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Las alucinaciones

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En esta entrada nos proponemos hablar acerca de las alucinaciones, resumiendo nuevamente palabras de José María Álvarez, esta vez en la conferencia Las alucinaciones: fenómenos y estructura, pronunciada en las I Jornadas de Psicopatología del Hospital Psiquiátrico “Dr. Villacián”, y recogida posteriormente en el libro Estudios sobre la psicosis, de más que recomendable lectura.

Según señala Álvarez, el problema de las alucinaciones está rígidamente encorsetado por el hecho de ser definidas, casi de forma unánime, como “percepciones sin objeto”. Una vez aceptada sin más esta definición, poco más se puede añadir, salvo recoger los logros de la fenomenología mental al diferenciar los distintos tipos de alucinaciones (interiores o exteriores), clasificarlas en función de sus fuentes sensoriales, desentrañar su valor diagnóstico o pronóstico, señalar su forma de presentación en distintos cuadros y diferenciarlas de otros fenómenos próximos, como las ilusiones, sueños, delirios, interpretaciones, etc. Estas son las líneas generales del trabajo psicopatológico sobre las alucinaciones en los últimos ciento cincuenta años. Álvarez plantea tres preguntas para poner a prueba las descripciones y elucubraciones de los psicopatólogos:


  • ¿qué diferencia la alucinación de la ilusión?

  • ¿por qué determinado sujeto se ve sorprendido por una alucinación acusatoria y no por un pensamiento tormentoso?

  • ¿por qué dicho sujeto alucina tal palabra y no otra?



La primera de las preguntas tiene fácil respuesta para la fenomenología mental y cualquier clínico podría discriminar entre una y otra. La segunda va más allá de la fenomenología descriptiva y requiere de una teoría, orgánica o psicológica, que diferencie distintas organizaciones mentales con sus mecanismos, síntomas propios, etc. Es lo que el psicoanálisis llama una clínica diferencial de las estructuras. La tercera pregunta interroga, no ya sobre la estructura psicótica, sino sobre la particularidad de un sujeto psicótico; aquí, parece ser el psicoanálisis el único que puede proponer respuestas.

Siguiendo a Álvarez en este recorrido por el estudio de la alucinación en busca de encontrar la respuesta a esas tres preguntas, nos encontramos primero con una cita clásica de Esquirol: “Un hombre que tiene la convicción íntima de una sensación actualmente percibida, aun cuando ningún objeto hiera sus sentidos, se encuentra en un estado de alucinación; es un visionario”. Se destaca en estas líneas la convicción del alucinado y la diferencia que establece entre alucinación e ilusión: en la primera no sólo falta el objeto que excitaría los sentidos sino que en ocasiones éstos ni siquiera funcionan, como ocurre en sordos y ciegos alucinados; en la ilusión, por el contrario, hay un objeto exterior que es erróneamente percibido. Lo que caracteriza, pues, a la alucinación, desde el punto de vista del clínico que la observa y nombra, es que no hay un objeto exterior que justifique la percepción que el alucinado no vacila en atestiguar. Como decía Leuret hablando del delirio: nuestra razón es la medida de la locura de los otros. Por otra parte, no deja de comentar Álvarez que el célebre aforismo “percepciones sin objeto” no está recogido literalmente en las páginas de Esquirol, pero J.-P.Falret se lo atribuyó a su maestro y así sigue repitiéndose hasta nuestros días.

En 1846 Baillarger sienta las bases de una diferenciación que todavía se mantiene: la oposición entre las alucinaciones psicosensoriales y las alucinaciones psíquicas. Escribe Baillarger: “Se pueden distinguir dos tipos de alucinaciones, las unas completas, compuestas de dos elementos y que son el resultado de la doble acción de la imaginación y de los órganos de los sentidos: se trata de las alucinaciones psico-sensoriales; las otras, debidas únicamente al ejercicio involuntario de la memoria y de la imaginación, son por completo extrañas a los órganos de los sentidos, falta en ellas el elemento sensorial, y son por eso mismo incompletas: se trata de las alucinaciones psíquicas”. Baillarger transcribe expresiones de enfermos muy esclarecedoras acerca de las alucinaciones psíquicas, donde se puede apreciar la relación consustancial que une estas alucinaciones con el lenguaje: “conversaciones de alma a alma con interlocutores invisibles”, “que escuchan el pensamiento, el lenguaje de la poesía”, “voces puramente interiores”, “conversación sin sonido”, “el lenguaje del pensamiento”, etc. Además de la convicción íntima e inquebrantable que muestran todos los alucinados respecto a sus alucinaciones, Baillarger enfatizó que las alucinaciones psíquicas conciernen exclusivamente al oído, mientras que las psicosensoriales interesan a todos los sentidos. Se pone de manifiesto que a mediados del siglo XIX se había establecido una vinculación entre las alucinaciones psíquicas y el lenguaje, el cual parecía imponerse de forma automática al margen de la voluntad, causando un singular desdoblamiento en los alucinados, que se reconocen como agentes de ciertos pensamientos pero no de otros.

A finales del siglo XIX, Séglas se percató de los gorjeos y los bisbiseos, de las palabras pronunciadas en tonos quedos y de los esbozos silábicos emitidos por ciertos alienados, que decían oír lo que ellos mismos pronunciaban sin saberlo. Séglas confirmaba así que las alucinaciones psíquicas de Baillarger no tenían su fuente en el exterior sino que estaban relacionadas de alguna manera con el lenguaje. Llamó a estas alucinaciones “psico-motrices verbales” y, como señala Álvarez, desde entonces no debería haber habido más dudas sobre el hecho tan simple de que el alucinado es al mismo tiempo el receptor y el emisor, salvo que no se reconoce como tal. Séglas describe las alucinaciones verbales y especialmente las psicomotrices verbales, sean sin movimiento articulatorio, con un esbozo de éste o con pronunciación completa. Lo característico de todas las alucinaciones verbales, tanto las auditivas, las visuales o las psicomotrices, es que el enfermo las percibe en forma de palabras, las cuales reproducen muy a menudo el propio pensamiento. Por lo tanto, siempre que Séglas apreciaba palabras en las alucinaciones, las clasificaba entre las alucinaciones verbales, ya fueran palabras oídas, vistas o efectivamente pronunciadas aun sin saberlo; el resto de las alucinaciones no estaban, según él, vinculadas con el lenguaje. Al final de su vida, Séglas dejó escrito en el prólogo al libro de Ey Hallucinations et délires: “En resumen, lo que constituye por ahora lo más característico de estos fenómenos no es el hecho de manifestarse como más o menos parecidos a una percepción exterior, sino ser fenómenos de automatismo verbal, un pensamiento verbal separado del yo, podría decirse que un hecho de alienación del lenguaje”.

Detengámonos, de nuevo, en la insigne figura de Clérambault. Según él, como recoge Álvarez, tanto las alucinaciones sensoriales como los delirios son secundarios a un proceso elemental autónomo, al que llamará de muchas maneras: Pequeño Automatismo Mental, Síndrome de Pasividad, Síndrome de Parasitismo o Síndrome S. Clérambault opone los fenómenos del automatismo mental a las alucinaciones auditivas, es decir, a las voces a la vez objetivadas, individualizadas y temáticas. También los opone a las alucinaciones psicomotrices, afirmando que ambos tipos de voces, las auditivas y las motrices, son tardías en relación a los fenómenos sutiles. Tras los fenómenos iniciales, elementales o primarios del Pequeño Automatismo Mental (fenómenos sutiles e ideo-verbales), se edifica en muchas ocasiones el Síndrome completo de Automatismo Mental o Triple Automatismo: trastornos del pensamiento y del lenguaje, voces, y automatismos motores y sensitivos. Hay que destacar también que Clérambault opina que el automatismo es causa y no efecto de la disociación del yo, afirmación que se opone frontalmente a la concepción ideogenética defendida por Séglas. “La idea que domina en la psicosis no es la generadora, aunque la psicología común parece indicarlo y la psiquiatría clásica lo confirma. El nudo de esas psicosis es el automatismo, la ideación es secundaria. En esta concepción, la fórmula clásica de las psicosis está invertida”. Aunque Clérambault defiende una teoría organo-genética mecanicista, no queda ya duda sobre que no puede concebirse un sujeto de la idea previo a un sujeto del lenguaje.

La siguiente parada en el recorrido histórico por el que nos conduce Álvarez está situada en 1973, en el Tratado de las alucinaciones de Henri Ey. Este autor realiza un añadido a la definición clásica de Esquirol: una alucinación es una percepción sin objeto a percibir. La alucinación, por tanto, consiste en percibir un objeto “que no debe ser percibido o, lo que equivale a lo mismo, que únicamente es percibido por una falsificación de la percepción”. La ambigüedad gramatical del “a percibir” indica tanto percibir un objeto aunque no pudiera percibirse, como percibirlo aunque no debiera ser percibido; en definitiva: “Alucinar es, pues, para el Sujeto tomarse él mismo por objeto de una percepción de la que bien podemos decir que es una percepción sin objeto a percibir, pues jamás el Sujeto en sí mismo y en ninguna de sus modalidades o de sus partes tiene el derecho de percibirse como un objeto exterior a sí mismo”.

Las aportaciones fenomenológicas que, siguiendo a Álvarez, hemos visto hasta aquí nos muestran un sujeto, aunque no se habla de él, activo, integrador y unificador de la percepción. Al tomar intencionadamente el sesgo de las alucinaciones más evidentemente verbales, hemos llegado al Síndrome de Pasividad o Pequeño Automatismo Mental, donde lo que resulta más llamativo es la pasividad del sujeto frente al significante; o por decirlo más claramente: hemos asistido al desplazamiento desde un sujeto integrador de las percepciones, que alucinaba por un defecto de dicha integración, hasta un sujeto atomizado y parasitado por los retornos de un lenguaje que habla solo.

Como recoge Álvarez, Lacan escribe en 1959: “Nos atrevemos efectivamente a meter en el mismo saco, si puede decirse, todas las posiciones, sean mecanicistas o dinamistas en la materia, [...] si todas, por ingeniosas que se muestren, por cuanto en nombre del hecho, manifiesto, de que una alucinación es un perceptum sin objeto,esas posiciones se atienen a pedir razón al percipiens de ese perceptum, sin que a nadie se le ocurra que en esa pesquisa se salta un tiempo, el de interrogarse sobre si el perceptum mismo deja un sentido unívoco al percipiens aquí conminado a explicarlo”.

Álvarez nos explica lo que quiere decir Lacan en el párrafo previo: primero, que el sujeto, lejos de estructurar al perceptum, aparece como el que padece la percepción, y además es efecto o está afectado por lo percibido; segundo, que el perceptum ya está constituido, aunque introduce ciertos equívocos. Se parte de la tesis según la cual no hay perceptum fuera del campo del lenguaje o, lo que es lo mismo, que el lenguaje constituye y determina el hecho perceptivo: “El poder de nombrar los objetos estructura la percepción misma. El percipi del hombre no puede sostenerse sino en el interior de una zona de nominación. Mediante la nominación el hombre hace que los objetos subsistan en una cierta consistencia”. Se plantea así que el hecho primero es el significante y el sujeto su efecto o, para decirlo en otros términos, que toda percepción está sometida al orden simbólico, y éste determina y produce el sujeto; es todo lo contrario de lo que se sobreentiende en la clínica clásica y en la psicología general, desde donde se considera al lenguaje como un instrumento que usa el sujeto para comunicarse. La cadena significante puede imponerse por sí misma al sujeto en su dimensión de voz, sin necesidad de que intervenga ningún órgano sensorial. Se sea psicótico o no, no hay manera de hablar sin dividirse, pues cuando hablamos también nos escuchamos.

Escuchar la palabra de otro induce siempre una sugestión, un encantamiento del oyente por la cadena hablada que se impone y sujeta. La percepción de la propia palabra, por su parte, introduce un efecto de división subjetiva, pues hay siempre un instante de suspenso o incertidumbre que se instala entre el tiempo en que se oye la voz y la atribución de la frase a la voz que la enuncia; ése, en el caso del psicótico, es el momento propicio para la alucinación. En la psicosis, eso que está forcluido en lo simbólico, eso que el sujeto no asume de ninguna de las maneras, vuelve a presentársele como proveniente de lo Real y ajeno a su propia endofasia. Álvarez se detiene también en las “voces” del psicótico para mostrar la estructura invariable de la alucinación. Plantea que, en mayor o menor medida, siempre están presentes en la psicosis, y sólo en la psicosis. Hay fenómenos parecidos en la histeria, pero se trata mayoritariamente de imaginerías, es decir, de proyecciones imaginarias muy vívidas, que el sujeto simboliza e integra en relación con su propia historia; también en algunos estados, como en el delirium alcohólico, pero el sujeto no las asume como suyas y las critica. En la alucinación es distinto, pues el defecto es simbólico y no imaginario; en ella, el sujeto está concernido y apelado ineluctablemente. En los psicóticos que han debutado recientemente en esa nueva dimensión de la experiencia se aprecia siempre la perplejidad, la certeza o presencia real de la “voz” y el sentimiento de estar concernidos por ella. Algunos serán capaces de salir del enigma que destruye su identidad narcisista inventando una significación delirante, lo que depende de una decisión y de una elección personal. Mientras la estructura de la alucinación es siempre idéntica e invariable, porque es la matriz mínima de la relación del sujeto psicótico con el lenguaje, el relleno explicativo delirante, de llegar a producirse, es variable y depende del estilo de cada quién.


Hasta aquí, las siempre magistrales palabras de José María Álvarez, que humildemente hemos intentado resumir. 
  


Razones para no aceptar un bolígrafo (u otras cosillas)

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Si nos siguen (y si no, siempre están a tiempo) sabrán que tenemos cierta tendencia a hablar acerca de las cosas y casos de la (no siempre edificante) relación entre la industria farmacéutica y los profesionales sanitarios. No vamos a escribir acerca de supuestos avances farmacológicos que no son tales (porque ya lo hicimos aquí, o aquí) Tampoco comentaremos sobre la ineludible necesidad de buscar fuentes de información farmacoterapéutica independiente (porque está hecho aquí, o aquí). Ni siquiera nos detendremos en recomendar, una vez más, el rechazo a la interacción profesional-visitador (porque PLoS Medicine ya lo hizo, y con datos en la mano, aquí). No, nada de eso. Hoy queremos dedicar la entrada a la cuestión concreta de los obsequios / regalos / material profesional / material formativo / esas-cosas-chulas-que-nos-proporciona-el-visitador-y-tanto-nos-gustan-pero-no-sabemos-cómo-llamar...

Durante casi diez años aceptamos distintos objetos y beneficios por parte de la industria farmacéutica (pero ya hace más de dos años que no aceptamos, pedimos ni recibimos nada de nada, y, si llegan a leer hasta el final, verán que ésa cifra no deja de tener su importancia). Se nos daban bolígrafos, libretas, agendas, radios, libros, películas, relojes, agendas electrónicas, pendrives, cds, ceniceros, básculas, paraguas… Y eso refiriéndonos sólo a las cosas que llegamos a tener personalmente, porque si uno añade lo que se oía por ahí… Desde luego, el producto estrella es el congreso científico, donde te dan la inscripción (que puede superar fácilmente los 600 euros), el viaje (nacional o internacional) y el hotel (siempre cuatro estrellas). También son chulas (perdón, queríamos decir formativas) las charlas de algún compañero que, a cambio de unos 600 euros comenta unas cuantas diapositivas de un producto que la misma empresa fabricante le ha ya preparado, no vaya a perder tiempo revisando bibliografía independiente. Naturalmente, tras la charla que menos que una cena en un buen restaurante, todo regado con buen vino y todo, por supuesto, pagado por la empresa que les está (a nosotros ya no, porque pasamos de esos saraos) formando. Y no olvidemos los libros y tratados que se piden o directamente trae el amable visitador (ya saben, ése individuo que por malo que sea el chiste que cuentes, siempre se ríe…). Dichos libros llegan a veces a 100 o 200 euros.

Como ven, la oferta es fabulosa. Evidentemente, la razón de aceptar todo ello es que a cualquiera le gustaría no tener que pagar por sus libros, viajar a sitios lejanos y exóticos (o cercanos y sin exotismo, pero con avión, hotel y comidas gratis), o recibir todo tipo de chorradas a cambio de nada. Porque la industria farmacéutica es tonta y da todo eso a los prescriptores a cambio de nada, ¿verdad? 

Sin embargo, como el tema nos gusta y hemos dedicado tiempo a darle vueltas, se nos han ocurrido nada menos que tres razones por las que se debería decir No Gracias a cualquier “regalito” de estos, ya sea un bolígrafo cutre o una estancia de cinco días en San Francisco con todo incluido. Si usted es de los que todavía aceptan, a lo mejor no ha llegado hasta aquí (es que las entradas nos quedan largas, qué le vamos a hacer) pero no nos vamos a quedar con las ganas de soltarlo.


1ª RAZÓN: LA ÉTICA


Nuestro primer motivo para separarnos de toda esta historia fue una reflexión ética. Como profesionales de la salud y, además, trabajando en un sistema público de salud (de recursos limitados y cada vez más escasos gracias a la buena política de nuestros dirigentes) creemos que es nuestro deber atender bien a nuestros pacientes, mantenernos al tanto de las investigaciones recientes en nuestro campo y conocer los desarrollos pasados, así como gestionar eficientemente el dinero público (público significa que es de todos, no que no sea de nadie, como a veces parece creerse) del que disponemos. ¿Recibir un regalo de un representante hace que prescribamos mal? No necesariamente. Muchos médicos creen ser inmunes a dichos cantos de sirena y están seguros de que mantienen su independencia, a pesar de lo rica que estaba la langosta a la que nos invitaron el mes pasado en Nápoles. No decimos que no haya algún caso que lo consiga, pero nos tememos que la industria farmacéutica destina más de un 30% de su presupuesto a marketing (y sólo un 12% a investigación) porque sabe que le es rentable. Porque, como hemos dicho muchas veces, hay muchas cosas achacables a la industria farmacéutica pero, sinceramente, no pensamos que la falta de inteligencia a la hora de vender sus productos sea una de ellas.

Cualquier obsequio (y cuanto mejor y más caro, en mayor medida) genera un agradecimiento y una tendencia a la devolución del favor (al menos, en nuestra cultura). Ese representante tan majo con el que hablas de forma tan cercana, casi como un amigo, con el que incluso puedes criticar cosillas de los compañeros y que, además, siempre te lleva de cena y te consiguió ese libraco de mogollón de euros… ¿cómo no echarle una mano con su producto? Y en un campo como la Psiquiatría, donde no hay protocolos claros en muchos casos para prescribir un neuroléptico u otro, un antidepresivo u otro, ¿por qué no mandar el del colega? Que cueste el triple o más que otros igual de eficaces o seguros no tiene mucha importancia porque como no nos preocupamos en conocer el precio de los fármacos que mandamos…

Recurriremos al caso personal: hace ya años recibía frecuentemente a un representante de determinado antipsicótico. Me ofreció participar en un libro de casos que editó el laboratorio con un caso clínico muy breve, el cual, como publicación científica no puede definirse de otra manera que como unamierda. No leí el resto del libro así que no sé si los demás casos mejoraban el nivel del mío. Y, además, me pagaron creo que 600 euros por el trabajo. Todo declarado y todo legal pero, ¿les parece muy ético? A mí no me lo parece. El caso es que poco después de esto (y de varias cenas a las que fui amablemente invitado junto con otros colegas), sale el genérico del antipsicótico en cuestión y, cuando voy a rellenar la receta con dicho genérico (porque ya pensábamos parecido antes de atrevernos a dar el paso de romper relaciones con la industria, para lo que nos hizo falta acumular valor… pero lo hicimos), les juro que se me quedó casi la mano paralizada pensando en el simpático visitador y en que le estaba fastidiando con lo del genérico, con lo bien que se había portado conmigo… Y lo triste es que no prescribí el genérico. Han pasado años de ese lamentable suceso, pero lo traemos aquí porque creemos que es bastante indicativo de cómo funcionan los agradecimientos que la industria crea en nosotros a través de distintos obsequios y prebendas.

Se suele usar como excusa el aspecto formativo del asunto. Se dice que como el Estado no paga la formación continuada de los médicos, éstos no tienen otro remedio que recurrir a la industria para poder formarse. Nos parece un argumento interesante si no fuese porque no explica por qué razón el médico no se paga él su formación continuada como cualquier otro profesional. O ya nos dirán quién paga la formación continuada del psicólogo, del abogado, del ingeniero, del carpintero o del albañil… Además, insistimos que en los tiempos que corren y con la información gratuita disponible en la Red en sitios avalados por organismos públicos o de reconocido prestigio, es muy fácil formarse sin tener que pedir un duro a nadie y sin que nos cueste nada económicamente y poco en lo referente a tiempo. Porque para ir a Praga cuatro días a entrar en dos charlas de 45 minutos, no nos digan que no se aprende más revisando artículos (que luego nuestros críticos nos atacan por decir que los antipsicóticos atípicos no son mejores que los típicos, con lo que hacen evidente que entre tanta cena y congreso no hay tiempo para echar un vistazo al British Journal of Psychiatry, por ejemplo).

Hay incluso quien diría que todos estos obsequios, o presentes, o material profesional o como queramos llamarlo, todas estas cosas que alguien (el visitador) da y alguien (el profesional) recibe son directamente sobornos. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, un soborno es: “cosa que mueve, impele o excita el ánimo para inclinarlo a complacer a otra persona”. Nosotros no somos muy listos, pero desde luego, nos parece que todas estas actividades encajan perfectamente en la definición de soborno. Que uno diga o crea que el soborno no le influye (como había quien decía que uno no se corrompe por cuatro trajes) no significa que aceptarlo no sea, desde el punto de vista ético, una vergüenza.

Y a nosotros nos dejó de gustar sentirnos sobornados.

De todas maneras, el compromiso ético es algo muy personal (aunque con evidente repercusión en lo social) y cada uno es libre de tener su ética o, incluso, de no tenerla en absoluto. Hubo quien nos dijo que eso de la ética era cosa de griegos ricos de tiempos antiguos, argumento pintoresco que no compartimos, pero qué se le va a hacer…A nosotros nos gusta irnos a dormir pensando que hacemos lo que nuestra conciencia nos dicta y que somos o, mejor, intentamos ser, un ejemplo para nuestros hijos. Me gusta pensar que cuando me muera podré decirles: chicos, el mundo es una mierda, pero nosotros hicimos lo que pudimos.

De todas maneras, más allá de la reflexión ética, necesariamente individual, está el aspecto colectivo y, concretamente y más hoy en día, económico. Lo que nos lleva a la segunda razón para decir No Gracias a un bolígrafo (y no digamos a lo demás).


2ª RAZÓN: LA ECONOMÍA



Éste apartado es muy sencillo y, creemos, poco discutible. Tiene esa certeza simple, tan aburrida y tan segura, que dan las matemáticas y de la que la Psiquiatría carece. Un bolígrafo cuesta X céntimos. Una agenda cuesta X euros. Un Tratado de Psiquiatría molón puede salir por más de 100 euros. Un congreso en Viena incluye unos 700 euros de inscripción, unos 200 de viaje, unos 500 de Hotel, comidas y cenas aparte. Todo este dinero (incluyendo los céntimos del bolígrafo, porque esos céntimos hay que multiplicarlos por los miles de bolígrafos que se van repartiendo por ahí) se incluye en la sección de GASTOS del laboratorio en cuestión, junto a sus partidas de investigación, de personal, de lo que sea… Todos los obsequios que nos llegan aumentan los gastos del laboratorio. Y los INGRESOS sólo llegan de la venta de sus fármacos. No hay que ser un genio de la economía para deducir que el gasto que suponen todos esos obsequios se compensa subiendo el precio de los fármacos más de lo que podrían valer sin ellos. Y, evidentemente, los gestores de estas multinacionales consideran que esos GASTOS generados por todos los productos y servicios entregados a los prescriptores conllevan un aumento de los INGRESOS tal que hace el asunto rentable. Vamos, que el bolígrafo no es gratis, lo pagamos entre todos en el precio del fármaco que se receta a continuación.

La industria farmacéutica es uno de los sectores económicos que mayores beneficios consigue (dicen que junto a las empresas de armamento, el narcotráfico y la prostitución). Y esos beneficios vienen de los precios, desorbitados muchas veces, que pagamos por sus productos. Por poner un ejemplo, hace sólo cuatro años, la risperidona bucodispersable a 12 mg/d costaba casi 300 euros al mes al sistema público de salud (por esa época, el mismo producto en comprimidos costaba la mitad, pero el representante decía que era mejor que se disolviera en la boca que no tragarla, y muchos compañeros le hicieron caso y la recetaban, sin mayor preocupación por la diferencia de precio, cómo éramos ricos…). Hoy valen ambos 50 euros al mes. Y no creo que Janssen la saque a 50 euros perdiendo dinero, o sea que algún beneficio todavía obtiene. Y antes pagábamos seis veces más. A partir de este sobreprecio se nos ocurren dos ideas: que con él es fácil pagar los regalos que hemos mencionado (y otros que no queremos mencionar) y que ahora que llegaron las vacas flacas hasta los pensionistas van a pagar por las medicinas (porque algunos-bastantes-muchos-y-no-sólo-los-políticos gestionaron / gestionamos mal el dinero que teníamos encomendado (aunque la crisis no viene de ahí sino más bien del hecho de que a un profesional sanitario se le retiene  el 25 ó 30% de su nómina y a las grandes fortunas que declaran por las SICAV sólo el 1%, pero ése sí que es otro tema…).

Resumiendo: que si no aceptas el boli (ni todo lo demás) reduces el gasto en marketing de las multinacionales farmacéuticas, con lo cual tendrán más margen para dedicar a investigación, a no echar tanto personal y, soñar no cuesta nada, a abaratar sus productos…

De todas maneras, habrá también quien no esté de acuerdo con esta razón económica. Algún argumento poderoso y contundente del tipo, por ejemplo, para que roben otros, prefiero beneficiarme yo, y cosas parecidas que, por desgracia, dicen mucho del tipo de sociedad y cultura que tenemos (y que, con dichas actitudes, perpetuamos cada día).

Pero si no basta la reflexión ética individual ni la preocupación económica colectiva, hay aún una tercera razón, sobre la que no cabe mucha argumentación porque, por definición, es de obligado cumplimiento: la legal.


3ª RAZÓN: LA LEY



Contaremos otra anécdota personal, que hoy estamos charlatanes. Siendo residente en mi querido Hospital Insular de Gran Canaria entró en vigor una ley que prohibía el consumo de tabaco en hospitales y que definía unos turnos para las Unidades de Agudos de Psiquiatría en los que los pacientes podían fumar. Previamente, teníamos una sala donde los pacientes fumaban a la hora que querían. Hubo cierto debate y yo opiné que la ley era un error, y que esa abstinencia parcial iba a provocar más ansiedad en nuestros pacientes ingresados, ya por definición en situación de crisis. Mi tutor respondió rápidamente y vino a decir, o así lo recuerdo, que las opiniones importaban poco, porque la ley era la ley y había que cumplirla. 


Evidentemente, no estamos hablando de leyes potencialmente injustas de estados opresores (o que lleven camino de serlo, pero ésa también es otra historia) sino, en este caso, de leyes que regulan el funcionamiento de nuestras profesiones sanitarias. En este caso, por supuesto, la Ley del Medicamento.

Su nombre completo es Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios. Es cierto que en su artículo 76 admite y regula las subvenciones para reuniones científicas y actos de esa índole (aunque respecto a ello, no dejen de leer el artículo recientemente publicado en JAMA -Journal of American Medical Association- sobre congresos científicos y a quién benefician porque es magistral; un resumen en castellano aquí). Pero lo interesante viene en el artículo 101, apartado de infracciones graves, subapartado 29, donde dice textualmente que se considera como tal infracción grave lo siguiente:

"Aceptar, los profesionales sanitarios, con motivo de la prescripción, dispensación y administración de medicamentos y/o productos sanitarios con cargo al Sistema Nacional de Salud, o sus parientes y personas de su convivencia, cualquier tipo de incentivo, bonificaciones, descuentos prohibidos, primas u obsequios efectuados por quien tenga intereses directos o indirectos en la producción, fabricación y comercialización de medicamentos y productos sanitarios".

Nos parece que no puede estar más claro. Es cierto que Farmaindustria se dotó de un código deontológico que permite obsequios (material profesional les gusta llamarlo como nos dijeron en un reciente intercambio de opiniones en twitter) de pocos euros. Como hemos señalado varias veces, nos parece indignante que un lobby privado de empresas se atreva  a hacer un código de buenas prácticas que contradice directamente una ley estatal. La ley prohíbe cualquier obsequio y, aunque lo quieran llamar material profesional, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, obsequio es: “regalo que se hace”, lo que no parece excluir que tal “regalo que se hace” sea material profesional o cualquier otro nombre curioso que quieran ponerle.

Por lo tanto, la costumbre de aceptar el boli, o la pluma, o el libro, o la comida, se convierte directamente en una infracción legal. Veamos, también en la Ley del Medicamento, las penas para dicha infracción, concretamente en su artículo 102, apartado de infracciones graves (que, como vimos, eran las que correspondían a nuestro asunto):


Infracciones graves:

    • Grado mínimo: Desde 30.001 a 60.000 euros.
    • Grado medio: Desde 60.001 a 78.000 euros.
    • Grado máximo: Desde 78.001 a 90.000 euros.


    No dirán que no acojona un poco… Y no olvidemos que el hecho de no conocer la ley no exime de su cumplimiento. O que el hecho de que no se haya condenado a nadie, que nosotros sepamos, por esto, no significa que con la ley en la mano no pueda hacerse. Al final, el precio del bolígrafo puede acabar siendo carísimo.

    Pero para no acabar de mal rollo y dar un poco de esperanza (y antes de que alguien salga corriendo a denunciarnos porque hemos admitido que hace años aceptábamos estas cosas), un poco de esperanza para todos. El artículo 104 habla de la prescripción de las infracciones y dice, textualmente:

    "Las infracciones muy graves prescribirán a los cinco años, las graves a los dos años y las leves al año; en los mismos plazos prescribirán las sanciones".

    O sea, que lo mejor sería, por razones éticas, económicas o, al menos, de cumplimiento de la legalidad vigente, renunciar a recibir ningún nuevo obsequio / material / regalo / prebenda / servicio o como se quiera llamar procedente de la industria farmacéutica con lo que, en dos añitos de nada, podrán decir, como nosotros, que están libres del delito y de la sanción y, además, notarán cómo se puede pensar con más claridad en las características reales de los fármacos, buenas y malas, y no en el bonito paisaje de cuento de hadas que sus simpáticos anunciantes nos quieren vender.

    Dejemos los regalos y los anuncios para los Reyes Magos y dediquémonos a nuestra profesión sin interferencias, a estudiar y a tratar a nuestros pacientes sin dejarnos distraer por espejitos o cuentas de colores.




    Psicoterapia con casos "imposibles" (Duncan, Hubble y Miller)

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    En la entrada de hoy, vamos a resumir un libro de psicoterapia que nos ha impresionado recientemente, dentro de la orientación de la llamada terapia centrada en soluciones. Se trata del texto Psicoterapia con casos "imposibles"de Duncan, Hubble y Miller, que nos ha parecido del mayor interés. A continuación, nuestro resumen de dicha obra:


    Cambiar las reglas de la imposibilidad

    Con más frecuencia de lo que quisiéramos nos encontramos con individuos instalados en nuestra compasión, atrapados en sus quejas e inmunes a los procedimientos y técnicas más sofisticadas de nuestra profesión.

    Esta mezcla de compasión, exasperación ante el fracaso del tratamiento y responsabilidad profesional puede a veces agotarnos y hacernos llegar a conclusiones de que el paciente es “imposible”.

    Históricamente la imposibilidad ha sido siempre atribuida al cliente. Un buen ejemplo de ello es el diagnóstico actual de trastorno de personalidad límite. En él, los clínicos encuentran un problema estereotipado: predecible impredecibilidad, impulsividad, peligrosidad, irracionalidad, carencias afectivas, labilidad emocional no modulada,…Frente a tal despliegue de síntomas y características tan desalentadoras, ¿quién no sentiría desasosiego?

    Así, el camino hacia el caso imposible se abre a partir de la misma expectativa de la imposibilidad. Tanto si la experiencia se basa en simples atribuciones de rasgos de personalidad como en el establecimiento de un diagnóstico formal, una vez en marcha la expectativa de que la cosa va a resultar difícil puede ser sorprendentemente inamovible (Salovery y Turk, 1991). La expectativa se convierte en el mismo individuo. La persona queda “desindividuada”.

    Termina siendo equivalente a su caracterización o etiqueta (Wright, 1991). Si esto ocurre, los observadores distorsionarían sin darse cuenta la información que reciban para ajustarla a sus expectativas.

    Dejándonos llevar por nuestra rutina profesional podemos estar transformando un caso con buenas perspectivas en uno totalmente perdido.

    Las tradiciones o convenciones terapéuticas proporcionan otra vía hacia la imposibilidad. La lealtad de un clínico en relación con las tradiciones teóricas y su impacto en la manera de entender los hechos y actuar en la terapia recibe el nombre de “contratransferencia de la teoría” (Hubble y O´Hanlon, 1992; O´Hanlon, 1990). Su rol en el desarrollo de casos imposibles es tan poderoso como la formulación de diagnósticos. La contratransferencia hace referencia a un proceso afectivo, en gran medida inconsciente, que tiene lugar en el terapeuta y que es impulsado por su relación con el cliente.

    La tradición psicodinámica acepta que la persona del terapeuta (todas sus respuestas, su historia individual y su estado mental) puede apoyar o entorpecer la terapia. Menos atención se presta a la manera en que la concepción global de la condición humana y de la terapia que sostiene el terapeuta puede afectar a los resultados del tratamiento.

    Milton Erickson también hablo de los peligros de la CT (contratransferencia). Según él, la lealtad teórica puede conducir a una simplificación excesiva con relación al paciente, a cerrarse a nuevas posibilidades de cambio y a promover la inflexibilidad técnica. Su ya famosa cita resume su posición sobre el papel de la teoría en la terapia:
    “Toda persona es un individuo. Por lo tanto, la psicoterapia debería ser formulada de manera que responda a la particularidad de las necesidades de la persona, en vez de obligarla a ajustarse a una teoría hipotética de la condición humana”

    La proverbial historia del hombre que un buen día se compró un martillo y a partir de ahí empezó a darse cuenta de que por todas partes había clavos para clavar, ilustra el efecto que tiene la CT.

    No hay duda que los clientes mantienen sus propias teorías acerca de su psicología, las dificultades que experimentan y su situación vital (Duncan y otros, 1992). Cuando sus puntos de vista son ignorados, se dejan de lado o se ven atropellados, es de esperar que aparezca la resistencia o el incumplimiento de lo acordado en la terapia. Para el terapeuta, el cliente empieza a volverse un caso imposible. Para el cliente, el terapeuta se muestra indiferente, poco interesado o patentemente equivocado. Llegados a este punto, la terapia ha pasado de ser una relación de ayuda a un choque.

    Esto no significa que la teoría pueda considerarse la raíz de todos los males. Pero si se aplica en demasía puede ser perjudicial y los beneficios de permanecer leales a ella no son tantos como pudiera parecer. Entendemos los modelos teóricos como lentes potencialmente útiles, siempre y cuando compartan con deferencia el “punto de vista” del cliente y su prescripción. Unas lentes que poseen en cada caso diferentes cristales, diferentes monturas y diferente graduación, lo que permite que los distintos enfoques aporten toda su diversidad y riqueza. Por cierto, estas lentes protegen al terapeuta de la CT.

    La CT promueve la imposibilidad de dos maneras: aplicando órdenes del día que se ajustan sólo a las premisas teóricas del terapeuta y violan los sentimientos y creencias del cliente. De forma similar, los casos imposibles aparecen cuando se persiste en un enfoque terapéutico que no funciona. El grupo de investigadores y clínicos del Mental Research Institute (MRI) buscó cómo surgen y persisten los problemas. Estos autores sostienen que los problemas persistentes o intratables no pueden explicarse tomando como base algunas características innatas del cliente. Más bien dicen que la naturaleza imposible del problema aparece como consecuencia de los esfuerzos por resolverlos.

    El MRI entiende que los problemas se inician con una dificultad, de las muchas que surgen en nuestra vida. La mayor parte de esas dificultades crean incomodidad, y para afrontarlas la gente emplea las estrategias que les han ayudado en el pasado. Normalmente, esas soluciones funcionan, pero en ocasiones fracasan.

    Según el MRI, para que una dificultad se convierta en un problema sólo se necesita que converjan dos condiciones. Primero, que la dificultad no se maneje correctamente (que la solución no funcione). Y segundo, que cuando la dificultad se muestre refractaria, se aplica la misma solución ineficaz, es decir, más de lo mismo. Cabe añadir que, en estos casos, también sucede que la dificultad original se deteriora. Pasado un tiempo, se establece un círculo vicioso y la dificultad original llega a convertirse en un problema de tamaño inmenso y de no menos importancia (Weakland, Fisch, Watzlawick y Bodin, 1974).

    El problema, una vez percibido como tal, abarca no sólo el dilema original, sino también todos los esfuerzos repetitivos por encontrarle solución. La solución se ha convertido en un problema imposible.

    Los terapeutas no se muestran ajenos a ese ciclo de demanda-solución que acabamos de describir. La irritabilidad y la imposibilidad se desarrollan en aquellas situaciones clínicas en las que el terapeuta aplica repetidamente las mismas (o similares) estrategias terapéuticas. Este proceso puede empezar en un periodo sorprendentemente corto de tiempo. Los terapeutas que hacen “más de lo mismo” están convencidos de que la persistencia les dará la razón, incluso cuando la evidencia les muestra que su estrategia resulta ineficaz.

    Una vía adicional hacia la imposibilidad es el dar la espalda a la motivación del cliente. El cliente desmotivado no existe. Es posible que no comparta nuestra motivación, pero no hay duda de que posee la suya y es muy fuerte. Una terapia ineficaz y fútil puede surgir al errar o pasar por alto lo que el cliente puede conseguir. Si así sucede, lo más probable es que pensemos que el cliente no está preparado para el cambio.

    La investigación ha establecido que la clave del éxito de la terapia es la calidad de la participación del cliente (Orlinsky, Grawe y Parks, 1994). Los clientes que colaboran en la terapia están comprometidos con el terapeuta y su mente abierta y receptiva les beneficia. Debido a la importancia de la implicación positiva del cliente en el tratamiento, su motivación – no sólo por seguir la terapia, sino por conseguir sus objetivos personales – debe ser entendida, respetada y activamente incorporada al tratamiento.

    Cuando los clientes se sienten agobiados y estancados, pueden experimentar que sus problemas no tienen solución. El hecho de buscar ayuda en ese momento les ofrece una perspectiva de mejora. Pero al mismo tiempo acudir a un terapeuta puede significar que no pueden resolver sus problemas por sí mismos. De hecho, sus sentimientos de fracaso pueden ser tan agudos que rechacen cualquier autoevaluación favorable. En esas circunstancias, acudir a una terapia puede representar un desagradable recuerdo de lo mal que manejan sus dificultades. Al insulto se le añade la humillación.

    Lo que llamamos resistencia puede reflejar a veces los intentos del cliente por conservar un poco de respeto personal. Esto es probablemente lo que Milton Erickson tenía en mente cuando sugirió que el arte de la terapia consiste en ayudar a los clientes a retirar sus síntomas de manera sutil. Reconocía que los clientes tienen simultáneamente un deseo de cambiar y una tendencia natural a protegerse si el cambio (para peor o para mejor) compromete su dignidad personal.

    La búsqueda actual de la eficiencia queda muy bien reflejada en la multitud de bibliografía que existe en la actualidad sobre lo que se ha dado en llamar la terapia breve. Aunque el término “breve” está de moda, nosotros preferimos trabajar en el contexto de la palabra “eficiente” por tres razones.

    Primero, los que abogan por la terapia breve afirman que su enfoque ayuda a los clientes a pasar menos tiempo resolviendo dificultades que los otros, es decir, los enfoque “no breves” o tradicionales. Con respecto a la duración del tratamiento, sin embargo, la literatura muestra que toda terapia es relativamente corta en cuanto a su duración. Es decir: los datos recogidos durante los últimos cincuenta años muestran que el cliente medio acude sólo a unas cuantas sesiones, independientemente del modelo empleado (Gardfiel, 1978; Koos y Butcher, 1986; Millar, 1994). La terapia es por lo general breve, independientemente del modelo de tratamiento empleado. La palabra “breve”, por lo tanto, no dice nada de la efectividad del tratamiento, sólo habla  de la duración, y ya hemos visto que es un fenómeno compartido por todos los enfoques. Una terapia eficiente se caracteriza por su brevedad y efectividad.

    Segundo, nosotros estamos al lado de las terapias breves, pero nos comprometemos más con la idea de conseguir un resultado satisfactorio, tal y como éste es definido por el cliente, con el menor número de sesiones. La terapia eficiente, creemos, tiene lugar como consecuencia natural de aceptar el marco de referencia del cliente como teorías para la intervención.

    En tercer lugar, algunas personas entienden que “breve” implica que la terapia es de “primeros auxilios”, que no ataca el problema en profundidad. Nosotros, tras investigar, pensamos que en un tratamiento eficiente el tiempo tiene poca correlación con la profundidad de la intervención o la calidad de los resultados.

    Una revisión de la bibliografía existente sobre los resultados (Lambert, Shapiro y Bergin, 1986; Miller y otros, 1986; Miller y otros , 1997) sugiere que el 30% de los cambios observados responden a los factores comunes (de relación). Los factores comunes son las similitudes que existen entre las distintas terapias independientemente de su orientación teórica. Los aspectos técnicos, específicos de cada orientación, son responsables del 15% de los resultados positivos. El mismo porcentaje de éxito se debe a factores de placebo / expectativas.

    Un 40% de los resultados positivos dependen de las variables extraterapéuticas (del cliente), factores que forman parte del cliente y de su ambiente y que contribuyen al cambio independientemente de la participación del cliente en la terapia (Lambert, 1992).

    Aunque en un principio nos fue difícil reconocer que la efectividad tenía poco que ver con el ingenio de la teoría o las maravillas de la técnica, finalmente aceptamos los datos que demostraban que la contribución del cliente constituye el aporte más significativo al éxito terapéutico, seguido de ciertos factores comunes (Miller y otros, 1997). Nuestras teorías favoritas resultaron ser menos significativas para el proceso de cambio de lo que nos habían hecho creer.

    La terapia eficiente es la que quita importancia, pero no elimina, a la teoría para dar relevancia a la perspectiva del cliente, aplica activamente los resultados de la investigación y los factores curativos conocidos y maximiza la participación del cliente en todas las fases del tratamiento.

    Trabajar con casos imposibles o con sujetos que han pasado por tratamientos sin conseguir resultados satisfactorios puede relacionarse con muchos descriptores, pero nosotros preferimos referirnos a estos sujetos que han seguido una terapia y por cualquier razón no han tenido éxito como veteranos.

    Son veteranos en la lucha por una vida mejor. Nos muestran las cicatrices de esa batalla por el cambio de diferentes maneras, desde la desesperanza a la hostilidad con relación al tratamiento. Desafortunadamente, esos veteranos de la tristeza han sido frecuentemente maltratados por el sistema sanitario y perciben a los terapeutas como personas que no tienen en cuenta sus deseos, no dan crédito a su malestar e incluso no se creen sus desgraciadas historias.

    Para que la historia del cliente sea siempre la auténtica protagonista de nuestros relatos, insertaremos, siempre que sea posible, sus propias palabras, incluida su valoración sobre lo que resultó o no de ayuda.

    Hay que considerar la posibilidad de tratar al veterano de la terapia permitiendo que su marco de referencia (el del cliente) guíe nuestras acciones. Dentro del cliente hay una teoría de cambio que espera ser descubierta, un marco de referencia para la intervención que puede ser utilizado de forma que obtengamos un resultado satisfactorio.


    Acomodar la terapia al marco de referencia del cliente: el argumento empírico

    Este capítulo propone que el terapeuta acomode intencionalmente la terapia al marco de referencia del cliente para conseguir un propósito explícito: un resultado satisfactorio.

    El Webster´s Collegiate Dictionary (1993) define acomodación como: 1) ajustar, hacer congruente o disponible; 2) llegar a un acuerdo o acordar; 3) proporcionar algo necesitado, deseado o conveniente; etc.

    La acomodación (el acto de acomodar) conlleva el proceso terapéutico de:

           Hacer sitio a los recursos e ideas del cliente.

           Proporcionar las condiciones necesarias para el cambio.

           Responder con flexibilidad.

          Adaptar o hacer que la terapia se ajuste a las ideas del cliente acerca de lo que puede ayudar.

           Identificar al cliente como la parte más importante del proceso de cambio.


    El marco de referencia del cliente se caracteriza por: 1) sus recursos y habilidades para resolver el problema que se le presenta dentro y fuera de la  terapia; 2) sus percepciones y experiencia de la relación terapéutica; y 3) sus percepciones y experiencia de la demanda que presenta, sus causas y cómo la terapia puede dirigirse de la mejor manera posible para conseguir su objetivo. Nosotros llamamos a esto último la teoría del cambio del cliente.

    Recuerde que los factores extraterapéuticos o del cliente explican el 40% del éxito de la terapia. Entre los factores del cliente se incluyen sus puntos fuertes personales, sus capacidades innatas para crecer y sus habilidades para conseguir el apoyo y la ayuda de los demás. También se incluyen en esta lista los sucesos fortuitos que ocurren fuera de la terapia y que los clientes pueden entender como oportunidades para el cambio. Acomodarse a los recursos del cliente significa destacar sus fuerzas y habilidades por encima de sus déficits y debilidades.

    Los factores de relación (o comunes) han sido conceptualizados de muchas maneras. Lambert y Bergin (1994) incluyen la empatía, la calidez, la aceptación y la voluntad de correr riesgos. Los clientes atribuyen en gran parte su éxito a la relación que se establece con el terapeuta. La calidad de la relación contribuye de una manera importantísima al progreso terapéutico.

    Recuerde que esos factores comunes contribuyen en un 30% al éxito de los resultados, mientras que la orientación específica procedente de la técnica sólo explica un 15% de la variación.

    A pesar de los esfuerzos hercúleos realizados por parte de seguidores leales, no se ha demostrado la superioridad de un enfoque sobre otro. La equivalencia de resultados ha sido documentada en varios estudios. La imposibilidad de encontrar resultados diferentes comparando terapias que usan técnicas divergentes apoya la importancia de los factores comunes en la obtención de resultados positivos y suscita serias dudas acerca de la conveniencia de adherirse con lealtad a cualquier enfoque.

    Otra afrenta al marco de referencia del terapeuta la proporciona la investigación que demuestra que las percepciones del cliente (no del terapeuta) sobre la relación son los mejores predictores de mejoría.

    Bachelor (1991) encontró que las percepciones de la alianza por parte del cliente arrojaban mejores predicciones de los resultados que las de los terapeutas, y que desde el punto de vista del cliente los factores más importantes de éxito son la calidez mostrada por parte del terapeuta, la ayuda, el interés, la implicación emocional y los esfuerzos por explorar material relevante para el cliente.

    Acomodar la relación terapéutica significa hacer que el cliente se sienta cómodo, atender a sus deseos e intentar que la relación se ajuste a la percepción del cliente de empatía, calidez, etc. La acomodación implica que el terapeuta supervise la respuesta del cliente al proceso y que se ajuste la terapia a las expectativas del cliente. No hay que olvidar que la empatía significa cosas diferentes para cada cliente y los terapeutas deben de acomodar su enfoque a lo que éste entiende por una relación útil.

    La dimensión final del marco de referencia del cliente abarca los pensamientos, creencias, actitudes y sentimientos del mismo acerca del problema o situación, sus causas y cómo la terapia puede alcanzar de la mejor manera posible los objetivos del tratamiento. Ésta es la teoría del cambio del cliente. Acomodarse a esta teoría requiere que el terapeuta primero la aprenda y después la adopte como el mapa de cómo va a progresar la terapia. Acomodarse significa que todas las actividades e intervenciones del terapeuta sean congruentes con tal o cual teoría, a no ser que se pacte con el cliente que se le va a tratar desde un enfoque distinto de la teoría que él defiende.

    Acomodarse a la teoría del cliente parece, pues, un requisito esencial, dada la importancia de la percepción del cliente para la obtención de resultados satisfactorios y el gran cuerpo de evidencia que demuestra que la alianza, evaluada por el cliente, el terapeuta y terceras personas, es el mejor predictor del resultado de la psicoterapia.

    Gaston (1990) resume la alianza en cuatro componentes: 1) la relación afectiva del cliente con el terapeuta; 2) la capacidad del cliente para trabajar de forma constructiva en la terapia; 3) la comprensión e implicación empática del terapeuta; y 4) el acuerdo cliente-terapeuta sobre los objetivos y tareas de la terapia.


    Trabajar con la imposibilidad: consideraciones terapéuticas

    El primer paso para crear un encuentro terapéutico adecuado con veteranos es asumir que, de alguna manera, la terapia ha fracasado a la hora de entenderles y satisfacerles.

    Las palabras poseen el poder de inducir reacciones emocionales intensas. En los profesionales relacionados con la salud mental usamos otras palabras que, sin ser propiamente nombres, denominan condiciones clínicas, síntomas o demandas. Muchos de esos nombres tienen el poder de inducir fuertes emociones, “esquizofrenia”, por ejemplo, o el término borderline (personalidad límite), tan  comúnmente utilizados, constituyen buenos ejemplos de ellos. Para los profesionales, esos nombres suelen despertar aprensión, tensión y preocupación. También puede provocar la anticipación de la imposibilidad.

    No es muy realista esperar que los terapeutas puedan (o deban) insensibilizarse ante las palabras y experiencias que evocan emociones. Pero sí existen determinadas acciones que se pueden adoptar para aplacar los aspectos más provocativos de los diagnósticos. A estas acciones les llamamos tomarse el pulso.

    El objetivo de tomarse el pulso es resistir la ansiedad, la urgencia, el pesimismo y la sobreabundancia de responsabilidad. Estos estados de ánimo contribuyen a la predicción o anticipación de la imposibilidad.

    Para aplicar el principio de tomarnos el pulso, no hay un método o técnica específica a seguir. Cada terapeuta es libre de desarrollar su repertorio para sacudirse las telarañas emocionales.

    Los pasos que podemos seguir para tomarnos el pulso pueden dividirse en tres grandes categorías:

    o     Acciones para emprender con uno mismo: quizás el método más práctico es practicar una variación de la relajación muscular profunda. Es suficiente con cruzar las piernas por la parte de los tobillos, tensar y destensar la musculatura y sentir la diferencia.
    En los últimos años, los terapeutas de las tradiciones estructural, estratégica y orientada hacia las soluciones han popularizado la práctica de un receso durante la sesión para ganar distancia y perspectiva y pensar en alguna intervención antes de proponérsela al paciente.
    Pero si no es factible tomarse un receso, y si la emoción del momento es demasiado grande, puede ganar tiempo diciéndole al paciente “Por favor, deme un momento para considerar lo que me dice”. Los clientes, independientemente de la demanda, suelen responder muy bien a las buenas maneras y aprecian los esfuerzos del terapeuta para entenderlos. Las intervenciones aceleradas provocadas por la ansiedad y la urgencia no suelen valer la pena.
    Una última recomendación para actuar sobre uno mismo es admitir que no se dispone de ninguna intervención. Si estamos estancados, ofuscados y no sabemos qué hacer acerca de una demanda del cliente, es mejor afirmar: “No sé qué decirle” que intervenir sin ton ni son.

    o    Acciones para emprender con los demás: un enfoque válido para superar la preocupación y la tendencia a la acción precipitada es llevar a cabo las terapias en equipo. Además de actuar como medida para aplacar la ansiedad del terapeuta, un equipo de tratamiento puede servir de alter ego o voz auxiliar para el terapeuta principal. Frecuentemente se ha dicho que uno no puede ser profeta en su tierra y algunos clientes pueden percibir que la opinión de nuestro colega tiene más credibilidad que la nuestra sólo porque lo dice otro experto. Pero quizá lo más importante es que el hecho de consultar con otros terapeutas de muestra de que nos interesa la otra persona. Consultar a terceros también tiene el efecto de mostrar que no somos arrogantes. Si admitimos que necesitamos otra opinión o ideas adicionales, el cliente aprende un nuevo modelo de resolución de problemas más flexible.

    o      Acciones para emprender con el cliente: puede comenzar a decirles: “Estoy confundido (preocupado, ansioso, desconcertado) sobre esto que me ha contado. ¿Me puede ayudar a entenderlo mejor?”. Para los clientes puede ser la primera vez que les invitan a coparticipar en una terapia. Es importante compartir la aprensión con el cliente ante una situación concreta difícil de mencionar.

    Evitar despliegue de atribuciones:

    En el primer capítulo, avanzamos la idea de que la contratransferencia de la teoría es una vía sólida y fiable hacia la imposibilidad. Las teorías, especialmente las que evocan ideas de patología, trastorno y disfunción, actúan como lentes poderosas que enfocan la atención del terapeuta.

    Curiosamente, aunque la disciplina de la psiquiatría, la psicología y el trabajo social dicen promover la salud y la competencia, tradicionalmente han rendido culto a la incompetencia de sus clientes (Miller y otros, 1997). Las teorías sobre la terapia son principalmente teorías sobre la psicopatología (véase Held, 1991).

    A través del etiquetamiento diagnóstico, la contratransferencia de la teoría contribuye a lo que hemos llamado el despliegue de atribuciones. Esto significa que no importa lo decidido que esté el terapeuta a observar al cliente con objetividad, en un momento dado aplicará las características y cualidades que define la teoría con la que trabaja.

    Como sucede con la categorización diagnóstica, las teorías pueden inhibir el trabajo de la terapia. Las teorías no son sustitutas de la realidad. Son abreviaturas. Ciertamente, constituyen abstracciones que se usan para que la confusa información que nos proporciona el cliente tenga algún sentido. Las teorías son como mapas de carreteras, direcciones por donde marchar hacia un resultado satisfactorio.

    Debido a que las teorías son abstracciones, su utilidad no está garantizada. Cuando la teoría va bien, hay una tendencia natural a decir que ésta se confirma. No obstante, cuando la teoría se tambalea, frecuentemente el terapeuta la mantiene a expensas del cliente. Y ahí es cuando se convierte en terreno abonado para el despliegue de atribuciones.

    Para evitar la influencia del despliegue de atribuciones, podemos aplicar una regla pragmática a la teoría. Si la teoría promueve la mejora, ayuda a los clientes a conseguir sus objetivos terapéuticos y proporciona espacio para ser cuestionada, tanto por parte del terapeuta como por parte del cliente, entonces úsela. Por otro lado, si la teoría afirma ser la única verdad, asigna un estereotipo a los clientes, éstos no sacan provecho de ella o sencillamente no funciona, entonces es mejor echarla por la borda. Con cerca de cuatrocientas teorías en el mercado de la psicoterapia, seguro que habrá alguna que resulte más aplicable a nuestro veterano.

    Otro consejo para superar el despliegue de atribuciones es pensar que, a pesar de lo mal que se vea el caso, el cambio es inevitable. Por ejemplo, los estudios a largo plazo con personas diagnosticadas de esquizofrenia muestran que el 50-60% vuelven a un estado normal o mejoran mucho a medida que se hacen mayores (Harding, Zubin y Strauss, 1987). Aparentemente, la asumida biología de la esquizofrenia no determina por completo el destino de los que la sufren.

    Otra manera de defendernos de la contratransferencia de la teoría es tomar con reservas las notas e informes clínicos de los otros terapeutas. Es común encontrar en estos sujetos un abultado dossier de informes que atestiguan la condición de imposible del cliente. Es mejor acercarse al cliente sin ideas preconcebidas, atentos a las nuevas oportunidades que se presenten.

    Cultivar una mente de principiante:

    La experiencia nos enseña que si nos encontramos con un gran animal que se mueve rápido, de color gris, con patas enormes, grandes orejas, una larga trompa y que emite un sonido parecido al de la trompeta, es mejor que nos apartemos del camino y le dejemos pasar. Probablemente se trate de un elefante. Aquí, la experiencia tiene un gran valor predictivo.

    Sin embargo, ¿qué sucede si, como terapeutas, nuestra experiencia clínica nos dice que con tal tipo de cliente hemos de aplicar tal o cual técnica o modelo? La predicción puede no resultar tan buena. Desafortunadamente, suele ocurrir que, a pesar de las mejores intenciones, la experiencia nos conduce a mantener una técnica o un método determinado, aunque en realidad la terapia haga aguas. La experiencia, en estos casos, es una espada de doble filo. Lo que uno gana en práctica y convicción lo pierde en flexibilidad y apertura.

    Una vez en terapia es fácil caer en la tentación de pensar que con más paciencia, tiempo o agresividad en el planteamiento de la estrategia clínica, el problema del cliente cederá. En ocasiones, hacer más de lo mismo es difícil de evitar.

    La contratransferencia de la teoría desempeña un papel en todo ello. La CT tiene su última encarnación en lo que se llama la terapia de la “solución forzada” (Nylund y Corsiglia, 1994). Los terapeutas que defienden un modelo orientado hacia las soluciones, pueden aporrear a un cliente con búsquedas de excepciones, milagros o una escala de preguntas y otras tácticas similares hasta que el cliente abandona.

    Para responder al reto de hacer más de lo mismo, recomendamos mantener una “mente de principiante”. Significa que aunque se hayan visto multitud de casos de la “demanda X”, ese caso lo consideramos como nuevo.

    Una buena regla para mantener la mente de principiante fresca es la siguiente: si hacia la tercera sesión el cliente no ha hecho progresos, es hora de probar algo diferente. Esta regla ayuda al terapeuta a estar atento a lo que sucede en la sesión, a que se centre en el dilema actual del cliente y no en los recuerdos que tiene de los demás tratamientos y las demandas pasadas.

    Preservar la dignidad (casi) a toda costa:

    La terapia no es inmune a las presiones de la cultura general. Muchos clientes, independientemente de la severidad de la situación, continúan manteniéndose fieles a su sistema cultural de valores. Por eso, no resulta sorprendente que a pesar de la duración y la intensidad de su dolor no colabore en una terapia que, a sus ojos, de alguna manera les obliga a algo, amenaza su honor o implica que son personas desvalidas.

    A los terapeutas les resulta difícil no colocarse en una situación de superioridad con respecto a los clientes. Nuestras asociaciones profesionales y educacionales refuerzan la idea de que somos autoridades expertas y, por otro lado, nuestro compromiso en la ayuda o alivio del malestar de los demás también nos empuja a actuar, a cambiar las circunstancias de nuestros clientes. Y en nuestros esfuerzos por aliviar el dolor, los clientes pueden sentir que están bajo tratamiento.

    En cuanto a los clientes se convierten en veteranos, ya saben cuándo y cómo defender su dignidad. En estas circunstancias, haremos bien en adoptar una actitud que les permita salvar la cara, mantener la autoestima. Y no se debe tratar de una estrategia, una táctica interpersonal para ganar la batalla de la resistencia (como se decía en la terapia breve estratégica de Fisch y otros, del MRI, 1982). Se trata de llevar a cabo un genuino esfuerzo por proporcionarle al cliente la oportunidad de reindividualizarse después de haber sido personalizado por anteriores tratamientos (Wright, 1991).

    Preferimos calificar al cliente “con múltiples problemas, resistente, de alto riesgo, crónico” como veterano. Llamarles veteranos nos ayuda a verlos de nuevo como seres humanos. Así, seguimos unas líneas de actuación:

    o     El cliente es el héroe en el “drama de la terapia”. No existen grandes terapeutas; sólo grandes clientes y profesionales que trabajan codo a codo con ellos.

    o      No aplicamos una terapia al cliente. Se trata de un intercambio interpersonal en el que el énfasis recae sobre la calidad de la participación del cliente.

    o  Las intervenciones no son lo que “vende” el terapeuta. Las intervenciones son extensiones de la alianza terapéutica y no pueden separarse de la relación en la que tienen lugar.

    o    El terapeuta sugiere, el cliente elige. El terapeuta ofrece explicaciones, teorías o enfoques de intervención para que el cliente considere, acepte, modifique o deseche los que quiera.


    De todas maneras, el arma más potente para superar la imposibilidad es la creencia de que puede hacerse. Esta convicción o expectativa de éxito se manifiesta en nuestra confianza en el cliente y en nuestra inagotable fe en la alianza terapéutica.


    Conversaciones con la imposibilidad: haciendo posible lo imposible

    Nosotros preferimos decir que conversamos con los clientes, más que los entrevistamos (de Shazer, 1988; Goolishin y Anderson, 1987). Una conversación es un intercambio oral de sentimientos, observaciones, opiniones o ideas (Webster´s Collegiate Dictionary, 1993). La conversación predispone al cliente para la participación en el proceso de explorar su marco de referencia (“su mundo”), descubre nuevas posibilidades para un futuro mejor y valida al cliente.

    Explorar el mundo del cliente nos brinda la oportunidad de descubrir nuevas vías de acción. Conversar no sólo crea la posibilidad de cambio, también define la terapia como un acto empático, comprensivo y validante comprometido con los objetivos personales del cliente, lo cual es quizá lo más importante.

    La conversación es un evento interpersonal que vincula la técnica con las percepciones del cliente sobre la relación y su teoría del cambio.

    Explorar el mundo del cliente: aprender de su teoría del cambio.

    El mundo del cliente es un aspecto esencial en el desarrollo del tratamiento. explorar el mundo del cliente no requiere escuchar con un “tercer oído”, sino que el terapeuta prescinda de sus modelos terapéuticos para prestar atención al cliente, sin embutirlo todo dentro de los estrechos confines a los que  suelen limitarse los constructos psicológicos y teóricos.

    Explorar el mundo del cliente tiene tres objetivos:

    1.    Conseguir la participación del cliente.

    2.    Asegurarse de que el cliente tenga una experiencia positiva de la relación y de la misma terapia.

    3.    Aprender la teoría del cambio del cliente.

    Para conseguir los dos primeros objetivos, considérese la conclusión a la que llega Orlinsky y otros (1994) en su extensa revisión bibliográfica existente sobre los resultados:
    “La calidad de la participación del paciente en la terapia aparece como el más destacado determinante de un buen resultado […]. La mejor contribución del terapeuta consiste en establecer una relación empática, positiva, colaboradora y congruente con él […]. La importancia de esa relación está basada en cientos de hallazgos empíricos. Se puede considerar un hecho establecido por cuarenta años de investigación en psicoterapia.”

    Con los veteranos de la imposibilidad, es especialmente importante explorar los recursos e ideas del cliente, porque se tiende a creer que carecen de ellos. Sólo tenemos que leer con detenimiento cómo habla el DSM-IV o cualquier informe sobre un caso fracasado. Es muy difícil encontrar algo respetuoso o amable. No hay ninguna mención a algún aspecto positivo del cliente, o algo que haga bien.

    En nuestro trabajo, siempre abrazamos la idea de que el cliente no sólo dispone de todo lo necesario para resolver sus problemas, sino que puede que haya empezado a hacerlo o tenga una buena  idea de cómo conseguirlo. Las preguntas que destacan sus éxitos pasados y sus competencias y que indagan sobre cuáles son sus hipótesis favorecen la participación, enfatizan lo que aporta el cliente y proporcionan acceso directo a la teoría del cambio del sujeto. Tales cuestiones devuelven al paciente a la posición de principal agente del cambio.

    Escuchar con sincera curiosidad los recursos e ideas del cliente no significa que se ignore su dolor o se asuma una actitud frívola, sino que escuchamos toda la historia: la confusión y la claridad, el sufrimiento y la entereza, el dolor y el aguante, la desesperación y el deseo.

    Para explorar los recursos e ideas de los clientes es necesario:

           Ver al cliente como competente, sano y capaz.

       Reconocer nuestra dependencia de los recursos e ideas del cliente para obtener un resultado satisfactorio.

       Hacer de la participación del cliente un elemento clave de todos los movimientos terapéuticos.


