Hoy queremos reseñar un libro que acabamos de leer y nos ha parecido del mayor interés. Su autor es el psiquiatra Alberto Fernández Liria, a quien hemos considerado desde hace mucho uno de nuestros maestros. Por obras suyas, hace ya muchos años, accedimos a conceptos que luego han sido claves en nuestro pensamiento, sobre postmodernidad y psicoterapia integradora, sobre la diferencia entre ciencia y tecnología (y cómo la psiquiatría es un claro ejemplo de la segunda pero no de la primera), sobre la importante distinción entre problema y desgracia...
Fernández Liria acaba de publicar esta obra: Locura de la Psiquiatría. Apuntes para una crítica de la Psiquiatría y la "salud mental". Hablaremos acerca de lo que hemos entendido en ella, lo cual, evidentemente, puede no coincidir con lo que el autor quiso decir exactamente. Se plantea cómo no es posible hablar acerca de una "historia de la psiquiatría" sino más bien de un "devenir", por cuanto no existe un progreso lineal, una acumulación de conocimientos en pos de la verdad. Un ejemplo de cómo debe evitarse caer en la falacia del progreso. La idea, predominante hoy en día, de que la psiquiatría como disciplina posee un carácter científico contrastado y que su pasado ha sido un lento pero constante desarrollo de descubrimientos para llegar a la casi triunfante situación actual, es criticada y desmontada por completo.
La tesis de Fernández Liria, que nos parece reveladora y plenamente certera, es que las teorías psiquiátricas han carecido siempre de base empírica contrastada. Incluso las más actuales: supuestos desequilibrios neuroquímicos que nadie ha demostrado y que son tratados con fármacos cuyas eficacias han sido sistemáticamente exageradas y sus riesgos minusvalorados. La psiquiatría no sería una ciencia, pues no es el logro de un saber que se ha demostrado esquivo, sino que sería una tecnología, es decir, un dispositivo para alcanzar una utilidad. Una utilidad, es preciso señalarlo, definida por la sociedad que crea dicho dispositivo. Para el autor, es el sistema sociocultural de un determinado momento histórico el que realiza un encargo a la psiquiatría, la cual, como herramienta de dicho sistema sociocultural, se apresta a llevar a cabo. Solo aposteriori, de forma inmediata pero siempre como consecuencia de ese encargo primigenio, es cuando la psiquiatría desarrolla determinadas teorías para justificar la pertinencia y el sentido de las prácticas que realiza a la hora de cumplir con dicho encargo. Como señala Fernández Liria, las teorías psiquiátricas, tanto pasadas como actuales, serían en realidad ideología en el sentido marxista, es decir, más o menos refinados autoengaños bien construidos para justificar por qué se hace lo que se hace. Eso explica también por qué teorías e incluso paradigmas han sido abandonados sin refutación alguna ni confirmación de teorías posteriores: ya no eran útiles para el nuevo encargo y hubo que sustituirlas por otras más acordes con la nueva situación. Es la infraestructura, en forma en este caso de encargo social, quien determina el funcionamiento de la psiquiatría como institución y disciplina y sus teorías son pura superestructura, juegos de humo y espejos por decirlo de otra manera.
Serían cuatro los encargos que, según Fernández Liria, la sociedad ha hecho a la psiquiatría (entendida esta como disciplina y conjunto de instituciones donde desarrollan su labor varios tipos diferentes de profesionales: psiquiatras, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales, etc.):
- El primer encargo fue, a finales del siglo XVIII, en los albores de la era de la razón, justificar por qué había que encerrar a las personas que distorsionaban la convivencia en los nuevos y crecientes núcleo urbanos. La amalgama de gentes encerradas en los asilos desde cientos de años antes pasó a ser estudiada por los médicos alienistas, que desarrollaron sus creativas clasificaciones e intentos terapéuticos. Lo positivo muchas veces de dicha labor, la parte de cuidado del loco -que se representa por ejemplo en la liberación de las cadenas por parte de Pinel- no obvia el hecho de que la psiquiatría cumple con la misión encomendada de justificar y gestionar dicho encierro.
- El segundo encargo ocurre a finales del siglo XIX y principios del XX en relación con el inicio del tratamiento de los llamados posteriormente trastornos mentales menores y con la aparición del psicoanálisis. Aquí el encargo fue, como señaló Freud, restarurar a la persona "la capacidad de amar y de trabajar". La nueva sociedad capitalista requería trabajadores en buenas condiciones y la psiquiatría empezó a elaborar las prácticas necesarias para que los tuviera disponibles, desarrollando un buen número de nuevas teorías que justificaran dichas prácticas.
