos, pero sí señalaremos ya que, aunque las psicoterapias puedan ser útiles a nivel individual, son mayores nuestras dudas sobre lo que implican a nivel social: ¿queremos una sociedad donde todo duelo o sufrimiento por rupturas afectivas o por explotación laboral, por poner solo unos ejemplos, tenga que resolverse a través de una psicoterapia?, ¿dónde queda la propia capacidad de superar problemas, de adaptarse, de luchar por mejorar la situación que uno sufre?, ¿qué importancia le queda a nuestra red de apoyo social? Enseguida intentaremos apuntar alguna suerte de respuestas a estos y otros interrogantes. Todavía por decir algo más de la psicoterapia, pocas cosas nos parecen tan patéticas (bienintencionadas, sin duda, pero patéticas) como querer convencer a alguien de que debe recibir psicoterapia o incluso pretender iniciar una sin la menor demanda por parte de esa persona. Nos recuerda una pequeña historieta en la que se ve a Superman y Batman de noche en un tejado cuando de repente, a lo lejos, aparece una pequeña columna de humo. Superman, rápidamente, dice que deben ir a ayudar, pero Batman le sujeta del brazo y le dice: “espera”. Se suceden varias viñetas donde nada ocurre, ambos miran a lo lejos la pequeña columna de humo, hasta que el cielo se ilumina con la aparición de una luz con forma de murciélago: la batseñal. Ese es el momento en que Batman dice: “ahora”. Creemos que no se puede explicar mejor. Otro aspecto a reseñar es similar a la tendencia a prescribir para cualquier malestar una pastillita (ambos originados por el mismo furor curandis), y consiste en pretender abrir una psicoterapia ante cualquier persona que sufre, sin prestar atención, aparte de a la demanda del propio paciente, al contexto en que nos encontramos. Ver a profesionales, sin duda con las mejores intenciones, ponerse a preguntar a pacientes por sus biografías, o sus experiencias traumáticas infantiles, o eventos dolorosos de su pasado, sin que el paciente expresamente quiera tocar esos temas, en un contexto de urgencias, por ejemplo, o de ingreso psiquiátrico breve, es disponerse a abrir una dolorosa herida sin tener posibilidades de cerrarla, lo que supone, más allá de la absurda satisfacción de creer estar haciendo bien nuestro trabajo, provocar mayor dolor en el paciente, no aliviar en absoluto su malestar actual, sea el que sea, y dificultar posibles experiencias terapéuticas posteriores. A veces, si el paciente no lo demanda y no hay un sentido claro en ello, es mucho mejor no salirse del aquí y ahora y no abrir puertas que ocultan monstruos que tal vez luego sea difícil volver a encadenar. O, recurriendo a metáforas menos poéticas, mucho cuidado porque la mierda, cuanto más se revuelve, peor huele. No hace falta decir que distinto es el caso del paciente que demanda, que siente que necesita abrir esas puertas para vencer a esos monstruos o remover esa mierda para intentar limpiarla de una vez. Creemos muchísimo más recomendables terapias breves, enfoques centrados en soluciones, que no terapias a largo plazo, y no por distinta razón a la que nos llevaba a preferir tratamientos psicofarmacológicos breves frente a prolongados o indefinidos. No provoquemos dependencia. No digamos que la terapia busca “devolver la responsabilidad al paciente” cuando el encuadre psicoterapéutico, igual que el psiquiátrico en sentido amplio, implica un depósito de responsabilidad en la profesional, que se convierte en la persona que, de repente, sabe lo que le pasa al paciente, sabe casi seguro por qué y sabe sin duda cómo hacer para que le deje de pasar. Igual la mejor manera de que no haga falta “devolver la responsabilidad” es no hacerle pasar por un encuadre que se la quita desde el principio. La psicoterapia, y no de forma diferente a los psicofármacos, corre el riesgo de ser sobreutilizada en base a los mismos mitos de eficacia exagerada, inocuidad falseada y necesidad ineludible. Pensamos que ni son tan eficaces, ni son tan inocuas ni, por supuesto, tan necesarias como nos hemos habituado a creer. Dicho esto, no rechazamos ni por un momento la utilidad de las psicoterapias (como la de los psicofármacos) con moderación, en determinados casos, por tiempos razonables y con objetivos claros que habrá que evaluar de forma constante, para ver si nos acercamos a ellos o si, por no hacerlo, sería más lógico cambiar el enfoque o interrumpirlo. Pero cuando lo creamos indicado, cuando nos parezca que los beneficios superan a los riesgos potenciales, deben aplicarse y para ello es necesario, por una parte, formarse en psicoterapia, durante la residencia o después de ella, con seriedad y, por otra parte, no tener tampoco miedo a llevar a cabo tratamientos psicoterapéuticos, con la adecuada supervisión y teniendo siempre presente el principio clave que ya mencionamos de primum non nocere: lo primero, no dañar.

Mención aparte merece el tema de la psicoeducación, que lleva de máxima actualidad ya más de un par de décadas. Talleres de psicoeducación tanto en unidades de agudos, como unidades de salud mental o dispositivos de rehabilitación, en busca de “educar” al paciente, de enseñarle qué trastorno tiene, cómo se origina, qué síntomas da y cómo se trata… lo que sería un objetivo muy loable si no fuese porque enseñamos a los pacientes (normalmente con bonitos dibujos de neuronas y sinapsis) cuál es el origen de su trastorno, es decir, le enseñamos algo que no sabemos, equivocando los efectos receptoriales de los psicofármacos con la fisiopatología de la esquizofrenia, que nadie ha sabido encontrar. A falta de ciencia, enseñamos el mito, pero se lo tratamos de inculcar como si fuera ciencia… Todo ello con dos objetivos. El primero,  que el paciente adquiera “conciencia de enfermedad”, es decir, que nos dé la razón cuando le digamos que lo que le pasa es que está enfermo. Como constructo, hay que reconocer que es curioso, si el paciente acepta estar enfermo, nos da la razón (otra cosa es que, a la larga, acabe haciéndolo a lo mejor para que le dejemos en paz de una vez), pero si el paciente no está de acuerdo, entonces tenemos otro síntomas más que sumar a nuestra lista: “ausencia de conciencia de enfermedad”. O, si queremos sonar aún más profesionales, entonces lo llamaremos “anosognosia”. Y el segundo objetivo, por supuesto, que el paciente tenga “adherencia” (vaya horrible palabra) al tratamiento, es decir, que se lo tome todo sin rechistar, por el tiempo que digamos y en las dosis que digamos. Entiéndasenos, no decimos que no sea bueno que el paciente tome su tratamiento (en algunos casos, al menos), sino que no nos parece muy ético que la forma de conseguirlo sea presentarle su trastorno o sus crisis, de cuya fisiopatología nada sabemos con certeza, como si fueran enfermedades somáticas perfectamente conocidas (es decir, como la diabetes, en habitual y absurda comparación). Con lo que ello implica a nivel de estigma y autoconcepto, al recibir la información de que su cerebro está averiado y que determinadas sustancias químicas (plagadas de efectos secundarios), lo pondrán bien. Además, estos talleres de psicoeducación suelen poner el énfasis en todo lo beneficiosos que pueden ser los psicofármacos en condiciones ideales, pero minusvaloran siempre sus potenciales riesgos. En cuestión de riesgos, lo que sí se suele remarcar exageradamente son los terribles peligros de no tomar la medicación (pero no los peligros de seguir tomándola, que también existen). Creemos más honesto comentar con el paciente que desconocemos la causa de su malestar, aunque sí sabemos que un apoyo por nuestra parte, o recursos a nivel social, o también una medicación por un tiempo más corto o más largo, pueden ayudarle a sobrellevarlo, si él o ella están de acuerdo. La psicoeducación vende (y el término no es casual, ya que muchos de los programas psicoeducativos vienen directamente de laboratorios farmacéuticos que incluyen sus logos para que se vean bien) certezas sobre la causa y el tratamiento de los trastornos psicóticos que distan mucho de estar claras, y no nos parece que el engaño sea el camino para tratar con nuestros pacientes. Reconocer nuestra propia ignorancia de forma honesta sobre lo que ocurre no nos resta capacidad de explicar la ayuda que podemos dar. Estos talleres minusvaloran constantemente los riesgos y efectos secundarios de los psicofármacos que patrocinan, con la gravedad que, si no antes, al menos tras esta charla deberíamos todas tener clara.   

Nos detendremos ahora en un punto que consideramos clave. Como hemos querido dejar claro desde el mismo título, los daños que puede provocar la psiquiatría actual no se limitan al aspecto individual, como hemos intentado desarrollar ya en detalle, sino que también tienen un componente colectivo de la mayor importancia. Vivimos desde hace ya unas décadas, pero de forma que no cesa de aumentar, una progresiva psiquiatrización y psicologización de todo tipo de malestares. La psiquiatría ha ejercido desde siempre una función de control social de la locura, nos guste o no, a la que se ha sumado también aproximadamente desde mediados de los años 80, con el boom de los antidepresivos ISRS y la aparición del DSM-III, una nueva función social que hemos llamado en ocasiones de consuelo del triste y el ansioso. Nuestra cultura ha configurado, en estrecha relación con una psiquiatría que no es del todo culpable de ello, porque han influido sin duda multitud de factores en este estado de cosas, ni tampoco del todo inocente, puesto que nuestra disciplina ha colaborado y colabora en esta psiquiatrización, en parte por la señalada influencia de la industria farmacéutica en ver todo como enfermedad subsidiaria de ser medicada con sus caros remedios y en parte por motivos más corporativos, de configurarse como una especialidad médica más, con el prestigio, posición y lucro que eso conlleva. El caso es que cada vez más y más llenan nuestra consultas y en ocasiones nuestras plantas personas afectas de malestares a veces muy intensos, de temores, tristezas, miedos y desesperación que sería muy difícil catalogar como psicopatológicos en el sentido clásico de la psiquiatría. Personas que, desde cualquier lógica que pretendiera comprender la naturaleza humana, estarían fuera de cualquier clasificación de trastornos mentales. Personas en situación de precariedad económica, o directamente de pobreza, con hijos a su cargo, en riesgo de perder su casa o habiéndola perdido, sin expectativas de mejoría para ellos mismos o para sus familias, personas bajo situaciones de maltrato o de soledad no deseada, personas en situación de crisis por duelos difíciles, por rupturas recientes, por enfermedades somáticas graves… Muchos de estos casos llenan nuestras consultas: gentes con malestares psicológicos totalmente normales, propios de la condición humana y de sus circunstancias, que corren riesgos ciertos de iatrogenias y dependencias diversas como hemos visto, sin dudar de las mejores intenciones de los terapeutas, por supuesto, pero con resultados potencialmente dañinos, sobre todo y esto es importante, si los tratamientos psicofarmacológicos y psicoterapéuticos se prolongan en el tiempo. Y junto a estas personas, otras muchas afectas de problemática sociales a veces terribles, que son encaminadas a nuestras consultas a recibir enfoques individuales, que van a buscar la explicación de su dolor en su serotonina, o su edipo, o sus distorsiones cognitivas o vayan ustedes a saber dónde, desviando todo un caudal de sufrimiento colectivo causado por un orden social injusto, un sistema económico depredador del planeta y de los seres humanos que lo habitamos, un absolutamente desigual reparto de la riqueza o una absurda obsesión por un crecimiento económico infinito en un planeta de recursos finitos… Una estructura social que provoca que la gente pierda sus trabajos, sus casas, viva cada vez más cerca de la precariedad o la pobreza y con la perspectiva clara de que sus hijos vivirán sin duda peor que ellos. Y todo este dolor y sufrimiento es desviado a enfoques individuales, que sitúan su causa y su remedio en la propia persona, su neurobiología o sus condicionantes psicológicos. Buscar la solución donde no se ha originado el problema suele provocar que este persista. Y nuestro tratamiento de estas personas apenas logra un poco de adormecimiento del dolor, de resignación a las situaciones vividas, de poder dormir un poco más, aunque sea con muletas químicas… Y, por supuesto, de esto la culpa no es nuestra, como colectivo profesional no podemos cambiar por nosotros mismos la sociedad y nos limitamos a ofrecer a estas personas el poco consuelo del que somos capaces. Pero lo que sí debemos hacer es, como venimos repitiendo todo el rato, al menos intentar no causar más daño del que ya se atraviesa y, por supuesto, ser al menos conscientes de este papel en que el sistema o la cultura, como queramos llamarlos, sitúan a la psiquiatría y sus profesionales para colaborar, nos guste o no, al mantenimiento de un determinado statu quo injusto. No hace falta ser psicoanalista para entender que ser consciente de algo es el primer paso para superarlo.

Esta psiquiatrización y psicologización, de todas maneras, puede ser hackeada a través de ciertos dispositivos que nada tienen que ver con el ámbito psiquiátrico o sanitario en sentido amplio y que suelen ser mucho más útiles tanto para las personas como para la propia sociedad, al menos en nuestra opinión. Estoy pensando, por ejemplo, en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o en el Sindicato de Inquilinos e Inquilinas, organizaciones donde las personas afectadas por problemas de vivienda reciben apoyo de otras personas que entienden su situación y además ayuda legal o económica, así como, y no es poca cosa, un diagnóstico certero de cuál es realmente la causa de su malestar, sin necesidad de imaginar desequilibrios monoaminérgicos. Otro ejemplo diferente son las reuniones de Alcohólicos Anónimos, donde personas que sufren por adicciones se apoyan mutuamente sin necesidad de sanitarios que supervisen o coordinen nada, y con buenos resultados. ¿Significa esto que no somos necesarios? No, significa que debemos intervenir en donde podamos ser útiles y solo hasta donde podamos ser útiles. No pretender, como a veces se nos presiona desde fuera o dentro de la profesión, abarcarlo todo, tratarlo todo y solucionarlo todo. Por contraposición con estos ejemplos de la PAH o Alcohólicos Anónimos, estarían terapias de última moda y máxima actualidad como toda la parafernalia que hay alrededor del mindfulness. Como técnica terapéutica, sin duda será útil para algunas personas en determinados momentos y para otras no, como cualquier otra. Pero me llama la atención un  poco la filosofía que hay detrás. En cierto sentido, en el mindfulness (o en otras psicoterapias recientes más o menos catalogadas de aceptación y compromiso) creo detectar un enfoque que sitúa la solución del malestar siempre dentro de uno mismo, en que nuestra conciencia se distancie del problema, o lo acepte, o aprenda a sentirse bien a pesar del problema… una suerte de resignación, de “esto es lo que hay y voy a  ser feliz a pesar de ello”, que al sistema le viene muy bien para seguir exprimiéndonos a nosotros y a todo. Una filosofía bien distinta de la PAH o el Sindicato de Inquilinos e Inquilinas que van a poner sus cuerpos y sus almas para parar un desahucio o ir a negociar una prórroga a un banco. Si queremos reducirlo a una dicotomía fácil, pero tal vez eficaz, la elección estaría entre la resignación individual y la lucha colectiva. Evidentemente, todo esto se sale de la esfera psiquiátrica y entra en la política, pero desde el momento en que el sistema en que trabajamos y vivimos llena nuestras consultas de personas afectas de tristeza y ansiedad generadas por problemáticas sociales gravísimas, desde ese momento en que llevamos tiempo y parece que seguiremos, la psiquiatría es también política y el tipo de psiquiatría que hagamos y que, al hacerla, contribuyamos a crear, tendrá sin duda un significado político y una repercusión social. Ya sea para seguir adormeciendo a la gente con nuestros poco inocuosremedios o para plantearse ponernos límites a nosotros mismos, no provocar dependencias e iatrogenias diversas por querer ayudar en problemas que se salen totalmente de nuestro capacidad y no engañar a la gente diciéndoles que pasando por nuestras consultas de salud mental se sentirán mejor aunque sigan sin trabajo, sin casa o sin futuro. Pensar que la intervención psiquiátrica puede ayudar en casos así es uno de los mitos más absurdos con los que trabaja nuestra profesión.

El último aspecto que queremos tocar en esta parte teórica es el de la coerción en psiquiatría. En nuestra profesión empleamos no pocas veces métodos claramente coercitivos sobre nuestros pacientes: internamientos involuntarios, medicaciones forzosas y sujeciones mecánicas. Diremos unas palabras acerca de ellos, y en primer lugar, sobre los internamientos involuntarios. Este tema es polémico y dentro de los profesionales más o menos críticos hay diferencia de opiniones sobre si deberían seguir existiendo internamientos involuntarios en las unidades de agudos en casos de descompensación psicopatológica aguda o si deberíamos desterrarlos de nuestro ordenamiento jurídico y de nuestra práctica asistencial. Entre personas llamadas supervivientes de la psiquiatría o personas diagnosticadas suele haber un rechazo frontal a estos internamientos. Nosotras creemos que son un ejemplo claro de cómo una medida terapéutica (pues un ingreso hospitalario es una medida terapéutica por definición, cumpla luego su objetivo terapéutico o no) puede ser muy perjudicial para un paciente. Aunque también en no pocas ocasiones puede ser claramente beneficiosa. Una persona puede ingresar en agudos bajo un cuadro psicótico florido, desconectada de la realidad, a lo mejor incluso en riesgo para su propia vida, y salir en un par de semanas habiendo superado esa crisis. Pero también puede ingresar una persona por una sintomatología psicótica sin clara gravedad y salir peor tras administrarle dosis altas de varios psicofármacos que no van a mejorar en nada su calidad de vida previa y tal vez sí empeorar su funcionalidad. Nosotras estaríamos en contra de estos internamientos involuntarios si hubiera medios alternativos (casas tipo Soteria, de reposo, pisos en la comunidad, grupos de apoyo, hospitalizaciones a domicilio…) para atender a las personas que sufren crisis graves de tipo psicótico o afectivo. Porque estas crisis existen y no son infrecuentes, y por ello nos da mucho miedo lo que implicaría que desapareciera esta posibilidad del internamiento involuntario sin dichos medios nuevos: ¿dejamos a estas personas en la calle?, ¿pasamos por alto su riesgo suicida?, ¿si hay alteraciones de conducta, que a veces las hay, ante la falta de internamiento involuntario no se producirá una derivación no buscada a medidas de carácter policial o judicial, tal vez con estancias en prisión? O tal vez estemos equivocadas y lo urgente es prohibir los internamientos involuntarios y esperar a que luego surjan estas medidas alternativas, pero nos tememos que esto podría ser negligente hacia el cuidado que debemos dar a nuestros pacientes.

El caso de las medicaciones involuntarias obedece un poco a la misma dinámica. Se entiende que, si un juez autoriza un ingreso involuntario, está autorizando la medicación que se considere necesaria durante el mismo. Pero, por desgracia, habitualmente esta obligatoriedad de la medicación la intentamos llevar los profesionales más allá del momento de la descompensación aguda, y el paciente se enfrenta a variadas amenazas que suelen ser del tipo “o te tomas la medicación o ingresarás”. Lo cual, y con la legislación de este país en la mano, fundamentalmente a través de la ley de autonomía del paciente, es directamente ilegal. No se puede obligar a un paciente a tomar ninguna medicación fuera de las circunstancias de un internamiento involuntario (salvo orden de un juez en el contexto de una sentencia, cosa muy poco frecuente). Por fortuna, en este país los tratamientos ambulatorios involuntarios no son legales y, además, en países donde sí lo son, sus resultados en comparación con tratamientos comunitarios asertivos voluntarios son claramente inferiores. A los profesionales nos suele preocupar, lógicamente, la repercusión legal de nuestros actos, y deberíamos tener presente que el paciente (de nuevo insistimos, con la excepción del momento concreto del internamiento involuntario) debe dar su consentimiento para que le prescribamos cualquier tratamiento. Y será decisión de él o ella tomarlo o no. Aquí también queremos reseñar que si el paciente toma la decisión de suspender su tratamiento, nuestro trabajo como psiquiatras será, estemos o no de acuerdo con esa decisión, ayudarle a que al menos lo haga de forma paulatina, bajo nuestra supervisión y con el mayor apoyo posible. Nuestro trabajo consiste en cuidar a las personas que atendemos, pero ellos y ellas son los que deben decidir si aceptan o no nuestras indicaciones. Y habrá que seguir cuidándolos más allá de eso, en la medida de nuestras posibilidades y respetando su autonomía, como indica claramente la ley. 

Por último, el tema de las sujeciones físicas. Lo primero, atar a alguien a la cama no es una medida terapéutica en absoluto, desde nuestro punto de vista, por lo que no tiene que ver con el objeto de nuestra charla, que son daños provocados por las terapias. Atar no es una terapia sino, de nuevo desde nuestro punto de vista, una medida de seguridad que debe usarse solo como último recurso en momentos de riesgo de agresividad hacia sí mismo o hacia otros. El objetivo no puede ser otro que suprimir estas medidas, pero el camino para hacerlo pasa necesariamente por registros claros y públicos de cuántas sujeciones se hacen en los hospitales, por cuánto tiempo, por qué motivos… Y trabajar para reducirlas al máximo. Prohibirlas completamente no será fácil, pero debe ser una meta que, aunque no alcancemos, nos debe tener caminando para acercarnos lo más posible a ella.

No debemos olvidar que la persona bajo tratamiento psiquiátrico puede verse forzada a un ingreso involuntario bajo autorización judicial (y aquí sería de agradecer que los jueces valoraran bien la necesidad del internamiento más allá de dar la razón a los psiquiatras prácticamente siempre), pero eso no hace desaparecer sus derechos como ciudadano: a estar informado de sus tratamientos, de los beneficios esperables y los riesgos posibles, a negarse a tomar tratamiento (de nuevo, más allá del momento agudo de ingreso involuntario), a ver a sus familiares, o bien a que sus familiares sean informados o, si lo decide así, a que no lo sean, etc., etc. Vamos, como cualquier ciudadano, porque en ningún momento dejan de serlo.

Uno de los mitos fundacionales y fundamentales de la psiquiatría es que todo lo hacemos “por el bien del paciente”. Y sin duda este mito en particular es correcto. Nunca he conocido un profesional que no creyera estar trabajando por el bien del paciente. Pero una cosa es lo que creamos estar haciendo, sin duda siempre con las mejores intenciones, y otra cosa es si ese acto va a ayudar o a perjudicar. Y aquí, de nuevo, debemos ser conscientes del riesgo de dañar que nuestro trabajo trae aparejado. Y, en caso de dudas, que serán frecuentes, quien debe decidir asumir el riesgo de buscar un beneficio a costa de un riesgo, debe ser el paciente, como indica la ley y como obliga la ética. De la misma manera que, si nosotros fuéramos el paciente, querríamos estar bien informados y ser libres de tomar la decisión de aceptar o no una intervención. Y para ser libres hay que estar bien informados, no lo olvidemos. Parte de nuestro trabajo es conocer esa información y saber explicársela a nuestros pacientes. Aunque ya lo hemos dicho, cuidado con hacerlo todo “por el bien del paciente”. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Hasta aquí, un poco lo que queríamos hablar en esta primera parte teórica. Hemos tocado muchos temas, pero queríamos dejar claro que nuestras intervenciones siempre tienen un potencial iatrogénico y que, muchas veces, este riesgo es más elevado que los beneficios esperables, sobre todo en el largo plazo. Hemos dejado mucho por decir (por ejemplo, sobre la muy dudosa eficacia de la terapia electroconvulsiva frente a sus potenciales riesgos en funcionamiento cognitivo a largo plazo, como de costumbre poco y mal estudiados), pero la información está ahí fuera, si la quieren buscar. Nosotras quedamos a su disposición por si quieren ampliar cualquiera de los puntos que hemos tocado aquí. En cierto sentido, mi trabajo en esta charla era realizar una destrucción sistemática, una voladura más o menos controlada, de muchas de las ideas que se transmiten acríticamente a las profesionales en formación y que aquí hemos calificado de mitos. Es curioso porque muchas de estas ideas revelan su carácter mítico en la certeza absoluta con que son defendidas desde la psiquiatría más biologicista, oficial y académica, certeza que no descansa en pruebas objetivas, como no me cansaré de repetir. La ciencia, como ustedes saben porque para eso tienen una formación científica, no descansa sobre la certeza sino sobre la duda, sobre el conocimiento siempre provisional en espera de mejores datos que lleven a mejores hipótesis. No se dejen adoctrinar por dibujitos de sinapsis (ni aunque salgan en el Stahl), ni por técnicas de relajación con pretensiones (como muchas veces es el mindfulness), busquen información, lean las fichas técnicas de lo que prescriban, huyan del contacto con la industria farmacéutica y, más allá de buscar el bien de las personas que atendemos, sean respetuosas con las preferencias de esas personas. Todo esto va de cuidados por partida doble, es decir, de cuidar a las personas que atendemos y de hacerlo de manera cuidadosa para evitar perjudicarlas. Ustedes, en su vida profesional que ya ha comenzado, deben elegir qué tipo de profesional quieren ser. Qué tipo de cuidados van a dar. Y a partir de ahí, a partir de que sepan cómo van a cuidar, es decir, qué tipo de profesional quieren ser, entonces descubrirán qué orientación o enfoque teórico deben seguir. Como sabrán si han visto Matrix o leído Rayuela, al final lo que importa es la elección. De eso va todo.


Antipsicóticos: eficacia y riesgos

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En esta entrada nos detendremos en comentar una serie de estudios sobre antipsicóticos, tratamientos que empleamos con frecuencia en nuestra práctica clínica. No se trata de una revisión sistemática de la bibliografía, pero sí de traer aquí una serie de trabajos que contradicen ciertas ideas aceptadas hasta no hace mucho de forma acrítica por lo que podríamos llamar la psiquiatría oficial, básicamente: que la eficacia de estos psicofármacos está más allá de toda duda, que son escasos sus efectos secundarios, que el medicamento es mejor cuanto más novedoso o que el tratamiento de por vida es necesario y útil con mucha frecuencia. Los estudios que comentaremos pretenden dejar clara la idea de que las aseveraciones previas distan de estar claras. Hay dudas sobre la eficacia y preocupaciones sobre la seguridad que los profesionales, y los usuarios, debemos tener presentes. Y obliga ello a una reflexión sin duda imprescindible. La ciencia (y la medicina basada en la evidencia aspira a llegar a tener un estatus lo más científico posible) debe estar permanentemente instalada en la provisionalidad del conocimiento, susceptible en todo momento de ser falsado por nuevos experimentos y nuevos hallazgos. Por el contrario, es el dogma de fe el que supone una certeza inatacable a pesar de la presencia de evidencias en contra. Pese a los buenos propósitos, puede que caigamos con frecuencia en nuestras profesiones en un poco menos de ciencia y un poco más de fe de lo que sería conveniente.


Hemos incluido enlaces a cada uno de los artículos o sus resúmenes, para que sea más fácil consultar los trabajos originales.


―En primer lugar, querríamos recomendar sin duda la lectura de grandes revisiones sobre el tema de los antipsicóticos, como por ejemplo la Guía para utilizar los neurolépticos a dosis mínimas: por qué y cómo de Aderhold y Stastny (2015, 2016), la revisión titulada Antipsicóticos: mala ciencia, pseudoinnovación, prescripción desbordada y yatrogenia, publicada en el Butlletí groc de la Fundació Institut Català de Farmacologia (2016) y, por último pero no menos importante, la revisión publicada en los Cuadernos Técnicos de la Asociación Española de Neuropsiquiatría con el título El uso de antipsicóticos en la psicosis. Alcance, limitaciones y alternativas (Inchauspe y Valverde, 2017). Estos tres trabajos cuentan a su vez con una amplísima bibliografía sobre el tema.


―Un artículo (Epstein y otros, 1962) publicado en el American Journal of Psychiatry halla que de 1.413 pacientes con un primer episodio psicótico en 1956, habían sido dados de alta antes de 18 meses el 88 % de los pacientes que no tenían medicación y el 74 % de los que sí tenían, llegando a la conclusión de que los pacientes tratados con fármacos tenían hospitalizaciones más largas. 


―Otro artículo (Schooler y otros, 1967) del American Journal incluye un estudio del NIMH (Instituto Nacional de Salud Mental de EE.UU.) con el seguimiento a un año de 299 pacientes dados de alta, que habían sido aleatorizados a fármacos o a placebo durante 16 semanas. Las conclusiones fueron que no hubo diferencias entre las tres fenotiazinas ensayadas y que la única diferencia significativa entre los grupos fue que los pacientes con placebo tenían menos reingresos. 


―Un artículo (Prien y otros, 1968) del British Journal of Psychiatry recoge un estudio sobre recaídas en pacientes diagnosticados de esquizofrenia en 24 semanas tras el cambio de clorpromazina a placebo según dosis. El grupo control eran pacientes que estaban sin medicación y fueron cambiados a placebo. Los resultados muestran que, tras las 24 semanas, recayó el 7% de los pacientes en placebo, el 18% de los que tomaban menos de 300 mg/d de clorpromazina, el 47% de los que tomaban entre 300 y 500 mg/d, y el 58% de los que tomaban más de 500 mg/d. 


―La Organización Mundial de la Salud llevó a cabo un estudio en nueve países industrializados o en vías de desarrollo en 1969, con resultados de seguimiento a los cinco años. Se repitió un estudio similar en 10 países en 1978, con resultados similares. Se llevó a cabo un nuevo estudio en 1997, encontrando a los pacientes previos y comprobando que seguían según los hallazgos anteriores (Jablensky y otros, 1992; Leff y otros, 1992; Hopper y Wanderling, 2000). Se ha realizado recientemente un estudio similar y se ha visto que ya no hay diferencia entre la evolución en unos países y otros. La mayor parte de los pacientes toman fármacos de mantenimiento ahora (Karagianis y otros, 2009). Los resultados originales: el 15,9% de los pacientes en los países en vías de desarrollo tomaban medicación de mantenimiento, mientras que era el 61% de los pacientes en países desarrollados. Pacientes en total remisión en países en vías de desarrollo eran el 62,7%, mientras que en los países desarrollados eran el 36,9%. Pacientes con fracaso en actividad social en países en vías de desarrollo eran el 15,7%, mientras que en los países desarrollados era el 41,6%. En los países en vías de desarrollo el 57% de los pacientes no recayó y el 73% trabajaban. La conclusión es que la esquizofrenia en países avanzados tiene peor pronóstico y que el tratamiento farmacológico no parece tener un papel importante para la recuperación del episodio psicótico. 


―Otro trabajo publicado en el American Journal of Psychiatry (Bockoven y Solomon, 1975) compara dos estudios de seguimiento de cinco años (1947-1952 y 1967-1972) con pacientes del Boston Psychopatic Hospital y del Solomon Mental Health Center. El estudio I incluyó 100 pacientes elegidos aleatoriamente dados de alta en 1947, de los cuales el 45% no recayó en cinco años y el 76% vivían adecuadamente en la comunidad. El estudio II fue de 100 pacientes elegidos aleatoriamente entre los dados de alta en 1967, de los tratados con fármacos solo el 31% no recayó en cinco años y su grado de dependencia era mayor, y de los tratados sin fármacos, se dio el alta a la mayoría de los pacientes y el 80% permanecían en la comunidad en los siguientes cinco años. La conclusión es que los fármacos no son indispensables para integrar en la comunidad a los pacientes psicóticos y, en cambio, pueden fomentar la dependencia a los servicios. 


―Un estudio (Carpenter y otros, 1977) del NIMH publicado en el American Journal sobre tratamiento de esquizofrenia aguda sin fármacos en Maryland, encuentra que los pacientes tratados sin fármacos eran dados de alta antes, que las recaídas al año en el grupo sin fármacos eran el 35% mientras que en el grupo con fármacos eran el 45% y, como conclusión, defendían métodos psicosociales y mínimo tratamiento farmacológico. 


―Un estudio del NIMH (Rappaport y otros, 1978) incluyó 80 pacientes ingresados en el Agnews State Hospital con un primer episodio de esquizofrenia, aleatorizados a placebo o antipsicóticos y seguidos durante tres años. Tras el alta, parte de los pacientes fueron cambiados a antipsicóticos y parte a placebo. Los resultados mostraron que los pacientes con antipsicóticos fueron dados de alta más rápidamente y los porcentajes de recaída en tres años fueron los siguientes: en el grupo placebo-placebo el 8%, en el grupo antipsicóticos-placebo el 47%, en el grupo placebo-antipsicóticos el 53% y en el grupo antipsicóticos-antipsicóticos el 73%. El estudio concluye que lo que se supone habitualmente el mejor tratamiento da los peores resultados y que para muchos pacientes el tratamiento de elección no son los antipsicóticos si se está interesado en la recuperación a largo plazo. 


―Dos artículos (Alanen y otros, 1985; Lehtinen y otros, 2000) recogen estudios acerca del tratamiento adaptado a las necesidades finlandés, durante cinco años. Es una terapia basada en un formato individual, familiar y en red y cuando se emplean fármacos se hace de manera puntual y breve. Los resultados indicaron que el 43% de los esquizofrénicos se recuperan sin necesidad de emplear antipsicóticos y que a los cinco años se encontraban asintomáticos el 61%. 


―El estudio de Vermont (Harding y otros, 1987; Harding y Zahniser, 1994) incluyó 269 esquizofrénicos crónicos dados de alta a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Aquellos que vivían (168) fueron reevaluados en los años ochenta. Los resultados indicaron que más de dos tercios se encontraban bien o muy bien, el 34% estaban en recuperación, con autonomía, actividad social y trabajo, y la mayor parte de estos dos tercios había dejado la medicación años atrás. Las conclusiones señalaron el éxito de los programas de rehabilitación y consideraron un mito el que los pacientes esquizofrénicos necesiten tomar medicación durante años, indicando que solo a unos pocos les puede resultar útil. 


―Hay una revisión de 66 estudios de cambio de antipsicótico a placebo, con controles que seguían con antipsicótico (Gilbert y otros, 1995). Los resultados indicaron que sobre un periodo de 10 meses recayeron el 16% de los pacientes que tomaban antipsicóticos y el 53% de los que tomaban placebo. Otros autores revisan los mismos estudios (Viguera y Baldessarini, 1995), encontrando que el 50% de las recaídas en el grupo cambiado a placebo ocurrieron en los tres primeros meses. Una revisión de 28 estudios (Viguera y otros, 1997) encontró que la discontinuación abrupta del antipsicótico produce un riesgo de recaída del 50% en las primeras 30 semanas. En el primer año de cambio a placebo recaen el 54% de los pacientes. En el segundo año el riesgo es del 2%. 


Geddes y otros (2000) sugirieron que la aparente superioridad de los antipsicóticos atípicos en los primeros estudios era resultado de no comparar los fármacos de igual a igual, es decir, emplear dosis demasiado altas de haloperidol como comparador, con lo que el atípico aparentaba mayor eficacia (por tener menor número de abandonos) y menores efectos extrapiramidales. Los autores calcularon que con dosis de 12 mg o menos de haloperidol no hubiera habido diferencias en eficacia o tolerabilidad global. 


―Otros estudios (Seikkula y otros, 2001; 2006) se ocupan del tratamiento adaptado a las necesidades finlandés versión diálogo abierto, con cinco años de seguimiento sobre 72 pacientes iniciales. Los resultados mostraron que se habían empleado antipsicóticos en algún momento en el 33% de los pacientes. A los cinco años estaban tomando fármacos el 17% de los pacientes, trabajando el 81%, incapacitados o inactivos el 29%, nunca habían recaído el 67% y estaban asintomáticos el 79%. La conclusión fue que los mejores resultados indican que pocos pacientes necesitan neurolépticos. 


―En varios artículos (Bola y Mosher, 2003; Matthews y otros, 1979) se recoge el trabajo de Loren Mosher en el Proyecto Soteria de tratamiento en comunidad terapéutica. En el seguimiento a dos años, el 42% de los pacientes no tomaron antipsicóticos, el 39% lo hicieron de forma breve y el 19% los tomaron los dos años. Respecto a un grupo control de pacientes que seguían el tratamiento habitual, a las 6 semanas los pacientes habían disminuido sus síntomas tanto como los pacientes hospitalizados del grupo control. A los dos años los pacientes de Soteria tuvieron menos reingresos, menor psicopatología y mejor ajuste social y personal. Otro estudio similar fue realizado por Ciompi (Ciompi y otros, 1992).