    RELACIÓN TERAPEUTICA / ALIANZA

    Explorar la experiencia del cliente acerca de la relación terapéutica es siempre importante, pero particularmente con  los casos imposibles. A los clientes, con sus diagnósticos al frente, no se les suele valorar sus capacidades o percepciones.

    La visión del cliente de la alianza / relación es la mejor predicción del resultado de la terapia, independientemente del diagnóstico. Para asegurarnos de que el cliente hará una evaluación positiva de la relación es necesario:

           Ser amables, agradables y receptivos.

        Hacer que el cliente se sienta entendido y responder a su visión de lo que debe ser nuestro rol.

           Ser flexibles y permitirse ser lo que la gente espera de uno.


    LA TEORÍA DEL CAMBIO DEL CLIENTE

    La teoría del cambio del cliente es como cualquier otra teoría del cambio en psicología: describe y explica el problema desde la etiología hasta el tratamiento. La teoría del cliente contiene la fórmula del éxito.

    Explorar la teoría del cliente requiere que el terapeuta adopte una visión de “alienígena”. El terapeuta alienígena busca una comprensión prístina de las interpretaciones y experiencias idiosincrásicas del cliente. No tiene otra fuente de datos  de la que extraer conclusiones.

    El terapeuta escucha pacientemente y permite que el cliente termine su historia sin interrupciones. Con ella, el cliente no sólo da cuenta de cuál es el problema, sino que nos habla de su orientación en la vida, de sus objetivos y ambiciones, de las presiones y eventos que rodean sus demandas. Resumiendo, los clientes nos revelan su filosofía de vida.

    El terapeuta aprende y conversa con el lenguaje del cliente y permite que emerjan todas las interpretaciones que éste hace de los hechos. Nunca dejamos de "hablar del problema" para tener mas tiempo para "hablar de la solución". Conversar utilizando el lenguaje del cliente demuestra un gran respeto y comprensión y evita que impongamos connotaciones ajenas al cliente.

    Para aprender la teoría del cliente, podemos usar los elementos básicos de la metodología del MRI:


    - Natulareza de la demanda: describir el problema

    En la visión del cliente de la naturaleza de su propia demanda yacen los cimientos de todo lo que sigue. El cliente determina el significado de los temas que ocuparán las sesiones. El terapeuta sigue al cliente en su descripción del problema. El contexto que se crea, por tanto, permite la participación del cliente tanto en la definición del problema como en el significado personal que tiene para el.

    "¿Quién esta haciendo lo que provoca el problema, a quién y cómo esta conducta constituye un problema?"

    Aunque el "qué" es importante, el "cómo" el problema construye un obstáculo todavía lo es más.

    Saber cómo la situación constituye un problema nos conduce a la experiencia personal del cliente y a identificar los temas de la terapia a tratar; ello nos proporciona un momento clave de la teoría de cambio del cliente. El "cómo" tiene relevancia terapéutica para los intereses del cliente, y una investigación en este sentido ayuda a que el cliente participe.

    Explorar la naturaleza de una demanda también supone averiguar cuándo no ocurre el problema (Berg y Miller, 1992; de Shazer, 1994; Miller y otros, 1997). Una forma de conseguir "orientarse hacia el cambio" es investigar si ha habido excepciones en el desarrollo del problema, cambios anteriores al inicio del tratamiento y una mejoría entre las sesiones. Estar orientado hacia el cambio es hacer un esfuerzo para escuchar y validar el cambio en el cliente donde quiera y por la razón que sea que aparezca, antes o durante el tratamiento (Miller y otros, 1996).


    - Explorar excepciones y soluciones: estar orientado hacia el cambio

    Para explorar las excepciones también hay que investigar sobre las soluciones que el cliente ha probado con anterioridad (Watzlawick y otros, 1974). El hecho de discutir soluciones previas permite que el terapeuta evite lo que ha fracasado previamente, amplifique lo que sí ha funcionado y anime al cliente a aportar ideas. Además, de esta manera mantenemos las percepciones del cliente en el centro del juego terapéutico.

    Otras de las ventajas de estudiar las soluciones anteriores del cliente es que, al mismo tiempo, recibimos información sobre la teoría del cambio del mismo. El terapeuta tiene a su disposición la evaluación del cliente de sus anteriores intentos y ello nos da una idea de lo que cree que puede ayudar. 


    - Objetivos del tratamiento: lo que el cliente desea

    El componente final del proceso de exploración es atender a los objetivos, esperanzas y deseos del cliente frente a la terapia. La información más importante puede ser simplemente qué desea el cliente del tratamiento. Sus objetivos nos proporcionan una visión clara de la teoría del cliente y una ruta hacia una conclusión satisfactoria.

    Muchas veces, sin embargo, esta información se pasa por alto o se da por sabida, especialmente en los veteranos de las terapias fracasadas. Los tratamientos previos o los diagnósticos no dicen nada acerca de los objetivos terapéuticos que tiene el individuo.

    Para explorar la visión que tiene el paciente del éxito deberíamos recurrir a la escucha, una escucha aderezada de preguntas que definen y redefinen los objetivos del cliente respecto al tratamiento.

    A veces ayuda mucho animar al cliente a pensar a pequeña escala (Fisch y otros, 1982). Un cambio en el aspecto de la vida de un individuo conduce frecuentemente a nuevos cambios en otras áreas. Lo fantástico de pensar a pequeña escala es que la consecución de un objetivo se convierte en muchas veces en un símbolo para resolver el problema entero, un paso metafórico hacia una nueva idea.


    DESCUBRIR POSIBILIDADES: ACOMODARSE A LA TEORÍA DEL PACIENTE

    Explorar el mundo del cliente facilita el descubrimiento de nuevas posibilidades tanto para éste como para el terapeuta. Cualquier conversación nos proporciona una oportunidad única de encontrar nuevos senderos para solucionar el dilema del cliente.

    Debido a que nuestro objetivo no es darle la interpretación de su caso o distinguir entre salud, patología o cualquier otro concepto explicativo, tenemos la libertad de especular y considerar una amplia variedad de ideas. Algunas dan sus frutos, mientras que otras se desvanecen en cuanto nos damos cuenta que no nos pueden ayudar en nuestro trabajo.

    El tipo de preguntas que hacemos y las respuestas obtenidas determinan poderosamente la dirección de la terapia. Promocionan el cambio o lo evitan. Ciertamente, nadie quiere encontrarse en un callejón sin salida, pero éstos existen, y nos los podemos encontrar.

    El objetivo de este proceso de descubrimiento es identificar posibilidades (excepciones, soluciones, conexiones o conclusiones) que permitan un curso de acción que atienda a los objetivos del cliente o que redefinan la situación, que conviertan el problema en algo que ya no lo es.


    Excepciones y soluciones

    Intentar encontrar excepciones a una queja y las soluciones que ya fueron probadas por el cliente ayuda con frecuencia a descubrir posibilidades. Además de prevenir el fracaso terapéutico de recomendar algo que ya se ha probado y no ha funcionado, tal ejercicio también ofrece la oportunidad de discutir soluciones que sí han funcionado, las que están ayudando en estos momentos y las que el cliente puede estar considerando (Heath y Atkinson, 1989).

    Preguntar sobre excepciones, soluciones que han funcionado o la idea que tiene el cliente sobre una solución que aún no se ha intentado puede proporcionarnos diferentes puntos de vista o nuevas direcciones para manejar un problema.

    Una vez que se ha identificado una excepción o una solución, el terapeuta plantea otras preguntas para descubrir perspectivas y desarrollar soluciones que se aplicarán a situaciones problemáticas determinadas. Tales preguntas permiten al cliente partir de un conocimiento previo, lo cual le da una cierta percepción de auto eficacia.


    Intervención frente a invención

    La palabra "intervención" no describe adecuadamente el proceso de colaboración. Intervenir es "interponerse por medio de una obstaculización, una modificación" (Webster's Collegiate Dictionary, 1993). De la misma forma que "entrevistar" implica hacer algo a los clientes más que con ellos (y por eso preferimos la palabra "conversar"), "intervenir" enfatiza que el terapeuta es un experto, define unilateralmente lo que es una terapia satisfactoria. La palabra "intervención" no incluye la idea de que la técnica terapéutica depende de los recursos e ideas del cliente. Nosotros creemos que la técnica tiene éxito si el cliente realiza una evaluación positiva de la relación terapeuta / cliente y si se acomoda a la teoría del cambio del cliente.

    Por eso nosotros preferimos usar la palabra "inventar" o "invención" en vez de "intervención". Inventar es "encontrar o descubrir, producir por primera vez a través de la imaginación, el pensamiento o la experimentación" (Webster's Collegiate Dictionary, 1993). Los clientes reintentan las técnicas terapéuticas una y otra vez para ajustarlas a sus circunstancias. Los clientes son los inventores; nosotros, sus asistentes.


    Conexiones y conclusiones

    La comprensión de cualquier situación es un proceso interpretativo y, por tanto, siempre está abierto a nuevas aportaciones y revisiones. Cuando conversamos con los clientes descubrimos el significado de sus experiencias, pero al mismo tiempo creamos nuevas conexiones o conclusiones para esas mismas experiencias.

    En la bibliografía experimental relacionada con la memoria encontramos una confirmación de la importancia del proceso conversacional. La memoria ya no se entiende como un sistema archivador de recuerdos separados de determinados episodios. La memoria es un proceso que incluye fragmentos de información que son continuamente interpretados y reconstruidos durante el transcurso del recuerdo. Los recuerdos y sus significados no son estáticos, sino que se trata de recreaciones en constante evolución (Rosenfield, 1988).

    Los clientes le cuentan al terapeuta sus experiencias, y por lo tanto las reconstruyen una y otra vez, haciendo posible que aparezcan maneras alternativas de entenderlas. Cada articulación de lo que le preocupa al cliente presenta una oportunidad de experimentar de otra manera las preocupaciones. Muchas veces,  al conversar se presentan nuevas conexiones o conclusiones que permiten un nuevo curso de acción. Nuevas estrategias que hacen que el problema deje de serlo.

    Los veteranos de la imposibilidad son a veces agobiantes en la presentación de sus problemas. Llenan la sesión de tal manera que el terapeuta se siente ahogado, le falta el aire. Si se consigue conectar el problema a algo que implique que la queja se puede modificar aparece una bocanada de aire fresco, tanto para el terapeuta como para el cliente.

    Las conexiones aparecen cuando, a través de las preguntas y la conversación, ligamos la preocupación del cliente a una nueva definición de la queja, esta vez resoluble por medio de la terapia.

    Muchas veces podemos conectar lo que presenta el cliente con diferentes temas de relación, porque las relaciones suelen estar presentes en la mayor parte de los problemas de los clientes. Por otro lado, el hecho de orientar conjuntamente (cliente y terapeuta) el problema hacia las principales relaciones personales tienen una justificación empírica. En la revisión de Orlinsky y otros (1994), los autores sugieren que se obtienen mejores resultados cuando nos centramos en problemas vitales y relaciones personales. Parece ser que los datos sugieren que la terapia debería ir detrás de las preocupaciones reales de los clientes y no de los presupuestos de la teoría.

    Desde el momento en que la experiencia esta constantemente abierta a revisión, los clientes pueden llegar a conclusiones que permitan la resolución de su problema o que su problema deje de serlo.


    VALIDAR AL CLIENTE

    Hasta el momento hemos dicho que la experiencia de conversar con los clientes puede ser una forma de explorar su mundo y descubrir nuevas posibilidades para un futuro mejor. A continuación veremos que la conversación terapéutica es también un hecho interpersonal que define la relación y que permite crear una alianza cliente / terapeuta. Pero para ello se requiere la validación de la experiencia del cliente. El objetivo del proceso de validación es reemplazar la invalidación que acompaña a los veteranos de la imposibilidad en la terapia. Cuanto más intratable es el problema, mayor es la necesidad de que el terapeuta valide al cliente.

    Explorar el mundo del cliente y descubrir nuevas posibilidades hace posible lo imposible. Validar al cliente hace que lo imposible se convierta en probable. La validación requiere que el terapeuta:

    - Legitime las preocupaciones del cliente.

    - Ponga de relieve la importancia de la lucha del cliente con el problema y la importancia del problema mismo.

    - Crea en el cliente y en la habilidad para resolver el problema.

    La validación permite que el cliente experimente positivamente la terapia, ayuda a desarrollar una alianza fuerte y mantiene la terapia en consonancia con la teoría del cambio del cliente.

    La afirmación se define como aceptación, calidez no posesiva o interés positivo. Orlinsky y otros (1994) revisaron noventa investigaciones que indican que la percepción del cliente de la afirmación de la terapia es un factor significativo en la obtención de un resultado positivo. Los clientes desean gustar y no ser condenados por sus problemas.

    La validación comienza simplemente escuchando y permitiendo al paciente que cuente su historia. El relato de la historia es en si mismo una validación poderosa cuando se dirige a un receptor . Los clientes escuchan sus propias voces, y eso mismo lo encuentran validante (Parry, 1991).

    La validación continúa aceptando, creyendo y considerando completamente comprensibles y justificados los pensamientos, sentimientos y conductas del cliente. Debemos adoptar la genuina actitud de que los clientes están haciendo todo lo que pueden en circunstancias difíciles.

    La validación incluye incluso respetar la validez de ideas y conductas muy inusuales. Pero, de todas formas, la validación no nos constriñe a pensar que la historia del cliente es la única explicación posible de la situación; sencillamente requiere que no la pasemos por alto. No hay que hacer ningún intento de negar su realidad o calificarla de loca. Hay que tomarla por auténtica. Los terapeutas no necesitan ser policías de la realidad, especialmente si quieren tener éxito.

    La validación de perspectivas (incluso de la más extraña) permitirá al terapeuta  y al cliente generar nuevas ideas y direcciones. La validación de un marco de referencia confiere una gran flexibilidad a ese marco de referencia. El cliente, después de darse cuenta de que no hay necesidad de defenderse o discutir sobre la validez de una posición o "idea delirante", suele abandonar aquellos aspectos de sus creencias que no son de utilidad. La validación le concede a la gente el espacio y la comodidad necesarios para encontrar maneras de solucionar sus dilemas guardando las apariencias.

    La validación construye una solida alianza y da pie al cambio del cliente. Muchas veces, la validación es todo lo que se requiere para capacitar a un veterano de la invalidación crónica para resolver sus dificultades.

    Con los pacientes veteranos es crucial ir más allá de las etiquetas diagnósticas. Darles el beneficio de la duda. Pensemos que detrás de cada etiqueta se esconde una invalidación y ésta, cuando se hace crónica, se convierte en imposibilidad. Démosle al cliente una experiencia competente de aceptación y validación y fijémonos en lo que puede hacer.



    RESUMEN: explorar, descubrir y validar.


    EXPLORAR

    Objetivos:


    - Conseguir la participación del cliente.


    - Asegurarnos de que tenga una experiencia positiva de la alianza.

    - Aprender la teoría del cambio del cliente.


    Se consigue mediante:


    - Ver al cliente como una persona competente, capaz y sana.

    - Depende de los recursos e ideas del cliente.

    - Hacer de las aportaciones del cliente lo más importante de la terapia.

    - Ser simpático, agradable y comprometido.

    - Asegurarse de que el cliente se sienta entendido.

    - Ser flexible y multidimensional.

    - Pensar en uno mismo como en un extraterrestre que busca la comprensión prístina del cliente.

    - Comprometerse con el cliente y sus deseos de recibir tratamiento.


    DESCUBRIR POSIBILIDADES

    Objetivo: Identificar excepciones, soluciones, conexiones y/o conclusiones que permitan un nuevo curso de acción o hacer que el problema ya no sea un problema.

    Se consigue mediante:


    - Acomodarse a la teoría del cambio del cliente.

    - Estar orientado hacia el cambio.

    - Amplificar lo que funciona, evitar lo que no funciona.

    - Definir el problema como cambiable.

    - Crear oportunidades de revisión a través de la conversación.


    VALIDACIÓN

    Objetivo: Eliminar la invalidación que acompaña a los veteranos.

    Se consigue mediante:


    - Legitimar las preocupaciones del cliente.

    - Destacar la importancia de la lucha del cliente.

    - Creer en el cliente y en sus habilidades.

    - Aceptar al cliente al pie de la letra; evitar el rol de policía de la realidad.






    Hasta aquí, nuestro resumen del libro Psicoterapia para casos "imposibles", cuya lectura completa recomendamos vivamente. No sólo por sus enseñanzas teóricas y prácticas en psicoterapia, sino por toda la filosofía de trabajo que implica.





    Modecate vs. Consta: Combate en el "Journal of Clinical Psychiatry"... (y unas palabras sobre el XEPLION)

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    En el tratamiento de los trastornos psicóticos en nuestro entorno juega un papel destacado el uso de medicaciones antipsicóticas de depósito, es decir, neurolépticos de administración intramuscular cuyo efecto se prolonga durante un tiempo que oscila entre dos y cuatro semanas. Este planteamiento tiene ventajas (disminución o ausencia de medicación oral, más fácil cumplimiento, etc.) e inconvenientes (no posibilidad de ajuste de dosis en varias semanas, por ejemplo). Hay que decir que, contrariamente a lo que repiten machaconamente algunos visitadores comerciales, tales medicaciones de depósito no aseguran el cumplimiento si el paciente no desea recibir la siguiente dosis, evidentemente. Y hay que decir también, como muchos clínicos sabemos, que tal cumplimiento tampoco asegura que no haya recaídas, o sea que están lejos de ser una panacea para la psicosis. Aunque es cierto que en algunos casos pueden ser muy útiles.

    Los neurolépticos de depósito clásicos, en nuestro entorno, eran el modecate (decanoato de flufenazina), el lonseren (éster palmítico de pipotiazina) y el cisordinol / clopixol depot (zuclopentixol). Sus precios respectivos, que de todo hay que saber, a las dosis máximas de ficha técnica, son respectivamente: 7, 8 y 33 euros al mes.

    Hace casi diez años fue comercializado el risperdal consta (risperidona inyectable de acción prolongada). Acompañado de una fabulosa campaña de marketing que incidía en las ventajas de dicho fármaco frente a los previos. El precio de la novedad era, a dosis de 50 mg/14 días (máxima en ficha técnica), de 402 euros/mes. Muchas veces se usan dosis de 100 mg/14 días que, como fácilmente se puede calcular, cuestan 804 euros/mes. 

    Con frecuencia nos hemos preguntado por las supuestas ventajas del risperdal consta (según la empresa que lo comercializa y sus representantes, más eficaz y mejor tolerado, aunque, claro, lo curioso sería que ellos dijesen otra cosa...). Como no nos fiamos mucho de la opinión de representantes comerciales, indagamos en busca de algún estudio científico que comparara los antipsicóticos de depósito clásicos con el Consta. Porque, si son tantas las ventajas de éste sobre aquéllos, sería fácil demostrarlas, ¿no?

    Pero no habíamos encontrado ningún estudio de esas características hasta hace pocas semanas que leímos una reseña a un artículo publicado en el Journal of Clinical Psychiatry en marzo de este mismo año. Se trata de un ensayo clínico aleatorizado que estudió un grupo de 62 pacientes con trastorno esquizofrénico o esquizoafectivo en tratamiento con decanoato de flufenazina (modecate) o decanoato de haloperidol (un neuroléptico depot clásico no disponible en España), los cuales fueron asignados al azar a cambiar a risperidona inyectable (consta) o a permanecer con su medicación previa. Fueron seguidos durante un año. 

    Los resultados muestran que no hubo diferencia en los primeros 6 meses de tratamiento entre ambos grupos. Sin embargo sí hubo diferencias en los segundos 6 meses: el 10% de pacientes que se habían mantenido en la medicación original interrumpieron el tratamiento, por un 31% de pacientes que lo interrumpieron en el grupo que había sido cambiado a risperidona consta. Tales resultados fueron estadísticamente significativos. Por el contrario, no hubo diferencias estadísticamente significativas en hospitalizaciones, psicopatología, efectos secundarios de tipo sexual, aparición de discinesia tardía o aparición de sintomatología extrapiramidal. Además, los pacientes aleatorizados a cambiar a risperidona inyectable (consta) presentaron aumento de peso y prolactina respecto a los pacientes que fueron mantenidos en las medicaciones originales. La conclusión del artículo es:

    Cambiar de decanoato de haloperidol o decanoato de flufenazina a microesferas de risperidona da como resultado más frecuentes abandonos del tratamiento así como significativa ganancia de peso y aumento de prolactina.

    La verdad es que no estamos especialmente sorprendidos, porque no habíamos visto ningún estudio previo de cierta calidad metodológica que demostrase lo contrario y, evidentemente, no solemos creer la palabra dada por un vendedor sobre su producto, qué le vamos a hacer...

    Y, aunque el artículo no menciona ese extremo, no olvidemos el coste económico que han supuesto todos los cambios de modecate o cisordinol a risperdal consta... Para, según los datos de este estudio, no haber beneficiado a los pacientes y sí tal vez haberlos perjudicado a nivel de discontinuación del tratamiento o efectos secundarios. De todas maneras, un estudio no es la Palabra de Dios, evidentemente, y serían necesarios estudios más amplios, tal vez también con otros neurolépticos clásicos de depósito, para comprobar qué fármacos son mejores. Porque anda que si los más caros además fueran peores, como se deduce del artículo del Journal of Clinical Psychiatry, vaya papelón... 

    También nos llama poderosamente la atención que si el risperdal consta (o ahora el xeplion, no vayamos a quedarnos anticuados) se supone que son tan buenos comparados con los fármacos previos (que eran mucho más baratos), ¿por qué el laboratorio comercializador nunca proporcionó estudios comparativos entre unos y otros? Porque parece que si tan evidente es la ventaja, no sería difícil demostrarla en un ensayo clínico aleatorizado y con una metodología digna de ese nombre... Esperen, si eso justo es lo que intentó el artículo del Journal of Clinical Psychiatry, y el resultado fue el contrario...

    Queremos comentar también otro estudio sobre risperidona inyectable (consta), el cual la comparó con medicación antipsicótica oral, según publicó el New England Journal of Medicine, llegando a las siguientes conclusiones:

    La risperidona inyectable de larga duración no fue superior al tratamiento oral escogido por los psiquiatras en pacientes con esquizofrenia y trastorno esquizoafectivo, que hubieran sido hospitalizados o cercanos a la hospitalización, y además se asoció con más efectos adversos en cuanto a lesiones en la zona de inyección y efectos extrapiramidales.

    Pues si el tratamiento oral va a ser mejor que el intramuscular de acción prolongada, sólo recordarles que la risperidona oral a dosis de 6 mg/día cuesta 25 euros/mes, frente a los 402 del consta. Qué cosas, ¿eh?...

    Pero, como decíamos antes, realmente toda esta charla acerca de la risperidona inyectable (consta) queda un poco antigua, porque ya está entre nosotros la Grandiosa Novedad del Xeplion. Aunque teniendo en cuenta que el principio activo del invento es paliperidona que ya lleva unos años entre nosotros sin datos de ser más eficaz o mejor tolerada que risperidona, nos perdonarán si no nos postramos extasiados ante la, como decía Krahe, supuesta maravilla...

    El palmitato de paliperidona (xeplion) es un nuevo antipsicótico de duración prolongada que está recorriendo un camino análogo al de su antecesor risperdal consta, con masivos cambios de medicación de pacientes al nuevo fármaco, recomendaciones de importantes expertos, gran alegría de psiquiatras y enfermeras ante el nuevo tratamiento, gracias al cual Janssen, en su línea de generosidad habitual con la formación continuada, proporciona múltiples oportunidades formativas a distintos profesionales en diversos continentes... 

    Lo único que nos impide participar en este idílico escenario es la lamentable falta de estudios serios que demuestren alguna ventaja del xeplion sobre los fármacos previos:


    • En lo referente a eficacia, sólo ha demostrado en algunos estudios no ser inferior a risperidona, pero no ha demostrado en ningún sitio ser superior a ningún fármaco ya existente.

    • En lo referente a efectos secundarios, no ha demostrado ventaja frente a risperidona inyectable, la cual a su vez y como acabamos de ver, no parece tener ventajas sobre los clásicos, y sí algún que otro inconveniente.

    • En lo referente a seguridad, al ser un fármaco más reciente y con menor experiencia de uso, su perfil de seguridad, evidentemente, es menos conocido, por lo que debería ser usado con más precaución y sólo si el balance beneficio-riesgo fuera mejor que con otros fármacos, lo que no nos parece que sea así en absoluto.

    • En lo referente a posología, se dice -el representante lo dice y los profesionales lo repetimos- que la administración mensual es una ventaja, frente a la risperidona inyectable, que es quincenal. Parece que nadie recuerda (bueno, el Journal of Clinical Psychiatry parace que sí, pero entre tanto congreso, conferencia y cena formativa, a lo mejor muchos compañeros no lo han leído todavía...) que hay fármacos neurolépticos de depósito como el decanoato de flufenazina (modecate) o el zuclopentixol (cisordinol / clopixol) que pueden administrarse cada dos semanas o cada mes, con lo que aumentan las opciones disponibles.

    • En lo referente al precio, parece que los representantes de Janssen van diciendo que es más barato que el consta (y algunos profesionales se lo creen sin más). No queremos extendernos porque ya lo hicimos en esta entrada y sus comentarios, pero les diremos que el xeplion a dosis máxima de ficha técnica (150 mg/mes) cuesta 519 euros/mes. A lo que hay que añadir que el primer mes se requiere una administración extra la primera semana de 100 mg, que cuesta 412 euros. Y eso por no decir que ya hay compañeros que está prescribiendo 300 mg/mes, es decir, 1.038 euros. El ahorro no termina de parecernos evidente, sobre todo comparando con dosis máximas de, por ejemplo, modecate (ya saben, uno de los antipsicóticos que en el estudio del Journal of Clinical Psychiatry funcionó mejor que el consta) que tiene un precio de 7 euros/mes.

    Pero bueno, como es fácil acusarnos de fanáticos o extremistas, no vamos a dejar el asunto del xeplion en nuestra palabra contra la del amable representante, sino que transcribiremos las conclusiones de un informe de evaluación del fármaco llevado a cabo para la Comisión de Farmacia y Terapéutica del Hospital de San Pedro, en La Rioja. Lo pueden encontrar en el siguiente enlace buscando paliperidona palmitato.

    Las conclusiones literales:


    El palmitato de paliperidona es el tercer antipsicótico atípico de administración depot inyectable autorizado para tratamiento de mantenimiento de la esquizofrenia.

    La eficacia de paliperidona palmitato ha sido evaluada frente a placebo y a risperidona consta. Se ha demostrado la no inferioridad con risperidona consta en un estudio a corto plazo, si bien en otro estudio a corto plazo y otro más a largo plazo, la no inferioridad no pudo ser establecida.

    El perfil de seguridad es similar al esperado con risperidona. Frente a ésta, presenta la ventaja de no metabolizarse en el hígado, por lo que puede ser una alternativa en pacientes que no pueden utilizar risperidona por fallo hepático leve-moderado o por interacciones de importancia clínica con otros medicamentos que actúan a nivel hepático.

    El régimen posológico puede presentar ventajas potenciales al administrarse mensualmente en lugar de quincenal, unido a que no es necesario una suplementación con antipsicótico oral.
    Adicionalmente se presenta como jeringas precargadas en lugar de polvo para reconstitución y no necesita condiciones de temperatura especiales de conservación.

    Tanto Xeplion (R) como Risperdal Consta (R) son comercializados por el mismo laboratorio. A nivel de paciente ambulatorio, el coste directo de Xeplion (R) es superior al de Risperdal Consta (R) (1.121 euros/paciente/año), y sería necesaria una reducción significativa de la estancia hospitalaria para resultar eficiente en el paciente hospitalizado.

    En fin, qué quieren que digamos... Los estudios están ahí (para quien se moleste en leerlos), los informes de evaluación hechos por Servicios de Farmacia de hospitales públicos están ahí (para quien se moleste en leerlos), la ficha técnica de los fármacos, con sus listados de frecuencia de efectos secundarios y dosis máximas están ahí (para quien se moleste en leerlos) y las charlitas amigables con el representante o las charlas científicas con profesionales pagados por el laboratorio, también están ahí (para quien le guste creer afirmaciones no probadas realizadas por gente con conflictos de interés).

    Que cada uno se quede con lo que quiera.




    Entrevista a Enrique Costas Lombardía (en El Viejo Topo, 2007)

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    En el blog de No Gracias, uno de nuestros favoritos, leímos un enlace a un artículo publicado en El País por Enrique Costas Lombardía acerca de la situación de nuestro sistema sanitario. De lectura más que recomendable. A la vez, desde ahí seguimos otro enlace que nos llevó al blog Atención Primaria donde se había recogido una entrevista a Costas Lombardía realizada en la revista El Viejo Topo nº 229, en 2007, por Salvador López Arnal. El señor Costas Lombardía es economista y fue vicepresidente de la Comisión de Análisis y Evaluación del Sistema Nacional de Salud de España (también conocida como “Comisión Abril”).

    El caso es que dicha entrevista nos ha parecido del mayor interés, por tocar temas que nos suelen preocupar. Por ello, la transcribimos a continuación. La negrita es nuestra:


    - ¿Cuáles son los principales laboratorios farmacéuticos que operan en España? ¿Podría indicarnos el volumen de su negocio, sus beneficios en estos últimos años?
    Los mismos que también son principales en casi todos los países: laboratorios multinacionales, como Bayer, Norvartis, Lilly, Pfizer, Abbot, Roche, Pharmacia y algunos otros. Cada vez menos, porque tienden a concentrarse para ampliar la capacidad financiera y el dominio del mercado.
    No conozco las cifras de ventas de cada uno, pero sin duda son altas, en proporción al enorme y creciente gasto en medicamentos, que, en 2004, ascendió en España a unos €14.000 millones, y en el mundo a, más o menos, €450.000 millones.
    ¿Cuánta es la ganancia de la industria?, pregunta Ud. Pues no lo sé. No hay datos públicos fiables. Un economista americano, Uwe Reinhardt, estima el 21% de beneficios después de impuestos, y también después de dedicar a investigación un 14% de las ventas (que no todos lo hacen). Otros calculan porcentajes más altos. En cualquier caso hay indicios muy sólidos de que la rentabilidad de la industria farmacéutica es extraordinaria. Indicios como el alto número de medicamentos patentados, y la patente permite fijar precios de monopolio, o que en la lista de las 500 empresas más relevantes de EE.UU. que cada año pública la revista Fortune, las compañías farmacéuticas incluidas son siempre las primeras, y muy destacadas, en la cifras de beneficios, ya se midan en porcentaje de las ventas o en tasa de retorno del capital. En fin, bien puede decirse que hacer medicamentos produce espléndidas ganancias, y con esas ganancias va el poder.
    - Farmaindustria, una asociación de laboratorios farmacéuticos que dice estar preocupada por la ética comercial, se ha autoimpuesto recientemente una sanción de €500.000 por publicidad engañosa y por atenciones irregulares a los médicos. ¿Qué prácticas de publicidad engañosa son esas? Podría darnos algunos ejemplos. Es muy infrecuente que una asociación empresarial se autoimponga una sanción de estas características. ¿Por qué cree que han obrado de ese modo? ¿Es acaso una forma encubierta de publicidad que intenta limpiar la cara de otras actividades menos presentables ante la opinión pública?
    Vamos a ver, Farmaindustria como asociación no se autosanciona. Farmaindustria elaboró un código, que llama de buenas prácticas comerciales, y los laboratorios asociados aceptan ser sancionados cuando lo incumplen. Es decir, el grupo se autorregula, se autojuzga y se autocondena. Aunque claramente todo esto no pasa de ser una comedia sin efecto alguno en el mercado ni en los consumidores. Como Ud. dice, el fin real de este código es lavar la cara de la industria farmacéutica haciendo ver que está comprometida con la transparencia y la honradez. Sí, una forma de publicidad. Y de paso sirve para cohesionar el grupo, unificar sus criterios, moderar las carreras de descuentos o de regalos y, a mi juicio también, desfigurar a conveniencia de la industria conceptos y palabras.
    Por ejemplo, la “publicidad engañosa”, por la que Ud. pregunta, es para el código aquella que compara un producto con los competidores de otras marcas cuando precisamente esa comparación es el único medio de impedir el engaño de muchos medicamentos nuevos que no mejoran los similares antiguos. Así, el código de buenas prácticas considera publicidad engañosa a la que evita el engaño, y publicidad leal a la engañosa que hoy hacen los laboratorios. Y de modo parecido llama “atenciones irregulares”, no a las inmorales o poco serias, sino a aquellas cuyo valor en euros excede el aceptado tácitamente por la industria para obsequios e invitaciones.
    - La industria farmacéutica suele sacar al mercado nuevos medicamentos que, supuestamente, mejoran los anteriores o tratan enfermedades que hasta entonces no eran tratadas. ¿Qué tipo de investigaciones realizan los grandes laboratorios? ¿Por qué cierto tipo de enfermedades nunca o casi nunca aparecen en su agenda? ¿Es verdad que sus planes están dirigidos básicamente hacia las poblaciones adineradas de los países adinerados?
    Bueno, estas son preguntas complejas y antes de contestarlas debo comentar algunas cosas. Una repuesta directa no se entendería. Verá Ud., el mercado farmacéutico, en teoría económica, es un mercado imperfecto. En él no se produce naturalmente la competencia por el precio. Se compite por diferenciación del producto, o sea, con medicamentos cuyas ventajas los hacen distintos y más deseables, como pueden ser la mayor efectividad, o seguridad, más fáciles de usar, etc. Es obvio que los productos nuevos suponen la diferenciación más completa, son los competidores más fuertes, y por eso la industria farmacéutica destina a descubrirlos sumas considerables. La investigación farmacéutica no es, como la palabra “investigación” podría sugerir a muchos, un elevado trabajo de indagación científica, sino el mecanismo de la industria para conseguir fármacos nuevos que, amparados por la patente y la marca comercial, llegan a constituir monopolios temporales que maximizan el lucro de la compañía. Este es el objetivo último y verdadero. La industria sólo investiga para alcanzar una posición dominante en el mercado y sólo cuando ese mercado puede asegurar una tasa de retorno atractiva. Pura lógica empresarial.De ahí que la investigación farmacéutica se concentre en las enfermedades crónicas prevalentes en los países desarrollados o adinerados, como Ud. dice, y abandone las que sufre la población de las naciones pobres sin recursos para pagar las medicinas. En resumen, la naturaleza de la investigación farmacéutica es meramente mercantil; no está motivada por la ciencia aunque emplee, claro está, medios científicos y produzca remedios para algunas enfermedades que no los tienen. Faltaría más.
    - ¿Qué porcentaje de estos nuevos fármacos representan mejoras reales, avances científicos efectivos?
    El mercado farmacéutico recibe una continua corriente de nuevos medicamentos siempre con precios elevados y que en gran proporción son clínicamente innecesarios. No todas las novedades son avances terapéuticos, ni mucho menos. Mire Ud., la FDA de EE.UU., tan mencionada como referencia de autoridad, estima que sólo el 13% de los medicamentos nuevos mejoran de modo sustancial a los preexistentes más baratos; la Oficina Regional en Europa de la OMS, calcula el 15%, y el organismo farmacéutico superior de Canadá, el Patented Medicines Prices Review Board, lo reduce al 7%. Dicho de otro modo, en más del 85% de los nuevos medicamentos la eficacia relativa –el resultado de comparar su eficacia con la de un fármaco similar ya en uso- es prácticamente nula. En más del 85%, repito, la inmensa mayoría. Un dato que descubre la enorme extensión del engaño de las farmacéuticas, que propagan como mejor, y cobran muy caro, lo que sólo es igual a lo que ya hay a precio bajo. O sea, la sociedad paga más o mucho más por muy poco o por nada más. Bien puede decirse que el negocio y el beneficio de la industria farmacéutica están, en gran parte, asentados en el engaño y el despilfarro social.

    - Pero si hay aquí engaño, fraude, ¿cómo podría controlarse? ¿Por qué no intervienen los poderes públicos sancionando prácticas no admisibles sea cual sea la óptica política que cada cual quiera mantener? Estamos hablando de fraude en temas de salud humana, no de cuestiones sin excesiva importancia. Sin embargo, por otra parte, un centro de investigación avanzada como el BIOCAT está notablemente financiado por la industria farmacéutica. ¿Por qué cree usted que operan de ese modo?
    Impedir el engaño es teóricamente sencillo. Basta con fijar el precio de los nuevos medicamentos, o decidir su inclusión en el sistema público de salud, en función del valor terapéutico añadido de cada uno, algo no muy difícil de evaluar por medio del análisis coste/efectividad o la eficacia relativa. De hacerse así, el precio de las novedades prescindibles no sería más alto que el de sus similares ya comercializados, y no permitiría el gasto de la publicidad mentirosa necesaria para presentarlas ante los médicos como verdaderos avances. Algunos países ya aplican estos o parecidos procedimientos. No muchos: Australia, que fue la primera, Nueva Zelanda, Francia, Finlandia, Reino Unido (con menos fuerza), y EE.UU. para el consumo del Medicaid, el seguro federal para los pobres. No consienten el engaño. Claro que la industria farmacéutica es poderosa y hábil para aguar las medidas que le disgustan. Pero aun así, en casi todas esas naciones el precio medio de los medicamentos es más bajo y crece pausadamente, y la información al médico mucho más cierta, permitiéndose distinguir entre la pseudonovedad y la novedad.
    En España, sin embargo, los políticos no quieren evitar el engaño, incluido el actual gobierno de izquierdas que se precia de justo defensor de lo público. Las medidas que, desde hace tiempo, se adoptan son sólo cosméticas, medidas para no tener que tomar medidas. Se sigue una política de entretenimiento o de hacer que se hace mientras se dejan pasar los días sin afrontar los problemas. Mire Ud., hace unos meses se aprobó la nueva Ley del Medicamento, y esa ley, que pretende modernizar el sector y ajustar el consumo de fármacos, tan excesivo, no obliga a comparar los nuevos con sus similares preexistentes. No impone el coste/efectividad ni la eficacia relativa. Al contrario, enaltece el placebo como patrón de referencia para medir la eficacia de un medicamento nuevo, cuando el placebo, que es, como Ud. sabe, una sustancia inerte, nunca puede revelar si la novedad es un avance terapéutico o una pseudonovedad que no añade nada. La única explicación de los ensayos con placebo, dice con ironía Richard Nicholson, un bioético británico, es que así no se puede percibir que son muy pocos los nuevos fármacos que mejoran a los ya disponibles. El placebo encubre el gran engaño de la industria y, al parecer, la legislación española también.
    Esto podría ser la razón de la generosidad de las farmacéuticas al financiar centros de investigación, como BIOCAT, u otras operaciones de nuestros gobiernos. La industria invertiría dinero para conservar el favor del poder político.
    - ¿Existe alguna vinculación entre la industria farmacéutica y los hospitales y facultades universitarias como las de medicina o económicas? ¿Por qué la industria farmacéutica coloca sus poderosos tentáculos en esos ámbitos? ¿Cree usted que el espacio público debería aceptar esas intervenciones?
    El sector farmacéutico forma parte del sanitario, así que la relación o, como Ud. dice, la vinculación industria/hospital entra en la naturaleza de las cosas. Lo que ocurre es que el dinero de la industria la ha degradado a una compra de voluntades. En busca de recetas, paga reuniones, cursos, proyectos de investigación, aparatos, etc. En los hospitales, la industria siempre se muestra como un dadivoso calculador que espera que el dinero regalado le sea devuelto con creces.
    La relación con las facultades de economía, centros de estudios, escuelas de negocios o sociedades profesionales, es también de compra. La industria las subvenciona para conseguir que el ámbito académico no sea crítico, sino amistoso, y produzca trabajos con prestigio universitario en defensa de las patentes, los precios, el consumo, etc., en defensa de los beneficios de las farmacéuticas. Compran la protección de una red intelectual reconocida. Desde luego que el espacio público, como Ud. lo llama, no debería aceptar donaciones de la industria, ni en dinero ni en especie. Ayudan, claro que ayudan, y en ocasiones cubren necesidades perentorias de los servicios médicos, pero nunca podrán compensar la desintegración moral y las ineficiencias que pronto producen.
    - ¿Qué porcentaje de los ensayos públicos son financiados directamente por la industria farmacéutica? ¿Por qué realizan esas inversiones? Si los ensayos son públicos no se corre el riesgo, en buena lógica, que pueda haber apropiación privada de esos resultados. ¿La hay?
    Autores americanos, numerosos, recuerdo ahora a Abramson y a Spitz, estiman que el 70% de todos los ensayos clínicos es pagado directamente por las farmacéuticas. Una cantidad de dinero enorme, porque cada año se hacen decenas de miles de ensayos clínicos. Se dirá, y es cierto, que este tipo de ensayos, en los que participan seres humanos, están sujetos a unas normas legales exigentes (autorizaciones de comités de ética, protocolos, plazos, etc.). Pero también es cierto que la intención científica y la interpretación de los resultados de la prueba escapan a las regulaciones, y que una experimentación independiente e imparcial pudiera tener gravísimas consecuencias para una industria que engaña, vendiendo la mayoría de sus novedades a precios de avances terapéuticos cuando no lo son (recuerde Ud. que nada menos que el 85% tienen una eficacia relativa nula o casi nula). Sería un riesgo insoportable para la industria que la venta y beneficios previstos de un nuevo producto dependieran de criterios científicos neutrales. Como dice McHenry, un filósofo y bioético de la universidad de California, la estrategia de la industria ahora no es aceptar la evidencia, sino defender “las moléculas”, las novedades. Así que, necesariamente, la ciencia ha de flexibilizarse y someterse al marketing y las normas gubernamentales, también. De un modo u otro la industria diseña y controla muchos trabajos científicos. Mire Ud., en el 2004, creo, el fiscal general de Nueva York procesó a GlaxoSmithKline por ocultar datos clave de sus ensayos clínicos. Y este no es un caso aislado, hay decenas. ¿Quiere esto decir que todos los ensayos clínicos pagados por las farmacéuticas son tendenciosos? Claro que no. A la propia industria no le convendría. Pero el que paga manda, y la financiación por la industria del 70% de todos estos trabajos constituye sin duda una tremenda corriente de contaminación de la medicina y la ciencia públicas (incluso en las investigaciones revisadas por pares es frecuente el fenómeno llamado de “sesgo de patrocinio” o conclusiones favorables al financiador).
    Por cierto, el que paga no sólo manda sino que también compra, así que yo no diría que hay una apropiación privada por la industria si el precio que cobra el hospital por el ensayo clínico es el justo (cosa que dudo, pero eso es otra historia).
    - Pero si es así, si es como usted dice, ¿cómo es posible que las comunidades científicas afectadas permitan un control de estas características? Tal como se suele entender el espíritu científico y la finalidad de la ciencia, lo que usted critica parece un sinsentido, es como si la ciencia dejase de ser “conocimiento desinteresado” y pasara a convertirse en un asunto de negocios y de poderes económicos. Pero, verdaderamente, Science is not business. ¿No deberían levantar su voz de alarma las revistas científicas de prestigio? The Lancet, por ejemplo, no tiene nada que decir frente a asuntos como éste.
    Bueno, para las farmacéuticas la ciencia carece de interés si con ella no se hace “business”, y este criterio lo han contagiado –con dinero, claro- a buena parte de la comunidad científica. Las contribuciones o donaciones de la industria han crecido el 900% en tan sólo 20 años, entre 1980 y 2000, según Lemmes. Y naturalmente también aumentó su influencia en todos los aspectos. Cuando la industria lo cree conveniente, “alquila” a científicos o médicos y a través de ellos diseña ensayos y otros trabajos de investigación clínica, recoge y analiza los resultados, enseña los datos que le son favorables y oculta o retrasa los que no le gustan, compra a médicos y académicos prestigiosos, los que llama KOLs (key opinion leaders), para que firmen artículos que escriben unos “ghostwriters” (generalmente los departamentos de marketing o de relaciones públicas de las empresas), publica esos artículos en respetables revistas médicas y además los utiliza como referencias en el material de propaganda de sus productos (nada menos que el 11% de todos los artículos aparecidos en 1998 en las publicaciones médicas norteamericanas procedía de ghostwriters, y se estima que el porcentaje es hoy mucho mayor).
    En fin, como le digo, médicos y académicos relevantes son pagados por la industria para que firmen artículos que no escriben basados en datos que no recogen ni analizan y, en ocasiones, ni ven. La infección por el dinero de la industria está tan extendida en la comunidad científica que la entrega de cheques por algo que no se hace o se hace mal, es decir, por faltas de ética, ha adquirido ya una cierta naturalidad. Muchos piensan que si no lo hago yo, lo hará otro.

    - ¿Y no se producen resistencias en la comunidad científica?
    Claro que hay médicos y científicos que resisten y censuran tal degradación, incluso con vehemencia, como el profesor Drummond Rennie, de la Universidad de California, que ha calificado de lamentable, escandalosa y alarmante la actitud de las universidades y los científicos. Pero los críticos no son suficientes para detener la enfermedad. Lo cierto es que la influencia de la industria ha emborronado todas las cosas de tal modo que en la literatura científica es difícil distinguir lo genuino de lo falso. Mire Ud., los editores de las principales revistas médicas del mundo ( New England , Lancet , Journal of American Medical Association , Annals of Internal Medicine y otras más) se sintieron obligados a advertir conjuntamente que el actual control de la investigación clínica por las compañías farmacéuticas podría hacer que acreditadas publicaciones médicas participasen en engaños o tergiversaciones. O sea, de hecho los editores se reconocen incapaces de asegurar el rigor de los textos que publican, y honestamente lo avisan. Pero hay algo peor…
    - ¿Algo peor?
    Sí, efectivamente, hay algo peor, y es que además de la investigación clínica, la industria ya infecta los centros de creación del conocimiento científico (universidades, institutos especializados, etc.). Ensucia las fuentes y la misma naturaleza de la investigación básica. Verá Ud., la participación financiera de las farmacéuticas origina un clima de trabajo que empuja a los investigadores a tener más en cuenta las posibilidades comerciales del proyecto que su valor intelectual y beneficio público. La industria promueve una investigación que busca dinero por medio de la comercialización del conocimiento; orientada hacia la transferencia de tecnología, los derechos de propiedad intelectual y las patentes, y que, por tanto, considera los datos científicos como bienes personales y confidenciales. El escrutinio público y el debate abierto que permiten a otros investigadores verificar y repetir los resultados, algo imprescindible para el avance de cualquier ciencia, se hacen imposibles.
    La industria aísla a los investigadores y promueve la apropiación privada del conocimiento científico. Le voy a leer un párrafo de un informe, ya no reciente, de la Comisión de Evaluación Tecnológica del Congreso de Estados Unidos sobre nuevas formas de desarrollo de la biotecnología, párrafo que Sheldon Krimsky, profesor de la Universidad de Tufts, recoge en este libro titulado, como Ud. ve, Science in the private interest , un libro excelente. Dice así: “Las relaciones universidad/industria pueden afectar adversamente al ámbito académico inhibiendo el libre cambio de investigación científica, minando la cooperación entre departamentos, creando conflictos entre pares y retrasando o impidiendo la publicación de resultados de la investigación. Además, la financiación dirigida puede reducir el interés de los científicos por los proyectos sin suficientes posibilidades comerciales, y así dañar indirectamente la investigación básica que se hace en las universidades”.
    Y voy a leerle otro párrafo, mejor dicho, una pregunta, también del libro de Krimsky: “¿Pueden las universidades preservar el libre cambio de ideas entre estudiantes y profesorado a la vez que cumplen los acuerdos con la industria?” Una pregunta que debería dar que pensar a aquellos, cada vez más, que en España animan con entusiasmo la asociación de la universidad o de centros de investigación básica con la industria. Lo que Krimsky llama la “desenfrenada comercialización de nuestras instituciones”.

    - ¿Afirmaría usted entonces que no sólo la industria española sino que las grandes multinacionales del sector están corruptas? ¿No estamos entonces ante una situación muy peligrosa? Estamos hablando de la salud, de la vida de las personas.
    Claro que estamos hablando de una situación muy peligrosa. A lo largo de esta conversación hice ver varias veces que la industria farmacéutica engaña, está asentada de raíz en el engaño, y que para ocultarlo y mantener sus excepcionales rentas corrompe la investigación y los investigadores, primero, y trasmite a los médicos informaciones falsas, después. Pero más responsable que la industria, mucho más, son los gobiernos, y concretamente las autoridades farmacéuticas que saben todo y consienten casi todo. Una benevolencia oficial que, desde luego, la industria agradece de muchas formas. Es frecuente, por ejemplo, que cuando los altos funcionarios de farmacia son cesados encuentren en la industria trabajo con excelentes retribuciones.
    - ¿Cómo cree usted entonces que debería orientarse de forma justa y razonable la investigación farmacéutica en un país como el nuestro?
    Ahora, en los minutos de una entrevista, no me atrevo a esbozar un proyecto de política de investigación farmacéutica, que requiere, claro, reflexión y debate. Pero sí le diré dos cosas: una, yo no subvencionaría, como ahora se hace, a las compañías farmacéuticas que investigan; eso es su interés, diría que su necesidad, porque sin obtener medicamentos nuevos no se puede competir en el mercado farmacéutico, y sin la posibilidad de competir una empresa no tiene razón de ser, se extingue. ¿Por qué el Estado va a estimular con subvenciones algo que las compañías están obligadas a hacer para vivir? Y dos, no mezclaría, por motivos que antes comenté, la investigación básica que debe potenciar el Estado con la investigación mercantil de las farmacéuticas.
    - ¿Cuáles son las causas del creciente y supuestamente imparable gasto farmacéutico? ¿El envejecimiento de la población? ¿Quién ha sugerido, por ejemplo, que se consideran enfermedades la calvicie, la timidez, ciertos síntomas de la adolescencia, incluso el malhumor? ¿Debería contenerse este gasto? ¿Cómo hacerlo?
    El gasto se acelera por un conjunto de causas, unas empujan el volumen del consumo y otras los precios. Las principales son la aparición de nuevos productos, siempre más caros; la inflación farmacéutica o actualización de los precios de los medicamentos no nuevos; los avances tecnológicos clínicos que alargan la supervivencia de muchos pacientes, en su mayoría tratados con fármacos; la cronicidad de las enfermedades prevalentes en nuestras sociedades que requieren el uso prolongado o de por vida de medicamentos; las terapias intensivas modernas en ciertos padecimientos; la creciente medicalización de las limitaciones naturales del cuerpo humano, como las que Ud. cita de calvicie, timidez, sexo apagado, etc. que ahora pueden ser tratados con medicinas; y también el envejecimiento de la población, aunque a lo largo del tiempo su influencia es mucho menor de la que se le atribuye (está probado que en aquellos países donde la población mayor de 65 años ha crecido más rápidamente, el gasto sanitario no ha aumentado con mayor rapidez que en aquellos otros donde la población anciana creció con más lentitud).
    En resumen, el gasto crece porque aumenta el coste por día de tratamiento, aumenta los días de tratamiento por enfermo y aumenta el número de enfermos. Entonces, preguntará Ud., ¿hay que aceptar el incremento del gasto? En España, de ninguna manera. Aquí el gasto es desmedido y su coste de oportunidad muy gravoso. El coste de oportunidad es en este caso el valor de lo mucho que deja de hacerse en otros sectores de la asistencia pública al destinar recursos a farmacia; dicho de otro modo, en el marco de un presupuesto sanitario finito y siempre escaso, el rápido aumento del gasto farmacéutico reduce el dinero a asignar a la atención primaria, los hospitales e inversiones. Contenerlo es, pues, indispensable y apremiante para la sanidad pública. ¿Cómo? Hay que contar primero con una decisión política firme.
    El gobierno ha de estar dispuesto a abandonar el hacer que se hace con medidas de corto recorrido (rebajas que disminuyen el coste, pero no el consumo; precios de referencia encogidos; descuentos de la industria; incentivos ridículos a los médicos, etc.). La contención es un proceso permanente, un trabajo constante de vigilancia del gasto junto a una actitud firme de resistir su crecimiento con las medidas eficaces, gusten o sean impopulares. Algo difícil para los políticos que viven al día, sin pensar en mañana (como Luis XV, “après moi, le déluge”) y eluden enfrentamientos con la industria y con los ciudadanos votantes. Es indispensable para el Sistema, pero no creo que se haga nada más que ir trampeando irresponsablemente todo el tiempo que se pueda. Después, dirán, que salga el sol por Antequera.

    - ¿Desea añadir algo más? ¿Cree que hay algún punto esencial que no hemos tocado?
    Pues sí, diré algo más, porque no quiero dejar de señalar cómo las farmacéuticas mitifican descaradamente su investigación cada vez que afirman (y lo hacen con mucha frecuencia, en una coordinada campaña) que la obtención de un nuevo medicamento es un proceso de enorme riesgo financiero y elevadísimo coste. Dos engaños más. Verá Ud., es obvio que la inversión en cualquier proyecto de investigación siempre está envuelta en incertidumbre. Pero esta inseguridad, este riesgo natural disminuye mucho cuando el inversor puede diversificar su cartera en varios proyectos, como ocurre con la investigación de una empresa farmacéutica, que generalmente sigue a la vez varias líneas distintas.
    La Oficina de Evaluación Tecnológica del Congreso de EE.UU., a la que antes me referí, estima que la diversificación permite incluso eliminar el riesgo en el desarrollo de nuevos medicamentos, eliminar, dice, no sólo disminuir. Además, la industria farmacéutica recibe una especial seguridad añadida en las naciones con sistemas de salud de libre acceso universal, donde la efectividad de la demanda farmacéutica está garantizada con dinero público, lo que reduce la inestabilidad del mercado y por ello el riesgo de la innovación. La industria sabe que cualquier nuevo fármaco nace con la certeza de que el Estado sufragará su consumo para todos que lo necesiten. En fin, ese “enorme” riesgo según la industria es, en la práctica, pequeño o quizá nulo.
    Y algo similar puede decirse del coste “elevadísimo”. También está hinchado. Desde luego no es barato poner en el mercado un medicamento verdaderamente nuevo. Exige no pocos recursos financieros. No pocos, pero cuántos, qué cantidad concreta, se desconoce. La industria oculta desde siempre las cuentas de la investigación (mantuvo durante 9 años, y ganó, una batalla legal contra la General Accounting Office, de EE.UU., que pretendía revisarlas), y no es posible saber qué gastos incluye en dicha partida ni, claro, el coste real de un nuevo fármaco. No hay datos ciertos que puedan ser contrastados. Las cifras que se manejan y airean son simples estimaciones teóricas y académicas pagadas, salvo excepciones, por la industria.
    En recientes anuncios en prensa, Farmaindustria asegura que el coste de un nuevo medicamento es de “más de €800 millones” pero Public Citizen Congress Watch, una organización de consumidores establecida en Washington, muy respetada por su independencia y rigor, lo calcula en unos €90 millones; es decir, €710 millones menos. Una diferencia tan desmedida que sólo es posible si alguien miente, y el que más se beneficia de hacerlo es la industria.


    Hasta aquí, la entrevista a Enrique Costas Lombardía, realizada por Salvador López Arnal para la revista El Viejo Topo. Creemos que dice todo tan, tan claro, que no hay nada interesante que nosotros podamos añadir.



    Lo que dice Marcia Angell (ex-editora en jefe del New England Journal of Medicine)

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    Marcia Angell fue editora en jefe del New England Journal of Medicine, una de las revistas más prestigiosas del gremio (no precisamente un fanático boletín antisistema, reconocerán), y se ha destacado últimamente por su voz crítica ante determinados comportamientos poco éticos de la industria farmacéutica (ya sabemos que estamos siempre con el mismo tema, qué le vamos a hacer, pero es que no lo terminamos de ver solucionado). Recientemente Marcia Angell ha sido autora de dos artículos publicados en el The New York Review of Books, donde reseñaba recientes publicaciones sobre psiquiatría, psicofármacos e industria, exponiendo una síntesis genial de todo un pensamiento crítico referente a nuestra disciplina que, es nuestra esperanza, parece irse extendiendo. Hemos leído resúmenes de dichos artículos en diversos foros, pero ahora disponemos de una traducción al castellano que nos ha sido facilitada amablemente por el Dr. Emilio Pol Yanguas, farmacéutico y coautor del imprescindible blog TecnoRemedio. Transcribiremos dicha traducción, que ha sido recogida también en el número de mayo del Boletín de Fármacos, lectura a su vez muy recomendable.

    A continuación, los dos artículos de Marcia Angell, traducidos por Pol Yanguas. La negrita es nuestra:


    LA EPIDEMIA DE LAS ENFERMEDADES MENTALES ¿POR QUÉ?

    Marcia Angell, 23 de junio de 2011

    The New York Review of Books

     by Irving Kirsch; Basic Books, 226 pp., $15.99 (paper)




    Parece que los americanos se encontraran metidos en medio de una epidemia de enfermedades mentales, al menos a juzgar por el creciente número de sujetos tratados por ellas. La cifra de aquellos que están tan discapacitados a causa de enfermedades mentales que son elegibles para cobrar el “seguro de ingreso suplementario” (SSI) o el “seguro social por incapacidad” (SSIDI) creció casi dos veces y media entre 1987 y 2007 - desde 1 por cada 184 americanos hasta 1 por cada 76 - . Entre los niños, el incremento es incluso más sorprendente, un aumento de 35 veces en las mismas dos décadas. La enfermedad mental es ahora la principal causa de discapacidad en niños, muy por delante de las discapacidades físicas como parálisis cerebral o síndrome de Down, para los cuales se crearon los programas federales.

    Una extensa revisión de adultos seleccionados al azar, financiada por el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) y llevada a cabo entre 2001 y 2003, encontró que un impresionante 46% cumplían los criterios establecidos por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) para padecer al menos una enfermedad mental dentro de las cuatro grandes categorías en algún momento de sus vidas. Estas categorías fueron “trastornos de ansiedad”, incluyendo, entre otras subcategorías, fobias y trastorno de estrés post-traumático (PTSD); “trastornos del humor”, incluyendo depresión mayor y trastorno bipolar; “trastornos del control de impulsos”, incluyendo problemas de conducta, trastorno de hiperactividad –déficit de atención (ADHD)-; y “trastorno por uso de sustancias”, incluyendo abuso de alcohol y drogas. La mayoría cumplen criterios para más de un diagnóstico. De un subgrupo afectado a lo largo del año previo, un tercio estaba bajo tratamiento, frente a una quinta parte en una revisión similar diez años anterior.

    En los tiempos que corre el tratamiento médico casi siempre significa uso de psicorfármacos, esto es, fármacos que afectan al estado mental.  De hecho la mayoría de los psiquiatras tratan sólo con medicamentos, y refieren a sus pacientes al psicólogo o al trabajador social solo si creen que la psicoterapias están justificadas. El viraje desde la “terapia por la palabra” a los medicamentos como modo dominante de tratamiento coincide con la emergencia en las pasadas cuatro décadas de la teoría de que las enfermedades mentales están causadas principalmente por un desequilibrio químico que puede ser corregido con fármacos específicos. Esta teoría ha sido ampliamente aceptada, tanto por los medios de comunicación y el público como por la profesión médica, después de que Prozac® (fluoxetina) fuera comercializado en 1987 u fuera intensivamente promocionado como un corrector de una deficiencia de serotonina en el cerebro. El número de personas tratadas por depresión se triplico en los 10 años siguientes, y aproximadamente el 10% de los ciudadanos de USA mayores de 6 años toman ahora antidepresivos. El crecimiento del uso de medicamentos para tratar la psicosis es incluso más dramático. La nueva generación de antipsicóticos, tales como Risperdal® (risperidona), Zyprexa® (olanzapina) y Seroquel® (quetiapina), ha desplazado a los agentes hipocolesterolemiantes como la clase de medicamentos más vendidos en USA.
     
    ¿Qué está sucediendo?. ¿Es la prevalencia de enfermedad mental realmente tan elevada y continúa subiendo?. En concreto, si se considera que estas trastornos están determinados biológicamente y no son el resultado de influencias ambientales,  ¿es razonable suponer que tal incremento es real?. O, ¿estamos ahora aprendiendo a reconocer u diagnosticar trastornos que siempre han estado ahí, pasando desapercibidos?. O por el contrario, ¿estamos extendiendo el criterio para las enfermedades mentales, de modo que todas las personas tengan uno?. ¿Y qué pasa con los medicamentos que son ahora la pieza clave del tratamiento?. ¿Funcionan?. Si lo hacen, ¿no deberíamos esperar que la prevalencia de las enfermedades mentales se redujera, en lugar de crecer?.

    Estas son las cuestiones, entre otras, que preocupan a los autores de tres provocativos libros que revisamos aquí. Cada uno de ellos ha llegado al cuestionamiento de la situación a través de diferentes trayectorias. Irving Kirsch es un psicólogo de la Universidad de Hull en UK, Robert Whitaker es un periodista y es el autor de un libro anterior sobre la historia del tratamiento de la enfermedad mental “Mad in America” (Locura en America) (2001), y Daniel Carlat es un psiquiatra que ejerce en los suburbios de Boston y publica un “noticiero breve” y un cuaderno de bitácora electrónico (blog) sobre su profesión.

    Los autores resaltan diferentes aspectos de la epidemia de enfermedades mentales. Kirsch se preocupa por la eficacia de los antidepresivos. Whitaker, que ha escrito un libro furioso,  aborda el espectro completo de las enfermedades mentales y pregunta si los psicofármacos crean problemas peores que los que resuelven. Carlat, que escribe más con dolor que con rabia, mira principalmente a la forma en que su profesión se ha aliado con, y ha sido manipulada por, la industria farmacéutica. Pero a pesar de sus diferencias, los tres coinciden en algunos puntos importantes, y sus puntos de visita están bien documentados.

    Primero, coinciden en la preocupante extensión en que las compañías que venden los psicofármacos – mediante diferentes formas de mercadeo, legales e ilegales, y que mucha gente podría describir como sobornos – han terminado condicionando lo que constituye una enfermedad mental y como deben ser diagnosticadas y tratadas. Sobre este asunto volveré luego.

    Segundo, ninguno de los tres autores subscribe la teoría popular de que las enfermedades mentales estén causadas por un desequilibrio químico del cerebro. Como dice Whitaker, esta teoría tuvo su génesis poco después de que los psicofármacos se introdujeran en la década de 1950. El primero fue Largactil® (clorpromazina), que se lanzó en 1954 como un “tranquilizante mayor” y que rápidamente encontró un amplio uso en los hospitales mentales para calmar a los pacientes psicóticos, principalmente aquellos con esquizofrenia. A Largactil® le siguió Dapaz® (meprobamato), vendido como un “tranquilizante menor” para tratar la ansiedad en pacientes no ingresados. Y en 1957, Marsilid® (iproniazida) llega al mercado como un “energético psíquico”  para tratar la depresión.

    Por aquel entonces, en el corto espacio de tres años, se dispuso de medicamentos para tratar lo que en ese tiempo se veían como las tres principales categorías de enfermedades mentales -psicosis, ansiedad y depresión-   y la imagen de la psiquiatría se transformó totalmente. Estos medicamentos, sin embargo no habían sido desarrollados inicialmente para el tratamiento de las enfermedades mentales. Se habían derivado de fármacos que pretendían tratar infecciones, y se encontró por “serendipia” (observación casual por una mente experta y preparada) que alteraban el estado mental. Inicialmente nadie tenía idea alguna de cuál era su mecanismo de acción. Simplemente aplacaban síntomas mentales perturbadores. Pero en la década siguiente, los investigadores hallaron que estos fármacos, y los nuevos psicofármacos que pronto les siguieron, afectaban a los niveles de ciertas sustancias químicas en el  cerebro.

    Brevemente -y necesariamente bastante simplificado- esto es lo que pasa: el cerebro contiene billones de células nerviosas, llamadas neuronas, organizadas en unas redes de trabajo inmensamente complicadas y que se comunican constantemente unas con otras. La neurona típica tiene múltiples extensiones filamentosas, unas llamadas axones y otras llamadas dendritas, mediante las cuales envían y reciben señales de otras neuronas. Para que una neurona se comunique con otra, además, es necesario que la señal pueda transmitirse a través del estrecho espacio que las separa, llamado sinapsis. Para lograrlo, el axón de la neurona emisor liberaría sustancias químicas, llamadas neurotransmisores, en la sinapsis. El neurotransmisor cruza la sinapsis y se une a los receptores de la segunda neurona, frecuentemente en la dendrita, con lo que activan o inhiben a la célula receptora. Los axones tienen múltiples terminales, de modo que  cada neurona tiene múltiples sinapsis. Después el neurotransmisor es reabsorbido por la primera neurona o metabolizado por enzimas, de modo que el status quo anterior es restaurado. Hay excepciones y variantes de esta historia, pero esta es la forma en que usualmente las neuronas se comunican unas con otras.

