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Conversaciones liberadoras en la intervención psicosocial: resiliencia y terapia narrativa en acción (MªDolores García Hernández)

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Con este título, transcribimos hoy un artículo publicado por Mª Dolores García Hernández, Profesora Titular de Psicología Educativa en la Universidad de La Laguna, que apareció en  la Revista de Servicios Sociales y Política Social, Consejo General del Trabajo Social, 67-80, 2010.

Su investigación se ha centrado en la educación socioafectiva, cristalizando en diversas publicaciones y proyectos como el de Travesía: la construcción participativa de los valores en la escuela, La promoción de la resiliencia en menores con medidas judiciales, La Educación Emocional y en valores en contextos educativos y de riesgo, etc. 

Creemos que es del mayor interés y, por ello, agradecemos a la autora que nos haya permitido recogerlo en nuestra entrada, con el fin de colaborar en su difusión.



NARRATIVA Y RESILIENCIA: El poder de las palabras. 

Parece existir un cierto acuerdo en la idea de que la intervención psicosocial tiene, como uno de sus objetivos fundamentales, promover la calidad de vida de las personas implicadas en la misma. Sin embargo, también existe la evidencia de que esta, al depender en parte de los recursos y apoyos sociales disponibles, se verá mermada en condiciones adversas; de ahí que un debate persistente en las ciencias sociales ha sido cómo promover el bienestar en contextos de vulnerabilidad. De tal manera que cuando, en la práctica se diseña la intervención, aparecen cuestionamientos centrales para la toma de decisiones profesionales: ¿cómo abordar los problemas e impactos vitales de la gente?, ¿es posible proteger y alentar su felicidad cuando la realidad nos devuelve dificultades, desigualdades, adversidades?, ¿nuestra intervención debería centrarse en detectar y neutralizar los factores de riesgo que son la causa de los problemas?, o por el contrario ¿debemos centrarnos en la parte sana de las personas, en sus recursos y fortalezas, en las experiencias que le han protegido ante la adversidad? Para responder a estas preguntas quizá lo más eficaz sea observar qué ocurre en la vida de la gente que ha logrado abordar con éxito los problemas, es decir qué hace que se mantengan sanas e incluso extraordinariamente fortalecidas y transformadas a pesar de contar con situaciones fuertemente adversas. A las personas y colectivos que lo logran, se les ha venido a llamar resilientes. 

En relación con el concepto de resiliencia existe lo que se ha venido a llamar un “consenso blando” (Manciaux, 2004; pg. 25), no solo porque su definición es abordada desde disciplinas muy diversas, sino porque ha ido evolucionando en función de los datos obtenidos en las investigaciones y estudios desplegadas a lo largo de estos últimos tiempos. En general, se suele relacionar con la capacidad de una persona o colectivo para generar desarrollo humano a pesar de condiciones de vida difíciles o de hechos traumáticos (Grotberg, 2001), por lo que es algo más que sobrevivir a la adversidad y adaptarse, sino que supone la capacidad de salir fortalecidos y transformados de la misma. Como nos recuerda Cyrulnik (2001), la resiliencia pone a funcionar lo mejor de nosotros para defendernos, lo que nos lleva a producir más humanidad. 

El enfoque de la resiliencia ha propiciado un cambio de perspectiva en la investigación social, al mostrarse más preocupado por trabajar desde las capacidades y fortalezas que desde las debilidades o dificultades, pasando de un enfoque de riesgo, a otro enfoque basado en el desafío y en las potencialidades. Desde las premisas de la resiliencia, el proceso de ayuda debe poner el acento en los recursos y habilidades de las personas, más que en los problemas y en las causas de estos. En primer lugar porque hay evidencia acerca de que si preguntamos y nos focalizamos en rastrear problemas, no solo aparecerán sino que constituirán un escollo para avanzar hacia lo mejor; pero si preguntamos por fortalezas e historias de éxito, estas también aparecerán y terminarán convirtiéndose en el motor del cambio que se moverá también en esa misma dirección positiva y apreciativa (Coperrider y Whitney, 2005). En segundo lugar porque se asume que los fenómenos son multicausales, así que difícilmente podemos determinar qué es causa y qué es efecto, de tal manera que los fenómenos de riesgo y los de protección se encuentra mutuamente influidos, lo que requiere que se ponga énfasis en la interacción entre las distintas dimensiones que están presentes (Infante, 2001). 