―En la revista JAMA (Rosenheck y otros, 2003) se publicó un ensayo clínico aleatorizado y doble ciego de 309 pacientes esquizofrénicos, a doce meses, comparando olanzapina (antipsicótico de segunda generación o atípico) y haloperidol (de primera generación o típico), ambos con anticolinérgicos profilácticos: no se observaron diferencias en eficacia ni en la mayoría de efectos secundarios. La olanzapina no demostró ventajas en cumplimiento, síntomas de esquizofrenia, síntomas extrapiramidales o calidad de vida y sus beneficios en acatisia y mejora de la cognición debían ser equilibrados con los problemas de aumento de peso y mayor coste. 


―El estudio CATIE (Lieberman y otros, 2005; Swartz y otros, 2007) fue un ensayo clínico aleatorizado y doble ciego con 1.493 pacientes esquizofrénicos, tratados con olanzapina, quetiapina, risperidona, ziprasidona (antipsicóticos de segunda generación o atípicos) y, como típico, la perfenazina. No se demostraron ventajas significativas de ninguno de los atípicos respecto a perfenazina en medidas de síntomas, efectos neurológicos secundarios, calidad de vida, empleo o función neuropsicológica. Las mayores mejoras en función cognitiva a largo plazo se vieron en el grupo de la perfenazina.


―Un estudio del NIMH -National Institute of Mental Health- (Warner, 2005) con pacientes del Warren State Hospital (Pensilvania) dados de alta entre 1946 y 1950 encontró que habían sido dados de alta antes de un año el 62% y que a los tres años estaban bien integrados en la comunidad el 73%. Recordemos que el primer antipsicótico, la clorpromazina, no apareció hasta 1952.


―Un estudio (Warner, 2005) con 216 pacientes del Delaware State Hospital dados de alta entre 1948 y 1950 encontró que a los cinco años seguía fuera del hospital el 85% y que a los seis años el 70% estaban bien integrados en la comunidad.


―Un estudio (Warner, 2005) sobre 87 pacientes dados de alta en 1950 del Hillside Hospital Queens New York halló que más de la mitad no recayó en los siguientes cuatro años.


―El estudio CUtLASS (Jones y otros, 2006) fue un ensayo clínico aleatorizado que comparó 227 pacientes con esquizofrenia y trastornos relacionados en un grupo de antipsicóticos típicos y otro de atípicos, durante un año. La hipótesis de que el grupo con atipsicóticos atípicos tendría mejor calidad de vida quedó descartada. Los pacientes no informaron de preferencias por ninguno de los dos tipos de fármacos y tampoco hubo ventajas de los atípicos en medidas de síntomas ni en efectos secundarios. 


―Otro artículo del British Journal of Psychiatry (Joukamaa y otros, 2006) trata de un estudio sobre esquizofrenia y tratamiento neuroléptico en relación a la predicción de mortalidad en una muestra representativa de población de 7.217 personas mayores de 30 años. En el periodo de seguimiento, de 17 años, 39 de las 99 personas con esquizofrenia que había en la muestra murieron. Tras ajustar por edad y género, el riesgo relativo de mortalidad entre los esquizofrénicos y el resto era de 2,84. Y tras ajustes adicionales por enfermedades somáticas, presión sanguínea, colesterol, índice de masa corporal, tabaquismo, ejercicio, ingesta de alcohol y educación fue de 2,25. El número de neurolépticos usados en el momento de la medición basal mostró una relación graduada con la mortalidad. Ajustando por edad, género, enfermedades somáticas y otros factores de riesgo potenciales de muerte prematura, el riesgo relativo fue 2,50 para el incremento de cada neuroléptico. La relación entre el número de neurolépticos administrados y la mortalidad era estadísticamente significativa. En los pacientes con esquizofrenia, ajustando por edad y género, los riesgos relativos según el número de neurolépticos que tomaban eran los siguientes: para los que no tomaban ningún neuroléptico, 1,29; para los que tomaban uno, 2,97; para los que tomaban dos, 3,21; y para los que tomaban tres o más, 6,83. La asociación permaneció estable a lo largo de todo el periodo de observación. El estudio concluye que hay una urgente necesidad de determinar si la alta mortalidad en la esquizofrenia es atribuible al trastorno en sí mismo o a la medicación antipsicótica.


―Un estudio del NIMH (Harrow y Jobe, 2007) incluyó 64 pacientes psicóticos jóvenes, debutantes o recientes, desde 1978 a 1983, con un grupo con medicación y otro sin ella. Se evaluó periódicamente su situación, presentándose en el artículo los resultados del año 15 de seguimiento. Se define periodo de recuperación a un año sin actividad psicótica, sin recaída y con actividad social y laboral. Los resultados indican que:


  • En el grupo de pacientes medicados, se encuentran en recuperación a los dos años el 7%, a los 4,5 años el 6%, a los 7,5 años el 12%, a los 10 años el 6% y a los 15 años el 5%.

  • En el grupo de pacientes no medicados se encuentran en recuperación a los dos años el 21%, a los 4,5 años el 39%, a los 7,5 años el 40%, a los 10 años el 44% y a los 15 años el 40%.

  • A los 15 años, en el grupo de pacientes con medicación, estaba en recuperación el 5%, con mejoría aceptable el 46%, con resultado pobre el 49% y con actividad psicótica el 64%.

  • A los 15 años, en el grupo de pacientes sin medicación, estaba en recuperación el 40%, con mejoría aceptable el 44%, con resultado pobre el 16%, con actividad psicótica el 28% y trabajando el 50%.


―En The Lancet (Leucht y otros, 2009) un metaanálisis de 150 ensayos clínicos no encontró que hubiera consistentes diferencias entre antipsicóticos típicos y atípicos. 


―Un artículo (Ray y otros, 2009) en el New England Journal of Medicine estudió el riesgo de muerte súbita cardíaca con antipsicóticos atípicos en comparación al riesgo ya conocido existente con los típicos. Se llevó a cabo un estudio retrospectivo de cohortes, controlando posibles factores de confusión. Los resultados indicaron que el riesgo de muerte súbita cardíaca era mayor para ambos tipos de antipsicóticos en comparación con la población no expuesta a estos fármacos. Para los dos tipos de antipsicóticos, el riesgo de muerte súbita cardíaca aumentaba con la dosis, de forma estadísticamente significativa.


―Una revisión sistemática (Moncrieff y Leo, 2010) incluyó tres estudios que analizaban personas con enfermedades de larga evolución que no habían estado expuestas a tratamiento farmacológico, no mostrando el déficit global en volumen cerebral comúnmente asociado con pacientes que sí han recibido tratamiento farmacológico. 


―Un artículo del British Medical Journal (Parker y otros, 2010) acerca de la relación entre medicación antipsicótica y riesgo de tromboembolismo venoso concluyó que el riesgo de dicho tromboembolismo venoso en relación a antipsicóticos era más marcado para los fármacos atípicos. 


―Un artículo en el que participó Nancy Andreasen (Ho y otros, 2011) encuentra que los antipsicóticos a largo plazo se relacionan con atrofia cerebral, de forma independiente del efecto de la enfermedad. Aunque se oye por ahí (en alguna que otra charla patrocinada por Janssen) que este artículo fue tergiversado y que solo se refería a antipsicóticos típicos, si ustedes lo leen -como hemos hecho nosotros- verán que se estudiaron tres grupos de pacientes (uno con antipsicóticos típicos, otro con atípicos menos clozapina y otro con clozapina), encontrando que en los tres grupos se producía pérdida de tejido cerebral, aunque en localizaciones diferentes.


―Un artículo del British Journal of Psychiatry (Lepping y otros, 2011) recoge un metaanálisis de ensayos aleatorizados comparando antipsicóticos de primera generación, de segunda generación y placebo. Los hallazgos mostraron que, en el mejor de los casos, las mejorías vistas con las escalas BPRS y PANSS fueron "decepcionantemente limitadas".


―Un artículo del British Journal of Psychiatry (Peluso y otros, 2012) comparando efectos secundarios extrapiramidales de típicos frente a atípicos no encontró la mejoría esperada en los pacientes aleatorizados a fármacos atípicos. 


―Un artículo en The Journal of Adolescent Health (Ghate y otros, 2013) estudia la asociación entre antipsicóticos de segunda generación y cambios en el índice de masa corporal en adolescentes. Los hallazgos indican que el índice de masa corporal se incrementa de forma estadísticamente significativa en el grupo de pacientes tratados con antipsicóticos atípicos frente al grupo control no tratado. El antipsicótico que produjo el mayor incremento fue olanzapina, seguido de aripiprazol, luego risperidona y después quetiapina.


―La revista Psychopharmacology (Ayesa-Arriola y otros, 2013) publicó un estudio de tres años de duración sobre efectividad en neurocognición de la medicación antipsicótica en primeros episodios de psicosis no afectivas, comparando risperidona, olanzapina y haloperidol. Los resultados muestran como conclusión principal que ni haloperidol ni olanzapina ni risperidona han demostrado efectividad sustancial en neurocognición.


―El Journal of Clinical Psychiatry (Jin y otros, 2013) recoge un trabajo sobre eficacia y seguridad a largo plazo de cuatro antipsicóticos atípicos en pacientes mayores de 40 años. Los antipsicóticos fueron aripiprazol, olanzapina, quetiapina y risperidona, empleados en 332 pacientes con psicosis asociada a esquizofrenia, trastornos del humor, trastorno por estrés postraumático o demencia. Los pacientes fueron seguidos por más de dos años. Se midieron marcadores metabólicos, cumplimiento del tratamiento, psicopatología, porcentaje de pacientes que desarrollan síndrome metabólico, efectos secundarios graves y no graves. Los resultados del estudio llevaron a suspender la quetiapina a mitad del mismo por la alta incidencia de efectos secundarios graves. Los clínicos tendían a preferir aripiprazol y excluir olanzapina en pacientes con problemas metabólicos. Sin embargo, los grupos no difirieron en cambios longitudinales en parámetros metabólicos o en la mayoría de las otras medidas de resultado. Todos los resultados sugieren una alta tasa de discontinuación, carencia de mejoría significativa en psicopatología y alta incidencia de síndrome metabólico (36,5% en el primer año) y de efectos secundarios graves (23,7%) y no graves (50,8%) para todos los antipsicóticos atípicos del estudio. Los autores concluyen que, con un diseño que intenta imitar la práctica clínica habitual, encuentran una carencia de efectividad y una alta incidencia de efectos secundarios con cuatro antipiscóticos atípicos comúnmente prescritos en diferentes grupos diagnósticos en pacientes por encima de cuarenta años, con relativamente pocas diferencias entre los fármacos. Se requiere, pues, precaución en el uso de estos fármacos en pacientes de mediana y avanzada edad.


―Otro artículo muy interesante se publicó en el Schizophrenia Bulletin. Sus autores son también Martin Harrow y Thomas H. Jobe (2013). El trabajo se titula: “¿El tratamiento a largo plazo de la esquizofrenia con medicaciones antipsicóticas facilita la recuperación?” Lleva a cabo una revisión del tema y encuentra que, en estudios a corto plazo, se observa que dentro de los primeros seis a diez meses tras la discontinuación del tratamiento, recaen un 25-55% de los pacientes. Sin embargo, en los pacientes que permanecían estables más allá de estos seis a diez meses, las tasas de recaídas eran considerablemente menores. Estudios longitudinales a largo plazo muestran claramente que no todos los pacientes esquizofrénicos necesitarían antipsicóticos de forma continua durante periodos prolongados de tiempo, mostrando amplia evidencia de muestras de pacientes esquizofrénicos no medicados con resultados favorables. Se requieren estudios adicionales de cuántos pacientes esquizofrénicos se benefician de la administración continua de antipsicóticos, durante un periodo de tiempo prolongado, de qué factores identifican y separan pacientes esquizofrénicos que no necesitan tratamiento antipsicótico prolongado, y si este uso prolongado de antipsicóticos es dañino o no para algunos o para muchos pacientes. Harrow y Jobe, como otros autores, plantean la posibilidad que parte de las recaídas tempranas tras interrupción de medicación o de los malos resultados observados en los pacientes medicados a largo plazo respecto a los no medicados, podrían obedecer a fenómenos del tipo de hipersensibilidad u otras modificaciones en el funcionamiento de la neurotransmisión dopaminérgica secundarias precisamente al empleo de antipsicóticos, sobre todo durante periodos prolongados de tiempo.


―La revista JAMA Psychiatry publicó un estudio (Wunderink y otros, 2013) que comparaba tasas de recuperación en pacientes con un primer episodio de psicosis remitido, en un seguimiento posterior de siete años en dos grupos: uno con tratamiento de mantenimiento y otro con reducción de dosis o discontinuación del tratamiento. La intervención consistía en que a los seis meses de la remisión del cuadro inicial, los pacientes eran asignados al azar a los dos grupos (mantenimiento vs. reducción/discontinuación) durante 18 meses. Después, el tratamiento ya era a discreción del clínico. Los pacientes del grupo de reducción/discontinuación, presentaron una tasa de recuperación del 40,4% frente al 17,6% del grupo de mantenimiento. Los autores concluyen que la reducción de dosis / discontinuación del tratamiento antipsicótico durante los estadíos tempranos de los primeros episodios psicóticos remitidos muestra unas tasas de recuperación a largo plazo superiores comparadas con las tasas logradas con el tratamiento de mantenimiento. 


―El Journal of Psychiatric Research publicó un artículo (Hori y otros, 2013) que comparó, en pacientes con esquizofrenia que recibían tratamiento con dos antipsicóticos, un grupo en que se mantenían ambos con otro grupo en el que se redujo la dosis de uno de ellos hasta suspenderlo y se mantuvo un único antipsicótico. Los autores concluyeron que el cambio a monoterapia resultó en mejorías en la atención. Además, las mejorías en la función ejecutiva llevaron a mejorías en la vida diaria, y las mejorías en la atención llevaron a mejorías en las habilidades de trabajo. Por lo tanto, cambiar a monoterapia es una opción útil.


―También en JAMA Psychiatry leímos un trabajo (Bobo y otros, 2013) que estudia la relación entre medicación antipsicótica en niños y jóvenes y el riesgo de desarrollar diabetes mellitus tipo 2. Se estudiaron pacientes entre 6 y 24 años que habían iniciado recientemente medicación antipsicótica (28.858 personas) frente a un grupo control que había iniciado recientemente otra medicación psicotrópica (14.429 personas). Los resultados mostraron que los pacientes que tomaban antipsicóticos tenían un riesgo tres veces mayor de desarrollar diabetes, lo cual fue aparente dentro del primer año de seguimiento. El riesgo aumentaba con la dosis acumulada durante el seguimiento. Restringiendo la cohorte a pacientes de 6 a 17 años, el riesgo era más de tres veces mayor y dicho riesgo aumentaba significativamente con el aumento de la dosis acumulada. El riesgo estaba aumentado también si nos fijamos solo en el uso de antipsicóticos atípicos o de risperidona sola.


―La revista Psychological Medicine, del grupo Cambridge University Press, publicó un artículo de Harrow y otros (2014) cuyo título se pregunta si el tratamiento antipsicótico en la esquizofrenia elimina o reduce los síntomas psicóticos. Algo que no parece estar tan claro dados los resultados obtenidos. Se trata de un seguimiento a 20 años de una muestra de pacientes esquizofrénicos tratados con antipsicóticos versus aquellos no tratados con dicha medicación. Un total de 139 pacientes esquizofrénicos y con trastornos del humor se valoraron en la hospitalización inicial y seis veces más a lo largo de los 20 años. Más del 70% de los esquizofrénicos bajo tratamiento antipsicótico continuo presentaron actividad psicótica en cuatro o más de las seis valoraciones durante los 20 años. Longitudinalmente, los esquizofrénicos a los que no se les prescribieron antipsicóticos presentaron menor actividad psicótica que los medicados (p<0,05). La conclusión de los autores es que los datos del seguimiento a 20 años indican, longitudinalmente, que después de los años iniciales, la medicación antipsicótica no elimina ni reduce la frecuencia de actividad psicótica en la esquizofrenia, ni reduce la severidad de la psicosis post-aguda, aunque es difícil alcanzar conclusiones no ambiguas sobre la eficacia del tratamiento en investigación puramente naturalística u observacional. Longitudinalmente, en base a su actividad psicótica y la disrrupción del funcionamiento, la situación de la mayoría de esquizofrénicos bajo medicación antipsicótica durante múltiples años elevaría preguntas como cuántos de ellos están verdaderamente en remisión.


―La revista Drug Safety publica un artículo (Barbui y otros, 2014) sobre la exposición a fármacos antipsicóticos y el riesgo de tromboembolismo venoso. Se trata de una revisión sistemática y metaanálisis de estudios observacionales, cuyos resultados muestran que la exposición a antipsicóticos se asoció con un incremento significativo en el riesgo de desarrollar tromboembolismo venoso. Tanto los antipsicóticos de primera generación como los de segunda mostraron un riesgo incrementado de tromboembolismo venoso. Los autores concluyen que la exposición a antipsicóticos en poblaciones de pacientes no seleccionados puede estar asociada con un 50% de incremento en el riesgo de desarrollar tromboembolismo venoso. Este riesgo incrementado se aplica de forma similar a fármacos antipsicóticos de primera y segunda generación.


―En Annals of Internal Medicine se publicó un estudio (Hwang y otros, 2014) sobre antipsicóticos atípicos y riesgo de daño renal agudo y otros resultados adversos en adultos mayores. Se comparó el uso de estos fármacos antipsicóticos atípicos con el no uso, estudiando adultos de 65 años o más que habían recibido una prescripción de un antipsicótico atípico oral (97.777), emparejados uno a uno con aquellos que no la recibieron. El uso de antipsicóticos atípicos se asoció con un riesgo más elevado de hospitalización con daño renal agudo. Estos fármacos se asociaron también con hipotensión, retención urinaria aguda y mortalidad de cualquier causa. Los autores concluyen que estos hallazgos apoyan las preocupaciones actuales de seguridad acerca del uso de estos fármacos en adultos mayores.


―En la revista Schizophrenia Research hemos podido leer un trabajo (Husa y otros, 2014) que se plantea estudiar la relación entre la evolución de la cognición y el uso de medicación antipsicótica a largo plazo en esquizofrenia. Encuentran que dosis altas de antipsicóticos acumuladas a lo largo de años se asociaron significativamente con desempeños más pobres en varias dimensiones de aprendizaje verbal y memoria. Señalan que estos hallazgos no apoyan el punto de vista de que los antipsicóticos en general previenen el deterioro cognitivo o promueven la recuperación cognitiva en esquizofrenia.


―En PLoS One apareció un trabajo (Veijola y otros, 2014) que estudiaba los cambios longitudinales en el volumen cerebral total en esquizofrenia, en relación con severidad de los síntomas, nivel de funcionamiento, cognición y medicación antipsicótica. Se comparó un grupo de pacientes con un grupo control y se realizó un seguimiento de nueve años. La reducción de volumen cerebral en pacientes esquizofrénicos se encontró especialmente en el lóbulo temporal y área periventricular. Los resultados mostraron que la severidad sintomatológica, el nivel de funcionamiento y el deterioro en la cognición no se asociaron con la reducción de volumen cerebral en esquizofrenia. La cantidad de medicación antipsicótica a lo largo del periodo de seguimiento predijo la pérdida de volumen cerebral. En esta muestra, la reducción de volumen cerebral continúa en los pacientes esquizofrénicos después del comienzo de la enfermedad, y las medicaciones antipsicóticas pueden contribuir a estas reducciones. Señalar también que en los resultados del estudio se encuentra que la asociación entre medicación antipsicótica y reducción del volumen cerebral aparece tanto para antipsicóticos típicos como para atípicos, pero con un nivel de significación más alto para el grupo de atípicos.


―La revista Schizophrenia Bulletin publicó un artículo (Fusar-Poli y otros, 2015) que evaluaba el tratamiento de síntomas negativos en esquizofrenia, mediante un metaanálisis de 168 ensayos clínicos controlados con placebo y aleatorizados. Los autores concluyeron que, aunque algunos efectos estadísticamente significativos en síntomas negativos fueron evidentes, ninguno alcanzó el umbral de mejoría clínicamente significativa.


―En el European Heart Journal se publicó un artículo (Brauer y otros, 2015) que recogía un estudio de casos y controles sobre riesgo de infarto de miocardio en el mes siguiente al inicio de tratamiento antipsicótico. Los autores encuentran que el riesgo de infarto es aproximadamente dos o tres veces mayor en el mes siguiente a comenzar tratamiento antipsicótico, y que este incremento de riesgo no es atribuible a diferencias entre los pacientes de los grupos con y sin antipsicóticos. Concluyen que creen improbable que este aumento del riesgo altere el balance riesgo-beneficio de los antipsicóticos en sus indicaciones aprobadas para trastornos mentales graves. Sin embargo, señalan, cuando se prescriben en indicaciones fuera de ficha técnica sin eficacia probada, tales como la demencia, el balance de riesgos y beneficios es probable que sea menos favorable. Por otra parte, tal riesgo se observa tanto con antipsicóticos típicos como atípicos.


―El British Journal of Psychiatry ha publicado un artículo (Murray y otros, 2016) titulado “¿Deberían los psiquiatras ser más cautos acerca del uso preventivo a largo plazo de los antipsicóticos?” Como dice el abstract, a los pacientes que se recuperan de un episodio psicótico agudo se les prescriben frecuentemente antipsicóticos de forma preventiva durante muchos años, especialmente si son diagnosticados de esquizofrenia. Sin embargo, hay escasa evidencia acerca de la efectividad a largo plazo de esta práctica, y es creciente la preocupación sobre los efectos acumulativos de los antipsicóticos en la salud física y la estructura cerebral. Aunque la controversia permanece sobre algunos de los datos, los psiquiatras prudentes deberían regularmente revisar el beneficio a cada paciente de continuar los antipsicóticos preventivos contra el riesgo de efectos secundarios y pérdida de efectividad a través del desarrollo de supersensibilidad del receptor D2 de la dopamina. Los psiquiatras deberían trabajar con sus pacientes para reducir lentamente los antipsicóticos a la dosis más baja que prevenga el retorno de síntomas preocupantes. Hasta el 40% de aquellos cuya psicosis remita después de un primer episodio deberían ser capaces de lograr un buen resultado a largo plazo o sin ninguna medicación antipsicótica o con una dosis muy baja. 


---La revista Schizophrenia Research publicó un artículo (Wils y otros, 2017) titulado “Medicación antipsicótica y remisión de síntomas psicóticos 10 años después de un primer episodio de psicosis”. Señala que varias guías recomiendan el uso continuo de medicación antipsicótica después de un episodio psicótico con el fin de minimizar el riesgo de recaída. Sin embargo, algunos estudios han identificado un subgrupo de pacientes que obtienen la remisión de síntomas psicóticos sin tomar medicación antipsicótica. Este estudio investigó el resultado a largo plazo y las características de los pacientes en remisión de síntomas psicóticos sin uso de medicación antipsicótica a los 10 años de seguimiento. Fue un estudio de cohorte que incluyó a 496 pacientes diagnosticados con trastornos del espectro de la esquizofrenia. El 61% de los pacientes de la cohorte original asistieron a los 10 años de seguimiento y el 30% de ellos tuvieron remisión de síntomas psicóticos en el momento de los 10 años de seguimiento sin uso actual de medicación antipsicótica. Estos resultados describen un subgrupo de pacientes que obtuvieron la remisión sin estar tomando medicación antipsicótica en el seguimiento de 10 años. El hallazgo pide más investigación sobre un enfoque más individualizado del tratamiento a largo plazo con medicamentos antipsicóticos.


---La revista Psychological Medicine ha publicado un artículo (Emsley y otros, 2017) con el siguiente título: “Cambios en el volumen cerebral durante el primer año de tratamiento en la esquizofrenia: relación con el tratamiento antipsicótico”.

Se han descrito reducciones progresivas del volumen cerebral en la esquizofrenia y se ha descrito una asociación con la exposición a antipsicóticos.

Se compararon los cambios porcentuales en el volumen de la sustancia gris y la sustancia blanca de la línea base al mes 12 en 23 pacientes previamente no tratados con antipsicóticos con un primer episodio de esquizofrenia o trastorno esquizofreniforme que fueron tratados con la dosis efectiva más baja de flupentixol decanoato depot, emparejados con 53 controles sanos.

Se observaron reducciones excesivas del volumen cortical en los pacientes versus controles. El único predictor significativo del cambio de volumen cortical fue la dosis total de antipsicóticos recibida. El cambio de volumen cortical no se asoció significativamente con los cambios en la psicopatología, funcionalidad, síntomas extrapiramidales e índice de masa corporal o edad, sexo y duración de la psicosis no tratada.

Las reducciones de volumen cerebral asociadas con el tratamiento antipsicótico no se limitan a los pacientes con resultados deficientes y se producen incluso con la dosis eficaz más baja de antipsicóticos. La falta de asociación con la mala respuesta al tratamiento o los efectos adversos relacionados con el tratamiento, va en contra de que las reducciones de volumen cortical reflejen neurotoxicidad, al menos a corto plazo. Por otro lado, las reducciones de volumen no estaban relacionadas con los beneficios terapéuticos de los antipsicóticos.


---La revista JAMA Psychiatry incluye un artículo (Wang y otros, 2017) sobre la asociación entre antipsicóticos y riesgo de insuficiencia respiratoria aguda en pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica. En este estudio poblacional de casos cruzados de 5.032 pacientes con insuficiencia respiratoria aguda recién diagnosticada identificados a partir de 61.620 pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica, el uso de fármacos antipsicóticos se asoció con un aumento de 1,66 veces el riesgo de insuficiencia respiratoria aguda dentro de los 14 días posteriores a la iniciación de la terapia. Los autores concluyen que el uso de antipsicóticos está asociado con un riesgo incrementado agudo y dosis-dependiente de insuficiencia respiratoria aguda en pacientes con EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). Los clínicos deberían ser cautos cuando prescriban antipsicóticos a pacientes con EPOC y evitar dosis altas si es posible.


---En el  Journal of Alzheimer’s Disease Reports encontramos una revisión (Ralph y Espinet, 2018) sobre aumento de mortalidad con antipsicóticos. Como señalan los autores, han pasado casi diez años desde que el informe Banerjee de 2009 estableció que estaba ocurriendo prescripción inadecuada de antipsicóticos en pacientes de edad avanzada en el Reino Unido y estos pacientes tenían un riesgo 85% mayor de eventos adversos y mayor mortalidad. Este informe fue un análisis crítico que abordó los resultados de las prácticas de tratamiento para la demencia en pacientes del Reino Unido y a nivel mundial, dirigido a reducir la prescripción de fármacos antipsicóticos para la demencia. Desde 2009, muchos estudios importantes en todo el mundo (incluidos varios estudios retrospectivos grandes más recientes) proporcionan datos longitudinales más extensos sobre los impactos adversos de los antipsicóticos en la demencia. Se han utilizado los datos de estos estudios, incluidos más de 380.000 pacientes con demencia, con 85.069 a los que les fueron prescritos agentes antipsicóticos, así como a 359.235 usuarios de fármacos antipsicóticos no relacionados con la demencia para proporcionar un metaanálisis actualizado. Este es el primer metaanálisis que incluye evidencia de estudios generales de salud mental que muestran que los antipsicóticos precipitan una mortalidad excesiva en todo el espectro. La prescripción de fármacos antipsicóticos para la demencia o para otros cuidados de salud mental se debería evitar y buscar medios alternativos para tratar los trastornos del comportamiento de dichos pacientes.


---Un ensayo clínico en el JAMA Psychiatry (Nicol y otros, 2018) estudia los efectos metabólicos de los antipsicóticos en jóvenes. Los medicamentos antipsicóticos se usan comúnmente para tratar los trastornos del comportamiento disruptivos no psicóticos en los jóvenes. El objetivo del estudio era caracterizar los efectos metabólicos de la primera exposición a antipsicóticos en jóvenes utilizando evaluaciones estándar de criterio de composición corporal y sensibilidad a la insulina. La intervención, sobre 144 pacientes, fue de doce semanas de tratamiento con aripiprazol oral (n = 49), olanzapina (n = 46) o risperidona (n = 49). Como conclusión, se observaron cambios adversos en la adiposidad y la sensibilidad a la insulina durante 12 semanas de tratamiento antipsicótico en jóvenes, con los mayores aumentos de grasa con olanzapina. Tales cambios, probablemente atribuibles al tratamiento, pueden estar asociados con el riesgo de morbilidad y mortalidad cardiometabólicas prematuras. Los resultados informan las consideraciones de riesgo-beneficio para el uso de antipsicóticos en los jóvenes.


---El BMJ Open publica un artículo (Wang y otros, 2018) sobre antipsicóticos de segunda generación y riesgo de enfermedad renal crónica (ERC). Este estudio tiene como objetivo comparar el riesgo de enfermedad renal crónica entre pacientes con esquizofrenia que utilizan antipsicóticos de primera y segunda generación. Se estudió una cohorte de pacientes hospitalizados para trastornos psiquiátricos entre 2000 y 2013 (n=267.807). La base de datos incluía pacientes con al menos un registro de hospitalización psiquiátrica y un diagnóstico de alta de trastorno mental. Se encontró que los riesgos de ERC eran mayores para quienes usaban antipsicóticos de segunda generación durante más tiempo acumulativo que para quienes no los usaban. El estudio sugiere la relación entre el uso de antipsicóticos de segunda generación y el riesgo de ERC.


---Otra revisión fue publicada en el International Journal of Risk & Safety in Medicine (Danborg y Gøtzsche, 2019). El objetivo del trabajo era estudiar los efectos beneficiosos y perjudiciales de los antipsicóticos en pacientes con psicosis sin tratamiento previo. Este estudio se llevó a cabo con una revisión sistemática y un metaanálisis de ensayos controlados con placebo. La conclusión fue que el uso de antipsicóticos no puede justificarse con base en la evidencia que tenemos actualmente. Los efectos de la abstinencia en los grupos de placebo hacen que los ensayos controlados con placebo existentes no sean fiables.


---En The Lancet Psychiatry se publicó un artículo (Schneider-Thoma y otros, 2019) revisando la cuestión de los eventos adversos somáticos graves de los antipsicóticos de segunda generación. Los fármacos antipsicóticos pueden causar efectos secundarios graves de aparición aguda y, por lo tanto, contribuir al aumento de la morbilidad y la mortalidad física observada en pacientes con trastornos graves de salud mental. Se examinó esta hipótesis haciendo un metaanálisis de los eventos adversos graves que ocurrieron en ensayos controlados con placebo de antipsicóticos. Para esta revisión sistemática y metaanálisis, se incluyeron ensayos controlados aleatorizados que compararon antipsicóticos de segunda generación con placebo. Se encontró evidencia de que los antipsicóticos causan eventos adversos graves somáticos a corto plazo además de los eventos adversos graves somáticos que ocurren independientemente del tratamiento. Este efecto parece deberse principalmente a los resultados en pacientes mayores. Por lo tanto, los médicos deben ser conscientes de que los antipsicóticos son potencialmente tóxicos, especialmente cuando se trata a pacientes que comparten factores de riesgo con la población de mayor edad.


---Un artículo publicado en el JAMA Psychiatry (Ray y otros, 2019) estudia la asociación del tratamiento antipsicótico con el riesgo de muerte en niños y adolescentes. Los niños y jóvenes a los que se les recetan medicamentos antipsicóticos tienen múltiples eventos adversos cardiovasculares, metabólicos y otros, potencialmente fatales, relacionados con la dosis, pero se desconoce si estos medicamentos están asociados con un mayor riesgo de muerte. El objetivo del estudio es comparar el riesgo de muerte inesperada entre niños y jóvenes que inician tratamiento con antipsicóticos o con medicación de control (medicamentos para el trastorno por déficit de atención / hiperactividad, antidepresivos o estabilizadores del estado de ánimo). El estudio incluyó a 189.361 niños y jóvenes en el grupo de control, 28.377 en el grupo de dosis más baja (igual o inferior a 50 mg equivalentes de clorpromazina) y 30.120 en el grupo de dosis más alta (más de 50 mg equivalentes de clorpromazina). La incidencia no ajustada de muerte en el grupo de dosis más alta fue significativamente mayor que en el grupo de control. La incidencia de muerte en el grupo de dosis más baja no difirió significativamente con la del grupo control. Los hallazgos sugieren que el uso de antipsicóticos se asocia con un mayor riesgo de muerte inesperada y parecen reforzar las recomendaciones para la prescripción y el seguimiento cuidadosos del tratamiento antipsicótico para niños y jóvenes y subrayar la necesidad de estudios más amplios de seguridad del tratamiento antipsicótico en esta población.


---En PloS ONE se publicó en 2020 un artículo (Gerhard y otros) sobre riesgo de mortalidad con antipsicóticos en depresión. Señala que los ensayos controlados aleatorizados han demostrado un aumento de la mortalidad por todas las causas en pacientes ancianos con demencia tratados con los antipsicóticos más nuevos, pero se desconoce si este riesgo se generaliza a los adultos no ancianos que usan antipsicóticos más nuevos como tratamiento asociado para la depresión. Este estudio examinó el riesgo de mortalidad por todas las causas de la asociación de los antipsicóticos más nuevos para la depresión en adultos. Se estudió a adultos no ancianos (25 a 64 años) con diagnóstico de depresión que, después de ≥3 meses de monoterapia con antidepresivos, iniciaron una asociación con un antipsicótico más nuevo o con un segundo antidepresivo. La cohorte analítica incluyó 39.582 pacientes que iniciaron la asociación con un antipsicótico más nuevo (quetiapina, risperidona u olanzapina) o con un segundo antidepresivo. La conclusión fue que el tratamiento con antipsicóticos más nuevos en pacientes no ancianos con depresión se asoció con un mayor riesgo de mortalidad en comparación con la adición de un segundo antidepresivo. Aunque estos hallazgos requieren replicación y no pueden probar la causalidad, los médicos que tratan a adultos con depresión deben ser conscientes de este potencial de aumento de la mortalidad asociado con la adición de antipsicóticos nuevos.


---En el British Journal of Clinical Pharmacology se recoge en 2020 un estudio (Wang y otros) sobre antipsicóticos y riesgo de insuficiencia respiratoria aguda (IRA). La evidencia sobre la IRA por antipsicóticos es escasa. Los antipsicóticos se han recetado con frecuencia fuera de indicación en adultos, pero no se sabe si su uso conlleva un mayor riesgo de IRA entre los pacientes adultos. Se incluyeron 716.493 adultos de 20 años o más, entre enero de 2000 y diciembre de 2013. Entre la cohorte del estudio, 7.084 adultos con IRA y 12.785 con riesgo de enfermedad. Se llegó a la conclusión de que el uso de antipsicóticos se asoció con un mayor riesgo de IRA en pacientes adultos. El riesgo fue dependiente de la dosis y notablemente mayor con el uso actual de agentes antipsicóticos. Los médicos deben estar atentos a cualquier síntoma respiratorio en pacientes que actualmente estén tomando antipsicóticos.




A continuación, incluimos de forma separada una serie de artículos científicos sobre antipsicóticos depot o de depósito (de administración intramuscular y acción prolongada).



―El New England Journal of Medicine publicó un artículo (Rosenheck y otros, 2011) comparando risperidona inyectable de larga duración -Risperdal Consta ®- con medicación antipsicótica oral, concluyendo que el intramuscular no era superior a la medicación oral y, además, se asociaba con más efectos adversos en cuanto a lesiones en la zona de inyección y efectos extrapiramidales.