    Cuando se encontró que los psicofármacos afectaban a los niveles de neurotransmisores en el cerebro, como se evidenció principalmente por los niveles de sus productos de degradación en el líquido espinal, surgió la teoría de que la causa de las enfermedades mentales es una anormalidad en las concentraciones cerebrales de estas sustancias, que se podrían contrarrestar específicamente con el fármaco adecuado. Por ejemplo, como se encontró que clorpromazina disminuía los niveles de dopamina en el cerebro, se postuló que  las psicosis del tipo de la esquizofrenia eran causadas por un exceso de dopamina. Posteriormente, como ciertos antidepresivos aumentaban los niveles del neurotransmisor serotonina en el cerebro, se postuló que la depresión estaba causada por escasez de serotonina. Estos antidepresivos con fluoxetina o citalopram se llaman inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) ya que previenen la reabsorción de serotonina por la neurona que las liberó, de modo que permanecerá más en la sinapsis para activar otras neuronas. Por tanto, en lugar de desarrollar un fármaco que encaje con una anormalidad conocida, se postulado una anormalidad que encaje con el fármaco.

    Esto es una acrobacia de la lógica, como señalan los tres autores. Es muy posible que fármacos que afecten a los niveles de ciertos neurotransmisores puedan aliviar síntomas, incluso si estos neurotransmisores no tienen nada que ver directamente con la enfermedad (e incluso es posible que el alivio de los síntomas se produzca completamente por algún otro modo de acción). Como Carlat dice, “Por la misma razón, se podría argumentar que la causa de toda condición dolorosa es una deficiencia en opiáceos, dado que los fármacos analgésicos opiáceos activan los receptores opiáceos en el cerebro”. Similarmente, se podría argumentar que la fiebre está causada por falta de aspirina. 

    Pero el principal problema con la teoría es que después de décadas tratando de probarla, los investigadores siguen con las manos vacías. Los tres autores documentan el fracaso de los científicos para encontrar buenos datos en su favor. El funcionamiento de los neurotransmisores parece ser normal en las personas con enfermedad mental antes del tratamiento. En palabras de Whitaker: Antes del tratamiento, los pacientes diagnosticados de esquizofrenia, depresión, y otros trastornos psiquiátricos no sufren de ningún “desequilibrio químico” conocido. Sin embargo, cuando una persona comienza a recibir medicación psiquiátrica, la cual, de una manera u otra, es como arrojar una piedra en el mecanismo neuronal usual, su cerebro comienza a funcionar ….., anormalmente

    Carlat se refiere a la teoría del desequilibrio químico como un “mito” (que él dice “conveniente” porque quita el estigma de la enfermedad mental), y Kirsch, cuyo libro se enfoca sobre la depresión, resume de esta manera: ·”Actualmente parece fuera de toda duda que la explicación tradicional de la depresión como un desequilibrio químico en el cerebro es simplemente errónea”.  El cómo ha persistido la teoría a pesar de la falta de datos es un tema que va a surgir.
    ¿Cómo actúan los fármacos?. Después de todo, independientemente de la teoría, esto es una cuestión práctica. En su apasiónate libro, “Las nuevas drogas del emperador”, Kirsch describe sus 50 años como científico tratando de responder esta pregunta sobre los antidepresivos. Cuando el comenzó su trabajo en 1995, su principal interés estaba en el efecto de los placebos. Para estudiarlos, él y su colega revisaron 38 ensayos clínicos publicados que comparaban varios tratamientos para la depresión con placebos. O comparaban psicoterapia con ausencia de tratamiento. La mayoría de tales ensayos duraron entre 6 y 8 semanas, y en este tiempo, los pacientes tendían a mejorar algo incluso sin ningún tratamiento. Pero Kirsch encontró que los placebos fueron tres veces más efectivos que la ausencia de tratamiento. Esto no les sorprendió particularmente. Lo que si les sorprendió fue el hecho de que los antidepresivos fueran solo marginalmente mejor que los placebos. Cuando se juzgan con escalas utilizadas para medir la depresión, los placebos tuvieron el 75% de efectividad de los antidepresivos. Kirsch decidió entonces repetir su estudio examinando un conjunto de datos más completo y normalizado.

    Los datos que utilizó se obtuvieron de la “Administración para Alimentos y Medicamentos de USA” (FDA) en lugar de la bibliografía publicada. Cuando las compañías buscan la aprobación de la FDA para comercializar un nuevo medicamento, deben remitir a la agencia todos los ensayos clínicos que ellos han financiado. Los ensayos son usualmente a doble ciego y controlados con placebo, esto es, los pacientes participantes son asignados al azar para recibir bien el fármaco o placebo, y ni ellos ni su médico sabe a cuál de ambos ha sido asignado. A los pacientes se les dice sólo que ellos pueden recibir un fármaco activo o un placebo, y también sobre los efectos adversos que pueden experimentar. Si dos ensayos muestran que el fármaco es más efectivo que placebo, el fármaco generalmente se aprueba. Pero las compañías pueden financiar tantos ensayos como quieran, muchos de los cuales pueden ser negativos, esto es, que fracasan en mostrar efectividad. Todo lo que necesitan es sólo dos ensayos positivos. Los resultados de los ensayos de un mismo medicamento pueden diferir por muchas razones, incluyendo cómo se ha diseñado y llevado a cabo el mismo, su tamaño, y el tipo de pacientes estudiados.

    Por razones obvias, las compañías farmacéuticas se garantizan que los resultados positivos se publiquen en revistas médicas y que los médicos los conozcan, mientras que los negativos frecuentemente languidecen ocultos en los archivos de la FDA, que los considera una información con dueño y por tanto confidencial. Esta práctica causa un sesgo enorme en la bibliografía médica, en la educación médica, y en las decisiones de tratamiento.

    Kirsch y sus colegas utilizaron la “ley de libertad de información” para obtener revisiones de la FDA de todos los ensayos clínicos controlados con placebo, fueran positivos o negativos, remitidos para la aprobación inicial de seis de los fármacos antidepresivos más ampliamente utilizados aprobados entre 1987 y 1999 -Prozac® (fluoxetina), Paxil® (paroxetina), Zoloft® (sertralina), Celexa® (citalopram), Serezone® (nefazodona) y Effexor® (venlafaxina)-. Este conjunto de datos es mejor que el que se utilizó en el estudio previo, no sólo por incluir estudios negativos, sino porque la FDA impone criterios uniformes de calidad a los ensayos que revisa, y no todo el material de investigación del anterior estudio de Kirsch se había remitido a la FDA como parte de la solicitud de aprobación.

    En total, hubo 42 triales de 6 fármacos. Muchos de ellos fueron negativos. En general, los placebos mostraron una efectividad del 82% de la del fármaco activo, cuando se media con la  escala de Hamilton para la depresión (HAM-D), una medida ampliamente utilizada de los síntomas de depresión. La diferencia promedio entre el fármaco y el placebo fue solo de 1,8 puntos en la HAM-D, una diferencia que aunque estadísticamente significativa, es clínicamente insignificante. Los resultados fueron los mismos para los seis fármacos: todos fueron igualmente impresionantes. A pesar de ello, como los estudios positivos fueron ampliamente publicitados, mientras que los negativos fueron ocultados, el público y la profesión médica llegó a creer que estos fármacos eran antidepresivos altamente efectivos.

    Kirsch también tropezó con otro hallazgo inesperado. En su anterior estudio y en los trabajos de otros, él observó que incluso tratamientos que no fueron considerados antidepresivos, como hormona tiroidea sintética, opiáceos, sedantes, estimulantes, y algunos fitoterapéuticos, fueron tan efectivos como los antidepresivos para aliviar los síntomas de depresión. Kirsch escribe, “Cuando se administran como si fueran antidepresivos, fármacos que incrementan, que disminuyen, o que carecen de efecto alguno, sobre la serotonina, todos alivian la depresión en el mismo grado”. Lo que tenían en común todos estos fármacos “efectivos” era que producían efectos colaterales, sobre los cuales se había avisado a los pacientes que podrían experimentar.

    Es importante que los ensayos clínicos, particularmente aquellos que tienen que ver con estados subjetivos como depresión, permanezcan doble ciego, sin que los pacientes ni sus médicos conozcan si están recibiendo o no un placebo. Esto previene que tanto los pacientes como sus médicos imaginen mejorías que no hay, cosa que es más probable si él cree que el agente que le está siendo administrado es un fármaco activo y no un placebo.  Al confrontarse con el hallazgo de que casi cualquier medicamento con efectos colaterales fue ligeramente más efectivo en tratar la depresión que un placebo inerte, Kirsch especulo que el padecimiento de efectos colaterales en los individuos que reciben el fármaco los capacitó para adivinar correctamente que ellos estaban tomando tratamiento activo -y esto se confirmó con entrevistas con los pacientes y médicos- lo cual hizo más probable que informaran mejorías. Sugiere que la razón por la que los antidepresivos parecen actuar mejor en aliviar la depresión grave que en los menos graves, reside en que los pacientes con síntomas graves probablemente son tratados con dosis altas y por tanto experimentan más efectos colaterales.

    Para investigar más a fondo si los efectos colaterales sesgaron las respuestas, Kirsch miró algunos ensayos que emplearon placebos “activos” lugar de inertes.  Un placebo activo es aquel que por sí mismo produce efectos colaterales, como atropina -un fármaco que selectivamente bloquea la acción de cierto tipo de fibras nerviosas-. Aunque no es un antidepresivo, atropina causa, entre otras cosas, una notable sequedad de boca. En ensayos que utilizaron atropina como placebo, no hubo diferencias entre el antidepresivo y el placebo activo. Ambos tienen efectos colaterales de un tipo u otro, y ambos dieron cuenta del mismo nivel de mejoría. Kirsch informó sobre otros hallazgos extraños en los ensayos clínicos con antidepresivos, incluyendo la ausencia de una curva dosis-respuesta -esto es, dosis altas no funcionan mejor que dosis bajas- lo cual es extremadamente improbable para fármacos verdaderamente efectivos. Poniendo todo esto junto, escribe   Kirsch, se llega a la conclusión de que la relativamente pequeña diferencia entre fármacos y placebos puede que no sea un efecto real del fármaco en absoluto. En su lugar, podría ser un efecto placebo aumentado, producido por el hecho de que algunos pacientes habían roto el cegado y reconocieron si tomaban fármaco o placebo. En lugar de comparar los fármacos con placebo, hemos comparado placebos “normales” con placebos “extra-fuertes”.

    Esta es una conclusión sorprendente en contra de la opinión médica ampliamente aceptada, pero Kirsch llega a ella de una manera lógica y cuidadosa. Los psiquiatras que utilicen antidepresivos -y por tanto la mayoría de ellos- y los pacientes que los toman conocen por experiencia que los medicamentos actúan. Pero se sabe que las anécdotas son una forma traicionera de evaluar si los tratamientos actúan, dado que están demasiado sujetas a sesgos; pueden sugerir hipótesis para ser estudiadas, pero no pueden probarlas. Es por esto que el desarrollo de ensayos clínicos randomizados, doble ciego, controlados con placebo a mediados del siglo pasado supuso un avance tan importante para la ciencia médica. Anécdotas sobre sanguijuelas, laetril (amigdalina, heterosido cienageneico en las semillas del genero prunus) o megadosis de vitamina C, o muchos otros tratamientos populares, que no pudieron soportar la prueba de ensayos clínicos bien diseñados. Kirsch  es un fiel defensor del método científico, y su voz por tanto aporta una objetividad bienvenida a un asunto frecuentemente plagado de anécdotas, emociones, o, como podremos ver, “intereses creados”.

    El libro de Whitaker es más amplio y polémico. Considera todas las enfermedades mentales, no sólo la depresión. Mientras que Kirsch concluye que los antidepresivos probablemente no sean más efectivos que los placebos, Whitaker concluye que ellos y la mayoría de los otros psicofármacos no sólo son infectivos sino que son además dañinos. Comienza por observar que cuando se ha disparado el tratamiento de las enfermedades mentales con medicamentos, lo ha hecho también la prevalencia de la condición tratada:

    El número de discapacitados mentalmente enfermos  ha crecido dramáticamente desde 1955, y durante las dos décadas pasadas, un periodo en el que la prescripción de medicamentos psiquiátricos ha explotado,  el número de adultos y niños discapacitados por enfermedad mental ha aumentado a un ritmo alucinante. Por tanto nos surge una pregunta obvia, a riesgo de ser considerados herejes: ¿Podría nuestro paradigma de cuidados basado en medicamentos, de una forma no prevista, alimentar esta plaga de los tiempos modernos?.

    Por otra parte, argumenta Withaker, la historia natural de la enfermedad mental ha cambiado. Mientras que condiciones como la esquizofrenia y la depresión eran (antes del uso masivo de psicofármacos) consideradas como autolimitadas o episódicas, teniendo cada episodio una duración de no más de seis meses, y estaban intercalados entre  largos periodos de normalidad, sin embargo ahora son crónicas y para toda la vida. Withaker cree que esto podría ser debido a que los fármacos, incluso aquellos que alivian los síntomas a corto plazo, causarían daños mentales prolongados que continuarían después de que la enfermedad subyacente hubiera remitido de forma natural.  

    Los datos que reúne para apoyar su teoría varían en calidad. Él no reconoce suficientemente la dificultad de estudiar la historia natural de cualquier enfermedad a lo largo de un periodo de 50 años, durante los cuales muchas circunstancias han cambiado, además del uso de los medicamentos. Es incluso más difícil comparar los resultados a largo plazo en pacientes tratados versus no tratados, dado que el tratamiento puede ser más probable en aquellos con la enfermedad más grave al inicio. No obstante los datos de Whitaker si bien no son concluyentes, si son muy sugerentes.

    Si los fármacos psicoactivos causan daño, como argumenta Whitaker, ¿cuál es el mecanismo?. La respuesta, cree, está relacionada con sus efectos sobre los neurotransmisores. Es bien conocido que los psicofármacos alteran la función neurotransmisora, incluso si esta no fuera la causa originaria de la enfermedad mental. Whitaker describe una cadena de efectos. Cuando, por ejemplo, un antidepresivo inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (SSRI) como citalopram incrementa los niveles de serotonina en la sinapsis, se estimulan cambios compensatorios a través de un proceso llamado retroalimentación negativa. En respuesta a los altos niveles de serotonina, las neuronas que la secretan (neurona presináptica) libera menos cantidad de ella, y la neurona postsináptica comienza a desensibilizarse al efecto de la serotonina. En efecto, el cerebro trata de anular los efectos del fármaco. Esto mismo ocurre con los fármacos que bloquean los neurotransmisores, pero al revés. Por ejemplo, la mayoría de los antipsicóticos bloquean la dopamina, pero las neuronas presinápticas lo compensan liberando más neurotransmisor, y la neurona postsináptica se hace más ávida de dopamina. Esta explicación está necesariamente muy simplificada, ya que muchos psicofármacos afectan a más de uno de los distintos neurotransmisores.

    Con el uso prolongado en el tiempo de los psicofármacos, el resultado es, en palabras de Steve Hyman, exdirector del NIMH y hasta recientemente rector de la Universidad de Harvard, “una sustancial y duradera alteración de la función neuronal”. En palabras de Hyman, citadas por Whitaker, el cerebro comienza a funcionar de manera “cualitativa y cuantitativamente diferente del estado normal”. Después de varias semanas con psicofármacos, los esfuerzos compensatorios del cerebro comienzan a fallar, y emergen efectos adversos que reflejan el mecanismo de acción del fármaco. Por ejemplo, los SSRI pueden causar episodios de manía, debidos al exceso de serotonina. Los antipsicóticos causan efectos adversos que recuerdan a la enfermedad de Parkinson, debidos la depleción de dopamina (depleción que también se produce en esta enfermedad). Cuando los efectos secundarios aparecen, frecuentemente son tratados con otros fármacos, y los pacientes acaban con un coctel de psicofármacos prescritos para un coctel de diagnósticos. El episodio de manía causado por el antidepresivo puede conducir al diagnóstico de “trastorno bipolar” y al tratamiento con “estabilizadores del humor”, como Depakine® (valproato de sodio), un anticonvulsivante, junto con uno de los fármacos antipsicóticos nuevos. Y así sucesivamente.

    Algunos pacientes toman hasta seis psicofármacos diferentes cada día. Una investigadora muy respetada, Nancy Andreasen, y sus colegas han publicado datos que ponen en evidencia que el uso de antipsicóticos está asociado con una retracción del cerebro, y que el efecto está directamente relacionado con la dosis y la duración del tratamiento. Como Andreasen explicó para The New York Times, “La corteza prefrontal no recibe las entradas que necesita y comienza a apagarse por efecto de los fármacos. Esto reduce los síntomas psicóticos. Pero también causa que el cortex prefrontal se atrofie lentamente.”

    Abandonar el uso de los psicofármacos es extraordinariamente difícil, de acuerdo con Whitaker, debido a que cuando se dejan de administrar, los mecanismos compensatorios se quedan sin contrapeso. Cuando se interrumpe la administración de citalopram, los niveles de serotonina caen bruscamente debido a que la neurona presináptica no está liberando las cantidades normales de la sustancia y a que la neurona postsináptica ya no poseé suficientes receptores para ella. De manera similar, cuando se retira un antipsicótico, los niveles de dopamina pueden dispararse. Los síntomas producidos por la retirada de los fármacos psicoactivos son frecuentemente confundidos con recaídas del trastorno original, lo cual conduce a los psiquiatras a volver al tratamiento original, quizás a dosis mayores.

    A diferencia de la actitud fría de Kirsch, Whitaker está indignado por lo que el ve como una epidemia de disfunciones cerebral yatrogénicas  (inadvertida para y causada por los médicos), particularmente la causada por el uso expandido de los antipsicóticos nuevos (atípicos) como Zyprexa® (olanzapina), que causa efectos colaterales graves. Esto es lo que él llama su “experimento de pensamiento rápido”:

    Imagine que un virus aparece en nuestra sociedad que haga que la gente durmiera el doble, catorce horas al día. Que aquellos infectados con él se muevan más lentamente y parecieran emocionalmente desconectados. Muchos ganan peso en cantidades tremendas, diez, veinte, treinta y hasta cincuenta kilos. Frecuentemente los niveles de glucosa en sangre se disparan, y los de colesterol también. Varios de los afectados por la misteriosa enfermedad -incluyendo niños pequeños y adolescentes- se vuelven diabéticos en poco tiempo... El gobierno da cientos de millones de dólares a los científicos de las mejores universidades para que descifren como actúa internamente el virus, y estos informan que lo que causa tal disfunción global es que bloquea múltiples receptores de neurotransmisores en el cerebro -dopaminérgicos, serotonérgicos, muscarínicos, adrenérgicos, e histaminérgicos-. Todas sus vías neuronales en el cerebro resultan comprometidas. Mientras tanto, estudios de imágenes por resonancia magnética hallan que a lo largo de varios años, el virus retrae la corteza cerebral, y esta retracción se relaciona con un deterioro cognitivo. La población clamaría aterrorizada por una cura.

    Ahora una enfermedad como ésta está de hecho golpeando a millones de niños y adultos. Os acabo de describir los efectos del éxito de ventas de Eli-Lilly, su antipsicótico Zyprexa (olanzapina).

    Si los psicofármacos son inútiles, como cree Kirsch acerca de los antidepresivos, o peor que inútiles, como cree Whitaker, ¿por qué son tan ampliamente prescritos por los psiquiatras  y vistas por el público y los profesionales como algo así como medicamentos maravillosos?. ¿Por qué es tan ponderosa la corriente contra la que nadan Kirsch, Whitaker y Carlat?



    LAS ILUSIONES DE LA PSIQUIATRÍA

    14 de Julio, 2011 - Marcia Angell


    En el artículo anterior, se comentaron los recientes libros del psicólogo Irving Kirsch y del periodista Robert Whitaker, y lo que nos dicen sobre la actual epidemia de enfermedades mentales y los fármacos que se utilizan para tratarlas 1. En este artículo se discute el Manual diagnóstico y estadístico de las enfermedades mentales (DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría -generalmente llamado “la biblia de la psiquiatría”, que ahora llega a su 5º edición- y su extraordinaria influencia dentro de la sociedad americana (y mundial).  También se examina  Unhinged (“Sin bisagras”), el reciente libro de Daniel Carlat, un psiquiatra, que proporciona una desilusionada visión al interior de la profesión psiquiátrica.  Se discute el amplio uso de psicofármacos en niños, y la funesta influencia de la industria farmacéutica sobre la práctica de la psiquiatría.

    Uno de  los líderes de la moderna psiquiatría, Leon Eisemberg, profesor en la Universidad Johns Hopkins y después en la Harvard Medical School, quien fue uno de los primeros en estudiar los efectos de los estimulantes sobre el trastorno por déficit de atención en niños, escribió que la psiquiatría americana en el pasado siglo XX, viró desde un estado “sin cerebro” a otro “sin mente” 2. Con ello quiere señalar que antes de que se introdujeran los psicofármacos (medicamentos que alteran el estado mental), la profesión tuvo poco interés en los neurotransmisores o cualquier otro aspecto del cerebro físico. En cambio suscribían la visión freudiana de que la enfermedad mental tenía sus raíces en conflictos inconscientes, normalmente sucedidos en la infancia, que afectaban a la mente como si estuviera separada del cerebro.

    Pero con la introducción de los fármacos psicoactivos en la década de 1950, y con un crecimiento acelerado en la década de 1980, el enfoque giro hacia el cerebro. Los psiquiatras comenzaron a referirse a si mismo como psicofarmacólogos, y cada vez tenían menos interés en explorar la historia de la vida de sus pacientes. Su principal preocupación fue eliminar o reducir los síntomas tratando a los que los sufrían con medicamentos que pudieran alterar la función del cerebro. Uno de los primeros defensores del modelo biológico de las enfermedades mentales, Eisemberg, en sus últimos años se ha vuelto un abierto crítico de lo que él denomina el uso indiscriminado de psicofármacos, dirigido en gran medida por las maquinaciones de la industria farmacéutica.

    Tras la introducción inicial de los psicofármacos hubo un breve periodo de optimismo en la profesión psiquiátrica, pero por la década de 1970, el optimismo dio paso a una sensación de amenaza.  Comenzaron a hacerse patentes graves efectos colaterales de estos medicamentos, y un movimiento antipsiquiátrico comenzó a enraizarse, como ejemplifican los escritos de Thomas Szasz y la película “Alguien voló sobre el nido del cuco”.  Hubo también una creciente competencia por los pacientes con los psicólogos y los trabajadores sociales. Además, los psiquiatras estaban plagados de divisiones internas: algunos abrazaban el nuevo modelo biológico, otros se aferraban al modelo freudiano, y unos pocos veían la enfermedad mental como una respuesta sana a un mundo demente. Sin embargo, dentro del conjunto de  la profesión médica, los psiquiatras se consideraban algo así como los parientes pobres; incluso con sus nuevos medicamentos, eran visto como menos científicos que otros especialistas, y sus ingresos eran generalmente más bajos.

    A finales de la década de 1970, la profesión psiquiátrica reaccionó. Como dice Robert Whitaker en “Anatomía de una Epidemia”, el director médico de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), Melvin Sabshin, declaró en 1977 que “debe apoyarse firmemente un vigoroso esfuerzo para remedicalizar la psiquiatría” y lanzó a los medios de comunicación masiva  una campaña publicitaria sin cuartel, para hacer  justo eso. La psiquiatría tenía una poderosa arma de la que carecían sus competidores. Dado que los psiquíatras son médicos, tienen la autorización legal para hacer prescripciones de medicamentos. Al aceptar completamente el modelo biológico de las enfermedades mentales  y el uso de psicofármacos para tratarlas, los psiquiatras fueron capaces de relegar a los proveedores de cuidados de salud mental a posiciones subalternas y también a identificarse a sí mismos como una disciplina científica junto con el resto de la profesión médica. Y lo más importante, enfatizando el tratamiento farmacológico, la psiquiatría se convierte en la “favorita” de la industria farmacéutica, que pronto mostro su agradecimiento.

    Estos esfuerzos por elevar la posición de la psiquiatría se llevaron a cabo deliberadamente.  La APA estaba entonces trabajando con la tercera edición del DSM, que proporciona los criterios diagnósticos para todas las enfermedades mentales. El presidente de la APA había nombrado a Robert Spitzer,  un profesor de psiquiatría de la Universidad de Columbia muy admirado, para encabezar el grupo de trabajo que supervisaría el proyecto. Las primeras dos ediciones, publicadas en 1952 y 1968, reflejaban la visión freudiana de la enfermedad mental y eran poco conocidas fuera de la profesión. Spitzer puso en juego algo muy diferente al hacer el DSM-III. El prometió que debía ser “una defensa del modelo médico aplicado a los problemas psiquiátricos”, y el presidente de la APA en 1977, Jack Weinberg, dijo que debía “aclarar esto a cualquiera que pudiera tener dudas en relación a la psiquiatría como especialidad médica”.

    Cuando el DSM-III de Spitzer se publicó en  1980, contenía 265 diagnósticos (frente 182 en la edición previa), y se volvió de uso casi universal, no sólo por los psiquiatras, también  para compañías de seguro, hospitales, juzgados, prisiones, facultades, investigadores, agencias gubernamentales, y el resto de la profesión médica. Su principal objetivo fue dar consistencia (normalmente referida como fiabilidad) a los diagnósticos psiquiátricos, esto es, asegurar que los psiquiatras que ven al mismo paciente concuerden sobre el diagnóstico. Para hacer esto, cada diagnóstico se definió por una lista de síntomas, con umbrales numéricos. Por ejemplo, teniendo al menos 5 de una lista de 9 síntomas particulares permite recibir el diagnóstico de episodio depresivo mayor dentro de la amplia categoría de “trastornos del humor”.  Pero había otro objetivo: justificar el uso de psicofármacos. La  presidente de la APA el pasado año,  Carol Bernstein, en efecto ha reconocido que “era necesario en la década de 1970”,  escribe, “para facilitar la concordancia diagnóstica entre clínicos, científicos, y autoridades reguladoras, dada lanecesidad de adecuar a los pacientes con los nuevos tratamientos emergentes.3

    El DSM-III fue ciertamente más fiable que las versiones anteriores, pero fiabilidad no significa lo mismo que validez. La fiabilidad, como se ha dicho antes, se utiliza para medir la concordancia; validez se refiere a la veracidad o solvencia. Si casi todos los médicos concuerdan que las pecas son un signo de cáncer, el diagnostico será fiable, pero no será válido. El problema con el DSM es que en todas sus ediciones, simplemente ha reflejado las opiniones de sus redactores, y en el caso del DSM-III principalmente las del propio Spitzer, de quien se dice con justicia que es uno de los psiquiatras más influyentes del siglo XX 4. En sus palabras, “he  utilizado a todo el mundo que se encontraba confortable sirviendo conmigo al grupo de trabajo de quince miembros, y que aunque hubieron quejas de que las reuniones eran con muy pocos miembros, en general el proceso se desarrolló de manera informal pero altamente dirigida”.  Spitzer dijo en una entrevista en  1989  “yo pude salirme con la mía hablando con dulzura y todo lo demás.” En un artículo de 1984  titulado  “Las desventajas del  DSM-III sobrepasan sus ventajas”  George Vaillant, un  profesor de psiquiatría de la facultad de medicina de  Harvard  escribió que el DSM-III  representa  “una serie de elecciones basadas en la audacia,  los gustos, los prejuicios, y las esperanzas”,  la cual parece ser una clara descripción.

    El DSM no solo se ha convertido en la biblia, sino que como la Biblia real, depende de algo parecido a la revelación. No contiene citas de estudios científicos que apoyen sus decisiones. Esta es una sorprendente decisión, ya que todas las publicaciones médicas, desde artículos de revistas a libros de texto, apoyan sus declaraciones de hechos con citas de estudios científicos publicados. Hay cuatro “libros fuente” para la actual edición del DSM que presenta las razones para algunas decisiones, junto con referencias, pero esto no es lo mismo que dar referencias específicas. Puede ser muy interesante que un grupo de expertos se reúnan y ofrezcan sus opiniones, pero a menos que estas opiniones puedan basarse en datos, no merecen la extraordinaria deferencia mostrada hacia el DSM. El DSM-III fue sustituido por el DSM-III-R en 1987, el DSM-IV en 1994, y la actual versión, el DSM-IV-TR en el 2000, el cual contiene 365 diagnósticos. “Con cada subsecuente edición”, escribe Daniel Carlat en su absorbente libro, “el número de diagnósticos se multiplica y el libro se hace más grande y  más caro. Cada vez termina siendo un éxito de ventas para la APA, y el DSM es ahora una de las principales fuentes de ingresos de la organización.” Se han vendido más de un millón de copias del DSM-IV-TR.

    En la medida que la psiquiatría se hacía un especialidad que utiliza los medicamentos de forma intensiva, la industria farmacéutica vio rápidamente las ventajas de establecer una alianza con la profesión psiquiátrica. Las compañías de medicamentos comenzaron a prestarle mucha atención y generosidad a los psiquiatras, tanto individual como colectivamente, directa e indirectamente. Les llueven regalos y muestras gratuitas a los psiquiatras en activo,  los contrata como conferenciantes y consultores, organiza comidas, les ayuda a pagar los gastos de asistir a conferencias, y les proporcionan  ”materiales educativos”. Cuando Minnesota y Vermont pusieron en marcha las leyes de “transparencia” que exigía a las compañías de medicamentos informar de todos los pagos a médicos, se encontró que los psiquiatras recibían más dinero que los médicos de cualquier otra especialidad. La industria farmacéutica también subsidia los congresos y reuniones  de la APA y  otras conferencias psiquiátricas. Aproximadamente la quinta parte de los ingresos de la APA procede de las compañías de medicamentos.

    Las compañías de medicamentos están particularmente ansiosas de ganarse a los psiquiatras de facultades y centros médicos prestigiosos. Llamados “líderes de opinión claves” (KOL) por la industria, son personas que a través de sus escritos y enseñanzas influyen en cómo se diagnostican y tratan las enfermedades mentales. También publican muchas de las investigaciones clínicas sobre medicamentos y, lo más importante, determinan en gran manera el contenido del DSM. En cierto sentido, son la mejor fuerza de ventas que la industria puede tener, y compensan con mucho cada céntimo gastado en ellos.  De los 170 contribuyentes a la versión actual del DSM (el DSM-IV-TR), casi todos ellos pueden ser descritos como KOLs, 95 habian tenido vínculos financieros con las compañías de medicamentos, entre los que se incluían todos los que contribuyeron a las secciones sobre trastornos del humor, y esquizofrenia 5 .

    La industria de medicamentos, de hecho, también sustenta a otras especialidades y sociedades, pero Carlat se pregunta, “¿Por qué los psiquiatras siempre están a la cabeza de otras espacialidades cuando se trata de coger dinero de las compañías de medicamentos?”. Su respuesta: “Nuestros diagnósticos son subjetivos y expandibles, y tenemos pocos motivos racionales para elegir un tratamiento en lugar de otro”. A diferencia de las condiciones tratadas por la mayoría de las otras especialidades médicas, no hay signos y pruebas objetivas para las enfermedades mentales -no hay datos de laboratorio o hallazgos de MRI-  y los límites entre lo normal y anormal frecuentemente no están claros. Esto hace posible expandir los límites diagnósticos o incluso crear nuevos diagnósticos,  en una forma que sería imposible, dice, en el campo de la cardiología. Y las compañías de medicamentos tienen mucho interés en inducir a los psiquiatras precisamente a hacer esto.

    Además del dinero gastado directamente con la profesión psiquiátrica, las compañías farmacéuticas apoyan a muchos grupos de defensa de los pacientes y familias y a organizaciones de formación. Whitaker escribe que en sólo el primer trimestre del 2009 Eli Lilly donó 551.000$ USA a NAMI (Alianza Nacional sobre Enfermedades Mentales) y sus delegaciones locales, la cantidad de   465.000$ USA a la Asociación Nacional de Salud Mental, 130.000$ USA a CHADD (un grupo para la defensa de los pacientes con trastorno de hiperactividad por déficit de atención -ADHD-), y 69.250$ USA a la Fundación Americana para la Prevención de Suicidio.

    Y esto sólo una compañía y en tres meses, uno puede imaginar cual es la cantidad total que puede proceder de todas las compañías que fabrican psicofármacos. Estos grupos supuestamente existen para sensibilizar al público sobre las enfermedades psiquiátricas, pero también tienen el efecto de promover el uso de psicofármacos e influir sobre las aseguradores para que los cubran. Whitaker resume el crecimiento de la influencia de la industria farmacéutica después de la publicación del DSM-III como sigue:

    En resumen, un poderoso cuarteto de voces clamó junto durante la década de 1980, ansiosos de informar al público que los trastornos mentales eran enfermedades del cerebro. Las compañías farmacéuticas proporcionaron el musculo financiero. La APA y los psiquiatras de las principales facultades de medicina le confirieron legitimidad intelectual en el empeño. El NIMH  (Instituto Nacional de Salud Mental) puso el sello de aprobación del gobierno y el NAMI proporcionó la autoridad moral.

    Como la mayoría de los otros psiquiatras, Carlat trató a sus pacientes sólo con medicamentos, no con terapia de la palabra (logoterapia), y es sincero sobre las ventajas de hacer esto. Si el veía tres pacientes tratados con psicofarmacología en una hora, calcula que ganaría aproximadamente 180$ USA de las compañías de seguros. En contraste, sólo puede ver un paciente por hora si los trata con logoterapia, para el cual las aseguradoras pagarían como mucho 100$ USA. Carlat no cree que la psicofarmacología sea particularmente complicada, y mucho menos precisa, aunque al publico se les deja ver que si lo es.

    Los pacientes frecuentemente ven a los psiquiatras como magos de los neurotransmisores, que pueden elegir la medicación correcta para cualquier desequilibrio químico que esté en juego. Esta exagerada concepción de nuestras capacidades ha sido alentada por las compañías de medicamentos, por los psiquiatras en sí mismos, y por nuestros pacientes comprensiblemente esperanzados con las curas.

    Su trabajo consiste en hacer a los pacientes una serie de preguntas sobre sus síntomas para ver si casan con cualquiera de los trastornos del DSM. Este ejercicio de emparejamiento, escribe, proporciona “la ilusión de que comprendemos a nuestros pacientes cuando todo lo que estamos haciendo es asignarles etiquetas”. Frecuentemente los pacientes cumplen criterios para más de un diagnóstico, debido a que hay solapamiento de síntomas. Por ejemplo: dificultades de concentración es un criterio para más de un trastorno. Uno de los pacientes de Carlat acabó hasta con 7 diagnósticos diferentes simultáneos. “Apuntamos a síntomas concretos con tratamientos, y otros fármacos se añaden a los anteriores para tratar los efectos colaterales”. Un paciente típico, dice, puede estar tomado citalopram para la depresión, lorazepam para la ansiedad, zolpiden para el insomnio, modafinilo para la fatiga (un efecto adverso de citalopram) y sildenafilo para la impotencia (otro efecto adverso de citalopram).

    De los medicamentos en si mismos, Carlat escribe que “hay sólo un puñado de categorías nicho de psicofarmcos” dentro de las cuales los fármacos no son verdaderamente muy diferentes unos de otros. No cree que haya mucha base para elegir entre ellos. “En gran  nuestra elección de los medicamentos es subjetiva, incluso aleatoria. Quizá su psiquiatra está esta mañana de humor  Lexapro, ya que le visitó una atractiva represente del medicamento Lexapro® (escitalopram)". Y resume:

    “Así es la psicofarmacología moderna. Guiada solamente por síntomas, ensayamos diferentes medicamentos, sin una concepción real de lo que estamos tratando de arreglar, ni de cómo actúan los fármacos. Yo estoy perpetuamente asombrado de que seamos tan eficaces para algunos pacientes”.

    Mientras Carlat cree que los psicofármacos son a veces efectivos, su evidencia es anecdótica. Lo que objeta es su sobreutilización y lo que llama “el frenesí de los diagnósticos psiquiátricos”. Como él apunta, “si preguntas a cualquier psiquiatra en ejercicio, incluido yo, si los antidepresivos actúan en sus pacientes oirá un ambiguo “si”. Vemos gente que mejora todo el tiempo”. Pero luego comienza a especular, como Irving Kirsch en “Las nuevas drogas del emperador”, que a lo que están realmente respondiendo podría ser un efecto placebo activado. Si los psicofármacos  no son todo lo buenos que pretenden ser -y la evidencia es que no lo son- ¿qué pasa con los diagnósticos en sí mismos?. Como se multiplican con cada edición del DSM, ¿qué haremos con ellos?.

    En 1999, la APA comenzó a trabajar con su 5º revisión del DSM, la cual se ha programado publicar en 2013. Los 27 miembros de la fuerza de trabajo están encabezados por David Kupfer, un profesor de psiquiatría en la Universidad de Pittsburgh, ayudado por Darrel Regier del Instituto Psiquiátrico Americano para la Educación y la Investigación, perteneciente a la APA. Como con las anteriores ediciones, la fuerza de trabajo ha sido aconsejada por múltiples grupos de trabajo, que suman en total 140 miembros, en correspondencia con las principales categorías diagnósticas. Las deliberaciones en curso y las propuestas han sido ampliamente informadas en la página web de la APA (www.DSM5.org) y en los medios de comunicación, y  parece que la ya muy larga lista de trastornos mentales va a crecer aún más.

    En particular, los diagnósticos límite serán ampliados para incluir a los precursores de los trastornos, como por ejemplo "síndrome de riesgo de psicosis” y “empeoramiento cognitivo leve” (posible etapa temprana de la enfermedad de Alzheimer). El término “espectro” es utilizado para ensanchar las categorías, por ejemplo, “trastorno del espectro obsesivo-compulsivo”, “trastorno del espectro esquizofrénico”, y “trastorno del espectro autista”. Y también hay propuestas para entidades completamente nuevas, como “trastorno hipersexual”, “síndrome de las piernas inquietas”, y “atracones de comida”.

    Incluso  Allen Frances, presidente de la fuerza de trabajo del  DSM-IV, es altamente crítico con la expansión de los diagnósticos en el DSM-V. En el Psychiatric Times de 26 de junio de 2009, escribió que el  DSM-V será una “mina de oro para la industria farmacéutica pero supondrá un coste enorme para los nuevos pacientes falsos positivos atrapados en las categorías excesivamente amplias de la red del DMS-V". Como para subrayar este juicio, Kupfer and Regier escribieron en un reciente artículo en el  Journal of the American Medical Association (JAMA), titulado “Por qué toda la medicina debe preocuparse por el DSM-5”  que “en atención primaria, aproximadamente el 30% al 50% de los pacientes tienen  síntomas de salud mentales prominentes o trastornos mentales identificables, los cuales tienen consecuencias adversas significativas si se dejan sin tratamiento” 6 Parece que cada vez será más difícil ser normal.
    Al final del artículo de Kupfer and Regier, en  letra pequeña,  “declaración  sobre financiación”  se lee:

    Dr. Kupfer  informa que antes de ser nombrado presidente de la fuerza de trabajo del DMS-V, ha servido en las juntas asesoras para Eli Lilly & Co, Forest Pharmaceuticals Inc, Solvay/Wyeth Pharmaceuticals, and Johnson & Johnson; y como consultor para  Servier y Lundbeck. (Todas ellas empresas que fabrican y comercializan psicofármacos).

    Regier revisa todas las investigaciones de la APA financiadas por la industria. El DMS-V es la primera edición que establece reglas para limitar los conflictos de intereses financieros de los miembros de la fuerza de trabajo y grupos de trabajo asociados. De acuerdo con estas reglas, una vez nominados los miembros, lo que ocurrió entre 2006-2008, deberían recibir no más de 10.000$ USA por año del conjunto de las compañías, o no más de 50.000$ USA en acciones de una compañía. La página web muestra sus vínculos con las compañías durante los tres años previos a su nombramiento, y esto es lo que Kupfer declara en el artículo de JAMA y que se muestra en la página web de la APA., donde el 56% de los miembros de los grupos de trabajo declararon poseer significativos intereses en la industria.

    La industria farmacéutica influye en los psiquiatras para que prescriban psicofármacos incluso para categorías de pacientes en quienes los medicamentos no se ha comprobado que sean seguros y efectivos.Lo que debe ser la mayor preocupación de los ciudadanos es el asombroso aumento de diagnósticos y tratamientos para enfermedades mentales en niños, algunos con solo 2 años de edad.  Estos niños son frecuentemente tratados con medicamentos que nunca fueron aprobados por la FDA para uso en este grupo de edad y que tienen graves efectos adversos. La aparente prevalencia de “trastorno bipolar juvenil” se disparó 40 veces entre 1993 y 2004, y el de “autismo” se disparó de 1 por cada 500 niños a 1 por cada 90 en la misma década. El 10% de los adolescentes toman cada día estimulantes para el trastorno de hiperactividad por déficit de atención, y 500.000 niños de los USA toman fármacos antipsicóticos.

    Parece que hay modas en los diagnósticos psiquiátricos infantiles. Con un diagnóstico  dando paso al siguiente. Al inicio, ADHD, manifestado por hiperactividad, falta de atención, e impulsividad normalmente en niños en edad escolar, fue el diagnóstico de más rápido crecimiento. Pero a mediados de la década de los 1990, dos psiquiatras muy influyentes del  Hospital General de Massachusetts propusieron que muchos de los niños con ADHD realmente tenían trastorno bipolar que podría en ocasiones ser diagnosticado tempranamente en la infancia. Propusieron que los episodios característicos del trastorno bipolar podrían manifestarse en los niños como irritabilidad. Esto produjo una inundación de  diagnósticos de trastorno bipolar juvenil. Casualmente esto originó cierto rechazo y el DSM-V ahora propone recolocar  parcialmente el diagnóstico con una etiqueta, llamada “trastorno de disregulación del carácter con disforia” o TDD, al cual Allens Frances llama, “un nuevo monstruo”.7

    Puede resultar difícil encontrar a un niño de 2 años que no esté a veces irritable, a un escolar que no preste atención en ocasiones, o una muchacha de enseñanza media que no esté en ocasiones ansiosa. Imagina que tomando un medicamento que causa obesidad se pudiera calmar a esta muchacha. Que esto niños son etiquetados  con un diagnóstico de trastorno mental  y tratados con fármacos de prescripción depende mucho de quiénes son y de las presiones que hagan los padres8. Como las familias más pobres experimentan dificultades económicas crecientes, muchas han encontrado que cobrando las pagas del “Seguro de Ingresos Complementarios” (SSI) por discapacidad mental es la única forma de sobrevivir.  Son más generosos que “bienestar”, y prácticamente asegura que la familia se pueda beneficiar también de Medicaid. De acuerdo con el profesor de economía David Autor, “Esto se ha vuelto un nuevo bienestar.”  Los hospitales y las agencias estatales de bienestar también tienen incentivos para animar a las familias sin seguro a solicitar los pagos del SSI, ya que los hospitales cobran y los estados ahorran dinero al transferir los gastos de bienestar al gobierno federal.

    Un creciente número de empresas con ánimo de lucro se están especializando en ayudar a las familias a  solicitar los beneficios de SSI. Pero para acogerse a ellos casi siempre se requiere que los solicitantes, incluidos niños, estén tomado psicofármacos. Según cuenta el New York Times, un estudio de la Rutgers University encontró que los niños de familias pobres tenían cuatro veces más probabilidad de recibir medicamentos antipsicóticos que los niños con seguros privados.

    En diciembre del 2006, una niña de 4 años llamada Rebeca Riley murió en un pueblecito cerca de Boston por una combinación de clonidina y valproato que se le había prescrito junto con quetiapina para tratar “ADHD” y “trastorno bipolar” -diagnósticos que recibió cuando tenía solo 2 años-. Clonidina recibió aprobación de la FDA para el tratamiento de la hipertensión arterial. Valproato fue aprobado para tratar la epilepsia y la manía aguda en el trastorno bipolar. Quetiapina se aprobó para tratar la esquizofrenia y la manía aguda. Ninguno de los tres se aprobó para el tratamiento del ADHD o para el uso a largo plazo en el trastorno bipolar, y ninguno fue aprobado para niños de la edad de Rebeca (valproato -Depakote®- está autorizado como tratamiento de la epilepsia en niños mayores de 10 años). Los dos hermanos mayores de Rebeca también habían recibido los mismos diagnósticos y estaban tomando 3 psicofármacos. Los padres habían obtenido los beneficios del SSI para los hermanos y para ellos mismos y estaban solicitando los beneficios para Rebeca cuando esta murió. Los ingresos totales de la familia procedentes del SSI eran aproximadamente 30.000$ USA al año9.

    Si estos fármacos debían haberse prescrito a Rebeca en primer lugar es una cuestion crucial. La FDA aprueba medicamentos sólo para usos específicos, y es ilegal que las compañías los comercialicen con otros propósitos, esto es “fuera de indicación aprobada” (“off-label”). No obstante a los médicos se les permite prescribir los medicamentos para cualquier razón que elijan, y uno de las cosas más lucrativas que pueden  hacer  las compañías de medicamentos es persuadir a los médicos para que prescriban los medicamentos en indicaciones distintas de las aprobadas, a pesar de las leyes en contra. En los 4 últimos años, 5 firmas han admitido los cargos federales de promoción ilegal de psicofármacos: AstraZeneca comercializa Seroquel® (quetiapina), un antipsicótico, fuera de indicación para niños y ancianos (otra población vulnerable a la que frecuentemente se le administran psicofármacos en residencias asistidas); Pfizer afrontó cargos similares por Geodon® (ziprasidona) (otro antipsicótico); Eli Lilly por  Zyprexa® (olanzapina) (un antipsicótico); Bristol-Myers Squibb por Abilify® (aripiprazol) (otro antipsicótico); and Forest Labs porr Celexa® (citalopram) (un antidepresivo).

    A pesar de tener que pagar cientos de millones de dólares para liberar los cargos, las compañías probablemente han resultado bien situadas. El propósito original de permitir a los médicos prescribir los fármacos fuera de las indicaciones aprobadas fue capacitarlos para tratar a los pacientes apoyándose en informes científicos iniciales, sin tener que esperar la aprobación de la FDA. Pero esta razón se ha convertido en una herramienta de mercado. Ello es debido a la naturaleza subjetiva de los diagnósticos psiquiátricos, la facilidad con que los límites diagnósticos se expanden, la gravedad de los efectos colaterales de los psicofármacos, y la influencia penetrante de los fabricantes. Yo creo que se debería prohibir a los médicos prescribir psicofármacos fuera de las indicaciones aprobadas, al igual que se le prohíbe a las compañías promocionarlos fuera de indicación.

    Los libros de Irving Kirsch, Robert Whitaker, y Daniel Carlat son poderosas denuncias de la forma en que la psiquiatría se practica actualmente. Documentan el “frenesí” de diagnósticos, la sobreutilización de medicamentos con a veces efectos colaterales devastadores, y la generalización de conflictos de intereses. Los críticos a estos libros pueden argumentar, como Nancy Andreasen deja entender en su artículo sobre la pérdida de tejido cerebral con el uso prolongado de antipsicóticos, que los efectos colaterales son el precio que se debe pagar por aliviar el sufrimiento causado por la enfermedad mental. Si supiéramos que el beneficio de los psicofármacos supera al daño, este sería un argumento sólido, dado que no hay duda de que mucha gente sufre mucho por las enfermedades mentales. Pero como argumentan convincentemente  Kirsch, Whitaker, y Carlat, tal expectativa puede ser errónea.

    Por lo menos, necesitamos dejar de pensar en los psicofármacos como el mejor, y frecuentemente único, tratamiento de las enfermedades mentales o los problemas emocionales. Tanto psicoterapia como ejercicio han mostrado ser tan efectivos como los medicamentos para la depresión, y sus efectos son más duraderos, pero desgraciadamente no hay una industria que impulse estas alternativas y los americanos han llegado a creer que las pastillas son más potentes. Se necesita más investigación para estudiar las alternativas a los psicofármacos, y el resultado debe incorporarse en la educación médica.

    En particular, necesitamos repensar el cuidado de los niños con dificultades. Aquí el problema está frecuentemente en circunstancias familiares difíciles. Tratar directamente estas condiciones ambientales -tales como la tutorías uno a uno para ayudar a los padres al afrontamiento, o centros infantiles para después del colegio-  deben estudiarse y compararse con los tratamientos farmacológicos.  A la larga, estas alternativas probablemente serían menos costosas. Nuestra confianza hacia los psicofármacos, al parecer para todos los disgustos de la vida, tiende a dejar fuera de juego otras opciones.  En vista de sus riesgos y lo cuestionable de su efectividad a largo plazo, necesitamos hacerlo mejor. Ante todo, debemos recordar el tradicional dicho médico: primero no dañar (primum non nocere).

    1 See Marcia Angell, “ The Epidemic of Mental Illness: Why? ,” The New York Review , June 23, 2011.

    2 Eisenberg wrote about this transition in “Mindlessness and Brainlessness,” British Journal of Psychiatry , No. 148 (1986). His last paper, completed by his stepson, was published after his death in 2009. See Eisenberg and L.B. Guttmacher, “Were We All Asleep at the Switch? A Personal Reminiscence of Psychiatry from 1940 to 2010,” Acta Psychiatrica Scand. , No. 122 (2010).

    3 Carol A. Bernstein, “Meta-Structure in DSM-5 Process,” Psychiatric News , March 4, 2011, p. 7.

    4 The history of the DSM is recounted in Christopher Lane’s informative book Shyness: How Normal Behavior Became a Sickness “ (Yale University Press, 2007). Lane was given access to the American Psychiatric Association’s archive of unpublished letters, transcripts, and memoranda, and he also interviewed Robert Spitzer. His book was reviewed by Frederick Crews in The New York Review , December 6, 2007 , and by me, January 15, 2009 .

    5 See L. Cosgrove et al., “Financial Ties Between DSM-IV Panel Members and the Pharmaceutical Industry,” Psychotherapy and Psychosomatics , Vol. 75 (2006).

    6 David J. Kupfer and Darrel A. Regier, “Why All of Medicine Should Care About DSM-5,” JAMA, May 19, 2010.

    7 Greg Miller, “Anything But Child’s Play,” Science , March 5, 2010.

    8 Duff Wilson, “Child’s Ordeal Reveals Risks of Psychiatric Drugs in Young,” The New York Times , September 2, 2010.

    9 Patricia Wen, “A Legacy of Unintended Side-Effects: Call It the Other Welfare,” The Boston Globe , December 12, 2010.




    Hasta aquí los artículos de Marcia Angell traducidos por Emilio Pol Yanguas, para Boletín de Fármacos. 

    El trabajo de reflexión a partir de ellos, es tarea de cada uno.



    Psicosis Agudas vs. Primeros Episodios Psicóticos o del riesgo de cronificar desde el diagnóstico (Simposio XXV Congreso Nacional AEN)

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    Transcribiremos textualmente en esta entrada el contenido de la introducción y las dos primeras ponencias del simposio que tuvimos el honor de presentar en el XXV Congreso Nacional de la AEN, celebrado la semana pasada en Tenerife. El título del mismo es el de nuestra entrada. La introducción al simposio es de Jose Valdecasas y la primera ponencia (Revisión histórica y nosográfica del concepto de psicosis aguda) de Amaia Vispe. La segunda ponencia (Primeros Episodios Psicóticos: las trampas del lenguaje o de cómo confundir hipótesis con hechos) fue obra de Miguel Hernández González, que ha tenido la amabilidad de permitirnos recogerla también en nuestro blog. La tercera ponencia (Abordaje integral del paciente con psicosis aguda) fue realizada por Miguel Ruíz-Flores Bistuer y está ya publicada en su imprescindible blog Psiquiatría Ibiza. Esto sí que es estar entre amigos.


    Introducción

    Buenos días a todos. Mi nombre es Jose Valdecasas, soy psiquiatra, y tengo el honor de presentar las tres ponencias que vamos a poder oír a continuación, como diferentes aspectos de un punto de vista común, que compartimos los cuatro. Como introducción al tema me gustaría comentar cómo surge la idea de este simposio, a partir de tres eventos aparentemente poco relacionados entre sí.

    El primero ocurrió hace unos quince años, cuando comenzaba mi residencia de psiquiatría en el Hospital Insular de Gran Canaria. Recuerdo que uno de los primeros casos que atendí en la unidad de agudos era el de un hombre de unos treinta y tantos años, sin antecedentes conocidos, que de forma brusca desarrollaba un cuadro delirante paranoide, vivido con mucha angustia, en relación con cierta problemática ambiental. El psiquiatra que lo trataba, el Dr.Agustín Cañas, lo diagnosticó de reacción paranoide y, en un par de semanas, la clínica había desaparecido y la recuperación fue completa. Me causó cierta fascinación el concepto de reacción. El hecho de que alguien, si me permiten la expresión, pudiera volverse loco y luego recuperarse totalmente.

    El segundo hecho ocurrió hace un par de años. En una sesión clínica una residente de psiquiatría presentó un caso acerca de lo que ella consideraba un diagnóstico extraño y poco frecuente, que no era otro que una psicosis aguda. Poco frecuente porque, y es un poco el leit motiv de esta sesión, donde antes se diagnosticaban psicosis agudas, se diagnostican ahora otras cosas, tales como primeros episodios psicóticos, con un pronóstico bien diferente. O bien se atribuye cualquier episodio psicótico agudo en el que aparezca presente el consumo de cannabis, como debido a dicho consumo, afirmando una causalidad que no necesariamente es tal. O cualquier psicosis aguda con cierto tono afectivo expansivo queda catalogada como episodio maníaco.

    El tercer evento de esta pequeña historia fue el vídeo de una de las conferencias post-APA correspondientes al Congreso Mundial de Psiquiatría de Nueva Orleans, acerca de los trastornos psicóticos. Me llamó mucha la atención uno de los comentarios que, al parecer, se habían hecho en tal Congreso acerca de que, en la psiquiatría actual, ya sólo eran importantes los primeros episodios psicóticos… Un comentario provocador, sin duda, pero revelador de todo un trasfondo…

    En fin, en nuestra opinión, algo ha ido ocurriendo para que un diagnóstico habitual e incluso frecuente para un residente en 1998 se convierta, al menos en nuestro entorno, en algo raro y extraño para otro en 2012. Y creemos que puede tener que ver con el extraordinario auge del concepto de primer episodio psicótico, que vemos abundantemente en jornadas, congresos y publicaciones a nuestro alrededor. En sólo 15 años, o ésa es nuestra percepción, hemos pasado a considerar como muy poco frecuentes síndromes psicóticos agudos con resolución completa, considerándolos sólo como el estadío inicial de un proceso psicótico crónico de tipo esquizofrénico, con lo que ello implica, por ejemplo, a nivel de estigma o de necesidad de tratamiento antipsicótico de forma indefinida, con el riesgo de efectos secundarios y, no lo olvidemos tampoco, el coste que ello conlleva.

    Nos gustaría reivindicar en este simposio la categoría diagnóstica de la psicosis aguda, frente a los cada vez más frecuentes primeros episodios psicóticos, concepto que, aparentemente, podría ser parecido, pero que implica una gran diferencia del orden del pronóstico: no es necesario ser un lacaniano más o menos obsesionado por el lenguaje para darse cuenta de que el término “primero” inaugura una serie y conlleva que el profesional, el paciente y la familia asuman que es inevitable la aparición de un segundo, tercero o un cuarto…

    La primera ponencia será expuesta por Amaia Vispe Astola, enfermera especialista en Salud Mental, que desempeña su actividad laboral en la actualidad en el Equipo Comunitario Asertivo de Tenerife, dedicado a la recuperación de personas diagnosticadas de trastornos mentales graves. Es autora de distintas publicaciones, varias de ellas recogidas en la Revista de la AEN, acerca de la controversia entre psicosis agudas y psicosis histéricas, acerca de las psicosis cicloides y sobre la influencia de la industria farmacéutica en la Psiquiatría actual, entre otras. También es coautora del blog postPsiquiatría, que recoge inquietudes sobre diferentes temas y cuestiones de la disciplina. Su ponencia se titula Revisión histórica y nosográfica del concepto de Psicosis Aguda.

    La segunda ponencia corre a cargo de Miguel Hernández González, psiquiatra, que desempeña ahora su labor en una Unidad de Salud Mental Comunitaria. Coordina el Experto de la Universidad de La Laguna “Intrvenciones Sistémicas Breves”, y es autor de artículos también publicados en la Revista de la AEN, de forma destacada un trabajo de revisión y crítica acerca del concepto de transexualidad desde una óptica postmoderna. Su ponencia se titula Primeros Episodios Psicóticos. Las trampas del lenguaje o de cómo confundir hipótesis con hechos. Tratará acerca de cómo se nos hacen llegar a los profesionales determinadas hipótesis e ideas no demostradas científicamente como si fueran hechos, que luego tomamos acríticamente y, lo que es más grave, transmitimos a su vez a los especialistas en formación e incluso a la opinión pública. De esta forma, ciertos lugares comunes, muchas veces más eslóganes publicitarios que hechos científicos, adquieren un estatus de veracidad y realidad que nadie ha demostrado y, desde él, ejercen su influencia sobre profesionales y, lo que es más preocupante, sobre pacientes. Todo ello en relación con el campo de los llamados primeros episodios psicóticos y otros temas relacionados.

    La tercera y última ponencia será realizada por Miguel Ruíz-Flores Bistuer, psiquiatra, que desempeña su labor profesional en una Unidad de Salud Mental en Ibiza. Cuenta con una amplia formación en psicoterapia y es miembro de la asociación ADISAMEF para la divulgación de la salud mental y colaborador de APFEM, una asociación de familiares y pacientes con trastorno mental grave. Su ponencia se titula Abordaje integral de la persona con psicosis aguda, y en ella hablará acerca del tratamiento, por supuesto no sólo farmacológico, de la persona, y la elección de este término no es casual, con Psicosis Aguda, desde el punto de vista sintomatológico y, más allá de eso, encaminado a su plena recuperación. Recuperación que es realmente la meta que debería guiarnos siempre en estas profesiones nuestras.


    Revisión histórica y nosográfica del concepto de Psicosis Aguda

    Buenos días a todos. Me propongo revisar la aparición del constructo de psicosis aguda a lo largo de la historia de la psiquiatría, así como sus clasificaciones. Iré reseñando la aparición con distintos nombres y por parte de distintos autores de cuadros clínicos con sintomatología psicótica y remisión completa. Parte de lo que hablaré en esta ponencia ha sido publicado en algunos artículos en la Revista de la AEN por mí y Jose Valdecasas.

    Comenzaré dicha revisión histórica del concepto de psicosis aguda siguiendo a Paul Bercherie en su obra “Los fundamentos de la clínica”, donde podemos rastrear el concepto de psicosis aguda hasta 1876, momento en que Westphal divide la locura sistematizada de Griesinger en diversas formas, una de las cuales es aguda, caracterizada por la explosión súbita de alucinaciones de todos los sentidos, pero especialmente auditivas, y de ideas delirantes diversas.

    En la misma época, Krafft-Ebing impondrá para la locura sistematizada el término de paranoia, tomado de Kahlbaum, centrándose los debates psiquiátricos en torno al problema de la paranoia aguda, por ejemplo en la cuestión de la delimitación entre paranoia aguda y crónica. Unos autores defienden que la paranoia aguda no es más que una forma de confusión alucinatoria, mientras que otros, como Schule, insisten en las numerosas formas de transición entre paranoia aguda y crónica, en particular en las fases de exacerbación de la forma crónica, que son idénticas a la forma aguda. Wille sugiere la idea de que existe una confusión alucinatoria aguda por una parte y una paranoia aguda por otra. En 1879 se publica el tratado de Krafft-Ebing, que recoge las llamadas psiconeurosis. Éstas ocurren bajo causas ocasionales físicas o morales y terminan en la cura o en un estado de debilitamiento. Las psiconeurosis que se resuelven las llama wahnsinn o delirio alucinatorio, es decir, la paranoia aguda. En 1878 aparece el tratado de Schule el cual, por su parte, recoge quince formas diferentes de paranoia aguda.

    Magnan describe los cuadros clínicos que llama bouffées délirantes, en 1897. Citando textualmente las palabras de dicho autor, diremos: “delirio primario, múltiple, polimorfo, a veces de corta o a veces de larga duración, pero sin sucesión evolutiva determinada […], gran número de delirios tienen por carácter principal aparecer bruscamente, sin preparación ninguna, en medio de la calma más perfecta. En algunos días, en algunas horas, un desorden completo arrastra al enfermo al seno de las más extrañas concepciones. Todas las formas de delirio pueden observarse: maníaco, melancólico, místico, erótico, de persecución, ambicioso. El delirio puede ser simple, es decir, no estar constituido más que por una sola de esas formas; a menudo es múltiple, polimorfo. Las ideas delirantes se suceden, se enredan, se mezclan: las ideas ambiciosas son contemporáneas de las ideas de persecución; las preceden o las siguen, después desaparecen para reaparecer nuevamente; ideas hipocondríacas, místicas, etc. […] se mezclan o se les agregan confusamente, sin ningún orden. Estos delirios pueden ser exclusivamente intelectuales, sin el menor rastro de perturbaciones sensoriales. Cuando las alucinaciones se desencadenan, es casi siempre por bouffées, súbitamente; en esos casos no hay ninguna sistematización; por el contrario, hay una confusión extrema de las ideas, secundaria a la invasión de la conciencia por las alucinaciones múltiples. Nacidos sin incubación, instantáneamente, estos delirios cesan de la misma forma, pero pueden más tarde reproducirse, ya sea en una forma idéntica a la primera o bajo un aspecto diferente… Retengamos solamente estos caracteres: delirio nacido repentinamente, por lo común múltiple y proteiforme, sin tendencia marcada a la sistematización, rápidamente extinguido”.

    Seglas delimita de la paranoia aguda o bouffée délirante de Magnan la confusión mental por un lado y, por otro, los llamados delirios alucinatorios, en los cuales “es la alucinación la que constituye manifiestamente su pivote, su fundamento; hablando con propiedad, no hay delirio pues no puede casi aplicarse esta palabra a las interrogaciones que se plantea el enfermo a propósito de sus alucinaciones”.

    Estos cuadros serán descritos por Farnarier en 1899 bajo el nombre de psicosis alucinatorias agudas.

    Dupré y Logre en 1910 describen los delirios de imaginación y, en el contexto de los mismos, una forma de psicosis imaginativa aguda.

    Sérieux y Capgras en 1921 escriben un artículo en el cual, dentro de su descripción de la psicosis alucinatoria crónica, reconocen la existencia de formas abortivas, con las que asimilan las antiguas descripciones de la paranoia aguda.

    Kretschmer describe el delirio sensitivo de relación como un tipo reactivo paranoico condicionado por la disposición caracterológica sensitiva. Es provocado por una experiencia de insuficiencia humillante que entraña una tensión psíquica abrumadora, apareciendo un delirio en el que la autodesvaloración del sujeto se proyecta al exterior y desencadena un delirio de relación. Es característica, y por eso lo comentamos aquí, su evolución típicamente benigna, es decir, suele curar de forma más o menos rápida, con total conservación de la personalidad, incluso en los casos más graves.

    Kraepelin, en sucesivas ediciones de su tratado, va modificando de forma considerable su nosología. En la octava edición, que se publica entre 1909 y 1913, reconoce la existencia de paranoias benignas o abortivas.

    Bleuler publica en 1911 el texto “Demencia precoz y el grupo de las esquizofrenias”, donde insiste en el criterio psicopatológico para el diagnóstico de la esquizofrenia, es decir, sincrónico y psicológico, abriendo la puerta a la existencia de las esquizofrenias agudas, curables por definición, en oposición al criterio kraepeliniano basado en la evolución diacrónica y el debilitamiento intelectual como definitorio de la demencia precoz, incurable también por definición.

