Como sin duda sabrán, somos grandes admiradores de la plataforma No Gracias (y miembros, humildemente) y con frecuencia traemos aquí material de su página, casi siempre (pero no solo) escrito y trabajado por el Dr. Abel Novoa, profesional a seguir donde los haya. Sus reflexiones, tanto en dicha página de No Gracias (aquí) como en algún otro foro (aquí) son siempre del máximo interés. Recientemente, el Dr.Novoa ha participado en una sesión de la Asamblea de Madrid invitado por el grupo político de Podemos a dar su opinión sobre la problemática que rodea a la sanidad española, en cuanto a relaciones con la industria farmacéutica, innovaciones terapéuticas de elevado precio pero escaso valor, evidencias científicas y su posible manipulación u ocultación, etc. Todos temas que creemos merece apreciar como de carácter político, sobre los que es necesario intervenir, y que deberían ser preocupaciones fundamentales de los dirigentes políticos de las diversas administraciones públicas con cartas en el asunto. Al menos, si queremos tener una sanidad pública de calidad y sostenible (y si además volviera a ser universal, imagínense).
Dejamos a continuación el vídeo de la intervención del Dr.Novoa:
A continuación, copiamos de la página de No Gracias el prólogo a un libro que aún no hemos leído (ni está disponible en castellano todavía), titulado: Hearing Critical Voices editado por Eric Maisel. El libro recoge diferentes visiones de profesionales y supervivientes de la psiquiatría que argumentan que conductas humanas y problemas vitales no deben ser etiquetados como "trastornos mentales" en ausencia de razones científicas o lógicas para ello. Los textos incluidos proporcionan una mirada crítica a la psiquiatría. Eric Maisel es el autor del prólogo que No Gracias incluyó en su página y nosotros ahora en la nuestra, para colaborar a su difusión y a que el debate en torno a estas cuestiones, aún insuficiente, no deje de crecer. Creemos que dicho prólogo es un texto valioso acerca del diagnóstico psiquiátrico, con argumentos con los que coincidimos plenamente y que merece la pena ser leído:
Puedes ser alguien que ha sido diagnosticado de un trastorno mental: una depresión, un trastorno de estrés post-traumático, una enfermedad por ansiedad generalizada, un trastorno bipolar, un TDAH, esquizofrenia o cualquiera de las etiquetas descritas en la biblia de la psiquiatría, el DSM.
El número de diagnósticos es ilimitado porque siempre te pueden encasillar como “trastorno no específico” si no se encuentra una descripción adecuada…
Pero, el DSM u otro sistema de clasificación como el International Classification of Disease (ICD), están sesgados, en el mejor de los casos, o son fraudulentos, en el peor. Las definiciones propuestas son intencionadamente vacías y todas funcionan; la lógica del diagnóstico del trastorno mental basada en síntomas y no en causas, es ilegítima. El hecho de que no haya ni una palabra sobre las causas de las enfermedades que supuestamente describen, invalida el empeño.
Suena simple pero las experiencias humanas han sido transformadas mediante etiquetas diagnósticas en dinero: por ejemplo, cuando se te diagnostica de depresión y se te prescribe un antidepresivo.
Hay un consejo que quiero compartir contigo: sé muy escéptico con lo que significa un diagnóstico. Tu no eres un diagnostico: que alguien te haya etiquetado como depresivo o bipolar solo significa que alguien ha decidido apostar por encasillarte pero de ninguna manera implica que tu tengas una enfermedad médica.
En salud mental, a día de hoy, se utilizan clasificaciones construidas culturalmente. La proliferación de diagnósticos -detrás de la cual viene la expansión en la utilización de medicamentos que tan feliz hace a la industria farmacéutica- debería hacer que nos preguntáramos qué es lo que hace que el mundo de hoy en día sea tan intolerable para tanta gente.
El etiquetado nunca es benigno: históricamente ha sido utilizado para controlar y sojuzgar a las personas, grupos y poblaciones. Así se ha hecho con los homosexuales, con los esclavos que no querían serlo, con las mujeres “histéricas”, con los judíos en la Alemania nazi, con los disidentes en la Unión Soviética, con los indios débiles mentales en EE.UU, y, hoy en día, con los chicos aburridos o que no paran…
No eres un diagnóstico. Por supuesto, lo que experimentas es real. Las personas se desesperan u obsesionan; o se ponen nerviosas; o escuchan voces. Sea lo que sea que experimentas, te está pasando. Pero deberías ir en la dirección de una peligrosa medio respuesta solo si te atrae la idea de tener un pseudiagnóstico médico no verificable, que no puede ser localizado, ni comprobado y cuyo tratamiento nada tiene que ver con sus causas sino con aliviar unos supuestos síntomas. Tu no eres un diagnóstico: tu salud mental se eleva o se precipita sobre un fondo de misterio, dificultad, narraciones y la propia naturaleza de nuestra especie. El camino por la vida no es fácil y no deberíamos esperar que una pastilla cambie esa realidad.