―En el Journal of Clinical Psychiatry se ha publicado un ensayo clínico aleatorizado (Covell y otros, 2012) de 62 pacientes esquizofrénicos o esquizoafectivos en tratamiento con neurolépticos depot clásicos (decanoato de flufenazina -Modecate ®- y decanoato de haloperidol), los cuales fueron asignados al azar a cambiar a risperidona inyectable de larga duración -Risperdal Consta ®- o a permanecer en su medicación previa. A los seis meses no hubo diferencias entre los dos grupos. Al año, la tasa de abandono en el grupo que no había cambiado fue del 10%, mientras que en el grupo de la risperidona inyectable de larga duración ascendía al 31%. No hubo diferencias en hospitalizaciones, psicopatología, efectos secundarios de tipo sexual, aparición de discinesia tardía o aparición de sintomatología extrapiramidal. Los pacientes que fueron cambiados a risperidona inyectable de larga duración presentaron aumento de peso y de prolactina respecto a los pacientes que se habían mantenido en sus medicaciones originales.


―Se publicó en el Journal of Clinical Psychiatry un estudio (Barnett y otros, 2012) de coste y coste-efectividad en un ensayo aleatorizado de risperidona inyectable de acción prolongada -Risperdal Consta ®- en esquizofrenia. Un total de 369 pacientes con diagnóstico de esquizofrenia o trastorno esquizoafectivo fueron aleatorizados a un grupo con risperidona inyectable de acción prolongada o a otro con medicación oral a elección del clínico. Los resultados del estudio mostraron que el grupo con risperidona inyectable no obtuvo mejores resultados en síntomas de esquizofrenia ni en la valoración de calidad de vida relacionada con la salud y, además, sufrió más efectos adversos. La risperidona inyectable incrementó significativamente los costes de medicación pero no redujo los costes hospitalarios o los costes totales de cuidado de salud ni mejoró los resultados y fue por consiguiente no costo-efectiva.


―En la revista Schizophrenia Bulletin se publicó una revisión sistemática y metaanálisis (Kishimoto y otros, 2014) de ensayos aleatorizados comparando medicación antipsicótica inyectable de larga duración con medicación antipsicótica oral, para la prevención de recaídas en esquizofrenia, con ensayos de al menos seis meses de duración. Los resultados mostraron que los antipsicóticos inyectables de larga duración (en conjunto, tanto de primera como de segunda generación) fueron similares a los orales para la prevención de recaídas. Dicho hallazgo fue confirmado también restringiendo el análisis a los estudios de más de un año de duración. Sin embargo, los estudios que emplearon antipsicóticos inyectables de larga duración de primera generación sí fueron superiores a la medicación oral en prevención de recaídas. El grupo de antipsicóticos inyectables de larga duración (en conjunto) tampoco fue superior a la medicación oral en resultados de discontinuación, discontinuación debida a efectos secundarios, ineficacia del fármaco, hospitalización y no adherencia. Sin embargo, los estudios con antipsicóticos inyectables de larga duración de primera generación sí observaron superioridad sobre la medicación oral, por ejemplo en hospitalización y eficacia del fármaco.


―Un artículo (Acosta y otros, 2014) publicado en el Nordic Journal of Psychiatry analiza la influencia del tipo y régimen de tratamiento antipsicótico sobre la funcionalidad de pacientes con esquizofrenia. Se recogieron 85 pacientes ambulatorios con diagnóstico de esquizofrenia, que estaban siendo tratados con antipsicóticos intramusculares de larga duración, coadministrados o no con antipsicóticos orales, y que habían cumplido el tratamiento durante el año previo. Los pacientes se agruparon de acuerdo al tipo de fármaco antipsicótico (primera vs. segunda generación) o de acuerdo a la coadministración (o no) de antipsicóticos orales. Los resultados indicaron que no se encontró diferencia entre antipsicóticos de primera y de segunda generación en términos de funcionalidad global. Los pacientes tratados con risperidona inyectable de acción prolongada mostraron mejor funcionalidad global y mejor desempeño en sus actividades sociales habituales y relaciones sociales que los pacientes tratados con dicho fármaco más antipsicóticos orales de segunda generación. Se encontró también mejor funcionalidad asociada con ausencia de anticolinérgicos orales concomitantes o de tratamiento psicofarmacológico. Los autores concluyen que sus resultados sugieren que los tratamientos antipsicóticos de depósito deberían ser administrados en monoterapia cuando sea posible y que el plan de tratamiento debería ser simple, con el fin de lograr mejor funcionalidad. Añadiremos nosotros a título de opinión personal que nos ha parecido del máximo interés este artículo, por suponer otro ejemplo más de un estudio que compara fármacos antipsicóticos típicos y atípicos sin encontrar ventaja alguna de los nuevos (y caros) sobre los viejos (y baratos). Para nosotros, una conclusión obvia de este artículo, que creemos importante resaltar, es que no entendemos por qué se emplean tanto antipsicóticos de liberación prolongada atípicos en vez de típicos cuando vemos que en términos de funcionalidad global no hay diferencia entre unos y otros, y sí muy importante en términos de coste, como luego comentaremos.


―La revista JAMA publicó un ensayo clínico aleatorizado (McEvoy y otros, 2014) que comparaba la efectividad del palmitato de paliperidona -Xeplion ®- con la del haloperidol decanoato (un antipsicótico depot clásico, aunque no disponible en España) para el tratamiento de mantenimiento en esquizofrenia. El estudio incluyó 311 pacientes, seguidos durante 24 meses. Las conclusiones de los autores fueron que en adultos con esquizofrenia o trastorno esquizoafectivo, el uso de palmitato de paliperidona versus decanoato de haloperidol no resultó en una diferencia estadísticamente significativa en la variable de falta de eficacia (definida esta como recaída con hospitalización, necesidad de aumento de citas ambulatorias u otras), pero se asoció con mayor ganancia de peso y mayor incremento en prolactina sérica, mientras que el decanoato de haloperidol se asoció con mayor acatisia.


―La revista Therapeutic Advances in Psychopharmacology publicó un artículo (Cordiner y otros, 2016) que creemos interesante no solo por los hechos que presenta sino por cómo desarrolla las conclusiones.Se tituló “Efectividad de los antipsicóticos de acción prolongada en la práctica clínica: Un seguimiento retrospectivo de 18 meses y comparación entre palmitato de paliperidona, inyección de risperidona de acción prolongada y decanoato de zuclopentixol”.

La población (n fue de aproximadamente 560.000) era un servicio secundario de salud mental del NHS en Lanarkshire, Escocia, Reino Unido. Se trató de una búsqueda retrospectiva de casos clínicos de pacientes no tratados previamente con LAI iniciados con palmitato de paliperidona (n=31), risperidona de acción prolongada (RLAI) (n=102) o decanoato de zuclopentixol (n=105) con un seguimiento de 18 meses.

El palmitato de paliperidona se comportó menos favorablemente que la risperidona de acción prolongada (RLAI) o el decanoato de zuclopentixol. El palmitato de paliperidona tuvo mayores tasas de interrupción debido a cualquier causa, ineficacia y aumento del riesgo de hospitalización. El palmitato de paliperidona tuvo la menor proporción de pacientes asignados a una puntuación de CGI-I clínicamente deseable de 1 (muy mejorada) o 2 (bastante mejorada).

Esto no pudo ser explicado adecuadamente porque los pacientes en el grupo de paliperidona estuvieran más crónicamente o gravemente enfermos, ni por la presencia de comorbilidades tales como alcohol o abuso de sustancias, ni por el uso de dosis más bajas en comparación con RLAI o decanoato de zuclopentixol. 

Y dicen las conclusiones textualmente: “Consideramos que los prescriptores se están familiarizando con la paliperidona y los resultados pueden mejorar con el tiempo”.


Lo que nos llama poderosamente la atención (aunque tampoco nos sorprenda mucho a estas alturas) es cómo ante un estudio como este, que demuestra que el palmitato de paliperidona tiene no solo peores resultados que la risperidona de liberación prolongada sino también peores que el zuclopentixol depot, los autores se sacan de la manga como final de la conclusión (evidentemente, lo único que leerán del artículo la mayoría de los lectores) nada menos que una predicción propia de adivinos y futurólogos que afirma que "los resultados pueden mejorar con el tiempo". ¿Y en base a qué?, nos preguntamos nosotros. ¿Por qué han de mejorar?, ¿por qué no pueden quedarse como están o, incluso, empeorar? Da toda la impresión de que como el resultado no nos ha gustado, vamos a hacer una predicción gratuita (bueno, no tan gratuita para el sistema público de salud que asuma el coste diferencial de la paliperidona frente al zuclopentixol, desde luego) afirmando que en el futuro el resultado va a cambiar. Y a esto lo llamamos ciencia.



Por considerar el tema de los antipsicóticos de depósito de especial interés (Vispe y G.-Valdecasas, 2016), dado el cada vez más creciente empleo de los mismos en nuestro entorno, creemos especialmente importantes los estudios reseñados, que indican claramente la ausencia de ventajas de los nuevos antipsicóticos de liberación prolongada (atípicos) frente a los viejos (clásicos o típicos). Señalaremos también que el hecho de administrar un fármaco antipsicótico, como la paliperidona trimestral, que no se va a empezar a eliminar del organismo hasta tres meses después, nos parece un riesgo inasumible ante la posibilidad de que aparezcan efectos secundarios como los ya recogidos en su ficha técnica. Por completar el análisis del tema, creemos importante señalar la cuestión del coste comparativo que suponen estos fármacos, en un escenario de recursos (cada vez más) limitados. Señalamos su precio a fecha de enero de 2021.



- Antipsicóticos depot clásicos: 


    • Decanoato de flufenazina (Modecate ®) a dosis máximas en ficha técnica de 125 mg/mes: 7 euros/mes.


    • Zuclopentixol depot (Cisordinol ® depot / Clopixol ® depot) a dosis máximas en ficha técnica de 400 mg/14 días: 33 euros/mes.



- Antipsicóticos de liberación prolongada atípicos:


    • Risperidona inyectable de liberación prolongada (Risperdal Consta ®) a dosis máximas en ficha técnica de 50 mg/14 días: 402 euros/mes.


    • Paliperidona palmitato (Xeplion ®) a dosis máxima de 150 mg/mes: 472 euros/mes.


    • Aripiprazol inyectable de liberación prolongada (Abilify Maintena ®) a dosis máxima en ficha técnica de 400 mg/mes: 315 euros/mes.


    • Paliperidona trimestral (Trevicta ®) a dosis máximas en ficha técnica de 525 mg/3 meses: 426 euros/mes.



Hagan cuentas, que eso no deja de tener también su importancia si queremos mantener nuestro sistema público de salud (y sería inteligente por nuestra parte querer eso).




"¿En qué puedo ayudarle? Entre la solución individual tecnológica y la metaperspectiva sociopolítica" (Alberto Ortiz Lobo)

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Hoy traemos un artículo recién publicado en la Revista de la AEN por nuestro admirado Alberto Ortiz Lobo. Lleva a cabo un análisis brillante y, en nuestra opinión, totalmente certero de la situación actual de la atención psiquiátrica en nuestro país, lo desbocado de la demanda, lo inadecuado de muchas soluciones intentadas y posibles caminos de futuro.

Más que recomendable su lectura.


Enlace: https://www.revistaaen.es/index.php/aen/article/view/17194


Como con el tiempo los enlaces fallan, vamos a dejar unas capturas de pantallas con el artículo completo:

















Esketamina y su lugar en la terapéutica: datos para una valoración objetiva y apuntes sobre el coste de oportunidad (Norte de salud mental nº 67)

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Acabamos de publicar (junto a Vicente Campelo y Miguel Hernández) un artículo en la revista Norte de Salud Mental (aquí) en el que hacemos una revisión sobre la esketamina que creemos puede ser de interés. Dejamos el texto a continuación con enlaces a las referencias bibliográficas.


 

En 2019 se aprobó, tanto por parte de la FDA americana como de la EMA europea, el fármaco Spravato, cuyo principio activo es la esketamina. Se trata de un nuevo fármaco antidepresivo (derivado de la ketamina) de aplicación intranasal con indicación en depresión resistente. Por otra parte, en nuestro país, en la reunión de diciembre de 2021, la Comisión Interministerial de Precios de los Medicamentos decidió:

"[...] la no inclusión de este medicamento en la prestación farmacéutica del SNS teniendo en cuenta las incertidumbres respecto a su valor terapéutico y criterios de racionalización del gasto público destinado a prestación farmacéutica e impacto presupuestario en el SNS."

Tras esta decisión, que parece no ser definitiva, se ha abierto un intenso debate y, nos atreveríamos a decir, una también intensa campaña en medios de comunicación de masas, con noticias sobre la gran prevalencia de depresión resistente al tratamiento en nuestro entorno, artículos sobre las terribles cifras de suicidios que tenemos e, incluso, algún que otro texto criticando al gobierno por no financiar este fármaco por ser demasiado caro. 

Para la opinión pública, nos tememos, va a ser fácil enlazar los puntos que los medios muestran (de una manera que recuerda campañas previas de concienciación ante algún trastorno simultáneamente a la aparición del nuevo fármaco que iba a solucionarlo, como vimos aquí), y se llegará a la conclusión de que, por ahorrar unos cuantos euros, al gobierno no le importa que la gente no se cure de depresiones terribles y no le preocupa evitar miles de suicidios. Sin embargo, como nosotros somos profesionales de la salud mental, vamos a intentar profundizar un poco más en el tema más allá de lo que nos plantea la prensa (o la publicidad del laboratorio fabricante, que de todo hay) y este es el objeto de este escrito.

El primer sitio donde buscar información sobre este fármaco es su ficha técnica, que tenemos disponible aquí. La indicación terapéutica de la esketamina (cuyo nombre comercial es Spravato) sería la siguiente:

"Spravato, en combinación con un ISRS o IRSN, está indicado en adultos con trastorno depresivo mayor resistente al tratamiento, que no han respondido al menos a dos tratamientos diferentes con antidepresivos en el episodio depresivo moderado o grave actual.

Spravato, administrado de forma conjunta con terapia antidepresiva oral, está indicado en adultos con un episodio de trastorno depresivo mayor de moderado a grave, como tratamiento agudo a corto plazo, para la rápida reducción de los síntomas depresivos, los cuales de acuerdo al criterio clínico constituyen una emergencia psiquiátrica."

El fármaco está aprobado por las agencia reguladoras americana, europea y británica. Lo que falta en España es el acuerdo para su financiación con el Ministerio que, como vimos, no lo ve oportuno en base a incertidumbres sobre su valor terapéutico y su elevado precio. Pese a esto, la actual legislación permite su empleo solicitándolo como medicación compasiva y nos consta que, al menos en nuestro entorno, ya se ha aplicado en alguna ocasión.

Estudiaremos primero la cuestión del valor terapéutico de la esketamina, así como su perfil de efectos adversos, tiempo habrá luego de hablar del precio. No hemos hecho aquí una revisión sistemática de la bibliografía, pero sí vamos a resumir los estudios que se recogen en la guía aprobada por la FDA, en alguna revisión sistemática disponible en castellano o, con gran detalle, en un documento de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH). También hemos incluido algún trabajo posterior a las citadas revisiones que creemos de interés. Los estudios son los siguientes.


  • El estudio NCT02418585 o TRANSFORM 2 fue un ensayo clínico aleatorizado, doble ciego, controlado con placebo (un grupo estaba con esketamina más un antidepresivo y el otro grupo con placebo más un antidepresivo), de 4 semanas de duración, que obtuvo una mejoría de 4 puntos en la escala MADRS de depresión (lo cual fue estadísticamente significativo pero, tratándose de una escala que va de 0 a 60, no nos parece muy impresionante a nivel clínico). Se comparó también la proporción de pacientes que conseguían una disminución de más del 50% en la escala el día 2 y lo mantenían hasta el 28, pero no hubo aquí diferencia entre los dos grupos. En el grupo con esketamina y antidepresivo hubo un 69,3% de pacientes respondedores por un 52% en el grupo de placebo más antidepresivo (comentaremos que una diferencia del 17,3% tampoco nos parece espectacular). En cuanto a pacientes en remisión, fueron el 52,5% para el brazo de esketamina por un 31% para el brazo placebo, con una diferencia entre ellos de un no demasiado impresionante 21,5%. Se podría además señalar que el doble ciego es difícil de mantener en un fármaco que tiende a producir síntomas disociativos, ante los cuales quedaría roto el enmascaramiento tanto para paciente como para investigador, lo cual puede inducir un efecto placebo aumentado por la expectativa propia de saberse en el grupo experimental. En cuanto a efectos adversos y teniendo en cuenta que el estudio tuvo una duración de solo 4 semanas, no hubo evidencia clara de signos de abstinencia observados tras 1 o 2 semanas después del cese de tratamiento con esketamina ni hubo informes de abuso de sustancias o craving durante el seguimiento. No se observaron cambios clínicamente significativos en el ECG durante el estudio, ni síntomas o efectos adversos relacionados con psicosis. Los efectos adversos más frecuentes (más del 15% de pacientes) fueron náuseas, disociación, vértigo y mareos. Además y por señalarlo todo, como pueden comprobar en el enlace al artículo que publica el estudio, varios de los autores trabajan directamente para Janssen, la empresa que fabrica el producto. Lo cual no decimos que reste credibilidad, pero estarán de acuerdo con nosotros en que tampoco la suma.

  • El estudio NCT02493868 o SUSTAIN 1 fue un ensayo clínico aleatorizado y doble ciego. Se valoró tiempo hasta recaída en pacientes que previamente habían alcanzado remisión o respuesta con esketamina, a los que tras 16 semanas se aleatorizaba a suspensión y paso a placebo (al parecer de forma brusca con lo que podemos suponer que podría haber habido fenómenos de abstinencia por retirada) o mantenimiento. De los pacientes con esketamina recayó el 26,7% y de los pacientes con placebo recayó el 45,3%, es decir, tenemos una diferencia del 18,6%. De los pacientes que habían alcanzado respuesta estable, recayó el 25,8% en el grupo de esketamina y el 57,6% del grupo placebo, con una diferencia entre ellos de 31,8%. Si además tenemos en cuenta que parte de las recaídas en el grupo placebo podrían deberse a fenómenos de retirada brusca y no propiamente a recaídas del cuadro depresivo previo, los resultados podrían incluso ser peores. En su evaluación, la SEFH comenta que en uno de los centros participantes el porcentaje de recaídas en el grupo placebo fue del 100% y que sin este anómalo resultado, el conjunto del estudio no alcanzaría la significación estadística. En cuanto a los efectos adversos, los cinco más frecuentemente reportados entre los pacientes en el brazo de la esketamina fueron disgeusia, vértigo, disociación, somnolencia y mareo, todos ellos de carácter transitorio y la mayoría fueron leves o moderados. Se observó un aumento transitorio en la presión arterial tras la administración de la esketamina, apareciendo un pico en los niveles a los cuarenta minutos de la administración, que generalmente se resolvió a la hora y media. Los síntomas disociativos empezaron al poco tiempo de la administración de la esketamina, observándose el pico a los cuarenta minutos, y resolviéndose a la hora y media generalmente. Por último, en cuanto a la autoría, también varios de los autores son empleados de Janssen y diremos, como curiosidad que pueden comprobar en el enlace, que la declaración de conflictos de interés es más larga que el abstract del artículo.

  • El estudio NCT02417064 o TRANSFORM 1 fue un ensayo clínico a corto plazo con esketamina más un antidepresivo versus placebo más un antidepresivo. La variable primaria de eficacia fue el cambio en la puntuación de la MADRS en el día 28 con la dosis de 84 mg. No se obtuvo una diferencia estadísticamente significativa. Nos parece llamativo que, pese a ello, los autores (varios también empleados de la empresa fabricante) concluyen que este estudio proporciona evidencias que apoyan la eficacia de esketamina como un nuevo antidepresivo de acción rápida para pacientes con depresión resistente al tratamiento. Qué cosas. Efectos secundarios en el grupo de la esketamina con frecuencia superior al 10% fueron: náuseas, disociación, mareos, vértigos, hipoestesias y parestesias.

  • El estudio NCT02422186 o TRANSFORM 3 fue un ensayo clínico a corto plazo llevado a cabo en pacientes ≥ 65 años con esketamina más un antidepresivo comparado con placebo más un antidepresivo. No se obtuvo significación estadística para la variable principal del estudio. Se observaron en más del 10% de pacientes los siguientes efectos adversos: disociación, náuseas y mareos.

  • El estudio NCT02497287 o SUSTAIN 2 fue un ensayo abierto a largo plazo (52 semanas) sin brazo de placebo comparador (con lo que, en nuestra opinión, difícilmente se podrá decir nada acerca de la eficacia de la intervención). El objetivo principal fue evaluar la seguridad y tolerabilidad a largo plazo de la esketamina más un antidepresivo oral. Tras el estudio, se observó un perfil de efectos adversos consistente con el resto de los estudios, siendo los más frecuentes (todos ellos por encima del 10% de pacientes): mareos, disociación, náuseas, cefalea y somnolencia. El objetivo secundario fue evaluar a largo plazo la eficacia de este tratamiento. Según la puntuación total de la MADRS en el punto final el 76,5% consiguió la repuesta y el 58,2% de los pacientes obtuvo la remisión. Sin embargo y como hemos señalado, carecemos de grupo placebo para comparar.

  • El estudio NCT01998958 o SYNAPSE 1 fue un estudio en fase 2, doble ciego, aleatorizado y controlado con placebo. Las conclusiones de los autores fueron que el efecto antidepresivo fue rápido en comenzar y relacionado con la dosis. En cuanto a efectos secundarios, en el grupo de esketamina versus el de placebo se observaron los siguientes hallazgos: mareos (36% vs 3%), disociación (20% vs 3%) y hipoestesia oral (13% vs 0%).

  • El estudio NCT02133001 o SUI2001 fue un ensayo clínico doble ciego y aleatorizado que comparó esketamina versus placebo a 4 semanas en pacientes en inminente riesgo de suicidio (a diferencia de todos los estudios previos, que excluían a pacientes con ideación o antecedentes suicidas recientes). Se observó una mejoría significativamente mayor en la puntuación MADRS en el grupo de esketamina en comparación con el grupo de placebo a las 4 horas y a las 24 horas, pero no en el día 25. También se observó una mejoría significativamente mayor en el grupo de esketamina en la puntuación de pensamientos suicidas de la MADRS a las 4 horas, pero no a las 24 horas o en el día 25. Las reducciones entre grupos en el juicio global clínico de las puntuaciones de riesgo de suicidio no fueron estadísticamente diferentes en ningún momento. Los eventos adversos más comunes entre los participantes del grupo de esketamina fueron náuseas, mareos, vómitos, disociación, sabor desagradable y dolor de cabeza.

  • Analizamos conjuntamente, siguiendo la ficha de la FDA, los estudios NCT03039192 o ASPIRE I y NCT03097133 o ASPIRE II. Se trata de dos ensayos clínicos idénticos, a corto plazo (4 semanas), aleatorizados, doble ciego y controlados con placebo, en adultos con trastorno depresivo de moderado a grave que tenían pensamientos e intenciones suicidas activas. Todos los pacientes recibieron un tratamiento estándar de atención integral, incluida una hospitalización psiquiátrica inicial y un antidepresivo oral recién iniciado u optimizado. Después de completar el período de tratamiento de 4 semanas, el seguimiento continuó hasta el día 90. La medida de eficacia principal fue el cambio desde el inicio en la puntuación total MADRS a las 24 horas después de la primera dosis (día 2). En ambos estudios, esketamina demostró una superioridad estadística en la medida de eficacia primaria. La medida de eficacia secundaria fue el cambio en la puntuación de la Impresión clínica global de la gravedad del suicidio - Revisada (CGI-SS-r) 24 horas después de la primera dosis (día 2), que se utiliza para evaluar la gravedad actual de los pensamientos y comportamientos suicidas de un paciente. En ambos estudios, esketamina no demostró superioridad en comparación con el placebo.

  • El estudio NCT02918318 es un ensayo clínico aleatorizado en pacientes afectos de depresión resistente, en dos grupos, uno con esketamina más antidepresivo y otro con placebo más antidepresivo, en población japonesa adulta. Tanto en los pacientes aleatorizados a esketamina como a placebo, las puntuaciones totales de la MADRS disminuyeron desde el inicio hasta el día 28, lo que indica una mejoría en los síntomas depresivos; sin embargo, la diferencia entre los grupos de esketamina y placebo no fue estadísticamente significativa. Los eventos adversos del tratamiento más comunes en el grupo de esketamina (incidencias que oscilaron entre 12,3 y 41,0 %) fueron aumento de la presión arterial, disociación, mareos, somnolencia, náuseas, hipoestesia, vértigo y dolor de cabeza; la incidencia de cada uno de estos eventos fue más de dos veces mayor que la incidencia correspondiente en el grupo de placebo. La conclusión fue que no se estableció la eficacia de esketamina más antidepresivo oral en pacientes japoneses con depresión resistente al tratamiento.

  • En la revista Psychotherapy and Psychosomatics se publicó un artículo en 2021 titulado "Preocupaciones de seguridad posteriores a la comercialización con esketamina: un análisis de desproporcionalidad de informes espontáneos enviados al sistema de informes de eventos adversos de la FDA". El trabajo utiliza la base de datos del sistema de notificación de eventos adversos (FAERS) de la FDA (marzo de 2019 a marzo de 2020), y analiza los eventos adversos relacionados con la esketamina para detectar y caracterizar las señales de seguridad relevantes. Como resultado, se observa que la base de datos FAERS contenía 962 casos de efectos adversos relacionados con esketamina, con señales detectadas para varios efectos adversos, como disociación, sedación, sensación de embriaguez, ideación suicida y suicidio consumado. Las señales de ideación suicida y autolesiva, pero no de intento de suicidio ni de suicidio consumado, permanecieron cuando se comparó esketamina con venlafaxina. Las mujeres, por un lado, y los pacientes que recibieron polifarmacia antidepresiva, medicación concomitante con estabilizadores del estado de ánimo, antipsicóticos, benzodiazepinas o medicamentos somáticos, por otro, tenían más probabilidades de sufrir efectos adversos graves que no graves. Las conclusiones fueron que la esketamina puede tener un claro potencial de efectos adversos graves, lo que merece una aclaración urgente mediante estudios prospectivos adicionales.

  • En la revista British Journal of Psychiatry publicaron Horowitz y Moncrieff en 2021 un trabajo titulado "Esketamina: datos inciertos de seguridad y eficacia en la depresión", que revisa todo el tema. Señalan un punto importante de algunos de los estudios previos, que el punto de tiempo de 4 semanas implica que los datos son bastante poco informativos, ya que la depresión resistente al tratamiento generalmente se trata durante meses o años. Por otra parte, comentan que la convención de la FDA de solicitar dos estudios a corto plazo para aprobar la eficacia de un fármaco ya ha sido criticada porque permite a las empresas realizar tantos estudios como sean necesarios para generar dos estudios positivos. Sin embargo, incluso ese listón bajo se dejó caer en esta ocasión: en 2014, en conversaciones con Janssen, la FDA aceptó que un estudio de retirada podría usarse como uno de dos estudios positivos, "junto con un estudio de dosis fija a corto plazo con resultados estadísticamente muy persuasivos". Sin embargo, después de más reuniones con Janssen, esto más tarde se cambió a cualquier estudio a corto plazo en marzo de 2018. Muchos otros comentaristas y organismos nacionales de servicios de salud, incluido el Instituto Nacional para la Excelencia en Salud y Atención (NICE, por sus siglas en inglés), han sacado conclusiones diferentes a las de la FDA y la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos para el Cuidado de la Salud y cuestionaron los datos sobre la seguridad y eficacia de la esketamina. En lo referente al suicidio, en el estudio de seguridad SUSTAIN 2, uno de cada siete pacientes desarrolló ideas suicidas "emergentes del tratamiento" y seis intentaron suicidarse en un grupo seleccionado por no ser activamente suicida. Así mismo, un número desproporcionado de suicidios han sido atribuidos a la esketamina en el primer año de su uso en EE.UU. Respecto a los efectos adversos, ponen el acento en que incluso con dosis semanales o quincenales, el 17 % de los pacientes en el estudio de seguridad SUSTAIN 2 a largo plazo demostraron síntomas que recuerdan a la "vejiga de ketamina", una complicación conocida y potencialmente grave del uso de ketamina. En cuanto a la retirada del fármaco y posible recaída, se sabe que la ketamina causa tolerancia, dependencia y abstinencia, y las dosis de esketamina empleadas en los estudios fueron similares a las dosis recreativas de ketamina. Se ha informado de que no han aparecido síntomas de abstinencia tras la retirada de esketamina, pero algunos de los efectos adversos descritos podrían en realidad ser fenómenos de abstinencia, tales como parestesias, diarrea o diaforesis. Aunque es difícil ser definitivo sobre la naturaleza de las experiencias que ocurren después de la interrupción del fármaco, la posibilidad de que los efectos de la abstinencia se hayan confundido con una recaída requiere consideración, ya que los efectos de la abstinencia se superponen con la mayoría de los elementos de la escala de depresión MADRS. El NICE concluyó que "cualquier efecto de abstinencia sería difícil de distinguir de un cambio en los síntomas depresivos". Otro punto importante que tocan los autores es que la ketamina, como algunos otros anestésicos, provoca un "subidón" placentero en algunos usuarios y reduce las puntuaciones de depresión en cuestión de horas, y no está claro cómo se pueden distinguir la euforia inducida por las drogas y los efectos antidepresivos. Se ha argumentado que es la persistencia del efecto lo que lo marca como "antidepresivo" pero, como se describió anteriormente, los ensayos de esketamina no confirman que ocurra un efecto clínicamente relevante. La conclusión de los autores es que la esketamina tiene un efecto clínicamente incierto y existen señales de seguridad preocupantes.


Siguiendo la evaluación de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria, los ensayos clínicos sobre esketamina adolecen de ciertos problemas. En primer lugar, el tiempo de observación (habitualmente 4 semanas) es demasiado corto. Si el antidepresivo acompañante se ha iniciado al principio del estudio, no habrá tenido tiempo de alcanzar toda su efectividad. Para la SEFH, son imprescindibles comparaciones a más largo plazo, para verificar si realmente existe alguna aportación de esketamina sobre un tratamiento de base optimizado y ver si la posible ventaja que podría producirse en el primer mes se mantiene estable en el tiempo. Otros problemas son que la comparación fue en todos los ensayos y a efectos prácticos con placebo, y no frente a comparador activo y, por otra parte, que los tamaños muestrales son pequeños. Se señala también en este informe que (contrariamente a lo que suele publicitarse) la rápida respuesta al tratamiento no está firmemente demostrada. En el TRANSFORM 1, únicamente un 10% de los pacientes obtuvieron respuesta rápida; en el TRANSFORM 2 fue del 8% y similar a la del grupo placebo; en el TRANSFORM 3 no se proporcionaron los datos pero el cambio desde el estado basal parece similar hasta el día 22. Recalcan también que hay un riesgo para mantener el cegamiento en la aparición de fenómenos disociativos con la esketamina.

En lo referente a los efectos adversos, en los estudios realizados hasta la comercialización, las reacciones observadas con más frecuencia en pacientes con depresión resistente al tratamiento tratados con esketamina fueron los trastornos psiquiátricos y los relacionados con el sistema nervioso central: mareos (29%), náuseas (27%), disociación (26%), cefalea (20%), somnolencia (18%), vértigo (18%), disgeusia (17%), hipoestesia (11%) y vómitos (10%). 

Para la EMA, en su documento "Risk management plan", la esketamina se considera que tiene riesgo potencial de abuso y, debido a la posibilidad de sedación, síntomas disociativos e hipertensión, los pacientes deben ser monitorizados por un profesional sanitario en cada sesión de tratamiento, que deberá realizar una evaluación para determinar cuándo se considera que el paciente está clínicamente estable y puede abandonar el entorno de la monitorización (evidentemente, esto aumenta considerablemente los costes de administrar esta medicación). Los riesgos destacados en el informe son: estado disociativo transitorio y alteraciones de la percepción, distorsión de la conciencia, incremento de la presión arterial y riesgo de abuso. Con el uso a largo plazo se identifican como riesgos potenciales los trastornos cognitivos, el deterioro de la memoria y la cistitis intersticial. Se desconocen los riesgos asociados a su uso durante el embarazo. 

Habiendo visto varios estudios sobre eficacia y seguridad de la esketamina, así como comentarios amplios a los mismos, antes de tomar una posición sobre recomendar o no la prescripción de este psicofármaco, es imprescindible tener una idea del coste del mismo, para poder valorar adecuadamente su papel en un entorno sanitario, el cual, como no podría ser de otro modo, tiene recursos limitados y en el que hay que tener presente que cada euro gastado en una intervención ya no puede ser gastado en otra diferente, por lo que es muy importante una adecuada valoración de qué intervenciones son más útiles y cuáles lo son menos.

Un problema muy importante para calcular bien el coste de este tratamiento es que la esketamina no tiene precio en España todavía al no estar aprobada su financiación, por lo que hay que pedirla bajo uso compasivo. Evidentemente, cabe la posibilidad de que al comercializarse aquí sea mucho más barata (aunque también es posible que sea mucho más cara), pero de momento nos quedaremos con el precio en Estados Unidos. Allí (según datos del portal drugs.com) cuestan 723,25 dólares 2 sprays de 28 mg cada uno, o 1.080,12 dólares 3 sprays de 28 mg cada uno. Por lo tanto, la dosis de 28 mg costaría, de media, 360,8 dólares.

A partir de aquí, calculamos la dosis máxima en ficha técnica. Está claro que habrá pacientes que usen dosis más bajas (igual que habrá pacientes a los que se les prescriban dosis por encima de ficha técnica, como sucede con frecuencia). La dosis máxima en la ficha técnica de la EMA o en la documentación técnica de la FDA sería: de la semana 1 a la 4, dos veces por semana, siendo la primera dosis de 56 mg y las posteriores de 56 u 84 mg; de la semana 5 a la 8, una vez por semana, con dosis de 56 u 84 mg; y a partir de la semana 9 en adelante, una vez por semana o una vez cada dos semanas, con dosis de 56 u 84 mg. Según la ficha técnica, se recomienda mantener en la fase de mantenimiento la dosis que reciba el paciente al final de la fase de inducción. Hemos calculado el tratamiento durante 52 semanas para obtener el coste anual completo por paciente. El resultado de calcular el coste de las dosis máximas de esketamina en un paciente durante un año da una cifra de 60.253,6 dólares, lo cual convertido a euros (al cambio de 17 de febrero de 2022) da 52.975 euros.

Sin embargo, hay que señalar que el informe que hemos citado previamente de la SEFH sitúa el precio por dosis de 28 mg de esketamina en 240 euros, aunque comentan que esta cifra es información facilitada por el laboratorio Janssen-Cilag y que aún no se ha establecido ni publicado el precio financiado en España. Si tomamos estos 240 euros como dato correcto, el coste por paciente y año a dosis máximas se quedaría en unos tampoco demasiado asequibles 40.080 euros anuales. Un dato importante a tener en cuenta es que la esketamina no es un fármaco de administración domiciliaria, sino que debe ser proporcionado por personal especializado en un entorno sanitario, con el lógico incremento de costes que tal hecho supone, por lo que su precio real sería incluso superior a las cantidades previamente calculadas.

Tras toda esta información sobre estudios y datos de eficacia y seguridad, ¿qué podemos decir acerca de una evaluación global del fármaco? Veamos primero algunas de las evaluaciones que han sido realizadas por distintas organizaciones.

La CADTH canadiense recomienda la negativa a la financiación basándose principalmente en la falta de beneficio clínico estadísticamente consistente, las limitaciones de los ensayos clínicos, la ausencia de resultados relevantes para los pacientes, las dificultades para la generalización de los resultados a la población normal de uso y la incertidumbre acerca de beneficios y riesgos a largo plazo.

La NICE no recomienda el tratamiento con esketamina, comentando que la evidencia de los ensayos clínicos sugiere que es más efectiva que el placebo, pero no está claro cuánto lo es debido a la forma en que se llevaron a cabo dichos ensayos. El comité concluye que las estimaciones de costo-efectividad de la esketamina son mucho más altas de lo que NICE normalmente considera un uso costo-efectivo de los recursos del NHS (sistema nacional de salud británico).