    Jaspers, en su Psicopatología General, propone una clasificación que recoge expresamente la existencia de reacciones anormales, entendidas como psicosis reactivas.

    Tras seguir hasta aquí la imprescindible obra de Bercherie, iremos ahora en la línea del exhaustivo trabajo de Luque titulado “Psicosis agudas: análisis histórico, conceptual y clínico”.

    Tras cierto ostracismo debido al predominio de la nosología kraepeliniana y el amplio concepto de la esquizofrenia de Bleuler (que asimilaba estos cuadros a las llamadas esquizofrenias agudas), la recuperación de la bouffée délirante fue llevada a cabo por Henri Ey, quien las describe siguiendo a Magnan, como cuadros caracterizados por la eclosión súbita de un delirio transitorio y polimorfo en sus temas y manifestaciones, rico en intuiciones e interpretaciones delirantes, alucinaciones diversas y alteraciones del humor, que puede oscilar de la exaltación a la angustia. Henri Ey ordena las enfermedades mentales en agudas, clasificadas como alteraciones de la conciencia, y crónicas, clasificadas como alteraciones de la personalidad. Las bouffées délirantes serían formas delirantes agudas opuestas a los delirios crónicos. La descripción que hace Ey de estas psicosis agudas es difícilmente superable: “[...] El delirio es polimorfo, es decir que sus temas son múltiples y variables: de persecución, de grandeza, de transformación sexual, de posesión, de envenenamiento, de influencia, de riqueza o de fabulosa potencia, etc. Generalmente se imbrican, se mezclan y sufren metamorfosis, como en la sucesión caleidoscópica de las imágenes oníricas [...] El carácter polimorfo de este delirio episódico se manifiesta también en la yuxtaposición de los fenómenos que lo componen. Clásicamente, se distinguen sobre todo convicciones e intuiciones que irrumpen en el psiquismo [...] Pero las alucinaciones son numerosas y exuberantes, con frecuencia auditivas, pero más generalmente psíquicas (voz, eco del pensamiento, inspiraciones, actos impuestos, etc.). Están asociadas a interpretaciones delirantes, a elementos imaginativos, ilusiones, sentimientos e impresiones que manifiestan la incoercibilidad de la experiencia delirante vivenciada, en una atmósfera de misterio y apocalipsis. Las variaciones del cuadro clínico son características de esta rica diversidad de episodios que se imbrican y se suceden. El enfermo presenta importantes cambios de humor y violentas oscilaciones [...] El humor está alterado de manera constante. A la actividad delirante de aparición súbita corresponden, en efecto, violentos estados afectivos. Unas veces el sujeto está exaltado y expansivo como un maníaco. Otras, por el contrario, se halla preso de gran angustia, más o menos próxima a la experiencia melancólica [...] Esta alternancia o esta combinación de excitación e inhibición es tan característica de estos brotes delirantes polimorfos que [...] hace que en la clínica sea a veces difícil establecer un diagnóstico diferencial entre una bouffée délirante y una crisis maniacodepresiva”. En cuanto al pronóstico, Ey afirma que se llega a una remisión sin secuelas ni complicaciones, aunque, al suponer que el paciente tiene una predisposición a estos cuadros, existe riesgo de recidiva. Aunque también es posible que algunos casos de psicosis delirantes agudas terminaran evolucionando a una psicosis esquizofrénica o a un delirio crónico del tipo de la paranoia o la parafrenia. En el sistema clasificatorio actual empleado en la psiquiatría francesa, el INSERM, todavía se emplea el concepto de bouffée délirante, en base a unos criterios operacionales que siguen las descripciones clásicas.

    Otra denominación que han recibido históricamente las psicosis agudas ha sido el de psicosis psicogénicas, empleado hoy en día como prácticamente sinónimo de psicosis reactivas. En un intento de definición sencillo pero eficaz, Sommer distingue a las enfermedades psicogénicas como “estados mentales patológicos que pueden evocarse y ser influidos por las ideas”. Estas psicosis fueron estudiadas en profundidad por Wimmer que definió a las psicosis psicogénicas como un grupo de psicosis clínicamente independientes causadas por “traumas psíquicos” en sujetos con una “predisposición psicopática”. Strömgren ha defendido la independencia nosológica de estas psicosis, aduciendo una serie de razones que son:

    - el pronóstico de las psicosis reactivases bueno comparado con la esquizofrenia o el trastorno bipolar.

    - aunque puede haber recidivas, no son tan frecuentes como en estos últimos.

    Además, Strömgren comenta que el tratamiento de elección en estas psicosis sería la psicoterapia de apoyo, que podría combinarse brevemente con ansiolíticos, llegando a afirmar que un tratamiento prolongado con neurolépticos, como si se tratase de una esquizofrenia, sería innecesario y provocaría efectos secundarios sin beneficio alguno.

    Otra categoría que encuadra trastornos dentro del ámbito de las psicosis agudas son las siempre polémicas psicosis histéricas, estrechamente relacionadas con las psicosis psicogénicas o reactivas y frecuentemente confundidas con ellas. Faergeman consideraba las psicosis histéricas como un subgrupo de las psicosis psicogénicas en las que existe una motivación para la sintomatología. Para Hollender y Hirsch, algunas de las características de las psicosis histéricas serían:

    - comienzo súbito en relación con algún acontecimiento perturbador.

    - alucinaciones, delirios, despersonalización y alteraciones conductuales.

    - si la afectividad está alterada, ésta es inestable y voluble, no aplanada.

    - con una duración entre una y tres semanas, con recuperación completa.

    - y una personalidad previa con rasgos histéricos presentes.

    Modestin, tras un estudio de seguimiento de varios años a un grupo de pacientes, concluyó que la psicosis histérica no constituye una entidad clínica diferenciada del conjunto de las psicosis psicogénicas / reactivas.

    Otro grupo de psicosis agudas descritas fueron las psicosis esquizofreniformes de Langfeldt. Son casos de comienzo agudo en relación con algún factor precipitante, en sujetos con personalidad previa ajustada, con síntomas similares a la esquizofrenia pero con frecuente obnubilación de la conciencia y depresión.

    Un término que ha llegado hasta nuestros días, aunque con un significado ostensiblemente modificado, es el de psicosis esquizoafectivas. Acuñado originalmente por Kasanin, hacía referencia a un cuadro psicótico caracterizado por:

    - pacientes jóvenes.

    - con gran labilidad emocional.

    - síntomas esquizofrénicos y afectivos.

    - grave distorsión de la percepción del mundo exterior.

    - y presencia de “impresiones sensoriales falsas”.

    Estos enfermos se recuperaban completamente en pocas semanas, aunque había una clara tendencia a la recidiva.

    Un autor que también ha dejado su aproximación a estos cuadros ha sido Castilla del Pino. Emplea la denominación de psicosis paranoide aguda y la define como “un cuadro clínico delirante alucinatorio, de carácter benigno, con tendencia a la curación sin secuelas, de evolución breve y que comienza y concluye de forma abrupta.” Suele haber algún desencadenante y ciertos pródromos consistentes en desasosiego y angustia junto a intenso insomnio. Aparecen delirios polimorfos y pluritemáticos, alucinaciones auditivas, cenestésicas y visuales, alteraciones del discurso con disgregaciones e incoherencias, con un estado de ánimo marcado por la angustia o el éxtasis, con agitación o inhibición psicomotriz.

    Existe otra entidad nosológica, fuera como tal de las clasificaciones actuales, que es la llamada psicosis cicloide. Estos cuadros presentan las características de algunas de las psicosis agudas que ya hemos visto, pero prestando atención al aspecto del curso longitudinal, marcado por las recurrencias sin defecto. Como muchos autores que hemos visto señalaban ya, la recuperación es completa, sin deterioro, pero son posibles las recidivas. En nuestro entorno, ha sido Barcia quien más ha insistido en reivindicar la importancia de este tipo de trastorno psicótico.

    Siguiendo a este autor, puede seguirse el desarrollo histórico de estas psicosis desde Kleist, quien planteó el concepto de psicosis marginales, a partir de los cuadros descritos por distintos autores. El término psicosis marginales hace referencia a que estaban en relación con las otras psicosis endógenas de la nosología kraepeliniana, pero sólo respecto a algunos rasgos y síntomas, ya que Kleist consideraba que constituían un grupo autónomo, que dividió en cinco subtipos.

    Como señala Barcia, los planteamientos de Kleist fueron seguidos por Leonhard, quien propuso el nombre de psicosis cicloides para todo el grupo, empleando el término que Kleist había usado para uno de sus subtipos. Leonhard habló de tres tipos:

    - la psicosis de angustia-felicidad.

    - la psicosis confusional (incoherente-estuporosa).

    - la psicosis de la motilidad (acinética-hipercinética).

    La clínica de estos cuadros tiene algunos rasgos fundamentales. Es característico el polimorfismo, que hace referencia a la gran variabilidad sintomatológica, tanto dentro de un mismo episodio como entre unos episodios y otros. Hay una alteración global de la vida psíquica, lo que hizo que fueran denominadas holodisfrenias por Barahona Fernandes, modificándose en pocos días de manera radical el pensamiento, el afecto y la conducta. Los síntomas aparecen de forma muy aguda, aunque puede haber ciertos pródromos tales como ligeros cambios de humor, inquietud y logorrea, junto a discretas alteraciones del sueño o incluso algunas vivencias autorreferenciales, siendo frecuente la presencia de insomnio total en los días previos a la eclosión del cuadro. Estas psicosis tienen una tendencia a la alternancia, es decir, una estructura polar muy característica, existiendo fluctuaciones entre cuadros de excitación con otros de retardo, con una remisión completa del episodio en un tiempo variable, que en general no excede de tres semanas, siendo frecuente que el paciente no guarde un recuerdo total de los síntomas, refiriendo que lo que sí recuerda lo vivencia de un modo análogo a los sueños. Es clara también la tendencia a la repetición de los episodios con buen pronóstico a largo plazo en el sentido de que no aparece deterioro, manteniéndose una buena adaptación familiar, social y laboral.

    Perris considera que en la clínica prácticamente no es posible distinguir los tres tipos de Leonhard aisladamente, por lo que sería preferible hablar de las psicosis cicloides como un solo grupo. Barcia insiste en el hecho de la gran labilidad o variabilidad sintomatológica y la bipolaridad entres excitación y retardo, presentes en estas psicosis en cada episodio y entre diferentes episodios, considerándolo un aspecto esencial y el carácter diferenciador más importante de las psicosis cicloides respecto a otras formas de psicosis endógenas y reactivas.

    Aproximándonos a las clasificaciones en uso actualmente en Psiquiatría, nos encontramos con el trastornopsicótico agudo y transitorio, como categoría recogida en la CIE-10, la cual supone un comienzo agudo en menos de dos semanas desde un estado previo no psicótico a otro con sintomatología delirante o alucinatoria, así como alteraciones conductuales y otros síntomas posibles como, por ejemplo, lenguaje disgregado. Puede haber cambios emocionales o síntomas afectivos ocasionalmente en primer plano, pero sin llegar a configurar un episodio maníaco o depresivo. Cuando la sintomatología es rápidamente cambiante y variable se usa el subtipo de “polimorfo”. Es posible que haya habido presencia de estrés agudo previo o no y la evolución será a una recuperación completa en un plazo no determinado de forma concreta.

    Los cuadros con estas características son diagnosticados según los criterios del DSM-IV-TR como trastorno psicótico breve si la duración es menor de un mes y como trastorno esquizofreniforme si es mayor de un mes pero menor de seis.

    Una vez completada la revisión histórica, me gustaría concluir con algunas reflexiones finales. Parece evidente que, en distintas épocas y en distintas escuelas, se han descrito por multitud de autores, desde finales del siglo XIX a nuestros comienzos del XXI, cuadros clínicos que, por elegir un término más o menos exento de polémica, podríamos agrupar como psicosis agudas. La pregunta que inevitablemente se hace presente sería: ¿son estas psicosis agudas diferentes entidades nosológicas o bien únicamente una, con variaciones según las características propias del individuo? Es decir: ¿existen las psicosis reactivas por un lado, por otro las histéricas, por otro las bouffées délirantes, por otro etc., etc…? O bien: ¿podríamos considerar que dichos cuadros no son más que nombres puestos a experiencias psicóticas que aparecen de formas diferentes en personas diferentes? Creemos que la respuesta, para el objetivo de esta ponencia, es irrelevante.

    Lo que sí nos parece de extraordinaria relevancia es que las descripciones de síndromes psicóticos con recuperación completa son abrumadoras por su frecuencia y detalle a lo largo de casi siglo y medio de Psiquiatría. Nos parece evidente que existen casos de personas que sufren experiencias psicóticas, que enloquecen, con psicopatología delirante y alucinatoria, con alteraciones en la vivencia del yo, en la afectividad, en el lenguaje, con una amplia riqueza y variedad de síntomas que, muchas veces y como Bleuler defendió, hacía indistinguibles esos cuadros en la observación sincrónica y transversal de procesos psicóticos crónicos como la esquizofrenia o la paranoia. Pero la clave está es que eso ocurre sólo en la observación sincrónica y transversal. Por eso es necesario prestar también atención a la observación diacrónica y longitudinal, según la cual y como decía clásicamente la literatura, un tercio de las esquizofrenia bleulerianas se curan completamente. Lo que nos lleva a la interesante conclusión de que un tercio de los pacientes psicóticos agudos (o, usando la lamentable terminología que se va imponiendo, los primeros episodios psicóticos) se recuperarán de forma completa. Y eso con datos de autores que vivieron y trabajaron antes del advenimiento de la clorpromazina en 1952 y el inicio a continuación de la era neuroléptica.

    Y dichas psicosis agudas pueden recidivar, encuadrándose o no a gusto del clínico en las siempre polémicas psicosis cicloides. Pero equis número de psicosis agudas de repetición no transforman ese diagnóstico en esquizofrenia.

    En nuestra opinión, en base a lo que la historia de la Psiquiatría ha estudiado durante más de cien años, aunque nos esforcemos en ignorarlo, las psicosis agudas existen. Las personas que se vuelven locas y luego se recuperan de forma espontánea, existen. Y si no las reconocemos como tales sino que les condenamos a un diagnóstico de psicosis crónica, no estamos haciendo nuestro trabajo, que no es otro que ayudarles a recuperarse.

    Considerar las psicosis agudas como exclusivamente un primer episodio de esquizofrenia es, en el mejor de los casos, una simpleza, y en el peor, una tergiversación, ignorante o interesada, que condena a un montón de personas a un diagnóstico equivocado, una medicación crónica no exenta de graves efectos secundarios y un estigma irreparable.


    Primeros Episodios Psicóticos. Las trampas del lenguaje o de cómo confundir hipótesis con hechos

    Quería antes que nada agradecer a la organización la realización de esta mesa redonda sobre el tema  y también haber tenido la cortesía de invitarme a participar, para mi es un orgullo, un honor pero sobre todo un inmenso placer compartir mesa con tan selecta compañía y espero contar con la indulgencia de la amable audiencia si, como es probable, no estoy a la altura de dicha compañía.

    El tema del que voy a hablar tiene que ver con las trampas del lenguaje, tema por el que siento gran interés, en concreto me han pedido que hable de la trampa que encierra el sutil deslizamiento del ordinal “primero” asociado al concepto de psicosis.

    Desde que, póstumamente, Austin explicara en su “Cómo hacer cosas con palabras” la teoría de los actos de habla introduciendo por primera vez la dicotomía entre el uso del lenguaje constatativo , es decir el que describe las  cosas (la silla es de color verde por ejemplo) y el uso del lenguaje performativo es decir el que es capaz de crear cosas (les declaro marido y mujer o su hijo tiene esquizofrenia, por ejemplo), la performance se ha puesto en evidencia como un acto discursivo que genera  una nueva realidad. Muchos pensadores han aplicado el concepto a lo largo y ancho de la experiencia humana o más bien del discurso que sobre la experiencia humana se hace. Incluso del discurso que crea la experiencia humana que la dicta y la organiza. Performativamente construimos el sexo, el género, el poder, la jerarquía, etc. A través de pequeños actos aparentemente inocuos se construyen revoluciones, e involuciones. 

    Como habrán imaginado creemos que es performativa la creación del concepto de primer episodio de psicosis, término este último más bien amplio que encierra muchas posibilidades de la experiencia humana. Se desliza asociándolo inmediatamente al concepto de esquizofrenia cuando en general el diagnóstico de esquizofrenia es un diagnóstico longitudinal que requiere, aparte de la aparición de síntomas positivos y negativos y ocasionalmente afectivos de forma continua o episódica, la existencia de mayor o menor menoscabo cognitivo que requerirá una rehabilitación psicosocial, lo que las diferencia de las psicosis agudas que remiten sin tal menoscabo independientemente de que sean únicas o recidivantes y también de los trastornos de ideas delirantes crónicas o paranoia que tampoco se deterioran. No me resisto a comentar que el término esquizofrenia tampoco es que sea muy restringido que digamos. En efecto, bajo este epígrafe se incluyen un amplio repertorio de posibilidades que van desde personas que viven en condiciones infrahumanas, casi como animales, hasta algunos grandes artistas e incluso premios Nobel.

    El primer mecanismo  para que se cree un nuevo concepto es, aunque parezca obvio, simplemente afirmar su existencia. La aparición del concepto de primer episodio en un artículo o en una ponencia de un congreso genera rápidamente una adhesión al mismo por parte de algunos profesionales. El reclutamiento de algunos expertos de gran prestigio y la repentina aparición de expertos en  primeros episodios se comporta como catalizador.

    Otro método consiste en hacer múltiples referencias al concepto de  primeros episodios de psicosis, por ejemplo en los títulos de los artículos, o en las convocatorias de simposium, cursos etc., que luego en realidad versan sobre psicosis crónicas o bien, como ya dijimos, se sustituye el término esquizofrenia por psicosis, más inespecífico confundiendo de esta manera la parte con el todo.

    Priorizar la investigación sobre aquellos sujetos que sufren una evolución tórpida parece lógico ya que probablemente son los que precisan más atención; sin embargo tiene el efecto de generar un volumen de literatura mucho más importante que en el tema de las psicosis agudas que evolucionan bien. Lo que a su vez puede generar la sensación de que estas últimas representan un fenómeno residual desde el punto de vista cuantitativo o que carece de interés. No entraré a decir que podría ser más interesante profundizar en el conocimiento de  por qué mejoran las psicosis agudas, quizás nos podría dar pistas para ayudar mejor a las personas que no van tan bien. O tal vez estudiar por qué en los países del llamado tercer mundo este tipo de trastornos presentan una mejor evolución y tienen un mejor pronostico que en los países desarrollados con toda la inversión en fármacos que hay en este lado del planeta. La importancia de empezar el tratamiento farmacológico pronto, y de continuar tratando a personas que no quisieran seguir en tratamiento, es a menudo justificado por la prevalente creencia de que la esquizofrenia o la psicosis implica una pérdida progresiva de tejido cerebral que puede ser detenido o reducido por el tratamiento con fármacos antipsicóticos. En consecuencia, a veces se hace referencia a estos fármacos como poseedores de propiedades "neuroprotectoras". Esta creencia se funda en una serie de pruebas, todas las cuales son discutibles y abiertas a otras interpretaciones.

    La principal área de apoyo a la hipótesis de "neuroprotección" es la investigación de imagen cerebral, que muestra que las personas con esquizofrenia o psicosis presentan una progresiva reducción en el volumen cerebral y un aumento de los ventrículos y el líquido cefalorraquídeo. Todos estos estudios, sin embargo, se han hecho en personas que han tomado medicación antipsicótica durante largo tiempo.

    La gran mayoría de estudios de individuos que no han tomado tratamiento o lo han recibido sólo de forma mínima, no muestran el déficit global en volumen cerebral comúnmente asociado con pacientes que sí han recibido tratamiento farmacológico, incluyendo, y es lo más importante, los tres únicos estudios que analizan personas con enfermedades de larga evolución que no han estado expuestas a tratamiento farmacológico nunca.

    En contraposición con las ideas de "neuroprotección", hay indicios que sugieren que los antipsicóticos reducen el volumen de tejido cerebral, y es sabido que causan el síndrome cerebral conocido como discinesia tardía. La investigación sugiere que además de con movimientos involuntarios, la discinesia tardía se asocia con deterioro cognitivo general, sugiriendo que los antipsicóticos pueden inducir disfunción cerebral generalizada.

    A pesar de todo ello no es raro que el concepto de primer episodio se identifique claramente con la idea de la esquizofrenia / psicosis como enfermedad “del cerebro”, es razonable que aquellos que defienden la comparación con, por ejemplo, la diabetes mellitus, se sientan atraídos por la idea de enfermedad que permanece dormida durante la mayor parte de la infancia y debuta en la adolescencia y juventud. No encaja la existencia de estresores ni de reacción al medio.

    Por supuesto que cualquier intento de abordaje terapéutico al margen de los usos de las llamadas guías clínicas o consensos de expertos, fundamentalmente partidarios de abordajes farmacológicos, tenga muchas dificultades para poder obtener un lugar en las prestigiosas revistas de la psiquiatría biológica o de la medicina en general. Existen proyectos que llevan años funcionando en países de nuestro entorno (como el proyecto Soteria Berna y otros similares) con resultados al menos comparables al uso de los fármacos, o los abordajes familiares que encontramos en algunos países europeos, sobre todo del norte (no me resisto a recordar los trabajos de Julian Leff sobre intervención familiar en esquizofrenia que demostraron cómo este tipo de intervención era significativamente mejor que cualquier otro tipo de intervención, aisladamente, en la prevención de ingresos), los modelos de intervención cognitivo conductuales de tercera generación también están ofreciendo interesantísimos modelos de intervención en los que merecería la pena profundizar. Sin embargo mantienen una prácticamente residual presencia en los medios científicos y carecen de interés para la divulgación tan interesada en el cerebro y la neurobiología.

    Por qué me preocupa esto. Porque es un paso más en el aislamiento de la experiencia psicótica del contexto en el que se desarrolla. Es algo neurológico, algo que se chafa en la vía mesolímbica o en locus no se cuántos. La vida, la familia, la biografía no tiene nada que ver, en todo caso la genética. Me preocupa porque  nos lleva al peligroso campo de la prevención secundaria (es decir la prevención de nuevos episodios) y el éticamente discutible terreno de la prevención primaria con la aparición del síndrome de riesgo de psicosis o incluso el planteamiento de tratar (farmacológicamente) a los hijos de personas diagnosticadas de esquizofrenia. Me preocupa porque como dije antes que la mayor parte de la investigación vaya a este campo implica que las otras líneas queden en el más absoluto marasmo y toda la investigación sobre abordajes psicoterapéuticos, últimamente más reactivada, pase a mejor vida y se limite a cómo convencer a nuestros usuarios y sus familias que se tomen las medicinas correctamente y que entiendan que lo suyo no tiene arreglo. Me preocupa, finalmente, porque en la formación de los profesionales sanitarios, tanto especialistas en salud mental, como de otras especialidades, esta orientación también generará una simplificación de un fenómeno, el de la psicosis, rico y complejo, lo que contribuirá al empobrecimiento de la especialidad.

    Y como no solo de quejas viven las personas. Nos permitimos soñar algo y contarlo, (rogamos que los psicoanalistas de la sala se abstengan de comunicar sus interpretaciones):

    a)    Dejemos de utilizar categorías cerradas o etiquetas imposibilitadoras para describir las experiencias de las personas con las que trabajamos; en lugar de eso intentemos entender lo que sienten y ayudemos a conectar con los aspectos positivos y sanos de sus vidas.

    b)    O, al menos, favorezcamos en nuestras facultades y escuelas de formación el conocimiento a las nuevas generaciones de profesionales de las diferentes clasificaciones y de la evolución histórica de los conceptos  para entender el fenómeno en su contexto y no convertirnos en meros compiladores y contadores de criterios estadísticos.

    c)    Combatamos la absurda idea de que las personas que sufren experiencias psicóticas tengan que ser declarados minusválidos para iniciar un proceso de rehabilitación cuando la minusvalía en cualquier patología o accidente se solicita al final de dicho proceso.

    d)    Incorporemos precozmente los abordajes multidisciplinares y no cuando las cosas se complican o el pastilleo es intolerable por el precio y por los efectos secundarios.

    e)    Instemos a las autoridades a favorecer la bajada del precio de las medicaciones que usamos y abstengámonos de prácticas psicofarmácológicas no fundamentadas en estudios científicos fiables e independientes.

    f)      Finalmente, no desesperemos, tomémonos un respiro y  declinemos la invitación a sentirnos sobrecargados por la urgencia, la ansiedad, la frustración y la sobrerresponsabilización cuando tratamos a estas personas.

    Muchas gracias por su atención.


    Y hasta aquí, la transcripción del simposio (recuerden que la tercera ponencia está disponible aquí). Nuestro agradecimiento a los que nos escucharon y a los que nos han leído. Por delante, como siempre, el trabajo de reflexión.


    De la tal vez estrecha relación entre el cuidado enfermero y la recuperación en la psicosis

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    En nuestra entrada de hoy recogemos otra de nuestras participaciones en el XXV Congreso Nacional de la AEN, celebrado en Tenerife. Concretamente, la ponencia realizada por Amaia Vispe en la Mesa Debate titulada “Interdisciplinariedad e intersubjetividad en el contexto institucional”. El título de la ponencia es el de nuestra entrada, que pueden leer completa a continuación:




    En psiquiatría existen pocos conceptos tan traídos y llevados como la cuestión de la interdisciplinariedad. Es hoy un hecho que el tratamiento de pacientes / usuarios / clientes / personas se aborda por profesionales de distintos ámbitos: enfermeras, psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, auxiliares clínicos, educadoras… La interdisciplinariedad es tan inevitable como el amanecer, por lo que creo que el debate no está en situarse a favor o en contra de la misma, sino en cómo es entendida. Yo entiendo esta interdisciplinariedad como un contexto de colaboración entre los distintos profesionales que trabajamos por y para las personas diagnosticadas de trastornos mentales. En mi caso en concreto, los llamados trastornos mentales graves.


    Creo que es importante señalar que la interdisciplinariedad se estructura en dos ejes diferentes: por un lado, el obvio que hemos comentado de las distintas profesiones, y por otro lado, en ocasiones más difuso, entre los diferentes modelos o paradigmas desde los que se explica el ámbito común de la psiquiatría o salud mental. Me refiero por ejemplo a los modelos médico, psicoanalítico, cognitivo, conductual, sistémico, social, etc. Tanto desde un punto de vista teórico como práctico, todo profesional se sitúa, explícita o implícitamente, en uno de estos modelos.


    Quiero aprovechar este espacio para reivindicar que las profesionales de enfermería especialistas en salud mental aportamos una particular manera de ver a las personas en relación con el cuidado, el cual también se definiría de forma diferente entre unos modelos y otros, de la misma manera que estamos acostumbrados a que el tratamiento del psiquiatra o psicólogo dependa de su modelo u orientación.


    Por ello considero que no es posible definir el papel de la enfermera, en el cuidado hacia las personas, sin partir de un determinado modelo, el cual siempre estará presente de forma implícita o explícita. Llegados  a este punto hay que posicionarse y diré que el modelo en el que yo me sitúo es el propio de la Terapia Centrada en Soluciones dentro de lo que sería un paradigma sistémico postmoderno. Me considero una enfermera centrada en soluciones.


    A continuación, recojo una distinción empleada por Jose María Rodríguez de Castro, entre los modelos normativos (aquellos que consideran que existe una realidad objetiva y aprehensible en la que encontrar lo patológico) y el modelo centrado en soluciones, señalando las diferencias entre ambos.


    El modelo normativo considera que existe una realidad catalogable como normal o anormal, tiene una orientación nosológica y emplea el diagnóstico como determinación de lo que no funciona. Por el contrario el modelo orientado en soluciones, considera que la realidad es construida interaccionalmente, que el concepto de normalidad es también construido, tiene una orientación no nosológica y plantea el diagnóstico como intervención.


    En el modelo normativo, el profesional se sitúa como experto y la persona como un receptor pasivo de indicaciones. En el modelo centrado en soluciones el cliente es activo y el profesional tiene un rol facilitador, situándose ambos en un contexto de colaboración.


    Los modelos normativos investigan etiologías, otorgando importancia al pasado como origen al problema. Por su parte el modelo centrado en soluciones, investiga objetivos terapéuticos señalando la importancia del futuro como una versión solucionada del problema.


    Dentro de algunos modelos normativos, se emplea la metáfora del inconsciente dando lugar a un contexto de sospecha, en el que se plantea que el discurso consciente no dice la verdad y de ahí la importancia de la interpretación. Por el contrario, el modelo centrado en soluciones abandona estas metáforas de “lo oculto”, creando un contexto de confianza que implica la aceptación incondicional de lo que dice la persona como “verdad”.


    Modelos normativos emplean el concepto de resistencia que explica cómo las personas no quieren cambiar a pesar de los esfuerzos del profesional. En el modelo centrado en soluciones emplean, en cambio, el concepto de cooperación, en base al cual son las personas las que están interesadas en cambiar pero tienen estilos de cooperación distintos. Es responsabilidad del profesional saber ajustarse al estilo de cooperación del cliente.


    Finalmente, el modelo normativo suele centrarse en los déficits de las personas mientras que el modelo centrado en soluciones, busca los recursos que poseen. Otro punto fundamental es que mientras el modelo normativo emplea un criterio de verdad como premisa para las intervenciones, el modelo centrado en soluciones se rige por un criterio de utilidad en las conversaciones con las personas.


    En otro orden de cosas y recogiendo ideas de Duncan, Hubble y Miller, señalaré que es frecuente en el abordaje a personas diagnosticadas de trastorno mental grave, encontrarnos con individuos instalados en nuestra compasión, atrapados en sus quejas e inmunes a los procedimientos y técnicas de nuestra profesión. Esta mezcla de compasión, exasperación ante el fracaso del tratamiento y responsabilidad profesional puede a veces agotarnos y hacernos llegar a la conclusión de que el paciente es “imposible”.


    Históricamente la imposibilidad se ha atribuido siempre al paciente y muchas veces el camino hacia el caso imposible se abre desde la misma expectativade imposibilidad. Una vez puesta en marcha la expectativa de que el caso es difícil, dicha expectativa puede ser sorprendentemente inamovible, quedando la persona “desindividuada” y terminando por ser equivalente a su etiqueta. Una vez ocurrido esto, los profesionales distorsionamos la información recibida para ajustarla a dichas expectativas sin ser conscientes de ello. Es decir, y aunque suene duro, dejándonos llevar por nuestra rutina profesional podemos estar transformando un caso con buenas perspectivas en uno totalmente perdido.


    En relación con lo que comenté previamente de los diferentes modelos diré que muchas veces las tradiciones o convenciones terapéuticas proporcionan otra vía hacia la imposibilidad. Todo profesional debe tener, e inevitablemente tiene, un modelo en la cabeza, pero la excesiva lealtad del profesional con su modelo teórico y su impacto en la manera de entender los hechos e intervenir ha recibido el nombre de “contratransferenciade la teoría”. Su papel en la creación de casos imposibles es tan poderoso como la formulación de etiquetas diagnósticas. La idea es que la concepción global de la condición humana y del cuidado que sostenga el profesional, evidentemente afectará en los resultados de las intervenciones.


    Milton Erikson dijo que la lealtad teórica puede conducir a una simplificación excesiva con relación al paciente, a negarse a nuevas posibilidades de cambio y a promover la inflexibilidad técnica.


    Es clásica la historia del hombre que teniendo sólo un martillo no podía evitar ver todas las cosas como si fueran clavos y tratarlas en consecuencia.


    Siguiendo de nuevo a Rodríguez de Castro, diré que en el ámbito de los trastornos mentales graves, es habitual encontrar una serie de ideas en los profesionales que provocan la cronificación de conductas problemáticas para las personas o para su entorno.


    Estas ideas pueden clasificarse en diversos tipos: (quizás les suene alguna)


    - Ideas imposibilitadoras:“Nunca se podrá recuperar de un trastorno mental grave”, “no hay nada que puedan hacer por sí mismos”, “no pueden hacer ningún cambio significativo respecto a sus problemas o sus vidas”, “necesitarán ser medicados el resto de su vida”.


    - Ideas culpabilizantes:“La familia ha causado el trastorno mental grave”, “los pacientes y sus familias presentan resistencias”, “los pacientes interpretan papeles y realmente no quieren cambiar”, “algunos actos de los pacientes son búsqueda y demanda de atención”, “algunos actos de los pacientes son manipulaciones en busca de beneficios”.


    - Ideas desrresponsabilizadoras:“Las personas enfermas son incapaces de controlar o cambiar su conducta”, “la conducta del paciente queda determinada por el trastorno mental grave”.


    - Ideas invalidantes y desautorizadoras:“Los clientes o sus familias no saben nada acerca del trastorno mental grave, necesitando ser adiestrados por expertos en salud mental”, “los trastornos mentales graves son exclusivamente trastornos cerebrales y el único remedio efectivo es la toma de medicación de por vida”, “los profesionales sabemos lo que le conviene hacer al paciente o a su familia respecto a múltiples aspectos de sus vidas”.


    Evidentemente las personas no dejan de tener sus propias teorías acerca de su psicología, de las dificultades que experimentan y de su situación vital. Cuando dichos puntos de vista son ignorados, atacados o desautorizados, como hemos visto, no es sorprendente la aparición de “resistencias” o incumplimientos terapéuticos. En este momento muchas veces el paciente empieza a convertirse, para el profesional, en un caso imposible. Y el profesional se convierte, para el paciente, en una persona poco interesada o evidentemente equivocada. Llegados aquí las intervenciones han pasado de ser relaciones de ayuda o cuidado para convertirse en confrontaciones.


    Esto no significa que el mantenimiento de un modelo teórico sea en sí negativo, pero puede llegar a serlo si se aplica de forma fanática. Los modelos teóricos son lentes potencialmente útiles siempre y cuando respeten el punto de vista de las personas, y deben poseer diferentes cristales, monturas y graduaciones para permitir una diversidad de enfoques.


    En el estudio de Lambert encontramos también una revisión bibliográfica sobre resultado de intervenciones terapéuticas, encontrando que el 30% de los cambios observados responden a factores comunes como la alianza terapéutica, existentes en las distintas intervenciones independientemente de su orientación teórica. Los aspectos técnicos específicos de cada orientación explicarían el 15% del resultado, con un porcentaje igual para factores placebo, es decir, las expectativas del tratamiento. Lo que me parece más interesante es que el 40% de los resultados positivos dependen de variables extraterapéuticas, es decir, factores que forman parte de las personas y de su ambiente y que contribuyen al cambio de forma independiente de la participación de las personas en la intervención.


    No es fácil aceptar que la efectividad de las intervenciones tenga poco que ver con lo ingenioso de nuestra teoría o lo maravilloso de nuestras técnicas, pero los datos parecen demostrar claramente que la contribución de las personas constituye el aporte más significativo al éxito en el cuidado, seguido de ciertos factores comunes. Parece necesario aceptar que nuestras teorías favoritas resultan ser menos significativas para el proceso de cambio de lo que  nos habían hecho creer.


    Como hemos visto, los factores extraterapéuticos o del cliente explican el 40% del éxito de las intervenciones. Entre estos factores se incluirían sus puntos fuertes personales, sus capacidades innatas para crecer y sus habilidades para conseguir apoyo y la ayuda de los demás. También estarían en esta lista aquellos sucesos fortuitos que ocurren fuera de las intervenciones y que las personas pueden entender como oportunidades para el cambio. Es importante tener en cuenta, que acomodarse a los recursos del cliente significa destacar sus fuerzas y habilidades por encima de sus déficits y debilidades.


    Desde el modelo en el que me sitúo, consideramos importante decir que conversamos con las personas y no que los entrevistamos. Puede ser sólo un matiz pero creo que importante, ya que una conversación implica un intercambio oral de sentimientos, observaciones, opiniones o ideas. La conversación predispone a las personas para participar en el proceso de explorar su marco de referencia, es decir, “su mundo”, descubriendo nuevas posibilidades para un futuro mejor y permitiendo su validación.


    Explorar el mundo del cliente nos da la oportunidad de descubrir nuevas vías de acción. Conversar crea posibilidades de cambio pero además sitúa la intervención como un acto empático, comprensivo y validante, comprometido con los objetivos personales de las personas, lo cual es quizá lo más importante.


    En nuestro trabajo y desde nuestro modelo, abrazamos la idea de que la persona no sólo dispone de todo lo necesario para resolver sus problemas, sino que de hecho puede que haya empezado a hacerlo o tenga una buena idea de cómo conseguirlo. Son claves las preguntas que destacan sus competencias y éxitos pasados.


    Para explorar los recursos e ideas de las personas es necesario:

    - Ver a la persona como competente, sana y capaz.

    - Reconocer nuestra dependencia de los recursos e ideas de las personas para obtener un resultado satisfactorio.

    - Hacer de la participación de la persona un elemento clave de todas las intervenciones de cuidados. 

    La conversación con las personas, como he dicho, es una forma de explorar su mundo y descubrir nuevas posibilidades para un futuro mejor. Pero también es un hecho interpersonal que define la relación y que permite crear la alianza entre el cliente y el profesional. Y para ello se requiere la validación de la experiencia de las personas. Este proceso de validación debe reemplazar el proceso contrario de invalidación que muchas veces acompaña a los pacientes veteranos de la imposibilidad. De hecho, cuanto más intratable se considere el problema, mayor sería la necesidad de que el profesional valide al cliente. Explorar el mundo del paciente y descubrir nuevas posibilidades convierte lo imposible en posible. Validar al paciente convierte lo imposible en probable.

    La validación requiere que el profesional:

    - Legitime las preocupaciones de la persona.

    - Ponga de relieve la importancia de la lucha de la persona con el problema y la importancia del problema mismo.

    - Crea en la persona y en su habilidad para resolver el problema.

    La validación comienza con algo tan simple como escuchar y permitir a las personas que cuente su historia. El relato de la historia es en sí mismo una validación poderosa cuando se dirige a un receptor. Como señaló Parry (1991), los clientes escuchan sus propias voces y eso mismo lo encuentran validante.

    El proceso de validación continúa aceptando, creyendo y considerando completamente comprensibles y justificados los pensamientos, sentimientos y conductas de las personas. Debemos de adoptar la actitud genuina de que las personas están haciendo todo lo que pueden en circunstancias difíciles.

    Muchas veces la validación incluye respetar la validez de ideas y de conductas muy inusuales, pero tampoco nos constriñe a pensar que la historia de la persona es la única explicación posible de la situación, sino simplemente que no debe ser pasada por alto.

    La validación construye una alianza sólida y da pie al cambio de las personas, siendo muchas veces todo lo que se requiere para capacitar a un veterano de la invalidación crónica para resolver sus dificultades.

    Verán que he hecho referencia al concepto de paciente veterano que creo más útil que el de paciente crónico. Considero que los pacientes son veteranos en la lucha por una vida mejor. Nos muestran las cicatrices de esa batalla por el cambio de diferentes maneras, desde la desesperanza a la hostilidad con relación al tratamiento. Desafortunadamente esos veteranos de la tristeza se han sentido frecuentemente maltratados por el sistema sanitario y perciben a los profesionales como personas que no tienen en cuenta sus deseos, no dan crédito a su malestar y no creen en sus desgraciadas historias.

    Con los pacientes veteranos de la imposibilidad es especialmente importante explorar sus recursos e ideas porque se tiende a creer que carecen de ellos. En muchos informes de profesionales no es fácil encontrar mención a aspectos positivos de las personas que atendemos. Y esto también está en relación con el hecho de que a los profesionales nos resulta difícil no colocarnos en situación de superioridad respecto a los clientes.

    Con los pacientes veteranos es crucial ir más allá que las etiquetas diagnósticas, es decir, darles el beneficio de la duda. Pensemos que detrás de cada etiqueta se esconde una invalidación y ésta cuando se hace crónica se convierte en imposibilidad. Démosle al paciente una experiencia competente de aceptación y fijémonos en qué puede hacer.

    No olvidemos que entre la interdisciplinariedad, la intersubjetividad, la multiprofesionalidad y todas sus variantes, la voz de las personas tiene algo que decir y nosotros debemos escucharla.

    No todos los días llueve, a veces sale el sol, y el cambio en las personas, señoras y señores, es inevitable.






    Las funciones de la Psiquiatría

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    Como sin duda sabrán, nos gusta mucho hablar de Psiquiatría. Y en eso, coincidimos con múltiples compañeros (y no tan compañeros) de variadas orientaciones (o desorientaciones). Y, como decían Luque y Villagrán en uno de nuestros textos de cabecera, es habitual leer tratados sobre Psiquiatría en los que la Psiquiatría no es definida. Pero la verdad es que tampoco nosotros tenemos aún clara una definición de la Psiquiatría como disciplina de estudio, aunque sí creemos tener algunas nociones de la Psiquiatría como institución o conjunto de dispositivos. Concretamente, acerca de sus funciones. De para qué sirve y para qué se usa, en nuestro entorno sociocultural, la Psiquiatría. Y de eso intentaremos hablar hoy.

    Aunque tal vez algunos no estén de acuerdo y a muchos (nosotros incluidos) no termine de gustarnos, nos parece evidente que la primera función histórica de la Psiquiatría fue el control social. Resulta imprescindible acercarse a títulos como La historia de la locura en la época clásica o, más aún, El poder psiquiátrico, de Michel Foucault, si uno quiere dedicarse a estos oficios nuestros de una forma que no incluya exclusivamente el aprendizaje más o menos automatizado de determinadas técnicas diagnósticas o terapéuticas. Siguiendo las descripciones de Foucault (discutidas desde luego también por otros autores), los asilos se crean sobre las antiguas leproserías para acoger a un heterogéneo grupo de personas que podríamos catalogar como locos, criminales, alcohólicos, mendigos, adúlteras, etc., etc.… Y sólo tras un par de siglos después de la organización de estos asilos entraron en ellos los médicos. Los llamados alienistas tomaron el poder en estos centros y sobre estas personas para, partiendo de esa amalgama heterogénea de gentes que habían sido internadas allí por tan diversos motivos, comenzar su trabajo científico de clasificación y tratamiento. Es decir, tenemos que en primer lugar existe el asilo, que dicta sus normas y sus prácticas sobre los allí encerrados, y sólo después, bastante después, llega la medicina para a posteriori catalogar a dichos individuos como enfermos y justificar, también a posteriori, dichas normas y prácticas.

    Centrándonos en nuestro tiempo, la función de control social se nos hace también evidente. Los ingresos psiquiátricos en unidades cerradas son decididos en muchas ocasiones por criterios que poco tienen que ver con cuestiones médicas (es decir, de la sintomatología concreta que el paciente presente) sino más bien por criterios sociales, tales como la posible peligrosidadhacia sí mismo o hacia otros. Igual que las altas se deciden en basa a cuestiones tan poco médicas como la existencia o no de apoyo familiar. Como se ha señalado ya en anteriores ocasiones, la peligrosidad en modo alguno puede entenderse como un concepto médico, pero muchas veces es dicho concepto el que determina la necesidad del ingreso. O bien constructos como las alteraciones de conducta, que en casos de demencias inclinan la derivación hacia la psiquiatría en lugar de hacia otras especialidades médicas, o en casos de trastornos de personalidad inclinan la derivación hacia la psiquiatría en lugar de hacia la comisaría más cercana. Y como ya Schneider dijo y muchos han olvidado, los trastornos de personalidad no son enfermedades sino formas de ser. Formas de ser a las que se aplica el criterio social de posible peligrosidad o alteraciones de conducta y quedan convertidos en casos psiquiátricos. Y entonces, la Psiquiatría es llamada a ejercer su función de control. La sociedad no tolera la conducta desordenada, extravagante, molesta, rara. Y, con independencia de que tal conducta se deba o no a una psicopatología subyacente, es la Psiquiatría con sus centros cerrados, sus medicaciones sedantes y sus incapacitaciones temporales o permanentes la institución que ha sido organizada por nuestra sociedad  para controlar y contener, en muchos sentidos, dichas conductas.

    Lo cual, debemos decir, no necesariamente debe ser entendido siempre en un sentido negativo. Creemos que controlar a una persona que está intentando acabar con su vida e ingresarla, aunque sea en contra de su voluntad, para poder proporcionarle un espacio y un tiempo en el que, tal vez, reflexionar sobre dicha decisión y, eventualmente, cambiar de opinión y darse una oportunidad para seguir adelante, puede ser de vital importancia, en el sentido más literal posible, en la existencia de dicha persona. Pero que a veces sea útil no debe hacernos perder la perspectiva de que dichos casos, al menos en algunas ocasiones, no son situaciones médicas sino problemáticas personales, que sólo un determinado contexto sociocultural como el nuestro medicaliza y psiquiatriza, catalogándolas como enfermedades.

    El hecho de que la Psiquiatría desempeñe, en primer lugar, una función de control social no implica necesariamente que ello sea negativo. Lo señalamos simplemente como un hecho, con aspectos positivos y aspectos negativos. Encerrar a personas que sufren brotes psicóticos hasta que se calmen y se normalice su conducta es desagradable, pero tal vez sea útil, al menos en algunas ocasiones, sobre todo para dichas personas. O puede ser otras veces tremendamente injusto, doloroso o perjudicial para otros, y en esos casos deberemos intentar evitarlo, basándonos siempre en el criterio de primero, no dañar.

    Pero a la función clásica de control social del loco, de mantenerlo tranquilo y calmado (o directamente encerrado) para que no moleste a las gentes de bien, se ha sumado en las últimas décadas y cada vez de forma más exagerada, otra función diferente de control social, dedicada ahora al consuelo del triste y del ansioso. Para nuestros abuelos, cuando tenían nuestra edad, la psiquiatría era una rama oscura y poco recomendable de la medicina encargada de cargar con los locos, y la gente normal no iba al psiquiatra. Sólo pensar tal posibilidad era muchas veces fuente de vergüenza. Pero poco a poco tal situación fue cambiando. En la fabulosa serieMad Men, en un capítulo de la primera temporada y citamos de memoria, Roger Sterling comenta con su amigo Don Draper sobre el hecho de que las mujeres de ambos han decidido ir al psiquiatra (psicoanalistas por aquella época), y dice: “La psiquiatría es el regalo de estas navidades”. Regalo, añadimos nosotros, que no sólo no ha pasado de moda sino que se mantiene de rabiosa actualidad.

    No obstante, la auténtica explosión de tratamiento psiquiátrico y psicológico se produce entre los años 80 y 90, coincidiendo con la aparición del DSM-III y los ISRS, fármacos vendidos como inocuos y carentes prácticamente de efectos secundarios a la vez que eficaces para todo un grupo de nuevas enfermedades. Donde antes el ser humano sufría tristeza, ahora padece depresión. Donde algunas personas resultaban ser tímidos, ahora tenían fobia social. Donde el personaje de Sartre en La náusea se enfrentaba a la angustia de existir, ahora el alprazolam era el tratamiento de elección para el ataque de pánico.  Donde reíamos leyendo las aventuras de Zipi y Zape o de Guillermo, o de Calvin y Hobbes, ahora deberíamos avergonzarnos al disfrutar con el padecimiento de niños afectos de trastorno por déficit de atención con hiperactividad y, encima, sin medicar.

    En fin, sobradamente hemos hablado en este blog y algunos otros sitios acerca de esto. En 30 años aumentó la incidencia de la depresión 1.000 veces (como señalan Héctor González y Marino Pérez en su libro La invención de trastornos mentales. Una enfermedad rara y con tendencia a la remisión espontánea se convierte en una epidemia de casos que suelen evolucionar muchas veces a la cronicidad. Se dice que antes no se diagnosticaba y, a la vez, que no tratar la depresión provoca daño cerebral, lo cual nos hace preguntarnos por qué no encontramos a todas esas personas dañadas cerebralmente que eran depresivos no diagnosticados y no tratados antes de los años 90. El agumento del daño cerebral secundario a la depresión hay que reconocer que, aunque como hipótesis científica es de una debilidad vergonzosa, como estrategia de marketing no tiene precio (bueno, precio sí que tiene y bien que lo pagamos entre otras cosas con las rebajas de nuestros sueldos). Y ya saben que últimamente se ha puesto en cuestión (no en las cenas pagadas por laboratorios farmacéuticos, pero sí en varias revistas científicas) tanto laeficacia como la seguridad de los antidepresivos ISRS.

    Muchos supuestos expertos de la Psiquiatría de este país recomiendan a la población acudir a sus Unidades de Salud Mental en caso de aparición de cualquier síntoma depresivo, entendiendo por tales los sentimientos de tristeza o incluso el cansancio, porque podría tratarse de una depresión enmascarada necesitada de tratamiento. Y hayquien recomienda que, ante cualquier alteración emocional se acuda también al psiquiatra porque puede padecerse un trastorno bipolar. Nos preguntamos qué clase de mundo estamos colaborando a crear en el que un ser humano no puede entristecerse, fatigarse o emocionarse sin ser considerado enfermo y precisar tratamiento. Éstas y similares llamadas a consulta no dejan de estar relacionados con cálculos matemáticos como los que hicimos aquí, por los cuales, dada la diferencia entre pacientes nuevos vistos en las Unidades de Salud Mental de Tenerife en un año y pacientes dados de alta, se necesitaría contratar ocho psiquiatras anuales en dicha isla sólo para mantener la sobrecarga actual como está sin empeorar más. “Como está” significa que te pueden ver aproximadamente una vez cada cuatro o cinco meses.

    Aunque tal sobrecarga asistencial no deja de ser beneficiosa para intereses comerciales de las empresas farmacéuticas, de los que hemos hablado sobradamente, y también, por qué no decirlo, para intereses profesionales. Es decir, si hay tal inmensa cantidad de enfermos necesitados de psiquiatras, es que los psiquiatras somos muy necesarios y habrá que contratarnos sin dudar, ya sea el Estado o los mismos particulares. En relación con esto, asistimos a porcentajes esperados de patología psiquiátrica en población infantil cada vez más altos, en estrecha relación temporal con la inminente aprobación en nuestro país de la especialidad de Psiquiatría Infantil, para atender a ese 10% ó 20% de niños afectos de trastornos mentales, pues ¿que sería de ellos sin atención psiquiátrica especializada? (ésa es realmente una buena pregunta, ya que hace 30 años no había apenas atención psiquiátrica infantil, ¿qué fue de todos esos niños trastornados que no fueron tratados? Anda que si crecieron y se convirtieron en adultos más o menos sanos, vaya chasco para la nueva especialidad…

    Pero no todo es psicofarmacología en esta función psiquiátrica de control social de (cualquier tipo de) malestar. La psicoterapia, tanto a nivel de sanidad pública como privada, juega un importante papel. Hemos de decir que somos defensores de la psicoterapia. Creemos que es una herramienta útil y necesaria para ayudar a algunos pacientes, y una orientación (varias, de hecho) imprescindible para ver al paciente como algo más que un montón de neurotransmisores en busca de equilibrio (con sustancias que lo que hacen es precisamente alterar, para bien o para mal, dicho equilibrio). Pero la psicoterapia no deja de tener sus sombras y su posible iatrogenia. Siempre nos ha llamado la atención la importancia que dan los buenos psicoterapeutas (y no es ironía) al hecho de devolver la responsabilidad al paciente… Y estamos de acuerdo, por supuesto, porque es un claro ejemplo de buena praxis en psicoterapia, pero no dejamos de preguntarnos: ¿y si no le hubiéramos quitado la responsabilidad en un principio por el hecho de iniciar terapia con un supuesto experto? Entonces, a lo mejor no sería necesario devolvérsela… Como señaló Alberto Ortiz en su ponencia en el reciente XXV Congreso Nacional de la AEN, existen actualmente varios estudios de resultados incómodos para los defensores de la psicoterapia, que hablan por ejemplo de resultados más negativos para grupos de personas que han recibido terapia de apoyo en momentos de catástrofe frente a las personas que no recibieron dicho tratamiento, cuyos resultados son mejores. Pueden encontrar dichos estudios aquí, aquí, aquí o aquí.

    Aventuraremos una hipótesis (por lo tanto, una teoría no contrastada) que nos ronda por la cabeza hace un tiempo. Creemos que existe un meme en nuestra cultura en relación con este asunto, que no es otro que la idea de que “hablar de los problemas con un profesional es bueno / necesario para superarlos”. Es un meme porque se transmite de persona a persona, de generación en generación, e impregna nuestras manifestaciones artísticas más diversas, en cine, literatura, televisión, etc. Si tienes un problema que te preocupa, es imprescindible o, en todo caso, muy útil, que lo hables con un psiquiatra / psicólogo / psiloquesea para desahogarte / elaborarlo / superarlo. Nuestra idea es que tal meme se origina posiblemente (tal vez esto no sea correcto porque carecemos de suficiente información / formación histórica para saberlo con relativa seguridad) en los inicios del siglo XX y en relación con el extraordinario auge del psicoanálisis (o tal vez fuera al revés y fue el psicoanálisis el que surgió tras el citado meme). El caso es que se extiende poco a poco la idea de que hay que hablar de los problemas para solucionarlos o superarlos. Nos parece que en otras culturas o en épocas previas de la nuestra, dicho meme no existía. Tal vez en época de nuestros bisabuelos y abuelos, el meme dominante era algo así como “no hables de tus problemas, resígnate a ellos y sigue adelante”. Y la cuestión es que no nos parece que las personas que vivieron en esas épocas y esas culturas fueran necesariamente más desgraciados / infelices / enfermos que nosotros. De hecho, la impresión es más bien que cada vez se soporta menos cualquier dolor, frustración o malestar y enseguida necesitamos un experto que nos dé un remedio para aliviarnos, porque no somos capaces (o creemos no serlo) de salir adelante por nuestros propios medios personales y la ayuda de nuestros propios apoyos sociales.

    Evidentemente, una vez instaurado el meme de que “hablar es bueno”, la gente inmersa en dicha cultura siente la necesidad de hablar y corre el riesgo de sentirse mal si no habla. Pero tal vez la eficacia de las psicoterapias tenga más que ver con la profecía autocumplida de esta idea cultural que con una realidad más o menos objetivable. Una especie de placebo para toda una cultura, por así decirlo. E insistimos en que sólo estamos hipotetizando y pensando en voz alta acerca de dudas que nos asaltan, pero que no por ello renegamos de la psicoterapia (a la que tanto hemos querido y que tanto hemos defendido, todo hay que decirlo). El debate entre los mismos autores del blog continúa aún.

    Pero siguiendo con esta línea de pensamiento, tal vez la psicoterapia sea útil desde el punto de vista individual (o tal vez no, como Ortiz señalaba) pero llegue a ser perjudicial desde el punto de vista social. Es decir, si una persona que sufre un desengaño amoroso, por ejemplo, en su sufrimiento busca una ayuda psicoterapéutica y sale fortalecido de la misma, eso es indudablemente útil para esa persona. ¿Pero queremos una sociedad en la que ante un desengaño amoroso lo indicado sea tener que recibir un tratamiento psicoterapéutico por un profesional? ¿Y el inmenso beneficio de sentir que uno ha sido capaz de superar por sí mismo un dolor que parecía insuperable?

    Queremos comentar también, siguiendo ideas de Guillermo Rendueles, la cuestión de cómo el tratamiento psiquiátrico de cualquier malestar queda siempre circunscrito al ámbito individual o como mucho familiar, pero dejando muy lejos cualquier aproximación social. Es decir, aunque el paciente que está ante nosotros sufra porque se ha quedado en paro, le han quitado la casa y no tiene dinero para pagar ni la ropa de sus hijos, a través del paso por la consulta psiquiátrica o psicológica, ya sean en la red pública o en la privada, dicho malestar queda conceptualizado más o menos explícitamente como una disrregulación bioquímica del cerebro de la persona, o como un mal paso por el Complejo de Edipo del sujeto, o como una distorsión cognitiva que impide procesar la información adecuadamente, o como una conducta aprendida que resulta problemática, o como una estructura familiar disfuncional… O algunas otras variantes, pero todas centradas en el cerebro del individuo, o la historia del individuo, o los pensamientos del individuo, o los actos del individuo, o la familia del individuo… Pero siempre sin salir del individuo… Nunca echando un vistazo más allá, por si acaso la estructura social y su funcionamiento tuvieran algo que ver con el hecho de que esa persona se haya quedado sin trabajo, sin casa y sin dinero, mientras los grandes capitalistas y sus políticos vasallos no paran de engordar sus cuentas de beneficios…

    La Psiquiatría se convierte así, queramos los psiquiatras o más bien aunque no queramos, en un inmenso dispositivo uno de cuyos efectos termina siendo que miles y miles de personas que sufren por un orden social injusto se quedan en casa con el consejo de no tomar decisiones importantes hasta que estén mejor, mientras se miran el ombligo pensando en su serotonina, su complejo de castración, sus sobregeneralizaciones, sus condicionamientos o sus genealogías familiares… Desde luego, así no hay forma de tomar La Bastilla ni el Palacio de Invierno.

    Si nos permiten la digresión, vivimos en una época curiosa. Internet mismo posibilita herramientas de comunicación instantánea hasta hace poco inimaginables, así como posibilidades de organización a través de las llamadas redes sociales sin igual en la Historia. Pero nosotros nos preguntamos: mientras escribimos manifiestos o apoyamos los de otros en facebook, o reenviamos mensajes indignados en twitter, o leemos blogs que algunos tildan de radicales como este mismo… ¿os dais cuenta de que seguimos todo el rato sentados en nuestro sillón sin apenas movernos, por mucho que creamos estar colaborando a hacer la revolución? Si nosotros fuésemos parte de los poderes financieros y políticos que deciden nuestro destino por encima de cualquier ilusión de democracia, entonces querríamos una oposición exactamente como el 15M: un montón de gente que se sienta pacíficamente en la calle a hacer asambleas para hablar y que expresamente rechaza cualquier tipo de jerarquía o constitución como movimiento político capaz de expresarse por los cauces existentes. Nos parece precioso, pero creemos difícil que a base de 15Ms hubiesen caído los Reyes de Francia o los Zares de Rusia. Y no se trata de hacer una llamada a la violencia, porque Mohandas Gandhi liberó un subcontinente del Imperio más poderoso de la Tierra sin disparar ni un solo tiro. Pero era un líder y tenía una organización. Y el 15M y los que con dicho movimiento simpatizamos carecemos de líderes y, encima, rechazamos organizarnos.

    En nuestra opinión y volviendo a la Psiquiatría, deberíamos abandonar esta función en que la sociedad, algunos de nuestros supuestos expertos y muchas veces nosotros mismos como profesionales también, nos colocamos, porque sólo nos conduce a y nos perpetúa en una cultura en la que no sólo todo malestar es interpretado como patológico, sino que toda ausencia de felicidad absoluta es vista como enfermedad. Una Psiquiatría así termina por impedir a los seres humanos buscar su felicidad aceptando que nunca la encontrarán por completo, y lleva a creer y caer en falsos remedios y a buscar muletas diversas, condenando a muchas personas a iatrogenias terribles y a cronificaciones sin salida.

    Tal vez la entrada nos ha quedado confusa, porque nosotros mismos no tenemos claras del todo las ideas sobre las funciones de la Psiquiatría. Sobre la necesidad en contadas ocasiones de ingresos involuntarios (es tan peligroso arrogarse el derecho de decidir por el bien del paciente…), sobre la psicoterapia, sobre sus luces y sus sombras… Pero pensamos que en algún lugar, no más allá del control de la conducta del loco y del malestar del triste, sino más bien dentro de cada uno de ellos, existe un espacio para una Psiquiatría que de verdad sea útil para algunas personas. Una Psiquiatría que ayude a la persona en un brote psicótico a dominar su angustia y superar su miedo. Una Psiquiatría que dé esperanza al delirante, al alucinado y a sus familias a entender que una crisis no significa una condena. Una Psiquiatría que acompañe al psicótico a lo largo de su camino, incluyendo por supuesto sus recaídas y sus recuperaciones. Una Psiquiatría que pueda, en algunos momentos, echar una mano a personas sanas en dificultades o con malestares que no saben resolver por sí mismos, pero sin erigirse en remedio mágico del dolor consustancial a la vida humana y a las sociedades que construimos. Por supuesto, es una frontera difusa y fácil de cruzar sin darse cuenta, pero de intentar fijarla de forma adecuada depende que nuestra disciplina pueda efectivamente ser un instrumento social de ayuda o, en lugar de ello, una herramienta más del poder que usa a la gente siempre como un medio (para ganar dinero o prestigio, o bien para limitar y controlar sus deseos de libertad y solidaridad) y nunca como un fin en sí misma.


    Y, como sabemos desde el imperativo categórico kantiano, considerar a los otros como fines y no únicamente como medios es la esencia de la ética que, al fin y al cabo, es de lo que debería ir todo esto.  




      

    Conversaciones liberadoras en la intervención psicosocial: resiliencia y terapia narrativa en acción (MªDolores García Hernández)

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    Con este título, transcribimos hoy un artículo publicado por Mª Dolores García Hernández, Profesora Titular de Psicología Educativa en la Universidad de La Laguna, que apareció en  la Revista de Servicios Sociales y Política Social, Consejo General del Trabajo Social, 67-80, 2010.

    Su investigación se ha centrado en la educación socioafectiva, cristalizando en diversas publicaciones y proyectos como el de Travesía: la construcción participativa de los valores en la escuela, La promoción de la resiliencia en menores con medidas judiciales, La Educación Emocional y en valores en contextos educativos y de riesgo, etc. 

    Creemos que es del mayor interés y, por ello, agradecemos a la autora que nos haya permitido recogerlo en nuestra entrada, con el fin de colaborar en su difusión.



    NARRATIVA Y RESILIENCIA: El poder de las palabras. 

    Parece existir un cierto acuerdo en la idea de que la intervención psicosocial tiene, como uno de sus objetivos fundamentales, promover la calidad de vida de las personas implicadas en la misma. Sin embargo, también existe la evidencia de que esta, al depender en parte de los recursos y apoyos sociales disponibles, se verá mermada en condiciones adversas; de ahí que un debate persistente en las ciencias sociales ha sido cómo promover el bienestar en contextos de vulnerabilidad. De tal manera que cuando, en la práctica se diseña la intervención, aparecen cuestionamientos centrales para la toma de decisiones profesionales: ¿cómo abordar los problemas e impactos vitales de la gente?, ¿es posible proteger y alentar su felicidad cuando la realidad nos devuelve dificultades, desigualdades, adversidades?, ¿nuestra intervención debería centrarse en detectar y neutralizar los factores de riesgo que son la causa de los problemas?, o por el contrario ¿debemos centrarnos en la parte sana de las personas, en sus recursos y fortalezas, en las experiencias que le han protegido ante la adversidad? Para responder a estas preguntas quizá lo más eficaz sea observar qué ocurre en la vida de la gente que ha logrado abordar con éxito los problemas, es decir qué hace que se mantengan sanas e incluso extraordinariamente fortalecidas y transformadas a pesar de contar con situaciones fuertemente adversas. A las personas y colectivos que lo logran, se les ha venido a llamar resilientes. 

    En relación con el concepto de resiliencia existe lo que se ha venido a llamar un “consenso blando” (Manciaux, 2004; pg. 25), no solo porque su definición es abordada desde disciplinas muy diversas, sino porque ha ido evolucionando en función de los datos obtenidos en las investigaciones y estudios desplegadas a lo largo de estos últimos tiempos. En general, se suele relacionar con la capacidad de una persona o colectivo para generar desarrollo humano a pesar de condiciones de vida difíciles o de hechos traumáticos (Grotberg, 2001), por lo que es algo más que sobrevivir a la adversidad y adaptarse, sino que supone la capacidad de salir fortalecidos y transformados de la misma. Como nos recuerda Cyrulnik (2001), la resiliencia pone a funcionar lo mejor de nosotros para defendernos, lo que nos lleva a producir más humanidad. 