La OMS dice que hay 450 millones de personas con una enfermedad mental en el mundo. Este número no tiene sentido porque la enfermedad mental no existe como el cáncer o las fracturas. Tener problemas para dormir o estar continuamente preocupado por si vas a ser despedido del trabajo no es una enfermedad mental sino que tienes problemas para dormir y estás continuamente preocupado por si vas a ser despedido del trabajo. Quien te quiera etiquetar como enfermo solo se está dejando llevar por el juego de poder emprendido por la ambición corporativa de una especialidad médica que se acuesta con la industria farmacéutica para conseguirlo.
Claro que hay 450 millones de personas en el mundo que sufren pero no de esa pseudo condición médica que llaman enfermedad mental. Es más. Esos 450 millones no sufren solos. Todo los humanos sufrimos ¿Cuántas personas viven en la más abyecta pobreza? ¿Cuántas personas pierden al ser amado? ¿Cuántas personas están más de 60 horas a la semana en trabajos que nada les interesan? ¿Cuántas personas han nacido con una sensibilidad especial o tienen un carácter triste? ¿Cuánta gente no se siente profundamente aburrida y encuentra que la vida no tiene ni sentido, ni propósito? ¿Cuántas personas se sienten acosadas por sus familias? ¿Cuántas personas humilladas y machacadas por la vida no se pasan los días pensando en la venganza? Es decir, todos estamos bajo presión; todos experimentamos síntomas de enfermedad mental. La cifra de la OMS se queda corta.
En este libro vas a oír voces críticas con el enfoque actual de la atención a la salud mental… Ninguna de estas voces cree que seas un diagnóstico. Muchos ni siquiera creen en el diagnóstico. Lo que sí quieren todos es que consigas alguna forma de ayuda genuina. Y los seres humanos pueden ser ayudados de muchas maneras: con mejores escuelas, con aguas más limpias, con menos tiranía, con más paz, con instituciones más justas. En las últimas décadas hemos puesto nombre a estas aspiraciones: movimiento feminista, movimiento en defensa de los derechos civiles, el movimiento homosexual, iniciativas por mejora del medio ambiente, etc.
Pero además se necesita desesperadamente otro tipo de ayuda.
Necesitamos un movimiento por la salud mental que considere centrales estos tres principios:
1- Debe desenmascararse el paradigma actual dominante que considera que la mayoría de las experiencias humanas estresantes o que generan angustia son una enfermedad mental que debe ser tratada con fármacos.
2- Debe impugnarse un segundo paradigma: el que considera que cuando una persona tiene una situación estresante o que le genera angustia debe recibir, además de un fármaco, los consejos de un experto en psicología. Este segundo enfoque, que al menos permite que la persona que sufre pueda ser escuchada, no suele prestar demasiada atención a las circunstancias que normalmente rodean el sufrimiento como las sociales, la personalidad original, la realidad existencial u otras circunstancias no psicológicas. Queremos hablar, necesitamos hablar, pero hacerlo de una manera libre, que humanice, con un discurso no dominado por entelequias pseudocientíficas.
3- El movimiento debe dar alguna alternativa a estos dos paradigmas: una visión más amplia y rica que pueda ayudar a las personas con problemas emocionales o angustia, evitando agredir con etiquetas forzadas, tratamientos forzados y marginación forzada. Es necesario reconvertir instalaciones, organizaciones, instituciones y personas en una red de ayuda centrada en una atención a la salud mental vista más como una actividad humana que médica.
No es posible un eslogan que resuma lo que buscamos y pensamos, pero este podría acercarse bastante: “el sufrimiento no es una enfermedad”.
Sería estupendo tener pastillas para tratar la vida. Más aun, que nuestros deseos sirvieran para, lo que sería, un hermoso trabajo de las compañías farmacéuticas: que todo lo que no queramos, desde la ansiedad que arruina nuestras erecciones hasta tu jefe que te ha jodido el fin de semana, tuviera una respuesta química. Pero estos problemas no tienen respuesta médica: el sufrimiento y la angustia no son cuestiones médicas.