El ICER considera que la evidencia es adecuada para demostrar los beneficios clínicos de la esketamina frente al placebo, pero manifiesta preocupaciones sobre los criterios utilizados para definir la depresión resistente al tratamiento y la falta de datos a más largo plazo sobre la seguridad y la eficacia de la esketamina. Afirma que el precio de esketamina requeriría un descuento del 25-52 % para alcanzar un precio de referencia basado en el valor justo, y el posible impacto presupuestario a corto plazo asociado con el tratamiento de la población de pacientes elegibles les lleva a emitir una alerta de acceso y asequibilidad. Recomiendan que los fabricantes y los investigadores realicen estudios que comparen directamente la esketamina y otras opciones de tratamiento utilizando protocolos de investigación estandarizados y resultados que reflejen lo que más les importa a los pacientes; esto permitiría una evaluación a largo plazo en el mundo real de la eficacia comparativa.

Por su parte, la SEFH, en cuya documentada evaluación nos hemos apoyado, incluye la esketamina en la guía farmacoterapéutica con recomendaciones específicas. Comenta que es difícil con los datos disponibles actualmente fijar el posicionamiento de esketamina en el tratamiento de la depresión resistente. Aunque ha mostrado eficacia asociada a antidepresivos frente a placebo más antidepresivos en pacientes menores de 65 años, se carece de datos para estimar si existirá beneficio clínico posicionándola tras la falta de respuesta a antidepresivos y a antidepresivos “potenciados”, por ejemplo, con antipsicóticos (olanzapina o quetiapina). La necesidad de administración en un entorno controlado, su desfavorable razón coste-eficacia incremental y elevado coste por AVAC (año de vida ajustado por calidad) y las incertidumbres acerca de su eficacia hacen difícil delimitar su posicionamiento. Afirma la SEFH que, dado que la progresión del tratamiento de la depresión resistente suele finalizar en la terapia electroconvulsiva (TEC), y que este tratamiento arrastra cierta carga negativa desde el punto de vista social, cabría plantearse en todo caso posicionar la esketamina nasal como paso previo a la TEC o cuando se precisa de un rápido inicio de acción en ausencia de riesgo de suicidio.

Como vimos al principio, la decisión del Ministerio de Sanidad ha sido no financiar por el momento la esketamina. En nuestra opinión, esta decisión es plenamente acertada, teniendo en cuenta todos los factores. Como profesionales sanitarios, somos hasta cierto punto gestores de los medios que la sanidad pública pone en nuestras manos (y financiamos entre todos) para aliviar a las personas que atendemos de sus padecimientos. La información disponible sugiere que la esketamina puede tener un efecto positivo en depresiones resistentes por encima del placebo pero, como se ha señalado ampliamente, persisten muchas dudas por problemas de los estudios (periodos de tiempo cortos, ausencia de comparadores, dificultades de enmascaramiento, etc.). Además, el tamaño del efecto parece mucho menos espectacular de lo que la publicidad del laboratorio quiere hacer ver: estamos hablando, en los estudios más favorables al fármaco, de unos 4 puntos en la escala MADRS, que varía entre 0 y 60. Se ha demostrado (en algunos ensayos clínicos, en otros no) la significación estadística, pero no queda claro a cuánto de significación clínica correspondería. Teniendo en cuenta los datos de algunos ensayos (concretamente el TRANSFORM 2), tenemos un NNT (número que es necesario tratar) de 6. Hay que administrar esketamina a 6 pacientes para que uno se beneficie. No decimos que esté mal, pero tampoco son cifras que parezcan justificar tanta fanfarria y alboroto como hay, que nos tememos que aún estamos muy lejos de la cura milagrosa de la depresión resistente que quieren vendernos.

De todas maneras, habrá quién piense, ¿y en casos de depresión resistente, tan graves, cómo no probar cualquier opción, sobre todo si tiene ciertos datos esperanzadores? Pues hay un motivo individual y otro social. El individual sería el riesgo de efectos adversos que no nos parece que esté totalmente aclarado. Más allá de efectos bien contrastados pero transitorios como disociación, náuseas o mareos, que a su vez exigen una monitorización estrecha por personal sanitario tras cada administración, hay otros más graves como la cistitis o el potencial de abuso y dependencia (no olvidemos que la ketamina, precursora de la esketamina, presenta estos riesgos). Muchos de los ensayos clínicos disponibles son seguimientos a corto plazo y puede que estos riesgos no hayan sido observados en toda su magnitud. No obstante, serían riesgos individuales que un paciente puede asumir para intentar mejorar de un cuadro clínico tan serio como una depresión resistente. El problema social nos preocupa casi más: cuánto nos costaría como sociedad una vez financiado el fármaco con dinero publico y, sobre todo, cuál sería el coste de oportunidad, es decir, todo el dinero que usaríamos en pagar la esketamina, ¿en qué tendríamos que dejar de gastarlo para disponer de él?

El coste de oportunidad se define como el coste de la alternativa a la que renunciamos cuando tomamos una determinada decisión, incluyendo los beneficios que podríamos haber obtenido de haber escogido la opción alternativa. Es decir, teniendo en cuenta los cálculos realizados antes, el tratamiento con esketamina a dosis máximas para un paciente en un año supondría, según el precio EEUU, más de 50.000 euros o, según el precio calculado por la SEFH, unos 40.000 euros. Supongamos que hay pacientes que no usan la dosis máxima (aunque en psiquiatría cada vez es más habitual que los fármacos -sobre todo los más novedosos- se usen muy cerca de su dosis máximas o incluso más allá de ellas con frecuencia), el coste a la dosis más baja según la SEFH sería de casi 10.000 euros al año. A este coste directo habría que sumar el correspondiente al personal y medios necesarios para administrar la esketamina, que requiere un entorno sanitario y una vigilancia posterior por personal especializado de unas dos horas aproximadamente, Todo eso tenemos que pagarlo también. Hagamos una media de dosis y precios y supongamos que, entre dosis mínimas (10.000 euros anuales) y máximas (40.000 euros anuales tirando por lo bajo) cada paciente nos cuesta anualmente unos 25.000 euros (10.000 + 40.000 / 2).

Para poner estas cifras un poco en perspectiva, el sueldo bruto (la base más todos los complementos menos guardias, todo ello antes de impuestos) de un facultativo especialista en el Servicio Canario de Salud asciende aproximadamente a unos 50.000 euros anuales. Recurriendo a este ejemplo del coste de un facultativo especialista en psiquiatría o psicología (una enfermera especialista tiene incluso un coste menor), podemos comprobar que por cada dos pacientes en tratamiento con esketamina gastaríamos dinero suficiente para contratar un facultativo durante todo ese año. Sería muy interesante saber cuál es el margen de beneficios de Janssen en toda esta operación, pero ese dato no está disponible y nos quedaremos con las ganas de saberlo.

El problema de este coste es claro. Imaginen una unidad de esketamina (como ya se está planteando en algunos sitios). Evidentemente, no se monta una unidad clínica así para dar tratamiento a dos pacientes al año. Ignoramos cuál sería el número de personas tratadas al año: ¿100?, ¿50? Hagamos una estimación conservadora e imaginemos unos 20 paciente al año. Si a dosis medias, el tratamiento de cada uno cuesta unos 25.000 euros, habríamos empleado en estas 20 personas unos 500.000 euros. Si el presupuesto del servicio púbico de salud del que se trate no aumenta en dicho año, habría que ahorrar de otros sitios ese medio millón, por ejemplo, prescindiendo de diez facultativos. Por suerte, no creo que ningún directivo o gestor se plantee semejante reducción (y menos con la escasez crónica de personal que arrastramos en el sistema nacional de salud), lo que significa que aumentaría el presupuesto sanitario, lo cual no es mala noticia (siempre que eso saliera de, por ejemplo, impuestos a grandes fortunas o grandes empresas y no de recortar en educación, también por poner otro ejemplo). Ahora, nos preguntamos nosotros, si se consigue ese aumento del presupuesto sanitario, esos 500.000 euros en nuestro cálculo de antes. ¿Qué sería más útil para las personas que atendemos? ¿Esketamina para 20 personas? Recuerden que según las cifras de los ensayos clínicos, el NNT para respuesta es de 6, es decir, tratando a 20 alcanzarán respuesta 3 ó 4 personas. ¿No sería tal vez más útil contratar a 10 profesionales o más si se trata de enfermeras? ¿Se imaginan la contratación de 10 profesionales cada año? (eso en lugar de pagar la esketamina a 20 pacientes; si fueran 40, serían 20 profesionales y así sucesivamente...). ¿Se imaginan lo que eso influiría en la calidad de la atención en las consultas de salud mental, que serían mucho más frecuentes, con posibilidad de atención domiciliaria, con posibilidad de hospitalización a domicilio...? ¿Se imaginan los recursos humanos o materiales para rehabilitación y recuperación, para seguimientos estrechos, para investigación y docencia? Qué quieren que les digamos. No se trata de que la esketamina sea cara o barata, sino de que -aparte de las dudas comentadas sobre eficacia y seguridad- a ese coste o a un coste similar, sería tanto y tan bueno lo que dejaríamos de poder hacer para pagarla que no creemos que mereciera la pena de ninguna manera.

Pero preparémonos para una intensa campaña de Janssen en busca de la financiación para su fármaco. No solo los medios habituales de influencia en los profesionales prescriptores a través de los viajes formativos a congresos por toda la geografía nacional (fue verdaderamente llamativo cómo volvieron estas actividades entre ola y ola del covid) y parte del extranjero, así como cursos pagados, libros caros y comidas y cenas sin duda científicas del aperitivo a los postres. Además del habitual intento (quién sabe si exitoso o no) de soborno a los profesionales, ya estamos asistiendo a una intensa campaña mediática en prensa generalista en la que, de momento, La Razón está siendo una muestra clara. Nos traen un titular realmente desgarrador: "Sanidad deja sin espray a los enfermos con depresión. El Ministerio alega razones de coste-efectividad para no financiar un medicamento eficaz. ¿Cuánto cuesta una vida?" Este es el nivel: ni un dato sobre las dudas en eficacia o seguridad, ni una referencia al coste de oportunidad que mencionábamos antes, se hace una comparación rápida sobre los fármacos contra la hepatitis (que han demostrado mucha mayor eficacia y que además no son tratamientos crónicos), se simplifica el preocupante y complejo tema de los suicidios y listos. La campaña va a aparecer -ya lo está haciendo- tanto en medios profesionales como generales y, como es costumbre, con pocos datos y mucha manipulación. No obstante, como profesionales sanitarios debemos valorar el fármaco objetivamente, con arreglo a los datos de eficacia y seguridad y evaluar su coste en relación con lo que dejaríamos de gastar en otras cosas, que igual son más necesarias o más útiles. Y, a ser posible, manteniéndonos alejados de la propaganda comercial de los anunciantes de Janssen, por mucho que nos la quieran presentar como si fuera información científica. Como profesionales sanitarios y en la era de la información, tenemos que ser capaces (nosotros lo estamos intentando en el presente trabajo) de reunir los datos por nosotros mismos y mantenernos independientes de informaciones sesgadas.

Hay una cuestión que no querríamos dejar de comentar antes de acabar. Como señalaban en su artículo Horowitz y Moncrieff: "La ketamina, como algunos otros anestésicos, provoca un "subidón" placentero en algunos usuarios y reduce las puntuaciones de depresión en cuestión de horas, y no está claro cómo se pueden distinguir la euforia inducida por las drogas y los efectos antidepresivos". Es decir, estamos administrando una sustancia psicoactiva que provoca euforia en pacientes con depresión. Sabiendo que la diferencia entre drogas ilegales y fármacos legales no tiene sentido a nivel de efectos en el sistema nervioso central, estamos en un camino que, de la misma manera, podría justificar el empleo de alcohol para tratar la timidez (algo que ocurre de forma habitual, pero no bajo recomendación médica, claro) o el uso de cannabis para el insomnio... Nos preguntamos si la mejora en esos puntos en depresión justifica el riesgo de adicción a la sustancia y cuál sería la diferencia con las personas que se vuelven adictas a sustancias psicoactivas ilegales buscando también de inicio determinados efectos euforizantes o relajantes. No se trata de rechazar un fármaco porque pueda considerarse sustancia de abuso (eso mismo ocurre, sin ir más lejos, con las benzodiacepinas) pero tampoco mirar para otro lado ante el hecho de que la ketamina (y su derivado la esketamina) es una sustancia adictiva que actúa provocando determinados efectos en el sistema nervioso central y con la que hay que tener cuidado. Ya está en camino el alucinógeno psilocibina en busca de convertirse en otro nuevo antidepresivo.

En fin, que está claro que la polémica está servida y creemos haber dejado bastantes datos con los que abordarla, se esté o no de acuerdo con nuestras conclusiones particulares. Lo que sí querríamos es que este debate y cuál deba ser la posición de los profesionales de la psiquiatría ante este fármaco y su prescripción dependa de la revisión de los datos científicos, de la obtención de más información si no hay suficiente, de la valoración de todos los aspectos, que no son pocos. Pero deberíamos dejar fuera las presiones de la industria, la presión del laboratorio, ya sea a través de la visita médica, los sobornos más o menos disfrazados de ayudas a la formación, las campañas en prensa, etc., etc. No tenemos muchas esperanzas en este sentido, pero nos gustaría imaginarnos una psiquiatría que, tanto en este tema como en otros, no estuviese bajo los dictados de la industria farmacéutica. 





Seminarios de la III Escuela de Otoño de la AEN (7-9 de octubre de 2022)

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Hoy traemos aquí los vídeos (solo audio) de tres de los seminarios impartidos en la III Escuela de Otoño de la AEN, en El Escorial (Madrid), dirigida a residentes en formación de las especialidades de psiquiatría, psicología clínica y enfermería de salud mental. No incluimos el primero de ellos, por ser más experiencial y con amplias intervenciones de los residentes, así como tampoco los debates posteriores a los otros seminarios, por respetar la intimidad de los participantes. Fue una gran experiencia en la que tuvimos el honor y la suerte de participar y queremos compartirla con quien le interese.



  • "Psicopatología crítica", por Laura Martín y Fernando Colina.





  • "Daños (individuales y colectivos) de la práctica psiquiátrica actual", por Jose G.-Valdecasas y Hernán María Sampietro.





  • "La mirada perinatal. Maternidades, crisis y restauración", por Patricia Fernández y Silvia García.








"Esketamina nasal, ejemplo de medicamento superfluo". (Marín S, Martínez F, Ortiz R, Pellín MC, Pol E). Boletín Fármacos: Prescripción, Farmacia y Utilización 2022; 25(3)

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Acaba de aprobarse la financiación a cargo del sistema público de salud del Spravato (esketamina), fármaco para el tratamiento de la depresión resistente. Si se analizan los estudios, parece claro que la eficacia es pobre y la seguridad dudosa aunque, eso sí, a un coste exorbitante.

Escribimos un artículo revisando el tema (aquí), y hoy les traemos otra revisión llevada a cabo por profesionales independientes del mayor prestigio,

Esperamos que les guste (y que les haga pensar):





Sesión Crítica de la Asociación Murciana de Salud Mental: "Controversias en torno a los tratamientos antidepresivos"

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En fechas recientes, tuvimos el honor de ser invitados a dar una sesión para la Asociación Murciana de Salud Mental (AMu-SM) inaugurando una serie de sesiones críticas en las que quieren abordar diferentes temas de interés, siempre de forma independiente de la industria farmacéutica.

Esta primera sesión trató sobre el uso de fármacos antidepresivos, en relación con su eficacia y riesgos.

Queda disponible en abierto en Youtube. Esperamos que les guste:












Antidepresivos: dudas sobre eficacia y posibles riesgos. Artículos científicos publicados en 2021 y 2022.

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En abril de 2021, publicamos una entrada sobre el mismo tema que nos ocupa hoy: los antidepresivos y las dudas sobre su eficacia y potenciales riesgos. En aquella ocasión, presentamos artículos recogidos en la literatura científica hasta diciembre de 2020. Como el asunto está en primer plano de actualidad, no solo a nivel profesional sino también en la opinión pública, hemos creído oportuno revisar el tema y hemos encontrado varios artículos publicados en 2021 y 2022, con hallazgos que no parecen apoyar lo que durante mucho tiempo ha podido ser un uso excesivo de unas medicaciones que no parecen ser ni tan efectivas ni tan seguras como durante mucho tiempo nos contaron, nos creímos y repetimos profusamente.

Esta entrada está a su vez motivada por tres cuestiones que en estos últimos meses nos han llamado la atención. En primer lugar, un grupo de investigadores ingleses, encabezados por la psiquiatra Joanna Moncrieff ha continuado investigando, desde la independencia de la industria farmacéutica, sobre estos y otros psicofármacos. Destaca de este grupo la publicación reciente de un artículo que parece haber puesto el último clavo en el ataúd de la hipótesis serotoninérgica de la depresión, que durante años paseó por los servicios y departamentos de psiquiatría, siendo ampliamente difundida entre la opinión pública y llegando a impregnar de forma no menor nuestra cultura. Parece haberse demostrado lo que, a decir verdad, siempre debimos tener claro: que tal hipótesis nunca había sido demostrada y no era otra cosa que un eficaz mecanismo de marketing para afianzar el paradigma biologicista en psiquiatría, los beneficios de la industria farmacéutica y el prestigio de muchos profesionales colaboradores. Ahora que la hipótesis ha caído, nos encontramos con que muchos de los supuestos grandes profesionales que la apoyaron salen con aseveraciones pintorescas, como que la hipótesis siempre fue una metáfora, o que realmente están implicados mecanismos de neurotransmisión más complejos, o que el estudio de Moncrieff es erróneo, o que el hecho de que la hipótesis sea falsa no importa porque los antidepresivos funcionan (cosa a su vez más que discutible viendo los resultados de estudios independientes).

El segundo punto que nos ha empujado a volver sobre este tema han sido unas declaraciones del psiquiatra Celso Arango en un artículo del periódico elDiario.es sobre los antidepresivos, que recogemos textualmente:

Es importante aclarar que los antidepresivos y los antipsicóticos no producen dependencia, ni tolerancia, ni síndrome de abstinencia. En el caso de las benzodiazepinas sí, los llamados tranquilizantes”.

Creemos muy preocupante que un psiquiatra de prestigio como el Dr. Arango afirme tal cosa, en clara contradicción con la bibliografía científica más actual y en un tema que está siendo objeto de muchos estudios por la repercusión que tiene para el bienestar de nuestros pacientes. Con el agravante, además, de que tales declaraciones se vierten en un medio de comunicación de masas de gran audiencia.

En tercer y último lugar, acabamos de asistir, tras una gran presión por parte del laboratorio farmacéutico Janssen, a la aprobación de la esketamina para la depresión resistente, fármaco que presenta dudas sobre su eficacia y sobre sus potenciales efectos secundarios, así como un exorbitante precio. En principio, el ministerio rechazó su financiación (como el NICE británico), pero Janssen hizo su trabajo y ya lo tenemos disponible para empezar a usarlo. Muy pronto veremos unidades de esketamina montadas en nuestros hospitales públicos. Luego nos quejaremos de que no hay dinero para, por ejemplo, contratar profesionales sanitarios. Aquí escribimos sobre el tema:



Y sin más, ni menos, vamos a comentar resumidamente algunos artículos científicos sobre antidepresivos publicados en los años 2021 y 2022.


Hengartner y Plöderl publican en 2021 en Therapeutic Advances in Psychopharmacology un artículo titulado: “¿Efectos profilácticos o reacciones de abstinencia? Un análisis de los datos de tiempo hasta el evento de los ensayos de prevención de recaídas de antidepresivos presentados a la FDA”. Comentan que los ensayos de prevención de recaídas construyen la base científica para recomendar la continuación y la terapia de mantenimiento con antidepresivos. Sin embargo, la validez de la evidencia es discutida y puede estar sesgada debido a la confusión por retirada. Analizan las curvas de supervivencia de todos los ensayos de prevención de recaídas con antidepresivos presentados FDA (EE.UU.) entre 1987 y 2012 para 13 medicamentos aprobados. El resultado principal fue el porcentaje del efecto del fármaco (diferencia placebo-antidepresivo en eventos de recaída) en cualquier semana de la fase de mantenimiento en relación con el efecto total del fármaco al final de la fase de mantenimiento aleatoria. Su conclusión fue que la separación placebo-antidepresivo fue desproporcionadamente grande entre las semanas 3 y 6 de la fase de mantenimiento aleatorizado. Los beneficios de continuar con los antidepresivos en relación con la interrupción abrupta/rápida disminuyeron drásticamente después de la semana 6. Esto indica un exceso de eventos de recaída en los brazos de placebo durante la fase de mantenimiento temprano que puede deberse a las reacciones de abstinencia causadas por la interrupción abrupta/rápida del tratamiento activo. Si estos eventos tempranos de recaída se deben a un efecto farmacológico directo, entonces los verdaderos efectos profilácticos a largo plazo de los antidepresivos están sustancialmente sobreestimados.



Horowitz y Wilcock publican, en 2021, en Drug and Therapeutics Bulletin un artículo titulado: “Antidepresivos de última generación y efectos de retirada: reconsiderando el papel de los antidepresivos y ayudando a los pacientes a suspenderlos”. Sus conclusiones son que continúa existiendo una gran incertidumbre sobre los beneficios del uso de antidepresivos a corto y largo plazo, particularmente con respecto a la falta de diferencia clínicamente significativa entre tratamiento antidepresivo y placebo. Hay un mayor reconocimiento de la posibilidad de síntomas de abstinencia graves y duraderos por antidepresivos. Este reconocimiento pone en duda las propiedades de prevención de recaídas de los antidepresivos, ya que estas propiedades han sido demostradas en ensayos de discontinuación en los que los efectos de abstinencia pueden haber inflado las tasas de recaída. Los antidepresivos pueden tener efectos adversos significativos, que parecen ser mayores en el uso a largo plazo en comparación con los estudios de eficacia a corto plazo. A la luz de este balance incierto de beneficios y daños, se debería revisar la prescripción generalizada y creciente de antidepresivos. El enfoque de reducción también presenta desafíos prácticos para el sistema de salud en términos de las pequeñas dosis sugeridas, lo que requiere el uso de formulaciones que no sean tabletas fácilmente disponibles. Los farmacéuticos tendrán un papel importante que desempeñar para ayudar a los pacientes en la suspensión gradual de antidepresivos. Dados los considerables desafíos que implican para algunos pacientes al dejar los antidepresivos, se debe reconocer que para algunos, quizás especialmente los usuarios a largo plazo, los daños de suspender la medicación pueden ser mayores que los riesgos de continuarla. Aumentar el conocimiento sobre la dificultad que algunos pacientes tienen para dejar de tomar antidepresivos debería conducir a una práctica de prescripción más cautelosa, con antidepresivos administrados a menos pacientes, por períodos más cortos de tiempo.



Gastaldon y otros, en 2021, publicaron en Psychotherapy and Psychosomatics un artículo titulado: "Preocupaciones de seguridad posteriores a la comercialización con esketamina: un análisis de desproporcionalidad de informes espontáneos enviados al sistema de informes de eventos adversos de la FDA". El trabajo utiliza la base de datos del sistema de notificación de eventos adversos (FAERS) de la FDA (marzo de 2019 a marzo de 2020), y analiza los eventos adversos relacionados con la esketamina para detectar y caracterizar las señales de seguridad relevantes. Como resultado, se observa que la base de datos FAERS contenía 962 casos de efectos adversos relacionados con esketamina, con señales detectadas para varios efectos adversos, como disociación, sedación, sensación de embriaguez, ideación suicida y suicidio consumado. Las señales de ideación suicida y autolesiva, pero no de intento de suicidio ni de suicidio consumado, permanecieron cuando se comparó esketamina con venlafaxina. Las mujeres, por un lado, y los pacientes que recibieron polifarmacia antidepresiva, medicación concomitante con estabilizadores del estado de ánimo, antipsicóticos, benzodiazepinas o medicamentos somáticos, por otro, tenían más probabilidades de sufrir efectos adversos graves que no graves. Las conclusiones fueron que la esketamina puede tener un claro potencial de efectos adversos graves, lo que merece una aclaración urgente mediante estudios prospectivos adicionales.



Horowitz y Moncrieff, en 2021, publicaron en British Journal of Psychiatry un artículo titulado: "Esketamina: datos inciertos de seguridad y eficacia en la depresión". Señalan un dato importante de algunos de los estudios previos a la comercialización y presentados por el laboratorio, que el punto de tiempo de 4 semanas implica que los datos son bastante poco informativos, ya que la depresión resistente al tratamiento generalmente se trata durante meses o años. Por otra parte, comentan que la convención de la FDA de solicitar dos estudios a corto plazo para aprobar la eficacia de un fármaco ya ha sido criticada porque permite a las empresas realizar tantos estudios como sean necesarios para generar dos estudios positivos. Sin embargo, incluso ese listón bajo se dejó caer en esta ocasión: en 2014, en conversaciones con Janssen, la FDA aceptó que un estudio de retirada podría usarse como uno de dos estudios positivos, "junto con un estudio de dosis fija a corto plazo con resultados estadísticamente muy persuasivos". Sin embargo, después de más reuniones con Janssen, esto más tarde se cambió a cualquier estudio a corto plazo en marzo de 2018. Muchos otros comentaristas y organismos nacionales de servicios de salud, incluido el Instituto Nacional para la Excelencia en Salud y Atención (NICE, por sus siglas en inglés), han sacado conclusiones diferentes a las de la FDA y la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos para el Cuidado de la Salud y cuestionaron los datos sobre la seguridad y eficacia de la esketamina. En lo referente al suicidio, en el estudio de seguridad SUSTAIN 2, uno de cada siete pacientes desarrolló ideas suicidas "emergentes del tratamiento" y seis intentaron suicidarse en un grupo seleccionado por no ser activamente suicida. Así mismo, un número desproporcionado de suicidios han sido atribuidos a la esketamina en el primer año de su uso en EE.UU. Respecto a los efectos adversos, ponen el acento en que incluso con dosis semanales o quincenales, el 17 % de los pacientes en el estudio de seguridad SUSTAIN 2 a largo plazo demostraron síntomas que recuerdan a la "vejiga de ketamina", una complicación conocida y potencialmente grave del uso de ketamina. En cuanto a la retirada del fármaco y posible recaída, se sabe que la ketamina causa tolerancia, dependencia y abstinencia, y las dosis de esketamina empleadas en los estudios fueron similares a las dosis recreativas de ketamina. Se ha informado de que no han aparecido síntomas de abstinencia tras la retirada de esketamina, pero algunos de los efectos adversos descritos podrían en realidad ser fenómenos de abstinencia, tales como parestesias, diarrea o diaforesis. Aunque es difícil ser definitivo sobre la naturaleza de las experiencias que ocurren después de la interrupción del fármaco, la posibilidad de que los efectos de la abstinencia se hayan confundido con una recaída requiere consideración, ya que los efectos de la abstinencia se superponen con la mayoría de los elementos de la escala de depresión MADRS. El NICE concluyó que "cualquier efecto de abstinencia sería difícil de distinguir de un cambio en los síntomas depresivos". Otro punto importante que tocan los autores es que la ketamina, como algunos otros anestésicos, provoca un "subidón" placentero en algunos usuarios y reduce las puntuaciones de depresión en cuestión de horas, y no está claro cómo se pueden distinguir la euforia inducida por las drogas y los efectos antidepresivos. Se ha argumentado que es la persistencia del efecto lo que lo marca como "antidepresivo" pero, como se describió anteriormente, los ensayos de esketamina no confirman que ocurra un efecto clínicamente relevante. La conclusión de los autores es que la esketamina tiene un efecto clínicamente incierto y existen señales de seguridad preocupantes.



Horowitz y Taylor publican en 2022 un artículo en BJPsych Advances, titulado: “Distinguir la recaída de la abstinencia de antidepresivos: Práctica clínica y estudios de interrupción de antidepresivos”. Comentan en sus conclusiones que debe tenerse un alto índice de sospecha de síntomas de abstinencia cuando los pacientes reportan ansiedad o depresión al suspender los antidepresivos. No está claro si los síntomas de abstinencia son más comunes que la recaída genuina. Hay que explorar si los síntomas afectivos informados están acompañados o no por otros síntomas no asociados con la recaída: por ejemplo, mareos, 'zaps' eléctricos, náuseas o insomnio profundo. Algunos síntomas, como los 'zaps' eléctricos, pueden considerarse patognomónicos de la abstinencia. Si los síntomas ocurren dentro de los días posteriores a la reducción o suspensión de un antidepresivo con una vida media corta (esencialmente todos menos la fluoxetina) y si los síntomas se resuelven a los pocos días de aumentar la dosis de un antidepresivo. entonces es probable que sean síntomas de abstinencia. Al aconsejar a los pacientes que suspendan o reduzcan su dosis de antidepresivos, los médicos deben sugerir pequeñas reducciones, controlar los síntomas de abstinencia y esperar de 2 a 4 semanas para que desaparezcan los síntomas de abstinencia antes de realizar reducciones adicionales. Este proceso controlado puede ayudar a reducir la incertidumbre que puede surgir al distinguir entre los síntomas de abstinencia y las recaídas, ya que es probable que los síntomas de abstinencia comiencen, empeoren, alcancen su punto máximo, mejoren y se resuelvan en varios días o semanas (si las reducciones son moderadas) a diferencia de los episodios de recaída, que pueden persistir durante mucho más tiempo.

Es probable que los estudios de interrupción actuales que se cree demuestran las propiedades de prevención de recaídas de los antidepresivos realicen una confusión con los síntomas de abstinencia. Estos estudios a menudo suspenden los antidepresivos muy rápidamente y no miden los síntomas de abstinencia para distinguirlos de una recaída. Dado que los síntomas de abstinencia se superponen significativamente con los síntomas comúnmente utilizados en las escalas de calificación de depresión y pueden causar un aumento en las puntuaciones de depresión lo suficientemente grande como para alcanzar el umbral para el diagnóstico de recaída, es probable que los síntomas de abstinencia aumenten las tasas detectadas de recaída en los brazos de interrupción de estos ensayos, inflando la aparente capacidad de los antidepresivos para prevenir la recaída. Esta noción se ve reforzada por la preponderancia de recaídas detectadas en las semanas posteriores al cese, el período en el que los síntomas de abstinencia de los antidepresivos son más comunes. En general, los estudios existentes que pretenden demostrar las propiedades de prevención de recaídas de los antidepresivos deben interpretarse con cautela, y se requieren más pruebas para demostrar definitivamente la magnitud de las propiedades de prevención de recaídas de los antidepresivos.



Hengartner y Plöderl publican en 2022 en BMJ Evidence-Based Medicine un artículo titulado: “Estimaciones de la diferencia mínima importante para evaluar la importancia clínica de los antidepresivos en el tratamiento agudo de la depresión moderada a grave”. Señalan que la eficacia de los antidepresivos en el tratamiento agudo de la depresión moderada a grave sigue siendo un tema controvertido. La diferencia mínima importante (MID) es relevante para juzgar la importancia clínica de los efectos del tratamiento. Para la versión de 17 ítems de la escala de calificación de depresión de Hamilton (HDRS-17), las estimaciones de la MID oscilan entre 3 y 8 puntos, y los valores más precisos son probablemente entre 3 y 5 puntos. Para la versión de 6 ítems (HDRS-6), las estimaciones MID oscilan entre 2 y 4 puntos. Tanto para la Montgomery-Åsberg Depression Rating Scale (MADRS) como para el Beck Depression Inventory II (BDI-II), las estimaciones de MID oscilan entre 3 y 9 puntos, siendo probablemente las estimaciones de 3 a 6 puntos las más precisas. La calidad de vida parece ser más importante para los pacientes que los síntomas de depresión centrales. Por lo tanto, también evaluamos la puntuación del componente mental Short-Form 36 (SF-36), una popular medida de calidad de vida relacionada con la salud mental. Su estimación MID es probablemente de unos 5 puntos. Por el contrario, los efectos promedio del tratamiento con antidepresivos en HDRS-17, HDRS-6, MADRS, BDI-II y SF-36 son 2 puntos, 1,5 puntos, 3 puntos, 2 puntos y 3–5 puntos, respectivamente.

En conclusión, la eficacia de los antidepresivos en el tratamiento agudo de la depresión de moderada a grave no supera sistemáticamente el límite inferior de las estimaciones de la MID para las medidas de resultado de la depresión común. Por lo tanto, la importancia clínica de los antidepresivos sigue siendo incierta.



Carter y otros, en 2022, publican un artículo en Suicide and Life-Threatening Behavior titulado: “Trayectorias de tratamiento antidepresivo e intento de suicidio entre australianos mayores de 45 años: un estudio de población que utiliza datos de prescripción individuales”. Concluyen su investigación señalando que algunos adultos mayores tienen un mayor riesgo de intento de suicidio con la exposición a antidepresivos, que puede persistir durante meses. Las guías clínicas deben recomendar un período de seguimiento de los pensamientos y comportamientos suicidas emergentes del tratamiento en pacientes adultos mayores.



Quilichini y otros, en 2022, publican un artículo en Journal of Affective Disorders titulado: “Efectos comparativos de 15 antidepresivos sobre el riesgo de síndrome de abstinencia: un estudio del mundo real utilizando la base de datos de farmacovigilancia de la OMS”. Comentan que si bien los informes de casos y los ensayos clínicos informaron el síndrome de abstinencia después de la reducción y/o la interrupción de los medicamentos antidepresivos, no se ha realizado ningún estudio grande para comparar el riesgo entre los diferentes antidepresivos. La conclusión de este gran estudio observacional en un entorno del mundo real sugiere que el uso de antidepresivos de vida media corta aumenta el riesgo de informar el síndrome de abstinencia en comparación con los antidepresivos de vida media larga. Entre los antidepresivos más comunes, la paroxetina y los inhibidores de la recaptación de serotonina-noradrenalina se asocian con un mayor riesgo de presentar síndrome de abstinencia.



Zwiebel y Viguera, en 2022, publicaron un artículo en Cleveland Clinic Journal of Medicine, titulado: “Descontinuar los antidepresivos: Perlas y trampas”. Señalan que dejar de tomar antidepresivos puede ser un desafío debido a la alta tasa de síntomas de discontinuación. Los pacientes con síndrome de discontinuación de antidepresivos (ADS, por sus siglas en inglés) comúnmente experimentan insomnio, síntomas similares a los de la gripe, alteraciones del estado de ánimo, mareos y parestesias, pero una amplia gama de efectos adversos efectos es posible. Los síntomas pueden durar de días a meses, y diferentes síntomas tienen diferentes duraciones. La educación al paciente, la identificación de los pacientes con mayor riesgo de desarrollar síntomas y una reducción gradual o cruzada de los antidepresivos son pasos importantes para mitigar el riesgo de ADS. Las reducciones deben ser llevadas a cabo durante semanas o meses. Los síntomas de interrupción deben manejarse reiniciando la dosis anterior de antidepresivo y luego disminuyendo aún más lentamente, con manejo sintomático adicional según sea necesario.



Almohammed y otros, en 2022, publican un artículo en Plos One titulado: “Antidepresivos y calidad de vida relacionada con la salud (HRQoL) para pacientes con depresión: análisis de la encuesta del panel de gastos médicos de los Estados Unidos”. Señalan que el efecto de los antidepresivos sobre el bienestar general y la calidad de vida relacionada con la salud (CVRS) de los pacientes sigue siendo controvertido. En cuanto a sus resultados, en promedio, 17,5 millones de adultos fueron diagnosticados con trastorno de depresión cada año durante el período 2005-2016. La mayoría eran mujeres (67,9 %), de las cuales una mayor proporción recibía medicamentos antidepresivos (60,5 % frente a 51,5 % de los hombres). Sus conclusiones fueron que el efecto real del uso de medicamentos antidepresivos no continúa mejorando la CVRS de los pacientes con el tiempo. Los estudios futuros no solo deben centrarse en el efecto a corto plazo de la farmacoterapia, sino que deben investigar el impacto a largo plazo de las intervenciones farmacológicas y no farmacológicas en la CVRS de estos pacientes.