La apuesta decidida por focalizarse en las experiencias de éxito, en las habilidades y recursos como la mejor manera de desafiar la adversidad es, sin lugar a dudas, la aportación más determinante realizada a la intervención social desde esta visión apreciativa, colaborativa y reflexiva propia del enfoque de la resiliencia. 

Hoy en día sabemos que la resiliencia se construye “entretejiendo” factores afectivos, comunitarios y verbales (Manciaux, 2003; Cyrulnik, 2002). Afectivos porque se requiere la presencia de los “otros” significativos que nos proporcionan vínculos seguros. Comunitarios porque se necesita una comunidad que responda de forma acogedora ante el sufrimiento y reconozca la aportación positiva que los procesos resilientes tienen para la sociedad. Y verbales porque las personas resilientes son capaces de darle un sentido a la su experiencia, abordándola como un desafió y una oportunidad. Los estudios sobre resiliencia señalan que este factor verbal es clave en el abordaje de la adversidad, convirtiéndose en el hilo, en la lana que entreteje la identidad, las relaciones y la calidad de vida (Cyrulnik, 2002). Por lo que, desde este enfoque, la acción social, educativa y psicológica (sobre todo aquella que se desarrolla en contextos de vulnerabilidad y riesgo), debe asumir que una de sus tareas fundamentales será ayudar a las personas a encontrar las palabras que les permitan dar un sentido a sus historias vitales. 

Los seres humanos somos contadores de historias, historias que dan un sentido de continuidad a nuestras vidas (White y Epston, 1993), una coherencia, una imagen reconocible y aceptable, en definitiva, una identidad. 

Hay historias vitales limitadoras que matan la esperanza e historias liberadoras que alientan la resiliencia, todos los relatos caben y lo importante es que se puede ayudar a la persona a transitar desde el victimismo y la vergüenza a la autoría y el orgullo. Ahora bien, hay que tener en cuenta que el sentido de la experiencia es socialmente construido (Gergen, 2006a), por lo que no será suficiente con ayudar a de-construir los relatos internos, sino además debemos ayudar a cambiar los relatos sociales que limitan la competencia y el poder de las personas. Para Cyrulnik (2009), no atender a las interpretaciones que el entorno social hace de las personas que viven la adversidad, que pueden manifestarse en forma de rechazo, paternalismo o estigmatización, supone no protegerlos del “segundo golpe”, agravando su sufrimiento. 

En definitiva, para promover resiliencia debemos trabajar el marco narrativo personal, comunitario y cultural, pero ¿cómo hacerlo desde la intervención social? Actualmente, el enfoque narrativo (White, 2002; White y Epston, 1993) se convierte en una alternativa interesante y viable porque ofrece claves sobre cómo mantener conversaciones liberadoras con los individuos y los grupos. Este enfoque posmoderno sobre el ser humano y su manera de entender y relacionarse con el mundo, supone un giro en relación con otros enfoques cognitivos y modernistas (Gergen y Warhuus, 2001). Observemos algunas diferencias que tienen implicaciones no sólo terapeúticas, sino también sociales y educativas. 

Desde los enfoques más cognitivistas y modernistas que guían la acción social, el lenguaje refleja la realidad. Las palabras son por tanto réplicas de la misma y la historia narrada es la única posible. Es por ello que profesionalmente dedicamos tiempo a: 

1. Comprender de forma exacta y lo más objetiva posible el problema. 

2. Buscar las causas que lo han provocado, explorando el interior de las personas, su mente individual. 

3. Darle un nombre a la causa del problema, eligiéndolo de entre el amplio número de términos diagnósticos que las ciencias sociales ponen a disposición de los expertos. 