Este movimiento por la salud mental que imagino se acerca al movimiento feminista o de liberación sexual, o pro derechos civiles. Es un movimiento por la libertad alejado de diagnósticos y medicamentos. Que busca ayudar, pero lejos de diagnósticos y medicamentos.
¿Cuál es la respuesta entonces?
Amamos las respuestas fáciles; son las equivalentes a las pastillas.
Desafortunadamente solo hay respuestas largas y, con frecuencia, no hay respuestas.
Si pudiéramos reunirnos alrededor de una idea simple y poderosa como “trata a las mujeres con justicia” ya estaríamos haciendo verdaderos progresos en la ayuda de las personas cuando tienen ideas suicidas, están ansiosas, desesperadas, son adictas o caen en alguna otra trampa de la vida
Pero la respuesta no es sencilla porque:
1- Los individuos que están angustiados con frecuencia no ponen fácil que otros puedan ayudarles. Incluso, es propio del carácter humano ser auto-protector, cauto y resistente; o estar demasiado distraído, desesperado o inestable para ser ayudado; o elegir luchar bebiendo o tomando pastillas.
2- Los retos de la vida, desde la pobreza a la desesperación por un trabajo sin sentido, pasando por relaciones decepcionantes, son tremendamente dolorosos y difíciles de aliviar. Es lo más difícil a lo que nos enfrentamos: la propia vida. Y debemos hacerlo mientras estamos angustiados, paralizados por la ansiedad o agotados. La vida es dura y nosotros no siempre lo somos.
3- Las causas de la angustia son normalmente invisibles, desconocidas, complicadas; profundamente ligadas a nuestras vidas; construidas dentro de nosotros mismos. Nada más lejos de algo como “coger un virus” o “tener un esguince”. Cuando algo tan inocente (e inmutable) como el orden al nacer puede importar tanto, ¡cómo no va ser complicado saber qué nos está haciendo daño! En realidad, la ayuda casi siempre será “a ciegas”.
4- La ayuda no puede hacer mucho cuando se trata de algo tan ligado a la propia vida. ¿Cómo puede ayudar verdaderamente alguien si lo que causa el dolor es un trabajo odioso, una pareja odiosa o que tú mismo crees ser odioso? ¿Cómo puede nadie ayudar cuando el sufrimiento es tan fuerte y profundo? Incluso en estas circunstancias se puede ayudar pero debemos ser siempre conscientes de lo limitada que puede ser la ayuda con algunos problemas profundos.
Asumiendo estos retos, no podemos despreciar la fuerza de algunos eslóganes como: “¡deja de etiquetarme!”; “¡no más fármacos!”, “¡olvídate de seguir haciendo de la infancia una enfermedad!”. Pero estas ideas deben utilizarse con muchísimo respeto por las personas que están convencidas de que los diagnósticos son reales y los medicamentos, sustancias específicas para cada enfermedad.
¿Cómo convencer a la gente?
Una manera es desarrollando un nuevo perfil en las personas que ayudan a otras personas con problemas, huyendo del estereotipo del profesional de la salud mental y prestando más atención a comunidades de cuidado. Un segundo camino es mejorando la información pública sobre alternativas al paradigma biológico en salud mental. Y aquí es donde este libro puede ayudar.
El número de diagnósticos es ilimitado porque siempre te pueden encasillar como “trastorno no específico” si no se encuentra una descripción adecuada…
Pero, el DSM u otro sistema de clasificación como el International Classification of Disease (ICD), están sesgados, en el mejor de los casos, o son fraudulentos, en el peor. Las definiciones propuestas son intencionadamente vacías y todas funcionan; la lógica del diagnóstico del trastorno mental basada en síntomas y no en causas, es ilegítima. El hecho de que no haya ni una palabra sobre las causas de las enfermedades que supuestamente describen, invalida el empeño.
Suena simple pero las experiencias humanas han sido transformadas mediante etiquetas diagnósticas en dinero: por ejemplo, cuando se te diagnostica de depresión y se te prescribe un antidepresivo.
Hay un consejo que quiero compartir contigo: sé muy escéptico con lo que significa un diagnóstico. Tu no eres un diagnostico: que alguien te haya etiquetado como depresivo o bipolar solo significa que alguien ha decidido apostar por encasillarte pero de ninguna manera implica que tu tengas una enfermedad médica.