    El enfoque de la resiliencia ha propiciado un cambio de perspectiva en la investigación social, al mostrarse más preocupado por trabajar desde las capacidades y fortalezas que desde las debilidades o dificultades, pasando de un enfoque de riesgo, a otro enfoque basado en el desafío y en las potencialidades. Desde las premisas de la resiliencia, el proceso de ayuda debe poner el acento en los recursos y habilidades de las personas, más que en los problemas y en las causas de estos. En primer lugar porque hay evidencia acerca de que si preguntamos y nos focalizamos en rastrear problemas, no solo aparecerán sino que constituirán un escollo para avanzar hacia lo mejor; pero si preguntamos por fortalezas e historias de éxito, estas también aparecerán y terminarán convirtiéndose en el motor del cambio que se moverá también en esa misma dirección positiva y apreciativa (Coperrider y Whitney, 2005). En segundo lugar porque se asume que los fenómenos son multicausales, así que difícilmente podemos determinar qué es causa y qué es efecto, de tal manera que los fenómenos de riesgo y los de protección se encuentra mutuamente influidos, lo que requiere que se ponga énfasis en la interacción entre las distintas dimensiones que están presentes (Infante, 2001). 

    La apuesta decidida por focalizarse en las experiencias de éxito, en las habilidades y recursos como la mejor manera de desafiar la adversidad es, sin lugar a dudas, la aportación más determinante realizada a la intervención social desde esta visión apreciativa, colaborativa y reflexiva propia del enfoque de la resiliencia. 

    Hoy en día sabemos que la resiliencia se construye “entretejiendo” factores afectivos, comunitarios y verbales (Manciaux, 2003; Cyrulnik, 2002). Afectivos porque se requiere la presencia de los “otros” significativos que nos proporcionan vínculos seguros. Comunitarios porque se necesita una comunidad que responda de forma acogedora ante el sufrimiento y reconozca la aportación positiva que los procesos resilientes tienen para la sociedad. Y verbales porque las personas resilientes son capaces de darle un sentido a la su experiencia, abordándola como un desafió y una oportunidad. Los estudios sobre resiliencia señalan que este factor verbal es clave en el abordaje de la adversidad, convirtiéndose en el hilo, en la lana que entreteje la identidad, las relaciones y la calidad de vida (Cyrulnik, 2002). Por lo que, desde este enfoque, la acción social, educativa y psicológica (sobre todo aquella que se desarrolla en contextos de vulnerabilidad y riesgo), debe asumir que una de sus tareas fundamentales será ayudar a las personas a encontrar las palabras que les permitan dar un sentido a sus historias vitales. 

    Los seres humanos somos contadores de historias, historias que dan un sentido de continuidad a nuestras vidas (White y Epston, 1993), una coherencia, una imagen reconocible y aceptable, en definitiva, una identidad. 

    Hay historias vitales limitadoras que matan la esperanza e historias liberadoras que alientan la resiliencia, todos los relatos caben y lo importante es que se puede ayudar a la persona a transitar desde el victimismo y la vergüenza a la autoría y el orgullo. Ahora bien, hay que tener en cuenta que el sentido de la experiencia es socialmente construido (Gergen, 2006a), por lo que no será suficiente con ayudar a de-construir los relatos internos, sino además debemos ayudar a cambiar los relatos sociales que limitan la competencia y el poder de las personas. Para Cyrulnik (2009), no atender a las interpretaciones que el entorno social hace de las personas que viven la adversidad, que pueden manifestarse en forma de rechazo, paternalismo o estigmatización, supone no protegerlos del “segundo golpe”, agravando su sufrimiento. 

    En definitiva, para promover resiliencia debemos trabajar el marco narrativo personal, comunitario y cultural, pero ¿cómo hacerlo desde la intervención social? Actualmente, el enfoque narrativo (White, 2002; White y Epston, 1993) se convierte en una alternativa interesante y viable porque ofrece claves sobre cómo mantener conversaciones liberadoras con los individuos y los grupos. Este enfoque posmoderno sobre el ser humano y su manera de entender y relacionarse con el mundo, supone un giro en relación con otros enfoques cognitivos y modernistas (Gergen y Warhuus, 2001). Observemos algunas diferencias que tienen implicaciones no sólo terapeúticas, sino también sociales y educativas. 

    Desde los enfoques más cognitivistas y modernistas que guían la acción social, el lenguaje refleja la realidad. Las palabras son por tanto réplicas de la misma y la historia narrada es la única posible. Es por ello que profesionalmente dedicamos tiempo a: 

    1. Comprender de forma exacta y lo más objetiva posible el problema. 

    2. Buscar las causas que lo han provocado, explorando el interior de las personas, su mente individual. 

    3. Darle un nombre a la causa del problema, eligiéndolo de entre el amplio número de términos diagnósticos que las ciencias sociales ponen a disposición de los expertos. 

    4. Comunicar al cliente, desde la autoridad que le otorga la cultura a los técnicos, qué le ocurre y cómo se debe abordar el tratamiento. 

    5. Iniciar el proceso de intervención con el objetivo de eliminar la causa y ayudar a avanzar hacia la identidad de un individuo coherente y autónomo y autorrealizado. 

    6. El éxito del proceso de intervención dependerá de la habilidad del técnico para sustituir la historia de la persona por la historia del experto. 

    En definitiva, desde esta perspectiva la clave de la intervención psicosocial estará en detectar con precisión la causa subyacente o raíz del problema. Ahora bien, esas causas están previamente determinadas desde un grupo cultural al que se le supone autoridad y experiencia contrastada para decirle a los “otros” qué les ocurre y cómo deben solucionar dicho problema para que sus vidas funcionen adecuadamente. Entendemos que esta visión de las personas y de la intervención psicosocial, puede tener consecuencias nefastas (Gergen, 2006a), en primer lugar porque se proporciona a las personas una lección de inferioridad, aprendiendo a devaluar su propio lenguaje y sus conocimientos a favor de la visión de los expertos, reduciendo su protagonismo y autoría. En segundo lugar porque ubica el problema en el interior de la persona, negando el papel de la cultura en la vida de la gente. Y en tercer lugar 
    porque defiende que la única forma de abordar las dificultades es fortaleciendo al individuo, que debe superar en solitario toda una serie de requisitos (determinados objetivamente desde el conocimiento científico) para lograr construir una vida significativa y feliz. 

    Desde las perspectivas posmodernas y en concreto desde el enfoque narrativo, se asume que el significado no es un producto directo de la realidad, sino que las personas la construyen a medida que le otorgan significado. Por tanto, el lenguaje no refleja la realidad, ni el relato elegido para explicarla es el único posible, existiendo otras historias alternativas a las que se puede acudir para dar sentido a la experiencia. Ahora bien, la estructura narrativa elegida como dominante conforma la identidad de las personas, por lo que piensan, perciben, sueñan y toman decisiones de acuerdo con esas estructuras; de tal manera que no solo describen nuestras vidas, también las prescriben (Gergen y Kaye, 1996). Las historias dominantes están fundamentadas en las “verdades normalizadoras” de la cultura (White y Epston, 1993) ya que, como señala Pakman, “todo proceso de comunicación y por tanto del uso del lenguaje, no es ajeno a intereses políticos, económicos, ideológicos y sociales ...” (Packman, 1996:18). El enfoque narrativo anima a las personas a ser desleales con los discursos dominantes de la cultura que les roban la autoría y el protagonismo, que les dirigen la vida para que se conformen con la historia saturada de problemas, y les desaniman al hacerles creer que no es posible crear una relatos alternativos que cuestionen el orden social establecido. Así por ejemplo, Newman y Holzman (1999) ayudan a que sus clientes se conviertan en activistas políticos y a que recuperen el control sobre los acontecimientos que están influyendo negativamente en sus vidas; White y Epston (1993) realizan una terapia comprometida con retar el orden dominante; o se acompaña en la lucha contra la opresión femenina o contra los estereotipos de género (Ussher, 1991; Watson y Williams, 1992). 

    Es por ello que cuando se interviene desde el enfoque narrativo, profesionalmente se dedica tiempo a: 

    1. Escuchar la historia dominante (saturada de problemas) que conforma la identidad de la persona. 

    2. Situar el significado de la historia en un marco relacional y social, que surge a través de las conversaciones que mantenemos con los demás. No es un significado construido en el interior de la mente individual, sino colectivamente, pues son los “otros” los que nos ayudan a darles un sentido, nos indican los marcos desde donde interpretar y decidir lo adecuado o inadecuado de nuestras historias (Gergen, 1994). 

    3. Deconstruir las verdades normalizadoras de la cultura que matan la diversidad y que dan o quitan poder en función de un único modelo de individuo y sociedad. Ayudando a desarrollo no tanto un yo autónomo como un yo relacional (2006b), situándolo en una posición de interdependencia con los otros. 

    4. Promover la construcción de una relación participativa, donde el diálogo y la negociación permite que las personas asuman la autoría de sus vidas y amplíen las posibilidades de elección. 

    5. Acompañar en la búsqueda de formas útiles de re-narrar la historia dominante para trascenderla y lograr que emerjan historias liberadoras, relatos más ricos y esperanzadores que contribuyan a recomponer de nuevo la satisfacción y la calidad de vida. 

    6. El éxito del proceso de intervención dependerá de la utilidad de la nueva historia para hacer avanzar a las personas hacia la vida soñada, que ha decidido elegir entre otras muchas posibles. 

    En definitiva, desde el enfoque narrativo la intervención psicosocial debería centrarse en propiciar conversaciones que favorezcan relatos e historias liberadoras. Ahora bien, ¿qué caracteriza esas conversaciones? 


    CONVERSACIONES EXTERNALIZADORAS 

    En muchas ocasiones, la identidad de las personas que nos piden ayuda está dominada por una narración “saturada de problemas” (White y Epston, 1993). Son historias atormentadas, confusas, desgraciadas que descalifican, paralizan, niegan o limitan la identidad, el bienestar y el sentido de la eficacia. 

    “Casi siempre es la historia difícil, desconcertante, dolorosa o iracunda de una vida o de una relación ya arruinadas. Para muchos se trata de una historia de hechos calamitosos que conspiran contra su sensación de bienestar, de autosatisfacción, de eficacia. Para otros, la historia suele aludir a fuerzas invisibles y misteriosas que se introducen en las organizadas secuencias de la vida para perturbar y destruir. Y para algunos es como si, en su ilusión de saber cómo es, cómo debería ser el mundo, hubieran tropezado con dificultades para las que su relato preferido no los había preparado,” (Gergen y Kaye, 1996: 199).

    Pero, aunque saturadas de problemas, son también historias únicas, genuinas, muy valiosas, que nos las ofrecen, permitiéndonos que “toquemos sus vidas”. Ante este honor, lo menos que se puede hacer es dedicar tiempo a escucharlas con atención, ofreciéndoles un escenario en el que las personas sientan reconocimiento, protagonismo y autoría (Anderson, 1999; Anderson y Goolishian, 1996). Supone prestarles atención desde una actitud crédula (no me preocupa la verdad de la narración, me preocupa su utilidad para la vida de las personas), de curiosidad genuina (me ofrece una historia de la que nada sé pero que me fascina, me dejo atrapar por el relato) y de responsabilidad (porque deposita en mí una fe en que puedo ayudarle a recuperar el control de su vida). Supone establecer una relación de experto a experto, donde como señala Andersen (1987, 1994) el técnico gobierne no desde la jerarquía sino desde la hetarquía, es decir no de arriba a abajo sino “a través de ...”, de forma igualitaria. 
    Desde el enfoque de la narrativa, una vez narrada la historia “saturada de problemas”, el desafío es lograr promover la externalización separando la identidad de la persona del problema. Externalizar supone identificarlo y “sacarlo fuera”, porque “el problema es el problema, las personas no son el problema” (White, Epston y Lovoti, 1993). Cuando nos relacionamos externalizando, ayudamos a quitarle poder a las etiquetas patologizantes y al diagnóstico experto que normalmente se marca “a fuego” en la identidad de las gentes: “Somos una familia disfuncional”; “Tengo una personalidad dependiente”; y a validar los intentos genuinos que hacen las personas para resolver sus problemas. 

    Externalizar requiere cambios en la gramática profunda, requiere cambios en la forma en que nos comunicamos (White, 1994; Payne, 2002): “Parece que la desgana se ha apoderado de ti”; “el apoyo y el cariño desaparece en esta familia cuando aparecen las peleas”; “la agresividad te hace olvidar lo que quieres a tu madre”, “la desconfianza logra apartarte de tu pareja”, etc. Los beneficios de la externalización en la calidad de vida de las personas son diversos, así, externalizar reduce los conflictos acerca de quién es el responsable y la sensación de fracaso, reconoce los intentos de las personas para resolverlo, favorece la cooperación, se abordan los problemas de forma más desenfada y eficaz, promueve autoría, etc. Cuando las personas logran separarse del problema, no solo se identifica cómo funciona, cuáles son sus tácticas y sus aliados; sino además permite recuperar relatos acerca de cómo es la vida de la persona al margen del problema, se visibilizan sus habilidades, recursos y competencias, fortaleciéndola de esa forma para abordar con éxito la adversidad. Pero sobre todo la externalización ayuda a asumir la autoría, ayuda a que las personas se sientan capaces de intervenir en sus vidas y en sus relaciones. 

    Para externalizar se deben realizar preguntas que ayuden no tanto a obtener información, como a que las personas aclaren el relato, buscando que se genere experiencia. Hay que dedicar tiempo a descubrir cómo logra el problema derrotar los intentos de la persona por “sacudírselo”, con que aliados cuenta y por tanto, con que otros problemas aparece, en definitiva se debe dedicar tiempo a hablar acerca del efecto que tiene en problema en la vida y las relaciones de las personas: ¿Crees que la desgana te quiere?; ¿crees que es injusto que la desesperación les obligue a pelearse y a dejar de ser una familia? ¿Crees que a la agresividad le gusta verte como te peleas con tu madre? ¿Qué opinas acerca de lo que el problema quiere hacerle a tu vida?; ¿cómo consigue obligarte hacer cosas que no te gustan? En estos momentos interesa además que la persona relate cómo está contribuyendo a la supervivencia y al fortalecimiento del problema: ¿Cuando te ataca la frustración como sueles reaccionar, intentas defenderte, te distraes con otras cosas, te dejas llevar? También por la influencia de la cultura y las normas sociales hegemónicas que culpabilizan, y reducen la búsqueda de recursos creativos, inusuales, extraños pero útiles para la superación del problema: ¿Cómo puede una mujer conservar su trabajo y disfrutar de él, sin que se le considere una madre negligente?, ¿cómo han logrado hacerle creer que su rebeldía y coraje es propio de personas desagradecidas? ¿a quién le interesa que usted siga siendo una “esclava” de los demás?. 

    Externalizar el problema permite darle voz a la parte sana de las personas, a la parte que ha logrado mantenerlo alejado, permitiendo contraponerla a la voz del problema. De ahí que es importante interesarnos acerca de qué es capaz de hacer la persona al margen del problema, en qué ocupa su tiempo, qué le gusta hacer, cuáles son sus intereses, etc., con el objetivo de “iluminar” los procesos resilientes, haciendo acceder recuerdos y experiencias positivas que la acción del problema ha logrado hacer olvidar. Rastrear los intereses y cualidades de las personas obliga a focalizarse en historias de éxito y se comienza a poner los cimientos para reestablecer la esperanza y la autoría en el cambio: (“¿les parece bien si dedicamos un poco de tiempo a conocer a Elisa al margen del problema, cuando no se encuentra bajo la influencia de la Tristeza”).

    Por tanto, externalizar el problema, e identificar sus tácticas y aliados ayuda a deconstruirlo y a que la persona comience a darse cuenta que el relato saturado de problemas es uno más en el mapa, abriéndose una puerta a la posibilidad de re-narrar su identidad y recuperar el sentido de agencia personal y de autocompetencia. La externalización se logra de forma más eficaz si, una vez que conocemos cómo funciona el problema y qué planes tiene para arruinarle la vida a la gente, se le visualiza e identifica con claridad; y a modo de diagnóstico basado en el nuevo conocimiento del problema, se le da un nombre (White, Epston y Lovoti, 1993). Desde el enfoque narrativo se busca que las definiciones estén basadas en el conocimiento “popular”, teniendo como premisa básica que experimenten una sensación de agencia personal:“Los tembleques”, “El idiota”, “El Genio”; “La injusticia”; “La dominación”. 


    CONVERSACIONES QUE SE ATREVEN A DESAFIAR AL PROBLEMA 

    La terapia narrativa está sustentada en los planteamientos del construccionismo social que defiende que las ideas, los conceptos y los recuerdos están mediatizados por el lenguaje, de tal manera que no definimos el mundo que vemos, sino que vemos el mundo que definimos. De esta manera, las narraciones seleccionadas para hablar de mi identidad o de mi vida, no son más que una posibilidad entre otras muchas formas de narrar, por lo que las historias que contamos seleccionan unas experiencias y dejan fuera otras, buscando crear narrativas que sean coherentes con los relatos de la cultura en la que la persona está inmersa (“Es bueno que cada cual tome sus propias decisiones y haga las cosas a su manera”; “es un pelele porque no se impone y se sacrifica por los demás”; “es una mala madre porque prefiere que se le reconozca profesionalmente que dedicarse a cuidar de sus hijos”). 

    Por muy detallista que sea la historia saturada de problema, es imposible que abarque toda la experiencia vital de las personas y colectivos con los que conversamos. Sin lugar a dudas, la experiencia vital es más rica que el discurso, siempre hay sentimientos, recuerdos, momentos, destelllos... que el relato dominante no puede abarcar. Normalmente dejamos fuera experiencias vividas que el relato dominante no sabe donde encajar porque contradicen o no tienen en cuenta los relatos dominantes en la cultura. De ahí que uno de los objetivos de las conversaciones liberadoras es hacer acceder historias y narraciones culturalmente silenciadas, ocultas, no contadas, que desafían el discurso hegemónico, sin matices, de las “verdades normalizadoras” y que se visibilicen otros relatos más ricos y optimistas (White y Epson, 1993). De ahí que se invite a las personas a indagar las excepciones o desenlaces inesperados (de Shazer, 1988, 1999), es decir en relatos extraordinarios donde el problema ha salido derrotado o se ha mantenido alejado, recuperando experiencias olvidadas pero cruciales para cuestionar las historias saturadas de problemas: ¿en algún momento has logrado mantener el problema alejado de tu vida? ¿cómo pudo resistirse a la influencia del problema en alguna ocasión? 

    Las excepciones o desenlaces inesperados son una de las claves de la intervención psicosocial desde el enfoque de la narrativa, pues ayuda a las personas a construir una historia alternativa más útil de sí mismo y de sus relaciones. La historia alternativa permite a la persona o colectivos “re-escribirse” a sí misma de forma más positiva ¿cómo puede este descubrimiento afectar a tu manera de verte? Pero también ayuda a revisar la relación con otras personas ¿cómo podría este descubrimiento afectar a tu relación con...? E incluso a revisar su relación con el problema (al negarte a colaborar con el problema ¿cómo crees que se está sintiendo?). Cuanto más profundicemos en la historia alternativa, más posibilidades se abren de poder abordar con éxito la historia saturada de problemas. 


    CONVERSACIONES QUE AYUDAN A SOÑAR 

    Por fin, las personas que en un principio se sentían totalmente abrumadas por la adversidad, han podido sacudirse de la influencia del problema y hacer un hueco a la posibilidad de una historia alternativa más satisfactoria, encontrándose en disposición de elegir otra realidad. Es el momento de alentar los sueños, de colaborar en la construcción de futuros nuevos, de imaginar cómo será la vida sin la influencia del problema, los cambios que se producirían, los nuevos roles y relaciones que aparecerían. 

    Alentar a las personas a que sueñen la vida que desean al margen del problema es uno de los aspectos más importantes de la intervención social, pues el que las personas se visualizan triunfantes ante la adversidad tiene un efecto positivo en la acción y en el resultado final. De tal manera que el relato alternativo, la historia liberadora se asienta en las posibilidades que ofrece la imaginación, donde cualquier realidad es posible y donde se permite la realización de proposiciones provocativas (Coperrider y Whitney, 2005) que desafían el desenlace que el problema tenía pensado para la persona. Conversar acerca de los sueños ayuda además a determinar los objetivos de la intervención, a decidir de forma colaborativa que hacer para avanzar hacia el sueño, proporcionándonos indicadores de la utilidad de la intervención para la vida de las personas. 

    La mayoría de las intervenciones posmodernas para conversar sobre los sueños y que se visualicen en un futuro sin problemas, hacen uso de la “pregunta milagro” (de Shazer, 1988), propiciando un diálogo donde la prioridad es crear realidades deseadas. 

    “Supón que una de estas noches, mientras duermes, ocurre un Milagro, y no te enteras de que ha ocurrido porque estás dormido, y todo lo que quieres conseguir al venir a esta consulta se cumple ¿Cómo te darías cuenta que el milagro ocurrió?” (O’Hanlon y Weiner-Davis, 1990, pp.119). 

    Mas que una pregunta es una secuencia de ellas que pone en marcha un proceso generativo que amplía el potencial vital de las personas, invitándolas a crear algo nuevo y mejor. Es una invitación a la creatividad, a pensar fuera de los procesos y experiencias que nos anclan en el pasado. A través de la pregunta milagro invitamos a las personas a crear lo que se quiere, primero en el plano del lenguaje para después movilizar la energía en construir el puente hacia el sueño (Coperrider y Whitney, 2005). Las posibilidades de los sueños se basan por un lado en el convencimiento de que en algún momento se ha podido vivir de ese modo (acontecimientos extraordinarios) y por otro lado en los recursos y fortalezas presentes en las personas y que surgen cuando somos capaces de conocerla al margen del problema.


    CONVERSACIONES QUE RE-INTEGRAN SOCIALMENTE LA HISTORIA ALTERNATIVA 

    Las narraciones son logros relacionales y se validan en el contexto social donde se debaten, pues “nuestras relaciones crean nuestro self, en lugar de que nuestro self crea las relaciones” (Gergen, 1996). Por eso, un paso importante para la construcción de narrativas liberadoras es ayudar a las personas a que revisen, identifiquen y decidan qué grupos de pertenencia van a ser invitados a acompañarles en la historia alternativa que define ahora su identidad. Esta genera nuevos roles, responsabilidades, derechos, deberes, etc. que provocan una transición social de un estatus de identidad a otro, por lo que hay que buscar que la nueva historia sea legitimada y reconocida por la comunidad. Tiene que ver con lo que White y Epston (1993) llamaron el “club de vida”, basándose en la idea de que hay personas que han tenido un papel importante en la construcción de nuestra identidad y de nuestras historias vitales; en este sentido, se anima a la personas a re-pensar acerca de los miembros de ese “club de vida”, reorganizando no solo su presencia, sino también su rango y estatus. Estos autores organizan celebraciones, dan premios en presencia de los seres queridos, diseñan “ritos de paso” que anuncian la transición de una historia a otra, etc. En estas conversaciones debemos interesarnos sobre la persona que más se alegrarían de su “triunfo” sobre el problema, la que menos se sorprendería porque siempre creyó en su fortaleza, la que más ha tenido que ver con que la habilidad o conocimiento que le ha ayudado a afrontarlo, etc. 

    Así mismo, las conversaciones que ayudan a re-integrar socialmente la historia alternativa, animan a que se haga uso del nuevo conocimiento construido para ayudar a otras personas que estén pasando situaciones similares de adversidad. En este sentido, los estudios sobre las personas resilientes coinciden en identificar el altruismo como uno de los factores protectores más potentes, observándose el interés de estas personas y colectivos por buscar formas de que su experiencia pueda servir para generar bienestar comunitario (Vanistendael y Lecomte, 2002). 


    CONVERSACIONES QUE FAVORECEN UN CONTEXTO DE SEGURIDAD Y CREATIVIDAD 

    Alentar a las personas a ser desleales a las narrativas que no le están siendo útiles (Cecchin, Lane y Ray, 1992), puede ser visto como una amenaza a su identidad, construida con esfuerzo a lo largo de mucho tiempo. Por tanto, nuestra tarea fundamental es diseñar un escenario donde se sientan seguras para atreverse a narrar y renarrar su vida. Esto requiere, como ya explicamos anteriormente, una actitud atenta y crédula pero también curiosa ante la historia relatada, y una creencia genuina en que las personas no solo desean mejorar sino que se esfuerzan para ello. En este escenario no cabe apelar a la resistencia o al sabotaje (de Shazer, 1984) cuando la intervención no avanza hacia donde los profesionales entendemos que debería avanzar, y en caso de que sea así debemos asumir que la gente tiene todo el derecho del mundo a decidir si desea o no colaborar con la realización de acciones que consideran que podrían poner en peligro su identidad, la de su familia o la de su entorno. Hacer participe a la persona de cualquier decisión, apoyarnos en el significado que atribuyen a las acciones y en sus experiencias de éxito ante la adversidad, constituyen las actitudes que guían la relación terapeútica desde la narrativa y la resiliencia. Si las personas se sienten consultadas, tenidas en cuenta, reconocidas por sus intentos de buscar solución a sus problemas, probablemente la colaboración se desarrollará y permitirá el que se “atrevan” a construir historias liberadoras que desafíen las dificultades y la adversidad. 

    La intervención desde este enfoque narrativo también debe ayudar a que la gente reinvente sus vidas, construya el guión, le dé fuerza a determinados personajes y oscurezca la presencia de otros; por tanto narrar y renarrar también requiere de un escenario que invite a la creatividad, al juego, que permita poner en tela de juicio lo que es común y corriente, que haga creíble lo imaginario invocando el sentido poético y estético de vida. 


    CONCLUSIONES 

    Las conversaciones que mantenemos con personas y colectivos que han salido triunfantes del dolor, de la adversidad y a las que se le ha dado la oportunidad de reflexionar sobre su experiencia, nos dejan claro lo que les ayuda y lo que no les ayuda: 

    No les ayudan los expertos neutrales que no les reconocen sus intentos de buscar salida, confundiendo los manotazos desesperados (que cualquiera que se esté ahogando daría) con resistencias, retrocesos o mucho peor, alguna enfermedad mental. No les ayudan los diagnósticos acerca de su “identidad”, “de su self”, “de su mente individual” que les hacen sentir culpables, que no responsables, de sus problemas y sufrimientos. No les ayuda la búsqueda frustrante de las causas, que les obliguen a centrarse en la realidad del pasado, que les recuerda las batallas perdidas y les roba la fuerza para seguir “peleando” por los sueños esquivos. 

    En cambio, sí les ayuda contar con expertos que colaboren con ellas en la búsqueda de posibles salidas, que reconocen que los estados mentales “patológicos” no son más que convenciones sociales. Expertos que son capaces de mostrar admiración por la sabiduría de las personas para abordar los problemas, que reconocen la diversidad que conforma su identidad, que se centran en el “para qué” más que en el “por qué”, que les ayudan a recuperar sus sueños y se focalizan en los recursos y las fortalezas presentes en los individuos y en sus relaciones. Además de ayudarles a cuestionar identidades que se han vuelto limitadores e incoherentes y a construir significados alternativos más ricos y coherentes. 

    En definitiva, desde las tesis de la resiliencia y de la narrativa, la intervención psicosocial debe enfatizar el reconocimiento y comprensión de la vida de la gente a partir del poder de las palabras, de las relaciones y de la cultura. Implica asumir que las personas vivimos a través de nuestras historias y reconocer que existen “verdades normalizadoras” (White y Epson, 1993), que tienen poder para decidir las historias que debe vivir la gente, por lo que debemos apoyarles para que se atrevan a cuestionarlas y crear nuevas realidades a través del lenguaje de los sueños y de las fortalezas. Ahora bien, para incorporar este enfoque al trabajo y la intervención social, es preciso asumirlo no tanto como una técnica o metodología concreta, sino como una mirada autentica hacia el ser humano como constructor de mundos posibles. 


    REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS 

    ANDERSEN, T. (1987): The reflecting team: dialogue and metadialogue in clinical work. Family Process, 26, 415-428. 
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    ANDERSON, M. (1999): Conversaciones, lenguaje y posibilidades. Buenos Aires: Amorrortu. 
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    CECCHIN, G., LANE, G. y RAY, W. (1992): Irreverence: A Strategy for Therapist’s Survival. Londres: Karnac Books. 
    COPERRIDER, D. y WHITNEY, D. (2005): A positive revolution in change. San Francisco: Berret-Koehler Publishers. 
    CYRULNIK, B. (2001): La maravilla del dolor. Barcelona: Granica. 
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    CYRULNIK, B. (2009): Autobiografía de un espantapájaros. Testimonios de resiliencia: el retorno a la vida. Barcelona: Gedisa. 
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    GERGEN, K. (2006b): El yo saturado: Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona: Paidós 
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    Modelos explicativos de la acción de los psicofármacos y sus implicaciones en la práctica de Salud Mental (Álvaro Múzquiz Jiménez e Iván de la Mata Ruiz)

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    Hace unas semanas, tuvimos la suerte de poder saludar en persona a Iván de la Mata, coautor junto a Alberto Ortiz de un lúcido y muy necesario artículo que nos ha servido de inspiración en nuestro quehacer desde hace años. El caso es que nos ha hecho llegar un nuevo trabajo suyo, realizado junto a Álvaro Múzquiz Jiménez, que de nuevo nos ha impresionado profundamente. Este escrito recoge ideas que habíamos leído un tanto deslavazadamente aquí y allí, pero con una sistematización y un orden tales que no podemos catalogarlo sino como imprescindible. Se trata de un capítulo del libro recientemente editado por Manuel Desviat y Ana Moreno titulado “Acciones de Salud Mental en la Comunidad” y que nos permitimos transcribir de forma textual aquí para colaborar en su, en nuestra opinión, muy necesaria difusión:



    MODELOS EXPLICATIVOS DE LA ACCIÓN DE LOS PSICOFÁRMACOS Y SUS IMPLICACIONES EN LA PRÁCTICA DE SALUD MENTAL.

    Álvaro Múzquiz Jiménez*. Iván de la Mata Ruiz.**
    *MIR Psiquiatria. Instituto Psiquiátrico Servicios de Salud Mental José Germain de Leganés.
    ** Psiquiatra. Instituto Psiquiátrico Servicios de Salud Mental José Germain de Leganés.


    INTRODUCCIÓN


    Robert Castel señala cómo en el imaginario reformista psiquiátrico de los años sesenta y setenta la aparición de los modernos tratamientos psicofarmacológicos ocupó escaso lugar en las discusiones sobre los envites de la práctica psiquiátrica, y que cuando se hablaba de ellos era para limitar su importancia o reinterpretarlos a partir de algunos elementos secundarios1. Sin embargo los medicamentos psiquiátricos se convirtieron  en el denominador común de la práctica psiquiátrica siendo ampliamente utilizados en todos los servicios y en el elemento tecnológico central a partir del cual se configuró el paradigma biomédico como ideología dominante en la psiquiatría de las últimas décadas. La consecuencia  de esta ausencia de discurso bio-farmacológico en la psiquiatría reformadora  fue que se aceptó sin crítica el modelo de acción de los psicofármacos (y consecuentemente el modelo de enfermedad) propuesto por la renacida psiquiatría biomédica como si se trataran de hechos científicos incontestables y ajenos a cualquier historicidad o contingencia social. La psiquiatría comunitaria, más que integrar una tecnología, se vio colonizada por ella y por la ideología biomédica que la organizaba.


    La centralidad de la tecnología farmacológica en la práctica psiquiátrica actual se refleja en el incremento continuo del consumo de  psicofármacos que se viene produciendo en los países occidentales, multiplicándose por tres o cuatro el número de prescripciones por mil habitantes de casi todas las clases de psicofármacos en cada una de las últimas décadas, y en la ampliación de la población diana2-8. Sin embargo cada vez se tiene más datos que apuntan a que su papel está sobredimensionado tanto en su eficacia terapéutica9-13  como en la recuperación funcional14-17. Así mismo existen datos de que la utilización de psicofármacos por tiempos prolongados se relacionan con importantes efectos sobre la morbilidad y mortalidad de los pacientes18-19 y también se apunta  a que su consumo crónico podrían contribuir a empeorar el curso natural y el pronóstico a largo plazo de algunas de las condiciones en las que se indican20-26.


    Esta tecnología psicofarmacológica se organiza en torno a un modelo de racionalidad de prácticas configurado no por la aplicación univoca de un corpus teórico científico sino construido en el seno de un cuerpo social cuyas contingencias determinan su desarrollo y sus valores27-28.La alusión explícita a este modelo no aparece habitualmente en la literatura, sino que suele encontrarse de forma dispersa y poco desarrollada29. Cuando el modelo de racionalidad está explicitado es normalmente a través de una inferencia realizada a partir del análisis de elementos que lo señalan: las prácticas relacionadas con los psicofármacos (prescriptiva y de investigación), la forma en que éstos se clasifican o la omisión sistemática de descripciones de los efectos de los psicofármacos que no encajen en ese modelo29.  


    El modelo de racionalidad es, por tanto, un orden que subyace a la forma de elaborar la teoría psicofarmacológica, y que, sólo tomando cierta distancia, puede ser visto y descrito30. En este trabajo, pretendemos analizar el modelo de racionalidad de la práctica prescriptiva actual y su problemática, para después exponer un modelo explicativo alternativo de la acción de los psicofármacos cuyo principal valor es poder inscribirse de forma menos problemática en el proceso de reconstrucción de una  práctica psiquiátrica que recupere al sujeto, su historicidad y su contexto.  


    El proceso práctico de prescripción psicofarmacológica


    La psicofarmacología, como técnica en el seno de la psiquiatría, es una disciplina fundamentalmente práctica. Como tal, puede ser dividida en dos componentes: la teoría psicofarmacológica y la práctica concreta llevada a cabo por los psiquiatras. Que la teoría obedece a elementos no tematizados que constituyen su saber en un ámbito específico y que se forman tras una ruptura histórica que retiene aquellos elementos del conocimiento que pueden ser aceptados en su seno y expulsa aquellos que no, y que a esto se le ha dado el nombre de paradigma, fue ampliamente estudiado en las obras de Foucault y Kuhn. 


    Teoría y práctica están inseparablemente relacionados31, pero su relación no es la de una teoría preformada por distintos elementos, externos a la práctica, que la condicionan y que una vez desarrollada dirigirá la práctica como si ésta fuera una acción racional del psiquiatra quien, valorando las distintas opciones teóricas que existen a su disposición, elige la que cree más conveniente. La relación de teoría y práctica no es una relación de dominio y dirección de la primera sobre la segunda. Nadie tiene ni la experiencia ni la cantidad de información necesaria para tomar decisiones de esta manera32. Lo que ocurre, más bien, es que la práctica tiene su propia lógica, una  que antepone la eficacia, la simplicidad y la generalidad al rigor, y que es generada a partir de una serie de esquemas de pensamiento, percepción y acción a los que Bourdieu da el nombre de habitus31. Estos esquemas se incorporan en el psiquiatra sin necesidad de una atención explícita a postulados teóricos desarrollados previamente, y lo hacen principalmente a lo largo de su primer entrenamiento, durante el periodo formativo, con escasa flexibilidad a partir de entonces. Las primitivas disposiciones determinarán su aceptación o rechazo de lo nuevo, incluyendo incluso la forma en que el psiquiatra obtiene la información, momento en el que la teoría como tal ejercerá su máxima influencia. La información teórica escrita suele provenir de disciplinas relacionadas con la psiquiatría pero que se encuentran en los márgenes de ésta; disciplinas habitualmente dominadas y diseñadas por empresas, en este caso farmacéuticas33. Los productores de esta teoría tendrán su propio habitus. Esto es posible porque el psiquiatra no se encuentra aislado; está en un tiempo y un espacio. También lo están el paciente al que trata y aquellos que producen la información teórica a la que el psiquiatra accede. Excede al objeto de este capítulo el análisis de todas las fuerzas que influyen en la conformación del habitus. Baste decir que se podría hacer un recorrido por las mismas, desde la imitación mimética de sus “maestros” por el psiquiatra alumno, hasta las estructuras más generales y abarcadoras -sociales y económicas-, que influirán en la psiquiatría (en otros trabajos se ha señalado cómo el neoliberalismo ha transformado la psiquiatría34), pasando por la disciplina psiquiátrica en conjunto (se ha dicho que nos encontramos en un periodo de “Segunda psiquiatría biológica”35), o elementos institucionales más cercanos, como la inclusión en un sistema público de salud.


    Todos estos elementos pragmáticos e institucionales operantes se corporalizan en el psiquiatra y se materializan en lo más propiamente intrapsiquiátrico, es decir, en la experiencia psiquiátrica constituida por el encuentro del médico con el paciente36. El psiquiatra, entonces, inicia ese proceso, aún sin descifrar, de movimiento constante y alternante entre un acto de encuentro con una persona y con una instancia psicofísica37, cuyo caso más ejemplar es, precisamente, el de la práctica psicofarmacológica.


    El modelo de acción centrado en la enfermedad


    El modelo de racionalidad dominante de la practica prescriptiva actual se basa en lo que Joanna Moncrieff ha identificado y tematizado como modelo centrado en la enfermedad29. Este modelo se define por su concepción de la acción de los psicofármacos como una acción específica que corrige un trastorno mental concreto. La idea de esta especificidad se basa en una hipótesis causal de los trastornos mentales: que éstos son la consecuencia de alteraciones bioquímicas cerebrales. El modelo terapéutico acorde a esta hipótesis es que es posible la cura de los trastornos mentales corrigiendo estas alteraciones al restablecer el equilibrio bioquímico cerebral. El nombre de los grupos en que los psicofármacos se clasifican y la forma de prescripción de los mismos son un buen ejemplo para entender la influencia de este modelo38. Disponemos de los antidepresivos, estabilizadores del ánimo, antipsicóticos, etc., y de esta forma son utilizados: como fármacos que tienen la capacidad de corregir aquel desequilibrio que subyace a la depresión o la manía, a la psicosis, etc.,  y que poseen un efecto si no curativo, sí al menos corrector de los trastornos que han recibido estos nombres.


    Directamente relacionados, y acompañando a este hecho definitorio central, existen otros presupuestos: los efectos de los psicofármacos se dividirán en aquellos específicamente curativos y en efectos secundarios, y, puesto que los sujetos sanos no presentan  alteración bioquímica alguna en su cerebro, los efectos de los psicofármacos serán diferentes en estos individuos con respecto a los observados en los pacientes29, 39.


    El origen y mantenimiento del modelo.

    Aunque los psicofármacos han sido ampliamente utilizados desde antes de la llamada revolución psicofarmacológica de los años 50 del siglo XX29,39,40 es a partir de esos años cuando se producen una serie de cambios que determinarán tanto el impacto descrito en la primera parte como el desarrollo del modelo de racionalidad centrado en la enfermedad:

    1- El acontecimiento fundamental que marca el cambio es el descubrimiento de la clorpromacina en 1952 29, 39,41. El impulso político e intrapsiquiátrico hacia una integración completa en la medicina y el descubrimiento de un fármaco que por medio de su aparente especificidad podía facilitar esa integración, así como ayudar en el proceso de desinstitucionalización que ya se venía produciendo, fueron las fuerzas principales operantes del cambio. Aunque se ha mencionado no se ha insistido lo suficiente en el hecho de que automáticamente se incluyera en otra serie de prácticas y teorías que ya venían desarrollándose en el ámbito de la medicina: el descubrimiento de la penicilina y por tanto la idea y la práctica del uso de los fármacos como sustancias específicas para tratar enfermedades concretas, lo que Ehrlich denominó “bala mágica” 29,39. Si bien el uso de la clorpromacina introdujo particularidades propias de la psiquiatría, la especificidad del fármaco no podía dejar de ser  considerado  el ejemplo, el paradigma de  la bala mágica de la psicofarmacología29. Al mito de la Clorpromacina como bala mágica se une el cambio en la medicina en las últimas décadas como practica preventiva. Así los fármacos ya no son solo entendidos como un tratamiento curativo sino que además se trata de manejar factores de riesgo, por ejemplo el riesgo del suicidio en el caso de la depresión o el riesgo de que se desencadene una psicosis39. El interés actual por lo biomarcadores en psiquiatría, tanto como técnica para detección de potenciales riesgos de enfermedades mentales como para diseño de pautas farmacológicas “personalizadas” no deja de ser un nueva reactualización del paradigma de la “bala mágica”42.

    2- Además, en 1962 se institucionaliza y legaliza el modelo centrado en la enfermedad a través de la enmienda Kefauver-Harris de la FDA39,43. Esta enmienda, creada como reacción a los estragos producidos por la talidomida, obligó a las empresas a demostrar la eficacia de sus fármacos para un trastorno específico como requisito para la aprobación de su comercialización. El método elegido para esta demostración fue el ensayo clínico aleatorizado, que es el que se mantiene hasta nuestros días. Si el principal propósito de los ensayos clínicos consiste en obtener una autorización administrativa los ensayos clínicos son tomados por lo que no son. Considerados criterio de especificidad, en realidad solo deberían servir para descartar aquellos tratamientos que no funcionan. Por tanto, no se puede inducir el efecto general de un fármaco ni su especificidad para el tratamiento de un trastorno39.

    3- La posición de la industria farmacéutica en aquellos años no dejaba de ser ambivalente: se debatía entre la promoción de sus productos adaptándose al nuevo modelo y la insistencia en los efectos propios de las sustancias en cuestión29. Esta segunda posición se mantuvo durante algún tiempo puesto que parecía ser un modelo que aparentemente abarcaba un mercado más amplio. La atención mediática prestada en los años 70 a  la dependencia provocada por las benzodiacepinas (paradigma de fármaco inespecífico)  determinó finalmente que la industria aceptara el modelo centrado en la enfermedad como modelo comercial44. Ya no se trataba de convencer de las propiedades sedantes, hipnóticas, energizantes o estimulantes de los fármacos, sino de promocionar enfermedades para las que tenían un tratamiento específico. Y esas enfermedades estaban definidas y estandarizadas en las categorías diagnósticas que describía el nuevo DSM III que vio la luz en 1980. El modelo categorial de los trastornos mentales y el modelo farmacológico centrado en la enfermedad son fruto de la misma época, en un ejemplo más de cómo teoría y práctica se configuran no de forma secuencial, sino de forma interdependiente y en relación con un conjunto de contingencias sociales, políticas, económicas y culturales. Healy señala cómo la inversión pública en la investigación farmacológica empezó a decaer con la aparición de las políticas neoliberales a finales de los setenta39,44. Desde ese momento las empresas farmacéuticas toman el absoluto control sobre los datos sobre psicofármacos. Los ensayos clínicos los realiza la industria, es en su seno donde se plantean las preguntas, se diseñan los protocolos, se analizan e interpretan los datos y es esta misma industria la que controla lo que se publica45,46.

    4- Tanto en el ideario de la psiquiatría académica como en el de las compañías farmacéuticas subyace la idea de que las enfermedades mentales (sin distinción) son ocasionadas por alteraciones en los sistemas de neurotransmisión y que los fármacos actúan corrigiéndolos47. La promoción comercial48 y las campañas institucionales49,50 difunden este ideario entre la población general transformándose la idea popular que se tenía de las enfermedades mentales, más cercana a modelos psicosociales, por una narrativa de desequilibrio bioquímico que se convierte en la metáfora cultural dominante 28,51,52.


    La validez interna del modelo de acción centrado en la enfermedad


    Aunque la idea de que los psicofármacos actúan de forma específica sobre la fisiopatología de los trastornos mentales preside la investigación farmacológica y gran parte del discurso profesional o popular, la realidad es que esta hipótesis está lejos de haberse demostrado29,39,48. La debilidad del modelo parte de la debilidad de su principal postulado: los psicofármacos actúan corrigiendo específicamente las alteraciones fisiopatológicas de los trastornos mentales. La mayor justificación para la validez del modelo de acción de los psicofármacos centrado en la enfermedad sería que la patofisiología de la enfermedad se pudiera describir independientemente o de manera previa a la indicación del fármaco29,39. Como hemos señalado, el conocimiento actual de las hipotéticas bases de la fisiopatología del conjunto de los trastornos mentales es muy poco concluyente. Incluso en el caso en que se admitiesen ciertos hallazgos de alteraciones en los sistemas de neurotransmisión, como en el caso de las hipótesis dopaminérgicas de la esquizofrenia53,54, es difícil de determinar si es la causa, la consecuencia o el mero correlato de la experiencia emocional o subjetiva del estado psico(pato)lógico. En realidad las modernas hipótesis fisiopatológicas de las enfermedades mentales derivan de los mecanismos de acción conocidos o presumidos de los psicofármacos, o bien se han intentado adaptar para explicar la acción de estos 29. Este tipo de razonamiento ha sido reiteradamente criticado por partir de un error lógico conocido como la falacia post hoc: si la fluoxetina, que produce una inhibición de la recaptación de la serotonina, parece aliviar la depresión, entonces algo alterado en la recaptación de serotonina produce la depresión29,39. Sin embargo el sistema nervioso central presenta un alto grado de integración, de tal manera que la acción inicial de los psicofármacos forma parte del inicio de una larga cascada de adaptaciones del cerebro que generalmente sobrepasan los efectos iniciales55. Estas consideraciones cuestionan la simplificación de la narrativa del desequilibrio, pero, lo más importante, cuestionan en sí, la idea central de la especificidad de acción. Esto explica cómo en la clínica se utilizan fármacos similares para tratar diferentes síntomas o trastornos y cómo fármacos diferentes se utilizan para los mismos síntomas o trastornos29. Cuando se observa este efecto, la conclusión no es que la mejoría se deba a un efecto inespecífico, como por ejemplo el bloqueo emocional o la sedación, sino que estas sustancias tienen también propiedades antidepresivas o antipsicóticas.


    Implicaciones del modelo de acción centrado en la enfermedad.


    Las implicaciones que este modelo tiene para la práctica e investigación psicofarmacológicas y para la psiquiatría en su conjunto demuestran las limitaciones y potenciales efectos negativos del mismo, de los que señalamos algunos de ellos:

    1- Tendencia hacia una creciente conceptualización medicalizadora y reduccionista de los trastornos mentales al considerarlos meramente como productos de un cerebro alterado, excluyendo  los determinantes  sociales de la enfermedad tanto en su génesis como en su mantenimiento. La idea de que “las enfermedades mentales son enfermedades como cualquier otra enfermedad” tiene como referente el modelo medico más clásico de disfunción biológica 29,50.

    2- Construcción de una narrativa cultural de la enfermedad basada en el desequilibrio bioquímico en la que la identidad social queda anulada por una identidad neuroquímica del sujeto39,51. El sujeto así construido se percibe así mismo como portador de un disfunción cerebral que debe ser corregida independientemente del contexto en que hayan surgido sus problemas y minimizando su capacidad de resolución sin la intervención de la tecnología médica47. Socialmente esta narrativa parece dificultar más que favorecer la disminución de las actitudes estigmatizantes hacia la enfermedad mental50.

    3- Limitación de la participación en la toma de decisiones en la práctica al médico (como experto en la materia), excluyendo al paciente de cualquier consideración al respecto.

    4- Limitaciones propias de la investigación psicofarmacológica: al considerar que la acción de los psicofármacos es específica, en el análisis de sus efectos se presta escasa atención a aquéllos que no modifiquen los valores en las escalas de síntomas del trastorno, limitando así el análisis global de sus propiedades46. Estos otros efectos incluyen desde los considerados efectos secundarios hasta las consecuencias derivadas del uso a largo plazo o que afectan a otros ámbitos no especificados como síntomas propios de la enfermedad (trabajo, familia, etc.) y la negación de los efectos iatrogénicos46.


    El modelo centrado en la enfermedad puede ser concebido como un tipo de saber que se da en un determinado momento. Como señala Foucault56, cualquier saber se forma a través de un régimen de poder que circula entre los enunciados que lo constituyen. Los enunciados que se relacionan de esta manera son prácticas discursivas,  es decir, que son realizados por alguien (investigadores, médicos, etc.) desde algún lugar (una institución, un edificio concreto, etc.) y a través de alguna forma (leyes, artículos científicos, etc.). A la relación entre este conjunto heterogéneo de elementos (discursivos y no discursivos), Foucault le dio el nombre de dispositivo57. Como se puede ver, la práctica concreta de los psiquiatras también forma parte de este entramado. Antes utilizábamos la clorpromacina o la “bala mágica” como singularidades que nos ayudaban a ejemplificar el modelo al señalarlos como paradigmas, y los elegíamos también como origen histórico, pero no por ello se convierten en los únicos elementos individuales a considerar. Si las prácticas forman parte de la relación de poder que conforma el saber, cada acto del psiquiatra puede ser valorado de manera similar. Es decir, cada uno de estos actos es susceptible a su vez de ser señalado como paradigma, en cada uno de ellos se produce y reproduce la “bala mágica”, el paradigma del fármaco como corrector de una enfermedad. Por tanto, las prácticas desarrolladas dentro de los esquemas del habitus de los psiquiatras tienen una importancia capital en el saber configurado en torno a la psicofarmacología. Lejos de ser una conclusión determinista, estas afirmaciones apuntan hacia las posibilidades de cambio propuestas en las obras de Healy39 y Moncrieff29. Para esclarecer más esta afirmación es necesario precisar lo siguiente:

    1- El régimen de poder entre los elementos no es jerárquico y fijo, sino que se va formando por la circulación de los efectos del poder entre ellos y es susceptible de modificaciones58,59.

    2- Como indicamos al principio, existen factores prácticos a distintos niveles que influyen en la formación del habitus y la lógica práctica; no todos provienen de estructuras generales (estado, economía, industria, etc.).


    Por tanto, modificaciones de elementos a cualquier nivel pueden influir en las relaciones establecidas y con ello en ciertas prácticas discursivas en torno al saber psicofarmacológico.


    La crítica metodológica interna al saber farmacológico.


    La formalización de la investigación psicofarmacológica en las últimas décadas del siglo pasado que veíamos anteriormente a través del ensaño clínico aleatorizado ha tenido como contrapunto el desarrollo de tecnologías para el análisis metodológico crítico de la calidad de los ensayos y de la consistencia de los hallazgos, cuyo paradigma más conocido es la llamada medicina basada en la evidencia.  A este tipo de análisis crítico en el caso de la psicofarmacología le denominaremos la crítica metodológica interna, pues en último término no cuestiona el modelo de acción centrado en la enfermedad que hemos explicitado ni el problema de la validez y utilidad de las categorías diagnósticas psiquiátricas como entidades naturales. No obstante la crítica metodológica interna  cumple dos funciones importantes en el estado actual de la investigación biomédica y de la psicofarmacológica en concreto:

    1- Realiza un análisis crítico de la metodología de los ensayos clínicos.  Así en el caso de la investigación psicofarmacológica esta crítica ha señalado las limitaciones y omisiones de los ensayos clínicos: el diseño de las preguntas,  la aleatorización, el enmascaramiento, los problemas del lavado, el problema del placebo, las intervenciones control, la duración de los ensayos, las escalas psicométricas como variables subrogadas, la interpretación de los abandonos, el análisis de los efectos secundarios, la ausencia de datos de seguridad a largo plazo y de repercusión en el funcionamiento psicosocial,  la falta de análisis económicos, etc46, 60-64.

    2- Crítica política. El principal valor de la crítica metodológica interna es desvelar los conflictos de intereses, valores y  poder en la creación del conocimiento sobre todo entre la industria farmacéutica como promotor hegemónico de la investigación farmacológica y los intereses de pacientes y consumidores65-67. En este sentido se trata de una crítica política ya que su objetivo es lograr una investigación independiente o al menos transparente, regulando el acceso a los datos, transformado las agencias de regulación, controlando el proceso de publicación, denunciando los sesgos en la información a los consumidores, desvelando las relaciones entre los investigadores y el financiador y desvelando otros posibles sesgos.


    Por tanto esta crítica metodológica “interna” pretende tanto separar el grano de la paja  como construir un saber farmacológico “neutral”, libre de conflictos. La crítica metodológica en los dos aspectos que hemos señalado tiene un papel importante, pero limitado en el caso de la psicofarmacología. Como creadora de información independiente sus análisis llegan muchas veces  cuando las practicas y las ideas ya están internalizadas en el habitus del que hablamos antes y han expuesto a muchos pacientes y no tan pacientes a intervenciones farmacológicas iatrogénicas con importantes consecuencias para la salud65,66. La historia del tratamiento de las personas diagnosticadas de esquizofrenia es paradigmática en este sentido. Las primeras teorías sobre la hiperactividad dopaminérgica en la esquizofrenia supuso la exposición a megadosis de neurolépticos a los pacientes39. Cuando se vio que estas dosis no solo eran innecesarias sino que eran claramente iatrogénicas habían pasado ya dos décadas. La construcción del concepto de atipicidad por parte de la industria farmacéutica y por la academia psiquiátrica generó la idea de que existían unos nuevos fármacos menos tóxicos con perfiles receptoriales novedosos cuando lo que probablemente sucedió es que los nuevos neurolépticos se usaban a dosis comparativamente más bajas que sus predecesores68. Se crearon y se siguen creando nuevas teorías receptoriales (algunas incompatibles) para explicar los beneficios de cada nuevo antipsicótico que sale al mercado69. Dos décadas después de la introducción de los “atípicos” sabemos que estos fármacos no ofrecen mucha mayor ventaja que sus parientes lejanos, que no han transformado la calidad de vida de los pacientes, que han producido nuevos problemas como los síndromes metabólicos y que existe una correlación de los viejos y de los nuevos con disminuciones en el volumen cerebral de los pacientes18,26,63. Pero la atipicidad forma ya parte del habitus ampliándose ahora a la nueva población diana de las personas diagnosticadas de trastorno bipolar 70. Como “agenda” política su influencia es difícil de valorar tanto entre la propia comunidad  profesional como en el conjunto de los ciudadanos o en el poder político y no es el objetivo de este trabajo. No cabe duda de que la tarea de concienciar sobre los conflictos entre la lógica del mercado y los valores de salud es un trabajo a largo plazo.


    Aunque esta crítica metodológica interna no cuestiona la racionalidad de la práctica psicofarmacológica en sí, el análisis de las incoherencias, omisiones  y limitaciones de los datos lleva a autores como David Healy y Joanna Moncrieff a cuestionar las bases de esta racionalidad, a saber: la especificidad de acción de los psicofármacos corrigiendo las bases bioquímicas especificas de un estado cerebral patológico29,39. Como hemos señalado, para estos autores, esta forma de entender el mecanismo de acción de los psicofármacos es actualmente especulativa, se basa en unos cimientos muy débiles sobre los que se construyen unas prácticas discursivas sobre la enfermedad mental y el sujeto cuyas consecuencias tiene que valorarse también en un plano ético y político. Lo que omite este modelo de racionalidad y la forma en cómo se desarrolla la investigación farmacológica son los efectos subjetivos o comportamentales que producen los psicofármacos  sobre las personas que los toman46.  A continuación explicaremos de forma resumida un modelo alternativo que explica la acción de los psicofármacos basándose en sus propiedades psicoactivas y las posibles implicaciones sobre la práctica que tendría la asunción de dicho modelo. Este modelo es sugerido a lo largo de la obra del psicofarmacólogo David Healy39,68, pero es tematizado por Joanna Moncrieff en su libro “The myth of chemical cure” 29.


    El modelo centrado en la acción del fármaco.

    El modelo alternativo de entender el mecanismo de acción de los psicofármacos es considerarlos sustancias psicoactivas que inducen un estado psicofisiológico determinado que puede ser en ocasiones beneficioso en el alivio de determinados síntomas, conductas o experiencias subjetivas mientras dura el tratamiento61. Esta forma de entender cómo funcionan los psicofármacos se ha denominado modelo centrado en la acción del fármaco o sustancia psicoactiva29. La respuesta a la sustancia psicoactiva variará en función de las características químicas de la sustancia,  de su interacción con el cerebro particular de la persona que la toma y del contexto en que se prescribe, incluido el estado emocional, el contexto terapéutico y las circunstancias sociales29. Este modelo tiene varias implicaciones teóricas y prácticas:

    1- El efecto psicofisiológico alterado que la sustancia produce en sujetos sanos o en sujetos diagnosticados de un trastorno mental son similares29,39. La diferencia estriba en si este efecto puede ser útil para el funcionamiento interpersonal o social de estos últimos, al menos de forma transitoria.

    2- Los fármacos en este sentido no serían específicos de ninguna enfermedad. Fármacos similares podrían ser beneficiosos para distintos estados emocionales o experiencias subjetivas y fármacos distintos podrían beneficiar condiciones similares. La especificidad vendría dada por la cualidad del efecto psicofisiológico que induzcan, por ejemplo sedación o  bloqueo emocional, y su capacidad en aliviar determinados síntomas o experiencias de un determinado paciente29.

    3- La distinción entre efecto terapéutico y efectos secundarios pierde sentido39. La acción de los psicofármacos debe entenderse como generadora de  un efecto neurofisiológico global que puede ser terapéutica, pero que también tiene implicaciones negativas. Por ejemplo el bloqueo emocional que producen los neurolépticos que puede ayudar a disminuir la implicación afectiva de las voces es el causante a su vez del desinterés por las actividades sociales o problemas cognitivos que puede dificultar el  proceso de recuperación. La utilización de psicofármacos conlleva siempre calibrar los beneficios que puedan obtenerse con las alteraciones que inducen, especialmente a largo plazo, sobre todo al considerarlos como sustancias psicoactivas que interfieren en el funcionamiento normal del cerebro.

    4- La distinción entre drogas “recreacionales” y psicofármacos se desdibuja ya que ambas actúan sobre el sistema nervioso central causando un estado emocional o de conciencia alterado29,39. De hecho, alguno de los psicofármacos son utilizados con fines recreacionales como los estimulantes o las benzodiacepinas. Mientras que en el caso de las drogas recreacionales o el alcohol los mecanismos de adaptación que el sistema nervioso central produce en su uso continuado55 son el elemento central para explicar tanto los problemas de tolerancia y de abstinencia e incluso de las recaídas, en el caso de los psicofármacos este problema, aunque conocido, es sistemáticamente negado 21-24,71. Por ejemplo el uso continuado de neurolépticos que bloquean los receptores dopaminérgicos produce una reacción del organismo de tal manera que se incrementa el número de receptores y además su sensibilidad a la dopamina. Esto no solo produce el mismo fenómeno de tolerancia, sino que además cuando el fármaco se retira, sobre todo bruscamente, puede producir síntomas de abstinencia y la reaparición sintomatología similar al episodio que se había tratado25,72. Quizás el problema más conocido de neuroadaptación compensatoria al uso continuado de psicofármacos por su irreversibilidad y gravedad en ciertas ocasiones es la discinesia tardía68. También es importante señalar como mientras en el caso de las drogas recreacionales el énfasis está puesto en la abstinencia, en el caso de los psicofármacos el énfasis está puesto en el cumplimiento independientemente de la condición de que se trate.


    El modelo explicativo de la acción centrado en el fármaco tiene sus antecedentes en las primeras descripciones de la acción de los neurolépticos por sus descubridores. Así Deniker consideraba que los efectos terapéuticos de la clorpromacina se debían a la inducción de “una enfermedad neurológica experimental” caracterizada por una reducción de los movimientos (acinesia) y una indiferencia emocional29. De hecho las primeras clasificaciones de los psicofármacos se organizaban en torno a las propiedades psicoactivas de los mismos, distinguiéndose tranquilizantes mayores, tranquilizantes menores, estimulantes, timolépticos, etc. Actualmente y de forma no tematizada este paradigma también se puede ver en las prácticas prescriptivas actuales como cuando se  utilizan medicaciones sedantes como las benzodiacepinas y los estimulantes en niños con conductas hiperactivas. En este último caso, aunque la psiquiatría hegemónica considera este tratamiento como especifico, su mecanismo de acción en realidad se puede deducir del efecto general que las anfetaminas o metilfenidato producen en cualquier persona29: a dosis bajas incrementan el nivel de alerta y focalizan la atención y la actividad al suprimir la reactividad al ambiente, incluida la interacción social, el comportamiento exploratorio y la reactividad emocional, mientras que a dosis altas al aumentarse este efecto se producen comportamientos compulsivos,  estereotipias y un incremento de la actividad motora.


    En este modelo, determinar los efectos neurofisiológicos que produce cada fármaco a corto y a largo plazo resulta crucial para confrontarlo con los efectos que el paciente u otros pretenden obtener. Como hemos señalado antes el problema del  ensayo clínico estándar frente a placebo es que no pude distinguir si el fármaco está actuando de forma específica frente a una enfermedad o si por el contrario está actuando de forma inespecífica induciendo un estado neurofisiológico alterado que disminuye las manifestaciones sintomáticas o modifica la intensidad o forma en que se perciben (por ejemplo produciendo sedación o indiferencia emocional)46. El modelo de acción centrado en las propiedades psicoactivas de los fármacos tiene la limitación de que tampoco existe una investigación específicamente diseñada para conocer con precisión los efectos en la experiencia subjetiva, estado de conciencia, cambios comportamentales de los distintos psicofármacos73,74. Por tanto su conceptualización no está todavía suficientemente sistematizada, pero articula un marco en el que explorar el conjunto de efectos de los psicofármacos. Para Moncrieff determinar con precisión estos efectos debería ser el elemento central de la investigación farmacológica, dado que frente a las hipótesis que postulan que los psicofármacos actúan sobre la base biológica de los trastornos mentales, es mucho menos especulativo. Pese a no existir una descripción precisa de los efectos que produce cada clase de psicofármacos sí que existen datos para hacer una aproximación fiable de los efectos característicos de los principales psicofármacos. En la Tabla I se muestra un intento de clasificación de los psicofármacos en función de sus propiedades psicofisiológicas.


    Implicaciones del modelo de acción centrado en el fármaco.  


    La comprensión de la acción de  los psicofármacos desde sus efectos psicofisiológicos implica una nueva problematización de su utilización ante la que aparecen también distintas lecturas y discursos divergentes que en cierto sentido permanecían silenciados en el paradigma curativo dominante. Plantea un nuevo marco en el que poder discutir cuestiones terapéuticas, éticas y políticas del uso de los psicofármacos. Scherman tipifica estas visiones entre dos extremos: las visiones distópicas y las visiones utópicas de la tecnología farmacológica75. En un extremo están los que como Peter Breggin  resaltan los efectos tóxicos e invalidantes y la dependencia de las drogas psiquiátricas incidiendo en los aspectos coercitivos y el abuso de la psiquiatría biocomercial76. En el otro  estarían los que consideran algunos psicofármacos como tecnologías capaces de potenciar  determinadas cualidades humanas, cuyo representante paradigmático es Peter Kramer77 y que ponen sobre el tablero la problemática de la llamada psicofarmacología cosmética y la medicalización, de similares características a los sucedido con la disfunción eréctil o la hormona del crecimiento52,78.  Sin embargo la tecnología psicofarmacológica no tiene por qué tener un valor intrínsecamente negativo o alienante ni ser una panacea, sino que se puede conceptualizar de otra manera y situarla en otro orden de legitimidad, en otro discurso79.


    El modelo explicativo de la acción de los psicofármacos centrado en sus propiedades psicoactivas, como hemos apuntado, se basa en la constatación de que los fármacos tienen efectos psicofisiológicos y que estos no difieren entre los que caen bajo las categorías diagnósticas y los que no. Este hecho puede explicar por si mismo los efectos terapéuticos o iatrogénicos de los psicofármacos en espera de si se confirman o no las hipótesis fisiopatológicas que se viene sucediendo en las últimas décadas sobre la naturaleza de las problemas mentales. Aceptar un modelo de acción centrado en el fármaco podría tener una serie de implicaciones en la práctica psiquiátrica: 

    1- Sobre el concepto de enfermedad. La idea de que los psicofármacos “curan” o “restablecen el orden cerebral” sobre la que se basa la psiquiatría biomédica conlleva implícitamente la conceptualización de los síntomas o de las enfermedades como carentes de sentido, como productos descontextualizados de un cerebro alterado. Sin embargo el principio de racionalidad centrado en los efectos psicoactivos de los fármacos se adapta mejor a un modelo biopsicosocial de los trastornos mentales al no implicar una causalidad biológica determinista. Los psicofármacos así entendidos son compatibles con una comprensión de los problemas mentales como manifestaciones  de la  variedad de respuestas del ser humano ante los desafíos de la vida social.  