4. Comunicar al cliente, desde la autoridad que le otorga la cultura a los técnicos, qué le ocurre y cómo se debe abordar el tratamiento. 

5. Iniciar el proceso de intervención con el objetivo de eliminar la causa y ayudar a avanzar hacia la identidad de un individuo coherente y autónomo y autorrealizado. 

6. El éxito del proceso de intervención dependerá de la habilidad del técnico para sustituir la historia de la persona por la historia del experto. 

En definitiva, desde esta perspectiva la clave de la intervención psicosocial estará en detectar con precisión la causa subyacente o raíz del problema. Ahora bien, esas causas están previamente determinadas desde un grupo cultural al que se le supone autoridad y experiencia contrastada para decirle a los “otros” qué les ocurre y cómo deben solucionar dicho problema para que sus vidas funcionen adecuadamente. Entendemos que esta visión de las personas y de la intervención psicosocial, puede tener consecuencias nefastas (Gergen, 2006a), en primer lugar porque se proporciona a las personas una lección de inferioridad, aprendiendo a devaluar su propio lenguaje y sus conocimientos a favor de la visión de los expertos, reduciendo su protagonismo y autoría. En segundo lugar porque ubica el problema en el interior de la persona, negando el papel de la cultura en la vida de la gente. Y en tercer lugar 
porque defiende que la única forma de abordar las dificultades es fortaleciendo al individuo, que debe superar en solitario toda una serie de requisitos (determinados objetivamente desde el conocimiento científico) para lograr construir una vida significativa y feliz. 

Desde las perspectivas posmodernas y en concreto desde el enfoque narrativo, se asume que el significado no es un producto directo de la realidad, sino que las personas la construyen a medida que le otorgan significado. Por tanto, el lenguaje no refleja la realidad, ni el relato elegido para explicarla es el único posible, existiendo otras historias alternativas a las que se puede acudir para dar sentido a la experiencia. Ahora bien, la estructura narrativa elegida como dominante conforma la identidad de las personas, por lo que piensan, perciben, sueñan y toman decisiones de acuerdo con esas estructuras; de tal manera que no solo describen nuestras vidas, también las prescriben (Gergen y Kaye, 1996). Las historias dominantes están fundamentadas en las “verdades normalizadoras” de la cultura (White y Epston, 1993) ya que, como señala Pakman, “todo proceso de comunicación y por tanto del uso del lenguaje, no es ajeno a intereses políticos, económicos, ideológicos y sociales ...” (Packman, 1996:18). El enfoque narrativo anima a las personas a ser desleales con los discursos dominantes de la cultura que les roban la autoría y el protagonismo, que les dirigen la vida para que se conformen con la historia saturada de problemas, y les desaniman al hacerles creer que no es posible crear una relatos alternativos que cuestionen el orden social establecido. Así por ejemplo, Newman y Holzman (1999) ayudan a que sus clientes se conviertan en activistas políticos y a que recuperen el control sobre los acontecimientos que están influyendo negativamente en sus vidas; White y Epston (1993) realizan una terapia comprometida con retar el orden dominante; o se acompaña en la lucha contra la opresión femenina o contra los estereotipos de género (Ussher, 1991; Watson y Williams, 1992). 

Es por ello que cuando se interviene desde el enfoque narrativo, profesionalmente se dedica tiempo a: 

1. Escuchar la historia dominante (saturada de problemas) que conforma la identidad de la persona. 

2. Situar el significado de la historia en un marco relacional y social, que surge a través de las conversaciones que mantenemos con los demás. No es un significado construido en el interior de la mente individual, sino colectivamente, pues son los “otros” los que nos ayudan a darles un sentido, nos indican los marcos desde donde interpretar y decidir lo adecuado o inadecuado de nuestras historias (Gergen, 1994). 

3. Deconstruir las verdades normalizadoras de la cultura que matan la diversidad y que dan o quitan poder en función de un único modelo de individuo y sociedad. Ayudando a desarrollo no tanto un yo autónomo como un yo relacional (2006b), situándolo en una posición de interdependencia con los otros. 