Erken y otros, en 2022, publicaron un artículo en Psychogeriatrics titulado: “Síndrome serotoninérgico inducido por antidepresivos en pacientes mayores: un estudio transversal”. Destacan que la prescripción generalizada de antidepresivos y su papel resultante en el síndrome serotoninérgico (SS) son de gran importancia para la práctica clínica en los ancianos. Se incluyeron un total de 238 adultos mayores en uso de antidepresivos. Los pacientes que cumplían los Criterios de Toxicidad Serotonina de Hunter (HSTC) para SS se consideraron como grupos clínicos (leve, moderado o grave) y los que no los cumplían como grupo control. Sesenta pacientes tenían SS, mientras que 178 pacientes no. Los hallazgos diagnósticos más comunes en los pacientes con SS fueron temblor e hiperreflexia y el 31,7% fue leve, y moderado en el 68,3%. Se suspendieron los antidepresivos en todos los pacientes independientemente de la gravedad. El uso generalizado de antidepresivos solos o combinados en adultos mayores representa una mayor preocupación clínica por el SS y los médicos deben ser conscientes de esta complicación relacionada con los medicamentos en pacientes mayores.



Moncrieff y otros, en 2022, han publicado en Molecular Psychiatry un artículo de gran repercusión titulado: “La teoría serotoninérgica de la depresión: una revisión general sistemática de la evidencia”. Señalan que la hipótesis de la serotonina sobre la depresión sigue siendo influyente. El objetivo de su investigación fue sintetizar y evaluar la evidencia sobre si la depresión se asocia con una concentración o actividad reducida de la serotonina en una revisión general sistemática de las principales áreas de investigación relevantes. Se realizaron búsquedas en PubMed, EMBASE y PsycINFO utilizando términos apropiados para cada área de investigación, desde su inicio hasta diciembre de 2020. Se identificaron revisiones sistemáticas, metanálisis y análisis de grandes conjuntos de datos en las siguientes áreas: serotonina y metabolito de la serotonina, 5-HIAA , concentraciones en fluidos corporales; unión al receptor de serotonina 5-HT1A; niveles del transportador de serotonina (SERT) medidos por imágenes o en la autopsia; estudios de agotamiento de triptófano; Asociaciones de genes SERT e interacciones gen-ambiente SERT. Se excluyeron los estudios de depresión asociada con condiciones físicas y subtipos específicos de depresión (por ejemplo, depresión bipolar). Dos revisores independientes extrajeron los datos y evaluaron la calidad de los estudios incluidos utilizando el AMSTAR-2, un AMSTAR-2 adaptado o el STREGA para un estudio genético grande. La certeza de los resultados del estudio se evaluó mediante una versión modificada de GRADE. No se sintetizaron los resultados de los metanálisis individuales porque incluían estudios superpuestos. La revisión se registró con PROSPERO (CRD42020207203). Se incluyeron 17 estudios: 12 revisiones sistemáticas y metanálisis, 1 metanálisis colaborativo, 1 metanálisis de grandes estudios de cohortes, 1 revisión sistemática y síntesis narrativa, 1 estudio de asociación genética y 1 revisión general. La calidad de las revisiones fue variable con algunos estudios genéticos de alta calidad. Dos metanálisis de estudios superpuestos que examinaron el metabolito de la serotonina, 5-HIAA, no mostraron asociación con la depresión (mayor n = 1002). Un metanálisis de estudios de cohortes de serotonina plasmática no mostró relación con la depresión y evidencia de que la concentración reducida de serotonina se asoció con el uso de antidepresivos (n = 1869). Dos metanálisis de estudios superpuestos que examinaron el receptor 5-HT1A (mayor n = 561), y tres metanálisis de estudios superpuestos que examinaron la unión de SERT (mayor n = 1845) mostraron evidencia débil e inconsistente de unión reducida en algunas áreas, lo que sería consistente con una mayor disponibilidad sináptica de serotonina en personas con depresión, si esta fuera la anormalidad causal original. Sin embargo, los efectos del uso previo de antidepresivos no se excluyeron de manera confiable. Un metanálisis de estudios de depleción de triptófano no encontró ningún efecto en la mayoría de los voluntarios sanos (n = 566), pero sí evidencia débil de un efecto en aquellos con antecedentes familiares de depresión (n = 75). Otra revisión sistemática (n = 342) y una muestra de diez estudios posteriores (n = 407) no encontraron efecto en voluntarios. No se ha realizado una revisión sistemática de los estudios de agotamiento de triptófano desde 2007. Los dos estudios más grandes y de mayor calidad del gen SERT, un estudio de asociación genética (n = 115,257) y un metanálisis colaborativo (n = 43,165), no revelaron evidencia de una asociación con la depresión, o de una interacción entre el genotipo, el estrés y la depresión. Las principales áreas de investigación sobre la serotonina no brindan evidencia consistente de que exista una asociación entre la serotonina y la depresión, y no respaldan la hipótesis de que la depresión es causada por una actividad o concentraciones reducidas de serotonina. Cierta evidencia fue consistente con la posibilidad de que el uso prolongado de antidepresivos reduzca la concentración de serotonina.

Afirman los autores que esta revisión sugiere que el gran esfuerzo de investigación basado en la hipótesis de la serotonina no ha producido evidencia convincente de una base bioquímica para la depresión, y que esto es consistente con la investigación sobre muchos otros marcadores biológicos. Sugieren que es hora de reconocer que la teoría serotoninérgica de la depresión no está fundamentada empíricamente.



Stone y otros, en 2022, publicaron un artículo en BMJ titulado: “Respuesta a la monoterapia aguda para el trastorno depresivo mayor en ensayos aleatorios controlados con placebo presentados a la Administración de Drogas y Alimentos de los EE.UU.: análisis de datos de participantes individuales”. Su objetivo es caracterizar las distribuciones de respuesta a nivel de participantes individuales a la monoterapia aguda para el trastorno depresivo mayor. Se estudiaron 232 ensayos aleatorizados, doble ciego, controlados con placebo, presentados por desarrolladores de fármacos a la FDA entre 1979 y 2016, que incluyeron 73.388 participantes adultos y niños. Concluyeron que las distribuciones de respuesta trimodal, que llevaron a cabo en el análisis de los datos, sugieren que alrededor del 15% de los participantes tienen un efecto antidepresivo sustancial más allá del efecto placebo en los ensayos clínicos, lo que destaca la necesidad de predictores de respuestas significativas específicas para el tratamiento farmacológico.

Horowitz escribió una carta al editor en respuesta a este artículo, que creemos interesante. Señala en dicha carta que, al igual que en metanálisis anteriores, el análisis de datos de pacientes individuales de la FDA de los ensayos de antidepresivos revela una pequeña diferencia promedio entre los antidepresivos y el placebo de 1,75 puntos en la HAM-D, una diferencia que probablemente no sea clínicamente importante. Los autores utilizaron un modelo de mezcla finita con tres subdistribuciones normales de las respuestas de los participantes a partir de los datos sin un protocolo registrado previamente. El modelado de mezclas también se aplicó a la investigación de antidepresivos por Thase et al. quienes obtuvieron resultados similares con una solución de dos grupos. Sin embargo, este modelo obviamente tenía fallas porque las distribuciones de "beneficiarios" y "no beneficiarios" se superponían en gran medida. En este nuevo metanálisis, el ajuste de una tercera distribución (etiquetada como "no específica") da la impresión artificial de que este problema se ha abordado ya que hay menos superposición entre las categorías etiquetadas como "grande" o "mínima". Pero esto es engañoso ya que estas dos distribuciones se superponen en gran medida con la "distribución no específica". No está claro que sea informativo centrarse en el cambio de las puntuaciones iniciales en subpoblaciones indefinibles de pacientes. Como se trata de distribuciones teóricas, cada participante tiene una probabilidad de pertenecer a cada distribución, por lo que la técnica no identifica un grupo de personas que muestran una respuesta "grande" o que se beneficia más de los antidepresivos (lo que significa que el estudio no puede informar un ECA para probar antidepresivos en cualquier subgrupo). Esta es también la razón por la que es inapropiado generar un NNT, un cálculo que requiere una categorización precisa, pero que no es aplicable a las "nubes" probabilísticas de pacientes. De hecho, las categorías definidas por los autores (es decir, "no específico", "grande" y "mínimo") son etiquetas semánticas, que pueden ser engañosas, ya que implican una relación causal con el medicamento, pero establecer esto requiere una comparación directa. entre el fármaco y el placebo en grupos aleatorizados. De hecho, el hecho de que el patrón trimodal exista tanto en el grupo del placebo como en el grupo del fármaco podría implicar que no se trata de un efecto del fármaco, pero puede indicar una susceptibilidad diferente al efecto del placebo (entre los que toman el fármaco y el placebo). Además, la revelación de los efectos secundarios (o la ausencia de los mismos) podría amplificar este efecto para el grupo de fármacos. Los autores argumentan que es poco probable que se revele el cegamiento, pero se sabe que los medicamentos que muestran los efectos más fuertes en este análisis tienen efectos secundarios pronunciados. Sabemos que puede ocurrir un desenmascaramiento en los ensayos de antidepresivos y que las conjeturas sobre el tratamiento se asocian con resultados independientes de los efectos farmacológicos específicos. Otras limitaciones de los ensayos de antidepresivos siguen sin abordarse: incluidos los efectos de abstinencia de la medicación previa al ensayo, la corta duración (4 a 12 semanas) y la posibilidad de que los antidepresivos produzcan cambios en las puntuaciones de depresión a través del entumecimiento u otros efectos psicoactivos superpuestos, sin producir realmente un cambio en el trastorno subyacente o en el mecanismo de los síntomas .Los autores argumentan que una respuesta "grande" puede representar un efecto real sobre la depresión en lugar de una mera atenuación de los síntomas, pero el presente estudio no puede demostrarlo. En conclusión, el modelo exploratorio post-hoc de las diferencias pre-post no debe confundirse con la comparación de las diferencias fármaco-placebo en resultados preespecificados en ECA, apropiados para inferencias causales. Siguiendo esta lógica, el resultado más fuerte de este metanálisis son las muy pequeñas diferencias promedio observadas entre los grupos. Incluso si aceptamos la premisa de que el 15 % de las personas se benefician, el 85 % de las personas no y dada la carga de efectos adversos (y la considerable incertidumbre sobre este 15 %), no está claro que esto justifique los niveles actuales de prescripción de antidepresivos.




Peleg y otros, en 2022, publicaron un artículo en Sexual Medicine Reviews titulado: “Disfunción sexual posterior a los ISRS (PSSD): plausibilidad biológica, síntomas, diagnóstico y factores de riesgo presuntos”. Comentan que la disfunción sexual post-ISRS (PSSD) es un síndrome iatrogénico, cuyos mecanismos neurobiológicos subyacentes no están claros. El inicio de los síntomas sigue al cese de los antidepresivos serotoninérgicos, es decir, inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y norepinefrina (ISRS, IRSN) y antidepresivos tricíclicos (TCA). Los síntomas de PSSD incluyen anestesia genital, disfunción eréctil y anhedonia orgásmica/eyaculatoria, y deben diferenciarse de la disfunción sexual relacionada con la depresión. Recientemente, los datos acumulados de numerosos informes de casos sugieren síntomas no sexuales adicionales que incluyen anhedonia, apatía y afecto embotado. Se realizó una revisión extensa de la literatura sobre los principales patrones de síntomas de este trastorno. Los factores precipitantes para el PSSD incluyen la exposición previa a ciertos medicamentos, la predisposición genética, el estrés psicológico o la reacción química estresante a los antidepresivos junto con condiciones médicas preexistentes que afectan la neuroplasticidad. Se han propuesto diferentes teorías para explicar la fisiopatología del PSSD: expresión génica epigenética, interacciones dopamina-serotonina, neurotoxicidad por serotonina y cambios hormonales. El diagnóstico de PSSD se logra excluyendo todas las demás etiologías de disfunción sexual. El tratamiento es desafiante y se han sugerido muchas estrategias sin resultados definitivos. Existe la necesidad de una investigación neurobiológica bien diseñada en este dominio, así como en la prevalencia, fisiopatología y tratamiento del PSSD. Los profesionales deben estar atentos a las características distintivas de PSSD. Un diagnóstico erróneo de este síndrome podría dar lugar a tratamientos nocivos, incluido el restablecimiento de los medicamentos que generaron PSSD.



Sørensen y otros, en 2022, han publicado en Journal of Affective Disorders un artículo titulado: “Descripción de los síntomas de abstinencia de antidepresivos en las guías de práctica clínica sobre depresión: una revisión sistemática”. Describen que los síntomas de abstinencia a los antidepresivos pueden simular los síntomas de una recaída de la depresión y pueden ser un desafío para los pacientes cuando disminuyen o descontinúan los antidepresivos. El objetivo del trabajo fue evaluar cómo se describen los síntomas de abstinencia en las principales guías de práctica clínica sobre la depresión del Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, Singapur, Irlanda y Nueva Zelanda. Se incluyeron 21 guías, 15 (71%) de las cuales indicaron que pueden ocurrir síntomas de abstinencia o interrupción. Ninguna de las pautas proporcionó una lista exhaustiva de posibles síntomas de abstinencia; diez (48%) guías mencionaron al menos un síntoma específico, con un rango entre cuatro y 39 síntomas. La superposición sintomática entre la abstinencia y la recaída se mencionó en cuatro guías (19%). Los síntomas de abstinencia generalmente se describieron como leves, breves y autolimitados; y grave en una minoría de casos. Las estimaciones de la duración, la incidencia o el inicio esperado se informaron en cinco guías (24%), y en todos los casos fueron inferiores a las informadas en las revisiones sistemáticas. Como conclusión, consideran que las guías de práctica clínica brindan información escasa e inadecuada sobre los síntomas de abstinencia de antidepresivos y orientación limitada para distinguir los síntomas de abstinencia de los síntomas de recaída.



Gastaldon y otros, en 2022, publican en Psychol Med un artículo titulado “Síndrome de abstinencia neonatal tras la exposición intrauterina a antidepresivos: un análisis de desproporcionalidad de VigiBase, la base de datos de informes espontáneos de la OMS”. Llevan a cabo un estudio de farmacovigilancia basado en VigiBase®, la base de datos de la OMS de sospechas de reacciones adversas a medicamentos. Se incluyeron un total de 406 reportes de síndrome de abstinencia neonatal en 379 neonatos relacionados con 15 antidepresivos. Se detectó una notificación desproporcionada para los antidepresivos como grupo en comparación con todos los demás medicamentos. Surgió una desproporcionalidad significativa para todos los antidepresivos individuales excepto para el bupropión. Los síntomas más frecuentes incluyeron síntomas respiratorios, irritabilidad/agitación, temblor y problemas de alimentación. Concluyeron que la mayoría de los antidepresivos se asocian con señales moderadas de notificación desproporcionada de síndrome de abstinencia neonatal, lo que debe tenerse en cuenta al prescribir un antidepresivo durante el embarazo, independientemente de la clase.



Bansal y otros publican, en 2022, en BJPsych Open un artículo titulado “Uso de antidepresivos y riesgo de resultados adversos: estudio de cohorte basado en la población”. El objetivo de este estudio fue investigar la asociación entre el uso de antidepresivos y los eventos adversos. La cohorte del estudio consistió en participantes de la base de datos biomédica UK Biobank cuyos datos estaban vinculados a los registros de atención primaria. Se evaluó la asociación entre el uso “de antidepresivos por clase de fármaco (ISRS y”'otros'), cuatro enfermedades (diabetes, hipertensión, cardiopatía coronaria [CHD], enfermedad cerebrovascular [CV]) y dos causas de mortalidad (enfermedad cardiovascular (ECV) y por todas las causas). El tratamiento con ISRS se asoció con una disminución del riesgo de diabetes a los 5 años y a los 10 años y de hipertensión a los 10 años. A los 10 años de seguimiento, el tratamiento con ISRS se asoció con mayores riesgos de CV, mortalidad por ECV y mortalidad por todas las causas, y el tratamiento de “otros antidepresivos” se asoció con un mayor riesgo de cardiopatía coronaria, ECV y mortalidad por todas las causas. Concluyeron que estos hallazgos indicaban una asociación entre el uso de antidepresivos a largo plazo y riesgos elevados de cardiopatía coronaria, mortalidad por ECV y mortalidad por todas las causas. Se necesita más investigación para evaluar si las asociaciones observadas son causales y dilucidar los mecanismos subyacentes.



Ormel y otros publican, en 2022, en Clinical Psychology Review un artículo titulado “Más tratamiento pero no menos depresión: la paradoja tratamiento-prevalencia”. Aunque afirman que los tratamientos para la depresión han mejorado y su disponibilidad ha aumentado notablemente desde la década de 1980, la prevalencia de la depresión en la población general no ha disminuido. Esta “paradoja de la prevalencia del tratamiento” (TPP) plantea preguntas fundamentales sobre el diagnóstico y el tratamiento de la depresión. Proponen y evalúan siete explicaciones para el TPP. Primero, dos explicaciones asumen que los tratamientos mejorados y más ampliamente disponibles han reducido la prevalencia, pero que la reducción se ha visto contrarrestada por un aumento en: 1) el diagnóstico erróneo de la angustia como depresión, lo que genera más diagnósticos "falsos positivos"; o 2) un aumento real en la incidencia de depresión. En segundo lugar, las cinco explicaciones restantes asumen que la prevalencia no ha disminuido, pero sugieren que: 3) los tratamientos son menos eficaces y 4) menos duraderos de lo que sugiere la literatura; 5) la eficacia del ensayo no se generaliza a entornos del mundo real; 6) el impacto del tratamiento a nivel de la población difiere para los casos crónicos recurrentes versus los no recurrentes; y 7) los tratamientos tienen algunas consecuencias iatrogénicas. Cualquiera de estas siete explicaciones podría socavar el impacto del tratamiento en la prevalencia, lo que ayudaría a explicar el TPP. Su análisis revela que hay poca evidencia de que la incidencia o la prevalencia hayan aumentado como resultado de un error o un hecho (Explicaciones 1 y 2), y una fuerte evidencia de que (a) la literatura publicada sobreestima la eficacia del tratamiento a corto y largo plazo, (b ) los tratamientos son considerablemente menos efectivos cuando se implementan en entornos del "mundo real", y (c) el impacto del tratamiento difiere sustancialmente para los casos crónicos recurrentes en relación con los casos no recurrentes. Colectivamente, las explicaciones a - c probablemente representen la mayor parte del TPP. Por último, existe poca investigación sobre los efectos iatrogénicos de los tratamientos actuales (Explicación 7), por lo que es fundamental investigación adicional.



Sørensen y otros, en 2022, publican en Ther Adv Psychopharmacol un artículo titulado “Recomendaciones de la guías de práctica clínica sobre la reducción gradual y la interrupción de los antidepresivos para la depresión: una revisión sistemática”. El objetivo del estudio fue evaluar el alcance y el contenido de la orientación sobre la reducción gradual y la interrupción de los antidepresivos en las principales guías de práctica clínica sobre la depresión. Se llevó a cabo una revisión sistemática de las guías de práctica clínica sobre depresión emitidas por las autoridades sanitarias nacionales y las principales organizaciones profesionales nacionales o internacionales del Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, Singapur, Irlanda y Nueva Zelanda. Se evaluaron las guías de práctica clínica en busca de recomendaciones e información relevante para la reducción gradual y la interrupción de los antidepresivos. De las 21 guías de práctica clínica incluidas, 15 (71 %) recomendaron que los antidepresivos se redujeran gradualmente o lentamente, pero ninguna brindó orientación sobre las reducciones de dosis, cómo distinguir los síntomas de abstinencia de las recaídas o cómo manejar los síntomas de abstinencia. Los desafíos psicológicos no se abordaron en ninguna guía de práctica clínica, y los algoritmos de tratamiento y los diagramas de flujo no incluyeron la interrupción. La calidad de las guías de práctica clínica fue en general baja. Las conclusiones fueron que las principales guías de práctica clínica actuales brindan poco apoyo a los médicos que desean ayudar a los pacientes a suspender o disminuir los antidepresivos en términos de mitigación y manejo de los síntomas de abstinencia. Una mejor orientación requiere mejores ensayos aleatorizados que investiguen las intervenciones para suspender o disminuir los antidepresivos.



Gøtzsche y Healy, en 2022, publican un artículo en International Journal of Risk & Safety in Medicine titulado “Restaurando los dos ensayos fundamentales de fluoxetina en niños y adolescentes con depresión”. La fluoxetina fue aprobada para la depresión en niños y adolescentes en base a dos ensayos controlados con placebo, X065 y HCJE, con 96 y 219 participantes, respectivamente. El objetivo del estudio fue revisar estos ensayos, que parecen haber sido mal informados. Se llevó a cabo una revisión sistemática de los informes y publicaciones de estudios clínicos. Los resultados primarios fueron las variables de eficacia en los protocolos de juicio, eventos suicidas y precursores de suicidio o violencia.Se encontró que faltaba información esencial y había inconsistencias numéricas inexplicables. Los resultados de eficacia estaban sesgados a favor de la fluoxetina por los abandonos diferenciales y la falta de datos. La eficacia en la escala utilizada fue del 4 % de la puntuación inicial, lo que no es clínicamente relevante. Las calificaciones de los pacientes no encontraron que la fluoxetina fuera efectiva. Los eventos suicidas faltaban en las publicaciones y los informes del estudio. Los precursores del suicidio o la violencia ocurrieron con mayor frecuencia con fluoxetina que con placebo. Para el ensayo HCJE, el número necesario para dañar fue 6 para eventos del sistema nervioso, 7 para eventos moderados o daño severo y 10 por daño severo. La fluoxetina redujo la altura y el peso durante 19 semanas en 1,0 cm y 1,1 kg, respectivamente y prolongó el intervalo QT. Las conclusiones fueron que este nuevo análisis de los dos ensayos fundamentales mostró que la fluoxetina es insegura e ineficaz.



Gastaldon y otros publican, en 2022, en Drug Saf un artículo titulado “Síndrome de abstinencia tras la interrupción de 28 antidepresivos: análisis de farmacovigilancia de 31.688 informes de la base de datos de informes espontáneos de la OMS”. El objetivo del estudio fue determinar si los antidepresivos se asocian con un aumento de los informes de síndrome de abstinencia en comparación con otros medicamentos e investigar los factores de riesgo de reacciones graves. Se realizó un estudio de farmacovigilancia, basado en VigiBase®, la base de datos global de la OMS de informes de seguridad de casos individuales de sospechas de reacciones adversas a medicamentos. Se realizó un análisis de desproporcionalidad de los informes de síndrome de abstinencia relacionado con los antidepresivos. Comparamos los antidepresivos con todos los demás fármacos y entre sí dentro de cada clase de antidepresivos (ISRS, tricíclicos y otros antidepresivos). Con base en la clasificación de prioridad clínica, los informes desproporcionados más fuertes se encontraron para paroxetina, duloxetina, venlafaxina y desvenlafaxina. El síndrome de abstinencia se informó como grave con mayor frecuencia en hombres, adolescentes, personas en polifarmacia y con una duración más prolongada del tratamiento antidepresivo. Como conclusiones, los antidepresivos se asocian con un aumento de los informes de síndrome de abstinencia en comparación con otras clases de fármacos. Al prescribir y suspender los antidepresivos, los médicos deben ser conscientes de la propensión potencialmente diferente del síndrome de abstinencia entre los antidepresivos individuales y la posibilidad de experimentar síntomas de abstinencia más graves en relación con las características específicas del paciente.



Moore y otros, en 2022, publicaron en Pharmacotherapy un artículo titulado “Seguridad y eficacia de los antagonistas de los receptores NMDA para la depresión: una revisión multidisciplinaria”. La ketamina, un anestésico disponible desde 1970, y la esketamina, su enantiómero S más nuevo, brindan un enfoque novedoso para el tratamiento de la depresión y otros trastornos psiquiátricos. En dosis subanestésicas, los dos fármacos, junto con su congénere más antiguo, la fenciclidina (PCP), inducen un estado mental alterado transitorio al bloquear el receptor de N-metil-D-aspartato (NMDA) para el glutamato, el principal neurotransmisor excitatorio en los mamíferos. sistema nervioso central. Esta revisión multidisciplinaria examina la farmacología/los efectos directos sobre la conciencia, la efectividad en la depresión y las tendencias suicidas agudas, y la seguridad de estos antagonistas de NMDA de acción rápida. Para capturar la esencia de 60 años de literatura revisada por pares, utilizamos un enfoque semiestructurado para los subtemas, cada uno de los cuales requería una estrategia de búsqueda diferente. Se revisan las pruebas de los tres beneficios principales informados de los dos fármacos clínicos cuando se utilizan para la depresión: éxito en pacientes difíciles de tratar, inicio rápido de la acción en un día y efectos inmediatos sobre las tendencias suicidas. Los problemas clave de seguridad incluyen la evidencia, y la falta de ella, de los efectos de inducir repetidamente este estado mental alterado, y si existe un margen de seguridad adecuado para descartar los efectos neurotóxicos observados en estudios con animales. Esta revisión incluye evidencia de múltiples fuentes que plantean preguntas sustanciales sobre la seguridad y la eficacia de la ketamina y la esketamina para los trastornos psiquiátricos.



Rahman y otros han publicado en 2022 en Thromb Haemost un artículo titulado “Uso concomitante de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y anticoagulantes orales y riesgo de hemorragia mayor: revisión sistemática y metanálisis”. Se sabe que los ISRS, los antidepresivos más recetados, se asocian con un riesgo levemente mayor de hemorragia grave. El objetivo del trabajo era evaluar el riesgo de sangrado mayor asociado con el uso concomitante de ISRS y anticoagulantes orales, en comparación con el uso de anticoagulantes solos. La revisión incluyó ocho estudios con un total de 98.070 pacientes. La conclusión fue que el uso concomitante de ISRS y anticoagulantes orales se asoció con un mayor riesgo de hemorragia mayor. En general, estos hallazgos sugieren que los médicos pueden necesitar adaptar el tratamiento de acuerdo con los factores de riesgo de sangrado de cada paciente cuando prescriben ISRS a pacientes que usan anticoagulantes orales.



Horowitz y otros publican en 2022 en la revista CNS Drugs un artículo titulado “Cálculo del riesgo de abstinencia de antidepresivos a partir de una revisión de datos publicados”. Los autores señalan que la adaptación del cerebro a la presencia de una droga predice la abstinencia al dejarla. El resultado de la adaptación a menudo se denomina "dependencia física" en farmacología, a diferencia de la adicción, aunque lamentablemente estos términos se han fusionado en algunas guías de diagnóstico. La dependencia física a los antidepresivos puede ocurrir en algunos pacientes, consistente con el hecho de que algunos pacientes experimentan efectos de abstinencia de estos medicamentos. Se cree que una mayor duración del uso, dosis más altas y antidepresivos específicos afectan el riesgo de efectos de abstinencia de antidepresivos, ya que podrían causar una mayor adaptación del cerebro. En la revisión, se encontró que la mayor duración del uso se asoció con una mayor incidencia y gravedad de los efectos de abstinencia. Los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina y la paroxetina están asociados con riesgos más altos que otros antidepresivos, aunque faltan datos para algunos antidepresivos. Las dosis más altas de antidepresivos tienen una asociación débil con un mayor riesgo de abstinencia, con algunos efectos máximos, tal vez reflejando las relaciones de ocupación del receptor. Se sabe que la experiencia pasada de los efectos de abstinencia predice el riesgo futuro. Con base en estos datos, subrayamos una rúbrica preliminar para determinar el riesgo de síntomas de abstinencia para un paciente en particular, lo que puede tener relevancia para determinar las tasas de reducción gradual. Dado el alcance limitado de la investigación actual, la investigación futura debe apuntar a aclarar la predicción del riesgo de abstinencia de antidepresivos, especialmente al examinar el riesgo de abstinencia en usuarios de medicamentos a largo plazo, así como la gravedad y la duración de los efectos, para mejorar una herramienta preliminar con fines predictivos. La investigación adicional sobre las adaptaciones precisas en el uso de antidepresivos a largo plazo puede mejorar la capacidad de predecir los efectos de abstinencia para un paciente en particular.



Sobre la esketamina, hemos publicado en 2022 en la revista Norte de salud mental un artículo que revisa el tema:



Y hay otro trabajo en castellano, también de 2022, que incide en el mismo tema:




De antidepresivos y abstinencia (y profesionales poco y mal informados)

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Si conocen este blog, sabrán que uno de los temas que más nos ocupan es la transmisión de información científica sobre los tratamientos que emplea la psiquiatría para intentar aliviar a las personas que atiende. Información científica que debe estar guiada (no sin considerables sesgos) por una medicina basada en la evidencia la cual, lejos de proporcionar certezas indudables, sí nos facilite al menos ciertos indicios para orientar la práctica clínica del profesional e, igual de importante, conocimiento para la opinión pública que debe estar bien informada sobre los tratamientos que se le prescriben, a la hora de prestar el pertinente consentimiento sobre los mismos (como la ley de autonomía del paciente actualmente vigente deja claro).


Teniendo esto en cuenta, nos sorprendió mucho encontrarnos hace unos meses unas declaraciones del Dr. Celso Arango en un artículo de elDiario.es titulado "La venta de antidepresivos se dispara en España un 10% en un año":

Es importante aclarar que los antidepresivos y los antipsicóticos no producen dependencia, ni tolerancia, ni síndrome de abstinencia. En el caso de las benzodiazepinas sí, los llamados tranquilizantes."

Diremos que nuestra sorpresa se debió a que el Dr. Arango es, supuestamente, un profesional de gran prestigio en este país, colaborador asiduo en medios de comunicación y poseedor de un curriculum sin duda envidiable, disponible en la red en los siguientes enlaces:






Y múltiples publicaciones en revistas del mayor impacto, en las cuales podemos leer también, por decirlo todo, sus declaraciones de conflictos de interés.




Prof Arango has been a consultant to or has received honoraria or grants from Acadia, Angelini, Gedeon Richter, Janssen Cilag, Lundbeck, Otsuka, Roche, Sage, Servier, Shire, Schering Plough, Sumitomo Dainippon Pharma, Sunovion and Takeda.




Celso Arango has been a consultant to or has received honoraria or grants from Acadia, Angelini, Gedeon Richter, Janssen Cilag, LivaNova, Lundbeck, Otsuka, Roche, Sage, Servier, Shire, Schering Plough, Sumitomo Dainippon Pharma, Sunovion and Takeda.


También ha participado en algunos eventos que no sabemos bien cómo calificar:





No alcanzamos a comprender cómo un profesional tan conocido como el Dr. Arango, con ese impresionante curriculum de publicaciones y demás, puede desconocer la más que abundante bibliografía científica existente sobre síntomas de abstinencia tras interrupción o disminución de medicación antidepresiva. Nos parece además preocupante porque se trata de un profesional que asiduamente es consultado por distintos medios de comunicación de masas, como experto en su campo, y mucho nos tememos que este desconocimiento sobre la abstinencia a antidepresivos puede provocar que muchas personas minusvaloren el riesgo potencial de tomar estos fármacos por tiempos prolongados. 


Evidentemente, confiamos en la buena fe del Dr. Arango y damos por sentado que en ningún momento pretende difundir información falsa sobre efectos secundarios de la medicación antidepresiva, tan prescrita en nuestro entorno. Lo que nos lleva a concluir que, por mucho que nos parezca increíble, el Dr. Arango desconoce la bibliografía científica publicada sobre el tema.


A su vez, nos entristece el papel de elDiario.es en esta historia. Evidentemente, el periódico no tiene por qué conocer el error del experto que ha consultado. Pero, a pesar de repetidos intentos de contactar por twitter o mail tanto con la periodista que firma la noticia como con la dirección del medio, no obtuvimos la menor respuesta. Y eso a pesar de que éramos socios del citado periódico. Condición que abandonamos dada nuestra decepción por la publicación de este error y, sobre todo, la ausencia absoluta de interés a la hora de corregir una información falsa publicada.


En fin, aunque es evidente que este humilde blog apenas tendrá una milésima parte de la audiencia de un medio como elDiario.es, queremos hacer nuestro trabajo (ya que ellos no han hecho el suyo) y, como profesionales de la salud mental que somos, colaborar en difundir información correcta por medio de la cual la población pueda estar adecuadamente informada sobre los tratamientos que le son prescritos. Para intentar corregir la falsedad publicada y, también, para sacar de su desconocimiento en este asunto al Dr. Arango, señalaremos a continuación algunos de los artículos científicos publicados sobre este importante tema:


  • La revista Psychotherapy and Psychosomatics publicó un artículo (Fava y otros, 2015) sobre síndrome de abstinencia después de discontinuación de ISRS. Se trata de una revisión sistemática que encontró una prevalencia del síndrome variable, con su estimación dificultada por falta de identificación de casos en muchos estudios. Los síntomas típicamente ocurren en pocos días tras la discontinuación y duran pocas semanas, también con reducción gradual. Sin embargo, hay muchas variaciones, incluyendo inicio tardío y/o persistencia más larga de las molestias. Los síntomas pueden ser fácilmente equivocados con signos de recaída inminente. Las conclusiones del artículo son que los clínicos necesitan añadir los ISRS a la lista de fármacos potencialmente inductores de síntomas de abstinencia después de la discontinuación, junto con benzodiacepinas, barbitúricos y otros fármacos psicotrópicos. Los términos "síndrome de discontinuación" o "síndrome de retirada" que son habitualmente usados minimizan las potenciales vulnerabilidades inducidas por ISRS y deberían ser reemplazados por "síndrome de abstinencia".

  • Un artículo publicado en Epidemiology and Psychiatric Sciences en 2019 trata sobre la retirada de antidepresivos y sus efectos. Dice su abstract: "Las reacciones de abstinencia al dejar los antidepresivos se han descuidado o minimizado durante mucho tiempo. Pasaron casi dos décadas después de que los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) ingresaron al mercado para que se publicara la primera revisión sistemática. Más revisiones han seguido demostrando que la opinión dominante y de larga data de que la abstinencia es principalmente leve, afecta solo a una pequeña minoría y se resuelve espontáneamente en 1 a 2 semanas, era extraña con la escasa pero creciente base de evidencia. Lo que revela la literatura científica está de acuerdo con los miles de testimonios de usuarios de servicios disponibles en línea en grandes foros. Sugiere que las reacciones de abstinencia son bastante comunes, que pueden durar desde unas pocas semanas hasta varios meses o incluso más, y que a menudo son graves. Estos hallazgos ahora son cada vez más reconocidos por los organismos y sociedades profesionales oficiales."

  • En la revista Addictive Behaviors se recogió en 2019 una revisión sistemática de la incidencia, gravedad y duración de los efectos de la abstinencia de antidepresivos. Las conclusiones afirman: La investigación disponible indica que las reacciones de abstinencia de antidepresivos están muy extendidas, con tasas de incidencia que oscilan entre el 27% y el 86% (promedio ponderado del 56%), y casi la mitad (46%) de los que experimentan abstinencia describen estas reacciones como graves. La investigación disponible también indica que las guías clínicas actuales en el Reino Unido y los EEUU necesitan urgentemente una corrección, con el fin de estar basadas en la evidencia, ya que los efectos de la abstinencia no son en su mayoría 'leves' ni 'autolimitados' (es decir, generalmente se resuelven sobre 1-2 semanas), sino que se experimentan regularmente mucho más allá de lo que reconocen las directrices actuales.