    Hemos visto también cómo el mito del fármaco curativo contribuye a la construcción de una narrativa de enfermedad en la que los pacientes y los psiquiatras pueden llegar a entender las experiencias subjetivas en términos de desequilibrios bioquímicos. Hemos señalado antes los posibles efectos alienantes de esta narrativa. La necesidad del tratamiento psicofarmacológico se ha basado en la promoción de esta idea de forma repetida tanto por  los líderes de opinión de la psiquiatría como por la industria farmacéutica. Las personas definen su demanda en muchas ocasiones en estos términos.   El modelo centrado en las propiedades del fármaco, sin embargo, cuestiona esta identidad medicalizada determinista y visibiliza el conjunto de determinantes sociales ante los que el individuo responde. El sujeto aquí apelado es un sujeto activo tanto en la comprensión de su problemática como en la resolución,  si es posible, de la misma.

    2- Sobre la centralidad del psicofármaco en la práctica psiquiátrica. Si los psicofármacos se entienden como curativos o como correctores de un desequilibrio interno implícitamente se establece una jerarquía terapéutica en el que el primer lugar lo ocupa el fármaco. Como hemos visto esta centralidad no se corresponde con los datos de eficacia,  efectividad o recuperación funcional de las intervenciones farmacológicas actuales. Con esta teoría el psiquiatra tiende selectivamente a ver los efectos positivos de los psicofármacos y a minimizar como necesarios los efectos negativos que produce su acción global. La desmitificación del poder curativo del fármaco  nos lleva a entender la práctica psicofarmacológica como intervención mucho más limitada. Si la acción de los fármacos se comprende desde la idea de que sus propiedades psicoactivas inducen estados mentales que pueden aliviar  algunas de las experiencias o estados emocionales, su utilización estará al servicio de otras intervenciones o mientras el paciente lo necesite en función de su propio  proceso de recuperación.  


    La idea de que los fármacos son curativos lleva pareja la idea de la necesidad de un tratamiento, casi siempre prolongado, cuando no de por vida.  Así las recaídas de las distintas enfermedades son entendidas como producto de la falta de la sustancia o de la dosis necesaria de la sustancia que corrige la alteración subyacente. Esta simplificación amplifica el poder preventivo atribuido a los psicofármacos: no tiene en cuenta la historia natural de las condiciones psiquiátricas, el papel de los factores estresantes, los procesos de recaída debido a los problemas de neuroadaptación y abstinencia o el papel de las reacciones psicológicas y atribuciones de los pacientes o el entorno al retirar la medicación y verse sin el fármaco protector, lo que puede entenderse como una forma particular de efecto nocebo71.  La idea de que los fármacos simplemente actúan sobre los síntomas o experiencias subjetivas de los pacientes debido a sus propiedades psicoactivas acota mucho más las situaciones que justifican los  tratamientos prolongados y el supuesto efecto preventivo debe balancearse con la prevención de los riesgos derivados del propio tratamiento como por ejemplo los síndromes metabólicos, los efectos neuropsicológicos o los fenómenos de dependencia (véase el capítulo de prevención cuaternaria de este mismo libro). El tratamiento continuado estaría justificado  en primer lugar si el paciente continúa con síntomas o experiencias que le son desagradables y en su propia experiencia considera que los fármacos le producen alivio y en segundo lugar si los factores estresantes se mantienen e igualmente el paciente siente ayuda de la medicación para enfrentarlos.  En psiquiatría existen condiciones en las que los pacientes deben tomar medicaciones de forma continuada por lo disruptivo de sus experiencias, en ocasiones sin el acuerdo del paciente, pero debemos ser honestos en admitir que no estamos curando una enfermedad, sino controlando unos riesgos sociales quizás de una forma menos coercitiva que con otras medidas. El debate se abriría a un plano político y social y no a una cuestión meramente médica. Por otro lado la necesidad de un tratamiento prolongado está en relación con la calidad y cantidad de las intervenciones psicosociales que existan en los servicios.

    3- Sobre el papel del paciente en la toma de decisiones. Uno de los cambios más importantes en la práctica de la medicina en las últimas décadas es el respeto de la autonomía de los pacientes a la hora de la toma de decisiones acerca de las intervenciones de salud. Hasta hace no mucho los pacientes psiquiátricos eran considerados como incapaces de tomar decisiones, de tal manera que cualquier intervención sobre ellos se podía justificar en pos del tratamiento. Se conocía poco sobre lo que pensaban los pacientes sobre sus tratamientos y lo que querían sobre ellos. Esta situación está cambiando y la gente quiere conocer los pros y contras de las intervenciones que se le ofrecen y tener una participación más activa en la toma de decisiones. En psiquiatría la idea de que los fármacos son curativos y que su retirada lleva en la mayoría de los casos a la reaparición de la enfermedad de base, suele omitir cualquier discusión tanto de los psiquiatras como de los pacientes sobre los efectos globales que los fármacos les están produciendo. Para Healy la idea del fármaco curativo establece una relación implícita basada en el poder que puede llevar patrones de prescripción abusivos68. En el modelo de acción centrado en las propiedades psicoactivas del fármaco el paciente es entendido también como un experto en valorar los efectos generales que le producen y valorar los pros y contras de su utilización de una forma más democrática que si su uso se entiende como inevitable debido a su poder curativo sobre un desorden existente. Este modelo puede promover un mayor proceso de decisión compartido e informado en la que la evaluación de los efectos sea bidireccional. Muchos pacientes y psiquiatras ya utilizan los psicofármacos de esta manera, adaptando las pautas de tratamiento de forma individualizada a las necesidades y experiencias por las que atraviesan.


    Podría pensarse que las anteriores consideraciones son perfectamente asumibles dentro del modelo de explicación “curativo” del psicofármaco, mediante una utilización más juiciosa de la tecnología a través de una depuración teórica. Este intento no ha conseguido cambiar las prácticas hasta la fecha pues no tiene en cuenta el efecto discursivo o paradigmático al que hemos hecho alusión.  Consideramos que el modelo explicativo de la acción de los psicofármacos centrado en sus propiedades psicoactivas permitiría en definitiva articular un discurso, con bases empíricas más sólidas, sobre la tecnología farmacológica más acorde con el llamado modelo biopsicosocial y que integre la psicofarmacología en las prácticas de salud mental comunitaria con un paradigma más acorde con sus principios. Compartimos la idea de los autores de un editorial del British Journal of Psychiatry titulado “no hay psiquiatría sin psicofarmacología”, pero debemos preguntarnos qué psiquiatría y qué psicofarmacología.  Como señalan estos autores la formación en psicofarmacología tiene actualmente importantes déficits en las competencias que deben tener los psiquiatras en su proceso formativo, pero igualmente cabe preguntarse sobre qué tipo de paradigma debe instruirse. Conocer los efectos psicoactivos de los psicofármacos  y las experiencias de los que los reciben forma parte de esta necesidad de conocimiento.


    Conclusiones


    La psicofarmacología es central en el conjunto de la psiquiatría y está conformada por una serie de prácticas y elementos teóricos no del todo organizados. Los autores que han buscado alguna organización interna de las teorías dominantes han concluido que éstas se pueden reunir en torno a un modelo al que se ha llamado modelo centrado en la enfermedad. Este modelo tiene escasa evidencia que lo sustente, se apoya en gran parte en determinados intereses (comerciales y corporativos) y, además, presenta una serie de inconvenientes que hemos expuesto: medicalización, efectos sobre la narrativa del sujeto, sobre la participación de los pacientes en la toma de decisiones y limitaciones de la propia investigación en psicofármacos. Frente a este panorama tres grupos principales aparecen como reacción: la crítica interna, la oposición total a la psicofarmacología y por extensión a la psiquiatría en conjunto, y, por último, la proposición de cambios teóricos y prácticos que faciliten la organización en torno a otro modelo que rectifique parte de los inconvenientes mencionados y se ajuste más a la evidencia actual de la acción de los psicofármacos. Éste último es el trabajo de David Healy y Joanna Moncrieff y su agenda de desarrollo está contenida en las características e implicaciones del modelo centrado en el fármaco. La propuesta del modelo centrado en el fármaco no hay que entenderla como una simple sustitución de un modelo por otro, sino como la articulación teórica de prácticas que ya se vienen produciendo, la recuperación y el desarrollo de una teoría más ajustada a la evidencia en torno a la acción de los psicofármacos y, por último, como un intento de que esas prácticas y la teoría desde esta perspectiva actúen con más fuerza en las relaciones de poder, y, por tanto, que no sean colonizadas, sino que influyan en la producción del discurso científico.


    Mientras no haya otra evidencia sobre las bases fisiopatológicas de la enfermedad mental y sobre la acción de los psicofármacos, el modelo centrado en el fármaco se presenta como la mejor respuesta a las necesidades de la práctica cotidiana y  la comprensión del efecto de los psicofármacos sobre los pacientes.


    TABLA I. ESQUEMA DE CLASIFICACIÓN CENTRADO EN EL FÁRMACO*
    Clase farmacológica
    Efectos característicos generales
    Butirofenonas (ej.: haloperidol)
    Efectos parkinsonizantes como reducción del movimiento (acinesia) y de la actividad mental, indiferencia emocional, falta de motivación junto con disforia e inquietud (acatisia).
    Fenotiazinas y fármacos afines (ej.: clorpromacina). Algunos antidepresivos tricíclicos (ej.: amitriptilina)
    Los mismos que las butirofenonas más otros como la producción de una mayor sedación
    Derivados de las dibenzodiacepinas y tienobenzodiacepinas (ej.: clozapina y olanzapina)
    Efectos parkinsonizantes leves junto con una sedación intensa y alteraciones metabólicas
    Benzodiacepinas (ej.: diazepam y lorazepam)
    Sedación, euforia, desinhibición, relajación muscular
    Barbitúricos
    Sedación, euforia, desinhibición
    Opiáceos
    Sedación, analgesia, euforia, indiferencia emocional
    Estimulantes del SNC (ej.: anfetaminas, metilfenidato, cocaína)
    Estimulación fisiológica: aumento de la activación y atención, reducción del sueño, aumento de la frecuencia cardiaca y euforia
    ISRS (ej.: fluoxetina, paroxetina)
    Leve somnolencia, agitación ocasional, posible indiferencia emocional, efectos gastointestinales y en el funcionamiento sexual.
    *Adaptada de Moncrieff, 2008.29


    Reseñas

    Moncrieff J. The myth of the chemical cure. 1ª Ed. New York: Palgrave Macmillan. 2008.
    Análisis crítico del modelo de racionalidad de la psicofarmacología centrado en la enfermedad, del que se discute su consistencia. Se propone el modelo centrado en el fármaco como una alternativa más acorde al estado de conocimientos provenientes de la investigación y se exponen las ventajas que presentaría este modelo frente al anterior.

    Healy D. The creation of psychopharmacology. 1ª Ed. Cambridge: Harvard University Press. 2002. Libro fundamental en el análisis del surgimiento histórico de la psicofarmacología en el seno de la psiquiatría y del impacto que esa tecnología ha supuesto, no sólo en esta disciplina, sino en la configuración de la sociedad y en la forma de entendernos a nosotros mismos como individuos. 


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    Hasta aquí, la transcripción íntegra del texto de Álvaro Múzquiz e Ivan de la Mata. Creemos que debería ser de lectura obligada para todos los profesionales, quienes deberíamos reflexionar acerca de nuestras acciones y omisiones a la hora de la prescripción farmacológica, pensando en las personas a quienes tratamos.






    Hay muchas formas de matar (Juan Gérvas)

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    Como sin duda sabrán, desde el pasado 1 de septiembre, el estado español ya no proporciona asistencia sanitaria a las personas que denomina “inmigrantes irregulares”. Pretende justificar dicha decisión por un supuesto ahorro económico que no será tal, puesto que lo no invertido en atender procesos crónicos traerá consigo un aumento del gasto en la atención a Urgencias, así como mayor sobrecarga aún de dicha atención. Además, aun cuando dicho ahorro fuera cierto, que no lo es, se conseguiría a través de condenar a la enfermedad y la muerte a miles de personas. ¿O qué cree el Gobierno que ocurrirá cuando los enfermos de SIDA, o diabetes, o cáncer, no puedan seguir tomando sus medicaciones? Por supuesto, objetamos a dicha ley y recomendamos a todo compañero a que haga lo mismo, a través, por ejemplo, de la campaña puesta en marcha por Médicos del Mundo. Pero la objeción no arregla el problema, que sólo se solucionaría con la inmediata retirada de la ley.

    Hemos oído varias veces el argumento de que estas personas llamadas “inmigrantes irregulares” no tienen derecho a la asistencia sanitaria porque no pagan impuestos. Pero dicho argumento es mentira, porque pagan todos los impuestos indirectos en lo que consumen, como nuestro ya más que crecidito IVA. Y si no pagan IRPF no es porque evadan a paraísos fiscales, como muchos próceres de la patria, sino porque cuando se les contrata ni siquiera se les deja regularizar su situación. Pero el mejor razonamiento del verano en este tema fue el que decía que “vienen a este país a aprovecharse”. Parecemos olvidar, en este país tan tradicionalmente racista, que la mayoría de estas personas llamadas “inmigrantes irregulares” vienen de Sudamérica o África, efectivamente en busca de un bienestar, tanto en el aspecto sanitario como en otros, del que sus países de origen carecen. Y nos preguntamos: ¿que sus países carezcan de estas ventajas no tendrá algo que ver con que nosotros, en la vieja Europa, nos dedicáramos durante cientos de años a robarles, explotarles y asesinarles de forma sistemática? Si no doliera, sería casi gracioso que después de siglos de quitarles todas sus riquezas, recursos, cultura, dignidad y, por millones, sus vidas, ahora encima nos ofendemos porque vienen a intentar mejorar aquí sus posibilidades de futuro y las de sus hijos. Igual cuando nosotros tengamos que emigrar para trabajar en sacarle brillo al culo de Alemania, parafraseando a Sabina, no nos gusta que nos dejen, por ejemplo, sin atención sanitaria.

    En fin, como siempre, creemos que nuestra posición ha quedado clara. Para expresarlo mejor, recogemos a continuación textualmente un escrito del imprescindible Juan Gérvas, que suscribimos plenamente y a cuya difusión queremos contribuir:



    HAY MUCHAS FORMAS DE MATAR

    Te pueden matar de muchas formas. Hay muchas formas de matar. Pueden meterte un cuchillo en el vientre. Pueden pegarte un tiro en la nuca. Pueden reventar el tren en el que vas a trabajar. Secuestrarte e "irse de la mano". Quitarte el pan. Llevarte al suicidio. No curarte una enfermedad.

    Hay muchas formas de matar. Algunas están prohibidas en España.

    El día 1 de septiembre de 2012 se añadirá una forma legal de matar en España. El 1 de septiembre de 2012 se negará la atención sanitaria ordinaria en los establecimientos públicos a los extranjeros mayores de 18 años no registrados ni autorizados como residentes en España (salvo en caso de embarazo, parto y puerperio). Se autoriza su atención de urgencias por enfermedad grave o accidente.

    El Gobierno de España sostiene que no puede pagar esa atención a enfermos "no urgentes" y con ello condena a la muerte a los enfermos crónicos del colectivo de extranjeros mayores de 18 años no registrados ni autorizados como residentes en España. Muerte por SIDA, por ejemplo. Muerte por cáncer. Muerte por falta de insulina. Muerte por falta de diálisis renal. Muerte sin consuelo en el paciente terminal. Muerte por tuberculosis. Suicidio por falta de medicación al esquizofrénico. Muerte por enfermedades crónicas que requieren tratamiento vital. Sufrimiento y muertes "legales" en España.

    No será el Gobierno ni ningún parlamentario, ni político alguno del PP el que ejecute a los extranjeros no registrados ni autorizados como residentes en España. El Gobierno espera que los profesionales sanitarios cumplan la función de verdugos que les ha asignado, por Ley. Los administrativos, enfermeras, médicos, farmacéuticos y otros que ofrecen servicios sanitarios imprescindibles para vivir matarán por negación de atención a los extranjeros mayores de 18 años no registrados ni autorizados como residentes en España .

    El Gobierno de España dice que "hay que cumplir la Ley", pero no da instrucciones concretas por escrito, pues se podría acusar ante la Justicia al que las firmara de "denegación de auxilio", y puede llegar a la "omisión del deber de socorro".

    El Gobierno de España dice que no se puede objetar la Ley que convierte en verdugos a los profesionales sanitarios. Pero tolera la objeción contra el aborto voluntario, legal en España. "Esa es otra cuestión" dicen; "es vida" dicen. ¿Qué hilo se rompe al cumplir los 18 años para que cese el derecho la vida?

    El Gobierno de España, mientras tanto, deja de cumplir con sus obligaciones y hace dejación de sus funciones y no carga a los sistemas sanitarios de la Unión Europea los servicios que se presta a sus ciudadanos, en cifra que ronda los 500 millones de euros. Son también extranjeros, pero "de los nuestros". No hay que matarlos, está prohibido (y tienen quien les defienda).

    El Gobierno de España dice que "no puede atender a la población del mundo entero", pero no permite matar dejando sin atención urgente por enfermedad grave o accidente a los extranjeros no registrados ni autorizados como residentes en España. Sería demasiado evidente, se podrían hacer fotografías, entrevistas, relatos y habría un escándalo mundial. Hay formas y formas de matar.

    El Gobierno de España lo forman políticos del PP y lo apoyan parlamentarios del PP, con mayoría absoluta. Quienes votaron al PP nunca pudieron imaginar que iban a ser "cooperadores necesarios" de muertes, nunca nadie les anunció que serían "cómplices" de quienes matan con una nueva legislación, negando tratamientos.

    El PP es un partido demócrata-cristiano que defiende una Europa de valores, unida, abierta, más humana y que abraza la diversidad. Cuesta creer que cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria pueda decir a los parlamentarios y políticos del PP: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me distéis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme". Contribuyen a avivar las llamas del infierno en la Tierra, cuesta creer que lo hagan en nombre del Hijo del Hombre.

    No hay ahorro, sino negación de atención. Los extranjeros mayores de 18 años no registrados ni autorizados como residentes en España pagan los impuestos de todos los bienes y servicios que consumen (al llamar por teléfono a su país, al comprar pan, al utilizar el transporte público, etc). Esos impuestos cubren parte de su gasto sanitario, no se les regalaría casi nada. Pues, además, consumen menos recursos que los nacionales y muchos menos que los extranjeros de la Unión Europea.

    Los extranjeros mayores de 18 años no registrados ni autorizados como residentes en España podrán ser donantes de órganos, pero no podrán recibirlos. ¿Los queremos para eso, para que mueran y extraerles los órganos?

    Hay muchas formas de matar. Pueden meterte un cuchillo en el vientre. Pueden pegarte un tiro en la nuca. Pueden reventar el tren en el que vas a trabajar. Secuestrarte e "irse de la mano". Quitarte el pan. Llevarte al suicidio. No curarte una enfermedad.

    ¡Caiga sobre las cabezas de los políticos del PP la sangre y el sufrimiento de tantos que sufrirán y morirán por aplicación del Real Decreto Ley 16-2012!





    Texto elaborado por Juan Gérvas, médico general, Equipo CESCA, Madrid (España), Doctor en Medicina. jgervasc@meditex.es  www.equipocesca.org  A partir de una poesía de Bertold Brecht. Se ruega su difusión. Se  puede "colgar" en páginas y bitácoras (blog) sin pedir permiso ni notificar al autor.


    De juicios y prejuicios

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    La cuestión de la subjetividad en Psiquiatría es un viejo debate en el que nos gusta entrar habitualmente, pensando que tal vez es dejado de lado con demasiada frecuencia y no sin ciertos efectos colaterales de dicha dejación. Ya hace años que discutíamos con algún amigo sobre la posibilidad o no de la objetividad en Psiquiatría, especialmente en lo referente a la aprehensión de síntomas como paso previo para la formulación de un diagnóstico. Se nos decía que, por supuesto, dicha objetividad era posible, que se podía captar el síntoma y, mediante la agrupación de varios y un modelo de criterios operativos tipo DSM, llegar a un diagnóstico. Un poco la idea, que también sostuvimos de jóvenes, de que el diagnóstico era una cuestión de pericia en captar lo que, de alguna manera, venía dado en la naturaleza, es decir, en la psicopatología del paciente. Pero el caso es que ya no somos jóvenes y, aunque reconocemos sin duda la diferencia entre un clínico hábil a la hora de la exploración psicopatológica y otro torpe (porque hemos visto con frecuencia trabajar tanto a unos como a otros), ya no nos parece tan claro (más bien oscuro, oscuro) eso de que los síntomas estén ahí, objetivamente, en la psicopatología del paciente, esperando ser captados.

    Más bien creemos que existe una construcción psicológica y social del síntoma, posterior a su construcción biológica como producto de un sistema nervioso humano (porque no creemos que venga de ningún ente inmaterial, luego, sea el síntoma de origen genético, físico, psicológico o social, sus manifestaciones se realizan siempre a través de un organismo biológico y, en concreto en Psiquiatría, a través del sistema nervioso central de dicho organismo). Sobre el hipotético síntoma originario biológico, el sujeto lo experimenta en base a sus propias coordenadas psicológicas (como sucede, sin ir más lejos, con el dolor, que es un síntoma de origen físico al que la valoración psicológica del mismo modula de forma extraordinaria) y, por supuesto, en estrecha relación con ellas, a través de sus coordenadas sociales. Una vez experimentado, se comunica, mediante lenguaje verbal o no verbal, siendo, sobre todo en el primer caso, modificado o bien por no existir palabras en el lenguaje común para expresar determinados síntomas psicóticos que son, por definición, inefables; o bien simplemente porque la persona que los experimenta no quiere dar parte o toda la información sobre lo que siente. Y tras este camino, el síntoma así revestido de significados psicológicos y sociales del paciente y más o menos modificado por distintas motivaciones o directamente distorsionado por carencias del lenguaje común no psicótico, llega finalmente al clínico, que lo escucha u observa. Y éste, evidentemente, tampoco es una tabula rasa donde el síntoma queda inscrito, sino que es a su vez un sujeto con determinados condicionantes psicológicos o sociales que modulan la información recibida y que provocan, con independencia absoluta del síntoma biológico originario, que sea catalogado de una manera u otra e incorporado posteriormente al concreto modelo del funcionamiento mental patológico que tenga ese clínico y que muchas veces depende de algo tan prosaico y poco “objetivo” como dónde haya hecho su formación y qué influencias le han llegado, por las que se convierte en un furibundo neurobiologicista o en un recalcitrante psicoanalista kleiniano… o cualquier otro sistema de creencias sobre el psiquismo humano sólo aparentemente menos radical…

    El DSM es un sistema clasificatorio que presume de ser objetivo y ateórico y se reclama deudor de la fenomenología a la hora de captar mediante un método puramente descriptivo, los síntomas que luego son contados para llegar a un diagnóstico u otro. Nada más falso. La fenomenología pretendía captar la esencia de las cosas percibidas, argumentando que lo que percibimos es lo que existe, sin necesidad de pasar por una representación mental construida a partir de la percepción y que siembra para siempre la duda de qué existe en realidad y qué no, ya que sólo tenemos acceso a dichas representaciones… La fenomenología acaba, o así lo pretende, con la representación como intermediario y plantea que lo percibido es la realidad. Sin entrar, porque carecemos de formación para ello, en semejante polémica y mucho menos atrevernos a tomar partido en la misma, nos parece que una cosa es plantearse la existencia real de la mesa que tenemos delante (es decir, si al percibirla podemos contar con que existe o si sólo podemos saber que tenemos una representación mental de dicha mesa con unas cualidades que nuestros sentidos dicen que tiene, en cuanto a color, forma, tacto, etc., pero sin poder aseverar sin duda que la mesa realmente exista, más allá de nuestra representación), y otra cosa es plantearse la existencia objetiva de un síntoma psiquiátrico. Nos valdremos de un ejemplo: una alucinación visual.

    Cuando una persona nos relata, por ejemplo, que hace tres semanas, conduciendo tranquilamente, de pronto vio en el cielo un conjunto de imágenes de dioses y santos que le provocó una enorme sensación de bienestar y poder, ¿qué síntoma capta el clínico? Según las esperanzas de la psiquiatría que podríamos llamar objetivista (ingenua, pero objetivista) el clínico capta el síntoma objetivamente. Pero creemos que es algo más complicado:

    - Si esa persona ha sido catalogada previamente como un neurótico de tipo histérico, el clínico considerará que el relato efectuado implica un síntoma no genuinamente psicótico, sino una alucinación visual en el contexto de un cuadro disociativo.

    - Si esa persona ha sido catalogada previamente como afecta de demencia, el clínico considerará que el relato efectuado implica un síntoma psicótico genuino en el contexto de un deterioro cognitivo.

    - Si esa persona ha sido catalogada como esquizofrénico, entonces es más complicado todavía, porque ya pasa a depender también de la posición previa del clínico acerca de la psicopatología de la esquizofrenia:


    • Si el clínico cree que en la esquizofrenia aparecen alucinaciones visuales, entonces catalogará como tal alucinación visual el relato efectuado por el paciente.


    • Si el clínico cree que en la esquizofrenia la aparición de alucinaciones visuales es sumamente infrecuente, entonces catalogará el relato efectuado como un recuerdo delirante del paciente de una experiencia que, en realidad, nunca ocurrió.

    O sea, que el relato queda catalogado como “síntoma psicótico-alucinación visual”, o “síntoma no psicótico-alucinación visual” o “síntoma psicótico-recuerdo delirante”, en base no a nada de lo que el sujeto ha dicho respecto de su experiencia, sino respecto a la idea previa que el clínico tiene de él o, mejor aún, respecto a la idea que el clínico tiene acerca de su patología. Resumiendo, que los juicios previos del clínico sobre esta persona o su trastorno, condicionan la valoración del supuestamente objetivo síntoma. Y los juicios previos, como todo el mundo sabe, no son otra cosa que prejuicios.

    Por esto también, es sumamente difícil estudiar desde un punto de vista empírico la esquizofrenia, o cualquier otra enfermedad mental, para averiguar características como si presenta alucinaciones visuales o no o, una cuestión más interesante aún, si puede curarse o no. Y es sumamente difícil (por no decir imposible) ya que carecemos de ninguna prueba objetiva que nos asegure que el grupo de pacientes a estudiar son realmente y sin ninguna duda esquizofrénicos (suponiendo que la esquizofrenia sea más o menos una entidad natural susceptible de ser detectada por una prueba objetiva, cosa que nadie ha demostrado).

    Es decir, y recurriendo a ejemplos de los que hablamos ya en alguna ocasión, si tenemos 100 pacientes con VIH podemos saber cuántos evolucionan a SIDA en determinado tiempo. Porque sabemos que esos 100 son, seguro, VIH (por determinación analítica) y se trata de ver la evolución.

    Pero si estudiamos 100 esquizofrénicos para ver cuántos se curan, resultará que si el juicio previo (es decir, el prejuicio) del clínico es que la esquizofrenia se puede curar, dirá que determinado número efectivamente se ha curado al quedar asintomáticos (¿o es que nadie ha visto asintomático durante años a alguien previamente diagnosticado de esquizofrenia?). Pero si el juicio previo (es decir, el prejuicio) del clínico es que la esquizofrenia no se cura, entonces considerará retroactivamente que esos pacientes curados no eran esquizofrénicos en realidad, sino que estaban mal diagnosticados y tenían otros trastornos. Es decir, nuestros juicios previos (insistimos, prejuicios) condicionan el resultado de los experimentos que diseñamos para intentar captar nuestro campo de estudio. No sé a ustedes, pero a nosotros no nos parece el colmo de la objetividad, que digamos…

    De todas maneras, y como decimos con frecuencia, si la Psiquiatría es necesariamente subjetiva eso no es ni bueno ni malo. Es el estado de cosas de nuestra disciplina. ¿Qué algún día habrá una analítica para diagnosticar al 100% de seguridad la esquizofrenia? Ojalá, porque así no diagnosticaríamos como esquizofrénico a quien no lo fuera, pero como, en esta entrada, intentamos quedarnos a un nivel epistemológico científico, no hablamos de promesas futuras de eventos que no han llegado ni nadie ha visto… El problema, desde nuestro punto de vista, no es que la Psiquiatría sea subjetiva. Eso no es un problema, es un hecho (puede considerarse un hecho desgraciado, es cierto, pero no un problema porque carece de solución). Lo que sí es un problema es creernos que poseemos una objetividad que realmente no es tal y, desde ella y la posición de autoridad que lleva aparejada, pontificar sobre diagnósticos y pronósticos que, a veces y no siempre por supuesto, cronifican y perjudican en vez de ayudar.

    Como por ejemplo, la persistente manía de seguir considerando que cuando una persona tiene síntomas psicóticos de primer rango de Schneider ello implica un diagnóstico de esquizofrenia, cuando se ha dicho y escrito multitud de veces por distintos autores que dichos síntomas pueden aparecer en cuadros psicóticos agudos o afectivos sin implicar un diagnóstico de esquizofrenia, con el estigma que lleva aparejado muchas veces.

    Y en relación con la cuestión de nuestros juicios y prejuicios, queremos también decir algunas palabras sobre la causalidad y lo fácilmente que se atribuye en ocasiones. Como sabrán, el hecho de que el suceso A cause el suceso B implica que A ocurre antes que B. Pero no sólo eso, sino que A provoca la aparición de B, que no hubiera aparecido si no hubiera existido previamente A. Parece sencillo, pero la realidad es que en la práctica, sólo podemos apreciar que los sucesos ocurren unos después de otros y, a partir de ahí, atribuimos causalidades según nuestra experiencia, nuestro sentido común y nuestro conocimiento, es decir, según nuestros juicios previos (o sea, prejuicios) sobre las cosas. Señalaremos también que cuando decimos “prejuicio” no estamos asumiendo un valor negativo de los mismos, sino simplemente la obviedad de que son juicios, o ideas, que tenemos previamente, por nuestra educación, nuestro estudio y nuestras influencias socio-culturales, antes de enfrentarnos a la realidad y buscar atribuir causas a los sucesos que nos encontramos. Nuestros juicios previos sobre las cosas, nuestros prejuicios, son indispensables para poder aprehender la realidad, por supuesto también en Psiquiatría, y sin ellos no se podría llegar a conocer nada. Pero su utilidad no debe hacernos perder de vista sus limitaciones o que, simplemente, condicionan el objeto que está siendo estudiado y que, en nuestro campo, está lejos de cualquier valoración que pretenda ser 100% objetiva.

    Un ejemplo, a ver si nos sabemos explicar. Hace unos años, se comentó, delante de distintos profesionales, un caso de una mujer que acababa de dar a luz, con una situación personal muy complicada y que había iniciado un cuadro psicótico intenso. Fue muy curioso oír los comentarios sobre el caso, porque un profesional de orientación claramente biologicista afirmó que era un ejemplo típico de causalidad biológica, debido al desajuste hormonal del puerperio, mientras que otro profesional de orientación claramente psicoterapéutica, señaló cómo era un claro caso de cuadro reactivo a su problemática ambiental. Es decir, que cada uno ve lo que está entrenado para ver o, en última instancia, lo que quiere ver. Y lo importante es saber que nuestros sesgos nos influyen, para intentar controlarlos en lo posible, porque si nos creemos poseedores de algo así como la “objetividad”, difícilmente controlaremos este tipo de fenómenos…

    Es frecuente que los clínicos de distintas orientaciones, sean biologicistas, psicodinámicos, sistémicos o cognitivos, siempre ven en los casos que tratan las hipótesis previas que marcan sus modelos… Nada que objetar, mientras nos demos cuenta que en parte vemos en el paciente esas cosas y en parte las colocamos. Nada que objetar, porque construir una teoría de lo que le pasa al paciente puede ser útil independientemente de su valor de verdad, pero siempre que no obliguemos al paciente a pasar por el aro de nuestra teoría sea como sea…


    Es desgraciadamente frecuente y ha sido señalado por distintos autores el hecho de que los clínicos tendemos a sobrevalorar el papel de las medicaciones que usamos en la mejoría que experimentan nuestros pacientes y menospreciar dicho papel en sus empeoramientos. Es decir, si un paciente toma determinado tratamiento y, a la vez, mejora, atribuimos con mucha frecuencia dicha mejoría al mismo, sin pararnos a pensar si no puede ser por algo que, a la vez también, se haya modificado en su entorno social o que él haya elaborado a nivel psicológico. Pero si el paciente empeora, no es muy probable que atribuyamos dicho empeoramiento a iatrogenia, sino que, entonces sí, pensamos que se deberá a su personalidad, su familia, la crisis o el sexo de los ángeles... Pero el tratamiento es inocente, así que lo mantenemos y añadimos algo más a ver qué tal... Y apreciamos también cierto sesgo de atribución a la hora de encontrar efectos secundarios en fármacos viejos y baratos que nadie patrocina, pero no apreciar dichos efectos secundarios en los nuevos superfármacos que nos pagan los viajes y las cenas (bueno, a nosotros no). Aunque lo gracioso es que cuando se comparan con un buen doble ciego, resulta que el nuevo muchas veces no es mejor sino incluso peor (pero eso sí, bastante más caro porque sobra el dinero...), como dijimos aquí...


    En fin, estamos un poco cansados de hablar de la influencia de la industria farmacéutica en nuestra profesiones pero consideramos que, aunque es un trabajo sucio, alguien tiene que hacerlo. Preferimos hoy quedarnos con lo señalado acerca de la subjetividad de nuestra disciplina. Los signos están ahí, pero como dijo Sartre, “el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere”. Y lo dicho, eso no es ni bueno ni malo, pero es necesario saberlo, darnos cuenta de ello y estar alerta ante nuestras atribuciones de causalidad y nuestros juicios y prejuicios… Conocer nuestras limitaciones creemos que es importante para saber dónde estamos y qué podemos decir y hacer y qué no… Pensando siempre en intentar no sólo ayudar al paciente que tenemos delante sino, sobre todo, no perjudicarlo…


    Límites legales en la relación entre el profesional sanitario privado y público y la industria farmacéutica (Valentín José de la Iglesia Palacios. Fiscal)

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    En el blog de Miguel Jara leímos recientemente una entrada que recogía un artículo jurídico acerca de uno de nuestros temas favoritos: la relación entre la industria farmacéutica y los profesionales y, concretamente, sobre el ordenamiento legal existente acerca de dicha relación. Su autor es el fiscal Valentín José de la Iglesia Palacios y creemos que su lectura es imprescindible para cualquier profesional que mantenga relaciones de algún tipo con empresas farmacéuticas, con el fin de conocer el marco jurídico que regula dicha relación y las posibles consecuencias legales de sobrepasarlo.

    No olvidemos que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, así que mejor para todos (sobre todo para los que mantengan todavía relaciones de ese tipo) conocer la ley y sus posibles consecuencias. Sin más preámbulo, reproducimos en su integridad el artículo de Valentín José de la Iglesia Palacios:



    LÍMITES LEGALES EN LA RELACIÓN ENTRE EL PROFESIONAL SANITARIO PRIVADO Y PÚBLICO Y LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA



    Esta exposición tiene por objeto estudiar el régimen jurídico que regula la relación entre la profesión médica por un lado y las personas físicas y jurídicas relacionadas con la fabricación, elaboración y distribución de medicamentos y productos sanitarios por otro y, en concreto, las normas que permiten la actividad formativa e informativa desarrollada por éstas respecto de aquélla, así como las que pretenden garantizar respecto de intereses comerciales la libertad e independencia de los profesionales en las decisiones relacionadas con la prescripción, dispensación y administración de medicamentos en general, así como la imparcialidad y objetividad de la actuación de los médicos funcionarios públicos en particular. Aborda igualmente las posibles consecuencias jurídicas derivadas de la transgresión de las normas civiles, administrativas y penales que regulan esa relación.


    1.- El principio de eficiencia en el gasto sanitario


    En los últimos tiempos, y muy especialmente en el actual contexto de crisis económica en la que se halla inmersa España, las administraciones públicas con competencias en materia sanitaria están tratando de hacer efectivo el que podría denominarse “principio de eficiencia en el gasto sanitario”, según el cual, garantizando a la ciudadanía una asistencia y prestación sanitarias de calidad, habrán de comprometer el gasto estrictamente necesario a tal fin, no uno superior. Al fin y al cabo estamos hablando de dinero público. Este principio ha sido consagrado de forma expresa por el legislador español en varias disposiciones normativas, entre ellas la Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios y el Real Decreto-ley 4/2010, de 26 de marzo, de racionalización del gasto farmacéutico con cargo al Sistema Nacional de Salud. Éste último señala que “el gasto farmacéutico es uno de los principales componentes del gasto sanitario y en el que mas pueden incidir las políticas de control del gasto sanitario. Por ello, no es la reducción propiamente dicha del gasto en medicamentos el objetivo pretendido, sino el control del gasto sanitario, en cuanto partida de los gastos globales que, por su relevancia cuantitativa, puede condicionar seriamente los objetivos de ajuste y estabilidad presupuestaria impulsados por el Gobierno”. El gasto total del Estado en farmacia fue superior al billón de pesetas, y solo en el área del INSALUD fue de 336.000 millones ya en 1.999. Además, recientemente el Gobierno de España ha dictado el Real Decreto-ley 16/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud y mejorar la calidad y seguridad de sus prestaciones, que señala que “se ha perdido eficacia en la gestión de los recursos disponibles, lo que se ha traducido en una alta morosidad y en un insostenible déficit en las cuentas públicas sanitarias”.


    2.- La formación e información independiente para la utilización adecuada de los medicamentos y productos sanitarios


    Presupuesto del principio anterior es que los profesionales sanitarios – sean o no funcionarios – tengan a su alcance una formación continuada y permanente y una información científica, actualizada y objetiva sobre los medicamentos y productos sanitarios.


    La voluntad del legislador expresada en la Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios es procurar una “formación e información independiente y de calidad para la utilización adecuada de los medicamentos y productos sanitarios”. Esta es la expresión que sirve de rúbrica al Capítulo I del Título VI de la ley.


    Así, su artículo 75 señala que “las Administraciones públicas competentes dirigirán sus actuaciones a promover la formación universitaria y post-universitaria continuada y permanente sobre medicamentos, terapéutica y productos sanitarios de los profesionales sanitarios; dirigirán sus actuaciones a instrumentar un sistema ágil, eficaz e independiente que asegure a los profesionales sanitarios información científica, actualizada y objetiva de los medicamentos y productos sanitarios; dirigirán sus actuaciones a impulsar la constitución de centros propios de información de medicamentos y productos sanitarios, mediante la promoción y coordinación en la utilización de recursos y tecnologías de la información que permitan a las instituciones sanitarias profesionales y otras entidades acceder a la información sobre dichos productos; y, por último, promoverán la publicación de guías farmacológicas y/o fármaco terapéuticas para uso de los profesionales sanitarios”.


    Por su parte, el artículo 76 de la referida ley – bajo la rúbrica “objetividad y calidad de la información y promoción dirigida a los profesionales sanitarios” - establece un conjunto de requisitos tendentes a garantizar, precisamente, esa objetividad y calidad de la información y promoción. Nótese que su apartado 2 prevé la posibilidad de que esa información y promoción pueda realizarse “a través de soportes escritos, audiovisuales o de otra naturaleza, dirigidos con exclusividad a profesionales sanitarios”, mientras que el apartado 4 señala que “las ofertas de premios, becas, contribuciones y subvenciones a reuniones, congresos, viajes de estudio y actos similares por cualquier persona, física o jurídica, relacionada con la fabricación, elaboración, distribución, prescripción y dispensación de medicamentos y productos sanitarios, se harán públicas en la forma que se determine reglamentariamente y se aplicarán exclusivamente a actividades de índole científica cuando sus destinatarios sean profesionales sanitarios o las entidades en que se asocian (…)”.


    Se trata, en definitiva, de un conjunto de actuaciones de las administraciones públicas y de actividades de la iniciativa privada cuyo fin exclusivo sería conseguir del profesional sanitario la formación e información adecuadas.


    El Real Decreto 1416/94, de 25 de junio, por el que se regula la publicidad de los medicamentos de uso humano y que desarrolla la Ley 25/1990, de 20 de diciembre, del Medicamento (vigente hasta el 28 de julio de 2006), dentro de su Capítulo III, - que es el que regula específicamente la publicidad dirigida a profesionales sanitarios y por tal motivo lleva por título “Publicidad dirigida a las personas facultadas para prescribir o dispensar medicamentos” -, dispone en su artículo 10: “1. La publicidad destinada a las personas facultadas para prescribir o dispensar medicamentos habrá de proporcionar la información técnico-científica necesaria para que sus destinatarios puedan juzgar por sí mismos el valor terapéutico del medicamento, y como mínimo deberá incluir: a) Las informaciones esenciales del producto según los datos contenidos en la ficha técnica, incluyendo al menos: nombre del medicamento, composición cualitativa y cuantitativa, datos clínicos completos, incompatibilidades, instrucciones de uso/manipulación, nombre y dirección del titular de la autorización; b) Su régimen de prescripción y dispensación y c) Las diferentes presentaciones del producto, en su caso, y la dosificación y/o la forma farmacéutica. 2. Esta publicidad incluirá el precio de venta al público, las condiciones de la prestación farmacéutica del Sistema Nacional de Salud, en su caso, y, cuando sea posible, la estimación del coste del tratamiento”. El artículo 12 – la visita médica – señala en su primer apartado que “la visita médica es el medio de relación entre los laboratorios y las personas facultadas para prescribir o dispensar medicamentos a efectos de la información y publicidad de los mismos, realizada por el visitador médico y basada en la transmisión de los conocimientos técnicos adecuados para la valoración objetiva de la utilidad terapéutica. En el ejercicio de sus funciones habrá de promover el uso adecuado de los medicamentos”.


    Por su parte, los artículos 14 y 15 prevén la posibilidad de que esta publicidad dirigida a profesionales se practique a través de publicaciones como revistas, boletines, libros y similares, así como la incorporada a medios audiovisuales en soporte óptico, magnético o similar.


    Dentro de este mismo capítulo relativo a la publicidad dirigida a profesionales sanitarios destaca el artículo 18, a cuyo tenor “1. Las disposiciones del artículo anterior (que como veremos mas adelante lleva por título “prohibición de incentivos”) no supondrán un obstáculo para la hospitalidad ofrecida, directa o indirectamente, en el marco de manifestaciones de carácter exclusivamente profesional y científico. Dicha hospitalidad deberá ser siempre moderada en su nivel y subordinada al objetivo principal de la reunión y no podrá ser extensible a personas que no sean profesionales de la salud. 2. Los premios, becas, contribuciones y subvenciones a reuniones, congresos, viajes de estudio y actos similares donados por personas relacionadas con la fabricación, elaboración, distribución y dispensación de medicamentos se aplicarán exclusivamente a actividades de índole científica cuando sus destinatarios sean facultativos en ejercicio clínico o las entidades en que se asocian. En las publicaciones de trabajos y ponencias de reuniones, congresos y actos similares se harán constar los fondos obtenidos para su realización y fuente de financiación. La misma obligación alcanzará al medio de comunicación por cuya vía se hagan públicos y que obtenga fondos por o para su publicación”.


    Nos encontramos, una vez mas, ante normas que amparan actividades de la iniciativa privada cuyo fin exclusivo sería conseguir del profesional sanitario la formación e información adecuadas.

    3.- El principio de independencia del personal sanitario implicado en el ciclo de prescripción, dispensación y administración de medicamentos, en general. Los principios de objetividad, integridad, neutralidad, responsabilidad, imparcialidad, transparencia, ejemplaridad, austeridad, eficacia y honradez del funcionario público, en particular

    3.1.- El principio de independencia del personal sanitario implicado en el ciclo de prescripción, dispensación y administración de medicamentos, en general

    Es igualmente indiscutible que el principio de eficiencia referido al comienzo de esta exposición exige que los profesionales sanitarios – sean o no funcionarios – tengan en consideración criterios exclusivamente científicos o profesionales a la hora de expedir la correspondiente receta, principio que a su vez podríamos denominar “principio de independencia (o de libertad si se prefiere) del profesional sanitario implicado en el ciclo de prescripción, dispensación y administración de medicamentos”, al que se refieren numerosas disposiciones legales y reglamentarias.


    Así, se encuentra formulado de forma negativa en el artículo 94 de la Directiva 2001/83/CE, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 6 de noviembre de 2.001, a cuyo tenor “queda prohibido otorgar, ofrecer o prometer a las personas facultadas para prescribir o dispensar medicamentos y en el marco de la promoción de los mismos frente a dichas personas, primas, ventajas pecuniarias o ventajas en especie, con excepción de aquellas que tengan un valor insignificante y que sean irrelevantes para la práctica de la medicina o la farmacia” (apartado 1) y “las personas facultadas para prescribir o dispensar medicamentos no podrán solicitar o aceptar ninguno de los incentivos prohibidos en virtud del apartado 1 o contrarios a lo dispuesto en el apartado 2” (apartado 3).


    En términos muy similares el artículo 3.6 de la ya referida Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios señala que “a efectos de garantizar la independencia de las decisiones relacionadas con la prescripción, dispensación, y administración de medicamentos respecto de intereses comerciales se prohíbe el ofrecimiento directo o indirecto de cualquier tipo de incentivo, bonificaciones, descuentos, primas u obsequios, por parte de quien tenga intereses directos o indirectos en la producción, fabricación y comercialización de medicamentos a los profesionales sanitarios implicados en el ciclo de prescripción, dispensación y administración de medicamentos o a sus parientes y personas de su convivencia. (…)”. Es más, el artículo 101.2.b) 28ª y 29ª de esa ley tipifica como infracciones graves “ofrecer directa o indirectamente cualquier tipo de incentivo, bonificaciones, descuentos prohibidos, primas u obsequios, efectuados por quien tenga intereses directos o indirectos en la producción, fabricación y comercialización de productos sanitarios, a los profesionales sanitarios, con motivo de la prescripción de los mismos, o a sus parientes y personas de su convivencia”, así como “aceptar, los profesionales sanitarios, con motivo de la prescripción, dispensación y administración de medicamentos y/o productos sanitarios con cargo al Sistema Nacional de Salud, o sus parientes y personas de su convivencia, cualquier tipo de incentivo, bonificaciones, descuentos prohibidos, primas u obsequios efectuados por quien tenga intereses directos o indirectos en la producción, fabricación y comercialización de medicamentos y productos sanitarios”.

    De igual forma, los artículos 17 y 19 del citado Real Decreto 1416/94, de 25 de junio, por el que se regula la publicidad de los medicamentos de uso humano disponen, respectivamente, que “queda prohibido otorgar, ofrecer o prometer a las personas facultadas para prescribir o dispensar medicamentos y en el marco de la promoción de los mismos frente a dichas personas, primas, ventajas pecuniarias o ventajas en especie, con excepción de aquellas que tengan un valor insignificante y que sean irrelevante para la práctica de la medicina o la farmacia” y que “las personas facultadas para prescribir o dispensar medicamentos no podrán solicitar o aceptar ninguno de los incentivos prohibidos en virtud del artículo 17 o que no se atengan a lo dispuesto en el artículo 18 del presente Real Decreto”.

    El propio Código de Deontología Médica del Colegio General de Médicos de España, aprobado por la Organización Médica Colegial de España, aun siendo poco restrictivo, señala en su artículo 23.1 que “el médico debe disponer de libertad de prescripción, respetando la evidencia científica y las indicaciones autorizadas, que le permita actuar con independencia y garantía de calidad.”. En otras latitudes existen códigos más explícitos. Baste citar, por ejemplo, los Principios Éticos y Código Deontológico de la Asociación Colombiana de Psiquiatría Legal, que en su artículo 39 señala que “el (la) psiquiatra no deberá aceptar obsequios suntuosos o excesivos, o que no tengan utilidad directa en el ejercicio de la profesión. Podrá en cambio aceptar de la industria invitaciones que mejoren sus conocimientos y la calidad de su ejercicio profesional”, así como el 40, que dispone que “el (la) psiquiatra debe rechazar y denunciar toda actividad que pretenda premiarlo por la cantidad de fórmulas que produce de una determinada marca. El intercambio de recetas por artículos, viajes o participaciones en eventos médicos nacionales o internacionales, va en contra de la ética de la relación médico – industria farmacéutica”. Por su parte el manual ético del American College of Physicians (APC) “desaprueba vehementemente” la aceptación de regalos, viajes, subsidios, etc., por parte del médico individual, señalando además que “incluso la aceptación de regalos de pequeña cuantía se ha demostrado que afecta al juicio clínico y plantea la percepción de un conflicto de intereses”.

    3.2.- Los principios de objetividad, integridad, neutralidad, responsabilidad, imparcialidad, transparencia, ejemplaridad, austeridad, eficacia y honradez del funcionario público, en particular

    Los profesionales sanitarios implicados en el ciclo de prescripción, dispensación y administración de medicamentos que, además, son funcionarios públicos y en tal condición prestan sus servicios profesionales en el sector público sanitario, están sujetos, además de a lo anterior, a un régimen jurídico específico.


    La Ley 7/2007, de 12 de abril, del Estatuto Básico del Empleado Público dispone en su artículo 52 que los empleados públicos deberán actuar con arreglo a los principios de objetividad, integridad, neutralidad, responsabilidad, imparcialidad, transparencia, ejemplaridad, austeridad, eficacia y honradez, entre otros. El 53 – que lleva por título “principios éticos”- señala respectivamente en sus números 2, 5, 8 y 11 que “su actuación perseguirá la satisfacción de los intereses generales de los ciudadanos y se fundamentará en consideraciones objetivas orientadas hacia la imparcialidad y el interés común, al margen de cualquier otro factor que exprese posiciones personales, familiares, corporativas, clientelares o cualesquiera otras que puedan colisionar con este principio”, “se abstendrán (…) de toda actividad privada o interés que pueda suponer un riesgo de plantear conflictos de intereses con su puesto público”, “actuarán de acuerdo con los principios de eficacia, economía y eficiencia, y vigilarán la consecución del interés general y el cumplimiento de los objetivos de la organización” y, en fin, “ejercerán sus atribuciones según el principio de dedicación al servicio público absteniéndose no solo de conductas contrarias al mismo, sino también de cualesquiera otras que comprometan la neutralidad en el ejercicio de los servicios públicos”. El artículo 54.6 – “principios de conducta” -, añade que “se rechazará cualquier regalo, favor o servicio en condiciones ventajosas que vaya más allá de los usos habituales, sociales y de cortesía, sin perjuicio de lo establecido en el Código Penal”.


    Ley 53/1984, de 26 de diciembre, de Incompatibilidades del Personal al Servicio de las Administraciones Públicas establece – artículo 1.3 - que “en cualquier caso, el desempeño de un puesto de trabajo por el personal incluido en el ámbito de aplicación de esta Ley será incompatible con el ejercicio de cualquier cargo, profesión o actividad, público o privado, que pueda impedir o menoscabar el estricto cumplimiento de sus deberes o comprometer su imparcialidad o independencia”. El tenor literal del precepto no deja lugar a dudas sobre la proscripción de cualquier actividad que pueda comprometer la imparcialidad o independencia del funcionario en cuestión. El artículo 20.1 de esta ley señala a su vez que “el incumplimiento de lo dispuesto en los artículos anteriores será sancionado conforme al régimen disciplinario de aplicación (…)”.


    4.- Recapitulación, ilícito civil, fraude de ley y delito de cohecho


    4.1.- Recapitulación, ilícito civil y fraude de ley


    De lo anteriormente expuesto se pueden extraer las siguientes conclusiones:


    1.- Las ofertas de premios, becas, contribuciones y subvenciones a reuniones, congresos, viajes de estudio y actos similares por cualquier persona, física o jurídica, relacionada con la fabricación, elaboración, distribución, prescripción y dispensación de medicamentos y productos sanitarios, cuando sus destinatarios sean profesionales sanitarios, solo serán lícitas cuando cumplan dos condiciones:


    1ª.- Que se hagan públicas en la forma que se determine reglamentariamente y

    2ª.- Que apliquen exclusivamente a actividades de índole científica.


    2.- La hospitalidad ofrecida por estas personas físicas o jurídicas solo será lícita cuando cumpla cuatro condiciones:


    1ª.- Que tenga lugar en el marco de manifestaciones de carácter exclusivamente profesional o científico.

    2ª.- Que sea moderada en su nivel.

    3ª.- Que esté subordinada al objetivo principal de la reunión.

    4ª.- Que no se extienda a personas que no sean profesionales de la salud.


    3.- Los premios, becas, contribuciones y subvenciones a reuniones, congresos, viajes de estudio y actos similares y hospitalidad ofertados a los profesionales sanitarios y recibidos por éstos son lícitos siempre y cuando quede garantizada de forma real y efectiva en cada caso y respecto de cada prescriptor la independencia de las decisiones relacionadas con la prescripción, dispensación y administración de medicamentos, y la ley presume que ello es así cuando se observan todas y cada una de las condiciones referidas. Si, por el contrario, las ofertas carecen de las debidas garantías de publicidad, o no se aplican exclusivamente a actividades de índole científica, o la hospitalidad ofrecida no tiene lugar en el marco de manifestaciones de carácter exclusivamente profesional o científico, o no es moderada en su nivel, o no está subordinada al objetivo principal de la reunión o, en fin, se extiende a personas que no sean profesionales de la salud, la Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios considera vulnerada la garantía de independencia y, en consecuencia, reputa incentivo prohibido, ilícito civil, lo ofrecido y/o recibido, sometiéndolo al régimen sancionador transcrito en el punto 3.1 de esta exposición. Parece evidente que constituirá incentivo prohibido, por afectar igualmente a la independencia de las decisiones relacionadas con la prescripción, dispensación y administración de medicamentos (y también posiblemente por incumplir la exigencia legal de se hagan públicas en la forma que se determine reglamentariamente), que las ofertas de premios, becas, contribuciones y subvenciones a reuniones, congresos, viajes de estudio y actos similares se realicen de forma opaca, esto es, que, sin justificación alguna y/o por motivos inconfesables que distan de esa pretendida finalidad formativa, se dirijan de forma sistemática, no a la generalidad de los profesionales que conforman cada uno de los concretos campos de la ciencia médica, sino a personas concretas y determinadas.


    Procede ahora traer a colación el artículo 6.4 del Código Civil, que dispone que “los actos (en este caso el ofrecimiento de premios, becas, contribuciones y subvenciones a reuniones, congresos, viajes de estudio y actos similares, y/o de hospitalidad a los profesionales sanitarios por parte la industria farmacéutica) realizados al amparo de una norma (en este caso las señaladas en el punto 2 de esta exposición) que persigan un resultado prohibido por el ordenamiento jurídico, o contrario a él (en este caso el ofrecimiento de incentivos), se considerarán ejecutados en fraude de ley y no impedirán la debida aplicación de la norma que se hubiere tratado de eludir”.


    De la simple lectura en la red de las “Consultas (Preguntas y Respuestas) sobre la interpretación del Código Español de Buenas Prácticas de Promoción de Medicamentos y de Interrelación de la Industria Farmacéutica con los Profesionales Sanitarios”, publicadas por FARMAINDUSTRIA (la patronal de las empresas farmacéuticas) en diciembre de 2.010 y que, como en ellas mismas se señala, “tienen como objetivo aclarar diversos puntos sobre la interpretación que debe darse a determinados preceptos del Código”, se desprende que las actividades desarrolladas por algunas empresas farmacéuticas y dirigidas a los profesionales sanitarios pueden comprometer en algunos casos la independencia de éstos en general y los principios éticos y de conducta que rigen la actuación de los funcionarios públicos médicos en particular. A lo anterior cabría añadir que el llamado Código Español de Buenas Prácticas de Promoción de Medicamentos y de Interrelación de la Industria Farmacéutica con los Profesionales Sanitarios, dado por la patronal farmacéutica española para las empresas que la componen, carece de valor normativo general y no constituye fuente alguna de Derecho en los términos previstos en el artículo 1.1 del Código Civil, entre otros. Se trata de un conjunto de “normas” que, al no emanar de ninguno de los poderes públicos que ostentan la potestad de crear normas jurídicas propiamente dichas (parlamentos nacional y autonómicos, Gobierno de España y consejos de Gobierno autonómicos, etc,…), carecen de validez en tanto en cuanto contradigan una de estas disposiciones generales aprobada por el poder público competente en cada caso. Por ejemplo: Si el artículo 3.6 de la Ley de garantías y uso racional de los medicamento y productos sanitarios – emanada de las Cortes Generales - prohíbe “el ofrecimiento directo o indirecto de cualquier tipo de incentivo, bonificaciones, descuentos, primas u obsequios, por parte de quien tenga intereses directos o indirectos en la producción, fabricación y comercialización de medicamentos a los profesionales sanitarios implicados en el ciclo de prescripción, dispensación y administración de medicamentos” y el llamado “Código Español de Buenas Prácticas de Promoción de Medicamentos y de Interrelación de la Industria Farmacéutica con los Profesionales Sanitarios”, en la interpretación que de él se hace en esas “consultas”, permitiera ofrecer obsequios cuyo valor fuera, por ejemplo, inferior a 20 euros, el “Código” carecería de validez en ese punto. Dicho de otro modo: Un “Código” que se da a sí misma FARMAINDUSTRIA para regular las relaciones de las empresas que la componen con los profesionales sanitarios no puede contravenir las prohibiciones o mandatos contenidos en una disposición normativa emanada del poder público competente para dictarla.


    4.2.- El delito de cohecho


    En algunos casos, además de traspasar la línea que separa lo legal del ilícito civil, la conducta tanto de quienes ofrecen una dádiva o regalo como de los funcionarios públicos que llegaran a aceptarla sería incardinable en los siguientes preceptos del Código Penal relativos al delito de cohecho:

    Artículo 422

    “La autoridad o funcionario público que, en provecho propio o de un tercero, admitiera, por sí o por persona interpuesta, dádiva o regalo que le fueren ofrecidos en consideración a su cargo o función, incurrirá en la pena de prisión de seis meses a un año y suspensión de empleo y cargo público de uno a tres años”.

    Artículo 424

    1. “El particular que ofreciere o entregare dádiva o retribución de cualquier otra clase a una autoridad, funcionario público o persona que participe en el ejercicio de la función pública para que realice un acto contrario a los deberes inherentes a su cargo o un acto propio de su cargo, para que no realice o retrase el que debiera practicar, o en consideración a su cargo o función, será castigado en sus respectivos casos, con las mismas penas de prisión y multa que la autoridad, funcionario o persona corrompida”.

    A este respecto es bien expresiva la Sentencia de la Sala 2ª del Tribunal Supremo de 7 de noviembre de 2.001, que confirma otra dictada por la Sección 6ª de la Audiencia Provincial de Madrid de 30 de junio de 1.999, la cual contenía, entre otros, los siguientes hechos probados:

    “Durante los años 1993 y 1994 el acusado Félix, mayor de edad y sin antecedentes penales, administrador único de los DIRECCION000, domiciliado en Barcelona, al objeto de aumentar las ventas de las especialidades que elaboraba tal Laboratorio, y básicamente de los fármacos conocidos comercialmente como "DIRECCION001" y "DIRECCION002", decidió incentivar a numerosos facultativos para que recetasen los mismos, abonándoles los gastos de estancias en congresos médicos, así como diversas cantidades de dinero por hacer un seguimiento farmacológico de los productos mencionados. Siguiendo tales directrices, el también acusado Romeo, mayor de edad y sin antecedentes penales, quien era el representante en Madrid de los citados Laboratorios y ostentaba la Jefatura de Área, incentivó, mediante la entrega de diferentes cantidades de dinero, que sumaron un total de 200.000 Pts. al también acusado Juan Miguel, mayor de edad y carente de antecedentes penales, para que como Médico especialista en DIRECCION003 de la Seguridad Social que pasaba su consulta en el Ambulatorio de la C/ DIRECCION004 nº NUM000 de esta capital, recetara a sus pacientes las citadas especialidades, todo ello con el consentimiento de Félix. (…)”.

    En su fundamento de derecho tercero, la Sentencia del Tribunal Supremo se refiere al artículo 7 de la entonces vigente Ley del Medicamento -esencialmente igual que el vigente 3.6 de la Ley de Garantías y Uso Racional de los Medicamentos-, conteniendo el siguiente razonamiento:

    “"(…) Incentivar" (en realidad sobornar) a los médicos para que receten prioritariamente unos determinados medicamentos distribuidos por un concreto laboratorio, que es la conducta que se declara probada en el relato fáctico, no constituye una actividad lícita de promoción comercial, pues se encuentra expresamente prohibida por la Ley del Medicamento. Esta prohibición es perfectamente conocida por todos los profesionales del gremio y concretamente por los ejecutivos de los laboratorios farmacéuticos, posición que ocupaba el recurrente.

    El artículo 7. 2º de la Ley 25/1990, de 20 de diciembre, del Medicamento, dispone que queda expresamente prohibido el ofrecimiento directo o indirecto de cualquier tipo de incentivo, primas u obsequios, por parte de quien tenga intereses directos o indirectos en la producción, fabricación y comercialización de medicamentos a los profesionales sanitarios implicados en el ciclo de prescripción, dispensación y administración, o a sus parientes y personas de su convivencia.

    La introducción de un incentivo económico por la prescripción de unos medicamentos determinados, distorsiona la función de la prescripción que debe estar esencialmente orientada por el interés del paciente y no por el del médico. Con estas prácticas ilegales se perjudica seriamente la salud de los pacientes, pues el abuso de medicamentos, cuyo empleo racional es beneficioso, puede originar problemas de salud graves. Se perjudica también la economía de los enfermos, pues, en igualdad de condiciones, el médico puede optar por la prescripción que personalmente le resulte más beneficiosa en función del "incentivo" económico que va a percibir, aun cuando sea innecesariamente más costosa. Se perjudica al Sistema Nacional de Salud, cuando este sufraga el coste de los medicamentos, pues se fomenta la prescripción por factores ajenos a las necesidades clínicas. Y se perjudica, por ultimo, la libre competencia y la transparencia del mercado, al emplearse métodos ilegales de comercialización, en detrimento de la calidad y el precio.

    En consecuencia el ofrecimiento directo e indirecto de incentivos, por parte del recurrente como administrador único de un laboratorio farmacéutico, y por tanto con interés directo en la producción, fabricación y comercialización de medicamentos, a un médico encargado de su prescripción, constituye una conducta legalmente prohibida. Conducta que cuando se realiza en relación con profesionales privados da lugar a la infracción administrativa expresamente prevista en el Art. 108 16 de la Ley del Medicamento. Pero cuando las dádivas o presentes se ofrecen o entregan a quienes en sentido jurídico-penal son funcionarios públicos, es decir a profesionales sanitarios integrados en el Servicio Nacional de Salud, constituyen un delito de cohecho, pues en este caso se vulneran adicionalmente los principios de imparcialidad y objetividad que deben presidir el desempeño de las funciones públicas.

    La alegación de que los pagos efectuados al facultativo lo fueron supuestamente como "remuneración de actividades de fármaco vigilancia", no altera lo expresado, pues en el relato fáctico consta que estas cantidades se abonaban como incentivo "al objeto de aumentar las ventas de las especialidades que elaboraba tal Laboratorio", es decir que constituían incentivos "indirectos", expresamente prohibidos. A esos efectos resulta irrelevante que se llegase o no a confeccionar algún supuesto trabajo de fármaco vigilancia, pues lo que se expresa claramente en el relato fáctico, y se razona extensamente en la fundamentación jurídica, es que estas supuestas actividades no eran más que mera cobertura del pago destinado a incrementar la dispensación de los medicamentos del laboratorio.

    Ha de recordarse que la Sala sentenciadora razona en su fundamentación que el propio pagador de las dádivas reconoció expresamente que la cobertura de los supuestos estudios de fármaco vigilancia era simplemente una forma más "elegante" de pagar a los médicos, es decir que constituía un método fraudulento para intentar eludir la expresa y contundente prohibición legal (…)”.

    Por su parte, el fundamento de derecho quinto señala:

    “(…) Para calificar el carácter justo o injusto de decisiones públicas de elección entre varias posibilidades alternativas, como sucede cuando se opta por la prescripción de los medicamentos de un laboratorio o de otro con características similares, ha de tenerse en cuenta que la opción final cuenta con componentes de discrecionalidad difícilmente controlables, por lo que el propio hecho de que la decisión no se adopte sobre la base de los principios de imparcialidad y objetividad que deben presidir la función pública sino influida y predeterminada por el aliciente económico, determina la injusticia del acto, (ver STS núm. 20/2001 de 28 de marzo de 2001).