4. Promover la construcción de una relación participativa, donde el diálogo y la negociación permite que las personas asuman la autoría de sus vidas y amplíen las posibilidades de elección. 

5. Acompañar en la búsqueda de formas útiles de re-narrar la historia dominante para trascenderla y lograr que emerjan historias liberadoras, relatos más ricos y esperanzadores que contribuyan a recomponer de nuevo la satisfacción y la calidad de vida. 

6. El éxito del proceso de intervención dependerá de la utilidad de la nueva historia para hacer avanzar a las personas hacia la vida soñada, que ha decidido elegir entre otras muchas posibles. 

En definitiva, desde el enfoque narrativo la intervención psicosocial debería centrarse en propiciar conversaciones que favorezcan relatos e historias liberadoras. Ahora bien, ¿qué caracteriza esas conversaciones? 


CONVERSACIONES EXTERNALIZADORAS 

En muchas ocasiones, la identidad de las personas que nos piden ayuda está dominada por una narración “saturada de problemas” (White y Epston, 1993). Son historias atormentadas, confusas, desgraciadas que descalifican, paralizan, niegan o limitan la identidad, el bienestar y el sentido de la eficacia. 

“Casi siempre es la historia difícil, desconcertante, dolorosa o iracunda de una vida o de una relación ya arruinadas. Para muchos se trata de una historia de hechos calamitosos que conspiran contra su sensación de bienestar, de autosatisfacción, de eficacia. Para otros, la historia suele aludir a fuerzas invisibles y misteriosas que se introducen en las organizadas secuencias de la vida para perturbar y destruir. Y para algunos es como si, en su ilusión de saber cómo es, cómo debería ser el mundo, hubieran tropezado con dificultades para las que su relato preferido no los había preparado,” (Gergen y Kaye, 1996: 199).

Pero, aunque saturadas de problemas, son también historias únicas, genuinas, muy valiosas, que nos las ofrecen, permitiéndonos que “toquemos sus vidas”. Ante este honor, lo menos que se puede hacer es dedicar tiempo a escucharlas con atención, ofreciéndoles un escenario en el que las personas sientan reconocimiento, protagonismo y autoría (Anderson, 1999; Anderson y Goolishian, 1996). Supone prestarles atención desde una actitud crédula (no me preocupa la verdad de la narración, me preocupa su utilidad para la vida de las personas), de curiosidad genuina (me ofrece una historia de la que nada sé pero que me fascina, me dejo atrapar por el relato) y de responsabilidad (porque deposita en mí una fe en que puedo ayudarle a recuperar el control de su vida). Supone establecer una relación de experto a experto, donde como señala Andersen (1987, 1994) el técnico gobierne no desde la jerarquía sino desde la hetarquía, es decir no de arriba a abajo sino “a través de ...”, de forma igualitaria. 
Desde el enfoque de la narrativa, una vez narrada la historia “saturada de problemas”, el desafío es lograr promover la externalización separando la identidad de la persona del problema. Externalizar supone identificarlo y “sacarlo fuera”, porque “el problema es el problema, las personas no son el problema” (White, Epston y Lovoti, 1993). Cuando nos relacionamos externalizando, ayudamos a quitarle poder a las etiquetas patologizantes y al diagnóstico experto que normalmente se marca “a fuego” en la identidad de las gentes: “Somos una familia disfuncional”; “Tengo una personalidad dependiente”; y a validar los intentos genuinos que hacen las personas para resolver sus problemas. 