  • En la revista Therapeutic Advances in Psychopharmacology se publica un artículo en mayo de 2020 con el título "¿Cómo de efectivos son los antidepresivos para la depresión a largo plazo? Una revisión crítica de los ensayos de prevención de recaídas y el problema de confundirse respecto a la abstinencia". El objetivo de este artículo es discutir la validez de los ensayos de prevención de recaídas y el problema de los factores de confusión de abstinencia en estos ensayos. Las recomendaciones para el tratamiento con antidepresivos a largo plazo se basan casi exclusivamente en ensayos de suspensión. En estos ensayos de prevención de recaídas, los participantes con depresión remitida se asignan al azar para que se interrumpa abruptamente el antidepresivo y lo reemplace por un placebo inerte o para continuar con el tratamiento activo. La diferencia entre el fármaco y el placebo en las tasas de recaída al final de la fase de mantenimiento se interpreta entonces como un efecto farmacológico profiláctico. Estos ensayos producen consistentemente beneficios notables para el tratamiento de mantenimiento. Sin embargo, la validez interna de este protocolo de prueba se ve comprometida, ya que la investigación ha demostrado que suspender abruptamente los antidepresivos puede causar reacciones de abstinencia graves que conducen a (o se manifiestan como) recaídas de depresión. Es decir, existe un factor de confusión sustancial en la abstinencia en los ensayos de interrupción, lo que hace que sus hallazgos no sean interpretables. No está claro hasta qué punto la separación fármaco-placebo en los ensayos de prevención de recaídas (interrupción) se debe a reacciones de abstinencia, pero varias estimaciones sugieren que presumiblemente es la mayoría. Una revisión de los hallazgos basada en otras metodologías, incluidos los ensayos de eficacia a largo plazo en el mundo real como STAR*D y varios estudios de cohortes naturalistas, no indican que los antidepresivos tengan efectos profilácticos considerables. 

  • Otro artículo que hemos recopilado tiene por título "¿Cómo de comunes y severos son seis efectos de abstinencia y adicción a los antidepresivos? Las experiencias de una gran muestra internacional de pacientes". Ha sido publicado en la revista Addictive Behaviors en marzo del 2020. Se analizaron los datos generados por una encuesta en línea de 867 personas de 31 países, que habían tomado AD de forma continua durante al menos un mes, y habían tratado de salir (con éxito o no). Los puntos destacados son: el 55% de las personas que intentaron desprenderse o reducir informan algún grado de dificultad para hacerlo; el 61% informa"efectos de abstinencia", y el 44% de ellos describe los efectos como "graves"; el 40% informa "adicción", y el 39% de ellos describe su adicción como "grave"; "ansiedad / pánico" (66%) e "Irritabilidad "(62%) son particularmente comunes; a <1% se le había dicho algo sobre los efectos de la abstinencia o la dependencia.

  • Hengartner y Plöderl publican en 2021 en Therapeutic Advances in Psychopharmacology un artículo titulado: “¿Efectos profilácticos o reacciones de abstinencia? Un análisis de los datos de tiempo hasta el evento de los ensayos de prevención de recaídas de antidepresivos presentados a la FDA”. Comentan que los ensayos de prevención de recaídas construyen la base científica para recomendar la continuación y la terapia de mantenimiento con antidepresivos. Sin embargo, la validez de la evidencia es discutida y puede estar sesgada debido a la confusión por retirada. Analizan las curvas de supervivencia de todos los ensayos de prevención de recaídas con antidepresivos presentados FDA (EE.UU.) entre 1987 y 2012 para 13 medicamentos aprobados. El resultado principal fue el porcentaje del efecto del fármaco (diferencia placebo-antidepresivo en eventos de recaída) en cualquier semana de la fase de mantenimiento en relación con el efecto total del fármaco al final de la fase de mantenimiento aleatoria. Su conclusión fue que la separación placebo-antidepresivo fue desproporcionadamente grande entre las semanas 3 y 6 de la fase de mantenimiento aleatorizado. Los beneficios de continuar con los antidepresivos en relación con la interrupción abrupta/rápida disminuyeron drásticamente después de la semana 6. Esto indica un exceso de eventos de recaída en los brazos de placebo durante la fase de mantenimiento temprano que puede deberse a las reacciones de abstinencia causadas por la interrupción abrupta/rápida del tratamiento activo. Si estos eventos tempranos de recaída se deben a un efecto farmacológico directo, entonces los verdaderos efectos profilácticos a largo plazo de los antidepresivos están sustancialmente sobreestimados.

  • Horowitz y Wilcock publican, en 2021, en Drug and Therapeutics Bulletin un artículo titulado: “Antidepresivos de última generación y efectos de retirada: reconsiderando el papel de los antidepresivos y ayudando a los pacientes a suspenderlos”. Sus conclusiones son que continúa existiendo una gran incertidumbre sobre los beneficios del uso de antidepresivos a corto y largo plazo, particularmente con respecto a la falta de diferencia clínicamente significativa entre tratamiento antidepresivo y placebo. Hay un mayor reconocimiento de la posibilidad de síntomas de abstinencia graves y duraderos por antidepresivos. Este reconocimiento pone en duda las propiedades de prevención de recaídas de los antidepresivos, ya que estas propiedades han sido demostradas en ensayos de discontinuación en los que los efectos de abstinencia pueden haber inflado las tasas de recaída. Los antidepresivos pueden tener efectos adversos significativos, que parecen ser mayores en el uso a largo plazo en comparación con los estudios de eficacia a corto plazo. A la luz de este balance incierto de beneficios y daños, se debería revisar la prescripción generalizada y creciente de antidepresivos. El enfoque de reducción también presenta desafíos prácticos para el sistema de salud en términos de las pequeñas dosis sugeridas, lo que requiere el uso de formulaciones que no sean tabletas fácilmente disponibles. Los farmacéuticos tendrán un papel importante que desempeñar para ayudar a los pacientes en la suspensión gradual de antidepresivos. Dados los considerables desafíos que implican para algunos pacientes al dejar los antidepresivos, se debe reconocer que para algunos, quizás especialmente los usuarios a largo plazo, los daños de suspender la medicación pueden ser mayores que los riesgos de continuarla. Aumentar el conocimiento sobre la dificultad que algunos pacientes tienen para dejar de tomar antidepresivos debería conducir a una práctica de prescripción más cautelosa, con antidepresivos administrados a menos pacientes, por períodos más cortos de tiempo.

  • Horowitz y Taylor publican en 2022 un artículo en BJPsych Advances, titulado: “Distinguir la recaída de la abstinencia de antidepresivos: Práctica clínica y estudios de interrupción de antidepresivos”. Comentan en sus conclusiones que debe tenerse un alto índice de sospecha de síntomas de abstinencia cuando los pacientes reportan ansiedad o depresión al suspender los antidepresivos. No está claro si los síntomas de abstinencia son más comunes que la recaída genuina. Hay que explorar si los síntomas afectivos informados están acompañados o no por otros síntomas no asociados con la recaída: por ejemplo, mareos, 'zaps' eléctricos, náuseas o insomnio profundo. Algunos síntomas, como los 'zaps' eléctricos, pueden considerarse patognomónicos de la abstinencia. Si los síntomas ocurren dentro de los días posteriores a la reducción o suspensión de un antidepresivo con una vida media corta (esencialmente todos menos la fluoxetina) y si los síntomas se resuelven a los pocos días de aumentar la dosis de un antidepresivo. entonces es probable que sean síntomas de abstinencia. Al aconsejar a los pacientes que suspendan o reduzcan su dosis de antidepresivos, los médicos deben sugerir pequeñas reducciones, controlar los síntomas de abstinencia y esperar de 2 a 4 semanas para que desaparezcan los síntomas de abstinencia antes de realizar reducciones adicionales. Este proceso controlado puede ayudar a reducir la incertidumbre que puede surgir al distinguir entre los síntomas de abstinencia y las recaídas, ya que es probable que los síntomas de abstinencia comiencen, empeoren, alcancen su punto máximo, mejoren y se resuelvan en varios días o semanas (si las reducciones son moderadas) a diferencia de los episodios de recaída, que pueden persistir durante mucho más tiempo. Es probable que los estudios de interrupción actuales que se cree demuestran las propiedades de prevención de recaídas de los antidepresivos realicen una confusión con los síntomas de abstinencia. Estos estudios a menudo suspenden los antidepresivos muy rápidamente y no miden los síntomas de abstinencia para distinguirlos de una recaída. Dado que los síntomas de abstinencia se superponen significativamente con los síntomas comúnmente utilizados en las escalas de calificación de depresión y pueden causar un aumento en las puntuaciones de depresión lo suficientemente grande como para alcanzar el umbral para el diagnóstico de recaída, es probable que los síntomas de abstinencia aumenten las tasas detectadas de recaída en los brazos de interrupción de estos ensayos, inflando la aparente capacidad de los antidepresivos para prevenir la recaída. Esta noción se ve reforzada por la preponderancia de recaídas detectadas en las semanas posteriores al cese, el período en el que los síntomas de abstinencia de los antidepresivos son más comunes. En general, los estudios existentes que pretenden demostrar las propiedades de prevención de recaídas de los antidepresivos deben interpretarse con cautela, y se requieren más pruebas para demostrar definitivamente la magnitud de las propiedades de prevención de recaídas de los antidepresivos.

  • Quilichini y otros, en 2022, publican un artículo en Journal of Affective Disorders titulado: “Efectos comparativos de 15 antidepresivos sobre el riesgo de síndrome de abstinencia: un estudio del mundo real utilizando la base de datos de farmacovigilancia de la OMS”. Comentan que si bien los informes de casos y los ensayos clínicos informaron el síndrome de abstinencia después de la reducción y/o la interrupción de los medicamentos antidepresivos, no se ha realizado ningún estudio grande para comparar el riesgo entre los diferentes antidepresivos. La conclusión de este gran estudio observacional en un entorno del mundo real sugiere que el uso de antidepresivos de vida media corta aumenta el riesgo de informar el síndrome de abstinencia en comparación con los antidepresivos de vida media larga. Entre los antidepresivos más comunes, la paroxetina y los inhibidores de la recaptación de serotonina-noradrenalina se asocian con un mayor riesgo de presentar síndrome de abstinencia.

  • Zwiebel y Viguera, en 2022, publicaron un artículo en Cleveland Clinic Journal of Medicine, titulado: “Descontinuar los antidepresivos: Perlas y trampas”. Señalan que dejar de tomar antidepresivos puede ser un desafío debido a la alta tasa de síntomas de discontinuación. Los pacientes con síndrome de discontinuación de antidepresivos (ADS, por sus siglas en inglés) comúnmente experimentan insomnio, síntomas similares a los de la gripe, alteraciones del estado de ánimo, mareos y parestesias, pero una amplia gama de efectos adversos efectos es posible. Los síntomas pueden durar de días a meses, y diferentes síntomas tienen diferentes duraciones. La educación al paciente, la identificación de los pacientes con mayor riesgo de desarrollar síntomas y una reducción gradual o cruzada de los antidepresivos son pasos importantes para mitigar el riesgo de ADS. Las reducciones deben ser llevadas a cabo durante semanas o meses. Los síntomas de interrupción deben manejarse reiniciando la dosis anterior de antidepresivo y luego disminuyendo aún más lentamente, con manejo sintomático adicional según sea necesario.

  • Sørensen y otros, en 2022, han publicado en Journal of Affective Disorders un artículo titulado: “Descripción de los síntomas de abstinencia de antidepresivos en las guías de práctica clínica sobre depresión: una revisión sistemática”. Describen que los síntomas de abstinencia a los antidepresivos pueden simular los síntomas de una recaída de la depresión y pueden ser un desafío para los pacientes cuando disminuyen o descontinúan los antidepresivos. El objetivo del trabajo fue evaluar cómo se describen los síntomas de abstinencia en las principales guías de práctica clínica sobre la depresión del Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, Singapur, Irlanda y Nueva Zelanda. Se incluyeron 21 guías, 15 (71%) de las cuales indicaron que pueden ocurrir síntomas de abstinencia o interrupción. Ninguna de las pautas proporcionó una lista exhaustiva de posibles síntomas de abstinencia; diez (48%) guías mencionaron al menos un síntoma específico, con un rango entre cuatro y 39 síntomas. La superposición sintomática entre la abstinencia y la recaída se mencionó en cuatro guías (19%). Los síntomas de abstinencia generalmente se describieron como leves, breves y autolimitados; y grave en una minoría de casos. Las estimaciones de la duración, la incidencia o el inicio esperado se informaron en cinco guías (24%), y en todos los casos fueron inferiores a las informadas en las revisiones sistemáticas. Como conclusión, consideran que las guías de práctica clínica brindan información escasa e inadecuada sobre los síntomas de abstinencia de antidepresivos y orientación limitada para distinguir los síntomas de abstinencia de los síntomas de recaída.

  • Gastaldon y otros, en 2022, publican en Psychol Med un artículo titulado “Síndrome de abstinencia neonatal tras la exposición intrauterina a antidepresivos: un análisis de desproporcionalidad de VigiBase, la base de datos de informes espontáneos de la OMS”. Llevan a cabo un estudio de farmacovigilancia basado en VigiBase®, la base de datos de la OMS de sospechas de reacciones adversas a medicamentos. Se incluyeron un total de 406 reportes de síndrome de abstinencia neonatal en 379 neonatos relacionados con 15 antidepresivos. Se detectó una notificación desproporcionada para los antidepresivos como grupo en comparación con todos los demás medicamentos. Surgió una desproporcionalidad significativa para todos los antidepresivos individuales excepto para el bupropión. Los síntomas más frecuentes incluyeron síntomas respiratorios, irritabilidad/agitación, temblor y problemas de alimentación. Concluyeron que la mayoría de los antidepresivos se asocian con señales moderadas de notificación desproporcionada de síndrome de abstinencia neonatal, lo que debe tenerse en cuenta al prescribir un antidepresivo durante el embarazo, independientemente de la clase.

  • Sørensen y otros, en 2022, publican en Ther Adv Psychopharmacol un artículo titulado “Recomendaciones de la guías de práctica clínica sobre la reducción gradual y la interrupción de los antidepresivos para la depresión: una revisión sistemática”. El objetivo del estudio fue evaluar el alcance y el contenido de la orientación sobre la reducción gradual y la interrupción de los antidepresivos en las principales guías de práctica clínica sobre la depresión. Se llevó a cabo una revisión sistemática de las guías de práctica clínica sobre depresión emitidas por las autoridades sanitarias nacionales y las principales organizaciones profesionales nacionales o internacionales del Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, Singapur, Irlanda y Nueva Zelanda. Se evaluaron las guías de práctica clínica en busca de recomendaciones e información relevante para la reducción gradual y la interrupción de los antidepresivos. De las 21 guías de práctica clínica incluidas, 15 (71%) recomendaron que los antidepresivos se redujeran gradualmente o lentamente, pero ninguna brindó orientación sobre las reducciones de dosis, cómo distinguir los síntomas de abstinencia de las recaídas o cómo manejar los síntomas de abstinencia. Los desafíos psicológicos no se abordaron en ninguna guía de práctica clínica, y los algoritmos de tratamiento y los diagramas de flujo no incluyeron la interrupción. La calidad de las guías de práctica clínica fue en general baja. Las conclusiones fueron que las principales guías de práctica clínica actuales brindan poco apoyo a los médicos que desean ayudar a los pacientes a suspender o disminuir los antidepresivos en términos de mitigación y manejo de los síntomas de abstinencia. Una mejor orientación requiere mejores ensayos aleatorizados que investiguen las intervenciones para suspender o disminuir los antidepresivos.

  • Gastaldon y otros publican, en 2022, en Drug Saf un artículo titulado “Síndrome de abstinencia tras la interrupción de 28 antidepresivos: análisis de farmacovigilancia de 31.688 informes de la base de datos de informes espontáneos de la OMS”. El objetivo del estudio fue determinar si los antidepresivos se asocian con un aumento de los informes de síndrome de abstinencia en comparación con otros medicamentos e investigar los factores de riesgo de reacciones graves. Se realizó un estudio de farmacovigilancia, basado en VigiBase®, la base de datos global de la OMS de informes de seguridad de casos individuales de sospechas de reacciones adversas a medicamentos. Se realizó un análisis de desproporcionalidad de los informes de síndrome de abstinencia relacionado con los antidepresivos. Comparamos los antidepresivos con todos los demás fármacos y entre sí dentro de cada clase de antidepresivos (ISRS, tricíclicos y otros antidepresivos). Con base en la clasificación de prioridad clínica, los informes desproporcionados más fuertes se encontraron para paroxetina, duloxetina, venlafaxina y desvenlafaxina. El síndrome de abstinencia se informó como grave con mayor frecuencia en hombres, adolescentes, personas en polifarmacia y con una duración más prolongada del tratamiento antidepresivo. Como conclusiones, los antidepresivos se asocian con un aumento de los informes de síndrome de abstinencia en comparación con otras clases de fármacos. Al prescribir y suspender los antidepresivos, los médicos deben ser conscientes de la propensión potencialmente diferente del síndrome de abstinencia entre los antidepresivos individuales y la posibilidad de experimentar síntomas de abstinencia más graves en relación con las características específicas del paciente.

  • Horowitz y otros publican en 2022 en la revista CNS Drugs un artículo titulado “Cálculo del riesgo de abstinencia de antidepresivos a partir de una revisión de datos publicados”. Los autores señalan que la adaptación del cerebro a la presencia de una droga predice la abstinencia al dejarla. El resultado de la adaptación a menudo se denomina "dependencia física" en farmacología, a diferencia de la adicción, aunque lamentablemente estos términos se han fusionado en algunas guías de diagnóstico. La dependencia física a los antidepresivos puede ocurrir en algunos pacientes, consistente con el hecho de que algunos pacientes experimentan efectos de abstinencia de estos medicamentos. Se cree que una mayor duración del uso, dosis más altas y antidepresivos específicos afectan el riesgo de efectos de abstinencia de antidepresivos, ya que podrían causar una mayor adaptación del cerebro. En la revisión, se encontró que la mayor duración del uso se asoció con una mayor incidencia y gravedad de los efectos de abstinencia. Los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina y la paroxetina están asociados con riesgos más altos que otros antidepresivos, aunque faltan datos para algunos antidepresivos. Las dosis más altas de antidepresivos tienen una asociación débil con un mayor riesgo de abstinencia, con algunos efectos máximos, tal vez reflejando las relaciones de ocupación del receptor. Se sabe que la experiencia pasada de los efectos de abstinencia predice el riesgo futuro. Con base en estos datos, subrayamos una rúbrica preliminar para determinar el riesgo de síntomas de abstinencia para un paciente en particular, lo que puede tener relevancia para determinar las tasas de reducción gradual. Dado el alcance limitado de la investigación actual, la investigación futura debe apuntar a aclarar la predicción del riesgo de abstinencia de antidepresivos, especialmente al examinar el riesgo de abstinencia en usuarios de medicamentos a largo plazo, así como la gravedad y la duración de los efectos, para mejorar una herramienta preliminar con fines predictivos. La investigación adicional sobre las adaptaciones precisas en el uso de antidepresivos a largo plazo puede mejorar la capacidad de predecir los efectos de abstinencia para un paciente en particular.


Esperamos haber sido útiles en disminuir el desconocimiento del Dr. Arango, en corregir la falsedad publicada por elDiario.es y, sobre todo, en difundir información fidedigna para que las personas que toman antidepresivos, o que van a iniciarlos o suspenderlos, puedan conocer bien el riesgo de síndrome de abstinencia que está bien documentado para estos fármacos (como la bibliografía deja claro y sorprendentemente el Dr. Arango parece ignorar).



La Salud Mental en la encrucijada: un asunto público y comunitario

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Recientemente fuimos invitadas a participar como ponentes en las Jornadas estatales en defensa de la sanidad pública, organizadas en La Laguna, Tenerife, por el grupo político Sí Podemos Canarias. El programa era del mayor interés, y nosotras pudimos aportar esta charla que incluimos a continuación, sobre un tema que nos preocupa intensamente.



La Salud Mental en la encrucijada: un asunto público y comunitario.

Primero agradecer a las organizadoras de este encuentro la oportunidad de participar. Mi nombre es Amaia Vispe Astola y soy enfermera especialista en Salud Mental desde hace 20 años. Trabajo en el Equipo Comunitario Asertivo del Hospital de la Candelaria del Servicio Canario de Salud. Somos un equipo que trabajamos en la comunidad acompañando en la recuperación a las personas que han sido diagnosticadas de lo que llamamos un trastorno mental grave (es decir, personas diagnosticadas de esquizofrenia, trastorno bipolar, trastorno de ideas delirantes). Personas que en un momento concreto de su vida se sintieron tan solas y tan dañadas que la única opción para ellas fue enloquecer. Nosotras las acompañamos en el camino de sus vidas para que no se vuelvan a sentir solas, para que empiecen a creer en ellas mismas y para decirle a la sociedad que son personas de pleno derecho.

Les hablaré de un nosotras porque hoy no estoy sola delante de ustedes. Me acompañan, aunque no lo vean, unas queridas compañeras de profesión y de vida.

Hemos escogido este título porque pensamos que la salud mental está en un cruce de caminos y existen diferentes modelos desde donde abordarla que dependen de las decisiones políticas que como sociedad tomemos.

Vivimos desde hace unos años mucha preocupación por la salud mental en el ámbito público. Esto evidentemente, tiene un lado positivo porque ayuda a visibilizar sufrimientos ocultos, a paliar el estigma y facilita que se proporcionen recursos para atender a las personas que sufren problemas de salud mental. Sin embargo, también tiene por lo menos tres aspectos negativos. El primero sería el riesgo de psiquiatrizar y psicologizar como salud mental lo que son problemas sociales en relación a la desigualdad, a la precariedad y al patriarcado. En segundo lugar, en base a la ley de cuidados inversos (se ayuda más a quien más lo solicita pero no al que más lo necesita), se corre el riesgo de prestar más atención a los diagnósticos comparativamente mas leves que a los llamados trastornos mentales graves (evidentemente, las personas diagnosticadas de esquizofrenia no aprecian la necesidad de ser ayudadas). No decimos que no haya que atender a unos a costa de atender a los demás. Y en tercer lugar, y en relación con esto, observamos que en el afán de proporcionar a la población medios y recursos, se corre el riesgo de caer en externalizaciones y privatizaciones que lleven a una atención cuestionable.

En esta encrucijada se plantea la elección entre una atención sociosanitaria a la salud mental pública y caer en privatizaciones y externalizaciones diversas. Queremos dejar claro que esto es algo que podemos y debemos elegir como sociedad, y que esta elección tendrá a corto, medio o largo plazo unas consecuencias u otras.

Todos conocemos los riesgos de las privatizaciones más obvias como hospitales privados que asumen parte de la atención sanitaria de una comunidad, muchas veces rescatados con dinero público por no ser rentables para luego pretender ser privatizados de nuevo. También modelos que consideramos perversos en el que el sector privado gestiona hospitales o centros de salud públicos con resultados que no mejoran la gestión pública más allá de engordar la cuenta de beneficios de las empresas adjudicatarias.

En la sanidad en general, y de forma destacada en salud mental, juega un papel determinante la industria farmacéutica como agente privado. Es cierto que podríamos tener una industria farmacéutica pública, pero no la tenemos (esto también es una decisión política que podría ser tomada). Uno de los problemas de que sea exclusivamente el sector privado quien comercializa nuevos fármacos (siempre a partir de un montón de investigación básica llevada a cabo con financiación pública en universidades) es el exorbitante precio de algunos de ellos. Hemos asistido, por ejemplo, al enriquecimiento de empresas privadas con las imprescindibles vacunas del COVID desarrolladas originalmente con grandes inversiones de dinero público como ya hemos dicho. Así como vemos precios cada vez más disparatados con una opacidad absoluta sobre cuál es el coste real del fármaco en cuestión. También comprobamos cómo fármacos de eficacia conocida y bajo coste dejan de producirse por no dar suficientes beneficios. Esta problemática no ha sido resuelta por ningún gobierno. Por poner un ejemplo reciente, en salud mental acaba de ser aprobada la esketamina para depresión resistente, la cual, según un trabajo en preparación del Grupo de Psicofarmacoterapia de la Asociación Española de Neuropsiquiatria, presenta serias dudas sobre su eficacia y riesgos potenciales, con un coste aproximado de 18.000€ por paciente y año. Que Sanidad destine esa cantidad de dinero a un fármaco con dudosos resultados y no a contratación de personal o a recursos sociosanitarios es, como señalaba antes, una decisión política que puede tomarse o no.

Sin embargo, más allá de estas cuestiones obvias, sí quiero detenerme en otro tipo de externalización o privatización que va estando cada vez más presente en nuestra comunidad. En otras comunidades autónomas como Madrid y Cataluña, hace tiempo que se deriva al sector privado una parte cada vez más grande de la atención sociosanitaria, específicamente en el ámbito de la rehabilitación en salud mental aunque no sólo en este. Vemos con preocupación como pisos supervisados, residencias, centros de día, atención en los domicilios, etc. son gestionados a veces por empresas o a veces por asociaciones sin ánimo de lucro pero que no forman parte de nuestra sanidad pública. En Tenerife, se han creado en los últimos años dispositivos residenciales para personas diagnosticadas de trastorno de personalidad, con financiación pública y totalmente independientes del Servicio Canario de Salud.

Una de las señas de identidad de la reforma psiquiátrica de los años 80, que permitió el cierre de los manicomios y el desarrollo de una atención a la salud mental de gran calidad aunque actualmente desbordada, fue la unificación de todos los dispositivos en una red asistencial pública y común, que dependiera de una única administración, que fue primero el Instituto Nacional de la Salud (Insalud), dependiente del Ministerio de Sanidad, y posteriormente, las consejerías de sanidad de las comunidades autónomas. Esto se recuerda poco, pero hasta ese momento la atención a las personas con problemas de salud mental era un caos entre dispositivos como los antiguos hospitales psiquiátricos dependientes de los cabildos o las diputaciones en la península, otros de beneficencia y algunas unidades de agudos o consultas externas dependientes del Insalud. La reforma permitió que en prácticamente todas las comunidades autónomas se agruparan todos estos dispositivos bajo un paraguas común, lo que creó redes, no exentas de deficiencias, pero con una coordinación excelente. Todos los profesionales de esta red, ya fueran sanitarios o sociales, trabajaban en este caso para el Servicio Canario de Salud agrupados en las diferentes gerencias pero con sistemas de coordinación tanto formales como informales que han funcionado a la perfección.

A día de hoy contamos, como ya hemos dicho, con estos recursos de gestión privada que están fuera de la red de salud mental. No pertenecen al Servicio Canario de Salud, su financiación sí es pública pero su gestión es privada. Vemos con preocupación que esta tendencia va en aumento.

Y en esto, nos vamos a poner como ejemplo: nuestro equipo tiene psiquiatras, enfermeras especialistas en salud mental, psicólogos clínicos y trabajadoras sociales. Nuestro modelo trabaja en coordinación tanto con asociaciones de familiares como con empresas privadas. Ellos ponen los recursos (pisos, miniresidencias, centros de día, talleres ocupacionales) y parte del personal (educadores, monitores, animadores,..), todo ello financiado con dinero público a través del Instituto de Atención Sociosanitaria. La coordinación tanto con entidades privadas como con asociaciones ha pasado, como la vida misma, por muchos altos y bajos. Consideramos que todos somos actores válidos y necesarios para llevar a cabo la mejor atención pública a las personas diagnosticadas de un trastorno mental grave. Es un modelo de atención tan completo que somos referente para otras comunidades. Damos también cobertura en la empleabilidad a través de Simpromi (empresa pública del Cabildo Insular de Tenerife que trabaja para lograr la plena inclusión de las personas con discapacidad) y contamos con una técnico en el equipo para ello. Toda esta red de redes que se ha tejido alrededor de la vida de las personas diagnosticadas de trastorno mental grave sirve de apoyo para tener una vida digna, autónoma y plena de capacidades y derechos. En el contexto de esta red de redes con distintos agentes, asociaciones, empresas, etc. es imprescindible que sea la sanidad pública quien tenga el control y lleve a cabo la imprescindible coordinación. Para trabajar en la comunidad con personas diagnosticadas de trastorno mental grave es necesario un equipo profesional que pertenezca a la sanidad pública, que aporte una filosofía de trabajo centrada en la recuperación, basada en una ética que ponga al paciente en el centro. Sin un equipo público con esta filosofía, las redes se rompen, se pierde de vista la recuperación como objetivo último y lo asistencial degenera porque no hay que olvidar que el camino que sale del manicomio puede volver a él.

El Servicio Canario de Salud cuenta con excelentes profesionales muy bien formados, no solo en el momento actual, sino que funciona constantemente con una actividad que forma profesionales para el futuro. El personal en formación tanto en pregrado como residentes (de las tres especialidades: psiquiatría, enfermería de salud mental y psicología clínica) son el futuro de nuestra sanidad pública. No hay nada parecido a esto en el sector privado.

Dentro también de la sanidad pública tenemos actividades de formación continua a través de sesiones y seminarios a distintos niveles, y también actividad investigadora con publicaciones, ponencias a congresos, etc. Esto no existe de la misma manera en el sector privado.

No dudamos del carácter bienintencionado de estas empresas o asociaciones, pero en última instancia el interés es el beneficio económico o bien, en aquellas llamadas sin ánimo de lucro, la percepción de subvenciones para asegurar su funcionamiento y crecimiento. Creemos que esta lógica de funcionamiento puede llegar a pervertir el fin último que no es otro que la atención a los usuarios. Evidentemente, en el sector público es obvio que no existe esta problemática. En relación a las asociaciones de familiares, aparece también un conflicto de intereses entre los usuarios de salud mental y sus familias. Muchos de los usuarios tienen situaciones familiares complejas y desde el sector público no perdemos de vista la ley de autonomía del paciente que deja claro que los usuarios puede negarse a que se dé información a su familia. Creemos que si la atención que se recibe estuviera en manos de la asociación en la cual el familiar es socio, el conflicto estaría servido.

En resumen, creo que debemos conservar, promover y reforzar la público. No solo en salud mental y ni siquiera en sanidad, y evitar claramente externalizaciones o privatizaciones a empresas o incluso a ONGs, que a pesar de sus buenas intenciones, acaban funcionando con una lógica empresarial de crecimiento y autosostén que puede llegar a perder de vista el bienestar del paciente.

¡Muchas gracias!



Hasta aquí, nuestra charla del otro día. En el coloquio posterior, otra de las ponentes, Henar Moreno, resumió magistralmente la idea que nosotras queríamos transmitir. Señaló que las asociaciones deben reclamar a la administración siempre más y mejores recursos, pero no son ellas quienes deben gestionarlos. La gestión debe ser siempre pública, porque es la mejor.


Libro Postpsiquiatría (Jose G.-Valdecasas y Amaia Vispe, editorial Herder)

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Hoy estamos muy contentos. Como sabrán, hace ya cinco años publicamos nuestro libro Postpsiquiatría, como recopilación y condensación de todo el trabajo llevado a cabo en este blog desde aquel ya lejano 2010. Por desgracia, la editorial Grupo 5 cerró a los pocos meses y la obra quedó descatalogada.

Tras varias vicisitudes, tuvimos la suerte de que el Dr. Jorge Tizón abogó por dicha obra y la editorial Herder consideró interesante su publicación. Gracias al Dr. Tizón y a la amabilidad de Herder, ahora sale nuestro libro en su colección 3P (Psicopatología y Psicoterapia de las Psicosis).

Se trata de una completa revisión y corrección del trabajo previo, con algunos capítulos modificados en profundidad, otros ampliados y todos ellos revisados, junto a una actualización de la bibliografía, especialmente en lo referente a estudios científicos. 

Como decíamos al principio, estamos muy contentos de ver el resultado de nuestro trabajo y que este sea accesible para quien le pueda interesar.






Aquí el índice de la obra y la sinopsis de la misma.


ÍNDICE


Prólogo. Más allá del paradigma biologista en psiquiatría. Jorge L. Tizón.


1. ¿El fin de la psiquiatría?

       • De traidores, víctimas y deserciones.

               - Orígenes y fines.

                - Una historia clínica para empezar.

                - Diario de guerra en Monte Miseria.

        • El artículo fundacional de la postpsiquiatría.


2. Bases filosóficas explícitas.

        • Determinismo o libertad: recorrido filosófico (inevitablemente parcial).

        • La cuestión posmoderna a partir de Lyotard.

        • Cuestiones sobre feminismo, género, naturaleza y cultura.


3. Funciones y disfunciones de la psiquiatría.

        • Para qué sirve y para qué se usa la psiquiatría.

        • Reflexiones sobre la psiquiatría desde Tecnologías del yo de Michel Foucault.

        • De juicios y prejuicios: subjetividad en psiquiatría.

        • Diagnóstico e investigación: una relación problemática.

        • El fin de la psicopatología.

                - Qué es (o querría ser) la psicopatología.

                - Cómo funciona y para qué sirve la psicopatología.

                - ¿Y qué se podría hacer tras tanta crítica?


4. De paradigmas psiquiátricos en crisis.

         • El psicoanálisis y nosotros, que lo quisimos tanto.

         • Crisis: ¿hacia un nuevo paradigma en psiquiatría?

                - Paradigma biologicista en psiquiatría.

                        . 1) Aspectos científicos, tecnológicos y sociales.

                        . 2) Cuestionamientos.

                        . 3) El concepto de enfermedad.

                - La psiquiatría más allá del paradigma biologicista. 

        • Narrativas postpsiquiátricas desde la enfermería.

                - Modernidad y posmodernidad.

                - El panóptico.

                - Construccionismo social.

                - Narrativa.

                - La posición de «no saber».

                - Reflexiones finales.


5. La locura: naturaleza, clasificación, destino.

        • Nosología psiquiátrica: pasado y presente.

                - Un punto de inflexión-

                - Historia de la nosología psiquiátrica.

                        . 1) Los fundamentos de la clínica (Bercherie).

                        . 2) Ensayo sobre los paradigmas de la psiquiatría moderna (Lantéri-Laura).

                        . 3) Locura de la psiquiatría (Fernández Liria).

                        . 4) Fundamentos de psicopatología psicoanalítica (Álvarez, Esteban y Sauvagnat).

        • Conceptos de esquizofrenia y delirio.

                - Concepto de esquizofrenia.

                - Concepto de delirio.

        • La(s) psicosis: definición.

        • La(s) psicosis: condición, enfermedad, estructura.

                - La psicosis como condición.

                - La psicosis como enfermedad.

                - La psicosis como estructura.

                - La psicosis según Cullberg.

        • Psicosis agudas (y no primeros episodios psicóticos).

                - Psicosis agudas.

                        . 1) Los fundamentos de la clínica (Bercherie).

                        . 2) Psicosis agudas: análisis histórico, conceptual y clínico (Luque).

                - Psicosis cicloides.

                - Reivindicando la psicosis aguda frente al episodio psicótico.

        • De construcciones y deconstrucciones: la psicosis histérica.


6. Industria farmacéutica y psiquiatría.

        • La raya en la arena: psiquiatría ética vs. relaciones con la industria.

                - Ética.

                - El conflicto de intereses.

               - ¿En qué aspectos se manifiesta la relación de la industria farmacéutica con la psiquiatría y sus profesionales?

                        . 1) Clasificaciones psiquiátricas.

                        . 2) Investigación psiquiátrica.

                        . 3) Desarrollo de nuevos fármacos.

                        . 4) Marketing.

                - Transparencia.

                - Razones para no aceptar un bolígrafo.

                .         1) Argumento ético.

                        . 2) Argumento económico.

                        . 3) Argumento legal.

                - ¿Alguna solución a la vista?


7. ¿Arsenal terapéutico seguro y eficaz?

        • MBE: entre la herramienta científica y el paradigma comercial.

                - Medicina basada en la evidencia en psiquiatría.

        • Modelos de acción de los psicofármacos.

        • Prevención cuaternaria en salud mental.

        • Razones para prescribir un fármaco nuevo.

        • Prescripción fuera de indicación (off-label): cuestiones legales.


8. Bibliografía crítica sobre psicofármacos.

        •Antipsicóticos: eficacia y riesgos.

                - Antipsicóticos intramusculares de acción prolongada.

        •Antidepresivos: eficacia y riesgos.

        • Otros tratamientos: eficacia y riesgos.

                - Ansiolíticos / hipnóticos.

                - Estimulantes.

                - Gabapentinoides.

                - Otros fármacos.

                - Terapia electroconvulsiva.

                - Estimulación magnética transcraneal.

                - Otros trabajos.