- El tercer encargo sucede a finales del siglo XX. El capitalismo como sistema económico hegemómico requiere ineludiblemente crecimiento. Falto de guerras y posguerras, o territorios a los que extenderse, lo hace a nuevos campos de la sociedad antes no mercantilizados, tales como la gestión del malestar humano, de emociones como la tristeza, la ansiedad o la inquietud infantil... Terrenos que antes se manejaban sin intervención alguna del capital, con recursos de apoyo social y familiar por ejemplo, son ahora convertidos en un lucrativo nicho de mercado. La psiquiatría cumple con este encargo erigiéndose en un dispositivo que pone a disposición de la sociedad un ejército de expertos en la gestión de dicho malestar de la vida cotidiana (que insiste a su vez en la idea de que tal malestar no debe ser dejado fuera del alcance del médico o psicólogo, por lo que pueda pasar...). Estos expertos prescriben profusamente remedios ya mercantilizados y que suponen enormes beneficios para las empresas capitalistas que están detrás de ellos: psicofármacos absolutamente para todo, cada vez a mayores dosis y en mas creativas combinaciones. También se organizan de la misma manera tratamientos psicoterapéuticos en forma de terapias cognitivo-conductuales, o de cada vez más nuevas generaciones, o espectaculares éxitos de ventas como el mindfulness... Todos estos remedios son adecuadamente vendidos y comprados, para mejor funcionamiento del sistema capitalista necesitado siempre de más beneficios. La psiquiatría elabora aquí las teorías que todos conocemos -pero nadie ha demostrado- del malestar como diferentes enfermedades discretas, diferenciables y basadas en desequilibrios químicos a nivel del sistema nervioso central, fundamentalmente, Estas teorías -pura ideología- cumplen a la perfección su misión, que no tiene que ver con describir la realidad (cosa que no consiguen y ni siquiera intentan) sino con justificar de forma aparentemente científica (es decir, acorde con la religión cientificista de nuestros días, aunque este es otro tema) sus prácticas.
- El cuarto encargo, el más reciente, es descrito como iniciado a partir de la crisis de 2008, como otro ataque del neoliberalismo cada vez más salvaje que nos invade y que, aprovechando movimientos merecedores del mayor apoyo, como el cese del autoritarismo y el paternalismo de los profesionales y el respeto a la autonomía del paciente, quieren deslizar sus prácticas pretendidamente liberadoras para acabar con lo que nos queda de apoyo y compromiso social, de conexión y de ayuda de unos con otros. Este encargo fomenta prácticas privatizadoras, resaltando el individualismo y despreciando la sociedad y los bienes públicos que a ella deben pertenecer (sanidad, educación, recursos energéticos, transportes, etc.). Como señala Fernández Liria, es muy importante no dejar que la imprescindible defensa de la autonomía y el fin del autoritarismo acabe llevando a una situación de exaltación de lo individual donde el cuidado mutuo y la solidaridad ya no tengan cabida.
Hay que resaltar que cada encargo no sustituye al previo, sino que se van acumulando en nuestra sociedad, aunque evidentemente modificando sus prácticas con el tiempo según los cambios que dicha sociedad experimenta.
El libro describe de forma magistral estos cuatro encargos y, a través de ellos, construye el devenir histórico (que no historia) de la psiquiatría. No son páginas que inviten al optimismo y que llenen de ilusión por ponerse a trabajar en estas profesiones nuestras, pero son páginas extraordinariamente lúcidas y singularmente sinceras: suponen una descripción sin duda útil de nuestra disciplina y su discurrir, y entender dicho discurrir puede ser clave si queremos modificar ciertas cosas que cada día nos parecen más inaceptables: la psiquiatrización de todo dolor, el abuso de psicofármacos y diagnósticos, la represión sobre las personas afectas de psicosis (ahora mismo estamos asistiendo a campañas para el fin de las contenciones mecánicas, a las que deseamos el mayor de los éxitos), la absurda preponderancia -en relación ideológica con todo lo anterior- del paradigma biologicista-biocomercial, etc.
Alberto Fernández Liria, como es propio de él en lo poco que creemos conocerle, no se queda para nada en la crítica, sino que desarrolla en la segunda parte de su libro todo un listado de ideas para cambiar la situación que denuncia, para hacer de la psiquiatría un instrumento verdaderamente útil para las personas que atiende y la sociedad en la que habita. Una psiquiatría que sea capaz de superar estos encargos, o así lo entendemos, y buscar otro aún no explicitado, que también nosotros buscamos repetidamente en nuestros escritos: una psiquiatría que pueda ocuparse, sin imposiciones, de ayudar a la gente afecta de experiencias que sobrepasan una relativa normalidad y ocasionan sufrimiento por ello, una psiquiatría que pueda prestar ayuda puntual a personas afectas de dolores propios de esa normalidad (que, a veces, duele y mucho), pero sin usurpar funciones que corresponden -y son mucho mejor realizadas- a la familia, los amigos, el sindicato, o a toda la sociedad misma que debe unirse y cambiar aquello que cause miseria y desgracia a muchos para beneficio de unos pocos.
En resumen, el libro de Alberto Fernández Liria debería ser de lectura obligatoria para todo el que quisiera acercarse a un intento de entender la evolución histórica de la psiquiatría. Una obra clave para entender también cómo la psiquiatría y sus prácticas funcionan según lo que una determinada sociedad pide de ella y, solo más tarde y de forma secundaria a dicho encargo y dichas prácticas, elabora más o menos pintorescas teoría para autojustificarse. Teorías que luego los psiquiatras nos creemos casi como dogmas de fe y, a su vez, propagamos a la opinión pública de forma acrítica. Una vez más queda patente la estrecha interrelación entre psiquiatría y cultura y cómo sería necesario, en nuestra opinión, trabajar en busca de una psiquiatría diferente que pueda suponer un pequeño paso para construir también una sociedad diferente. Para ese ambicioso y tal vez inalcanzable objetivo, el libro de Alberto Fernández Liria es un muy útil mapa para orientarnos sobre el terreno que pisamos.