Externalizar requiere cambios en la gramática profunda, requiere cambios en la forma en que nos comunicamos (White, 1994; Payne, 2002): “Parece que la desgana se ha apoderado de ti”; “el apoyo y el cariño desaparece en esta familia cuando aparecen las peleas”; “la agresividad te hace olvidar lo que quieres a tu madre”, “la desconfianza logra apartarte de tu pareja”, etc. Los beneficios de la externalización en la calidad de vida de las personas son diversos, así, externalizar reduce los conflictos acerca de quién es el responsable y la sensación de fracaso, reconoce los intentos de las personas para resolverlo, favorece la cooperación, se abordan los problemas de forma más desenfada y eficaz, promueve autoría, etc. Cuando las personas logran separarse del problema, no solo se identifica cómo funciona, cuáles son sus tácticas y sus aliados; sino además permite recuperar relatos acerca de cómo es la vida de la persona al margen del problema, se visibilizan sus habilidades, recursos y competencias, fortaleciéndola de esa forma para abordar con éxito la adversidad. Pero sobre todo la externalización ayuda a asumir la autoría, ayuda a que las personas se sientan capaces de intervenir en sus vidas y en sus relaciones. 

Para externalizar se deben realizar preguntas que ayuden no tanto a obtener información, como a que las personas aclaren el relato, buscando que se genere experiencia. Hay que dedicar tiempo a descubrir cómo logra el problema derrotar los intentos de la persona por “sacudírselo”, con que aliados cuenta y por tanto, con que otros problemas aparece, en definitiva se debe dedicar tiempo a hablar acerca del efecto que tiene en problema en la vida y las relaciones de las personas: ¿Crees que la desgana te quiere?; ¿crees que es injusto que la desesperación les obligue a pelearse y a dejar de ser una familia? ¿Crees que a la agresividad le gusta verte como te peleas con tu madre? ¿Qué opinas acerca de lo que el problema quiere hacerle a tu vida?; ¿cómo consigue obligarte hacer cosas que no te gustan? En estos momentos interesa además que la persona relate cómo está contribuyendo a la supervivencia y al fortalecimiento del problema: ¿Cuando te ataca la frustración como sueles reaccionar, intentas defenderte, te distraes con otras cosas, te dejas llevar? También por la influencia de la cultura y las normas sociales hegemónicas que culpabilizan, y reducen la búsqueda de recursos creativos, inusuales, extraños pero útiles para la superación del problema: ¿Cómo puede una mujer conservar su trabajo y disfrutar de él, sin que se le considere una madre negligente?, ¿cómo han logrado hacerle creer que su rebeldía y coraje es propio de personas desagradecidas? ¿a quién le interesa que usted siga siendo una “esclava” de los demás?. 

Externalizar el problema permite darle voz a la parte sana de las personas, a la parte que ha logrado mantenerlo alejado, permitiendo contraponerla a la voz del problema. De ahí que es importante interesarnos acerca de qué es capaz de hacer la persona al margen del problema, en qué ocupa su tiempo, qué le gusta hacer, cuáles son sus intereses, etc., con el objetivo de “iluminar” los procesos resilientes, haciendo acceder recuerdos y experiencias positivas que la acción del problema ha logrado hacer olvidar. Rastrear los intereses y cualidades de las personas obliga a focalizarse en historias de éxito y se comienza a poner los cimientos para reestablecer la esperanza y la autoría en el cambio: (“¿les parece bien si dedicamos un poco de tiempo a conocer a Elisa al margen del problema, cuando no se encuentra bajo la influencia de la Tristeza”).

Por tanto, externalizar el problema, e identificar sus tácticas y aliados ayuda a deconstruirlo y a que la persona comience a darse cuenta que el relato saturado de problemas es uno más en el mapa, abriéndose una puerta a la posibilidad de re-narrar su identidad y recuperar el sentido de agencia personal y de autocompetencia. La externalización se logra de forma más eficaz si, una vez que conocemos cómo funciona el problema y qué planes tiene para arruinarle la vida a la gente, se le visualiza e identifica con claridad; y a modo de diagnóstico basado en el nuevo conocimiento del problema, se le da un nombre (White, Epston y Lovoti, 1993). Desde el enfoque narrativo se busca que las definiciones estén basadas en el conocimiento “popular”, teniendo como premisa básica que experimenten una sensación de agencia personal:“Los tembleques”, “El idiota”, “El Genio”; “La injusticia”; “La dominación”. 