9. De locos y derechos civiles: autonomía, diálogo y apoyo mutuo.

        • La (no tan difícil de entender) diferencia entre maldad y locura.

                - El caso Breivik.

                - El caso Lanza.

        •Autonomía del paciente y consentimiento informado: un poco de respeto.

                - Declaración de los derechos humanos y de la salud mental.

                - Consentimiento informado.

        •Voces en primera persona.

                - El revés del tapiz de la locura.

                - Escuchadores de voces.


10. Mitos en la psiquiatría actual.

        • Ficción de terror: el caso del TDAH.

                - Volviendo a la normalidad.

                - ¿Causalidad biológica del TDAH?

                - El marketing en el TDAH.

        • El eterno bulo de los genéricos.

        • El (impactante) caso del factor de impacto.

        • Cuentos sobre neurobiología y neuroprotección.


11. Conclusiones (éticas y políticas).

        • Psiquiatría y cultura.

        • Más allá de la psiquiatría: capitalismo y cambio climático.

                - El capitalismo y sus trampas.

                - El cambio climático y sus riesgos.


Referencias bibliográficas.


SINOPSIS

Un texto imprescindible para repensar la psiquiatría. Este libro plantea reflexiones críticas sobre la psiquiatría actual que incluyen, entre otros temas, la exagerada psiquiatrización de malestares de origen social, la inconsistencia y escasa utilidad de los diagnósticos psiquiátricos, la perniciosa influencia de la industria farmacéutica sobre los profesionales. Asimismo, presenta una amplia revisión de estudios científicos que cuestionan, con datos, un discurso triunfalista sobre los tratamientos psicofarmacológicos, que exagera beneficios y minusvalora riesgos potencialmente graves. La postura crítica de los autores busca contribuir a lograr un cambio en la psiquiatría, no solo como institución social organizada en un contexto determinado, sino también como disciplina científica. La psiquiatría debe ser más útil y respetuosa con las personas que trata, tener en cuenta la sociedad en la que estas están insertas y, de forma aún más urgente, ser lo menos dañina posible para todos. Una meta que puede parecer inalcanzable, pero por la que no se debe dejar de luchar, sin miedo y, si es preciso incluso, sin esperanza.






Brevísima historia de la AEN a las puertas del centenario

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Las siglas “AEN-PSM” significan “Asociación Española de Neuropsiquiatría - Profesionales de Salud Mental”, que es el nombre completo de nuestra Asociación en la actualidad. Como lo ideal para contar una historia es empezar por el principio, por allí comenzaremos, resumiendo el magistral trabajo realizado por José Lázaro en un artículo ya clásico sobre la historia de la Asociación desde 1924 hasta 1999, disponible en abierto en la Revista de la AEN (vol. 20, nº 75, 2000).



Resumen del artículo: “Historia de la Asociación Española de Neuropsiquiatría” de José Lázaro

La Asociación Española de Neuropsiquiatría fue fundada en Barcelona el 29 y 30 de diciembre de 1924 y, como dice Lázaro, su historia refleja la propia historia de la psiquiatría española. Diferencia el autor tres períodos: de 1924 a 1936, de 1940 a 1977 y de 1977 a 1999, año en que escribe su artículo. Hoy en día podríamos sin duda hablar de un cuarto período desde 1999 hasta la actualidad, no exento de vicisitudes.

En el momento de la fundación de la AEN, se está produciendo un gran desarrollo de la psiquiatría en el país, que avanza hacia cierta madurez científica y a su establecimiento como especialidad médica. En estos años veinte del siglo pasado, aparecen dos instituciones que, a la vez, expresan la existencia de una floreciente disciplina psiquiátrica y contribuyen a darle forma: la Asociación Española de Neuropsiquiatría y la Liga Española de Higiene Mental (fundada sobre la base de la Asociación). La Asociación tenía como objetivo el intercambio de información entre los especialistas sobre cuestiones científicas y profesionales, mientras que la Liga tenía sus puertas abiertas a todos los interesados en la difusión de conocimientos y en la implantación de hábitos de conducta tendentes a la protección de la salud mental y a la prevención de la enfermedad.

Fue en el II Congreso Nacional de Medicina, celebrado en Sevilla en 1924, donde Emilio Mira y Belarmino Rodríguez Arias propusieron, en nombre de la Revista Médica de Barcelona, la creación de una asociación profesional de neuropsiquiatras que sirviese para el desarrollo de una Liga Española de Higiene Mental. Con este fin, Mira y Rodríguez Arias se pusieron en contacto con una amplia serie de neuropsiquiatras de distintas partes del país y convocaron una reunión para crear la asociación, que se celebró en Barcelona en diciembre de ese mismo año, coincidiendo con una conferencia que daba en la ciudad Emil Kraepelin. Este acto se convocó en el seno de la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Barcelona, presidida por Manuel Saforcada, que se convertiría en el primer presidente de la entonces llamada Asociación Española de Neuropsiquiatras. En este congreso fundacional afloraron ya tres temas centrales para los profesionales de la época: la organización profesional de la especialidad, la organización de la asistencia (con los métodos terapéuticos) y la organización de la enseñanza psiquiátrica. Estos eran los tres aspectos fundamentales necesarios para constituir una nueva especialidad médica. Las conclusiones oficiales de estas jornadas son indicativas de los objetivos que se marcaba la nueva asociación, centrados en los aspectos estructurantes de la nueva especialidad: nueva legislación y reforma de la asistencia a los enfermos mentales, profesionalización de los alienistas, enseñanza universitaria de la psiquiatría y adopción oficial de una clasificación de las enfermedades mentales moderna y científica. Como señala Lázaro, llama la atención que todas las conclusiones se refieran a cuestiones psiquiátricas y no neurológicas.

Desde 1924 hasta 1936 las actividades de la Asociación Española de Neuropsiquiatras se centraron en sus reuniones anuales, llegando a realizarse siete. Durante estos años fue aumentando el número de socios, desde los 64 fundadores hasta 214 en 1935. La primera reunión científica se celebró en 1926 en Barcelona y en ella se aceptó la oferta de Lafora de publicar las actas de la reunión en la revista Archivos de Neurobiología, que acabaría convirtiéndose en el órgano oficial de la Asociación hasta 1936. Fue también en esta primera reunión cuando Saforcada, Mira y Rodríguez Arias presentaron el proyecto de creación de la Liga Española de Higiene Mental. Entre 1926 y 1936 la Liga desarrolló una intensa actividad paralela a la de la Asociación pero diferenciada, celebrándose las reuniones anuales de forma simultánea pero independiente para ambas organizaciones, destacando en las de la Liga la preocupación por las cuestiones prácticas de organización asistencial y por la legislación. El presidente del primer Consejo Directivo de la Liga fue Santiago Ramón y Cajal (que fue también nombrado miembro de honor de la Asociación en 1927). La Liga publicó regularmente un Boletín de Higiene Mental, así como folletos divulgativos y charlas radiofónicas. Tuvo una gran influencia en el decreto sobre la asistencia psiquiátrica de 1931 y otras disposiciones legales y hay que decir que su número de actividades y la difusión de las mismas fueron mucho mayores que los de la propia Asociación.

En las distintas reuniones de la Asociación la dinámica habitual hasta 1931 era de reiteradas demandas reformistas por parte de unos profesionales cada vez más organizados, pero con escasa respuesta de las autoridades.

Lázaro considera que la segunda etapa de la historia de la AEN se inicia en abril de 1940, instaurada ya la dictadura, cuando los neuropsiquiatras españoles reciben una carta en la que se presenta la Sociedad Española de Neurología y Psiquiatría. Se consideraba liquidada la antigua Asociación, así como la Liga, y se inauguraba una nueva revista: Actas Españolas de Neurología y Psiquiatría, dirigida por López Ibor. Esta nueva sociedad, sin embargo, tendrá una existencia efímera, celebrando un único congreso en Barcelona en 1942. Presenta la actitud propia del momento histórico, afirmando la esencia de la cultura española y queriendo dejar en segundo plano “lo que ocurre en el extranjero”, intentando esbozar un proyecto psiquiátrico nacional.

Es discutible hasta qué punto este congreso forma parte de la historia de la AEN. La intención de los organizadores era hacer borrón y cuenta nueva del pasado. Como señala Lázaro, el viejo sueño de borrar la historia para poder inaugurarla. Solo lo consiguieron a medias, porque la Sociedad Española de Neurología y Psiquiatría sería pronto olvidada.

En 1949 se celebró una asamblea en Madrid bajo la presidencia de Vallejo Nágera, usándose en el acta de la misma por primera vez el nombre de Asociación Española de Neuropsiquiatría, no el de la Sociedad constituida unos años antes ni el de la previa Asociación Española de Neuropsiquiatras. No hay datos sobre si la diferencia es un descuido o una decisión de ruptura con la época anterior. Según parece, viejos miembros de la Asociación no dejaron de comentar con ironía que tenía sentido que los neuropsiquiatras se asociaran entre sí, pero ¿con quién iba a asociarse la neuropsiquiatría? La continuidad con la Sociedad anterior presidida por López Ibor queda constatada en el acta, al referirse a él como “anterior Presidente” y recoger que este pone a disposición de la Asociación de Neuropsiquiatría el dinero remanente del congreso previo celebrado en Barcelona.

De esta forma se estableció la continuidad, en 1949, con la Asociación fundada en 1924 y se reiniciaron sus actividades bajo la denominación de Asociación Española de Neuropsiquiatría, que se ha prolongado de forma continuada hasta la actualidad [y que nos van a permitir celebrar el año próximo el centenario de la AEN]. De hecho, consta también en el acta que ante preguntas del Dr.Subirana, la presidencia contesta que la actual Asociación es continuidad no solo de la reorganizada después de la guerra sino también de la primitiva Asociación de Neuropsiquiatría.

En la postguerra, por otra parte, la Liga Española estuvo aletargada y posteriormente se fundó otro organismo más integrado en la Administración: El Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica (PANAP), englobándose el viejo concepto de “higiene mental” en el más moderno de “psiquiatría social”.

En 1957 se inicia el más antiguo de los libros de actas conservados, y su primera acta es “De la constitución de la Asociación Española de Neuropsiquiatría”, que se llevó a cabo el 4 de abril de 1957, con residencia en la Clínica Psiquiátrica de Ciempozuelos. Se supone que la causa de esta tardía constitución ocurrió por descuido previo en los necesarios trámites burocráticos.

En el congreso de 1960 aparece por primera vez un simposio paralelo al programa oficial que incluía un almuerzo ofrecido por una empresa farmacéutica [práctica de colaboración con la industria farmacéutica que continuó hasta que por fin fue eliminada a iniciativa de la Junta presidida por Mikel Munárriz elegida en 2015].

Durante toda la etapa de la AEN durante el franquismo, la presencia de los neurólogos fue continuada y relevante, como se aprecia en las distintas ponencias. El conjunto de dichas ponencias muestra que la especialidad psiquiátrica ya no es un proyecto embrionario como en la etapa previa, sino una realidad consolidada que busca su desarrollo.

La que Lázaro considera tercera etapa en la historia de la AEN (y en la que la Asociación empieza a ser conocida por sus siglas, lo que era poco frecuente hasta entonces), o de diversificación, se inicia en 1977 con lo que llama la “toma” de la Junta Directiva en el congreso de Sevilla. Pero hay antecedentes en los años previos. En el congreso de Benalmádena de 1971 entran 94 nuevos socios y aparecen varias candidaturas para la renovación de los cargos directivos, cosa que no había ocurrido hasta entonces. La asamblea debió prolongarse para discutir los conflictos existentes en varias instituciones psiquiátricas, en relación al abandono de dichas instituciones, a los abusos que sufrían los pacientes y a todo tipo de problemas concretos y acuciantes de la asistencia psiquiátrica. El público estaba formado mayoritariamente por psiquiatras y neurólogos de la vieja escuela que recibieron con sorpresa e indignación estos debates. Se produjo toda una irrupción de la psiquiatría contestataria.

El organismo que trató de aglutinar este movimiento de contestación a la psiquiatría tradicional se autodenominó “Coordinadora psiquiátrica”, organización asamblearia con una mínima estructura organizativa en la que se diferenciaron dos posturas: una que defendía la autogestión asamblearia y que conectaba con la versión más radical del movimiento antipsiquiátrico y otra que estaba formada por militantes del PCE y afines que, siguiendo la estrategia de aquellos años, buscaban infiltrarse en la asociación y “tomarla”.

En el congreso de Valladolid de 1973 estallaron los conflictos y se produjo un doble enfrentamiento. Los miembros más radicales de la Coordinadora trataron de boicotear el congreso oficial organizando un “Contracongreso” paralelo asambleario, mientras que la otra corriente mencionada era partidaria de presentar una candidatura a la Junta Directiva y hacerse con el control de la Asociación. Perdieron en Valladolid, pero habrían de ganar cuatro años más tarde en Sevilla.

A partir del congreso de Valladolid, se inician dimisiones en la AEN, pero se producen numerosas incorporaciones de psiquiatras jóvenes de orientación izquierdista. En el congreso de Sevilla de 1977 se produce la citada “toma” de la Junta Directiva por parte de esta psiquiatría crítica, desplazando a la vieja guardia sin apenas resistencia.

La nueva Junta que salió del congreso de Sevilla quería un nuevo tipo de Asociación, en consonancia con la vivencia colectiva de que el país iniciaba una nueva etapa tras la muerte del dictador. Se lleva a cabo una actividad febril, con múltiples reuniones y proyectos. Se va dejando de hablar de psiquiatras para usar el término “profesionales de la salud mental”, que posteriormente se incorporaría al propio nombre de la Asociación, que quedaría como “Asociación Española de Neuropsiquiatría - Profesionales de Salud Mental”.

La Asociación se ocupa especialmente del aspecto asistencial, en relación a los distintos conflictos que siguen produciéndose, e inicia contactos con la Administración y los partidos políticos para orientarlos sobre los proyectos de reforma necesarios.

En 1980 se aprueban unos nuevos estatutos: se abre la AEN a otros perfiles profesionales, sin delimitar explícitamente a cuáles: psicólogos, enfermeras, trabajadores sociales, auxiliares clínicos, etc. (esta entrada se produce a la vez que la salida de los neurólogos y de los psiquiatras que no estuvieron de acuerdo con la misma); la Asociación se transforma en una federación de asociaciones de las distintas regiones o nacionalidades [en la terminología de la época]; se facilita la creación de comisiones, secciones y grupos de trabajo para potenciar la actividad de la Asociación y se crea un comité de edición y un director de publicaciones encargados de la nueva Revista.

Estos estatutos no fueron aprobados por la Administración (entre otros problemas, la AEN no podía ser una federación por no existir asociaciones previas que pudiesen federarse). Se aprueban unos nuevos estatutos en 1983 prescindiendo de los artículos sobre la organización territorial y otros en 1989, ya completos, que obtienen la aprobación administrativa. En 1992 tienen que ser reformados de nuevo y se crea una Asociación de Psiquiatras de la Asociación Española de Neuropsiquiatría y lo mismo para los psicólogos [como se hará posteriormente para las enfermeras], con personalidad jurídica propia pero sin actividad diferenciada, para poder estar presentes en las distintas comisiones nacionales de dichas especialidades.

Se forman asociaciones en las diferentes comunidades autónomas, a petición de veinte socios o del 50% de socios de dicha comunidad. Los miembros de estas asociaciones autonómicas son a la vez miembros de la AEN y su cuota se distribuye entre ambas. Cada asociación decide su estructura y elige un representante en la Junta estatal, siendo la primera la Asociación Andaluza de Neuropsiquiatría, en 1982.

Hay que decir que la diversidad profesional y la evolución histórica de las especialidades sanitarias ha llevado en reiteradas ocasiones [y hasta nuestros días] a cuestionar el nombre de la Asociación.

Es en esta época también cuando se crean cuatro comisiones para asesorar a la Junta: de docencia e investigación, de evaluación de servicios asistenciales, de legislación y derechos humanos y de relaciones internacionales. Se crean también las secciones, como grupos de socios interesados en un tema particular a nivel científico o profesional.

La AEN se ocupa ampliamente en esta época de la cuestión asistencial, produciendo una ingente cantidad de documentos. Los planteamientos defendidos por la AEN para la reforma psiquiátrica serían: creación de un organismo planificador a nivel ministerial para posibilitar líneas comunes en todo el Estado; zonalización de la asistencia unificando en cada área todos los recursos públicos; en cada área, los Servicios de Salud Mental se harán cargo de toda la demanda y de las diversas estructuras públicas existentes; coordinación de los Servicios de Salud Mental con los sanitarios generales y con los de asistencia social; separación de Neurología y Psiquiatría en los ambulatorios; atención especial a la psiquiatría infantil; control de la creación de nuevos servicios para evitar duplicidades; financiación de los Servicios de Salud Mental sin discriminación de ningún tipo y reestruturación de la Comisión de Especialidades. Estos puntos señalan las grandes líneas de la reforma psiquiátrica que la AEN defendía en 1983.

Ha sido objeto de debate en distintos textos de algunos de los protagonistas de ese tiempo la relación entre la AEN y la Administración. Por un lado, ha habido acusaciones de haber abandonado los ideales revolucionarios de los setenta para ponerse al servicio del poder y utilizar la AEN como plataforma para acceder a cargos políticos. Por otro lado, se argumenta que la llegada del PSOE al poder en 1982 se entendió como la posibilidad de llevar a la práctica lo que durante mucho tiempo se había formulado teóricamente.

La Junta que salió del congreso de 1977 puso en marcha la publicación de un boletín que en 1981 dejó paso a la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Siempre ha sido una publicación abierta a todos los grupos profesionales, escuelas y tendencias que conviven en la Asociación, con un contenido variopinto pero representativo de la AEN. También, a partir de 1980 se inicia la publicación de las ponencias de los congresos en una colección de monografías, que más tarde incluirá trabajos de algunas jornadas nacionales y de las secciones.

La AEN tuvo en esta época un papel destacado en el desarrollo de una red sanitaria especializada para la atención de los trastornos mentales, en la superación de los viejos manicomios, de las consultas de neuropsiquiatría y de los servicios hospitalarios aislados, así como en la formación clínica de los profesionales a través de los sistemas MIR, PIR y EIR.

Se podría decir que la AEN, en esos momentos y hasta la actualidad, no es lo que fue la Asociación Española de Neuropsiquiatras en sus primeros tiempos ni tampoco lo que fue la Liga Española de Higiene Mental, sino más bien algo intermedio entre las dos. Desaparecida la Liga, la AEN ha asumido gran parte de sus funciones originales. Fue en una asamblea celebrada en 1999 donde se decidió modificar levemente el nombre de la AEN: “Asociación Española de Neuropsiquiatría - Profesionales de salud Mental”, [como se mantiene en los últimos estatutos fechados en 2019].



Resumen del artículo: “La AEN y la Psiquiatría española a finales del siglo XX” de Alberto Fernández Liria

Siguiendo ahora a Alberto Fernández Liria en un artículo sobre la AEN de 1999, la Asociación tiene una serie de señas de identidad características que llegan hasta nuestros días, aunque no sin algunas modificaciones:

● Compromiso con la sociedad frente a la falacia cientificista: La AEN se ha definido más por su compromiso con un determinado proyecto de atención a la población que no por priorizar la colaboración científica o defender los intereses de un colectivo de expertos. Se ha intentado descalificar a la AEN como una organización más “política” frente a otras que hacen gala de un “cientifismo” que más bien ha ocultado el plegamiento a los intereses de los profesionales, de colectivos académicos o de la industria farmacéutica que pone la financiación. Aspectos irrenunciables de la identidad de la AEN serían la defensa del sistema público de atención a la salud mental, la preocupación no solo por los procedimientos empleados en cada paciente sino por los efectos que dichos procedimientos tienen sobre la salud de la población o la denuncia de los usos ilegítimos o abusos de la psiquiatría.

● Independencia: La AEN debe ser independiente de la Administración, en primer lugar. Se puede colaborar con ella o recibir sus ayudas, pero la Asociación debe siempre mantener la capacidad de enfrentarse a dicha Administración en el momento que esta no actúe de acuerdo con sus planteamientos. Debe, por lo mismo, ser independiente de los partidos políticos. Y, sobre todo, debe ser independiente de la industria farmacéutica, que es quien marca las grandes directrices de la psiquiatría en las últimas décadas. [Fernández Liria, en este 1999, defendía la necesidad de unas reglas claras para las relaciones con la industria, con transparencia y ausencia de compromisos. Añadiremos que, en nuestra opinión, esta independencia no se consigue solo con “reglas claras” y “transparencia” sino con el rechazo a cualquier tipo de financiación o patrocinio, como decidió finalmente la AEN años más tarde].

● Interdisciplinariedad: La ruptura de la tradición corporativa para dar cabida a todos los profesionales relacionados con la salud mental, sin duda se ha convertido en una de las señas de la AEN.

● Una visión del sistema sanitario: Se reconoce el papel fundamental de la atención primaria en el sistema general de atención a la salud y, por tanto, también a la salud mental. El otro nivel de atención es la atención especializada, que en nuestro caso debe adoptar la forma de una red de servicios que integraría aquellos dispositivos necesarios para satisfacer la demanda. También hay que prestar atención a la rehabilitación psicosocial, a los cuidados de los pacientes graves y crónicos y a la generación de una nueva cultura de trabajo social.

● Una enseñanza y una investigación ligadas a la práctica: La formación especializada MIR, PIR y EIR está suministrando profesionales capacitados aceptablemente para ejercer en el nuevo marco, con el acento puesto en los recursos de rehabilitación o de provisión de cuidados en un entorno comunitario. Sin embargo, la formación de pregrado y universitaria no se ha transformado aún para adecuarse a las nuevas necesidades. Así mismo, la mayor parte de la investigación en nuestro campo se lleva a cabo bajo el patrocinio de la industria farmacéutica.



Señala también Fernández Liria en su trabajo de 1999 que algunos aspectos de la reflexión sobre la salud mental, tal vez un tanto descuidados en otros ámbitos, han sido cultivados en la AEN y se han hecho desde la Asociación aportaciones valiosas. Estos aspectos han sido, por ejemplo: mujer y salud mental, cronicidad y rehabilitación, historia de la psiquiatría, cooperación en situaciones de crisis, salud mental infantil, aspectos antropológicos y culturales, epidemiología, psicoanálisis, teoría general de sistemas, psicoterapias en diversos formatos, enfermería o trabajo social.

Y resalta, por último, cómo la preocupación de la AEN por la transformación de la asistencia tiene toda una tradición cuya historia queda recogida en la ponencia coordinada por Manuel González de Chávez en el congreso de 1980.



Situación actual

Durante las últimas dos décadas ha seguido la actividad de nuestra Asociación, sin grandes sobresaltos, hasta las puertas del primer centenario, que celebraremos el año que viene, en 2024. Se han ido sucediendo las juntas y los congresos, así como múltiples actividades de los distintos grupos y socios de la AEN.

En la actualidad, están en funcionamiento once asociaciones autonómicas: Asturiana, Vasco-Navarra, Aragonesa, Catalana, Valenciana, Castellana y Leonesa, Madrileña, Castellano-Manchega, Andaluza, Murciana y Canaria. Las otras han tenido en su mayoría existencias muy productivas a nivel de actividades y publicaciones, pero en este momento están inactivas a la espera de que algunos socios se animen a crear una nueva Junta y retomar su funcionamiento habitual.

La AEN cuenta con sus cuatro comisiones definidas en los estatutos y de las que hablamos previamente, que están en fase de renovación. Son ocho las secciones actualmente constituidas, y a las que cualquier socio puede unirse en el momento que lo desee sin más que comunicarlo al correo de la secretaría administrativa de la Asociación (aen@aen.es). Las secciones actuales son: derechos humanos, rehabilitación, psicoanálisis, historia, psicoterapia de grupo, hospitales de día, neurociencia clínica e infanto-juvenil. Hay también varios grupos formados por socios que desean abordar el estudio de algún tema en concreto. En la actualidad, algunos de ellos son psicofarmacoterapia, determinantes sociales, (re)pensando lo comunitario y prisiones.

La AEN celebra sus congresos nacionales cada tres años, pero hay unas jornadas estatales anuales, así como múltiples eventos tanto de las asociaciones autonómicas como de las secciones, y últimamente se han multiplicado las actividades formativas tanto de forma presencial como online por parte dichas autonómicas o secciones, así como por los grupos. Hay que destacar la importancia de la Escuela de Otoño de la AEN, dirigida a residentes MIR, PIR y EIR, que tan buena acogida tiene cada año.

La AEN continúa editando su Revista, de forma ininterrumpida desde 1981, aunque con diferente periodicidad, estando incluida en la actualidad en diversos índices que dan fe de su calidad. Ya hace unos años que cada número incluye un dossier con varios artículos sobre un tema concreto. Y recientemente se decidió en asamblea el paso a formato electrónico en exclusiva y el abandono del papel, que la ha sustentado en estos más de cuarenta años.

Ello está en relación con un aspecto clave en el futuro de la Asociación en esta frontera de su primer siglo: su sostenibilidad financiera. Hace pocos años, se decidió que la independencia siempre defendida por la AEN debía ser de verdad efectiva, y tras la constitución de un grupo para analizar el tema, el ejemplo de algunas asociaciones autonómicas como la Madrileña o la Aragonesa que se adelantaron en el camino de alcanzar dicha independencia, y una reflexión en asamblea, se decidió prescindir de cualquier tipo de financiación por parte de la AEN para la realización de sus actividades editoriales, formativas o congresuales. Sin duda, fue un momento histórico y un gran logro del presidente Mikel Munárriz y sus juntas, en el sentido de renunciar a una financiación que, como es lógico, no buscaba otra cosa que influir en una importante asociación profesional como es la AEN para posicionar cada laboratorio sus productos, poniendo por delante de la ciencia lo que no era sino marketing, promoción y publicidad. Como siempre debió ser, y es algo de lo que debemos estar orgullosos como socios y socias, la AEN es independiente de la industria farmacéutica, a la que no denostamos en absoluto, pero sí señalamos que cada actor debe jugar su papel, y el nuestro debe desempeñarse sin injerencias, manipulaciones ni sobornos.

Dicho esto, no es menos cierto que esta independencia supone dejar de ingresar mucho dinero que permitía financiar publicaciones (además, en franco ascenso de precios, dada la situación internacional de inflación), actividades formativas y congresos. La AEN, como muchas asociaciones profesionales, estaba acostumbrada a funcionar con cierto “dopaje” financiero y ahora estamos aún en fase de desintoxicación, e intentando cuadrar cuentas. En busca de ello, se realizarán actividades formativas de forma más frugal (no podremos competir con los ostentosos congresos de otras sociedades profesionales del gremio, pero tampoco cobraremos inscripciones de varios cientos de euros para cualquier cosa), se empleará mucho el formato online y se distribuirán muchas de las publicaciones en formato electrónico (con el ahorro consiguiente también en papel y energía, para colaborar en la medida de nuestras humildes posibilidades en la difícil sostenibilidad de nuestro planeta común).

También han sido puntos destacados de las últimas juntas de la AEN la firma del Manifiesto de Cartagena por unos servicios de salud mental respetuosos con los derechos humanos y libres de coerción, junto con asociaciones de familiares y de colectivos en primera persona. También consideramos un punto importante el reciente reconocimiento en asamblea de que los profesionales de acompañamiento terapéutico en primera persona pueden ser miembros de la Asociación, igual que cualquier otro colectivo profesional.

Hasta aquí este resumen por parte de Lázaro y Fernández Liria de la historia de nuestra Asociación, junto con estas breves palabras finales nuestras sobre la situación actual, no del todo fácil.

Si queréis formar parte de la historia de las AEN, si creéis que su trabajo es importante y útil para los profesionales y, sobre todo, para las personas que atendemos, estáis invitados a asociaros (y podéis hacerlo en la dirección electrónica “aen.es/inscripcion”).

Terminaremos de nuevo recurriendo a las palabras de Lázaro. La Asociación actual, como la original, cultiva temas científicos y defiende intereses profesionales sin dejar de demandar mejoras legislativas y asistenciales. Como la antigua Liga, se ocupa preferentemente del sistema sanitario público, sirve de punto de encuentro y espacio de diálogo entre distintos profesionales involucrados en la atención a los pacientes e intenta influir en las autoridades y difundir sus mensajes al resto de la sociedad (asociaciones de familiares, medios de comunicación, etc.). Ya no representa a toda la profesión psiquiátrica sino a una parte muy definida de ella. Ya no está limitada al campo médico sino al mucho más amplio y heterogéneo campo sanitario. De todo ello proceden su fuerza y sus limitaciones, sus conflictos y su papel singular en el panorama español de la atención pública a la salud mental.



Bibliografía

● Lázaro, J. (2000). Historia de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (1924-1999). Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq, vol. XX, n.º 75, pp. 397-515.

● Fernández Liria, A. (1999). La AEN y la Psiquiatría española a finales del siglo XX. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq, vol. XIX, n.º 71, pp. 503-520.


● Página web de la AEN: https://aen.es/

● Revista de la AEN: http://revistaaen.es/

● Contacto: aen@aen.es

● Inscripciones: https://aen.es/inscripcion/

 

“Brevísima historia de la AEN a las puertas del centenario” (vídeo en el I Congreso de la Asociación Canaria de Neuropsiquiatría)

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Traemos hoy el vídeo de la presentación que hicimos sobre este tema (que tienen disponible en texto en la entrada previa).

Esperamos que les guste.


Presentación de Jose Valdecasas y Amaia Vispe sobre la historia de la AEN en el I Congreso de la Asociación Canaria de Neuropsiquiatría y Salud Mental.




Un viaje exploratorio por las premisas, la ciencia y las prácticas de salud mental (Miguel A. Valverde Eizaguirre)

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Hoy traemos la reseña que de nuestro libo Postpsiquiatría ha publicado la Revista de la AEN en su último número, escrita por nuestro querido y admirado Mikel Valverde. Agradecemos mucho sus palabras, y esperamos que les resulten de interés.



Tenemos entre manos la segunda edición de Postpsiquiatría. Apuntes sobre teorías y prácticas. La primera se publicó en 2018. Fue una edición corta en número que desapareció rápidamente. Esta nueva versión consiste en una recomposición distinta de la previa en varias partes e incluye varios añadidos que consideran nuevas cuestiones posteriores.

Se podría abordar esta obra de Valdecasas y Vispe como si fuera un libro de viajes que transita por el extenso campo de conocimiento en salud mental, donde cada ciudad visitada incluye un análisis en profundidad de la misma que justifica la relevancia de detenerse en ese lugar. La motivación para acometer esta exploración se encuentra en la vocación inicial de sus autores, que los llevó a orientarse hacia el campo de la salud mental. Nos dicen que el origen de la incursión vertida en este libro se manifiesta inicialmente en la creación de un blog para tratar ciertas cuestiones que ven como pertinentes sobre el campo en el que ejercen. Se trata del blog “postPsiquiatría” (1), que destinarán a recoger sus preguntas y hallazgos en base a las experiencias y las lecturas que irán encontrando.

Al igual que otras personas que deciden partir al encuentro de las prácticas de ayuda en salud mental, los autores, casi en el mismo puerto de partida, intuyen que hay algo extraño, algo que sienten disonante entre lo que se estudia en los libros y lo que dicen quienes enseñan la profesión y la práctica real que se realiza a pie de obra, es decir, una disonancia entre lo que uno creía que debería ser su trabajo y la ayuda que se desea proporcionar y lo que en realidad es el campo de la salud mental.

En ese punto crucial, que casi todos los profesionales viven al inicio de su labor, algunas personas se esfuerzan en acomodarse a la situación y estudian, incluso mucho, para entender y aceptar la práctica habitual, mientras que otros se plantean preguntas.

Los autores de este libro tomaron la segunda vía. Eligieron explorar el campo con el deseo de iluminar los puntos confusos y discordantes. Para este tránsito se dejaron guiar por la intuición alimentada por su curiosidad y así encontraron preguntas, y de cada esbozo de respuesta, siempre incompleta, surgió un nuevo abanico de preguntas. Esta es una verdadera actitud científica, porque en la curiosidad, de la que nacen las preguntas, y en el conocimiento encontrado, que abre muchas otras, se fundamenta la ciencia, tanto en el laboratorio como en el resto de los ámbitos de indagación. Este es un camino que requiere mucho estudio, muchas horas de lecturas, y escuchar a muchos otros, pero a su vez precisa también de mucha reflexión personal. No es este un camino en el que se transita por terrenos asfaltados y seguros, no es campo para las certezas diáfanas, no hay rutas directas y llanas, pero al navegar por estas vías existe la posibilidad de encontrar datos, perspectivas y conocimientos no previstos, a veces muy fundamentados, que pueden ser divergentes respecto al discurso académico y al de la práctica dominante, e incluso uno se puede topar con cosas que no desearía encontrar. Es una exploración que conlleva riesgos inevitables: lo que en un momento parece asentado puede que con la visita a otro puerto deje de serlo.

De esto trata el libro de Valdecasas y Vispe, de su exploración personal, de sus visitas a distintos puertos de conocimiento y de lo que allí encuentran.

La trayectoria que nos presentan es una muy lógica y factible y llena de sentido. No obstante, otros autores o incluso ellos mismos podrían haber llevado rutas exploratorias distintas e igualmente válidas. Aquí las preguntas y los descubrimientos encajan unos con otros; es como si nos dijeran: y entonces me pregunté esto; cuando indagué sobre ello, obtuve esto otro, lo que me hizo preguntarme sobre aquello; y así sucesivamente. Este es un trayecto inacabado, ya que el campo mismo es enorme: siempre hay más para preguntar y conocer.

A modo de presentación de su inquietud inicial percibida en torno a la práctica diaria, el libro parte con un jugoso comentario a propósito de la sugerente obra Monte Miseria (2). Una novela clarificadora sobre la práctica psiquiátrica contemporánea, que trata de la exploración de la ayuda profesional desde los ojos de un psiquiatra residente perplejo. De la misma presentan y sustancian varias cuestiones e interrogantes. Los siguientes puertos en los que recalan son el artículo de Bracken y Thomas “Postpsychiatry: a New Direction for Mental Health” (3) y otro posterior con más autores (4). Dos escritos que marcan una diferencia, en los que se perfilan nuevas prácticas, se señalan diferentes bases conceptuales, a la vez que se critican de forma incisiva las premisas de la psiquiatría de la corriente principal. Los comentarios a estos dos elementos de inspiración se enmarcan en un primer capítulo más amplio titulado “¿El fin de la psiquiatría?”. Los primeros pasos del libro indican a las claras que este puede contener verdaderas cargas de profundidad.

Desde el principio de este libro se hacen evidentes algunas fallas tanto en el conocimiento como en la práctica de la salud mental, y se abre una gama inmensa de preguntas que los autores en su propia ruta irán abordando. Este libro de interrogantes y hallazgos relata el tránsito que los autores han prolongado durante años, explorando numerosas rutas que fueron volcando a su blog. Encontraremos cuestiones, dudas, argumentos, datos, etc., siendo numerosas las cuestiones tratadas. Se trata de un viaje nada árido que visita e ilumina múltiples lugares diversos y muy pertinentes, mostrando las luces y las sombras de los mismos. Se puede agradecer a los autores su esfuerzo en indagar las poliédricas cuestiones que debaten y por volcarlas en las páginas de forma comprensible y amena.

El lector que decida acompañarlos en este periplo, algo muy recomendable, tanto a los de más experiencia como a los que se inician en el campo, aunque también interesante para cualquiera que encuentre atractivo el campo de la salud mental, se acercará de forma suave y estimulante a numerosas cuestiones, y entre muchos otros temas podrá reflexionar sobre los fundamentos filosóficos del conocimiento en salud mental, las clasificaciones psiquiátricas, el diagnóstico y su relación con la clínica y la investigación, la eficacia de los psicofármacos y los modelos de acción de los mismos, los dilemas asistenciales y el funcionamiento de los servicios, los distintos conceptos usados en psiquiatría (como la psicosis y la esquizofrenia, el psicoanálisis…), las técnicas clínicas junto a su eficacia y riesgos, además de diversas cuestiones éticas que afronta el campo, como la actividad de la industria farmacéutica, los conflictos de interés, la medicalización de la vida cotidiana y de la infancia, el valor de las narrativas y la palabra de quienes experimentan sufrimiento mental. 