    No se trata de identificar la injusticia del acto con la propia percepción de la dádiva, sino de constatar el hecho de que la prescripción de medicamentos de un laboratorio concreto bajo la influencia de la percepción previa o prometida de incentivos económicos que pretenden precisamente incrementar ilegalmente el número de dichas prescripciones, constituye un comportamiento manifiestamente contrario a nuestro ordenamiento jurídico, (Art. 7º de la Ley del Medicamento). Y no se diga que es necesario demostrar que se prescribieron medicamentos innecesarios o prescindiendo de otros más específicos o con incremento arbitrario del gasto, pues lo relevante es que la dádiva estaba específicamente dirigida a obtener dicho comportamiento injusto (incrementar las prescripciones por encima del número de las que se hubiesen producido sin ella) y está acreditado que estas prescripciones se efectuaron, como pretendía el recurrente, por lo que el hecho de que las prescripciones se realizasen bajo la corruptora influencia de la dádiva las convierte en injustas.

    Ha de recordarse que, como ya se ha expuesto razonadamente en el fundamento jurídico segundo, la introducción de un incentivo económico por la prescripción de los medicamentos de un determinado laboratorio distorsiona la función propia de la prescripción facultativa, y con ello: a) se pone en peligro la salud de los pacientes, b) se perjudica económicamente a los enfermos como consumidores y c) se perjudica al Sistema Nacional de Salud, cuando este sufraga el coste de los medicamentos.

    No hay que olvidar que las recetas oficiales de la Seguridad Social no solamente cumplen una función estrictamente terapéutica sino que también constituyen el soporte probatorio de un desplazamiento patrimonial: el que fundado en la fuerza probatoria del documento efectuará la Seguridad Social para sufragar el coste farmacéutico de la atención de un enfermo. Es claro que la dádiva va destinada precisamente a que las prescripciones o recetas se elaboren en función de criterios no estrictamente clínicos. Y es claro que prescribir o recetar en estas condiciones constituye un acto contrario al ordenamiento, intrínsecamente injusto. El motivo, por tanto, debe ser desestimado (…)”.

    Por último, la resolución judicial -duodécimo fundamento jurídico- realiza las siguientes consideraciones:

    “(…) Ha de recordarse que la gravedad del comportamiento enjuiciado se deriva de que no solo atenta contra la imparcialidad y objetividad de quienes tienen atribuidas funciones públicas sino que también perjudica el uso racional de los medios limitados destinados a velar por un bien jurídico colectivo tan relevante como la salud, provocando un injustificado abuso e ilícito aprovechamiento privado de estos fondos colectivos. Al mismo tiempo, al distorsionar la función estrictamente clínica de la prescripción facultativa, pone en peligro la salud de los pacientes por el eventual abuso de medicamentos innecesarios. Y, como ya se ha expresado con anterioridad, puede perjudicar económicamente a los enfermos como consumidores, ya que, a sus espaldas, se juega con sus intereses obligándoles, en su caso, a abonar el importe de medicamentos más costosos en función de los intereses crematísticos del médico en quien depositan su confianza”.

    Por su parte, la Sentencia del Tribunal Supremo de 13 de junio de 2.008, que condena como autores de un delito de cohecho a dos Guardias Civiles, contiene una cita interesante para la materia que nos ocupa:

    “Una moderna corriente doctrinal pone el acento en la necesidad de perseguir, con instrumentos penales, todas las actividades que revelan la corrupción de los funcionarios públicos y ponen en peligro la credibilidad democrática del sistema administrativo del Estado. Desde esta perspectiva se tiende a una política unitaria que trata de homologar todas las conductas que suponen la expresión de un comportamiento corrupto. En esta línea tanto el cohecho activo como el cohecho pasivo, el propio como el impropio, son manifestaciones de esta lacra de la corrupción que afecta a la buena marcha de la Administración pública y a la fe de los ciudadanos en las instituciones del Estado democrático y de derecho”.

    Para el Derecho Penal, la dádiva o el regalo objeto de los delitos de cohecho comprenden todas aquellas prestaciones valorables económicamente y que no son insignificantes según los usos sociales comúnmente aceptados. Circunscribiéndonos a la materia que nos ocupa, el ofrecimiento por el representante de un laboratorio y la aceptación por un médico funcionario público de una prestación de estas características, como puede ser un viaje turístico, un reloj de marca, un bolso, comidas y/o cenas mas o menos habituales que no guarden relación alguna con una actividad formativa realmente existente, unas clases de padel, un vale para comprar gasolina, una hormigonera, por ejemplo, u otros análogos que nos podamos imaginar, estarían incardinados en los delitos de cohecho transcritos. En otros casos, la dádiva o regalo, sin dejar de existir, puede revestir una forma encubierta. Piénsese por ejemplo en la entrega de un cheque en pago de una ponencia que no se imparte o que se retribuye de forma extraordinariamente generosa en relación con lo razonablemente esperable teniendo en cuenta contenido de la misma. Pongamos también por caso que una empresa farmacéutica ofrece a un profesional sanitario asistir a una conferencia o seminario que tiene un valor científico cuestionable o, en el mejor de los casos, relativo, encubriendo en realidad el pago (ilegal) de un viaje de placer y/o un banquete (por ejemplo, la organización de una reunión de especialistas españoles para asistir a la conferencia de otro especialista español durante un fin de semana en Estambul y/o en un hotel de lujo y/o incluyendo banquetes). Lo anterior no puede entenderse más que como un viaje de placer pagado. Estos eventos se han considerado en otras latitudes tan inaceptables que han sido suspendidos por la autoridad sanitaria. En el ejemplo señalado, si lo único que pretende (y puede pretender) el laboratorio en cuestión es formar e informar a los profesionales, parece razonable pensar que el gasto en que debería incurrir debería ser el mínimo imprescindible para conseguir ese fin, en este caso organizando la reunión en Madrid o en Barcelona (por ejemplo), en un establecimiento hotelero de una categoría razonable y abonando a los asistentes las dietas correspondientes a la manutención en los términos legalmente previstos. Recordemos, una vez mas, que la Ley habla de “hospitalidad moderada en su nivel y adecuada a los términos de la reunión”. Todo lo que exceda de lo anterior es, cuando menos, ilícito y, en su caso, delictivo. A lo anterior habría que añadir que, no solamente constituye un delito de cohecho la entrega de presentes o dádivas, sino también su ofrecimiento y el mero intento de corromper al funcionario en cuestión (STS 883/94, de 11 de mayo).

    En países de nuestro entorno el soborno a médicos ha sido perseguido. En Italia, por ejemplo, la policía italiana descubrió la concesión de comisiones ilegales y regalos a miles de médicos italianos por parte de GlaxoSmithKline como “premio” por recetar sus productos a los pacientes. 4.713 personas fueron procesadas acusadas de pertenecer a una red encargada de favorecer la venta de los productos de ese laboratorio, con incentivos tales como becas para sus hijos y viajes a parajes exóticos de India o Brasil. En Estados Unidos el Fiscal de Nueva York Eliot Spitzer acusó a Pharmacia y GlaxoSmithKline de sobornar a médicos para que prescribieran sus fármacos anticancerígenos y así aumentaran los reembolsos en los programas de cobertura sanitaria de la Administración. También en Alemania la Fiscalía relacionó a mil seiscientos médicos del país con la obtención de importantes regalos de esta última empresa. Además, en febrero de 2.012, el Juzgado Nacional en lo Penal Económico nº 8 de Buenos Aires describe el procedimiento empleado por la empresa Pfizer, señalando que el laboratorio identificaba a los “médicos-negocios”, es decir, aquellos con mayor potencial prescriptor, y enviaba a un agente de propaganda médica a captar su voluntad mediante el ofrecimiento de diversos beneficios económicos como pueden ser la entrega de un determinado electrodoméstico o un cheque en efectivo, de tal manera que aquél recete sus productos. En este caso la investigación criminal acreditó que un médico recibió una computadora con un monitor de plasma, otro una cámara digital y un tercero un monitor de plasma.

    De lege ferenda es preciso realizar un par de apuntes más. El segundo Informe Vilardell, elaborado por un grupo de expertos para la racionalización y financiación del gasto sanitario en Cataluña y que lleva el nombre del presidente del Colegio de Médicos de Barcelona (COMB), Miquel Vilardell, propone prohibir por contrato a los profesionales de la sanidad pública recibir presentes, asistir a congresos o viajar a costa de las compañías farmacéuticas, considera necesario “obligar a la declaración de conflicto de intereses” y afirma que “la falta de regulación de las relaciones con la industria proveedora es una de las causas principales de ineficiencia del sistema de salud, además de una causa importante de mala práctica y de iatrogenia”. Un reciente estudio publicado en la Gaceta Sanitaria y titulado “Relación entre los médicos y la industria en Aragón”, cuyo objetivo es describir la relación en Aragón entre los médicos y la industria, concluye que existen diferencias en la intensidad de dicha relación en función de la especialidad y el lugar de trabajo del médico en cuestión, información que el propio estudio considera importante para mejorar la transparencia y para desarrollar investigaciones futuras sobre la adecuación y la eficiencia de la prescripción en nuestro país y en otros con sistemas sanitarios similares.

    Con todo, en el marco de la relación entre los profesionales de la medicina y la industria farmacéutica podríamos plantearnos –sin ánimo retórico- multitud de interrogantes: ¿Se prescribe, dispensa o administra siempre el medicamento más económico e igualmente eficaz? ¿Dónde acaba la actividad estrictamente formativa y/o informativa (legal) proporcionada al profesional sanitario por las empresas relacionadas con la fabricación, elaboración, distribución, prescripción y dispensación de medicamentos? ¿No es posible hoy en día cubrir, al menos la mayor parte de las necesidades formativas de los médicos, con la lectura de literatura especializada? ¿Dónde comienzan los incentivos, bonificaciones, descuentos, primas, obsequios, ventajas pecuniarias o ventajas en especie (generalmente ilegales)? ¿Qué criterios tiene en cuenta en la práctica la industria farmacéutica a la hora de determinar los profesionales concretos a los que va subvencionar para que asistan a una reunión, un congreso, un viaje de estudio o un acto similar? ¿Qué criterios tiene en cuenta en la práctica la industria farmacéutica a la hora de determinar los profesionales concretos a los que va a ofrecer la hospitalidad? ¿Reúne siempre la hospitalidad ofrecida las exigencias de que tenga lugar en el marco de manifestaciones de carácter exclusivamente profesional o científico, que sea moderada en su nivel, que esté subordinada al objetivo principal de la reunión y que no se extienda a personas que no sean profesionales de la salud? ¿Dichas subvenciones y/u ofertas encubren en algunos casos incentivos y/o auténticos regalos? y, en definitiva, ¿comprometen en la práctica todo este conjunto de actividades la independencia del profesional sanitario – en general- y/o la objetividad, integridad, neutralidad, responsabilidad, imparcialidad, transparencia, ejemplaridad, austeridad, eficacia y honradez con la que debe actuar el funcionario público –en particular–?

    Corresponde a cada profesional de la medicina reflexionar sobre estas cuestiones y concluir lo que proceda, y a la autoridad judicial investigar y enjuiciar hechos que puedan revestir caracteres de delito de cohecho, hechos que deben ser denunciados por quienes por razón de sus cargos, profesiones u oficios tuvieran noticia de ellos (artículo 262 Lecrim).


    Iustitia est honeste vivere, alterum non laedere cuique suum tribuere
    Ulpiano (Jurista Romano)


    (La Justicia consiste en vivir honestamente, no dañar a otros y dar a cada uno lo que le corresponde)


    Valentín José de la Iglesia Palacios. Fiscal.




    Referencias bibliograficas



    “Laboratorio de médicos. Viaje al interior de la medicina y la industria farmacéutica”, Miguel Jara, Periodista.


    “Ética de la prescripción. Conflictos del médico con el paciente, la entidad gestora y la industria farmacéutica”. http://www.doyma.es. Santiago Martín Moreno, Médico.


    Sector Farmacéutico: Evolución del consumo farmacéutico en gasto. En: Anuario de la Sanidad y del Medicamento en España. Madrid: SANED, 2000. El Médico 2000; 756 (Supl): 186.


    Siegel-Itzkovich. Doctors banned from drug company trip. Br Med J 1998; 317: 370.


    “Relación entre los médicos y la industria en Aragón”, Elena Lobo, M. a José Rabanaque, Patricia Carrera, José M.a Abad, Javier Moliner, Gaceta Sanitaria. 2012;26:336-42.


    Bibliografía inquietante que ningún visitador comercial te pondrá delante...

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    Hoy queremos recomendar una serie de escritos de esos que no es fácil que ningún complaciente visitador comercial reparta a ningún profesional, junto con un par de bolis o alguna que otra invitación a cenar. Son trabajos polémicos, sobre todo si uno cree que está todo dicho acerca del tratamiento farmacológico de la esquizofrenia, pero precisamente por ello, creemos que vale la pena colaborar a su difusión. No decimos que sean la verdad absoluta o un recetario de obligada aplicación, pero sí que al menos deben ser conocidos y, si siembran alguna duda en nuestras teorías o nuestras prácticas, no olvidemos que son las dudas y no las certezas lo que nos puede hacer avanzar. Sobre todo si descubrimos que algunas de nuestras supuestas y repetidas certezas no parecen tener una base tan firme cuando son investigadas en vez de aceptadas sin más. Como leímos recientemente, la ciencia no es aquello que los científicos opinan, sino aquello que los científicos demuestran.

    Nuestra primera recomendación de hoy no tiene que ver con la Psiquiatría, pero consideramos imprescindible, dados los tiempos que corren, dedicarle unas palabras. Si están desesperados / agobiados / preocupados / asustados con la situación económica del país y, por supuesto, la suya propia, si todavía piensan que esta crisis nos ha caído por vivir por encima de nuestras posibilidades, si aún creen que vamos a mejorar por el camino que nuestros políticos  nos llevan, no dejen de leer el libro Hay alternativas, de  Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón. Lo pueden encontrar íntegro aquí.

    Y voviendo a nuestro tema, gracias al imprescindible blog El rincón de Sísifo de Carlos Oropesa (de verdad, si sólo pueden seguir a una persona en twitter y quieren tener información sanitaria actualizada, ésta es la persona) tuvimos conocimiento de un informe de la Canadian Agency for Drugs and Technologies in Health cuyo objetivo era proporcionar recomendaciones para hacer un uso óptimo de los antipsicóticos atípicos relacionadas con su asociación y las estrategias de tratamiento con dosis altas en adolescentes y adultos con esquizofrenia o trastornos esquizoafectivos no controlados de forma adecuada en las dosis habituales de antipsicóticos en monoterapia. El informe parte de una revisión sistemática y un análisis de coste-efectividad, y pueden encontrar todas las referencias al mismo aquí. Vayamos a sus conclusiones, tal como las recoge Carlos Oropesa. La negrita es nuestra.


    • En pacientes que no respondan a las dosis habituales de clozapina en monoterapia, no se recomienda utilizar combinaciones de antipsicóticos en las que dicho fármaco entre a formar parte. (Justificación: la poca diferencia en términos de eficacia clínica entre la clozapina en monoterapia a dosis estándar y las asociaciones en las que ésta entra a formar parte, por lo que a cambio de nada dispararemos los costes y podremos provocar problemas de seguridad).

    • En pacientes que no respondan a las dosis habituales de un antipsicótico atípico, no se recomienda utilizar asociaciones de antipsicóticos atípicos en las que no entre a formar parte clozapina. (Justificación: los costes y los problemas de seguridad aumentan sin que haya evidencia de una mayor eficacia clínica).

    • En pacientes con esquizofrenia que no respondan de forma adecuada con las dosis habituales de un antipsicótico atípico, se recomienda utilizar dosis estándar de clozapina, en lugar de altas dosis de otros antipsicóticos atípicos. (Justificación: de nuevo, la seguridad del paciente y la falta de diferencias claras en términos de eficacia clínica).

    • En pacientes con esquizofrenia que no respondan de forma adecuada con las dosis habituales de un antipsicóticos atípico, no se recomienda utilizar altas dosis de antipsicóticos atípicos (distintos a clozapina) en lugar de las dosis estándar. (Justificación: los problemas de seguridad asociados a las altas dosis, que no son contrarrestados por una mayor eficacia clínica).


    Como ven, de nuevo es posible formarse y mantenerse actualizado en nuestra disciplina sin necesidad ninguna de aceptar cenas en Budapest o en Los Ángeles mientras asistimos a grandes reuniones de expertos, todo ello bien financiado por intereses industriales que, probablemente, no publiciten mucho informes de revisión como éste. 

    Otro trabajo que queremos recomendar encarecidamente es un artículo reciente escrito para la Revista de la AEN, titulado Una crítica a la teoría del déficit cognitivo de la esquizofrenia. Nos ha maravillado por lo completo de la revisión y lo valiente de la crítica. Creemos que su lectura es imprescindible para cualquiera que atienda pacientes diagnosticados de esquizofrenia. El autor es Miguel A. Valverde Eizaguirre, psicólogo clínico. También hemos encontrado un trabajo previo del mismo autor más que interesante, que pueden leer aquí.

    Pero centrándonos en el artículo Una crítica a la teoría del déficit cognitivo de la esquizofrenia, queremos reseñar especialmente una recopilación de estudios que lleva a cabo el autor. Hemos buscado los trabajos a que hace referencia y los hemos enlazado (algunos de ellos completos, otros sólo los resúmenes) por ser de gran interés. Entre ellos, algunos de los estudios clásicos de la OMS sobre diferencias en el pronóstico de la esquizofrenia en países desarrollados comparados con países en vías de desarrollo o el Proyecto Soteria de Mosher, por ejemplo. Junto a dichas referencias, incluimos las conclusiones obtenidas por Miguel A. Valverde Eizaguirre. La negrita sí es nuestra. Debemos decir que hasta nosotros, que ya nos sorprendemos por poco, nos hemos quedado un poco sorprendidos de cómo hay estudios que encuentran hallazgos tan alejados de los lugares comunes que han colonizado nuestra disciplina respecto a la evolución de las personas diagnosticadas de esquizofrenia y la eficacia del tratamiento antipsicótico en dichos pacientes. Vamos a ello:


    • Un estudio del NIMH (National Institute of Mental Health) con pacientes del Warren State Hospital (Pensilvania) dados de alta entre 1946 y 1950 encontró que habían sido dados de alta antes de 1 año el 62% y que a los 3 años estaban bien integrados en la comunidad el 73%. Recordemos que el primer antipsicótico, la clorpromazina, no apareció hasta 1952. La referencia a este trabajo está en este texto.

    • Un estudio con 216 pacientes del Delaware State Hospital dados de alta entre 1948 y 1950 encontró que a los 5 años seguía fuera del hospital el 85% y que a los 6 años el 70% estaban bien integrados en la comunidad. La referencia, también aquí.

    • Un estudio sobre 87 pacientes dados de alta en 1950 del Hillside Hospital Queens New York halló que más de la mitad no recayó en los siguientes 4 años. También la misma referencia, aquí.

    • Un artículo publicado en el American Journal of Psychiatry halla que de 1.413 pacientes con un primer episodio psicótico en 1956 habían sido dados de alta antes de 18 meses el 88% de los pacientes que no tenían medicación y el 74% de los que sí tenían, llegando a la conclusión de que los pacientes tratados con fármacos tenían hospitalizaciones más largas.

    • Otro artículo del American Journal incluye un estudio del NIMH con el seguimiento a 1 año de 299 pacientes dados de alta, que habían sido aleatorizados a fármacos o a placebo durante 16 semanas. Las conclusiones fueron que no hubo diferencias entre las tres fenotiazinas ensayadas y que la única diferencia significativa entre los grupos fue que los pacientes con placebo tenían menos reingresos.

    • Un artículo del British Journal of Psychiatry recoge un estudio sobre recaídas en pacientes diagnosticados de esquizofrenia en 24 semanas tras el cambio de clorpromazina a placebo según dosis. El grupo control eran pacientes que estaban sin medicación y fueron cambiados a placebo. Los resultados muestran que, tras las 24 semanas, recayó el 7% de los pacientes en placebo, el 18% de los que tomaban menos de 300 mg/d de clorpromazina, el 47% de los que tomaban entre 300 y 500 mg/d, y el 58% de los que tomaban más de 500 mg/d.

    • Un estudio del NIMH publicado en el American Journal sobre tratamiento de esquizofrenia aguda sin fármacos en Maryland, encuentra que los pacientes tratados sin fármacos eran dados de alta antes, que las recaídas al año en el grupo sin fármacos eran el 35% mientras que en el grupo con fármacos eran el 45% y, como conclusión, defendían métodos psicosociales y mínimo tratamiento farmacológico.

    • Otro trabajo publicado en el American Journal of Psychiatry (que pueden leer completo aquí) compara dos estudios de seguimiento de 5 años (1947-1952 y 1967-1972) con pacientes del Boston Psychopatic Hospital y del Solomon Mental Health Center. El estudio I incluyó 100 pacientes elegidos aleatoriamente dados de alta en 1947, de los cuales el 45% no recayó en 5 años y el 76% vivían correctamente en la comunidad. El estudio II fue de 100 pacientes elegidos aleatoriamente entre los dados de alta en 1967, de los tratados con fármacos sólo el 31% no recayó en 5 años y su grado de dependencia era mayor, y de los tratados sin fármacos, se dio el alta a la mayoría de los pacientes y el 80% permanecían en la comunidad en los siguientes 5 años. La conclusión es que los fármacos no son indispensables para integrar en la comunidad a los pacientes psicóticos y, en cambio, pueden fomentar la dependencia a los servicios.

    • Un estudio del NIMH (completo aquí) incluyó 80 pacientes ingresados en el Agnews State Hospital con un primer episodio de esquizofrenia, aleatorizados a placebo o antipsicóticos y seguidos durante 3 años. Tras el alta, parte de los pacientes fueron cambiados a antipsicóticos y parte a placebo. Los resultados mostraron que los pacientes con antipsicóticos fueron dados de alta más rápidamente y los porcentajes de recaída en 3 años fueron los siguientes: en el grupo placebo-placebo el 8%, en el grupo antipsicóticos-placebo el 47%, en el grupo placebo-antipsicóticos el 53% y en el grupo antipsicóticos-antipsicóticos el 73%. El estudio concluye que lo que se supone habitualmente el mejor tratamiento da los peores resultados y que para muchos pacientes el tratamiento de elección no son los antipsicóticos si se está interesado en la recuperación a largo plazo.

    • En varios artículos (aquí y aquí) se recoge el trabajo de Loren Mosher en el Proyecto Soteria de tratamiento en comunidad terapéutica. En el seguimiento a 2 años, el 42% de los pacientes no tomaron antipsicóticos, el 39% lo hiciern de forma breve y el 19% lo tomaron los 2 años. Respecto a un grupo control de pacientes que seguían el tratamiento habitual, a las 6 semanas los pacientes habían disminuido sus síntomas tanto como los pacientes hospitalizados del grupo control. A los 2 años los pacientes de Soteria tuvieron menos reingresos, menor psicopatología y mejor ajuste social y personal. Otro estudio similar realizado por Ciompi lo pueden leer aquí.

    • El estudio de Vermont (aquí y aquí) incluyó 269 esquizofrénicos crónicos dados de alta a finales de los años 50 y principios de los 60. Aquéllos que vivían (168) fueron revaluados en los años 80. Los resultados indicaron que más de dos tercios se encontraban bien o muy bien, el 34% estaban en recuperación, con autonomía, actividad social y trabajo, y la mayor parte de estos dos tercios había dejado la medicación años atrás. Las conclusiones señalaron el éxito de los programas de rehabilitación y consideraron un mito el que los pacientes esquizofrénicos necesiten tomar medicación durante años, indicando que sólo a unos pocos les puede resultar útil.

    • La Organización Mundial de la Salud llevó a cabo un estudio en 9 países industrializados o en vías de desarrollo en 1969, con resultados de seguimiento a los 5 años. Se repitió un estudio similar en 10 países en 1978, con resultados similares. Se lleva a cabo un nuevo estudio en 1997, encontrando a los pacientes previos y comprobando que seguían según los hallazgos anteriores (aquí, aquí, aquí y aquí). Se ha realizado recientemente un estudio similar y se ha visto que ya no hay diferencia entre la evolución en unos países y otros. La mayor parte de los pacientes toman fármacos de mantenimiento (aquí). Los resultados originales: el 15,9% de los pacientes en los países en vías de desarrollo tomaban medicación de mantenimiento, mientras que era el 61% de los pacientes en países desarrollados. Pacientes en total remisión en países en vías de desarrollo eran el 62,7%, mientras que en los países desarrollados eran el 36,9%. Pacientes con fracaso en actividad social en países en vías de desarrollo eran el 15,7%, mientras que en los países desarrollados era el 41,6%. En los países en vías de desarrollo el 57% de los pacientes no recayó y el 73% trabajaban. La conclusión es que la esquizofrenia en países avanzados tiene peor pronóstico y que el tratamiento farmacológico no parece tener un papel importante para la recuperación del episodio psicótico.

    • Una revisión de 66 estudios de cambio de antipsicótico a placebo, con controles que seguían con antipsicótico (aquí). Los resultados indicaron que sobre un período de 10 meses recayeron el 16% de los pacientes que tomaban antipsicóticos y el 53% de los que tomaban placebo. Otros autores revisan los mismos estudios (aquí), encontrando que el 50% de las recaídas en el grupo cambiado a placebo ocurrieron en los 3 primeros meses. Una revisión de 28 estudios (aquí) encontró que la discontinuación abrupta del antipsicótico produce un riesgo de recaída del 50% en las primeras 30 semanas. En el primer año de cambio a placebo recaen el 54% de los pacientes. En el segundo año el riesgo es del 2%.

    • Un estudio del NIMH incluyó 64 pacientes psicóticos jóvenes, debutantes o recientes, desde 1978 a 1983, aleatorizados a un grupo con medicación y otro sin ella. Se evaluó periódicamente su situación, presentándose en el artículo los resultados del año 15 de seguimiento. Se define período de recuperación a un año sin actividad psicótica, sin recaída y con actividad social y laboral. Los resultados indican que en el grupo de pacientes medicados, se encuentran en recuperación a los 2 años el 7%, a los 4,5 años el 6%, a los 7,5 años el 12%, a los 10 años el 6% y a los 15 años el 5%. En el grupo de pacientes no medicados se encuentran en recuperación a los 2 años el 21%, a los 4,5 años el 39%, a los 7,5 años el 40%, a los 10 años el 44% y a los 15 años el 40%. A los 15 años, en el grupo de pacientes con medicación, estaba en recuperación el 5%, con mejoría aceptable el 46%, con resultado pobre el 49% y con actividad psicótica el 64%. A los 15 años, en el grupo de pacientes sin medicación, estaba en recuperación el 40%, con mejoría aceptable el 44%, con resultado pobre el 16%, con actividad psicótica el 28% y trabajando el 50%.

    • Dos artículos (aquí y aquí) recogen estudios acerca del Tratamiento Adaptado a las Necesidades finlandés, durante 5 años. Es una terapia basada en un formato individual, familiar y en red y cuando se emplean fármacos se hace de manera puntual y breve. Los resultados indicaron que el 43% de los esquizofrénicos se recuperan sin necesidad de emplear antipsicóticos y que a los 5 años se encontraban asintomáticos el 61%.

    • Otro estudio se ocupa del Tratamiento Adaptado a las Necesidades finlandés ,versión "Diálogo Abierto", con 5 años de seguimiento sobre 72 pacientes iniciales. Los resultados mostraron que se habían empleado antipsicóticos en algún momento en el 33% de los pacientes. A los 5 años estaban tomando fármacos el 17% de los pacientes, trabajando el 81%, incapacitados o inactivos el 29%, nunca habían recaído el 67% y estaban asintomáticos el 79%. La conclusión fue que los mejores resultados indican que pocos pacientes necesitan neurolépticos.


    Hasta aquí la excelente recopilación de artículos y estudios llevada a cabo por Miguel A. Valverde Eizaguirre. Nos hemos limitado a buscar los trabajos disponibles en la red (algunos completos y otros en resumen) porque creemos que muchos son referencias indispensables en la cuestión del tratamiento y pronóstico de las personas diagnosticadas de esquizofrenia (como, por ejemplo, los estudios de pronóstico de la OMS, los proyectos de tratamiento tipo Soteria, o el manejo fundamentado en la psicoterapia que se lleva a cabo en Finlandia u otros lugares). Nuestro papel se ha limitado a intentar difundir estos trabajos y facilitar su consulta. 

    Como decíamos al principio, no se trata de considerar estos trabajos como la verdad revelada en algún monte mítico, por la cual debamos cambiar de arriba a abajo nuestra forma de trabajar. Es cierto que hay otros trabajos que parecen indicar lo imprescindible del tratamiento farmacológico (habitualmente estudios a corto plazo centrados en las recaídas y no en la calidad de vida y/o sin grupo control y/o con interesantes conflictos de interés, pero bueno...). En cualquier caso, suponen un cúmulo de evidencias que no pueden descartarse y ser dejadas de lado sin más, sólo porque incomodan nuestras teorías y prácticas habituales. Se hace imprescindible aceptar la duda, plantearnos y cuestionarnos verdades que no hace mucho dábamos por seguras de forma acrítica y, por supuesto, deberían ser llevados a cabo estudios serios y rigurosos, independientes, sobre evolución de pacientes psicóticos a largo plazo, con y sin tratamiento farmacológico, midiendo variables de resultado que vayan más allá de que el paciente ingrese o deje de ingresar.

    Y, por supuesto, es evidente el papel que la psicoterapia (por ejemplo, en el Tratamiento Adaptado a las Necesidades finlandés) puede y debe desempeñar en el abordaje de las personas con psicosis, desde el debut hasta que sea necesaria, centrada en la recuperación, lejos de visiones cronificadoras, estigmatizantes y desesperanzadas a las que muchas veces, queriendo o sin querer, los mismos profesionales contribuimos.






    El delirio como saber, trabajo y cura

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    El delirio era para Jaspers el fenómeno central de la locura; para Henry Ey, el tema central de la psicopatología y clínica psiquiátrica. Para el psicoanálisis, como hemos visto detenidamente en entradas previas (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí o aquí), fenómeno secundario que viene a restañar la brecha por donde emerge lo Real en la psicosis, debido a la forclusión del significante fundamental para sostener el orden simbólico. Fenómeno secundario, pues, pero de vital importancia para el psicótico que sea capaz de trabajarlo, y ésa será su responsabilidad, para lograr una estabilización en su psicosis.

    Nos acercaremos a este tema de tanta importancia a través de un resumen de las páginas de El saber delirante, de Fernando Colina, el cual es, y citamos palabras de José María Álvarez y Juan de la Peña Esbrí en su trabajo Sobre el Delirio, su función y sus usos en el tratamiento de la psicosis: “con diferencia el mejor libro sobre la materia publicado en las últimas décadas”. Por supuesto creemos que, más allá de este resumen nuestro, la lectura de la obra completa es imprescindible. Fernando Colina es, como hemos dicho repetidamente, uno de nuestros puntos de referencia a nivel teórico en estas cuestiones y no queremos dejar de recomendar también una más que interesante entrevista que se le ha hecho recientemente y que pueden leer, por ejemplo, en el blog Tertulias con Platón.

    El trabajo de Colina no elude la cuestión de la definición del delirio, pero es consciente de la dificultad de semejante tarea. Lejos de definiciones presuntamente científicas y ateóricas como brinda el DSM, y que fueron ya hace unos años deconstruidas brillantemente por Manfred Spitzer en su artículo On Defining Delusions, se detiene en lo que llama la primera tentación, consistente en enumerar no aquello que probablemente contiene el concepto, sino lo que creemos con seguridad que no es. Desde esta óptica, pues, sabemos que el delirio no es simplemente un error, ni una ilusión, ni una mentira, ni una idea fanática ni tampoco un dogma. Y, no obstante, el delirio también puede ser todas estas cosas, pero complicadas con el añadido de otro límite particular del conocimiento que tiene algo que ver con una suerte de fe psicótica. La primera referencia tradicional suele aludir a la etimología de la palabra, proveniente de delirare, salirse fuera del surco en relación con el arado y con la razón, que poco aporta, como señala Colina, al conocimiento del término. Las definiciones académicas clásicas, de carácter fenomenológico, reposan en cuatro propiedades descriptivas: la convicción delirante, que hace referencia al carácter de incorregible e irreductible; la falsedad de la idea delirante, su ruptura con la realidad; la apreciación de que el delirio se desvía de la norma cultural impidiendo el llamado lazo social del psicótico; y, por último, el carácter autorreferencial del contenido delirante. Estas cuatro propiedades, además de dejar a cubierto la entraña del delirio, adolecen de claras carencias. En cuanto a la convicción, es difícil precisar la ruptura y la continuidad entre las ideas terminantes y las delirantes, entre el convencimiento categórico pero normal y la convicción morbosa. En referencia a la ruptura con la realidad, son infinidad las ideas imaginarias, supersticiosas, sobrevaloradas o extravagantes que, sin mantener más vínculo con la realidad que la que pueda soportar cualquier idea delirante, no reconocemos nunca como delirio en sentido estricto. Así como también se han puesto de relieve los aciertos reales del delirio. La pérdida del lazo social como consecuencia del delirio también es cuestionable, ya que muchas ocurrencias, interpretaciones o sospechas delirantes pueden mostrarse como un vínculo eficaz entre las gentes. Por último, la autorreferencialidad del contenido delirante es manifiesta, sabemos que el delirante siempre es un personaje aludido, siempre afectado y concernido. Pero tampoco este rasgo parece muy específico, pues todos estamos expuestos a referirnos con gran facilidad un buen pedazo de realidad, sin traspasar por ello el círculo de la vanidad y la fatuidad necia para caer de golpe en el delirio. En definitiva, ni reuniendo un pensamiento las cuatro propiedades descritas existe la seguridad suficiente para considerarlo delirante. Colina plantea que la definición más precisa del delirio que cabe proponer es al mismo tiempo la menos ambiciosa y la más cauta, limitándose a precisar que delirante es el pensamiento que nos permite reconocer a los psicóticos o, dicho de otro modo, el pensamiento singular que surge cuando se ha enajenado la identidad.

    En relación a la cuestión de la clasificación, Colina recuerda que la primera tentación catalogadora se fijó en el contenido del delirio, siendo los temas genéricos la persecución, el perjuicio, la culpa, los celos, el amor y la divinización. Pero si se observan los contenidos desde una perspectiva más amplia, encontramos, en clave delirante, todos los grandes asuntos de la Humanidad. En estos temas delirantes encontramos las grandes cuestiones de la vida, del poder, de la palabra, del deseo y de la muerte: lo divino y lo originario, la catástrofe y el fin del mundo, la pluralidad de mundos, la hostilidad universal, la animalidad, la redención, el mesianismo, la culpa, el enemigo y la persecución, lo masculino y lo femenino, el amor, la pasión y los celos. De estos alimentos, celestiales y terrenales, se nutren la filosofía, la religión, los mitos, la antropología, los teólogos y también, a tenor de lo dicho, los psicóticos. Tras lo que les pareció una prolífica acumulación de contenidos, los psicopatólogos optaron por prestar atención al mecanismo psicológico que, según se presume, los elabora y da cuerpo. Se habló así de delirios interpretativos, imaginativos, alucinatorios y reivindicativos (o pasionales). Un tercer procedimiento clasificatorio ordena los delirios en referencia a la estructura clínica que habitan. El delirio paranoide sería propio de la esquizofrenia y el paranoico correspondería a los llamados delirios crónicos o paranoias. Hay delirios muy desestructurados, cargados de sintomatología negativa, ricos en fenómenos elementales y síntomas primarios, que afectan globalmente a la razón y que parecen poseer intrínsecamente un soplo deficitario. Frente a estos delirios paranoides, encontramos formas delirantes bien organizadas, mejor ordenadas y sistematizadas que las otras, que ocupan sólo parcialmente el intelecto del paranoico, abogando el delirante en estos casos concienzudamente a favor de su delirio. Existe una tercera opción, que es la hipotética estructura parafrénica, que presenta una contribución delirante muy generosa e imaginativa, pero coherente, bien ordenada y sistematizada. Un cuarto lugar quedaría ocupado por la psicosis melancólica, difícil de ubicar con las demás, tal vez por elegir los humores para mostrar su fuerza devastadora. Otra diferenciación de los delirios es aquélla que los separa en ideas deliroides e ideas delirantes primarias. Tradicionalmente, el delirio melancólico se considera “comprensible” al estar sus contenidos en lógica conexión con el estado de ánimo y los entendemos casi por empatía. Las ideas delirantes estrictas, por su parte, nacerían absurdas y del vacío, “incomprensibles” para nosotros al no disponer de un soporte vivencial del que las podamos deducir y comparar. Otra clasificación se podría hacer atendiendo a la ruptura del lenguaje provocado por el desencadenamiento de la psicosis, pudiendo distinguir dos bloques de manifestaciones delirantes: uno vinculado al significante y otro al significado. El primero da cuenta de la sopa de letras en que se puede convertir el lenguaje del esquizofrénico durante la crisis. El estallido psicótico viene a producir fragmentos del soporte material de la palabra, el significante, cuyo resultado son los síntomas que habitualmente denominamos primarios y conforman el automatismo mental que describió Clérambault. Frente a estos fenómenos disolutivos de la estructura hablada del paciente, el psicótico reacciona con un esfuerzo interpretativo que configura el delirio de significado, una respuesta del sujeto delirante, una defensa del síntoma a favor de la integridad del delirante. Un último lugar en estas propuestas clasificatorias quedaría ocupado por cierta forma de ideas delirantes no psicóticas que aparecen en las demencias orgánicas. Para Colina, serían experiencias delirantes que poco o nada tendrían que ver con el delirio, por su escasa elaboración, su mínimo trabajoy sus circunstancias demenciales.

    Dedica también Colina unas palabras a la angustia. En el neurótico, sería algo semejante al miedo a la finitud y la decepción del deseo, a la contingencia de la vida, al absurdo, a lo que podría no existir, a lo que carece de fundamento, incluso a la condición incompleta e imperfecta de los seres amados. Y, sobre todo, el miedo a la agresión que comporta la satisfacción, pues el placer, edípicamente hablando, siempre posee una connotación de triunfo sobre alguien que indudablemente acabará vengándose y privándonos de su amor. El psicótico, en cambio, parece vivir en otro mundo, fuera de los males del deseo y de sus estrategias de placer, ya sean histéricas, fóbicas u obsesivas. Ajeno por lo tanto a los beneficios y contrariedades de la represión. Teme la escisión y el rompimiento. Disociación que en el esquizofrénico se manifiesta como temor de fragmentación, de influencia, de invasión o difusión de su pensamiento, mientras que en el paranoico sus apariencias serán preferentemente como temor de persecución y perjuicio. En el melancólico se elabora un temor a la soledad y a la pérdida de objeto. Resulta imposible pensar en la psicosis sin presencia de angustia. Es difícil ser psicótico sin gritar y, a pesar de que el psicótico extraiga de su angustia una suerte de verdad reveladora, de verdad plena, no sujeta a las vacilaciones del lenguaje, la angustia no desaparece jamás. En la neurosis reconocemos la angustia familiar de la castración, es decir, la pérdida, la soledad, la culpa, la muerte o el castigo, pero en el psicótico siempre refulge un “más allá” primitivo e irreductible, originario. No es, por lo tanto, del orden del dolor, de la falta de amor, de la humillación, de lo imperdonable o del fin de los días. O no es sólo eso, aunque eso también esté presente. Habría una fractura inefable del lenguaje, siendo la angustia psicótica, en su momento más esencial, la angustia del automatismo y de su subordinado racional, el delirio.

    Como ya comentamos en entradas previas, Colina señala también la importancia fundamental de los fenómenos elementales, recogidos en el automatismo mental de Clérambault. En el momento del automatismo, el significante adquiere un papel irremplazable. Cuando el psicótico traspasa el umbral de no retorno y la psicosis se desencadena, lo primero que salta por los aires es la asociación, aparentemente inseparable y lejos de toda posibilidad de dislocación, entre significante y significado. El lenguaje queda en suspenso, al menos parcialmente, sobre el hueco amenazador abierto en la realidad por su ausencia, mientras que lo más esquelético e inerte de la palabra adquiere una autonomía inesperada. Un tiroteo de letras y sonidos alcanza en ese momento la conciencia del psicótico. Aparecen los síntomas “anideicos”, “sutiles” y “atemáticos”. Sujeto a la invasión de caracteres que, al no encontrar representaciones que transportar, raspan mudos o rebotan en ecos desconcertantes, el psicótico se encuentra con que su pensamiento se vuelve sonoro y doloroso. Las palabras se sonorizan o responden mediante ecos internos porque ya no aciertan a encadenarse en el discurso o pierden en el camino el significado que vehiculan para acabar tropezando consigo mismas. El psicótico deja de ser voz para convertirse en eco: de los demás y de sí mismo. A veces, estos hechos suceden tan tempranamente en la evolución de la psicosis, que no llegamos a percibir la presencia del automatismo y sólo podemos llegar a sospechar que su aparatoso entramado estuvo presente en el pasado, pero que en la actualidad sus manifestaciones han quedado integradas en el delirio. Sin embargo, por mucha prioridad que se conceda a los síntomas del automatismo, hay casos en los que cabe sospechar que nunca sucedieron. Las psicosis propiamente delirantes tienden a polarizarse entre las esquizofrénicas, de sintomatología significante experimentada y notoria, y paranoicas, donde o bien el automatismo sucedió sin dejar rastro clínico, por su liviandad o su precocidad preclínica, o bien no ha llegado a aparecer nunca, si fuera cierto que en estos casos el lenguaje sólo se ha derrumbado en la esfera del sentido, sin afectar a su vástago mecánico. Se tiende a asimilar la esquizofrenia con el delirio de significante y con el automatismo, del mismo modo que lo hace la paranoia con el delirio de significado y con la ausencia de los llamados síntomas automáticos aunque, como dice Colina, podemos pensar que la paranoia sufrió de automatismo, quizá de modo imperceptible y subclínico, pero suficientemente activo para poner en marcha el delirio. El modelo explicativo mantiene así su eficacia, al menos desde el punto de vista heurístico, sin demostración empírica posible.

    Siguiendo siempre a Colina, hay que decir que, pese a la apoteosis racional del delirio, el escenario principal de la psicosis es el cuerpo. Los fenómenos elementales no son sólo vocales o lumínicos, sino también corporales. El lenguaje del cuerpo es expresivo en las neurosis, mientras el cuerpo se encuentra inscrito en el lenguaje y la palabra le transita y le recubre de una segunda piel. En la esquizofrenia, en cambio, el cuerpo se vuelve opaco y empieza a hablar su propio lenguaje: el intraducible idioma delirante que, a fin de cuentas, es un lenguaje corporal antes que cualquier otra cosa. En el cuerpo del esquizofrénico, un universo de sensaciones extrañas, a menudo indefinibles, se agolpa: distorsiones, deformaciones, negaciones corporales, fenómenos cenestésicos anormales, hipocondrías enajenantes, posesiones e influencias físicas, disociaciones, simbiosis con otros cuerpos o con lo extracorpóreo, agresiones canibalescas, parasitaciones imaginarias, impresiones dismórficas, pericia alienada de los sentidos, malentendido de las mucosas.

    Plantea Colina que, aunque denominamos alucinaciones a una cosa y delirios a otra, en el fondo el cuerpo común es el delirio, cuyo discurso es de contenido sensorial -o imaginario, si se prefiere este término- en el caso de la alucinación, y conceptual, principalmente, cuando aludimos al delirio. El delirante, menos que nadie, no puede prescindir de la temática perceptiva, pues piensa desde el cuerpo, frotando las palabras sobre la piel y los sentidos de un modo primitivo. Ese valor sensorial del pensamiento psicótico es el que vuelve indisociables la alucinación y el delirio.

    Se ha insistido demasiado en medir el pensamiento delirante desde el modelo de la lógica formal. Y, enjuiciado desde ese ideal de las ciencias exactas, no es extraño que haya aparecido siempre a la manera de una desviación imperfecta de la norma. Pero la lógica que rige el delirio es otra lógica, ni formal ni informal, que ha sido reconocida por el psicoanálisis como lógica del síntoma. El síntoma, interpretado desde sus estrategias racionales de conocimiento, de defensa y de ocultación, es el instrumento intelectivo que mejor puede dar cuenta de la razón delirante. Colina se muestra pesimista ante la posibilidad de aislar unidades narrativas en el texto delirante (deliremas) que puedan ser interpretadas independientemente, así como tampoco cabe aplicar al delirio el modelo onírico. El delirio no es traducción de nada ni es traducible a otro idioma. El delirio se agota en sí mismo, en su propia estrategia racional, de modo semejante a una respuesta ciega que llega terriblemente antes que la pregunta. El delirante antes que preguntar supone. Las expresiones “tú ya sabes” o “vosotros sabéis” preludian a menudo cualquier intento de diálogo y agostan su curiosidad. La lógica del síntoma lleva a enjuiciar el delirio como un compromiso constructivo del sujeto, es decir, no sólo como un déficit, que lo es, sino también como una respuesta creativa del psicótico. Colina defiende que no estamos únicamente ante restos defectuosos del pensamiento, peladuras desprendidas de una función alterada y destruida, o frente a la liberación de estratos inferiores del psiquismo que imponen su arcaica razón a las capas más elevadas del raciocinio (como afirman las tesis inspiradas en modelos jacksonianos). Al contrario, el delirio es también el resultado de un esfuerzo creativo del psicótico, quien a través del “trabajo delirante”, “novela delirante” o “momentos fecundos del delirio”, va edificando su propio domicilio racional por encima de las experiencias pasivas, parásitas o automáticas que han invadido su espacio mental. En palabras de Freud: “el delirio es un intento de restablecimiento y reconstrucción”. Desde el punto de vista terapéutico, una consecuencia de esta lógica del síntoma sería la consideración de proponer al psicótico el delirio más que reprimirlo, ofreciéndonos paradójicamente a enseñarle a delirar. Actitud que aunque no la llevemos a cabo -y no tanto por no sentir su importancia, sino por la imposibilidad de realizarla- nos viene a recordar al menos la necesidad de no oponernos frontalmente al delirio y respetarle como una ortopedia a menudo crucial para algunos seres humanos. Por otra parte, hay que atender al sufrimiento que revela todo síntoma, pero sin descuidar la satisfacción que implícitamente imprime. No es concebible el delirio sin que aparezca pronto el alarde de la omnipotencia. Una jactancia que se superpone sobre la otra gran idea del delirio, la que hace referencia a la magnitud del perjuicio padecido. Ya dice un conocido aforismo psicopatológico: “Mejor perseguido que solo”. Y desde el lado de la megalomanía, la solicitada presencia del otro no sólo viene servida por la persecución, sino también por la impresión de autorreferencia que rodea sin descanso al psicótico. Junto a la omnipotencia, pues, la alusión. La lógica interna del delirio incluye desconocer completamente la generosa indiferencia de los demás. La lógica del síntoma se ordena en torno a estas tres exigencias discursivas indesplazables: la construcción en la destrucción, la satisfacción omnipotente en el perjuicio y la autorreferencia en la soledad.

    Tanta fe expone el delirante en sus creencias que, aunque dudemos de la realidad de su propuesta, no podemos hacerlo de la imperiosa urgencia de la que nace. Una opinión tan firme tiene que responder a una necesidad igualmente intensa, y esa tensión nos hace desentendernos del error inflexible de su creencia para dejarnos llevar por el desamparo verdadero de donde parte. Algo nos inclina desde ese momento a dar la razón al delirante, obligándonos a comprender. Dado que no nace de la demostración, sino de la realidad del dolor, la verdad aquí es más empática que probatoria. Aunque nos distraiga con su delirio, el delirante sólo nos habla verdaderamente de su soledad. Soledad que nos obliga a creerle porque nos embarga. Si algo verdadero tiene el delirio es ese ansia de verdad y sentido que le acompaña. Anhelo que no tiene otro origen que el agónico afán del propio sujeto psicótico por recuperarse y reconstruir el edificio mental derrumbado. Lacan ha insistido, como recuerda Colina, que el síntoma y en especial la angustia, es lo que no miente. Y no lo hace porque su aparición pone de manifiesto los engaños del inconsciente. Diga lo que diga el delirante, la existencia del delirio basta para persuadirnos de que el psicótico ya no puede ocultar su estupor, pues su fracaso interior ha sido puesto en evidencia por el delirio. Freud, por su parte, estaba convencido de que los enfermos mentales, al haberse apartado de la realidad exterior, podían descubrir cosas de la realidad interior que de otro modo permanecerían inaccesibles para nosotros. Como señala Colina, esta posibilidad reveladora de la locura constituye un estereotipo que recorre la historia del pensamiento.

    El delirio tiene diferentes destinos, a los que calificamos de favorables cuando se disponen en el polo opuesto de la disgregación psíquica y de la convicción implacable. Existen una serie de estrategias para distanciarse del delirio que se conocen, en un sentido amplio, bajo la categoría de “crítica del delirio”. Las primeras son las que Colina llama opciones lúdicas, las menos críticas, que se refieren a todas las formas de juego con que es barajado el delirio: ironizar, matizar, exhibir, hacerse el loco más o menos seductoramente... Con estas opciones, el psicótico logra mantener activo el delirio y, a la vez, distanciarse relativamente de él. Suponen un proceso evolutivo saludable. El psicótico aprendió primero a delirar, es decir, a recoger las irrupciones pasivas de significantes y de sentido para transformarlas paulatinamente en elaboraciones subjetivas beneficiosas y efectivas. En un segundo momento, tuvo que aprender a vivir con su obra, integrando el delirio en el discurso, sin sufrir demasiado ante este segundo tormento con que la ingrata incomodidad de los síntomas amenaza su vida social y su equilibrio, siempre al borde del hundimiento irrecuperable.

    Otros modos de moderar el delirio son la localización o la temporalización. En el primer caso, el delirante se muestra capaz de seleccionar los momentos que considera oportunos para expresar sus ideas delirantes, o elige los interlocutores a los que confiárselas. Esta localización la consideramos provechosa y, en la práctica, nos sirve frecuentemente de objetivo en la dirección del tratamiento. La temporalización se basa en la posibilidad de poder aplazar en el tiempo las metas que defiende en su delirio, como el ejemplo clásico de Schreber. Por otra parte, la crítica del delirio en sentido estricto es la que se desprende de las propias palabras del psicótico cuando juzga, por ejemplo, su pensamiento de “invenciones” o incluso cuando habla de “delirios producidos por su enfermedad”. En tales casos, aun dando por supuesta la sinceridad del enfermo, debemos considerar con cuidado el alcance de su juicio, preguntándonos incluso si el delirante cree realmente en su delirio, pues a lo mejor su convicción es de una índole particular que poco tiene que ver con una convicción nuestra equivalente. Quizá crea más en las palabras que en la experiencia que anuncian, y también más en la necesidad de creer que en la creencia misma. Dijo Freud que los delirantes creen en su delirio como creen en sí mismos, subrayando la necesidad incuestionable de su creencia, pero también entendiendo el delirio como la idea proveniente de una identidad frágil en la que poco se puede creer. Su renuncia al delirio es muy sui generis, dado que no anula realmente el pensamiento. El psicótico puede reconocer con franqueza que delira sin retractarse por ello, sin dejar de delirar. Es capaz de compatibilizar la duda sobre algo con el convencimiento absoluto sobre lo mismo. Puede afirmar que delira y seguir delirando.

    Entendemos poco, y probablemente mal, acerca de cómo se inicia e instaura un delirio, pero aún conocemos peor el modo de su desaparición. Como dijo Henri Ey, “el hecho primordial es que el delirio de un momento tiende a convertirse en el delirio de una existencia”, dejando claro lo difícil que es volver de la experiencia psicótica. Quizá la única crítica real del delirio consista en su ocultación espontánea, en cierto ocaso tranquilo y silencioso que aleja el delirio de la representación, pero que no lo elimina del todo, aunque le permite retraerse porque su indispensable necesidad ha desaparecido. La serenidad callada de esta retirada nos recuerda nuestra obligación de ser respetuosos con el silencio del delirante. Si ya no cuenta su delirio es porque no quiere o porque no puede, dado que éste ha retrocedido. Debemos evitar la agresión, pero no sólo la manifiesta, sino también esa violencia más disfrazada que puede desvelarse cuando alegremente diagnosticamos de delirio enmascarado o enquistado a lo que es simple decoro, sencilla somnolencia del delirio. A veces, tras esa designación, escondemos en nuestro ánimo el equivalente de una imputación, de un ansia normalizadora, de una desconfianza morbosa o de una dirección de conciencia rigorista, antes que un intento de precisión clínica.

    Que un psicótico cuente libremente su delirio, incluso que lo haga con avidez, es algo que nos parece un comportamiento consecuente. En cambio, parece que reaccionamos con cierta incomodidad si el psicótico esconde y calla su delirio voluntariamente, sospechando a veces que con esa actitud aumenta su gravedad, y no nos inclinamos tanto a creer que se trata de un apagamiento beneficioso del delirio, sino de una ocultación deliberada que revela insinceridad, con lo que añadimos una consideración moral a la valoración psicopatológica. Ya dijo Kierkegaard: “Si un hombre fuese lo bastante sensato para poder ocultar su locura, podría enloquecer al mundo entero”. Sin embargo, son muchas las razones que pueden llevar al psicótico a callarse: por un creciente bienestar, un alcanzado equilibrio que le permite y aconseja callar por pudor y temor. Menos veces podemos sospechar que calla para mantener a raya al curioso y atraer al indiferente. Pues no por irracional el delirio deja de ser un recurso de seducción conveniente. Por otra parte, el móvil más importante para esconder el delirio tiene que ver con la competencia del psicótico para esgrimir con buen sentido el interruptor insustituible del secreto. El delirante debe recuperar lo antes posible su capacidad para guardar sus pensamientos y evitar la transparencia, el eco y la resonancia divulgadora que provoca su rota identidad. En el caso del psicótico, nos encontramos ante una exigencia de opacidad destinada a neutralizar esa profusión con que todos los secretos se le vuelven públicos. Nuestra mayor hospitalidad, nuestra actitud más terapéutica, incluso nuestro superior saber, puede tener algo que ver con respaldar el callado hermetismo con que puede resolver su relación con el delirio.

    Fue Kant quien, decidido a poner un límite a nuestro conocimiento, habló de la cosa en sí para referirse no a nada esencial, sino a todo lo que, tras la realidad, permanecía excluido absolutamente de nuestra representación. El mismo esfuerzo ilustrado que regulaba la razón y establecía sus fronteras humanas, abría simultáneamente las puertas a un mundo oscuro, desconocido y romántico que iba a proporcionar al hombre una duplicidad nueva, una herida más intensa y divisoria: claridad, precisión y finitud por un lado, frente a oscuridad, pulsión e infinitud por el otro. Hegel levantó acta de que la cosa en sí no podía ser patrimonio exclusivo de la realidad exterior al igual que sucedía en Kant: “Al intelecto -dijo- habría que reconocerle por lo menos la dignidad de una cosa en sí”. Schopenhauer la extendió a los aledaños del deseo: “El acto de voluntad es sin duda el fenómeno más próximo y más preciso de la cosa en sí”. La cosa en sí iba ampliando su territorio al tiempo que adquiría vida y entraba en ebullición. Un espacio nuevo se entreabría y agrietaba, poniéndose al alcance del hombre moderno. En sus proximidades se alojarán lo divino, lo sagrado, lo pulsional, la alienación, la repetición, la gloria e incluso una suerte de hastío desesperado, elementos que antes permanecían cercanos a los dominios de la religión o a los enclaves morales, desde donde se juzgaba y medía el ejercicio moderado o destemplado de las pasiones. Va a ofrecer un saber nuevo e insondable que va tomando cuerpo: “Sólo desde la oscuridad de lo que carece de entendimiento nacen los pensamientos más profundos”, en palabras de Schelling. El delirio es tenido entre ellos.

    Dice Nietzsche: “La piedra es más piedra que antes”, haciéndonos ver que la realidad se ha vuelto demasiado real para nosotros, tanto que difícilmente vamos a poder soportarla. La cosa en sí ya no es simplemente reconocible en una frontera inerte y más o menos mistérica, sino que es semejante a una amenaza intangible e indecible que nos rodea por dentro y por fuera, como una piedra incandescente de la que emana constantemente un aluvión psicótico. La psicosis late en todos nosotros y está presta a doblarnos la espalda en cuanto una vacilación del lenguaje impida a la representación contener el empuje de su negror, de su muda erupción. Así que se abra una grieta, un mundo árido y estéril se cierne sobre nosotros, irrumpe la angustia y al hombre le crece una nueva razón: el delirio, que brota como un defecto en la intermediación del lenguaje, como un cortocircuito directo entre lo impensable y el sentido.

    La evolución del concepto llevó a la noción freudiana de pulsión y, en especial, la pulsión de muerte en tanto que matriz nuclear de todas las pulsiones, representa el límite del conocimiento y también el origen desencajado y huraño de las psicosis. Con otro término, el de Real, lo acoge y enmarca Lacan más tarde, elevándolo a la categoría de registro, de instancia del psiquismo que ya no responde fácilmente a la separación entre consciente e inconsciente. O la pulsión se domestica en deseo o el sujeto queda sometido a las fuerzas de la psicosis. O lo Real es frenado por la palabra o la realidad queda avasallada por unas tensiones que la vuelven irreconocible obligando al sujeto a desplegar el delirio a modo de un último recurso para recibirla o al menos, hasta donde sea posible, remendarla y humanizarla. Donde no llega la metáfora del deseo lo va a intentar el delirio convertido en metáfora de una catástrofe. Cuando el paño hablado de cualquiera de nosotros se descorre insuficientemente sobre el otro y el mundo, entonces la cosa en sí, que es una suerte de cráter que negrea y acongoja de un modo irresistible, exige que un apósito racional nuevo, que no es otra cosa que el delirio, venga a sofocar el fuego de una lava que transforma en cosas y escoria cuanto toca vivo.

    En relación a la cuestión del poder, sigue Colina afirmando que seguramente la identidad, es decir, el reconocimiento propio, sea una expresión del poder. Y el delirio no sea por su parte nada más que un sucedáneo decisivo de la identidad en el que hay que creer. Al aforismo freudiano, ya comentado, que nos señala que el delirante cree en el delirio como cree en sí mismo, habría que añadir que cree en el delirio como cree en el poder, si es que no son lo mismo. Pues el poder nos presta reconocimiento, nos hace individuos, es decir, sujetos dignos de libertad. Propietarios y señores del nombre de cada cual. El psicótico, en cuanto que fracasado en la esgrima del poder, es una máscara tambaleante a la búsqueda de una fe -el delirio- que le sirva de arma y de correaje. Sólo en el delirio encuentra la diferencia suficiente para distinguirse de los demás. De este modo, en el pedestal de ese poder delirante, que difícilmente le permitirá una vida agradable en sociedad, al menos consigue un dominio imaginario sobre su entorno.

    Hasta aquí nuestro intento de resumen de las palabras de Fernando Colina en El saber delirante. No dejen de leer el libro original, porque les aseguramos que es un texto de los que marcan un antes y un después en la visión de la locura.




    El sentido de la locura (Jim Geekie y John Read)

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    Recientemente hemos leído un libro altamente recomendable: "El sentido de la locura", de Jim Geekie y John Read, en la colección 3P de Herder, prologado por Jorge Luis Tizón. Se trata de una obra que plantea de forma clara y directa la importancia de las experiencias subjetivas en la locura, así como las distintas visiones que se existen sobre la misma, no sólo por parte de los profesionales, como es habitual, sino desde el punto de vista de las personas que la experimentan y de la gente lega que forma la sociedad en que tales experiencias aparecen y se desarrollan. Un libro polémico en muchas de sus páginas por cuanto supone un aldabonazo -uno más- para colocar a la persona que sufre esquizofrenia / psicosis / locura como interlocutor válido a la hora de comunicar sus experiencias, así como para no perder de vista la importancia que desde el punto de vista terapéutico y de recuperación puede tener para dichas personas la búsqueda de un sentido a esas experiencias. Una suerte de re-integración para compensar lo que muchas veces tiene de des-integrador la locura. Recomendamos el libro como lectura imprescindible para los profesionales que, de una manera u otra, nos dedicamos a atender personas con estos problemas. Queremos en nuestra entrada recoger un resumen que hemos hecho de la primera parte de la obra:



    EL SENTIDO DE LA LOCURA

    INTRODUCCIÓN

    George Kelly: "Si no sabes cuál es el problema de una persona, pregúntaselo: tal vez te lo diga".

    Se refiere a la insensatez que supone dar por sentado que sólo los "expertos" están capacitados para hacer observaciones inteligentes sobre las experiencias subjetivas de los pacientes; una insensatez que, desgraciadamente, se sigue observando en buena parte de la literatura científica actual sobre los problemas de salud mental y los enfoques clínicos adoptados para ofrecer ayuda a los individuos que sufren tales experiencias.

    Creemos que la "locura" es una experiencia intrínsecamente humana, presente en todas las sociedades y, hasta donde alcanza nuestro conocimiento, en todas las épocas. Creemos que la tendencia de la mente a desviarse de lo que la sociedad considera "normal" y aceptable, sumada a la tendencia del resto de miembros de esa misma sociedad a interpretar tales desviaciones como signos de locura, son algunos aspectos centrales de la naturaleza humana. Los tipos de desviaciones de la "normalidad" a los que nos referimos suelen ser los que cuestionan algunos de los supuestos fundamentales sobre el mundo o nuestra percepción de él. Las experiencias, que pueden ser de naturaleza intensa, generan inevitablemente una serie de cuestiones: preguntas dirigidas al individuo afectado, a las personas que lo rodean y, en general, a todos los que tenemos relación con la actividad humana. En estas cuestiones se puede incluir las relacionadas con el origen de las experiencias, las posibles respuestas a ellas y cómo podemos interpretarlas.

    Estamos convencidos de que la locura representa, en cierta manera, un aspecto fundamental de la existencia humana y que nuestra forma de identificarla e interpretarla, en momentos y lugares concretos, dice mucho de los conceptos sobre la naturaleza humana que operan, en general de forma tacita, en una cultura concreta en un momento dado. Creemos, igualmente, que la respuesta de una sociedad concreta a tales experiencias también expresa algo importante sobre la naturaleza de dicha sociedad.


    Narración

    Dentro de nuestra exploración de la locura, creemos que la metáfora de la "narración" es un marco general útil que nos permite considerar las diversas explicaciones de la locura. Es importante aclara que el termino "narración" no connota una forma de ficción. El sentido en que lo utilizamos es mucho más amplio y hace referencia a las maneras en las que elegimos interpretar un aspecto concreto del mundo: cómo "narramos" aspectos del mundo poniéndolos en un marco narrativo que dé significado a nuestra experiencia. Dentro de ese marco podríamos decir que se trata de diferentes maneras de "narrar" la experiencia de la locura. Así pues, este concepto "narrativo" representa un tipo de "meta-marco" que abarca un amplio abanico de interpretaciones posibles de la locura y considera que cada una de ellas es una entre muchas posibilidades. Esta forma de pensar puede requerir un esfuerzo para la persona que cree que una de las historias (inevitablemente la suya, por supuesto) representa la "verdad" o la "realidad" definitiva de la cuestión.

    Entre las formas de narrar la experiencia de la locura estarían tanto los intentos científicos de interpretar la experiencia como, en el extremo opuesto, las narrativas personales particulares basadas en la experiencia vivida. Lo que proponemos es que todas las historias (o todas las formas de interpretar un conjunto concreto de experiencias) son diferentes y sus diferencias se presentan en varias dimensiones. Algunas historias, como, por ejemplo, las científicas pueden tener una "justificación" más sólida, mientras que otras tal vez posean mayor significado personal y relevancia para el individuo, a pesar de una posible falta de "evidencia científica". Diferentes culturas desarrollarán formas distintas de interpretar la locura. Las diferencias entre las explicaciones también existirán en términos de sus implicaciones, posiblemente diversas para colectivos distintos. Algunas de las explicaciones pueden resultar más atractivas para los individuos que experimentan la locura que para sus familiares o, más en general, que para los miembros de la cultura a la que pertenece el individuo. Algunas maneras de narrar la locura puede favorecer a los intereses de grupos concretos porque certifican que son expertos en prestar asistencia profesional a los individuos afectados por aquello.