CONVERSACIONES QUE SE ATREVEN A DESAFIAR AL PROBLEMA 

La terapia narrativa está sustentada en los planteamientos del construccionismo social que defiende que las ideas, los conceptos y los recuerdos están mediatizados por el lenguaje, de tal manera que no definimos el mundo que vemos, sino que vemos el mundo que definimos. De esta manera, las narraciones seleccionadas para hablar de mi identidad o de mi vida, no son más que una posibilidad entre otras muchas formas de narrar, por lo que las historias que contamos seleccionan unas experiencias y dejan fuera otras, buscando crear narrativas que sean coherentes con los relatos de la cultura en la que la persona está inmersa (“Es bueno que cada cual tome sus propias decisiones y haga las cosas a su manera”; “es un pelele porque no se impone y se sacrifica por los demás”; “es una mala madre porque prefiere que se le reconozca profesionalmente que dedicarse a cuidar de sus hijos”). 

Por muy detallista que sea la historia saturada de problema, es imposible que abarque toda la experiencia vital de las personas y colectivos con los que conversamos. Sin lugar a dudas, la experiencia vital es más rica que el discurso, siempre hay sentimientos, recuerdos, momentos, destelllos... que el relato dominante no puede abarcar. Normalmente dejamos fuera experiencias vividas que el relato dominante no sabe donde encajar porque contradicen o no tienen en cuenta los relatos dominantes en la cultura. De ahí que uno de los objetivos de las conversaciones liberadoras es hacer acceder historias y narraciones culturalmente silenciadas, ocultas, no contadas, que desafían el discurso hegemónico, sin matices, de las “verdades normalizadoras” y que se visibilicen otros relatos más ricos y optimistas (White y Epson, 1993). De ahí que se invite a las personas a indagar las excepciones o desenlaces inesperados (de Shazer, 1988, 1999), es decir en relatos extraordinarios donde el problema ha salido derrotado o se ha mantenido alejado, recuperando experiencias olvidadas pero cruciales para cuestionar las historias saturadas de problemas: ¿en algún momento has logrado mantener el problema alejado de tu vida? ¿cómo pudo resistirse a la influencia del problema en alguna ocasión? 

Las excepciones o desenlaces inesperados son una de las claves de la intervención psicosocial desde el enfoque de la narrativa, pues ayuda a las personas a construir una historia alternativa más útil de sí mismo y de sus relaciones. La historia alternativa permite a la persona o colectivos “re-escribirse” a sí misma de forma más positiva ¿cómo puede este descubrimiento afectar a tu manera de verte? Pero también ayuda a revisar la relación con otras personas ¿cómo podría este descubrimiento afectar a tu relación con...? E incluso a revisar su relación con el problema (al negarte a colaborar con el problema ¿cómo crees que se está sintiendo?). Cuanto más profundicemos en la historia alternativa, más posibilidades se abren de poder abordar con éxito la historia saturada de problemas. 


CONVERSACIONES QUE AYUDAN A SOÑAR 

Por fin, las personas que en un principio se sentían totalmente abrumadas por la adversidad, han podido sacudirse de la influencia del problema y hacer un hueco a la posibilidad de una historia alternativa más satisfactoria, encontrándose en disposición de elegir otra realidad. Es el momento de alentar los sueños, de colaborar en la construcción de futuros nuevos, de imaginar cómo será la vida sin la influencia del problema, los cambios que se producirían, los nuevos roles y relaciones que aparecerían. 

Alentar a las personas a que sueñen la vida que desean al margen del problema es uno de los aspectos más importantes de la intervención social, pues el que las personas se visualizan triunfantes ante la adversidad tiene un efecto positivo en la acción y en el resultado final. De tal manera que el relato alternativo, la historia liberadora se asienta en las posibilidades que ofrece la imaginación, donde cualquier realidad es posible y donde se permite la realización de proposiciones provocativas (Coperrider y Whitney, 2005) que desafían el desenlace que el problema tenía pensado para la persona. Conversar acerca de los sueños ayuda además a determinar los objetivos de la intervención, a decidir de forma colaborativa que hacer para avanzar hacia el sueño, proporcionándonos indicadores de la utilidad de la intervención para la vida de las personas. 