En salud mental, a día de hoy, se utilizan clasificaciones construidas culturalmente. La proliferación de diagnósticos -detrás de la cual viene la expansión en la utilización de medicamentos que tan feliz hace a la industria farmacéutica- debería hacer que nos preguntáramos qué es lo que hace que el mundo de hoy en día sea tan intolerable para tanta gente.
El etiquetado nunca es benigno: históricamente ha sido utilizado para controlar y sojuzgar a las personas, grupos y poblaciones. Así se ha hecho con los homosexuales, con los esclavos que no querían serlo, con las mujeres “histéricas”, con los judíos en la Alemania nazi, con los disidentes en la Unión Soviética, con los indios débiles mentales en EE.UU, y, hoy en día, con los chicos aburridos o que no paran…
No eres un diagnóstico. Por supuesto, lo que experimentas es real. Las personas se desesperan u obsesionan; o se ponen nerviosas; o escuchan voces. Sea lo que sea que experimentas, te está pasando. Pero deberías ir en la dirección de una peligrosa medio respuesta solo si te atrae la idea de tener un pseudiagnóstico médico no verificable, que no puede ser localizado, ni comprobado y cuyo tratamiento nada tiene que ver con sus causas sino con aliviar unos supuestos síntomas. Tu no eres un diagnóstico: tu salud mental se eleva o se precipita sobre un fondo de misterio, dificultad, narraciones y la propia naturaleza de nuestra especie. El camino por la vida no es fácil y no deberíamos esperar que una pastilla cambie esa realidad.
La OMS dice que hay 450 millones de personas con una enfermedad mental en el mundo. Este número no tiene sentido porque la enfermedad mental no existe como el cáncer o las fracturas. Tener problemas para dormir o estar continuamente preocupado por si vas a ser despedido del trabajo no es una enfermedad mental sino que tienes problemas para dormir y estás continuamente preocupado por si vas a ser despedido del trabajo. Quien te quiera etiquetar como enfermo solo se está dejando llevar por el juego de poder emprendido por la ambición corporativa de una especialidad médica que se acuesta con la industria farmacéutica para conseguirlo.
Claro que hay 450 millones de personas en el mundo que sufren pero no de esa pseudo condición médica que llaman enfermedad mental. Es más. Esos 450 millones no sufren solos. Todo los humanos sufrimos ¿Cuántas personas viven en la más abyecta pobreza? ¿Cuántas personas pierden al ser amado? ¿Cuántas personas están más de 60 horas a la semana en trabajos que nada les interesan? ¿Cuántas personas han nacido con una sensibilidad especial o tienen un carácter triste? ¿Cuánta gente no se siente profundamente aburrida y encuentra que la vida no tiene ni sentido, ni propósito? ¿Cuántas personas se sienten acosadas por sus familias? ¿Cuántas personas humilladas y machacadas por la vida no se pasan los días pensando en la venganza? Es decir, todos estamos bajo presión; todos experimentamos síntomas de enfermedad mental. La cifra de la OMS se queda corta.
En este libro vas a oír voces críticas con el enfoque actual de la atención a la salud mental… Ninguna de estas voces cree que seas un diagnóstico. Muchos ni siquiera creen en el diagnóstico. Lo que sí quieren todos es que consigas alguna forma de ayuda genuina. Y los seres humanos pueden ser ayudados de muchas maneras: con mejores escuelas, con aguas más limpias, con menos tiranía, con más paz, con instituciones más justas. En las últimas décadas hemos puesto nombre a estas aspiraciones: movimiento feminista, movimiento en defensa de los derechos civiles, el movimiento homosexual, iniciativas por mejora del medio ambiente, etc.
Pero además se necesita desesperadamente otro tipo de ayuda.
Necesitamos un movimiento por la salud mental que considere centrales estos tres principios:
1- Debe desenmascararse el paradigma actual dominante que considera que la mayoría de las experiencias humanas estresantes o que generan angustia son una enfermedad mental que debe ser tratada con fármacos.
2- Debe impugnarse un segundo paradigma: el que considera que cuando una persona tiene una situación estresante o que le genera angustia debe recibir, además de un fármaco, los consejos de un experto en psicología. Este segundo enfoque, que al menos permite que la persona que sufre pueda ser escuchada, no suele prestar demasiada atención a las circunstancias que normalmente rodean el sufrimiento como las sociales, la personalidad original, la realidad existencial u otras circunstancias no psicológicas. Queremos hablar, necesitamos hablar, pero hacerlo de una manera libre, que humanice, con un discurso no dominado por entelequias pseudocientíficas.