Las bases que sustentan los debates de este libro son los estudios científicos, las cuestiones éticas y la crítica científica. Y son visitados más de treinta asuntos pertinentes en salud mental. Aquí no hay complacencia del tipo de mirar en una dirección mientras se ocultan otros aspectos. En realidad prima el propósito de despejar las preguntas que se pueden hacer en cada una de las cuestiones tratadas y lo que las respuestas según la ciencia sugieren. No es un libro académico que se usará en las universidades, pero lo es en otro sentido ya que revisa las cuestiones basándose en pruebas científicas; útil para cualquier profesional que desee considerar la práctica diaria, si acepta entrar en este campo dispuesto a indagar y a hacerse preguntas, incluso aunque incomoden: es un libro para los que entienden el conocimiento como una actividad dirigida por la curiosidad y que obliga a mantener los ojos abiertos. Un libro estimulante para quien desee saber de las cuestiones y dilemas reales que se presentan en la clínica, y seguramente además de ayudarle a saber más lo disfrutará.


Bibliografía.

1. postPsiquiatría. [Blog] [Consultado en agosto de 2023] Disponible en: http://postpsiquiatria.blogspot.com/

2. Shem S. Monte Miseria. Barcelona: Anagrama, 2006.

3. Bracken P, Thomas P. Postpsychiatry: a new direction for mental health. BMJ 2001; 322 (7288): 724-727.

4. Bracken P, Thomas P, Timimi S, Asen E, Behr G, Beuster C, et al. Psychiatry beyond the current paradigm. Br J Psychiatry 2012; 201: 430–434.





De crisis, oportunidades y salud mental: un camino empedrado de buenas intenciones (editorial en Norte de Salud Mental nº 70)

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Hoy traemos aquí el editorial del último número publicado de la revista Norte de Salud Mental, que hemos tenido el honor de poder escribir por gentileza de su director, Iñaki Markez. No trata de un tema sencillo ni va a estar exento de polémica, pero hemos creído importante dejar clara nuestra posición (al menos, importante para nosotros mismos).



De crisis, oportunidades y salud mental: un camino empedrado de buenas intenciones


Comenzaremos reconociendo que escribir “crisis” y “oportunidad” en el título de este editorial nos obliga a una disculpa y a una aclaración previas. 

La disculpa es por contribuir a fomentar el erróneo tópico de que el término “crisis” significa “oportunidad” en griego, como queriendo dar a entender que, de ella, acabará surgiendo un estado preferible al previo. Tal etimología es incorrecta: “crisis” significa más bien “decisión” o “juicio”, un análisis de algo roto, un sacar la mejor parte de algo, un punto de inflexión… De todo ello, podemos efectivamente salir más fortalecidos, o bien podemos acabar de la peor manera (es el término que se emplea también en medicina para designar el punto cumbre de una enfermedad, a partir del cual llega la muerte o la curación). Es decir, puede ser que una crisis sea una oportunidad, pero puede perfectamente ser la antesala del fin. 

Por otra parte, la aclaración necesaria es que, por desgracia para todos, el término crisis es totalmente ambiguo y precisa una puntualización posterior acerca de a qué crisis nos referimos, de las muchas que hemos atravesado o que aún nos atraviesan. Por comentar solo las más evidentes, en los últimos quince años hemos sufrido la crisis económica que se inició en 2008 y de la que nunca llegamos a salir, con el estallido de la burbuja inmobiliaria, el rescate con dinero público (jamás devuelto en su mayor parte) de los grandes bancos que se habían lucrado al parecer sin riesgo alguno, y los recortes que sufrimos en nuestro nunca del todo desarrollado estado del bienestar, que está inmerso en una lenta agonía desde entonces. En 2020 llegó la pandemia mundial de COVID, con sus terribles consecuencias en términos de mortalidad, morbilidad y repercusiones sociales a múltiples niveles, que estábamos empezando a superar cuando la invasión rusa de Ucrania hizo aparecer una guerra en el horizonte europeo, con también múltiples derivadas en la esfera económica, por ejemplo la gran inflación de precios y la repercusión en la disponibilidad de gas. Por no hablar de, en estos mismos momentos, las masacres diarias que está cometiendo el estado israelí contra la población civil concentrada en la franja de Gaza o, aunque lo mencionemos en último lugar, la más grave de todas las crisis pasadas o futuras, ya que nunca va a dejar de empeorar mientras nuestra sociedad siga funcionando como funciona: la crisis climática y ecológica que, tras décadas de ser anunciada, podemos decir sin duda alguna que está entre nosotros y cada vez nos va a hacer más daño.

En este panorama que hemos esbozado en las líneas previas, y no sin relación con el mismo, vivimos en los últimos años un extraordinario auge de la preocupación de la opinión pública y nuestros representantes políticos por el campo de la salud mental. Después de décadas de cierto ostracismo y aún con cierto estigma que cargaban muchas personas por ser usuarias de servicios de salud mental, esto sin duda supuso un cierto soplo de aire fresco. Este cambio parecía haber llegado, motivado también por el sufrimiento que supuso la pandemia mundial y el confinamiento que trajo aparejado, así como por las repercusiones psicosociales que ambos han ocasionado.

El caso es que cada vez vemos más presente, en los discursos de nuestro representantes políticos y en la opinión pública y publicada, la preocupación por la salud mental, sobre todo -nos parece- en lo referente a lo que podríamos denominar, no sin dejar de reconocer el gran sufrimiento que causan, trastornos mentales menores, es decir, aquellos catalogables en los amplios grupos de trastornos depresivos o de ansiedad. Cada vez más personas -con nutrida representación de personajes públicos de diferentes ámbitos- salen de este armario y reconocen la depresión o ansiedad que han sufrido o sufren.
 
Este reconocimiento, este hacer público, implica una desestigmatización de dichos padecimientos, lo que sin duda es positivo, pero también una declarada petición de ayuda al sistema público de salud. La asunción básica es definir estos malestares como trastornos mentales necesitados de atención sanitaria. Es cierto que, al menos en parte, se está también criticando la excesiva psiquiatrización (ya previamente existente) que llevaba a tratar todo este grupo de malestares con tratamientos psicofarmacológicos de eficacias dudosas y riesgos de efectos  secundarios y dependencias bien presentes (1). Pero esta crítica al abuso de psicofármacos para condiciones en las que apenas van a suponer una ayuda parece implicar ahora la necesidad ineludible de una atención esta vez psicológica. Una llamada casi colectiva a solucionar nuestros malestares vitales, nuestros sufrimientos, con consultas psicológicas (o psicoterapéuticas en sentido amplio), que deberán ser accesibles para toda la población.

Esto se está viendo incluso en mayor medida en lo referente a la población infanto-juvenil. Como sabrán si se han dedicado al campo de la salud mental durante unos cuantos años (nosotros llevamos ya más de veinte y lo vemos con claridad), la disponibilidad de medios y profesionales para atender los padecimientos psicopatológicos de la población infantil y adolescente se ha incrementado de forma exponencial en los años previos y, al menos en algunas comunidades, de forma aún más importante tras la pandemia. Hemos visto surgir unidades de salud mental infanto-juveniles, hospitales de día, unidades de agudos, de hospitalización a domicilio, etc. Todo ello motivado, entre otros factores, por un claro aumento del malestar y las alteraciones de conducta, especialmente en forma de autoagresiones de diversos tipos, en esta población infanto-juvenil.

No entraremos a comentar la ley de cuidados inversos de Tudor (por la cual, el acceso a la atención sanitaria varía en relación inversa con las necesidades de una población) en lo referente a que son los pacientes con los llamados trastornos mentales graves, los psicóticos o locos de toda la vida, los que apenas han visto aumentar la disponibilidad de recursos sociosanitarios para su atención, a pesar del auge -también presupuestario- que está viviendo la salud mental en estos años. Cuando son las personas no solo afectadas de condiciones más graves e invalidantes, sino también las que posiblemente más se pueden beneficiar de una mejora en su atención.

Vivimos un tiempo en el que la demanda de atención psicológica a la población se ha convertido en un mantra obsesivo, con peticiones -sin duda bienintencionadas- de disponibilidad de atención psicológica en atención primaria para todos. Haremos un inciso para señalar que semejante demanda ha sido aprovechada por los servicios de salud de varias comunidades autónomas para la contratación de psicólogos sanitarios en lugar de psicólogos clínicos (que aprueban un examen de gran dificultad para luego formarse de forma supervisada durante cuatro años). Nos parece que las administraciones públicas deben asegurarse de contratar a personal con la mejor formación posible. De la misma manera que no aceptaríamos para la atención en salud mental a médicos generales en vez de psiquiatras, tampoco podemos aceptar psicólogos sanitarios en vez de clínicos. Ni tampoco deberíamos aceptar, como por desgracia sucede habitualmente en nuestro entorno, el no priorizar la contratación de enfermeras especialistas en salud mental frente a enfermeras generalistas.

No obstante, más allá del nivel formativo del personal sanitario que trabaja en salud mental, no nos parece que esta petición generalizada de psicólogos para todo y para todos deba ser considerada de sentido común sin alguna reflexión previa. Porque en este nuestro campo sanitario, a veces cuesta distinguir (por parte de la opinión pública pero también a distintos niveles profesionales) la diferencia entre no implementar una determinada medida por simple política de ahorro o no implementarla porque no sea adecuada desde un punto de vista de beneficios y riesgos o de coste-beneficio.

Nos tememos que el contar con atención psicológica generalizada no provocaría otra cosa que la lógica psicologización de cualquier tipo de malestar, aunque este fuera adaptativo (es decir, que la persona podría resolverlo por sí misma y con su red de apoyo de forma natural) o de índole social (ni todos los psicólogos del mundo serán capaces de remediar el malestar generado por la pobreza, la precariedad o la marginación, que requerirían medidas sociales y no sanitarias). Toda esta psicologización (y también la psiquiatrización generalizada que vivimos, con cifras escalofriantes y en aumento de prescripción de antidepresivos y ansiolíticos) ocasiona por un lado una clara iatrogenia, en forma de dependencia, no solo química, sino también interpersonal, infantilizando a la población, a quienes se les transmite el mensaje de que, ante cualquier crisis, es imprescindible el recibir una atención profesional en salud mental. Iatrogenia que para nada parece que vaya a ser compensada con una eficacia segura. 

Se están haciendo públicos recientemente distintos estudios (2,3,4) que no encuentran beneficio en los grupos de personas que reciben psicoterapia, en estos contextos, frente a aquellas que no lo hacen. Se ha formulado la hipótesis de que se está provocando que las personas conceptualicen su sufrimiento, tenga este el origen que tenga, en términos de síntomas, es decir, en el lenguaje de la salud mental. Una conceptualización que termina por ser totalmente desresponsabilizadora, pero para nada útil, y que conlleva que se plantee como imprescindible el concurso de un experto para avanzar en su solución. La hipótesis conduciría a pensar que, en ausencia de dicha psicologización, muchas de estas personas podrían superar su malestar por sí mismas, junto a su red de apoyo social. Evidentemente, no negamos que existirá sin duda un grupo de pacientes que sí presenten psicopatología grave que requiera de un abordaje profesional, pero si estamos ocupados intentando atender a toda la población, difícilmente podremos dedicar nuestra atención a ese grupo más pequeño que no solo nos necesita más, sino para el que posiblemente podríamos resultar más útiles.

Además, esta petición de consultas generalizadas de psicología en atención primaria implica, como cualquier actividad sanitaria, un coste de oportunidad. Es decir, por cada psicólogo contratado en un centro de salud, se va a dejar de contratar un médico o dos enfermeras. En nuestra opinión, lo que falta y mucho en nuestros centros de salud son precisamente médicos y enfermeras, y sería la contratación de ese personal lo que realmente mejoraría la atención sanitaria a la población.

No es un tema sencillo ni es fácil posicionarse ante él. Creemos imprescindible una reflexión sosegada que tenga en cuenta los pros y contras de toda esta oleada de opinión positiva hacia la salud mental. Insistimos en que no dudamos del carácter bienintencionado de las peticiones de más atención psicológica y psiquiátrica hacia la población, pero como no hay que olvidar nunca, el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones. Es necesario pararse a pensar qué tipo de atención a la salud mental queremos y qué tipo de atención a la salud mental necesitamos. Y averiguar si ambas están cerca una de otra. Y luego, será necesario ponerse en marcha para implementarla, con desarrollos interesantes recientes que ya anticipan posibilidades futuras (5).

Hay que señalar también que toda esta demanda de atención en salud mental está claramente relacionada con las crisis que mencionamos al principio de este escrito. No estamos en una sociedad floreciente, con una mejora constante de la calidad de vida, con gentes que miran con optimismo al futuro y cuya preocupación por la salud mental sea cosa de moda pasajera. Para nada. Tenemos claro que la preocupación por la salud mental y la búsqueda de ayuda en ese campo obedece a que la sociedad en que vivimos ya acabando el primer cuarto del siglo XXI es oscura y asusta. La pobreza y la precariedad cada vez aumentan más, el precio de la vivienda la convierte en algo inasequible para amplias capas de la población, ya sea en venta o en alquiler, la atención sanitaria pública cada vez está más saturada, con listas de espera que no dejan de aumentar… y todo ello en nuestro llamado primer mundo, porque si nos molestáramos en echar un vistazo más allá, veríamos situaciones mucho peores, imposibles de vivirse, y que explican con claridad por qué tantas gentes se lanzan a los mayores riesgos para intentar llegar a nuestras costas buscando desesperadamente aprovechar algo de las migajas que aquí no queremos.

Los y las adolescentes, cuya salud mental tanto nos preocupa, viven en este mundo en crisis y no han conocido otro. Un mundo en el que la mayoría da por hecho que va a vivir peor que sus padres, en el que sus posibilidades de independizarse, vivir dignamente de su trabajo y formar una familia, son cada vez más complicadas. Un mundo atrapado en una crisis climática, energética y ecológica que -ellos lo saben mejor que nosotros- no va a dejar de empeorar y que va a hacer pequeñas a las crisis previas que nos han ocupado a los adultos en estos años, que quedarán como notas a pie de página ante el desastre a que estamos conduciendo al planeta y que cada vez se está haciendo más patente. Y todo ello sin que los adultos estemos haciendo nada para solucionarlo, permitiendo el mantenimiento de un sistema económico capitalista que solo busca el crecimiento infinito (algo imposible en un planeta finito, como sabría cualquier niño o niña de más de cinco años), aunque para ello deba consumir todos los recursos naturales que tenemos, ahogar al planeta en basuras y desechos y emitir a la atmósfera cantidades inmensas de gases de efecto invernadero que ninguna tecnología imaginaria será capaz de retirar.

En este contexto, ¿nuestra solución al malestar de nuestros adolescentes es llevarles al psicólogo para que les relaje y les enseñe a aceptar las cosas?, ¿lo es llevarles al psiquiatra a que les mande dos o tres psicofármacos?

Las personas que ahora contamos más de 40 años somos en líneas generales las que dominamos el mundo, los puestos de poder, las influencias. Somos además personas que aún tuvimos ocasión -no todos, sobre todo aquellos que veníamos de familias ya bien situadas, no se crean que existe algo parecido a la meritocracia- de encontrar trabajos estables con sueldos dignos. Nosotros, en nuestra propia adolescencia, crecimos en un mundo presa del miedo a la guerra nuclear que acabaría con todo. Y, si son más jóvenes no lo creerán, pero era un miedo muy real. Ahora bien, la bomba tenía una peculiaridad: podía caer o no caer. Si caía, era el fin de todo y además en un instante. Pero si no caía, el mundo seguiría existiendo y posiblemente mejorando. Y ese miedo pasó, acabó la guerra fría, nos sentimos a salvo (al menos nosotros, en nuestro precioso Occidente). La bomba seguía existiendo, pero ya no asustaba. Pues bien, la crisis climática y ecológica no funciona así, no se trata de que pueda ocurrir o no: va a ocurrir sin duda alguna y, de hecho, ya está ocurriendo. Todos lo sabemos y los adolescentes saben que eso es real y que lo van a tener presente, y a peor, toda su vida. 

Lamentablemente, ese temor no se calma yendo al psicólogo, sino que precisa medidas políticas audaces pero inevitables, que ya se están teorizando (6): abandonar el sistema capitalista y su consumo desaforado de recursos, instaurar un sistema decrecentista, que asegure las mayores cotas de bienestar posibles dentro de un contexto de consumo local, sin obsolescencia, con bienes comunitarios, etc. Un mundo en algunos aspectos más duro, sin duda, pero que podría ser mejor en otros, si somos capaces de fortalecer lo común, la sanidad, la educación, el transporte, la energía, sabiendo compartir. Una sociedad comunitaria donde precisamente lo común sea lo que nos sostenga, lo que haga que nos sostengamos unos a otros. Una sociedad que podría incluso ser mejor que la actual, ser lo suficientemente buena para poder tener -así sí- una mejor salud mental.


Bibliografía

1.- G.-Valdecasas, J. y Vispe, A. (2023). Postpsiquiatría. Editorial Herder. Barcelona.

2.- Andrews, J.L., Birrell, L., Chapman, C. y otros. Evaluating the effectiveness of a universal eHealth school-based prevention programme for depression and anxiety, and the moderating role of friendship network characteristics. Psychological Medicine. 2023; 53(11): 5042-5051.

3.- Dunning, D., Ahmed, S., Foulkes, L. y otros. The impact of mindfulness training in early adolescence on affective executive control, and on later mental health during the COVID-19 pandemic: a randomised controlled trial. Evidence-Based Mental Health. 2022; 1-7. 10.1136/ebmental-2022-300460.

4.- Foulkes, L. y Andrews, J.L. Are mental health awareness efforts contributing to the rise in reported mental health problems? A call to test the prevalence inflation hypothesis. New Ideas in Psychology. 2023; Volume 69, 101010.

5.- Tizón, J.L. (2023). La reforma psiquiátrica. Editorial Herder. Barcelona.

6.- Saito, K. (2022). El capital en la era del antropoceno. Ediciones B. Barcelona.



Seminario online: "Escuchando a la esketamina: evaluación y análisis crítico"

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Hoy traemos el vídeo del primer seminario online del Grupo de Psicofarmacoterapia de la AEN, celebrado hace unos meses, con una completa evaluación sobre la esketamina, fármaco indicado para depresión resistente, de reciente introducción. Esperamos desarrollar en el futuro más trabajos en el seno de este Grupo de la AEN, e irlos difundiendo oportunamente. Esperamos que les resulte de interés.


Escuchando a la Esketamina: Evaluación y análisis crítico.






Entrevista en Radio San Borondón sobre el libro "Postpsiquatría"

Sorpresón en Las Gaunas: a los psiquiatras de Vox no les gusta un ministerio de sanidad (ligeramente) de izquierdas

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Como sabrán, estamos ante uno de los gobiernos más progresistas de nuestra historia (es que hay que ver qué historia hemos tenido, la verdad) y, dentro de él, el Ministerio de Sanidad es una de las carteras que gestiona el grupo político (o lo que sea) de Sumar. Una de las medidas de este ministerio, al que creemos acertado en los primeros anuncios de medidas que está haciendo, ha sido crear un Comisionado de Salud Mental y nombrar como directora del mismo a la psiquiatra Belén González. En palabras de la ministra Mónica García, este Comisionado es "una herramienta pionera para abordar la epidemia de sufrimiento psíquico prestando atención a los malestares sociales que hacen que la vida duela". No podríamos estar más de acuerdo.

Aquí pueden ver su acto de presentación:



Y resulta que esto no ha gustado a algunos de los psiquiatras españoles, como por ejemplo al Dr. Celso Arango, como pueden leer aquí:

"Los peligrosos mensajes en salud mental que permiten desde Sanidad y que enfadan a los psiquiatras":



Lo primero a señalar es la mala costumbre que tiene alguna prensa en considerar al Dr. Arango o a la Sociedad Española de Psiquiatría como "los psiquiatras" o "la psiquiatría española", como si no hubiera otras voces, como la nuestra propia o la de muchos socios y socias de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, que para nada estamos de acuerdo con las críticas del Dr. Arango y algunos de sus colegas, y sí esperanzados con que el rumbo que parece estar trazando el ministerio en lo referente a la salud mental nos lleve a tratamientos más racionales, a menor abuso de psicofármacos, a más atención a los determinantes sociales del malestar que sufrimos y a menor psiquiatrización y psicologización del mismo, etc.


Pero esto no es un debate, como algunos interesadamente intentan presentar, entre la Psiquiatría Científica (así, con mayúsculas, que impresiona más) y un grupo de hippies irredentos que han tomado el ministerio en lo que España termina de romperse. 

Esto, en realidad, es un debate entre algunos psiquiatras muy cercanos a la extrema derecha, como este acto dejó meridianamente claro: https://efe.com/espana/2023-03-10/psiquiatras-ley-trans-vox-monstruosidad/ y otros psiquiatras (y más profesionales) cercanos a lo que queda de izquierda en este país (que tampoco es mucho, pero es lo que hay). 

No es un debate entre Ciencia y Disparate, como se intenta vender, sino entre distintas visiones de la psiquiatría y la salud mental.


Y por poner un poco más de luz en ese debate, no dejaremos de señalar lo que creemos que es un punto clave del mismo: los conflictos de interés con la industria farmacéutica que tiene la Sociedad Española de Psiquiatría (no así la AEN, que es independiente de la industria farmacéutica desde hace años) y el propio Dr. Arango. Esto no es ilegal, pero es un dato interesante (y, en nuestra opinión, no muy ético, pero eso ya es cosa nuestra).

Aquí pueden ver una muestra de esos conflictos de interés declarados por el Dr. Arango en algunas de sus publicaciones:


Prof Arango has been a consultant to or has received honoraria or grants from Acadia, Angelini, Gedeon Richter, Janssen Cilag, Lundbeck, Otsuka, Roche, Sage, Servier, Shire, Schering Plough, Sumitomo Dainippon Pharma, Sunovion and Takeda.


Celso Arango has been a consultant to or has received honoraria or grants from Acadia, Angelini, Gedeon Richter, Janssen Cilag, LivaNova, Lundbeck, Otsuka, Roche, Sage, Servier, Shire, Schering Plough, Sumitomo Dainippon Pharma, Sunovion and Takeda.


Por último, gran parte del ataque al ministerio se centraba en una defensa acérrima de los psicofármacos, rechazando la crítica que se hace a veces acerca de su eficacia, menor de lo que algunos pregonan, y sus riesgos, que están mucho más presentes de lo que los profesionales con conflictos de interés suelen percibir.

Les dejamos varias entradas previas de nuestro blog donde hemos recogido muchos trabajos científicos que ponen de manifiesto esos problemas de eficacia y seguridad sobre los psicofármacos que empleamos y que el Dr. Arango y otros parecen no querer ver:







El elefante en la habitación

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En fechas recientes, fuimos invitados a dar unas ponencias en la jornada "La salud mental del siglo XXI para el cambio: retos y oportunidades", organizada por el sindicato CCOO en Santa Cruz de Tenerife. Vamos a compartir una de ellas, titulada "El elefante en la habitación", con el texto de la charla y el vídeo de la misma, que siempre es más ameno.

Esperamos que les resulte interesante (y preocupante, sin duda).



Buenas tardes a todas. Lo primero, agradecer a José Luis Morales la oportunidad que me ha brindado de estar esta tarde con ustedes en representación de la AEN, la Asociación Española de Neuropsiquiatría, que a pesar de su anacrónico nombre, con el que cumplimos 100 años este mismo 2024, es la asociación de profesionales de salud mental multiprofesional más importante de este país por número de socios. Yo vengo a compartir con ustedes la posición de mi asociación, y la mía propia, en uno de los retos principales que tiene planteada la salud mental hoy en día. 

Esta charla mía debe durar unos 15 minutos, según me han dicho, para dejar espacio al muy necesario debate posterior. Como verán, yo ya tengo una edad y empiezo a ser también un poco anacrónico, pero reconozco que no me siento cómodo con esta última moda de charlitas en 5 minutos en forma de “píldoras”, como las llaman. Yo vengo de una cultura de clases magistrales (preferentemente con citas de Foucault), sin el acompañamiento audiovisual tan usado hoy en día, que creo que muchas veces no hace sino distraer a la audiencia, y considero imposible exponer un tema complejo en menos de una hora u hora y media. No me será posible entonces hablar acerca de aspectos clave para entender la problemática actual de la atención a la salud mental en este país, como la exagerada psiquiatrización y psicologización de malestares vitales o sociales que deberían abordarse desde el ámbito político y no desde el clínico, o recordar las endebles bases teóricas que sostienen el edificio psiquiátrico con su buena parte de coerción y paternalismo acompañante, o comentar problemáticas laborales con indudable repercusión en la atención a nuestros pacientes, como el ya mencionado en estas jornadas imprescindible reconocimiento de la especialidad de enfermería de salud mental, incomprensiblemente postergado por nuestras administraciones públicas desde hace ya 25 años.

Sin embargo, hay un tema de la mayor importancia que es sumamente concreto y que se puede exponer en 15 minutos o incluso en menos. Es un tema imprescindible tanto para la AEN como para nosotros, y me refiero a mi compañera Amaia Vispe y yo mismo, ya que este pequeño trabajo ha sido preparado, como todos, con ella. Es el elefante en la habitación a que aludo en el título, buscando su atención en estas horas tempranas de la tarde, cuando el cansancio ya hace mella. Es un tema totalmente pertinente ante un auditorio formado por profesionales sanitarios, asociaciones y administraciones públicas. Es la relación entre la industria farmacéutica y el mundo profesional de la salud mental.

La AEN es una asociación que ya desde hace casi diez años se define como independiente de la industria farmacéutica, en el sentido de no aceptar pagos, donaciones o colaboraciones de ningún tipo en la idea de que tales cosas no buscan sino influir a la hora de posicionar determinados productos en el mercado farmacéutico que paga nuestro sistema público de salud (no nos olvidemos: con el dinero de todos) y nuestros pacientes. Yo mismo, como psiquiatra, hace ya quince años que tampoco acepto ningún obsequio, cena, actividad supuestamente formativa o divertidos viajes al extranjero para ir de congresito, en la creencia de que cuando antes lo hacía, por supuesto que influía en mi prescripción. Igual va a resultar que yo era el único que me dejaba influir y todos mis compañeros reciben y aceptan tales obsequios, viajes y comidas sin que les afecte lo más mínimo pero, aunque ustedes crean eso, tengan claro que el simpático visitador comercial que les agasaja y les ríe los chistes está convencido de que sí que les está influyendo.

Este tema es, a la vez, tremendamente simple y tremendamente complejo. Por un lado, es muy simple porque es una dinámica empresarial obvia para cualquiera que tenga ojos en la cara (sobre todo para quien vea la interacción desde fuera, sin recibir nada, es sabido que es muy difícil que alguien se dé cuenta de algo cuando sus prebendas y beneficios dependen de que no se dé cuenta). Las empresas farmacéuticas hacen una labor de lobby en busca de maximizar sus beneficios y, en ese camino, como ahora desarrollaremos un poco, marcan con su influencia el desarrollo teórico de la psiquiatría actual en sus clasificaciones de trastornos y formas de abordaje de los mismos, casi monopolizan la investigación científica con resultados publicados que normalmente (oh, sorpresa) favorecen a los fármacos de la empresa que paga (y a veces incluso redacta) el artículo en cuestión, y ejercen una labor de marketing sobre el profesional de a pie, sobre todo psiquiatras, así como financiando de formas que nunca son desinteresadas asociaciones de pacientes o de profesionales (a la AEN ya no, por suerte).

El tema, como digo, es simple: un grupo de empresas destinan gran parte de su presupuesto a colocar sus productos en un mercado en busca del mayor beneficio económico posible. La solución también es simple: que las administraciones sanitarias, algunos de cuyos representantes han estado presentes en estas jornadas (no sé si dada la hora aún contamos con ellos), y los propios profesionales, corten cualquier lazo de influencia con la industria en busca de una independencia imprescindible para el uso racional de los fármacos que prescribimos a las personas que atendemos. Pero, a la vez, es este un asunto de la mayor complejidad, dados los tremendos conflictos de interés que genera, por supuesto no solo en el profesional de a pie, y que provocan que la ética, el ahorro bien entendido y a veces hasta la legalidad vigente, queden dejados de lado.

Desarrollaremos un poco el tema de cómo se manifiesta esta influencia de la industria farmacéutica en el campo de la psiquiatría y la salud mental en general (aunque, por supuesto, ocurre igual o parecido en otras áreas de la medicina).

En primer lugar, las empresas farmacéuticas condicionan las mismas clasificaciones de los trastornos mentales que usamos los profesionales. Se ha publicado cómo muchos de los autores del DSM-IV y del DSM-5 habían recibido pagos por parte de distintos laboratorios farmacéuticos por miles y miles de dólares. Todo ello legal, sin duda pero, ¿de verdad debemos asumir que eso no condicionó su toma de decisiones a la hora de bajar los umbrales diagnósticos de muchas categorías y crear otras nuevas? ¿no tuvo nada que ver en que muchas más personas sean susceptibles de ser diagnosticadas de un trastorno mental y recibir un tratamiento psicofarmacológico a continuación? Estas clasificaciones son, tristemente, la base de la psiquiatría y la salud mental actuales, lejos de desarrollos teóricos más profundos que se llevaron a cabo en épocas anteriores, y marcan la visión de la disciplina que tienen los profesionales, desde los mismos momentos iniciales de su formación. La industria farmacéutica financia generosamente (pero no de forma altruista) a los principales portavoces de la psiquiatría mundial y estatal (que a veces parecen más vendedores que otra cosa), así como patrocina los congresos y revistas más importantes, marcando su agenda, apoyando unos puntos de vista y soslayando otros. Siempre en busca, no de conocimiento ni de utilidad, porque no son esos sus fines, sino de beneficios económicos.

En segundo lugar, la industria financia y en muchos casos lleva a cabo la mayoría de los estudios científicos sobre psicofármacos. Ello conlleva varios problemas graves: el primero y fundamental, pero no el único, un evidente sesgo de selección, por el cual la mayoría de estudios que arrojan resultados negativos para el fármaco evaluado directamente no son publicados; una redacción muchas veces interesada (por no decir tramposa) por la cual las conclusiones no dicen exactamente lo que los datos muestran; un diseño que sistemáticamente olvida la importancia del largo plazo, para fármacos que muchas veces se usarán de forma indefinida; el estudio de variables secundarias o análisis por subgrupos para demostrar eficacia como sea, aunque su relevancia sea solo estadística y no clínica; la negligencia en la búsqueda de efectos secundarios potencialmente graves, como el suicidio, incluyendo en algunos casos incluso la manipulación directa o el ocultamiento de datos, etc. Todo ello es posible, evidentemente, debido a una lamentable dejadez de funciones de las administraciones sanitarias, que se abren a financiar nuevos fármacos en base a estudios comparativos sobre placebo y no sobre comparadores activos y que dejan la investigación, y en parte la formación de los profesionales, en manos de empresas interesadas exclusivamente en su lucro, como es inevitable por otra parte en el sistema económico en que vivimos y sufrimos (por lo menos, mientras el nivel del mar nos lo permita).

En tercer lugar, está la influencia directa sobre profesionales o asociaciones. Esto marca el conflicto de interés fundamental en nuestra disciplina, y debemos tener claro que esta influencia no se corrige con transparencia. Declarar estos conflictos de interés no sirve para nada, no es sino reconocer el pecado sin el menor propósito de enmienda. ¿Se fiarían ustedes de un juez pagado por una empresa sobre la que tiene que juzgar solo porque sea transparente y lo declare? ¿Se fiarían de un concejal de urbanismo que les reconozca que cobra sistemáticamente de empresas constructoras pero que eso no le influye en absoluto a la hora de adjudicar una obra? Venga, que ya somos todos mayorcitos…

Esta influencia de la industria se deja sentir claramente en un aspecto clave como es la financiación de nuevos fármacos, como ha sido el caso reciente de la esketamina, que podemos considerar paradigmático de cómo trabaja la industria para posicionar su producto.

La esketamina es una molécula derivada de la ketamina, que ha sido aprobada (y posteriormente financiada con cargo al erario público) para la llamada “depresión resistente”. Primero, se popularizó el constructo más bien oscuro de “depresión resistente al tratamiento”, a través de distintos profesionales (probablemente en muchos casos tras recibir sus oportunos honorarios por consultoría) e incluso en medios de comunicación de masas para llegar bien a la opinión pública que, lógicamente, demandará el milagroso producto. A continuación, se llevan a cabo por parte de Janssen, el laboratorio fabricante, estudios de eficacia y seguridad, encontrando que la mejoría respecto a placebo es de 4 puntos en una escala de depresión que mide más de 60. Ligera relevancia estadística con muy dudosa relevancia clínica, como han denunciado distintos autores (estos sí, sin conflictos de interés). Y ese resultado, además, en estudios llevados a cabo por el laboratorio, imagínense. Finalmente, tras mucha presión y pese a una decisión inicial contraria, el ministerio decide aprobar la financiación del fármaco para esa indicación, a un coste de aproximadamente 18.000 euros por paciente y año a dosis máxima. Con un sencillo cálculo también aproximado, un médico le cuesta al sistema público de salud lo que tres pacientes con dosis máxima de esketamina al año, con una eficacia dudosa y preocupaciones presentes sobre su seguridad. 

No hay mejor ejemplo del coste de oportunidad de decidir una intervención u otra. Nos dicen que no hay dinero para sanidad (curiosamente, nunca se plantea que a lo mejor no hay dinero para aumentar el gasto militar, y eso que todo sale de los mismos bolsillos, que son los nuestros), pero el escaso dinero que sí hay para gasto sanitario se puede destinar a unas cosas o a otras, y esa decisión requeriría una absoluta ausencia de conflictos de interés.

En fin, que el tema por un lado es simple, porque se entiende a la perfección (si uno no tiene dichos conflictos de interés, porque si los tiene, parece volverse de comprensión más difícil) y simple sería la solución, y al alcance de profesionales y administración: prohibición de la interacción entre sanitarios y empleados de la industria farmacéutica (con la lógica excepción de quienes trabajaran en los laboratorios en investigación y desarrollo), implementación de un sistema de investigación y evaluación de fármacos público y transparente, que permitiera tomar decisiones racionales sobre aprobación y financiación de medicamentos, y creación de una industria farmacéutica pública (y no esa idea que ahora defiende la ministra de sanidad, que se dice de izquierdas, de abogar por la colaboración público-privada, que ya les digo yo que acabará significando que los gastos son públicos y los beneficios privados), una verdadera industria farmacéutica pública que funcionara bajo criterios de utilidad y no de lucro, y que permitiera también el desarrollo de fármacos poco rentables, que evitara desabastecimientos como los que sufrimos con los fármacos más baratos y que nos librara de la especulación brutal que se hace con la salud de la gente, como se ha visto en los precios abusivos e inalcanzables en muchos países para fármacos contra el VIH, por poner un ejemplo. ¿Somos conscientes de que hay empresas con obscenos niveles de beneficios que mantienen precios de antirretrovirales tan altos que eso aboca a la muerte a miles de personas en los países en vías de desarrollo? ¿Alguien se puede sentir cómodo siendo invitado a comer o cenar por estas empresas? Yo desde luego no me sentiría bien aceptando su dinero ni sus obsequios.

El tema es simple y la solución también. Lo complejo es que se quiera solucionar.

Este es el elefante en la habitación de la psiquiatría y la salud mental. Podemos seguir ignorándolo e intentando no hablar de él (excepto cuando nos dan la oportunidad, como hoy, y venimos nosotros a molestar con ello), pero el elefante no se marchará solo y, cuanto más tiempo esté, más cosas romperá y más daño hará a nuestro ya tan castigado sistema público de salud. 





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