La mayoría de las intervenciones posmodernas para conversar sobre los sueños y que se visualicen en un futuro sin problemas, hacen uso de la “pregunta milagro” (de Shazer, 1988), propiciando un diálogo donde la prioridad es crear realidades deseadas. 

“Supón que una de estas noches, mientras duermes, ocurre un Milagro, y no te enteras de que ha ocurrido porque estás dormido, y todo lo que quieres conseguir al venir a esta consulta se cumple ¿Cómo te darías cuenta que el milagro ocurrió?” (O’Hanlon y Weiner-Davis, 1990, pp.119). 

Mas que una pregunta es una secuencia de ellas que pone en marcha un proceso generativo que amplía el potencial vital de las personas, invitándolas a crear algo nuevo y mejor. Es una invitación a la creatividad, a pensar fuera de los procesos y experiencias que nos anclan en el pasado. A través de la pregunta milagro invitamos a las personas a crear lo que se quiere, primero en el plano del lenguaje para después movilizar la energía en construir el puente hacia el sueño (Coperrider y Whitney, 2005). Las posibilidades de los sueños se basan por un lado en el convencimiento de que en algún momento se ha podido vivir de ese modo (acontecimientos extraordinarios) y por otro lado en los recursos y fortalezas presentes en las personas y que surgen cuando somos capaces de conocerla al margen del problema.


CONVERSACIONES QUE RE-INTEGRAN SOCIALMENTE LA HISTORIA ALTERNATIVA 

Las narraciones son logros relacionales y se validan en el contexto social donde se debaten, pues “nuestras relaciones crean nuestro self, en lugar de que nuestro self crea las relaciones” (Gergen, 1996). Por eso, un paso importante para la construcción de narrativas liberadoras es ayudar a las personas a que revisen, identifiquen y decidan qué grupos de pertenencia van a ser invitados a acompañarles en la historia alternativa que define ahora su identidad. Esta genera nuevos roles, responsabilidades, derechos, deberes, etc. que provocan una transición social de un estatus de identidad a otro, por lo que hay que buscar que la nueva historia sea legitimada y reconocida por la comunidad. Tiene que ver con lo que White y Epston (1993) llamaron el “club de vida”, basándose en la idea de que hay personas que han tenido un papel importante en la construcción de nuestra identidad y de nuestras historias vitales; en este sentido, se anima a la personas a re-pensar acerca de los miembros de ese “club de vida”, reorganizando no solo su presencia, sino también su rango y estatus. Estos autores organizan celebraciones, dan premios en presencia de los seres queridos, diseñan “ritos de paso” que anuncian la transición de una historia a otra, etc. En estas conversaciones debemos interesarnos sobre la persona que más se alegrarían de su “triunfo” sobre el problema, la que menos se sorprendería porque siempre creyó en su fortaleza, la que más ha tenido que ver con que la habilidad o conocimiento que le ha ayudado a afrontarlo, etc. 

Así mismo, las conversaciones que ayudan a re-integrar socialmente la historia alternativa, animan a que se haga uso del nuevo conocimiento construido para ayudar a otras personas que estén pasando situaciones similares de adversidad. En este sentido, los estudios sobre las personas resilientes coinciden en identificar el altruismo como uno de los factores protectores más potentes, observándose el interés de estas personas y colectivos por buscar formas de que su experiencia pueda servir para generar bienestar comunitario (Vanistendael y Lecomte, 2002). 