    Algunos autores han sugerido que el marco narrativo forma parte de un "cambio de paradigma" más amplio en las ciencias sociales que conlleva supuestos diferentes sobre el significado de la condición humana. Este nuevo enfoque de la comprensión y el estudio de los seres humanos ha sido etiquetado de "giro interpretativo", "investigación discursiva", "constructivismo social", "deconstructivismo" y "psicología popular". El denominador común de los enfoques incluidos en estos términos es la consideración de la atribución de significado como algo que construimos, a nivel individual y colectivo, a través de nuestra interacción con el mundo.

    Uno de los principios básicos del enfoque narrativo es la idea de que los seres humanos son, antes que nada, generadores de significado involucrados activamente en la interpretación del mundo que los rodea, en lugar de estar sometidos pasivamente a la influencia de su experiencia. Una de las formas fundamentales a través de las cuales atribuimos y transmitimos significado es tejiendo una narrativa que confiera sentido a nuestra experiencia. Las historias no se limitan a describir una realidad objetiva independiente, las historias que construimos no son meramente descriptivas de las experiencias, sino constitutivas.

    "La metáfora narrativa sugiere que las personas viven sus vidas a través de historias, y que dichas historias dan forma a la vida y tienen efectos reales, no imaginarios".

    (White, 1991, pág. 28)

    La terapia narrativa es un modelo terapéutico basado en esta premisa pero es importante explicar que este enfoque narrativo y el marco constructivista del que deriva son más que un mero sistema para examinar cómo se produce la atribución de significado de la experiencia.

    "Vivimos dentro de historias, no dentro de estadísticas

    (Gilberto, 2002)


    La experiencia subjetiva de la locura

    La experiencia subjetiva de la locura puede suponer una contribución importante para comprender la locura. Resulta inevitable que cualquier interpretación de la locura que pase por alto la experiencia subjetiva proporciona una experiencia incompleta, inadecuada de dicha vivencia. Tratar de comprender la locura sin identificar, reconocer o incorporar los aspectos subjetivos de la experiencia en nuestro intento de interpretación es una tarea imposible y destinada al fracaso.

    Nuestra forma de comprender la locura informa y determina los tipos de enfoques clínicos que se ofrecen a los individuos que pueden sentirse perturbados por sus experiencias.

    Desde su origen, el método científico ha dado más valor a las investigaciones centradas en las observaciones y medidas objetivas que a la experiencia subjetiva. Cuando las investigaciones científicas tienen por objeto materias inanimadas pueden ponérsele pocas  objeciones a este enfoque, pues podemos dar por sentado que los aspectos inanimados del mundo material carecen de experiencias subjetivas propias. Sin embargo, en el siglo XIX esos mismos métodos científicos que habían tenido tanto éxito aplicados al estudio del mundo material fueron adoptados por investigadores del campo de la salud y las ciencias sociales, cuyos objetos de estudio principalmente no eran objetos inanimados desprovistos de subjetividad, sino una criatura muy diferente que se caracterizaba por su capacidad de reflexionar acerca de su propia experiencia: el ser humano.


    El estado de la investigación de la experiencia subjetiva de la locura

    En una revisión de la investigación en esta área, Lally (1989) señaló que en el campo de la salud mental se da una falta generalizada de investigaciones centradas en el punto de vista de los pacientes. Molvaer et al. (1992) analizaron los estudios realizados en dicho ámbito y concluyeron que la "investigación centrada en las atribuciones realizadas por los pacientes de su propia enfermedad es prácticamente inexistente", una conclusión muy similar a  la alcanzada recientemente por Drayton et al. (1998), que se quejan de la "escasez de estudios centrados en la adaptación psicológica del individuo a la psicosis".

    Esta falta de atención de la investigación a cómo comprenden los pacientes sus experiencias y su relación con las mismas no deja de ser curiosa si recordamos que, en el área de la salud mental, los diagnósticos dependen, casi por completo, de las descripciones que realizan los clientes de su experiencia (en lugar de obtenerse a partir de pruebas diagnosticas bioquímicas como sucede en otras áreas de la medicina). Es como si se pudiera confiar en los clientes para obtener la historia y la descripción de su experiencia, en la que se apoyará el diagnostico, pero una vez obtenida dicha información se pasara a creer que el paciente no tiene mucho más que añadir a la interpretación de sus experiencias. En esta situación, la paradoja consiste en que a pesar de que el proceso de diagnosis depende  de la valiosa contribución del paciente, una vez establecido el diagnóstico de una enfermedad psicótica, este propio diagnostico, ipso facto, parece incapacitarlo para seguir contribuyendo a la discusión sobre el significado de su enfermedad.

    En su obra clásica Jaspers (1963) dedicó un capítulo completo a la actitud de los pacientes frente a la enfermedad, haciendo cierto esfuerzo en diseñar una clasificación de las formas individuales de interpretar las experiencias psicóticas y darles respuesta. Jaspers (1963, pág. 417, cursivas originales) propuso que "se puede aprender mucho de las interpretaciones de los pacientes cuando tratan de comprenderse a si mismos".

    Una de las primeras obras que llamó la atención acerca de la importancia de la interpretación de los clientes fue la de Mayer-Gross (1920, citado en Dittman y Schuttler, 1990). Este autor tiene en cuenta las opiniones de las personas diagnosticadas de esquizofrenia para proponer una clasificación de las diferentes respuestas de los individuos frente a sus experiencias. Propone cinco posibles respuestas: "desesperación", "renovación de la vida" (ver la experiencia como una oportunidad de renovación), "separación" (como si no hubiese sucedido nada), "conversión" (en la que la psicosis es vista como una revelación) y "fusión" (de la experiencia con la idea de uno mismo). Ni la practica clínica ni la investigación han adoptado estos términos.

    Más recientemente Sims (1988, 1994) ha defendido que una valoración completa y bien hecha de los problemas del paciente debe incluir una exploración fenomenológica detallada de su experiencia subjetiva, además de una apreciación empática de la misma.

    Desgraciadamente, ni la investigación ni la practica clínica han presentado demasiada atención a estos llamamientos a valorar la experiencia de los pacientes. Una de las formas a través de las cuales se manifiesta esta desatención es la falta de un lenguaje aceptado y bien diseñado que permita referirse a las interpretaciones o respuestas de los clientes ante sus propias experiencias, describirlas o categorizarlas.


    ¿Qué podemos hacer?

    Comoquiera que lo hagamos, debemos prestar atención al punto señalado por Mosher (2001), según el cual acercarse a la vivencia subjetiva de un alma atormentada puede ser una experiencia perturbadora por si misma, por lo que hará falta hacerlo con una formación y un respaldo adecuados. Creemos que la corrección de esta falta de atención exigirá adoptar una actitud frente a la psicosis / locura que la reconozca como experiencia esencialmente humana y que reconozca también que los individuos con experiencias psicóticas son "expertos basados en la experiencia" que pueden realizar contribuciones valiosas.


    ¿Por qué es importante la experiencia subjetiva?


    ARGUMENTO ÉTICO

    Fulford y Hope (1993, pág. 691) defienden una postura ética general sobre la importancia ineludible de prestar atención a la experiencia subjetiva argumentando que "la comprensión de la experiencia del paciente es la base de la ética médica solida". La postura de la filosofía fenomenológica parte de la idea de que la experiencia inmediata es necesariamente única y que ser humano significa interpretar o "tematizar" la propia vivencia: ser humano es construir un sentido único de la propia experiencia única vivida. La incapacidad de tratar a otro individuo como alguien que comparte esta actitud es la incapacidad de tratar a esa persona como alguien plenamente humano.

    Otro concepto relevante es la idea de "autoría" de Shotter (1981). La cuestión de que a alguien se le permita ser el autor de su propia experiencia es más que una mera cuestión psicológica o sociológica. Según él, la "autoría" debería considerarse como un derecho moral y sugiere que "en un mundo moral, en condiciones normales, únicamente la persona en cuestión está en situación y tiene la autoridad para decidir cuál es para ella el significado de su experiencia".

    Shotter va más allá y sugiere que este derecho es un aspecto central de la autonomía y que la "autoría" no se limita a establecer el significado que tiene una experiencia para uno mismo, sino que también consiste en compartir esta interpretación con los demás.

    Otra consecuencia de no ser capaz de definir y describir la propia experiencia es lo que Roberts (1999) denomina "silenciamiento" de la historia del individuo.

    Creemos que existe un argumento ético abrumador a favor del reconocimiento de la interpretación del cliente de su propia experiencia psicótica y que negar este reconocimiento significa incumplir uno de los primeros requisitos de una practica clínica ética. Este argumento sigue siendo valido incluso si aceptamos la dificultad, a veces insuperable, de la articulación de algunos aspectos de la experiencia psicótica y la posible incapacidad de los individuos psicóticos para expresar su experiencia de forma clara y completa.


    ARGUMENTO EMPÍRICO

    Aunque la experiencia subjetiva tiene muchos aspectos susceptibles de estudio, entre las áreas investigadas habitualmente se incluye la interpretación del individuo (o "modelo explicativo"), la actitud de éste ante la experiencia y su relación con la misma, y las descripciones fenomenológicas de la experiencia realizadas por él.

    Modelos explicativos:

    Kleinman (1988) sugiere que las experiencias relacionadas con la enfermedad deben ser investidas de significado por el individuo y que esa generación de significado para una experiencia patológica ayuda a convertir un "fenómeno natural salvaje y desorganizado en una experiencia cultural mitificada y controlada". Los modelos explicativos no son meras creencias del individuo acerca de una experiencia patológica, sino conceptos más amplios que sirven de marco y están incluidos por la cultura de origen del individuo que inviste de significados esa experiencia (Good, 1986). Se puede pensar en los modelos explicativos como una narración construida y explicada por el paciente y otras personas significativas para éste con el objetivo de dar coherencia a los acontecimientos y al curso de su sufrimiento. Estas historias suelen partir de un contexto cultural concreto, ser más tácitas que explicativas y, en ocasiones, pueden ser contradictorias y variar su contenido.

    La primera cuestión que hay que plantear acerca de los modelos explicativos de la psicosis de los pacientes puede ser si los individuos llegan a adquirir una comprensión real, o modelos de su experiencia. Los resultados obtenidos por los estudios en este sentido no admiten dudas: la inmensa mayoría de los usuarios de los servicios de salud mental disponen de modelos explicativos de su experiencia.

    Un aspecto importante es que, igual que sucede con las historias, los modelos explicativos no son meras explicaciones que no tienen impacto en la propia experiencia. La forma más adecuada de pensar en los modelos explicativos es como modelos "constitutivos", en el sentido de que son un componente dinámico importante del conjunto de la experiencia. La interpretación del individuo no sólo refleja o describe la experiencia patológica, sino que contribuye a la experiencia de los síntomas y del dolor. Kleinman (1988) lo explica sugiriendo que "los significados transmitidos por la enfermedad pueden amplificar o amortiguar los síntomas, exagerar o reducir la discapacidad, e impedir o facilitar el tratamiento".

    A pesar de que en ocasiones haya sido pasada por alto, el punto en que las experiencias psicóticas representan una fuente de malestar para el individuo es una variable importante. El hecho de no tomarla en consideración podría reflejar el supuesto de que el malestar provocado por las experiencias psicóticas es un elemento intrínseco e inevitable. Sin embargo, algunos estudios, como el realizado en Holanda por Romme y Escher (1989), demuestran que no tiene por qué ser siempre cierto. Estos autores observaron que una proporción significativa de los individuos que oyen voces mantienen una relación neutra o incluso positiva con dichas voces y que el grado de malestar asociado con éstas tiene que ver con la interpretación de la experiencia del individuo y no puede atribuirse únicamente a factores inherentes a la propia experiencia de oír voces. Un estudio de voces que se oyen hecho en Nueva Zelanda reveló que los individuos que utilizaban un marco espiritual para comprender las voces que oían tendían a sentirse menos perturbados por ellas y a tener menos contacto con los servicios de salud mental que los individuos que entendían sus voces en términos biológicos o psicológicos (Beavan, 2007).

    Si tenemos en cuenta que unos de los objetivos principales de los servicios de salud mental es el alivio del malestar, es evidente que para poder alcanzar ese objetivo los clínicos deben prestar atención a cómo entienden la experiencia sus pacientes. Frecuentemente los servicios de salud mental dan por sentado que el principal foco de atención del tratamiento tiene que ser la reducción de síntomas. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que la valoración subjetiva que realiza el usuario de la mejoría (es decir, sentirse mejor) no se correlaciona con las medidas sintomáticas, arrojando dudas sobre que el alivio de los síntomas sea la principal preocupación de los pacientes (Kupper y Tschacher, 2008).

    Otra investigación que demuestra la influencia del modelo explicativo del individuo sobre la propia experiencia incluye el estudio de Birchwood et al. (1993), que probó que los individuos que pensaban en su experiencia de psicosis como una "enfermedad" (es decir, que aceptaban el diagnóstico médico) tenían tasas de depresión más elevadas, y la investigación de Fisher y Farinácea (1979), quienes observaron que los individuos que pensaban en su experiencia psicótica en términos médicos tenían una probabilidad más reducida de desarrollar y aplicar sus propias estrategias de recuperación.

    ¿Cuáles son las implicaciones clínicas de la congruencia, o de su falta, entre los modelos explicativos del paciente y los del clínico? Ésta fue, precisamente, la cuestión investigada por Banister (1985) en relación con las experiencias psicóticas de los pacientes de un hospital psiquiátrico. Este autor observó que el grado de acuerdo entre el cliente y el personal clínico en cuanto a las causas de las crisis psicóticas se asociaba con una evolución más favorable del cliente. Sin embargo, también observó que el grado de acuerdo entre el clínico y el paciente sobre qué es aceptable como tratamiento apropiado no guarda relación con el resultado.

    En el marco de los recientes enfoques cognitivo-conductuales de la psicosis en el Reino Unido, se ha hecho gran hincapié en la importancia que tiene que clínicos y usuarios realicen un esfuerzo conjunto para alcanzar una interpretación compartida de la experiencia del cliente, considerada un primer paso importante para el desarrollo de una relación terapéutica beneficiosa (Bentall, 2003).

    Uno de los elementos importantes que hay que considerar en la relación entre el cliente y el clínico es la respuesta del paciente ante los consejos del clínico. Este consejo puede incluir, por ejemplo, sugerencias sobre la medicación y/o estrategias alternativas para afrontar la psicosis. Se suele considerar que la medicación es un componente importante del tratamiento clínico de la psicosis, aunque existen informes bien documentados que sugieren que una proporción significativa de los usuarios no sigue el consejo medico sobre el uso de medicamentos antipsicóticos (Nose et al., 2003). Como indica Helman (1981) "sólo si los tratamientos prescritos tienen sentido para el paciente hará caso de sus instrucciones de uso". Eso guarda relación con el consejo de Leventhal et al. (1992), cuando sugiere que la exploración de la teoría del usuario sobre su enfermedad puede ayudar a arrojar luz sobre los motivos del no cumplimiento de la medicación, por lo que los clínicos pueden ayudar a reducir al mínimo el posible conflicto entre el usuario y el servicio clínico a través de la exploración abierta y respetuosa del no cumplimiento, sin necesidad de más "tratamientos" basados en una "terapia de adherencia" (Kemp et el., 1996). Van Putten et al. (1976) dieron una vuelta de tuerca interesante a la literatura sobre no cumplimiento de la medicación al observar que en una proporción de los pacientes ingresados con problemas de adherencia este no cumplimiento podía reflejar una elección consciente deliberada que demostraba su preferencia por un estado psicótico frente a un estado "tratado".

    En el área de oír voces, Romme y Escher (1993) destacan que la visión de las voces como una mera "enfermedad" tiende a evitar la identificación del individuo con las voces, impidiendo una condición necesaria para que el modo de afrontarlas sea efectivo.


    Actitud ante la experiencia psicótica y relación con la misma:

    Los conceptos de "encapsulamiento" e "integración", articulados por primera vez por McGlashan et al.,(1975), utilizan estos términos para referirse a la actitud y la repuesta del individuo ante las experiencias psicóticas. Los individuos que "encapsulan"  tienden a tener visiones fijas, por lo general negativas, de sus experiencias psicóticas y pueden descartar sus experiencias atribuyéndoles un significado personal escaso o nulo; dedican poco esfuerzo al desarrollo de una interpretación personal de la experiencia, que en buena parte ha sido encapsulada y considerada irrelevante. Los "integradores", en cambio, se muestran interesados y curiosos por la experiencia, que ven como algo de relevancia personal, con algún tipo de relación con los patrones persistentes en su vida, por lo que buscan aprender acerca de ellos mismos a partir de la experiencia de la locura y consideran que es una oportunidad de desarrollo y crecimiento personal. Los integradores adoptan una actitud más abierta y flexible frente a la experiencia y es más probable que acepten algún grado de responsabilidad personal, además de considerar que la experiencia está vinculada a otras experiencias vitales como vivencias estresantes, traumas, sentimientos de culpa, etc.,  mientras que los "encapsuladores" no ven ninguna relación entre las experiencias psicóticas y los problemas vividos previamente, y pueden descartar toda experiencia como algo desprovisto de significado.

    Los autores sugieren que el encapsulamiento y la integración son extremos opuestos de un continuo. A través de su estudio, demuestran de qué forma un mismo individuo puede fluctuar entre el encapsulamiento y la integración. Según los autores, entre los factores que influyen en la postura adoptada por el individuo se incluyen la respuesta de otras personas significativas (incluido el clínico) y el uso de la medicación, que podría fomentar el encapsulamiento.

    Los estudios más recientes (Birchwood et al., 2000) han detectado una relación clara entre la actitud a la psicosis y la probabilidad de depresión postpsicotica, con un aumento del riesgo de depresión en el periodo postpsicotico entre los individuos con tendencia a la encapsulacion.

    Drayton et al.,sugieren que la actitud del cliente frente a la psicosis y los estilos de recuperación pueden estar relacionados con sus primeras experiencias de apego, como, por ejemplo, la existencia de traumas. Esta propuesta se ha visto parcialmente refrendada por los resultados de otro estudio que demostró que los "encapsuladores" referían mayores tasas de abuso infantil a manos de sus padres, sugiriendo que pueden tener un nivel más reducido de "resiliencia" psicológica para enfrentarse con las dificultades encontradas en etapas posteriores de la vida y una mayor tendencia al encapsulamiento (Tait et al., 2004).

    Las teorías profesionales que enfatizan los factores biológicos parecerían encajar mejor en el extremo encapsulador de este continuo, mientras que las que ubican la experiencia psicótica en el marco de la experiencia vital del cliente poseen una orientación más integradora. En 1960 Whitehorn y Betz estudiaron a clínicos que trabajaban en Estados Unidos con pacientes psicóticos y observaron que la actitud del clínico hacia la experiencia de psicosis ejercía una influencia significativa en el resultado del paciente. Los clínicos que adoptan una actitud flexible y de curiosidad hacia el mundo interior del cliente conseguían resultados positivos con el 75 por ciento de sus pacientes, una diferencia espectacular frente al 27 por ciento de resultados positivos que obtuvieron los clínicos que adoptaban enfoques dogmáticos, inflexibles y autoritarios hacia dicha experiencia. La amplitud de esta diferencia es muy notable y se puede comparar favorablemente con cualquiera observada entre grupos de intervención y grupos control, incluidos los que se utilizan para evaluar el uso de medicamentos antipsicóticos. Esta investigación indica el papel que desempeña la actitud del clínico ante la psicosis como factor influyente en el proceso de la enfermedad del paciente.

    Metha y Farina (1997) realizaron una revisión de estudios del modelo de enfermedad aplicado a la patología mental y concluyeron que en los individuos que adoptaban un modelo de enfermedad para su sufrimiento mental aumentaba el estigma expresado por otras personas, además del de autoestima en forma de autoconcepto negativo. La revisión de la literatura realizada por Ritsher y Phelan (2004) en este área llegó a una conclusión similar, destacando que el proceso de internalización de los estereotipos negativos de la enfermedad mental se asociaba a la desmoralización, la reducción de la autoestima y el desempleo. Estos autores observaron que la internalizacion del estigma es una característica especialmente frecuente de esta población y que la "alienación" (la experiencia subjetiva de no sentirse miembro pleno de la sociedad y de tener una "identidad estropeada") fue un componente importante de la misma que se asociaba con peores resultados y con un mayor número de síntomas depresivos.

    En una revisión de estudios empíricos realizados en este área, Warner (1994) defendió que los individuos que aceptan un diagnóstico médico de su afección pueden ajustarse a estereotipos de incapacidad e inutilidad, dando lugar a una evolución más negativa. A partir de la observación, ampliamente aceptada hoy en día a pesar de ser poco comprendida, de que los individuos que cumplen los criterios del diagnostico de esquizofrenia en la sociedad no industrializada tienden a presentar mejores resultados que los que viven en sociedades más ricas y más industrializadas, Waxler (1979) propuso que era posible que esa diferencia estuviera relacionada con las diferentes interpretaciones de la salud mental que se observan en tales sociedades.

    May (2002) se refirió a la importancia que tiene el cuestionamiento de la idea dominante según la cual los problemas de salud mental solo pueden considerarse como "discapacidades". Este autor sugiere que la manera de conseguir este cuestionamiento es prestar atención a los aspectos positivos de la experiencia, y recomienda celebrar las características únicas y la resiliencia de los individuos que han tenido contacto con los servicios de salud mental. Se refiere a organizaciones del Reino Unido como la Hearning Voice Network o Mad Pride, que plantan cara a los estereotipos culturales y promueven un punto de vista más positivo de la experiencia de los problemas de salud mental.


    Investigación fenomenológica - síntomas negativos

    El concepto de "síntomas negativos" es un componente fundamental de los actuales conceptos de esquizofrenia, incluido en los criterios diagnósticos del DSM-IV-TR (APA, 2000). La pobreza del afecto (o "afecto embotado") es un magnifico ejemplo de síntoma negativo, considerado un rasgo central de la esquizofrenia que, como el término implica, denota una falta general de capacidad de respuesta emocional y vivencia emocional del individuo. Esta característica se ha convertido en un principio central de la literatura psiquiátrica y ha sido incorporada a incontables proyectos de investigación.

    Si preguntamos por su experiencia real a los individuos en los que se identifica el "afecto embotado" (Boker et al., 2000; Selton et al., 1998) descubrimos que, de hecho, muchos de ellos declaran tener emociones intensas (dolor, ansiedad) a pesar de su apariencia de encontrarse emocional y cognitivamente embotados: es decir, es posible que en algunos pacientes la escasez de emoción esté relacionada únicamente con la expresión emocional y no con la vivencia real. Como plantean con mayor profundidad Kring y Germans (2004), los estudios de este tipo demuestran que en ocasiones puede existir una discrepancia entre las posibles suposiciones de los observadores y la experiencia de los individuos. Esta suposición errónea refleja lo que Jenkins (2004) denomina un "fracaso de la intersubjetividad": una incapacidad de prestar atención a la experiencia subjetiva del otro. Este fracaso tiene claras implicaciones clínicas y científicas. Los hallazgos de este tipo reflejan los graves riesgos inherentes a suponer que un observador externo puede medir de forma precisa y fiable el estado interno y la experiencia de otra persona sin al menos contrastar dichas suposiciones con las explicaciones subjetivas del individuo. Merece la pena destacar que algunos autores (como Healy, 2002) se han preguntado si de hecho las dificultades consideradas habitualmente como síntomas negativos de la esquizofrenia no podrían atribuirse a los efectos secundarios de los medicamentos neurolépticos, formando parte de un "síndrome deficitario inducido por neurolepticos".


    Conclusiones

    Para comprender la locura debemos identificar, reconocer e incorporar a nuestra interpretación los aspectos subjetivos de la experiencia (que, por definición, sólo son accesibles para los individuos que viven dicha experiencia). En la investigación científica de la locura ésta es un área muy desatendida, y una consecuencia inevitable de tal desatención es que tanto nuestras interpretaciones como nuestros tratamientos clínicos se ven perjudicados. Poner remedio a esta situación exigirá un cambio de actitud que permita que los individuos con experiencias psicóticas sean reconocidos como expertos basados en la experiencia capacitados para realizar contribuciones válidas y valiosas a nuestra comprensión de la psicosis. Una postura de este tipo puede obligarnos a desarrollar nuevas formas de pensar en qué queremos decir cuando hablamos de locura / esquizofrenia / psicosis. 


    Hasta aquí, nuestro resumen de la parte inicial del libro "El sentido de la locura", de Geekie y Read, cuya lectura creemos poco menos que imprescindible para todos aquellos profesionales que traten personas afectas de psicosis.


    Cerrado por Huelga General

    Ay, agomelatina, ay... (el caso del VALDOXAN / THYMANAX vía Médicos Sin Marca)

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    Hace ya algún tiempo que la página web chilena Médicos Sin Marca se ha convertido en una referencia ineludible en lo que respecta a evidencias médicas independientes de (y críticas con) la influencia de la industria farmacéutica en el ámbito sanitario. Nosotros la seguimos habitualmente y desde luego la recomendamos sin dudar. Hoy queremos recoger en nuestro blog la última entrada del suyo, con su permiso, que versa sobre la agomelatina. Llevábamos un tiempo queriendo escribir sobre este (supuesto) antidepresivo. Informes de evaluación de distintos Servicios de Salud de comunidades autónomas señalaban repetidamente que no suponía novedad terapéutica alguna y, además, que era especialmente caro. Sin embargo, algún artículo reciente parecía colocarlo incluso por delanta de otros fármacos más conocidos en eficacia, detalle que la entrada de Médicos Sin Marca aclara de forma más que nítida. Pero, después de haber leído dicha entrada de los compañeros chilenos y comprendiendo que de ninguna manera lo íbamos a hacer mejor, hemos decidido transcribir la suya textualmente en nuestro blog, considerándola del máximo interés. La recogemos a continuación:



    Durante el último tiempo, connotadas eminencias de la psiquiatría “biológica” (hombres de la talla de Stahl, Kasper y Gorwood) han recomendado con entusiasmo la prescripción de la última novedad en antidepresivos: la agomelatina (agonista melatoninérgico y antagonista 5HT2C). Sus opiniones –que hablan de un antidepresivo “único”, “diferente”, “energizante”, “innovador” e incluso “atractivo”– parecen dibujar un verdadero brote de esperanza en medio del reseco panorama de la innovación psicofarmacológica (y de la inquietante controversia respecto de la verdadera utilidad de los antidepresivos). En la misma dirección apuntan varios artículos sobre la droga, entre los cuales destaca esta revisión de Hickie y Rogers publicada el año pasado en The Lancet.
    Ante tales recomendaciones, el psiquiatra de a pie –con escaso tiempo y entrenamiento para la revisión minuciosa de la evidencia– puede tender comprensiblemente a asimilar una imagen positiva del medicamento. Mal que mal, se trata de expertos universalmente reconocidos: académicos que no sólo saben de neurotransmisores y vías neurales mucho más que el clínico promedio, sino que además han sido capaces de elaborar especulaciones altamente convincentes para explicar los efectos supuestos de los psicofármacos, y de transmitirlas con notable dominio escénico –y coloridas diapositivas– a grandes audiencias de médicos alrededor del mundo.
    Que dichos expertos reciban suculentos honorarios por concepto de “consultorías” y “conferencias”de parte de una larga lista de laboratorios (incluyendo al fabricante de la agomelatina) no es algo que escape de la norma hoy en día, ni parece por tanto motivo suficiente para dudar de la rigurosidad de sus evaluaciones. ¿O sí…?
    ¡Veamos! Tal como hicimos hace poco a propósito de la última estatina, contrastemos lo que dicen las entusiastas voces del marketing farmacéutico (esto es: las voces de quienes trabajan para los departamentos de marketing de los laboratorios, sean visitadores médicos o médicos visitadores), con lo que han concluido las evaluaciones de la evidencia por parte de expertos imparciales.
    Para empezar, al menos cuatro organismos calificados e independientes evaluaron la evidencia disponible al momento de la aprobación de la droga por la European Medicines Agency (EMA) y emitieron informes al respecto. Se trata de PrescrireAustralian PrescriberThe Midlands Therapeutics Review and Advisory Committee y el Boletín de Información Farmacoterapéutica de Navarra (cuyo informe es el resultado de la evaluación conjunta de los Comités de Evaluación de Nuevos Medicamentos de Andalucía, Cataluña, País Vasco, Aragón y Navarra). De la lectura de estos cuatro informes –coincidentes entre sí– es posible recoger las siguientes conclusiones:
    1. Los ensayos clínicos frente a placebo arrojaron resultados discordantes sobre su eficacia (3 ensayos positivos de un total de 7), mostrando en el mejor de los casos una superioridad marginal de la droga sobre el placebo.
    2. En dosis de 25 mg/día parece ser menos eficaz que otros antidepresivos, y en dosis máximas (50 mg/día) no aumenta su eficacia (i.e., no se encuentra gradiente dosis/efecto).
    3. Datos disponibles indican que es de dudosa seguridad hepática.
    4. No está suficientemente claro cuál es la relación riesgo/beneficio de este fármaco.
    5. Ninguno de los cuatro organismos evaluadores recomienda su uso ni su prescripción.
    Por otra parte, una incisiva ráfaga de cartas (123456) provenientes de expertos de diferentes países fue publicada en enero pasado en The Lancet, en respuesta al artículo apologético de Hickie y Rogers (ambos vinculados al fabricante del fármaco). Por esos días, pudo verse al mismísimo editor de la revista ofreciendo disculpas y explicaciones en Twitter (12345).
    Al mes siguiente, Barbui y Cipriani (sin conflictos de interés que declarar) dedicaron a la agomelatina un comentario demoledor en el Evidence Based Mental Health (del grupo BMJ), titulado“Agomelatine and the brave old world of narrative-based medicine”. En él critican duramente la publicación de revisiones no sistemáticas de ensayos clínicos, y muestran cómo este formato permite a los autores arribar a las conclusiones que deseen, y a los laboratorios contar con “artículos publicados” para distribuir entre los médicos. “Si los datos clínicos presentados en estos artículos de revisión sobre la farmacología de la agomelatina hubiesen sido analizados con la metodología Cochrane estándar, la conclusión habría sido que la eficacia de la agomelatina es mínima”, subrayan. “En comparación con placebo, el tratamiento agudo con agomelatina se asocia con una diferencia de 1,5 puntos en la escala de Hamilton”, en un cuadro donde resulta “improbable que una diferencia menor de 3 puntos pueda ser considerada clínicamente significativa”.
    Por último, cabe agregar que si bien la agomelatina fue aprobada por la EMA (al segundo intento), no ha sido aprobada por la FDA, peculiaridad que comparte con la tristemente célebre reboxetina. En el caso de la agomelatina, fue la propia Novartis (compañía que compró los derechos para su comercialización en Estados Unidos) la que decidió abandonar la “prometedora molécula” luego de los desalentadores resultados de sus ensayos clínicos americanos, incluyendo el último interrumpido por razones de seguridad. De hecho, una nueva alerta de hepatotoxicidad acaba de ser emitida para esta droga (12).
    Y a usted, ¿qué de todo esto le han contado los visitadores?

    Hasta aquí, la entrada completa de Médicos Sin Marca. A nosotros nada nos han contado los visitadores porque no hemos perdido tiempo recibiéndolos, sino que sabemos buscar la información por nuestra cuenta y ahorrándonos más de un sesgo (aunque perdiendo más de un soborno, qué se le va a hacer...).

    En lo referente a la cuestión del precio de la agomelatina, hemos preparado una pequeña lista de precios de antidepresivos a dosis máximas en ficha técnica por paciente y mes. Adivinen cuál es el más caro:


    • Citalopram a 40 mg/d: 12 euros/mes.
    • Paroxetina a 50 mg/d: 18 euros/mes.
    • Escitalopram a 20 mg/d: 19 euros/mes.
    • Fluoxetina a 60 mg/d: 20 euros/mes.
    • Sertralina a 200 mg/d: 23 euros/mes.
    • Mirtazapina a 45 mg/d: 25 euros/mes.
    • Mianserina a 150 mg/d: 28 euros/mes.
    • Venlafaxina retard a 225 mg/d: 34 euros/mes.
    • Bupropion a 300 mg/d: 43 euros/mes.
    • Duloxetina a 120 mg/d: 100 euros/mes.

    • Agomelatina a 50 mg/d: 120 euros/mes.



    También queremos comentar la citada alerta sobre el riesgo de hepatotoxicidad con agomelatina, que nos parece especialmente grave dado que se trata de un fármaco de eficacia más que dudosa (y además de elevado precio). Drug Safety Update es la publicación mensual de la Medicines and Healthcare products Regulatory Agency, agencia gubernamental británica, que recoge la alerta en su número de octubre de 2012, la cual ha sido ya distribuida en España y está plenamente en vigor. La traducimos y resumimos a continuación:


    Agomelatina (Valdoxan / Thymanax): riesgo de hepatotoxicidad dosis-dependiente y fallo hepático - avisos actualizados y guía de monitorización.

    Ha habido varios casos graves de hepatotoxicidad informada con agomelatina, incluyendo seis informes de fallo hepático.

    En estudios clínicos precomercialización (no publicados), el incremento en los parámetros de función hepática (mayor de tres veces el límite superior de la normalidad), fueron comúnmente informados (en una tasa de 1 por cada 10-100 pacientes tratados). Reacciones hepáticas graves incluyendo hepatitis y elevación de transaminasas mayor a 10 veces el límite superior de la normalidad también se vieron. La tasa de fallo hepático es rara, menos de 1 por cada 1.000 pacientes tratados.

    La frecuencia de transaminasas elevadas más de tres veces el límite superior de la normalidad es dosis-dependiente, siendo más alta en pacientes que tomaban 50 mg comparados con los que tomaban 25 mg de agomelatina. Para algunos pacientes tratados en la práctica diaria, las reacciones hepáticas ocurrieron tras un incremento de la dosis.

    Recomendación para profesionales sanitarios:


    • Los prescriptores deberían realizar pruebas de función hepática en todos los pacientes tratados con agomelatina:
      • Al inicio del tratamiento.
      • En las semanas 3, 6, 12, 24 y periódicamente a partir de entonces.
      • Cuando se incremente la dosis de agomelatina (en el mismo intervalo de tiempo de arriba).
      • Cuando esté clínicamente indicado.

    • Cualquier paciente que desarrolle incremento en las transaminasas séricas debería repetirse las pruebas de función hepática en 48 horas.
    • La agomelatina debería ser inmediatamente suspendida si el incremento en las transaminasas séricas sobrepasa tres veces el límite superior de la normalidad, o si los pacientes presentan síntomas o signos de potencial daño hepático (coluria, acolia, ictericia, dolor en hipocondrio derecho, fatiga repentina inexplicable y prolongada).
    • Los pacientes deberían ser informados de los síntomas de potencial daño hepático y aconsejados para suspender la agomelatina inmediatamente y buscar consulta médica urgente si estos síntomas aparecen.
    • El balance de riesgos y beneficios debería ser cuidadosamente considerado antes de iniciar tratamiento en pacientes con niveles elevados de transaminasas pretratamiento o factores de riesgo para daño hepático (obesidad / sobrepeso / esteatosis hepática no alcohólica, consumo considerable de alcohol o uso concomitante de otros medicamentos asociados también con riesgo de daño hepático, diabetes). Se aconseja vigilancia extra para tales pacientes.
    • Se recuerda a los prescriptores que la agomelatina está contraindicada en pacientes con deterioro hepático.

    Hasta aquí, el informe de alerta. No sabemos a ustedes, pero les aseguro que a nosotros no nos han quedado muchas ganas de prescribir la agomelatina. Resumiendo: no parece ser más eficaz que nada de lo ya existente (algunos informes indican que ni siquiera más eficaz que el placebo), y el artículo que dice lo contrario es bastante discutible y ha sido bastante discutido. Su precio es especialmente elevado (pero tranquilos, que la situación económica del país permite cualquier despilfarro para engordar las cuentas de empresas farmacéuticas que siguen sin publicar datos de estudios cuando no les conviene desde el punto de vista comercial). Y, por si todo esto fuera poco, que no lo es, encima existe un riesgo de daño hepático que obliga a repetidos análisis, con el consiguiente riesgo, coste e incomodidad para nuestros pacientes.

    Y queremos recordar también que la indicación de la agomelatina es "episodios de depresión mayor en adultos", con lo que la prescripción para el insomnio queda situada fuera de ficha técnica y, aunque es legalmente admisible si el prescriptor lo considera indicado, sería necesario tener bien en cuenta el balance riesgo-beneficio para mandar una medicación con ese perfil de riesgo hepático (no frecuente, pero sí potencialmente grave) como hipnótico, cuando hay diversas sustancias bien conocidas que pueden prescribirse en dicha indicación con probablemente más seguridad.

    En fin, de nuevo agradecer a los compañeros de Médicos Sin Marca su brillante trabajo y que nos hayan dejado compartirlo con ustedes. Y no olviden hacer las analíticas necesarias para tener bien vigiladas esas transaminasas...



    Medicina Basada en la Evidencia: entre la herramienta científica y el paradigma comercial, y de la importancia de no confundir una con el otro

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    En fechas recientes estuvimos en las XIV Jornadas de actualización en Psiquiatría y Salud Mental, celebradas en el Hospital Insular de Gran Canaria y tituladas "Postmodernidad y Enfermedad Mental", dedicadas en homenaje al Dr. Agustín Cañas, de imborrable recuerdo. La organización nos concedió el honor de invitarnos a dar una ponencia sobre la medicina basada en la evidencia, y hacerlo además rodeados de viejos y muy queridos amigos. Queremos aprovechar esta entrada para transcribir la misma íntegramente:


    Buenos días a todos. Antes de nada, quería agradecer a la Organización de las Jornadas el habernos invitado a dar esta ponencia. Yo me formé como psiquiatra aquí, en mi querido Hospital Insular y tengo mucho que agradecer a los maestros que tuve. No voy a mencionar a los que están, porque ellos saben quiénes son, pero sí quiero recordar aquí a Agustín Cañas, a quien ni olvidamos ni olvidaremos.


    Bueno, entremos en materia. He preparado esta ponencia junto a Amaia Vispe y, por ello, me permitirán que use con frecuencia el plural. Vamos a hablar acerca de la llamada Medicina Basada en la Evidencia. No va a ser ésta una clase magistral. Hay mucho escrito y publicado en relación a las controversias que suscita, en el campo psiquiátrico que es el nuestro, este concepto, y no es posible abarcarlo todo. Nuestra intención es perfilar una idea que creemos capital a la hora de pensar y emplear este constructo y luego podremos, en el debate, profundizar o comentar lo que deseen.


    Lo primero es no pasar por alto el error de traducción. El término inglés Evidence Based Medicine se ha traducido habitualmente (y es una tendencia que no nos parece probable que se pueda corregir) como Medicina Basada en la Evidencia. El problema es que, en castellano, “evidencia” significa, según el Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina de Fernando Navarro, “certeza clara, manifiesta y tan perceptible de una cosa, que nadie puede racionalmente dudar de ella”. Por otra parte, “evidence” significa en inglés “indicios, signos, datos, pruebas, hechos indicativos o datos sugestivos”. Como solemos decir, no hace falta ser un lacaniano más o menos obsesionado por el lenguaje para darse cuenta de que confundir ambos significados es un error conceptual grave.


    Haciendo un poco de historia, en 1988 Laupacis señaló que los clínicos no tenían un patrón de medida con el que comparar los riesgos y beneficios de los diferentes abordajes terapéuticos. Para que la Medicina, y, en lo que nos interesa, la Psiquiatría, pudiese ser científica, debería someterse a un proceso de verificación empírica, basado en pruebas. En 1992 se publica en la revista JAMAel artículo fundacional de la MBE, firmado por el autodenominado Evidence-Based Medicine Working Group. El grupo de trabajo dirigido por Sackett propugnaba un cambio de paradigma basado en una serie de axiomas:



    • La experiencia clínica y la intuición en ocasiones pueden resultar engañosas.


    • El estudio y comprensión de los mecanismos básicos de la enfermedad constituyen guías necesarias pero insuficientes en la práctica clínica, pudiendo llevar a predicciones incorrectas. El conocimiento psicopatológico y la expe­riencia clínica no son suficientes para establecer juicios como el diagnóstico, el pronóstico y la eficacia de los tratamientos; dan lugar a una medicina basada en la opinión que puede conducir a predicciones inexactas.


    • Es preciso buscar la mejor evidencia disponible a través de búsquedas en la literatura científica.


    Como señala Sackett, el ensayo clínico aleatorizado, especialmente la revisión sistemática de varios ensayos clínicos aleatorizados o metaanálisis, es el “patrón oro” para juzgar si un tratamiento causa o no beneficio o daño. Y como afirma por su parte Desviat, la decisión clínica se convierte en el resultado de un pro­ceso supuestamente objetivo y reproducible. Frente al llamado “ojo clínico” y las conjeturas y suposiciones basadas en la experiencia e imposibles de validar se­gún criterios de ciencia natural, la MBE ofrece verificaciones empíricas, pruebas (aunque mal traducidas como evidencias, eso sí).


    Dicho esto, quiero entrar en el, para nosotros, núcleo del asunto. La MBE (cayendo en la errónea traducción, que se ha hecho habitual) despierta, especialmente en el campo psiquiátrico, férreas adhesiones y furiosos cuestionamientos. Como tantas cosas y casos a lo largo de la historia de nuestra disciplina, se configura como una especie de raya en la arena respecto a la cual hay que posicionarse: ¿estás a favor o en contra de la MBE? El problema es que, como para todo en la vida, antes de saber si se está favor o en contra hay que saber de qué se está hablando.


    Y la cuestión es que el término Medicina Basada en la Evidencia hace referencia a dos conceptos diferentes y que suelen confundirse. Por una parte, la MBE se intenta configurar, desde algunos sectores, como una suerte de paradigma en el sentido de Kuhn que va a proporcionarnos las respuestas a todas las viejas cuestiones de la Psiquiatría (aunque sea por el método, poco meritorio, de descartar la mayoría de las preguntas). La MBE como paradigma se sitúa al lado de la llamada psiquiatría biológica, de forma que prácticamente se confunde con ella en una especie de simbiosis no exenta de contradicciones, como luego comentaremos. Si a esta simbiosis le sumamos el interés siempre atento de la industria farmacéutica por conseguir el más difícil todavía de engordar sus cuentas de beneficios sin necesidad de desarrollar ninguna innovación terapéutica digna de ese nombre, llegamos al llamado, en palabras de Mata y Ortiz que suscribimos plenamente, paradigma bio-comercial en Psiquiatría, del que hablaremos tal vez otro día, porque hoy nos han traído a hablar de la MBE…


    Por una parte, decíamos, tenemos la MBE como paradigma explicativo de la Psiquiatría y la enfermedad mental, desde un punto de vista biológico (o, en realidad, como señalaron Luque y Villagrán, físicoquímico, porque lo biológico es bastante más complejo…).


    Pero, por otra parte, la MBE son también una serie de herramientas y técnicas de recogida y análisis de datos, para la obtención de resultados que consigan una racionalización de los tratamientos y actividades médicas, en busca de cierta objetividad a la hora de la clínica. Cuando se piensa en la MBE como una herramienta, lo primero que se debe tener presente es que una herramienta no sirve para todo. Una báscula es un gran instrumento para medir el peso de una paciente con un trastorno de la conducta alimentaria, pero será inútil para valorar el grado de sufrimiento que arrastra en su vida cotidiana debido a dicho trastorno. Es decir, lo que intentamos transmitir es que la MBE como herramienta, puede ser muy útil para medir determinadas cosas, pero absolutamente ineficaz para estudiar otras. Si queremos saber la altura de nuestros hijos, usaremos un metro, pero si queremos conocer sus intereses, tendremos que ponernos a escucharles… Y creemos que el ejemplo es pertinente si lo aplicamos a nuestros pacientes.


    En Psiquiatría trabajamos con personas que sufren. Personas que presentan determinadas conductas, pensamientos o emociones que conceptualizamos como síntomas, pero que cobran sentido en su propia subjetividad (y que entendemos, o intentamos entender, sólo a través de la nuestra). La única forma de pretender que la MBE dé una explicación completa como paradigma psiquiátrico (de la mano de la psiquiatría biológica) es si conseguimos rechazar dicha subjetividad (propia y ajena) o, más bien, creer que somos capaces de hacerlo, y cosificar al paciente en el proceso. Donde hay un ser humano, con sus deseos, miedos, esperanzas, dolores y frustraciones, con su libre albedrío o su ilusión de libre albedrío, pensamos sólo en un organismo biológico, algo más complicado que una ameba pero no mucho más que una rata, y nos dedicamos a evaluar su conducta en términos de neurotransmisores que suben y bajan y condicionamientos que se refuerzan o se extinguen… Algo sobre esta cosificación se comenta en un famoso y polémico editorial contra la MBE, donde se podía leer: “No es sólo que la MBE afecte negativamente la calidad de la relación clínico-paciente sino que la reduce a una táctica neocapitalista para hacer negocios. […] Su problema [de la MBE] deriva de una perversión epistemológica […] profunda, resultante de la cosificación del hecho de prescribir y cuidar de las personas que sufren un trastorno mental. Esta identificación está estrechamente relacionada con las demandas de una economía neo-capitalista que precisa abrir nuevos mercados y crear nuevas necesidades consumistas. […] Y en medio de esta locura, donde todo el mundo quiere hacer negocio, la vieja relación médico-paciente, y el paciente que sufre, han desaparecido para siempre”. Poco se podría añadir a tan contundentes palabras. Su autor es el Profesor Germán E. Berrios, Catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Cambridge.


    Llegados a este punto, les daré nuestra opinión, que es para lo que nos han invitado: elevar la MBE a rango de paradigma en psiquiatría es completamente absurdo. Porque un conjunto de mediciones no pueden llegar a proporcionar una explicación completa del ser humano. Salvo que pensemos que el ser humano no es más complejo que una rata o cosa parecida, con lo cual obtendremos probablemente un montón de teorías que serán útiles sólo si se aplican a una rata y no a un ser humano. Además, la MBE de la mano de la psiquiatría biológica se constituyen en autonombrado paradigma de una forma que sólo podemos catalogar de tramposa. Tanto pontificar de datos, mediciones y ciencia pura y dura y, al final, todas las etiologías y fisiopatologías de las llamadas enfermedades mentales quedan despachadas con “sin duda son procesos biológicos, pero todavía no los hemos podido determinar”. Y como hemos señalado repetidamente, “todavía” no es un adverbio aplicable a cuestiones científicas sino a profecías religiosas sobre futuras venidas redentoras… Salvo que uno haga, como hemos leído más de una vez, de nuevo trampa y a la hora de ejemplificar causas biológicas de las enfermedades psiquiátricas se ponga a comentar el parkinson, el alzheimer o la neurosífilis…


    Pero rechazar la MBE como paradigma totalizador expresado en la casi hegemónica psiquiatría biológica (nos permitirán que señalemos: biocomercial) no supone rechazar el poder de la MBE como herramienta. Estamos totalmente convencidos de que su papel como instrumento de medida es incalculable en Medicina y también en Psiquiatría. Pero, como todas las herramientas, mide lo que puede medir y no otra cosa. Un termómetro pediátrico mide la fiebre de un niño, pero no la preocupación de una madre. Ahora bien, que no sirva para valorar la preocupación de una madre ante la enfermedad de su bebé, no significa que no sea de la mayor utilidad para controlar la progresión de la fiebre en éste.


    ¿Y qué es lo que puede medir la MBE en Psiquiatría? Pues desde luego no, como decíamos antes, deseos, miedos o esperanzas… Pero sí servirá para evaluar, sobre todo, efectos primarios o secundarios de fármacos u otras intervenciones terapéuticas, y eso es de un gran valor a la hora de optimizar nuestros tratamientos y disminuir sus iatrogenias asociadas. Evidentemente, tampoco esta medición será infalible. Y no lo será porque nuestros instrumentos de medida sintomatológicos son la mayoría de las veces escalas cuya fiabilidad y validez puede ser discutible, o cuyos puntos de corte no dejan de tener cierta arbitrariedad. Pero, sin perder de vista estas limitaciones, creemos que la MBE, como herramienta en Psiquiatría, es no sólo útil sino imprescindible a la hora de evaluar nuestros tratamientos y sus efectos. Y sobre todo los tratamientos farmacológicos, porque valorar experimentalmente las psicoterapias lleva a grandes problemas a la hora de diseñar intervenciones placebo o evaluar los distintos resultados que cada psicoterapia busca… Por supuesto, la MBE tampoco es perfecta aplicada a la evaluación de los efectos de los psicofármacos también en gran parte por múltiples sesgos asociados a los conflictos de intereses de quien financia, escribe o simplemente se limita a firmar el estudio en cuestión… Pero de la influencia de la industria farmacéutica en nuestra disciplina habremos de hablarles en otra ocasión…


    Y no queremos dejar de comentarles una cuestión que nos ronda insistentemente por la cabeza hace ya tiempo: nos llama poderosamente la atención la contradicción de que quienes se posicionan más fervientemente del lado de lo que hemos llamado la MBE como paradigma, más ignoran los resultados que proporciona la MBE como herramienta. Y al contrario, quienes más críticos intentamos ser contra ese intento de paradigma biocomercial basado en la evidencia (lo que Spielmans llamó en un artículo de 2010 Medicina Basada en el Marketing), más nos fijamos e intentamos aplicar en nuestra actividad clínica diaria los resultados de la MBE como herramienta.


    Lo que tratamos de decir es que la posición casi hegemónica en nuestro entorno de la psiquiatría biológica supuestamente basada en la MBE ignora, en sus teorías explicativas que gustan de confundir correlaciones con causalidades y en sus prácticas de tratamiento, una serie de hallazgos obtenidos de acuerdo con los parámetros de la MBE como herramienta. Vemos y oímos a muchos profesionales defender con absoluta firmeza la psiquiatría biológica y científica como única con derecho a existir para, a continuación, argumentar que no se fían de estudios independientes, metaanálisis muchos de ellos, que resultan ser críticos con los fármacos producidos por las empresas que les pagan obsequios, comidas y viajes diversos. Y como no se fían de dichos estudios independientes, de sus escalas o análisis estadísticos, consideran que es mejor probar cada fármaco nuevo que un amable visitador nos pone delante, sin detenerse a pensar que existe algo llamado el sesgo del observador o que ése es exactamente el mismo argumento con el que defienden los curanderos y chamanes sus pociones (aunque éstas posiblemente sean más baratas y tengan menos efectos secundarios). Ya se sabe: por la mañana anunciamos la muerte del psicoanálisis o las barbaridades de la antipsiquiatría, y por la tarde nos dedicamos a probar (de hecho, más bien a hacer probar  a nuestros pacientes) los fármacos que la industria nos indica, sin molestarnos en revisar la evidencia disponible (o muchas veces la falta de ella) sobre eficacia, tolerancia o coste. Igual que cuando vamos rapidito a la manifestación contra los abusos de la gran banca para llegar a tiempo al viaje al extranjero que nos paga la gran farmacéutica. O cuando ponemos a parir a personajes que afirman no venderse por cuatro trajes pero, a la vez, estamos convencidos de que no nos vendemos por cuatro cenas.


    En fin, para no caer en el mal rollo, nos detendremos en unos cuantos ejemplos de esos estudios críticos que mencionábamos y que muchas veces se prefiere ignorar:


    Es totalmente habitual que la prescripción de antipsicóticos se inicie por un fármaco de los llamados atípicos: hay varios estudios independientes que no encuentran ventaja frente a los típicos. Lo que eso significa a nivel de coste es sencillamente escandaloso:



    • En la revista JAMA se publicó un ensayo clínico aleatorizado y doble ciego de 309 pacientes esquizofrénicos, a doce meses, comparando olanzapina y haloperidol, ambos con anticolinérgicos profilácticos: no se observaron diferencias en eficacia ni en la mayoría de efectos secundarios. La olanzapina no demostró ventajas en cumplimiento, síntomas de esquizofrenia, síntomas extrapiramidales o calidad de vida y sus beneficios en acatisia y mejora de la cognición debían ser equilibrados con los problemas de aumento de peso y mayor coste. A las dosis máximas del estudio, haloperidol cuesta 7 euros/mes y olanzapina 114 euros/mes.


    • El estudio CATIE (aquí y aquí) fue un ensayo clínico aleatorizado y doble ciego con 1.493 pacientes esquizofrénicos, tratados con olanzapina, quetiapina, risperidona, ziprasidona y, como típico, la perfenazina. No se demostraron ventajas significativas de ninguno de los atípicos respecto a perfenazina en medidas de síntomas, efectos neurológicos secundarios, calidad de vida, empleo o función neuropsicológica. Las mayores mejoras en función cognitiva a largo plazo se vieron en el grupo de la perfenazina. El coste a las dosis máximas del estudio sería: risperidona 25 euros/mes, ziprasidona 204 euros/mes, olanzapina 170 euros/mes, quetiapina 130 euros/mes (ó 226 si usamos el de liberación prolongada), perfenazina 6 euros/mes.


    • El estudio CUtLASS fue un ensayo clínico aleatorizado que comparó 227 pacientes con esquizofrenia y trastornos relacionados en un grupo de antipsicóticos típicos y otro de atípicos, durante un año. La hipótesis de que el grupo con atipsicóticos atípicos tendrían mejor calidad de vida quedó descartada. Los pacientes no informaron de preferencias por ninguno de los dos tipos de fármacos y tampoco hubo ventajas de los atípicos en medidas de síntomas ni en efectos secundarios.


    • Girgis et al llevaron a cabo un ensayo clínico aleatorizado de nueve años de duración en 160 personas, sin tratamiento previo, con un primer episodio de esquizofrenia, comparando un grupo con clorpromazina con otro con clozapina. Aunque pudo haber mejor tolerancia para clozapina, no hubo diferencias en resultados primarios, incluyendo tiempo hasta la remisión, tiempo pasado en remisión y severidad sintomática.


    •  Geddes et al sugirieron que la aparente superioridad de los atípicos en los primeros estudios era resultado de no comparar los fármacos de igual a igual, es decir, emplear dosis demasiado altas de haloperidol como comparador, con lo que el atípico aparentaba mayor eficacia (por tener menor número de abandonos) y menores efectos extrapiramidales. Los autores calcularon que con dosis de 12 mg o menos de haloperidol no hubiera habido diferencias en eficacia o tolerabilidad global.


    •  En The Lancet un reciente metaanálisis de 150 ensayos clínicos encontró que no hay consistentes diferencias entre típicos y atípicos.


    • Un artículo reciente en el que participó Nancy Andreasen encuentra que los antipsicóticos a largo plazo se relacionan con atrofia cerebral, de forma independiente del efecto de la enfermedad.


    • Una revisión sistemática que incluyó tres estudios que analizaban personas con enfermedades de larga evolución que no habían estado expuestas a tratamiento farmacológico, no muestra el déficit global en volumen cerebral comúnmente asociado con pacientes que sí han recibido tratamiento farmacológico.


    • Un artículo de PLoS Medicine ha descubierto un sesgo de publicación en lo referente a estudios de eficacia de antipsicóticos atípicos, con varios resultados negativos no publicados.


    • Un artículo del British Journal of Psychiatry comparando efectos secundarios extrapiramidales de típicos frente a atípicos no encontró la mejoría esperada en los pacientes aleatorizados a fármacos atípicos.


    • Un artículo del British Medical Journal acerca de la relación entre medicación antipsicótica y riesgo de tromboembolismo venoso concluyó que el riesgo de dicho tromboembolismo venoso en relación a antipsicóticos era más marcado para los fármacos atípicos.


    • El New England Journal of Medicine publicó un artículo comparando risperidona inyectable con medicación antipsicótica oral, concluyendo que el intramuscular no era superior a la medicación oral y, además, se asociaba con más efectos adversos en cuanto a lesiones en la zona de inyección y efectos extrapiramidales.


    • En el Journal of Clinical Psychiatry se ha publicado en marzo de este año un ensayo clínico aleatorizado de 62 pacientes esquizofrénicos o esquizoafectivos en tratamiento con neurolépticos depot clásicos (decanoato de flufenazina y decanoato de haloperidol), los cuales fueron asignados al azar a cambiar a risperidona inyectable o a permanecer en su medicación previa. A los seis meses no hubo diferencias entre los dos grupos. Al año, la tasa de abandono el en grupo que no había cambiado fue del 10%, mientras que en el grupo de la risperidona inyectable ascendía al 31%. No hubo diferencias en hospitalizaciones, psicopatología, efectos secundarios de tipo sexual, aparición de discinesia tardía o aparición de sintomatolgía extrapiramidal. Los pacientes que fueron cambiados a risperidona inyectable presentaron aumento de peso y de prolactina respecto a los pacientes que se habían mantenido en sus medicaciones originales. Recordaremos que la risperidona a 50 mg/14 días cuesta 402 euros/mes (804 euros/mes a 100 mg/14 días, lógicamente), mientras que decanoato de flufenazina a dosis máximas cuesta 7 euros/mes.


    Es totalmente habitual la prescripción de medicación antidepresiva para cualquier episodio depresivo independientemente de su gravedad, aunque hay varios metaanálisis que demuestran que, excepto en las depresiones severas, la eficacia del fármaco no es superior a la del placebo:



    • La revista PLoS Medicine publicó un metaanálisis en 2008 que se proponía estudiar la relación entre la severidad inicial de la depresión y la eficacia de la medicación antidepresiva, a partir de datos suministrados por la FDA de ensayos clínicos facilitados por la industria farmacéutica de fluoxetina, venlafaxina, nefazodona y paroxetina. Los datos procedían tanto de estudios publicados como no publicados. El metaanálisis incluyó 5 ensayos clínicos con fluoxetina, 6 con venlafaxina, 8 con nefazodona y 16 con paroxetina, lo que supuso un total de 5.133 pacientes, de los que 3.292 fueron asignados aleatoriamente a recibir medicación y 1.841 a placebo. Los autores concluyeron que no había diferencia estadísticamente significativa en la respuesta antidepresiva entre los grupos con placebo y los grupos con cualquiera de los cuatro antidepresivos estudiados. Todos los grupos mejoraron, pero sin diferencia estadísticamente significativa entre principio activo y placebo, excepto en los casos más severos de las depresiones graves, donde sí apareció un efecto que colocó a los antidepresivos ligeramente por delante.


    • Un metaanálisis publicado en el British Journal of Psychiatry concluye que los estudios analizados muestran que es improbable que haya una ventaja clínica significativa para los antidepresivos respecto del placebo en pacientes con depresión menor.


    • Un trabajo publicado en The Journal of American Medical Association concluye que las ventajas del tratamiento antidepresivo frente al placebo aparecen en las depresiones severas, pero son mínimas o no existen en las depresiones leves o moderadas.


    • Un trabajo publicado en el New England Journal of Medicine encuentra que, de 74 estudios registrados por la FDA americana acerca de la eficacia de distintos antidepresivos, el 31% (incluyendo 3.449 participantes) no fueron publicados. Se publicaron 37 estudios con resultados positivos para el fármaco analizado y sólo uno con resultado positivo no se publicó. Por el contrario, de los estudios con resultados negativos o cuestionables, 3 se publicaron, 22 no fueron publicados y 11 se publicaron de tal manera que en opinión de los autores, inducían a percibir un resultado positivo. En la literatura publicada, el 94% de los ensayos fueron positivos, mientras que los análisis de la FDA mostraban sólo un 51% de resultados positivos. Metaanálisis separados de los datos de la FDA y de las publicaciones muestran que el incremento en el tamaño del efecto oscila entre un 11% y un 69% para cada fármaco individualmente, siendo del 32 % para el total.


    En relación con el aumento continuo de las prescripciones de antidepresivos, hay estudios que hablan del riesgo de disforia tardía causada por ISRS o de dependencia, pero tampoco parece que se haya decidido indicar nada al respecto.



    • Rif El-Mallakh, en un artículo en 2011, afirma que "hay indicios de que, en algunos individuos, el uso persistente de antidepresivos puede ser pro-depresivo". Rif El-Mallakh afirma que a principios de los años 90, el 10-15% de los pacientes con depresión mayor presentaban depresión resistente al tratamiento. Sin embargo, estudios de 2006 hablan ya de casi un 40% de pacientes con depresión resistente. Este autor recuerda que dichos años fueron los del boom en la prescripción de ISRS. El-Mallakh defiende que el uso crónico de antidepresivos puede inducir procesos que son lo opuesto a lo que la medicación originalmente producía, por el mecanismo de compensación que Fava describió y que llamó "oppositional tolerance" (¿tolerancia opuesta?). Ello provocaría un empeoramiento de la enfermedad que podría no ser reversible. Este mismo mecanismo de "tolerancia opuesta" se ha hipotetizado que podría estar en la base de la discinesia tardía causada por neurolépticos. En el caso de los antidepresivos, la hipótesis sería que los pacientes, tras el tratamiento prolongado, terminan en un estado de depleción serotoninérgica. El-Mallakh concluye su artículo afirmando que un estado depresivo crónico y resistente al tratamiento puede ocurrir en individuos expuestos a antidepresivos ISRS durante períodos prolongados de tiempo. Este estado crónico depresivo es denominado "disforia tardía".


    • Un artículo publicado en Neurochemistry International recoge una investigación en ratas sobre el efecto del tratamiento y retirada de ISRS (en concreto, citalopram). Los resultados indican que, tras 17 días de tratamiento, la cantidad de serotonina se había reducido un 60% en 9 áreas del cerebro de las ratas, como parte de la compensación del organismo ante el fármaco, produciéndose una disminución clara en la síntesis de serotonina. Por otra parte, tras la retirada del fármaco, se describen importante fluctuaciones en el metabolismo de la serotonina: la síntesis aumenta ligeramente pero, al no haber ya bloqueo a la recaptación, la cantidad de neurotransmisor en la hendidura sináptica disminuye. Estas fluctuaciones tras la retirada coinciden además con cambios observados en la conducta de los animales, consistentes en una reactividad aumentada al sonido (lo que ponen en relación los autores con el síndrome de retirada observado en humanos, con irritabilidad, ansiedad, malestar, etc.).


    • Otro artículo realizado por Andrews y colaboradores se preguntan qué ocurre al interrumpir el tratamiento en lo referente al riesgo de recaída. Andrews lleva a cabo un metaanálisis de estudios sobre antidepresivos, diferenciando dos grupos. En el primero, los pacientes que originalmente respondieron a placebo y luego estuvieron en seguimiento también con placebo. En el segundo, pacientes que originalmente respondieron a un antidepresivo y que luego fueron seguidos con placebo. Evidentemente, la asignación original a placebo o medicación era aleatoria, no en base a las características clínicas del cuadro. El resultado, en un metaanálisis de 46 estudios, fue que el grupo que nunca había tomado antidepresivo recaía en un 24,7% y el grupo que sí había tomado y le había sido retirado luego, recaía en un 44,6%.


    ¿Y qué significa todo esto? En nuestra opinión, aceptar la MBE como paradigma es absurdo, pero rechazarla como herramienta es ridículo. La MBE es usada por la psiquiatría biológica y su entramado comercial como una especie de martillo con el que aplastar cualquier orientación psiquiátrica considerada enemiga, ya sea el psicoanálisis, las terapias sistémicas, las humanistas, los planteamientos sociales, etc. Pero la MBE no es un martillo, es una herramienta de precisión que sirve para medir lo que mide, y no otra cosa. Y debemos emplear dicha herramienta en lo que vale y para lo que sirve. Y, aunque sus resultados sean incómodos para lo que creíamos establecido y lo que durante tanto tiempo hemos dejado que nos contaran, a lo mejor ha llegado el momento de que empecemos a cuestionarnos una serie de cosas sobre nuestros conocimientos teóricos, nuestra actividad clínica y nuestra posición ética, sobre nuestros tratamientos y nuestro trato a las personas que atendemos, que deberían ser la única motivación y el único interés de nuestro trabajo…



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