3- El movimiento debe dar alguna alternativa a estos dos paradigmas: una visión más amplia y rica que pueda ayudar a las personas con problemas emocionales o angustia, evitando agredir con etiquetas forzadas, tratamientos forzados y marginación forzada. Es necesario reconvertir instalaciones, organizaciones, instituciones y personas en una red de ayuda centrada en una atención a la salud mental vista más como una actividad humana que médica.
No es posible un eslogan que resuma lo que buscamos y pensamos, pero este podría acercarse bastante: “el sufrimiento no es una enfermedad”.
Sería estupendo tener pastillas para tratar la vida. Más aun, que nuestros deseos sirvieran para, lo que sería, un hermoso trabajo de las compañías farmacéuticas: que todo lo que no queramos, desde la ansiedad que arruina nuestras erecciones hasta tu jefe que te ha jodido el fin de semana, tuviera una respuesta química. Pero estos problemas no tienen respuesta médica: el sufrimiento y la angustia no son cuestiones médicas.
Este movimiento por la salud mental que imagino se acerca al movimiento feminista o de liberación sexual, o pro derechos civiles. Es un movimiento por la libertad alejado de diagnósticos y medicamentos. Que busca ayudar, pero lejos de diagnósticos y medicamentos.
¿Cuál es la respuesta entonces?
Amamos las respuestas fáciles; son las equivalentes a las pastillas.
Desafortunadamente solo hay respuestas largas y, con frecuencia, no hay respuestas.
Si pudiéramos reunirnos alrededor de una idea simple y poderosa como “trata a las mujeres con justicia” ya estaríamos haciendo verdaderos progresos en la ayuda de las personas cuando tienen ideas suicidas, están ansiosas, desesperadas, son adictas o caen en alguna otra trampa de la vida
Pero la respuesta no es sencilla porque:
1- Los individuos que están angustiados con frecuencia no ponen fácil que otros puedan ayudarles. Incluso, es propio del carácter humano ser auto-protector, cauto y resistente; o estar demasiado distraído, desesperado o inestable para ser ayudado; o elegir luchar bebiendo o tomando pastillas.
2- Los retos de la vida, desde la pobreza a la desesperación por un trabajo sin sentido, pasando por relaciones decepcionantes, son tremendamente dolorosos y difíciles de aliviar. Es lo más difícil a lo que nos enfrentamos: la propia vida. Y debemos hacerlo mientras estamos angustiados, paralizados por la ansiedad o agotados. La vida es dura y nosotros no siempre lo somos.
3- Las causas de la angustia son normalmente invisibles, desconocidas, complicadas; profundamente ligadas a nuestras vidas; construidas dentro de nosotros mismos. Nada más lejos de algo como “coger un virus” o “tener un esguince”. Cuando algo tan inocente (e inmutable) como el orden al nacer puede importar tanto, ¡cómo no va ser complicado saber qué nos está haciendo daño! En realidad, la ayuda casi siempre será “a ciegas”.
4- La ayuda no puede hacer mucho cuando se trata de algo tan ligado a la propia vida. ¿Cómo puede ayudar verdaderamente alguien si lo que causa el dolor es un trabajo odioso, una pareja odiosa o que tú mismo crees ser odioso? ¿Cómo puede nadie ayudar cuando el sufrimiento es tan fuerte y profundo? Incluso en estas circunstancias se puede ayudar pero debemos ser siempre conscientes de lo limitada que puede ser la ayuda con algunos problemas profundos.
Asumiendo estos retos, no podemos despreciar la fuerza de algunos eslóganes como: “¡deja de etiquetarme!”; “¡no más fármacos!”, “¡olvídate de seguir haciendo de la infancia una enfermedad!”. Pero estas ideas deben utilizarse con muchísimo respeto por las personas que están convencidas de que los diagnósticos son reales y los medicamentos, sustancias específicas para cada enfermedad.
¿Cómo convencer a la gente?
Una manera es desarrollando un nuevo perfil en las personas que ayudan a otras personas con problemas, huyendo del estereotipo del profesional de la salud mental y prestando más atención a comunidades de cuidado. Un segundo camino es mejorando la información pública sobre alternativas al paradigma biológico en salud mental. Y aquí es donde este libro puede ayudar.