CONVERSACIONES QUE FAVORECEN UN CONTEXTO DE SEGURIDAD Y CREATIVIDAD 

Alentar a las personas a ser desleales a las narrativas que no le están siendo útiles (Cecchin, Lane y Ray, 1992), puede ser visto como una amenaza a su identidad, construida con esfuerzo a lo largo de mucho tiempo. Por tanto, nuestra tarea fundamental es diseñar un escenario donde se sientan seguras para atreverse a narrar y renarrar su vida. Esto requiere, como ya explicamos anteriormente, una actitud atenta y crédula pero también curiosa ante la historia relatada, y una creencia genuina en que las personas no solo desean mejorar sino que se esfuerzan para ello. En este escenario no cabe apelar a la resistencia o al sabotaje (de Shazer, 1984) cuando la intervención no avanza hacia donde los profesionales entendemos que debería avanzar, y en caso de que sea así debemos asumir que la gente tiene todo el derecho del mundo a decidir si desea o no colaborar con la realización de acciones que consideran que podrían poner en peligro su identidad, la de su familia o la de su entorno. Hacer participe a la persona de cualquier decisión, apoyarnos en el significado que atribuyen a las acciones y en sus experiencias de éxito ante la adversidad, constituyen las actitudes que guían la relación terapeútica desde la narrativa y la resiliencia. Si las personas se sienten consultadas, tenidas en cuenta, reconocidas por sus intentos de buscar solución a sus problemas, probablemente la colaboración se desarrollará y permitirá el que se “atrevan” a construir historias liberadoras que desafíen las dificultades y la adversidad. 

La intervención desde este enfoque narrativo también debe ayudar a que la gente reinvente sus vidas, construya el guión, le dé fuerza a determinados personajes y oscurezca la presencia de otros; por tanto narrar y renarrar también requiere de un escenario que invite a la creatividad, al juego, que permita poner en tela de juicio lo que es común y corriente, que haga creíble lo imaginario invocando el sentido poético y estético de vida. 


CONCLUSIONES 

Las conversaciones que mantenemos con personas y colectivos que han salido triunfantes del dolor, de la adversidad y a las que se le ha dado la oportunidad de reflexionar sobre su experiencia, nos dejan claro lo que les ayuda y lo que no les ayuda: 

No les ayudan los expertos neutrales que no les reconocen sus intentos de buscar salida, confundiendo los manotazos desesperados (que cualquiera que se esté ahogando daría) con resistencias, retrocesos o mucho peor, alguna enfermedad mental. No les ayudan los diagnósticos acerca de su “identidad”, “de su self”, “de su mente individual” que les hacen sentir culpables, que no responsables, de sus problemas y sufrimientos. No les ayuda la búsqueda frustrante de las causas, que les obliguen a centrarse en la realidad del pasado, que les recuerda las batallas perdidas y les roba la fuerza para seguir “peleando” por los sueños esquivos. 

En cambio, sí les ayuda contar con expertos que colaboren con ellas en la búsqueda de posibles salidas, que reconocen que los estados mentales “patológicos” no son más que convenciones sociales. Expertos que son capaces de mostrar admiración por la sabiduría de las personas para abordar los problemas, que reconocen la diversidad que conforma su identidad, que se centran en el “para qué” más que en el “por qué”, que les ayudan a recuperar sus sueños y se focalizan en los recursos y las fortalezas presentes en los individuos y en sus relaciones. Además de ayudarles a cuestionar identidades que se han vuelto limitadores e incoherentes y a construir significados alternativos más ricos y coherentes. 

En definitiva, desde las tesis de la resiliencia y de la narrativa, la intervención psicosocial debe enfatizar el reconocimiento y comprensión de la vida de la gente a partir del poder de las palabras, de las relaciones y de la cultura. Implica asumir que las personas vivimos a través de nuestras historias y reconocer que existen “verdades normalizadoras” (White y Epson, 1993), que tienen poder para decidir las historias que debe vivir la gente, por lo que debemos apoyarles para que se atrevan a cuestionarlas y crear nuevas realidades a través del lenguaje de los sueños y de las fortalezas. Ahora bien, para incorporar este enfoque al trabajo y la intervención social, es preciso asumirlo no tanto como una técnica o metodología concreta, sino como una mirada autentica hacia el ser humano como constructor de mundos posibles. 


REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS 

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